2021 No-Es-Amor-Es-Trabajo-No-Pagado-2020

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Estudios de la Fundación

SOL ISSN 0719-6695

No es amor, es trabajo no
pagado
Un análisis del trabajo de las mujeres en el Chile actual
Documentos de Trabajo del Área de Estudios del Trabajo.

Francisca Barriga - Gonzalo Durán


Benjamín Sáez - Andrea Sato
fundaciónso
transformando el trabajo

No es amor, es trabajo no pagado:


Un an´alisis del trabajo de las mujeres
1
en el Chile actual.

Francisca Barrigaa Gonzalo Dur´anb Benjam´ın S´aezc Andrea Satod

Marzo de 2020

1
Documento de trabajo Fundaci´on SOL
a Economista UCh, Investigadora Fundaci´on SOL, correo electr´onico: francisca.barriga@fundacionsol.cl
b Economista PUC, Investigador Fundacion SOL, correo electr´onico: gonzalo.duran@fundacionsol.cl
c Sociologo UCh, Investigador Fundaci´on SOL, correo electr´onico: benjamin.saez@fundacionsol.cl
d Historiadora USACH, Investigadora Fundaci´on SOL, correo electr´onico: andrea.sato@fundacionsol.cl
Fundaci´on SOL / Miraflores 113, oficina 48, Santiago de Chile / Tel´efono: (+562)6328141
www.fundacionsol.cl

Esta obra est´a bajo una Licencia Creative


Commons Atribuci´on-No Comercial-Compartir
Igual
4.0 Internacional

*Versi´on actualizada al 17 de marzo de 2020.

3
´Indice
1. Reflexiones iniciales 11
1.1. El modelo de acumulaci´on no conoce fronteras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
1.2. La feminizaci´on del trabajo no remunerado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
1.3. Los hogares, la semiproletarizaci´on y el valor invisible . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
1.4. ¿Por qu´e una perspectiva desde los hogares? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
.
2. Las mujeres en el trabajo remunerado 23
2.1. Ingresos del trabajo y brecha salarial..................................................................................30
2.2. Brecha salarial no explicada - Estimaci´on Oaxaca-Blinder y Heckman ...........................33

3. El valor invisible: el trabajo no remunerado de las mujeres 35


3.1. Pobreza de tiempo: la jornada invisible...............................................................................42

4. Los hogares y la divisi´on sexual del trabajo 46


4.1. Los hogares y su inserci´on productiva ...................................................................................52
4.2. El efecto sobre la pobreza.................................................................................................... 54

5. Bibliograf´ıa 57

´Indice de figuras
1. Distribuci´on porcentual de la condici´on de actividad econ´omica, por sexo ..................25
2. Distribuci´on porcentual segu´n categor´ıa de ocupaci´on (CISE) y sexo ........................25
3. Distribuci´on porcentual del empleo segu´n grupo de ocupaci´on (CIUO) y sexo ..........26
4. Distribuci´on porcentual del empleo segu´n rama de actividad econ´omica (CIIU) y sexo 27
5. Distribuci´on porcentual de la inactividad segu´n raz´on de inactividad y sexo ..............29
6. Distribuci´on de los 1.079.208 nuevos empleos creados en los u´ltimos 10 an˜os ............30
7. Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo..........................................36
8. Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo y condicio´n de actividad. 37
9. Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo y quintil..........................38
10. Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo y ciclo de vida familiar. 39
11. Carga global de trabajo por sexo..............................................................................................40
12. Carga global de trabajo por sexo y tramo etario................................................................41
13. Pobreza de tiempo por carga global de trabajo y pobreza de tiempo por carga de
trabajo no remunerado......................................................................................................... 43
14. Densidad poblacional segu´n horas semanales de trabajo no remunerado. .......................44
15. Densidad poblacional segu´n horas semanales de carga global de trabajo. .......................44

4
16. Tasas de Participaci´on 1950-2020 ..........................................................................................46
17. Distribuci´on porcentual por tipo de hogar. ..........................................................................49
18. Distribuci´on porcentual de hogares por Tipo de Hogar para Jefes de Hogar ..................50
19. Distribuci´on porcentual de hogares por Tipo de Hogar para Jefas de Hogar. .................51
20. Distribuci´on porcentual de hogares por Ciclo de Vida Familiar para Jefas de Hogar.
51 21.
Inserci´on productiva ................................................................................................................52
22. Distribuci´on de hogares por tipo de actividad (total). ........................................................53
23. Distribuci´on de hogares por tipo de actividad (Jefes de hogar). .......................................53
24. Distribuci´on de hogares por tipo de actividad (Jefas de hogar). .......................................54
25. Pobreza oficial y “de mercado” por tipo de hogar (Jefes de hogar)..................................55
26. Pobreza oficial y “de mercado” por tipo de hogar (Jefas de hogar)..................................56

´Indice de cuadros
1. Distribuci´on General de los Ingresos de la Ocupaci´on Principal - s´olo mujeres. ..........31
2. Lo que ganan el 50 % o menos, el 70 % o menos, el 80 % o menos y el promedio. So´lo
mujeres.................................................................................................................................. 32
3. Distribucio´n General de los Ingresos de la Ocupacio´n Principal en Jornada Completa
- s´olo mujeres. ...........................................................................................................................32
4. Distribucio´n General de los Ingresos de la Ocupacio´n Principal en Jornada Completa
y Gran Empresa - s´olo mujeres. .............................................................................................32
5. Brecha salarial no explicada (CASEN 2017), M´etodo de Oaxaca-Blinder corregido
por sesgo de selecci´on (Heckman). .........................................................................................34

5
Resumen Ejecutivo
Esta investigaci´on explora en profundidad el trabajo de las mujeres. Entendiendo esta
labor como una actividad que va m´as all´a del trabajo remunerado y considera los
quehaceres del hogar y las labores de cuidado.

El 50,7 % de la Poblacio´n en Edad de Trabajar en Chile son mujeres, sin embargo, las
mujeres ocupadas solo alcanzan un 42,4 % del total de personas con un empleo remunerado
y un 42,7 % del total de la “Fuerza de Trabajo” (personas ocupadas y desocupadas).

En la inactividad predomina la presencia femenina. De acuerdo a datos de la Encuesta


Nacional de Empleo, un 65,3 % de las personas inactivas son mujeres.

Del total de personas dedicadas al servicio dom´estico, un 97,6 % son mujeres, lo que
se contrapone con la categor´ıa de empleador/a, donde solo alcanzan un 26,4 % de
representacio´n. Datos que muestran la “feminizaci´on” o “masculinizaci´on” de ciertos
tipos de empleo.

La rama de la Construcci´on, donde la presencia masculina alcanza un 92,1 % se


contrapone con la rama de actividades vinculadas al Trabajo en los Hogares (7,6 %).

Las ramas m´as feminizadas tales como: Actividades de hogares como empleadores (92,4
%), Actividades de Atenci´on de Salud (74,1 %) y Ensen˜anza (72,2 %) son tareas
vinculadas a labores dom´esticas y de cuidado, atenci´on, comunicaci´on y formaci´on
a otros. Las labores ma´s feminizadas, esta´n vinculadas al desarrollo de habilidades que las
mujeres construyen en su espacio privado, como cuidadoras y responsables principales de las
tareas dom´esticas.

Del total de personas que se encuentran inactivas por tener que realizar quehaceres en el
hogar, un 96,6 % son mujeres y so´lo un 3,4 % hombres. La tasa de participacio´n de las
mujeres en el empleo, es decir, las mujeres en la fuerza de trabajo respecto a las mujeres en
edad de trabajar, para el trimestre octubre-diciembre de 2019, lleg´o a un 52,7 %, siendo
una de las tasas m´as bajas de la regi´on.

Si las personas clasificadas como “inactivas por quehaceres del hogar” fuesen medidas como
ocupadas, la tasa de participaci´on femenina en el empleo subir´ıa de cerca de un 50 % a
un 68,8 %.

La inserci´on de las mujeres en el trabajo remunerado ha sido, estructuralmente endeble.


Al observar las cifras de los u´ltimos 10 an˜os, se puede observar que se han creado
1.079.208 empleos ocupados por mujeres. De ese total, el 60 % corresponde a un empleo que
tiene alta probabilidades de ser precario: un 30,3 % corresponde a asalariado externo y un
29,7 % a cuenta propia (siendo, la mayor´ıa, de baja calificaci´on y tiempo parcial).

Sobre el dinero que perciben las mujeres por concepto de la ocupaci´on principal, se
6
puede observar que: 3 de cada 4 mujeres con trabajo remunerado obtienen menos de $550.000 l
´ıquidos

7
al mes y tan solo un 9,1 % percibe mas de $1 mill´on. De acuerdo a los datos, el 50 % de las
trabajadoras obtiene $343.234 o menos.

Si la observaci´on se realiza sobre las jornadas completas, la mediana resulta ser


$400.000. Finalmente, considerando el escenario mas exigente, de jornada completa y en la gran
empresa, los datos indican que la mitad de esas trabajadoras obtiene $500.000 o menos y pra
´cticamente 7 de cada 10 menos de $750.000.

La brecha salarial entre hombres y mujeres es de 14 %. Esto quiere decir que, incluso,
controlando los efectos del sector econo´mico, ocio, categor´ıa ocupacional, regio´n y
taman˜o de empresa, las mujeres reciben un salario 14 % menor que el de los hombres, s´olo
por el hecho de ser mujer. La subvaloraci´on que hace el mercado del trabajo respecto a
las capacidades productivas de la mujer es au´n mayor que la brecha salarial, alcanzando
un 19,7 %.

En relacio´n a la distribucio´n de mujeres y hombres en el trabajo no remunerado, es decir,


todo el trabajo dom´estico y de cuidados realizado sin recibir un pago: En promedio, las
mujeres trabajan 41,25 horas en una semana tipo, de lunes a domingo, en comparaci
´on a las 19,17 horas utilizadas en trabajo no remunerado por los hombres.

Las mujeres ocupadas trabajan, en promedio, 41 horas a la semana en tareas de trabajo


no remunerado. Es decir, una jornada laboral m´as por semana, en comparaci´on a las
19,9 horas de los hombres. Las mujeres desocupadas e inactivas trabajan 49,8 y 43,6 horas,
respectivamente, en comparaci´on con las 24,4 y 17,8 horas que usan los hombres.
Esto comprueba una doble jornada femenina y una marcada divisio´n sexual del trabajo en
un a´rea productiva y reproductiva plenamente invisibilizada.

Las mujeres, en el ciclo de inicio de familia (con nin˜as y/o nin˜os entre 0 y 6 an˜os), dedican
en promedio 70 horas semanales al trabajo no remunerado. Una cifra elevada si la
comparamos, por ejemplo, con la m´axima jornada laboral legal de 45 horas, y con las 31
horas semanales promedio que realizan los hombres en los hogares que se encuentran en la
misma etapa del ciclo.

La alta carga de trabajo se manfiesta, incluso, en segmentos etarios avanzados. Particularmente,


llama la atencio´n la carga semanal de trabajo que presentan los/as adultos/as mayores en
el pa´ıs. Las mujeres mayores de 66 an˜os est´an trabajando 59 horas a la semana,
mientras que los hombres lo hacen en 52 horas.

En detalle, las mujeres mayores de 66 an˜os esta´n trabajando no remuneradamente 34,4


horas semanales y los hombres, del mismo tramo etario, 19,7 horas.

Las mujeres entre 46 y 65 an˜os dedican, en un d´ıa tipo, un promedio de 3,5 horas al
trabajo voluntario para otros hogares y un promedio de 3,3 horas despu´es de los 65

8
an˜os. Se trata

9
de una red invisible de cuidados, fundamental para el funcionamiento de la econom´ıa y que
opera en base a trabajo no pagado.

Las personas con pobreza de tiempo, se mantienen por debajo de esta´ndares m´ınimos de
uso de tiempo, que contemplan la realizaci´on de actividades b´asicas de autocuidado,
descanso y ocio. Las personas ocupadas mayores de 15 an˜os, presentan valores muy altos,
con un 53 % de mujeres con pobreza de tiempo y un 36 % de hombres en esta categor´ıa.

En relacio´n a la pobreza de tiempo para personas inactivas en el mercado laboral: se


observa que la pobreza de los hombres es pr´acticamente nula, sin embargo, las mujeres
“inactivas”, siguen presentando un alto nivel de pobreza en el que 20 % de ellas se
encuentra por debajo de los est´andares m´ınimos de uso de tiempo.

En Chile, la encuesta CASEN reporta 5.794.096 hogares. En cuanto a las jefaturas de dichos
hogares, el 42,4 % corresponde a mujeres. Cifra que sube a un 53,2 % si se analiza el
primer decil, dando cuenta de la mayor “vulnerabilidad” de los hogares con jefatura
femenina.

Un 43,9 % de los hogares corresponde a hogares nucleares biparentales (hogares compuestos


por una pareja con o sin hijos/as), tipo de hogar histo´ricamente asociado al modelo de
hombre proveedor y mujer “duen˜a de casa”. El 30 % del total de hogares a nivel nacional
corresponde a hogares biparentales con hijos, mientras que los hogares biparentales sin hijos
representan el 13,9 %. Esta es la estructura de hogar ma´s extendida, seguida en relevancia
por los hogares unipersonales, nucleares monoparentales y extensos biparentales con hijos.

A nivel nacional, el 15,4 % de los hogares se componen solo de una persona (hogares uni-
personales). Los hogares nucleares monoparentales, corresponden a un 14,8 % y los hogares
extensos biparentales con hijos llegan a un 14,9 % del total de hogares.

En los hogares con un jefe de hogar hombre, la estructura de hogar por excelencia corresponde
a la de un hogar nuclear biparenal con hijos/as, que corresponde a un 42,3 % de los hogares
con jefatura masculina. En los hogares con una mujer como jefa de hogar, este tipo de hogar
representa solo un 13,3 % del total.

La estructura de hogar por excelencia de las mujeres jefas de hogar es la de un hogar nuclear
monoparental, que llega a un 31,1 % del total de hogares con jefatura femenina. Se trata de
los hogares de las “madres solteras”. Menos de un 3 % de los hogares con jefatura masculina
corresponden a hogares nucleares monoparentales.

Pero adema´s, se observa una proporci´on relevante de hogares extensos monoparentales en


el caso de las mujeres: Un 12,9 % de los hogares con jefatura femenina corresponde a un hogar
monoparental extenso, conectado con otros nu´cleos. En los jefes hombres, este porcentaje
es de un 1,5 %.

10
En los hogares con jefatura masculina, un 77 % de los jefes de hogar se encuentran ocupados.
S´olo un 20,3 % de ellos se encuentra inactivo.

En los hogares con jefatura femenina, s´olo un 55,4 % de las jefas de hogar se
encuentran ocupadas. Un 41,4 % de las jefas de hogar est´an en inactividad, lo que
sen˜ala una alerta importante en relaci´on a la capacidad de estos hogares para generar
ingresos.

Los hogares con jefatura femenina: los hogares unipersonales y sin nu´cleo, alcanzan
una pobreza de mercado de 52,7 % y 46,1 %, respectivamente. Se trata de hogares compuestos,
mayoritariamente, por mujeres adultas mayores, raz´on por la cual, se disparan las
cifras al observar la pobreza sin el Pilar Solidario y sin el concepto de Alquiler Imputado.
En este sentido, resulta relevante considerar que sobre un 60 % de los hogares unipersonales,
compuestos por mujeres, superan los 61 an˜os de edad. En los hogares sin nu´cleo,
sobre un 58 % de las jefas de hogar superan los 61 an˜os.

Los hogares monoparentales de jefatura femenina, son los que exhiben los mayores grados
de pobreza de acuerdo a la metodolog´ıa oficial, superando con creces el promedio
nacional de 9 % para el hogar censal. En el caso de los hogares nucleares monoparentales de
jefatura femenina (mujeres jefas de un hogar con hijas y/o hijos), la pobreza oficial llega a
un 12,9 %. En los hogares extensos de este tipo, la medici´on alcanza un 12,3 %.

Al observar la pobreza de mercado, se da cuenta de la insuficiencia de los ingresos del trabajo


y pensiones contributivas,sobre todo en cierto tipo de hogares. Casi la mitad (44,7 %) de los
hogares nucleares monoparentales de jefatura femenina son pobres, al considerar su propia
capacidad de generar ingresos mediante el trabajo remunerado y las pensiones contributivas.
Para los hogares monoparentales de jefatura femenina que se encuentran extendidos (conviven
con uno o mas nucleos en el mismo hogar) esta cifra llega a un 43,1 %.

11
Presentaci´on
Esta investigaci´on busca entregar una radiograf´ıa amplia del trabajo de las mujeres. Para
lograr abarcar en su real magnitud esta tarea, un primer objetivo de la investigaci´on
consisti´o en el desarrollo de un marco histo´rico conceptual que permitiera comprender e
interpretar las principales tendencias observadas mediante el uso de datos. Por ello, en la primera
parte del documento se referencia brevemente la aproximacio´n histo´rica y conceptual que
sostiene el trabajo de ana´lisis de datos.

El presente estudio reu´ne, adema´s, diversas perspectivas para ahondar en la crucial importancia
que tiene el trabajo de las mujeres en el capitalismo actual y especialmente en el caso de Chile, que
ha presenciado en el periodo reciente una creciente incorporaci´on al mundo del trabajo
remunerado.

Parad´ojicamente, esta incorporaci´on no ha significado una mayor autonom´ıa econ´omica


para las mujeres, sino m´as bien un mayor grado de explotaci´on y una reducci´on en el
costo de la fuerza de trabajo de ciertas ramas, con un empeoramiento progresivo de las
condiciones laborales. Han sido las mujeres las que han dinamizado el empleo, sobre todo en
los u´ltimos 15 an˜os. Pero esta “empleabilidad” ha aumentado junto al crecimiento de
formas de empleo m´as flexibles, como la externalizaci´on y problem´aticas como la del
subempleo horario o profesional.

En la segunda parte de este documento, se exploran aspectos de la insercio´n laboral de las


mujeres, reuniendo un conjunto de indicadores a partir de los cuales se ha venido pesquisando el
compor- tamiento del mundo del trabajo durante casi una d´ecada. Se revisan los efectos de la
persistente brecha de ingresos entre hombres y mujeres, y tambi´en se entrega un panorama global
de la situacio´n salarial de las mujeres en el Chile actual.

Pero para poder abarcar el conjunto del trabajo de las mujeres, debemos traer a la mano esas
tareas invisibles que realizan al cargar sobre sus hombros la mayor parte del trabajo no remu-
nerado y de cuidados. Por ello, en la tercera secci´on del documento se exploran indicadores
que permitan visibilizar este trabajo oculto que ha sido vital para el desarrollo capitalista desde su
origen.

Finalmente, en la u´ltima secci´on del documento, se observa la estructura y composici´on


de los hogares, como un espacio relevante para la produccio´n y reproduccio´n de la divisio´n sexual
del trabajo.

Lejos de cerrar los temas tratados, esta investigaci´on busca ser un aporte en la visibilizaci
´on de esta apropiaci´on silenciosa del trabajo de las mujeres que se reproduce d´ıa a d´ıa. As´ı
12
como en la apertura de interrogantes para la elaboraci´on de alternativas emancipatorias, que
logren hacerse cargo de las contradicciones del capitalismo actual y sus determinantes.

13
1. Reflexiones iniciales
“De este modo, el diferencial de poder
entre mujeres y hombres en la sociedad
capitalista no pod´ıa atribuirse a la
irrelevancia del trabajo dom´estico
para la acumulaci´on capitalista —la
que ven´ıa desmentida por las reglas
estrictas que gobernaban las vidas de
las mujeres— ni a la supervivencia de
esquemas culturales atemporales. Por el
contrario, deb´ıa interpretarse como
el efecto de un sistema social de
produccio´n que no reconoce la
produccio´n y reproducci´on del
trabajo como una actividad socio-econ
´omica y como una fuente de
acumulaci´on del capital y, en cambio,
la mistifica como un recurso natural o
un servicio personal, al tiempo que saca
provecho de la condici´on no-
asalariada del trabajo involucrado”
Silvia Federici
El Calib´an y la Bruja, Traficantes
de Suen˜os, 2014, Madrid.
pp.11.

14
La separacio´n forzosa de la esfera productiva de la reproductiva ha sido un debate profundo que
ha impulsado el feminismo marxista y obrerista contempor´aneo, las relaciones sociales
capitalistas se complejizan cuando las observamos desde los lentes violeta y comprendemos que
dicha separaci´on no es casual, sino que est´a pensada para la exclusi´on de las mujeres de las
´areas monetarizadas y tambi´en para la creacio´n de jerarqu´ıas entre la propia clase
trabajadora, profundizando la divisio´n sexual del trabajo. Esta separacio´n, tambi´en exime de
responsabilidad a los capitalistas libra´ndolos de asumir los costos de su propia reproduccio´n y la
reproduccio´n de la mercanc´ıa ma´s valiosa para este sistema: la fuerza de trabajo de cada uno
de los y las trabajadoras. En ese sentido, la necesidad de releer a Marx -y a sus cr´ıticas- a la luz de
la crisis actual, es fundamental para construir una alternativa popular que permita reflexionar en
torno a los procesos de acumulacio´n y expoliacio´n de este sistema sobre los cuerpos de la clase
trabajadora. Poniendo ´enfasis principal en las dimensiones donde el capital se presenta como
ausente -por la no existencia de relaci´on salarial-, aunque en realidad se manifiesta de formas
ma´s crudas y violentas construyendo lo´gicas de dominacio´n y control transversal en el desarrollo
de los ciclos vitales. Visibilizar y apuntar al modelo de acumulaci´on como el culpable de las
explotaciones que cruzan los cuerpos, es la primera tarea en la construccio´n de una alternativa
anti sist´emica.

1.1. El modelo de acumulacio´n no conoce fronteras


A partir de la lectura del materialismo histo´rico, Karl Marx va a plantear la “acumulacio´n
originaria o primitiva”, como el proceso fundacional que permiti´o la existencia del modelo de
acumulaci´on capitalista y las relaciones sociales de producci´on. Marx -y otros autores
marxistas- ubican este periodo entre los siglos XV y XVIII, y comprende algunos hitos como el
cercamiento de las tierras comunales, la expropiacio´n de tierras pu´blicas y clericales; la
colonizacio´n de Am´erica, el comercio de esclavos principalmente del continente africano y el
exterminio y esclavizacio´n de pueblos ind´ıgenas en Am´erica (Federici 2010 y Mies 2019). Estos
procesos de control, disciplinamiento y expoliacio´n, construyeron los cimientos para el modelo de
acumulaci´on que pervive hasta la actualidad.

Estos procesos fundantes del sistema estaban aparejados con la concentraci´on de los medios
de producci´on en las manos de capitalistas, la separaci´on obligada de pequen˜os
productores de sus medios de producci´on y la consecuente transformaci´on del campesinado
en clase proletaria. En este escenario de transformaci´on lo central era la conversi´on del
plusvalor en capital, la base de la acumulaci´on se basa en la explotaci´on de la fuerza de
trabajo (Marx C, 2007). Se producen relevantes diferenciaciones al interior de la clase
trabajadora, compuesta inicialmente por mujeres, nin˜os y ancianos, mientras los segmentos
tradicionales del artesanado se establecen como grupo privilegiado al interior de esta emergente
clase. Como advierte Wallerstein (2010), la migraci´on y la divisi´on mundial del trabajo
15
contribuir´a a una creciente diversificaci´on interna con importantes consecuencias pol´ıticas,
conforme avanzan los siglos.

16
Todo lo que relata Marx fue, en gran parte, gracias a la intervencio´n del Estado en lo que llamara´
el “Golpe de Estado Burgu´es”. En ese periodo que se extiende hasta el siglo XX se aprueban
diferentes leyes que incluyen el cercado de tierras comunales, y a partir de ´estas, la creaci´on de
la propiedad privada; leyes contra el vagabundaje y el ocio; y leyes de salarios m´ınimos, todo esto en un
escenario criminalizante de las asociaciones obreras y las huelgas.

Todos estos procesos que Marx observaba hace siglos, se han ido reactualizando en la bu
´squeda de nuevos nichos de acumulaci´on, principalmente introduciendo relaciones
mercantiles donde no estaban presentes e intensific´andolas donde ya exist´ıan. David Harvey
va a plantear que, en el modelo de acumulaci´on actual, las estructuras “originarias” se han
re editado para encontrar diversas dimensiones mercantilizables que colaboren a la acumulaci
´on sempiterna del capital. La acumulaci´on, por tanto, comienza a tomar lugar a trav´es de
procesos de depredaci´on, violencia, y privatizaci´on de bienes pu´blicos y derechos b´asicos.
En este proceso resulta central tanto la esfera de la producci´on como la esfera de la
circulaci´on, que impondr´a una necesidad de expan- sio´n constante del capital, pero tambi´en,
la promocio´n de una forma de vida y una forma de consumo.

Harvey (2003) plantea que en el periodo actual del capitalismo las crisis perio´dicas de acumulacio
´n del sistema se han tenido que resolver cambiando los t´erminos de las propias relaciones del
capital y el trabajo, acelerando los propios procesos de depredaci´on de la vida que tiene el
capitalismo; Harvey llama a este proceso de depredaci´on “acumulaci´on por desposesi´on”. Segu
´n el mencionado autor, todos estos procesos conforman un nuevo “cercamiento de los comunes”, en
ese sentido, esta mercantilizaci´on se construye con la complicidad del Estado y en la necesidad
de “solucionar” la crisis del propio capital.

Distintas autoras van a complementar la visio´n de Harvey y Marx, basa´ndose principalmente en


los escritos de Rosa Luxemburgo respecto a los procesos de colonizacio´n en Am´erica y A´ frica (Mies
2019, Federici y Fortunati 1987; Hartsock 2006, 2011; Federici 2010; LeBaron y Roberts 2010;
Ezquerra 2012). Mar´ıa Mies, en su obra m´as importante “Patriarcado y acumulaci´on a
escala mundial” reeditado en el 2019, considera que el permanente crecimiento y acumulaci
´on del capital, se ha posibilitado por la mercantilizacio´n de la produccio´n humana y no
humana. Mies (2019) considera que las mujeres, la naturaleza y los pa´ıses empobrecidos de las
periferias globales, se han convertido en la base de explotacio´n invisible que sostiene este modelo de
acumulacio´n. En ese sentido, coincide con lo planteado por Harvey y Luxemburgo, expresando que
la acumulacio´n originaria no es so´lo un momento de la historia, sino que los “nuevos cercados” son
condicio´n necesaria para la reproduccio´n constante del modelo capitalista.

La estrategia de dividir la econom´ıa en sectores “visibles” e “invisibles” no es nueva en absoluto. Ha

17
sido el m´etodo del proceso de acumulacio´n capitalista desde sus or´ıgenes. Las partes invisibles
fueron excluidas por definici´on de la econom´ıa “real”. Pero estaban en la base de la econom´ıa
“visible” y productiva. Las exclusiones son las dimensiones que habilitan la acumulaci´on del
capital, como el
trabajo dom´estico de las mujeres y la explotacio´n –humana y no humana- de los continentes de
las periferias globales como A´ frica, Asia y Am´erica Latina (Mies, 2019:17). Desde esta
perspectiva se
comprende la relevancia de mirar no s´olo el estado-naci´on, sino tambi´en la divisi´on mundial
de la clase trabajadora. Esto pues las trabajadoras se insertan en cadenas productivas de mayor
alcance, integrando unidades econ´omicas diversas y en algunos casos contradictorias.

La acumulaci´on originaria es un proceso que se reinaugura en cada fase del desarrollo


capitalista, siendo las estrategias del capital variadas segu´n la crisis a la que se enfrenta. Como
ha planteado Arrighi (2014), la sucesi´on del ciclo Dinero-Mercanc´ıa-Dinero, tambi´en se ha
manifestado como Mercanc´ıa-Dinero-Mercanc´ıa, dando cuenta de fases de producci´on y
especulaci´on en el desenvol- vimiento del capitalismo. En el periodo actual observamos que los
nuevos nichos de acumulaci´on del capital se han extendido a espacios no mercantilizados, como
los derechos sociales y el trabajo dom´estico, todo esto en un escenario de ataque al trabajo
remunerado, explotacio´n a las personas y la tierra de las periferias globales. Esta acumulacio´n
originaria actualizada –al igual que la primera- necesita de un Estado que ajuste los l´ımites de la
explotacio´n, privatizando derechos sociales, conte- niendo la acci´on sindical y precarizando el
trabajo tanto en su esfera privada como pu´blica. E´ stos suponen el retorno “a nivel mundial de
una serie de fen´omenos que usualmente ven´ıan asociados a la g´enesis del capitalismo”, como
una nueva ronda de cercamientos (Mies, 2019) y “racionaliza- ci´on de la reproducci´on social
orientada a destruir los u´ltimos vestigios de la propiedad comunal y de relaciones comunales,
imponiendo de este modo formas ma´s intensas de explotacio´n” (Mies, 2019).

1.2. La feminizaci´on del trabajo no remunerado


Durante el u´ltimo periodo varias autoras han profundizado, desde una perspectiva feminista,
las crisis del capital y c´omo estas tienen efectos diferenciados para las mujeres y los
hombres. Las mujeres, vinculadas histo´ricamente a las labores de cuidado, se debieron incorporar
como fuerza de trabajo a espacios remunerados, esencialmente porque el ingreso familiar -
principalmente aportado por los varones proveedores- comenzo´ a ser insuficiente al final de este
siglo, obligando a los hogares a tener dos proveedores, en el caso de los hogares compuesto por
familias heterosexuales las mujeres debieron salir al mundo del trabajo remunerado para
complementar el ingreso masculino (Federici, 2018; Ezquerra, 2012).

Respecto al per´ıodo actual del capitalismo, Nancy Hartsock (2006;2011) considera que la
18
forma que tiene el modelo de subsistir a su crisis actual es despojando a las personas de su
capacidad de reproducir su propia existencia, protegiendo y garantizando la concentracio´n de
ganancias en pocas

19
manos. La autora considera que estos procesos de acumulacio´n por desposesio´n, no son neutros
de g´enero, y de hecho, la manifestaci´on de la crisis para hombres y mujeres es diferenciada.
Hartsock (2011) va a considerar que este periodo -a diferencia del analizado por Federici (2010) en
la fase de la caza de brujas- fomenta la inclusio´n de las mujeres al trabajo remunerado. La
autora, considera que en este momento las mujeres no s´olo se han incorporado masivamente al
trabajo remunerado, sino que sirven como modelo para crear un patr´on de clase trabajadora
“feminizada”, siendo esta construcci´on de clase trabajadora la que necesita el capitalismo
globalizado contempor´aneo y su acumulacio´n flexible. Por tanto, mientras las mujeres son
arrastradas al mundo del trabajo asalariado, los varones se han visto forzados a encajar en las
condiciones que previamente s´olo hab´ıan sido impuesta a las mujeres como las jornadas
parciales, empleo flexible y endeble.

El aumento de fuerza de trabajo femenina no ha impactado en la inserci´on laboral decente de


las mujeres trabajadoras, de hecho, s´olo se ha intensificado su jornada global, adem´as de
mantener a las mujeres como fuerza de trabajo precarizada. Siguiendo este argumento, Cristina
Morini (2013) establece que el periodo actual del capitalismo no s´olo mantiene precarizadas a
las mujeres, sino que ha ampliado estas condiciones a todos los seres humanos. Las
condiciones de explotaci´on y sujeci´on a la que han sido sometidas hist´oricamente las
mujeres se han extendido en la esfera de la producci´on. “En otras palabras: all´ı donde, hist
´oricamente, la condici´on de las mujeres era la exclusi´on (de las formas de decisi´on pol
´ıtica, de lo que se consideraba la producci´on econ´omi- ca, de las figuras del trabajo
asalariado); all´ı donde, por lo tanto, las luchas de las mujeres han buscado (y frecuentemente han
obtenido) una inclusi´on —obviamente parcial, en muchos casos, discriminante e inestable—
percibida como revancha; all´ı donde, en definitiva, se ha tratado de entrar en un mundo del que
solo se formaba parte en sus m´argenes, hoy parece, al contrario, que la condici´on hist´orica
de las mujeres se ha vuelto la medida de la explotaci´on de todas las personas, el paradigma
general de la vida puesta a trabajar, incluidos los hombres” (Morini, 2013:17).

En esta misma l´ınea, Hartsock (2011) argumenta que el momento actual debe ser le´ıdo como un
proceso de acumulacio´n originaria en el cual uno de los elementos principales es la feminizacio´n
de la fuerza de trabajo, donde las condiciones son cada vez m´as precarias con escasos espacios
para la organizaci´on sindical. Segu´n la autora, la feminizaci´on de la fuerza de trabajo
establece nuevas posibilidades y problemas; por un lado, las mujeres se incorporan de manera
precaria al empleo en un contexto de capitalismo global, y por otro, esa incorporaci´on podr´ıa
aumentar su autonom´ıa y les permite librarse de algunas violencias vinculadas a la obtenci
´on de ingresos. En este sentido, este texto va a diferir de lo que plantea Hartsock respecto a la
conquista de la autonom´ıa de las mujeres, ya que como lo plantea Federici (2017) y Mies (2019) se
considera que este momento de acumulacio´n por desposesio´n no libera a las mujeres de
opresiones patriarcales, sino que las agudiza, estableciendo nuevas estructuras que profundizan la

20
acumulaci´on del capital dentro y fuera del hogar, extrayendo valor de dimensiones no
monetizadas.

21
El momento actual de la acumulaci´on recupera los roles de g´enero y los utiliza como
herramienta para la estrategia de expropiaci´on del capital. Los mecanismos de acumulaci´on por
desposesi´on re organizan a los hogares para poder garantizar la continuidad del ciclo del capital, en
un escenario donde las mujeres sostienen tanto dentro como fuera de los hogares la
reproducci´on de la vida. Estos mecanismos van a reforzar estructuras y obligaciones tradicionales
para las mujeres. La acumulaci´on por desposesi´on pone en el centro a las mujeres como sujetas
econ´omicas -por su rol como trabajadoras asalariadas- y como cuidadoras -por su rol como hijas,
madres, esposas-, esto se ha profundizado en un contexto de incorporacio´n masiva a las mujeres al
mundo del trabajo asalariado y tambi´en con la feminizaci´on de ´areas de la econom´ıa
vinculadas a los servicios o al cuidado de otros. La reorganizacio´n del capital esta´ enfocada en la
mayor extraccio´n de plusvalor de las mujeres al intensificar su carga global de trabajo,
resguardando que los hogares sigan reproduciendo mano de obra (Federici 2010; 2014;2018 y
Mies 2019).

El aumento total de la carga de trabajo de las mujeres como consecuencia de la crisis sist´emica y
la acentuacio´n de sus responsabilidades en el a´mbito privado y en el pu´blico, responde a una
estrategia donde el objetivo final es que los hogares absorban las crisis del capital y garanticen su
reproduccio´n. Por tanto, la acumulacio´n por desposesio´n, como modelo actualizado del
cercamiento de los comunes, necesita como soporte principal la explotacio´n de las mujeres en
diversas dimensiones y a los hogares sosteniendo la crisis contempor´anea.

1.3. Los hogares, la semiproletarizaci´on y el valor invisible


El capital se ha dispuesto acumular en cada fase y esfera de la vida de las personas. En este proceso
de acumulaci´on, las propias cadenas globales de mercanc´ıa engarzan a los hogares, en una
red de producci´on de valor y mercanc´ıas. Los hogares constituyen una unidad productiva
dentro del entramado de las cadenas productivas. Son las horas de trabajo de los hogares, que no
aparecen en los libros de contabilidad de las empresas capitalistas y tampoco en el recuento del
gobierno del Producto Interno Bruto (PIB), donde podemos pesquisar la centralidad que
cobran los hogares como espacio de producci´on y reproducci´on sempiterna.

Fernand Braudel (1979:16) sostiene que no podemos entender la econom´ıa a menos que investi-
guemos la vida material y la vida cotidiana de las personas y c´omo se vinculan entre ellas. Desde
las concepciones feministas de convertir lo “personal en pol´ıtico” hasta perspectivas te´oricas
que apuestan por abarcar las tareas diarias de la reproducci´on en una mirada econ´omica
(Bettio y Verashchagina 2008: 32-34) se recoge el desaf´ıo de poner en el centro del debate la vida
cotidiana de las personas, observando cr´ıticamente d´onde comienza a producirse el excedente
que luego ser´a apropiado por el capital.
22
En un nivel estructural, una cadena global de mercanc´ıa es el mecanismo que asegura la divisi
´on desigual de los excedentes, entre el centro, la semiperiferia y la periferia. Pero previo a esas ex-
tracciones desiguales y globales, existen expropiaciones vinculadas al trabajo no remunerado y al
trabajo precario. Un an´alisis acabado de las cadenas de mercanc´ıas obliga a develar la producci
´on de excedente y valor en espacios que tradicionalmente eran catalogados como ajenos a los
circuitos econo´micos, la apropiacio´n de excedente comienza con la invisibilizacio´n de la fuerza
de trabajo de las mujeres -como cuidadoras y madres- en la cadena de valor.

Para lograr visibilizar y valorizar el trabajo no pagado de las mujeres, es importante alejarnos de los
estereotipos que buscan simplificar las labores de las mujeres dentro y fuera del hogar, naturalizando
ese trabajo. Sumado a eso es relevante consignar que a pesar de que existen mujeres que han
ingresado al mundo del trabajo asalariado, aquello no implica la liberaci´on de otras obligaciones
relacionadas con las actividades tradicionalmente asociadas a lo femenino (Hansen y Philipson 1990:
139-40).

Se requiere un esfuerzo para poner en el centro “la dial´ectica del trabajo remunerado y no
re- munerado” comprendi´endolo como un ciclo conjunto y que esta separaci´on forzosa entre
esfera “productiva y reproductiva” responde al inter´es de excluir a las labores dom´esticas de la
esfera de la econom´ıa “real”. Si superamos esta divisi´on –entre lo productivo y reproductivo- se
hace au´n m´as evidente la imbricacio´n que tienen los hogares y la fuerza de trabajo de las mujeres
en el proceso de acumulacio´n del capital (Gim´enez, 1991). Siguiendo este argumento, no so´lo es
importante posicionar el trabajo dom´estico de las mujeres como menester para la reproducci´on
del sistema, tambi´en hay que evidenciar que el trabajo de las mujeres dentro de los hogares es una
actividad econo´mica, tiene valor y est´a vinculada al mercado (Federici, 2014; 2018).

En ese sentido, es importante relevar que gran parte del trabajo que hacen las mujeres en sus hogares
est´a dirigido al mercado (Dunaway, 2001). En diversos grados dependiendo de sus
posiciones de clase y razas, las mujeres en los pa´ıses del hemisferio sur se involucran en una
cartera compleja de las labores que est´an incrustadas en las cadenas de producci´on, incluyendo:
(a) Labores gratuitas de cuidados para sostener el hogar; (b) Reproducci´on biol´ogica y
crianza de nin˜os y nin˜as; (c) Trabajo agr´ıcola para consumo del hogar; (d) Trabajadoras
formales; (e) Trabajadoras Informales; (f) Produccio´n y/o venta de bienes o servicios en el sector no
formal; (g) Consumo de bienes y servicios, entre otras labores (Dunaway, 2001). Estas relaciones
permanentes entre mercado y hogares son la g´enesis de las cadenas de mercanc´ıas, y est´an
invisibilizadas porque el capital no quiere pagar por ese aporte.

Adema´s de la visibilizacio´n y valoracio´n del trabajo dom´estico, es vital sen˜alar que al momento
que

23
las mujeres ingresan el mundo del trabajo asalariado, lo hacen en condiciones precarias, en formatos
flexibles y espor´adicos. Los hombres son mejores candidatos para ser contratados en
ocupaciones formales, con mayor regulaci´on, consignando las mujeres a puestos de trabajo
informales y en condiciones m´as endebles (Barrientos, Kabeer y Hossain, 2004). En
comparaci´on a los hombres, las mujeres siguen siendo m´as propensas a experimentar trabajos
temporales, un salario m´as bajo, subcontratacio´n precaria, exceso de horas extraordinarias, la
negacio´n de beneficios leg´ıtimos, mayor desempleo y niveles extremos de riesgo para la salud
(CEPAL, 2020). Adem´as de las condiciones estructurales que entrega el mercado del trabajo
para las mujeres, los empleos a los que accede la poblaci´on femenina est´an relacionados a
tareas de cuidado o servicios a otros, estableciendo divisiones sexuales del trabajo horizontales,
vedando las oportunidades de las Mujeres a integrarse a espacios de trabajo masculinizados, que
eventualmente podr´ıan tener mejores remuneraciones y estabilidad (CEPAL 2020).

Las cadenas de mercanc´ıa, conservan y explotan las diferencias entre hombres y mujeres en
diversas dimensiones. El modelo se sostiene sobre la explotacio´n de las mujeres y la subvaloracio´n
econo´mica del trabajo de los hogares y el trabajo precario (Hopkins y Wallerstein 1987). La
observaci´on cr´ıtica de las cadenas de mercanc´ıa, obliga pesquisar los excedentes apropiados de
la fuerza de trabajo a trav´es de dos v´ıas ocultas: la reproduccio´n de la fuerza de trabajo y el
hogar como unidad de producci´on capitalista. En este sentido, se observa la extracci´on del
excedente de los hogares, principalmente del trabajo de las mujeres, a partir de mecanismos que
devalu´an las labores de las mujeres, tanto dentro como fuera del hogar; esto tiene como
consecuencia el aumento global de trabajo de las mujeres, pero cada vez m´as desvalorizado
(Federici, 2018).

En esta l´ınea, es importante reconocer que los hogares le otorgan un “valor an˜adido” a las
cadenas de mercanc´ıa y son el centro de labores tanto reproductivas como productivas, ambas
esenciales para la reproduccio´n del capital. La relacio´n de las mujeres entre los hogares y las
propias cadenas de producci´on son esenciales para leer las formas de explotaci´on a las que
est´an sometidas las mujeres, principalmente en su labor como cuidadoras. Es por esto que es un
error anal´ıtico separar la dimensio´n “reproductiva” de la “productiva” ya que esta´n engarzadas
en el mismo ciclo. Por ello, los hogares son una unidad de producci´on capitalista, como lo ser
´ıa una industria o una granja (Mies, 2019).

Hay un consenso entre organismos internacionales de desarrollo (UNCTAD, 1999), entre las fe-
ministas radicales (von Werlhof, 1984) y entre te´oricos del Sistema Mundo (Wallerstein,
1983) que la gran mayor´ıa de los trabajadores del mundo nunca han sido plenamente
proletarizados. De hecho, la opini´on m´as extendida se relaciona con que gran parte de la
reproducci´on de la clase trabajadora no est´a relacionada con los ingresos del trabajo (von
Werlhof 1984: 145). En esta l´ınea, Wallerstein (1983: 23, 36, 91) sostiene que los y las

24
trabajadoras son subpagados, y por

25
tanto, no logran reproducir su vida en la econom´ıa-mundo capitalista. La “parcialidad de trabajo
asalariado” es una caracter´ıstica hist´orica del sistema-mundo moderno (Wallerstein, 1983), y
“los hogares cuyos ingresos est´an basados completamente en la remuneraci´on a trav´es de
los salarios nunca han sido plenamente desarrollados” (Stauth, 1983: 289). Principalmente porque
la proletari- zaci´on completa es demasiado costosa para los capitalistas (Frobel, 1982) El capital
promueve la existencia de los hogares semiproletarios, haciendo posible que los salarios sean lo ma
´s bajo posible (Wallerstein, 1983: 91) y aumente la explotacio´n de los “productores que trabajan
sin salario” (von Werlhof, 1985: 15). En este sentido, podemos pesquisar que el salario so´lo ha
cubierto una parte del costo de la reproducci´on de la mano de obra. Los trabajadores y
trabajadoras se han visto obli- gados a depender de los ingresos y recursos que no los remunera el
salario (Smith y Wallerstein, 1992).

Por un lado, el capitalismo siempre ha necesitado “pequen˜os productores cuyo trabajo de energ
´ıa no est´a siendo “utilizado en su totalidad” y que est´en disponibles como mano de obra
barata” (von Werlhof, 1983: 338). Por otro lado, los trabajadores/as de salarios “son s´olo
marginalmente o parcialmente proletarizados como, a lo largo de su ciclo de vida, derivan la mayor
parte de los me- dios de subsistencia para sus familias de fuera de la econom´ıa de salarios” (Arrighi y
Saul, 1968: 149).

Al mismo tiempo que el capitalismo tiende hacia la proletarizaci´on, se estructura lo que se llama
el proceso de housewifization. Proceso en el cual los capitalistas oscurecen el valor econ
´omico de las contribuciones de los hogares a la acumulaci´on de capital, principalmente a
partir de la sobre explotaci´on del trabajo dom´estico no remunerado (von Werlhof, 1983: 356).
“Las diferentes condiciones de trabajo del trabajador asalariado libre y la ama de casa constituyen
los dos polos de un continuo de las condiciones capitalistas de las relaciones de trabajo y de produccio
´n” (von Werlhof 1984: 140). La relacio´n parasitaria entre el trabajo asalariado y la produccio´n
del trabajo de los ho- gares es “la base de todas las relaciones capitalistas de produccio´n”
(Bennholdt-Thomsen, 1984: 266).

En ese sentido, la semi proletarizacio´n de los hogares (Wallerstein y Smith, 1992; Wallerstein,
2010; Arrighi, 2014) y la reserva permanente de “Dark Value” (Clelland, 2014), van a ser la base para
mantener a bajo costo la reproduccio´n del capital, transfiriendo las responsabilidades a los propios
hogares, ya que a partir de una fuerza de trabajo parcialmente asalariada, deben “complementar”
sus ingresos para la reproducci´on a partir de trabajo no remunerado.

En s´ıntesis, la contribucio´n total del trabajo a una mercanc´ıa consiste en las horas de trabajo total
—costeados y no pagados— que son incorporadas en la producci´on y reproducci´on de la fuerza
de trabajo. Los trabajadores/as perif´ericos sobreviven en unidades dom´esticas que esta´n
suministrando valor en el sustrato inferior de la econom´ıa-mundo capitalista. El trabajo y los

26
recursos dom´esticos subsidian los salarios por debajo de los ingresos m´ınimos para la subsistencia, y el
capital es capaz de drenar el excedente escondido de las unidades dom´esticas porque la mayor´ıa
de los trabajadores/as

27
del mundo ganan solo una porci´on de su sustento desde el trabajo asalariado. De hecho,
estas unidades dom´esticas semiproletarizadas derivan una proporcion m´as grande de sus
recursos de las actividades no asalariadas y de esta forma inadvertidamente estimulan a los
capitalistas a pagar salarios por debajo del nivel de subsistencia (Clelland, 2014).

Desde esta perspectiva el trabajo asalariado es s´olo un tipo concreto de organizaci´on y control
de trabajo, entre tantos otros diversificados geogra´ficamente pero reunidos en virtud de la
acumulacio´n de capital y la divisio´n social del trabajo que los conecta. Estas se expresan en
cadenas globales de mercanc´ıas, que se estratifican mundialmente. No en todos los territorios
trabajadores y trabajadoras ingresan de forma amplia a posiciones de alto valor agregado en la econom
´ıa mundo. Pero lo que es m´as importante, no es la proletarizaci´on una tendencia secular del
capitalismo. Por el contrario, desde esta mirada han sido las organizaciones de trabajadores las
que han empujado la proletariza- cio´n y no el capital, al cual le conviene una estructura de hogar
semiproletarizada (Pa´ez y Sa´ez, 2018).

Si las mujeres siguen accediendo a empleos precarios y siguen siendo socialmente definidas como las
encargadas de los cuidados, la doble explotacio´n del trabajo continuara´. En ese sentido Mies
(2019) establece que esta acumulacio´n sobre los cuerpos de las mujeres es esencial para la
reproduccio´n del capital y para mantener este proceso de larga duracio´n de proletarizacio´n que
so´lo ha beneficiado a un porcentaje de la poblaci´on mundial. Su contra cara es la expansi
´on del empleo precario para hombres y mujeres, y la explotaci´on de la fuerza de trabajo
gratuita de las mujeres. Esto para exteriorizar el mantenimiento de la reproducci´on de los
hogares y que no afecte la ganancia de la reproducci´on capitalista (von Werlhof, 1985).

El trabajo no remunerado es el primer nivel de entrada a las cadenas de mercanc´ıa. Hist


´orica- mente, el capitalismo provoc´o la divisi´on de la econom´ıa en sectores visibles e
invisibles para capturar el valor oculto del trabajo dom´estico no remunerado (Mies 2019: 100-
110). S´olo ha sido considerado “Trabajo” lo valorado en el mercado, mientras el trabajo para
reproducir la vida es catalogado como “No Trabajo” Al mismo tiempo, la mano de obra
dentro del hogar se devalu´o con el mito que no genera ningu´n excedente que podr´ıa ser
apropiado (Wallerstein, 1983: 24). Se establece que ese “valor oscuro” o invisible es apropiado por
el capital, ya que a pesar de no tener precio de mercado, este valor s´ı es econo´mico y su cara´cter
no remunerado hace que sea muy rentable.

Clelland y Dunaway (2017) plantean que en el fondo de todas las cadenas de mercanc´ıa,
est´a la apropiaci´on desigual entre pa´ıses y entre hogares. Esta perspectiva considera que
las cadenas de producci´on tienen como lugar central al hogar donde se crea valor oculto a trav
´es del trabajo no remunerado y precario. Y lo situ´a en una amplia tendencia del
capitalismo para garantizar su reproducci´on mediante el trabajo invisible de los hogares

28
semiproletarios.

29
En efecto, t´erminos tales como “Housewifization” y “Dark Value” son u´tiles para entender c
´omo el trabajo no remunerado, el desempleo y el bajo costo de la explotaci´on de la vida en
todas sus dimensiones proporcionan un subsidio oculto a las cadenas de mercanc´ıas. Clelland (2014)
considera que la extracci´on de valor de los hogares semi proletarios de la periferia global y su
transferencia a los centros econ´omicos globales, deben ser caracterizados como “cadenas de valor
de extracci´on oscuro” tomando en consideracio´n que la expoliacio´n del capital es diferenciada no
so´lo segu´n g´enero, tambi´en segu´n raza y territorio.

1.4. ¿Por qu´e una perspectiva desde los hogares?


Los hogares son la base del modelo de acumulaci´on, y se configuran como unidades
productivas capitalistas ya que producen y reproducen mercanc´ıa para el capital. Los ingresos de
los hogares como unidades dom´esticas son variados y condicionan la estructura semiproletaria de los
hogares. En el marco de la Econom´ıa-mundo los ingresos de la unidad dom´estica son: 1] el salario,
2] la actividad de subsistencia, 3] la pequen˜a produccio´n mercantil, 4] la renta, y 5] los pagos de
transferencia. De estos ingresos, 1 y 4 est´an vinculados con la “econom´ıa formal”, 2 y 3 con la
“econom´ıa informal” y, 5 con el Estado: “En la pr´actica, pocas unidades dom´esticas
funcionan sin los cinco tipos de ingreso. Pero uno puede darse cuenta en forma inmediata que
las personas dentro de la unidad dom´estica que tienden a proporcionar el ingreso pueden
correlacionarse en categor´ıas por sexo o edad, es decir, muchas de estas tareas esta´n definidas
por edad y por g´enero. El trabajo asalariado fue considerado durante mucho tiempo tierra de
adultos desde los catorce o dieciocho an˜os hasta los sesenta y cinco. La producci´on de
subsistencia y de mercader´ıas menores fue en su mayor parte definida como el territorio de
las mujeres adultas y de los nin˜os y ancianos. La transferencia de ingresos por el Estado ha
estado circunscrita en su mayor parte al ingreso salarial, excepto por ciertas transferencias
relacionadas con la crianza de nin˜os” (Wallerstein, 2006: 54). As´ı, los hogares como unidades
productivas semiproletarizadas son el espacio donde conviven diferentes formas de producci´on y
reproducci´on, que se vuelve clave para garantizar la reproducci´on del capital.

Comenzar a observar los hogares como unidades de produccio´n nos permite entender el
entramado de relaciones que existen para que el modelo de acumulacio´n perdure. Los hogares
an˜aden valor a las cadenas de mercanc´ıa y el modelo capitalista maximiza sus beneficios a partir
de la externalizacio´n de costos de produccio´n a los hogares. Adema´s de transferir los costos de
reproduccio´n de la fuerza de trabajo a los hogares, los capitalistas exteriorizan los costos reales de la
produccio´n de mercanc´ıas a los hogares, las comunidades y al ecosistema. El modelo se busca
hacer cada vez ma´s competitivo, entonces mantiene bajo los costos laborales mediante
externalizaci´on de costos a los hogares de los mismos trabajadores/as y de forma paralela
maximiza sus ganancias. El trabajo precario y el trabajo no pagado dentro de los hogares son claves
para maximizar la acumulacio´n (Clelland, 2014).
30
En esta l´ınea, los hogares son cruciales para el capitalismo porque son los puntos extremos de las
cadenas de mercanc´ıa. Sin hogares, los servicios y bienes de consumo no tendr´ıan espacio para
comercializarse, por tanto, no producir´ıan ganancias. De manera desproporcionada, las
mujeres son quienes consumen m´as productos vinculados al mercado para sostener los
hogares, “en la econom´ıa-mundo moderno la organizacio´n y composicio´n de los hogares encarna
la construccio´n del consumo”(Gereffi y Korzeniewicz 1994: 12). El consumo tampoco es neutral al g
´enero y se estructura en torno a las desigualdades y refuerzan estas divisiones, as´ı como la
polarizacio´n entre pa´ıses ricos y pobres. Los hombres y las mujeres no consumen productos de
manera equitativa, y hay diferencias significativas en torno al consumo de las mujeres, segu´n
posiciones nacionales, raciales ´etnicas y de clase, por tanto, los hogares, y principalmente las
mujeres de esos hogares, son el principio y el fin de las cadenas de mercanc´ıa.

Apostar por una mirada a los hogares nos permite entender la estructura de un modelo de acu-
mulaci´on que busca apropiarse del excedente de los hogares, y principalmente, del trabajo de
las mujeres dentro y fuera de ellos. El modelo de acumulacio´n por desposesio´n necesita que las
mujeres refuercen la cantidad de horas de trabajo global, profundizando su presencia en el mercado
de trabajo remunerado y en los hogares. Este modelo necesita de una mano de obra garantizada y
gratuita que asegure la reproducci´on de los hogares y del sistema, trabajando de forma
gratuita o precaria y consumiendo bienes y servicios. Entender el empleo femenino es entender la
relaci´on estrecha entre los hogares y el modelo capitalista.

31
2. Las mujeres en el trabajo remunerado
El patriarcado coexiste con el capitalismo. Hist´oricamente se han imbricado y potenciado en
un contexto donde las mujeres han sido las “proletarias del proletariado”. Segu´n distintas te
´oricas, ambos sistemas no pueden ser explicados por separado y, de hecho, han sido falsamente
aislados (Eisenstein, 1979). Tanto capitalismo como patriarcado esta´n en una relacio´n de mutua
dependencia.

El patriarcado beneficia al capital por dos v´ıas principalmente. Por una parte, el capitalismo es
un sistema de puestos vacantes, que crea jerarqu´ıas entre trabajadores, pero no establece
qui´en debe ocupar cada puesto, siendo otros sistemas de jerarquizacio´n social los que lo
determinan. Esta jerarquizaci´on puede responder a distintos elementos, desde culturales hasta
capacidades f´ısicas.

“El patriarcado (en tanto que supremac´ıa masculina) provee de la ordenaci´on jer´arquica sexual
de la sociedad para el control pol´ıtico y, como sistema pol´ıtico, no puede ser reducido a su
estruc- tura econ´omica; mientras que el capitalismo como un sistema econ´omico de clases
movido por la bu´squeda del beneficio se nutre de la ordenacio´n patriarcal. Juntos, forman la
econom´ıa pol´ıtica de la sociedad, no simplemente uno u otro, sino una particular mezcla de los
dos.” (Eisenstein, 1979: 28).

Por otro lado, se acepta la idea de que el trabajo dom´estico es beneficioso para el capital,
pero es tambi´en beneficioso para los varones (como maridos, parejas o hijos), es decir, que
el trabajo dom´estico y de cuidados es el resultado de la coexistencia de ambos sistemas actuando
en conjunto. La divisio´n sexual del trabajo, es la expresio´n de la relacio´n entre patriarcado y
capital. El Trabajo dom´estico y de Cuidado -focalizado principalmente en el realizado al interior de
los hogares- cumple una funci´on social elemental para las econom´ıas capitalistas. el cuidado y
reproducci´on de la mer- canc´ıa ma´s valiosa para el capital, la fuerza de trabajo. El Capitalismo
y el Patriarcado comparten objetivos comunes y para ello se refuerzan mutuamente.

Autoras coinciden en que: “el status actual de las mujeres en el mercado de trabajo y la disposicio
´n actual de los empleos segregados por sexos es resultado de un largo proceso de interaccio´n
entre el patriarcado y el capitalismo” (Hartmann, 1976: 291). El conflicto entre el capital y el
patriarcado esta´ siempre de forma potencial, a pesar de que, histo´ricamente, tienda a cerrarse con
un refuerzo mutuo. As´ı, en el contexto de crisis actual, vuelve a abrirse, ya que “la familia y el
capital transnacional compiten por el trabajo de las mujeres” (Eisenstein, 1998: 135).

Por tanto, la conclusi´on fundamental es que son dos sistemas que no operan en el vac´ıo,
sino en conexio´n. Insisten las autoras en que son dos sistemas tremendamente flexibles y poderosos.
Cuando el capitalismo se encuentra con formas sociales preexistentes, como el patriarcado, no se
32
impone destruy´endolas, sino que se adapta a ellas modifica´ndolas. Al mismo tiempo, el patriarcado
se amolda a las nuevas condiciones que impone el otro sistema, y as´ı se potencian. Enfatizan que,
a menudo,

33
se sobreestima la fuerza del capitalismo y no se reconoce con todas sus implicaciones que “este
postulado de la mutua dependencia del patriarcado y capitalismo no so´lo asume la maleabilidad
del patriarcado a las necesidades del capital, sino que asume la maleabilidad del capital a las
necesidades del patriarcado” (Eisenstein, 1979: 27).

Sin explicar la g´enesis de la opresi´on de las mujeres, el capitalismo retoma y reorganiza ideas
de “hombre” y de “mujer” que son anteriores a ´el, siendo capaz de utilizar esa forma de
opresi´on (espec´ıficamente respecto del trabajo reproductivo) para su funcionamiento (Rubin,
1986). As´ı, el capitalismo no introduce u´nicamente un salto en la productividad del trabajo
mediante la es- pecializaci´on de las tareas laborales, sino tambi´en a trav´es de la degradaci
´on del trabajo y de la posici´on social de las mujeres (Federici, 2010), generando un
inmenso impulso a la acumulaci´on capitalista. Como explica Federici (2010: 176) “(...) la
diferencia de poder entre mujeres y hombres y el ocultamiento del trabajo no pagado de las
mujeres tras la pantalla de la inferioridad natural, ha permitido al capitalismo ampliar
inmensamente “la parte no pagada del d´ıa de trabajo”, y usar el salario (masculino) para
acumular trabajo femenino.”

Sin duda, el trabajo actual (tanto sus caracter´ısticas formales como la manera en que se trabaja)
no son hoy los mismos que al inicio de las relaciones laborales industriales. El desarrollo orga-
nizacional y tecnol´ogico, por una parte, y los cambios socioculturales por otro, han
influenciado la diversificaci´on y la pluralizaci´on de las formas de empleo. Estos procesos no
est´an exentos de consecuencias, efectivamente, ejercen profundas tensiones sobre la normativa e
institucionalidad laboral que sustentan lo que llam´aramos la “relaci´on laboral normal
masculina” (Todaro y Y´an˜ez, 2004). Al entrar las mujeres al mercado laboral, se enfrentan con
una estructura sobre todo orientada a las normatividades masculinas. En esta l´ınea comprendemos
que “el volumen y la calidad del trabajo familiar sigue condicionando a las mujeres en cuanto a su
ausencia o presencia en el mercado y a las modalidades de las mismas” (Balbo, 1978: 506).

Al observar la distribucio´n porcentual de la condicio´n de actividad econo´mica segu´n sexo, se


pesquisa que el 50,7 % de la poblaci´on en edad de trabajar es femenina. Este dato se
contrarresta cuando observamos la Tasa de composici´on de la ocupaci´on y de la fuerza de
trabajo, ya que las mujeres ocupadas so´lo alcanzan un 42,4 % del total de personas en tal
condicio´n y un 42,7 % del total de la Fuerza de Trabajo. La distribucio´n porcentual de la
inactividad muestra un fuerte predominio de las mujeres, que abarcan un 65,3 % de este grupo, con
un marcado predominio por sobre los hombres.

Estos datos muestran que las mujeres, a pesar de representar la mayor´ıa de la Poblacio´n en Edad
de Trabajar, tienen mayores ´ındices de inactividad y desocupacio´n. Esto se debe, como hemos
sen˜alado, a que las mujeres son designadas como las encargadas del cuidado de los hogares.

34
Gr´afico 1: Distribuci´on porcentual de la condici´on de actividad econ´omica, por sexo

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Empleo, periodo Octubre-Diciembre de 2019. Factores corregidos

nueva metodolog´ıa 2020.

Gr´afico 2: Distribuci´on porcentual segu´n categor´ıa de ocupaci´on (CISE) y sexo

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Empleo, periodo Octubre-Diciembre de 2019. Factores corregidos

nueva metodolog´ıa 2020.

Las estructuras capitalistas patriarcales han construido un ordenamiento sexual que ha devenido
en roles de g´enero, los cuales se basan en una estructura normativa y binaria que establece
las actividades para hombres y mujeres. En este ordenamiento, se ha construido una nocio´n
respecto a las habilidades vinculadas a lo femenino y las habilidades vinculadas a lo masculino.
Categor´ıas que se manifiestan y profundizan en el mundo del trabajo remunerado, de tal manera
que las categor´ıas
35
ocupacionales reflejan esta divisi´on sexual del trabajo. Del total de personas dedicadas al
servicio dom´estico, un 97,6 % corresponde a mujeres, lo que se contrapone con la categor´ıa
empleador(a), donde s´olo alcanzan el 26,4 % de representaci´on.

Hay una mayor proporci´on de hombres en la categor´ıa de asalariados privados 63,3 %.


Cifra que contrasta con una mayor proporcio´n de mujeres en el empleo en el sector pu´blico, donde
representan un 57,2 % del total de personas ocupadas en tal categor´ıa. Esto dice relacio´n con la
mayor presencia de las mujeres en tareas relacionadas con los servicios, especialmente en
actividades como atencio´n a pu´blico y tareas administrativas.

Gr´afico 3: Distribuci´on porcentual del empleo segu´n grupo de ocupaci´on (CIUO) y sexo

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Empleo, periodo Octubre-Diciembre de 2019. Factores corregidos nueva

metodolog´ıa 2020.

Los roles de g´enero y la divisio´n sexual del trabajo, tambi´en se manifiestan en los grupos de
ocupacio´n. Las tareas “masculinizadas” vinculadas a empleos que tradicionalmente son ocupados
por hombres y ”feminizadas”para el trabajo de las mujeres, condicionan el ingreso de ambos a los
puestos de trabajo. Es as´ı como observamos que el 94,9 % de las personas en la ocupaci´on de
“operadores e instalaciones” son hombres, en contraste con el 5,1 % al que llegan las mujeres. En
contraparte, se pesquisa que hay una mayor presencia femenina (57,5 %) en labores vinculadas a
servicios, ventas y comercio. En las categor´ıas binarias podemos encontrar que los varones est
´an relacionados a habilidades como: la fuerza, la racionalidad y el liderazgo y las mujeres a las
habilidades como: la comunicacio´n, la paciencia y el servicio (Fischer, Gainer, y Bristor, 1997;
Korczynski, 2002; Lynch, 2002; Foster, 2004; Pettinger, 2005). A partir de esta diferenciacio´n, de
caracter´ısticas aparentemente ”naturales”, se construyen empleos segregados y jerarquizados
sexualmente, diferenciando el “valor de la fuerza de trabajo”. Las tareas vinculadas a lo femenino

36
son las que tienen un menor status

37
social y m´as bajos salarios.

Las ocupaciones con mayor presencia masculina (operadores de instalaciones; artesanos y operario y
oficios; agricultores, agropecuarios y pesqueros; directores, gerentes y administradores; ocupaciones
elementales) responden a una estructura de segregacio´n ocupacional, donde las tareas masculinas
se relacionan a trabajo pesados, de oficios o gerenciales. Las mujeres, como se ha visto, tienen
mayor presencia en ocupaciones (apoyo administrativo; cient´ıficos e intelectuales; profesional de nivel
medio; trabajadores de servicios y vendedores de comercio) relacionadas a servicios y trabajo
emocional y de gestio´n. La segregacio´n ocupacional no es aleatoria, y responde a una estructura
que se construye desde los hogares. Las mujeres, a partir de habilidades asignadas histo´ricamente,
trabajan en a´reas donde podr´ıan tener una mayor “expertise” ya que han sido socializadas
tempranamente como cuidadoras, serviciales, pacientes y comunicativas. Los empleos que hay
disponibles para ellas, responden a esas habilidades (Bolton, 2005; Frenkel, 1999; Hampson y
Junor, 2005, 2010).

Gr´afico 4: Distribucio´n porcentual del empleo segu´n rama de actividad econo´mica


(CIIU) y sexo

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Empleo, periodo Octubre-Diciembre de 2019. Factores corregidos nueva

metodolog´ıa 2020.

Los datos presentados visibilizan la segmentacio´n del mercado del trabajo vinculada a la ocupacio
´n. La literatura especializada considera que esta segregaci´on puede ser horizontal y vertical. Por
una parte, la segregaci´on horizontal va a plantear que existe una distribuci´on no homog´enea
entre las diferentes ramas de actividad econo´micas, ocupaciones y oficios. Esto establece empleos y
actividades como femeninos y otros como masculinos.

Entre las ramas de actividad econo´mica tradicionalmente ma´s feminizadas en Chile y Latinoam

38
´erica, esta´ la Ensen˜anza, los Servicios Sociales y la Salud, as´ı como Hoteles y Restaurantes o el
Comercio;

39
ramas que corresponden en su mayor´ıa a los servicios. Las ramas de actividad econ´omica
m´as fuertemente masculinizadas son la construcci´on, la miner´ıa, el transporte y las
comunicaciones, agricultura y ganader´ıa, as´ı como industrias manufactureras. Los sectores
de la econom´ıa m´as feminizados como los servicios, suelen tener sueldos m´as bajos que otros
sectores masculinizados (Dur´an y Kremerman 2019).

Por otra parte, con la segregacio´n ocupacional vertical se presenta un acceso concentrado en
puestos de trabajo de baja o sin calificacio´n, o bien en empleos que no tienen futuro desde el punto
de vista del logro de ascensos o a cargos de direcci´on (Selam´e, 2004). Este tipo de segregaci´on
implica que los hombres se ubican en la parte “alta” de la escala profesional, los roles y
estereotipos de g´enero implican la desvalorizaci´on del trabajo de las mujeres al momento de
emplearse.

Como indican los datos, la situaci´on en Chile coincide con lo planteado como realidad global.
La rama de la Construccio´n, donde la presencia masculina alcanza 92,1 % se contrapone con la
rama de actividades vinculadas al Trabajo en los Hogares (7,6 %). Las ramas ma´s feminizadas,
como Activi- dades de hogares como empleadores (92,4 %), Actividades de Atencio´n Salud (74,1
%) y Ensen˜anza (72,2 %) son actividades vinculadas a labores dom´esticas y de cuidado, atenci
´on, comunicaci´on y formacio´n a otros. Las labores ma´s feminizadas, esta´ vinculadas al
desarrollo de habilidades que las mujeres construyen en su espacio privado, como cuidadoras y
responsables principales de las tareas dom´esticas. En ese sentido, vale la pena recalcar que el
trabajo remunerado, replica estructuras que se desarrollan dentro de los hogares en el espacio
pu´blico, por lo que el mundo del trabajo remunerado, se apropia de las habilidades
desarrolladas por las mujeres tempranamente en sus hogares y las pone a trabajar en empleos
relacionado a servicios a otros.

La apropiaci´on del excedente opera por doble v´ıa; ya que las mujeres han sido
socializadas para realizar labores de servicios, que son poco reconocidas y desvalorizadas por el
mercado. Como resultado, las ramas donde hay ma´s presencia femenina se caracterizan por la
presencia de empleos
”no calificados de baja remuneraci´on (Littler, 1982 ; Cockburn, 1983).

La estructura de roles de g´enero establece ciertas actividades como deseables. Las mujeres, histo
´rica- mente vinculadas a las labores dom´esticas y de cuidado en los hogares, son m´as propensas
a estar “inactivas” en el mundo del trabajo remunerado, por propiciar las labores al interior de los
hogares. A diferencia de los hombres, las mujeres transitan habitualmente de la ocupaci´on a la
inactividad, saliendo del mundo del trabajo remunerado por razones relacionadas con el trabajo
invisible que realizan en los hogares.

40
Del total de personas que se encuentran inactivas por tener que realizar Quehaceres en el Hogar,
un 96,6 % son mujeres y solo un 3,4 % hombres. La tasa de participaci´on de las mujeres en
el

41
Gr´afico 5: Distribuci´on porcentual de la inactividad segu´n raz´on de inactividad y sexo

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Empleo, periodo Octubre-Diciembre de 2019. Factores corregidos

nueva metodolog´ıa 2020.

empleo para el trimestre octubre -diciembre de 2019 lleg´o a 52,7 %, por debajo de los hombres
en lo que representa una de las tasas de participaci´on femenina m´as bajas de la regi´on. Una
manera de magnificar el impacto de esta categor´ıa consiste en simular ¿qu´e suceder´ıa s´ı las
inactivas por “quehaceres del hogar” fuesen medidas como ocupadas?. Si tal fuera el caso, la tasa de
participacio´n femenina subir´ıa a un 68,8 %. En el caso de los hombres, el impacto es marginal,
subiendo a un 74,3 %.

Un 59,4 % de las personas inactivas por desaliento son mujeres. Esto significa que las mujeres
son m´as proclives a no perseverar en la bu´squeda de trabajo remunerado, tras no encontrar
estos espacios. Adema´s, podemos encontrar que del total de personas inactivas por la razo´n “no
necesita” el 62,7 % son mujeres. Resulta va´lido preguntarse ¿co´mo consiguen ingresos las mujeres
que declaran no necesitar de un trabajo remunerado? ¿pueden lograr autonom´ıa econo´mica a pesar
de no trabajar remuneradamente? ¿se trata de una inactividad libremente escogida o de una
obligacio´n? Dentro de la construccio´n patriarcal de las sociedades, las mujeres han cumplido el rol
de cuidadoras. Cuando las mujeres han dejado desiertos sus hogares, por distintas razones, han sido
foco de cr´ıticas y cuestionamientos.

La inserci´on de las mujeres el trabajo remunerado ha sido estructuralmente endeble. Al


observar las cifras de los u´ltimos 10 an˜os se puede observar que se han creado 1.079.208
empleos ocupa- dos por mujeres. De ese total, el 60 % corresponde a empleo que tiene alta
probabilidades de ser precario: un 30,3 % corresponde a asalariado externo y un 29,7 % a cuenta
propia (siendo la mayor´ıa de baja calificacio´n y tiempo parcial). En este sentido es importante

42
recalcar, que a pesar de que las mujeres se han integrado al mundo del trabajo remunerado, lo
han hecho en condicio-

43
Gr´afico 6: Distribuci´on de los 1.079.208 nuevos empleos creados en los u´ltimos 10 an˜os

Fuente: Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Empleo. Factores corregidos nueva metodolog´ıa 2020.

nes de precariedad estructural. Estas condiciones no son aleatorias y responden a la persistencia


de las mujeres como encargadas de los cuidados, en ese sentido el mercado les concede -y ellas
tambi´en buscan- empleos que se acomoden a las distintas labores que deben cumplir tanto
den- tro como fuera del hogar. Se trata de empleos en condiciones de flexibilidad horaria y
externalizacio´n.

El impacto de formas endebles de insercio´n al mundo del trabajo remunerado ha tenido un


impacto relevante en mediatizar la obtenci´on de ingresos por parte de las mujeres, pero al
mismo tiempo ha significado un detrimento desde el punto de vista de la calidad del empleo
y, como se ver´a a continuaci´on, de la carga de trabajo no remunerado. En t´erminos de la
calidad de estos empleos, adquiere gran relevancia que casi un tercio (30,3 %) de la variaci´on
del empleo femenino en los u´ltimos 10 an˜os corresponda a formas externalizadas de contrataci
´on.

Como se ha visto en relacio´n a otros a´mbitos del empleo, la externalizacio´n tambi´en sigue
patrones diferenciados segu´n la divisi´on sexual del trabajo. Dos de las ramas que presentan
los mayores porcentajes de subcontrataci´on reflejan este contraste en su interior, Educaci´on y
Miner´ıa, con las experiencias de los trabajadores de seguridad, los mineros, las trabajadoras del
aseo y alimentacio´n.

2.1. Ingresos del trabajo y brecha salarial

44
Junto con enfrentar empleos de menor calidad y en condiciones de mayor flexibilidad horaria y
contractual, las mujeres tambi´en reciben menores salarios, incluso al comparar sus salarios
con

45
ocupaciones equivalentes (segu´n rama, actividad, taman˜o de empresa, experiencia, entre
otros factores) ocupadas por hombres.

Para reflejar estas diferencias, se han explorado los datos disponibles de la Encuesta Suplementaria
de Ingresos, que se aplica anualmente junto al cuestionario de la Encuesta Nacional de Empleo. Se
trata de una fuente de microdatos especialmente enfocada en el estudio de los ingresos del trabajo
remunerado.

Para evitar distorsiones asociadas al contraste de jornadas se trabaja con el salario por hora,
permitiendo comparar empleos en diversos rangos de jornada.

Cuadro 1: Distribuci´on General de los Ingresos de la Ocupaci´on Principal - s´olo mujeres.

Tramos de Ingresos N % Total % Acumulado


Menor o igual a $250.000 1.175.548 33,0 % 33,0 %
$250.001 - $350.000 696.600 19,5 % 52,5 %
$400.001 - $550.000 780.684 21,9 % 74,5 %
$550.001 - $750.000 328.926 9,2 % 83,7 %
$750.001 - $900.000 181.169 5,1 % 88,8 %
$900.001 - $1.000.000 76.600 2,1 % 90,9 %
$1.000.001 - $1.500.000 187.309 5,3 % 96,2 %
$1.500.001 o m´as 136.372 3,8 % 100,0 %
Total 3.563.208 100 % -

Al realizar un ana´lisis sobre el dinero que perciben las mujeres por concepto de la ocupacio´n
principal, se puede observar que pr´acticamente 3 de cada 4 mujeres con trabajo remunerado
obtienen menos de $550.000 l´ıquidos al mes. Tan so´lo un 9,1 % percibe ma´s de $1 millo´n. De
acuerdo a los datos, el 50 % de las trabajadoras obtiene $343.234 o menos.

46
Cuadro 2: Lo que ganan el 50 % o menos, el 70 % o menos, el 80 % o menos y el promedio. S
´olo mujeres.

Taman˜o P50 P70 P80 Promedio


Menos de 5 $250.000 $310.000 $360.000 $267.514
5 a 10 personas $320.000 $401.444 $500.000 $391.332
Entre 11 y 49 $351.263 $500.000 $630.000 $480.709
Entre 50 y 199 $400.000 $550.000 $702.526 $530.150
200 y m´as $404.455 $600.000 $800.000 $587.297

Segu´n taman˜o de empresa, el panorama no es m´as alentador ya que en el caso de la gran


empresa (donde trabajan 200 o m´as personas), la mitad de las trabajadoras obtiene $404.455 o
menos.

Cuadro 3: Distribuci´on General de los Ingresos de la Ocupaci´on Principal en


Jornada Completa - s´olo mujeres.

Tramo de ingresos N % Total % Acumulado


Menor o igual a $250.000 518.351 19,20 % 19,20 %
$250.001 - $430.000 979.694 36,20 % 55,40 %
$430.001 - $550.000 355.826 13,20 % 68,50 %
$550.001 - $750.000 303.782 11,20 % 79,80 %
$750.001 - $900.000 171.218 6,30 % 86,10 %
$900.001 - $1.000.000 71.840 2,70 % 88,80 %
$1.000.001 - $1.500.000 175.653 6,50 % 95,30 %
$1.500.001 o m´as 128.178 4,70 % 100 %
Total 2.704.542 100 % -

Si la observacio´n se realiza sobre las jornadas completas, la mediana resulta ser $400.000.
Finalmente, considerando el escenario ma´s exigente, de jornada completa y en la gran empresa, los
datos indican que la mitad de esas trabajadoras obtiene $500.000 o menos y pra´cticamente 7 de
cada 10 menos de
$750.000.

Cuadro 4: Distribuci´on General de los Ingresos de la Ocupaci´on Principal en


Jornada Completa y Gran Empresa - so´lo mujeres.

47
Tramo de ingresos N % Total % Acumulado
Menor o igual a $250.000 93.208 8,00 % 8,00 %
$250.001 - $430.000 381.718 32,70 % 40,70 %
$430.001 - $550.000 165.831 14,20 % 55,00 %
$550.001 - $750.000 169.209 14,50 % 69,50 %
$750.001 - $900.000 110.879 9,50 % 79,00 %
$900.001 - $1.000.000 41.257 3,50 % 82,50 %
$1.000.001 - $1.500.000 124.338 10,70 % 93,20 %
$1.500.001 o m´as 79.150 6,80 % 100 %
Total 1.165.590 100 % -

Ciertamente los distintos panoramas en los niveles de ingresos dan cuenta de un profundo atraso y
despojo salarial, tal como lo profundiza el estudio de Dura´n y Kremerman (2019b) ”Los
verdaderos sueldos de Chile”.

2.2. Brecha salarial no explicada - Estimaci´on Oaxaca-Blinder


y Heckman
La discriminacio´n a las mujeres en el espacio del trabajo remunerado tiene diversas
manifestaciones. Una de ellas dice relaci´on con la dificultad de acceso a los puestos de trabajo.
Pero incluso contro- lando los sesgos de seleccio´n para estar ocupadas, la divisio´n sexual del
trabajo hace que las mujeres tengan m´as dificultades para acceder a los puestos m´as deseables
del mundo del trabajo. Como se expuso en esta seccio´n, por ejemplo, el acceso a cargos directivos
o a la categor´ıa de empleador son espacios reservados para los hombres.

Debido a estos factores, al comparar de forma directa los promedios salariales de hombres y mujeres,
las diferencias podr´ıan ocasionarse en un acceso diferenciado a los mejores puestos de trabajo.
No obstante, como se expone a continuaci´on, incluso controlando todos estos factores, las
diferencias salariales persisten.

Para controlar estos efectos, se ha aplicado la metodolog´ıa de Oaxaca-Blinder, con correcci´on


de sesgo de selecci´on de Heckman, que permite controlar sesgos de acceso y comparar
puestos de trabajo equivalentes. Se define una ecuaci´on en la cual el salario se puede explicar
por: el sexo, los an˜os de escolaridad, la experiencia y diversos controles que incluyen la Rama de
actividad (CIIU), el Grupo Ocupacional u Oficio (CIUO), la Categor´ıa Ocupacional (CISE), el
Taman˜o de Empresa (TE) y la Regi´on.

48
Cuadro 5: Brecha salarial no explicada (CASEN 2017), M´etodo de Oaxaca-Blinder
corregido por sesgo de selecci´on (Heckman).

lnHW Coef. Std.Err. z P [95 % Conf. Interval]


group 1 7,687 0,011 698,530 0 7,666 7,709
group 2 7,547 0,004 1728,270 0 7,539 7,556
difference 0,140 0,012 11,830 0 0,117 0,163
explained -0,057 0,008 -7,200 0 -0,073 -0,042
unexplained 0,197 0,013 14,790 0 0,171 0,224
Fuente: Elaboracio´n propia en base a CASEN 2017.

Adema´s se consideran sesgos de selecci´on relacionados con la condicion de jefa de hogar,


presencia de nin˜as y/o nin˜os entre 0 y 3 an˜os, 4 y 6 an˜os, el nu´mero de personas en el hogar y el
nivel educacional.

El modelo utiliza salarios observados como ingresos por hora, de manera de poder comparar jornadas
diversas2.

La brecha salarial con controles entre hombres y mujeres es de 14 %. Esto quiere decir que incluso
controlando los efectos del sector econ´omico, oficio, categor´ıa ocupacional, regi´on y
taman˜ o de empresa, los hombres recib en un salario 14 % mayor que el de las mujeres s´olo por
el hecho de ser hombres.

En t´erminos generales, la diferencia salarial entre hombres y mujeres es explicada tanto por
la diferencia de factores productivos que poseen los miembros de cada grupo, as´ı como por la
valoracio´n que da el mercado a esos factores dependiendo de si se trata de hombres o
mujeres. En el caso chileno, no se observa una diferencia positiva en los factores productivos a favor
del g´enero masculino.

Por el contrario, si comparamos el nivel educativo entre grupos, que es el principal de dichos
factores, las mujeres trabajadoras tiene en promedio casi un an˜o ma´s de escolaridad que los
hombres trabajadores.

Si s´olo incidieran los factores observables deber´ıa producirse una brecha de 5 % en detrimento
de los hombres. Por lo tanto, la sobrevaloracio´n que hace el mercado del trabajo de los salarios
de los hombres respecto a los salarios de las mujeres es mayor que la brecha salarial, si
consideramos tanto factores observables como el efecto discriminaci´on, alcanzando un 19,7 %.

49
2
Para m´as antecedentes de la metodolog´ıa consultar Brega C., Dur´an G. y S´aez B. (2015) ”Mujeres trabajando: una
exploraci´on de la calidad del empleo en Chile”.

50
3. El valor invisible: el trabajo no remunerado de las
mujeres
El analizar co´mo esta´n distribuyendo su tiempo las personas tanto dentro de sus hogares como
fuera de ´estos, en interaccio´n con sus comunidades, y en el espacio pu´blico -en sus trabajos
remunerados, en establecimientos educacionales- es un acto profundamente pol´ıtico que
permite realizar un diagno´stico mucho ma´s completo de las desigualdades entre hombres y
mujeres respecto a la divisio´n sexual del trabajo y la desvalorizacio´n de las labores que se
encuentran relegadas principalmente en la esfera privada, dentro de los hogares.

Muchos discursos y pol´ıticas pu´blicas que se han promovido hist´oricamente han tenido el
objetivo primero que las mujeres se vayan incorporando en masa al mundo laboral remunerado.
Pero este tipo de pol´ıticas nos dan el mensaje que, a pesar de todo el trabajo hecho por mujeres
en la esfera privada que permite que todas las actividades del espacio pu´blico tomen lugar, este
trabajo no vale, no debe ser considerado y m´as au´n, debe ser sistem´aticamente reducido.
¿Realmente es as´ı? ¿Las mujeres trabajan menos en labores no remuneradas cuando entran al
mercado laboral? ¿Hay una redistribucio´n de labores dentro de los hogares? ¿Es la masiva entrada
al mercado laboral el camino emancipatorio de las mujeres? ¿Refleja la jornada laboral remunerada,
el total del tiempo de trabajo socialmente necesario para el crecimiento de la econom´ıa?

El observar el comportamiento del uso del tiempo de hombres y mujeres con microdatos de la
Encuesta Nacional Sobre Uso del Tiempo (ENUT) del an˜o 2015 permite tener una aproximaci
´on para encontrar ciertas respuestas a estas interrogantes3.

El trabajo no remunerado tiene relaci´on con todas aquellas labores que se est´an realizando en
la “esfera privada”, tanto para integrantes del hogar propio como para otros hogares, para la
comunidad y trabajos voluntarios. Son trabajos que van desde cocinar, lavar, planchar, el cuidado de
infantes, enfermas/os, hijas/os de vecinas para que puedan salir a trabajar, entre un sinf´ın de
actividades. Son trabajos que permiten sostener la vida al final del d´ıa, ya que sin ellos no existir´ıan
las condiciones para poder subsistir ni menos trabajar remuneradamente. Desde esta perspectiva se
pone en cuestio´n que la divisi´on de labores sea un fen´omeno de la esfera privada, pues
existe un uso colectivo del trabajo de las mujeres y la apropiacio´n de su trabajo no pagado cubre
tanto el sector privado como la propia administracio´n pu´blica. Los datos muestran una extensa
red “invisible” de cuidados. Una gran cantidad de horas de trabajo, dedicadas a tareas que como
hemos ido argumentando, se han naturalizado y se asumen como un servicio justificado para el
beneficio de los hombres, que son
3
Los siguientes gr´aficos se han construido para representar una semana tipo de lunes a domingo. Esto quiere decir
que se presentar´an las horas promedio utilizadas por hombres y mujeres para una labor espec´ıfica en una semana. Un elemento
relevante a considerar, en t´erminos metodol´ogicos, es que el instrumento utilizado en la encuesta para el registro de actividades
no permite observar el desarrollo de actividades simult´aneas y al no emplear un diario de actividades sobredimensiona la cantidad
de horas de trabajo en un d´ıa tipo. Se ha de tener presente tambi´en, que estos datos no tienen representatividad para el trabajo en
51
el mundo rural.

52
subvencionados con trabajo gratuito.

As´ı, al analizar la distribucio´n de mujeres y hombres en el trabajo no remunerado, es decir, todo


el trabajo dom´estico y de cuidados sin remuneraci´on, vemos que, en promedio, las mujeres
trabajan 41,25 horas en una semana tipo, de lunes a domingo, en comparacio´n a las 19,17 horas
utilizadas en trabajo no remunerado por los hombres.

Gr´afico 7: Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo.

Fuente:Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

Al realizar este an´alisis desagregando segu´n clasificaci´on de actividad econ´omica, se


observa que independiente de la clasificacio´n, es decir, independiente de si se esta´ “ocupada/o”,
“desocupada/o” o “inactiva/o” en el mercado laboral, las mujeres trabajan m´as que el doble
que los hombres en trabajo no remunerado en una semana tipo.

Las mujeres ocupadas trabajan en promedio 41 horas a la semana en tareas de trabajo no remunerado.
Es decir, pr´acticamente una jornada laboral m´as por semana, en comparaci´on a las 19,9 horas
de los hombres. Las mujeres desocupadas e inactivas trabajan 49,8 y 43,6 horas, respectivamente,
en comparaci´on con las 24,4 y 17,8 horas que usan los hombres. Esto comprueba una doble
jornada femenina y una marcada divisio´n sexual del traba jo en un a´rea productiva y reproductiva
plenamente invisibilizada.

53
Gr´afico 8: Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo y condici´on
de actividad.

Fuente:Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

Teniendo a la vista los datos, es posible argumentar que esta realidad no es homog´enea para
todas las mujeres del pa´ıs. En contraste, la distribucio´n del trabajo no remunerado a trav´es de
los quintiles entrega un panorama en el que los hombres esta´n siendo privilegiados y subsidiados
transversalmente en trabajos no remunerados, presentando pra´cticamente las mismas horas
semanales a trav´es de los diferentes quintiles. Este panorama cambia al observar la realidad de las
mujeres que, a pesar de que en todos los quintiles el trabajo no remunerado se mantiene bastante alto,
las horas semanales se van reduciendo consistentemente a medida que aumentan los ingresos. Esto
da cuenta de una realidad en la que las mujeres siguen resolviendo los trabajos no remunerados de la
esfera privada, pero dentro de las mismas hay una redistribucio´n en la que las con mayores
ingresos logran contratando a mujeres de bajos ingresos reflejando las determinantes de las
cadenas de cuidados entre c¸lases”.

En palabras de la economista feminista Amaia P´erez Orozco “En conjunto, se producen


flujos asim´etricos de cuidados de unos grupos sociales a otros (de mujeres a hombres, de clases
populares a clases medias-altas, de hogares migrantes a aut´octonos, de pa´ıses de la periferia a
los del centro, etc.) y el acceso a cuidados satisfactorios y libremente elegidos se convierte en un
eje de fuerte diferenciaci´on social” (P´erez Orozco, 2014).

54
Gr´afico 9: Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo y quintil.

Fuente:Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

Otro factor muy importante de analizar es la distribucio´n de las labores dom´esticas y de cuidado
no remuneradas dependiendo de los diversos ciclos de la vida familiar. Como se ver´a en la
siguiente seccio´n, los ciclos de vida familiar corresponden a etapas en los ciclos de reproduccio´n
y crianza de los hogares biparentales heterosexuales. Modelo ”tradicional”de composici´on de los
hogares, que resulta de gran importancia para dar cuenta de las labores de crianza y cuidados, as´ı
como el trabajo f´ısico que implica la reproducci´on.

Se construye as´ı una categorizacio´n de hogares biparentales que se encontrara´n en una etapa u
otra del ciclo de vida familiar, dependiendo de si hay o no hijas e hijos y de la edad de los mismos. Si
no hay hijos/as y la mujer tiene menos de 40 an˜os, se clasificara´n como pareja joven sin hijos, y
como pareja mayor sin hijos en caso que la edad de la mujer supere los 40 an˜os. Si hay hijas/os, se
esta´ en una fase de inicio con hijas/os menores de 6 an˜os, de expansio´n y crecimiento -con
hijos/as entre 6 y 12 an˜os, independiente si hay mayores a 12-, y de consolidacio´n y salida -u
´nicamente con hijas/os mayores a 12 an˜os-.

55
Gr´afico 10: Horas semanales promedio de trabajo no remunerado por sexo y ciclo de
vida familiar.

Fuente:Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

En el gr´afico se observan las horas semanales en promedio que trabajan las mujeres y los
hombres por ciclo de vida familiar4 . Al igual que en la gra´fica anterior, las mujeres en promedio
trabajan ma´s en labores no remuneradas que los hombres en todas las categor´ıas. Ahora, al observar
en detalle, aparece una cifra muy reveladora: las mujeres en el ciclo de inicio de familia dedican en
promedio 70 horas semanales al trabajo no remunerado. Una cifra elevada si la comparamos, por
ejemplo, con la ma´xima jornada laboral legal de 45 horas, y con las 31 horas semanales promedio
que realizan los hombres en los hogares que se encuentran en la misma etapa del ciclo.

La Carga Global de Trabajo es un indicador clave de analizar. Esta corresponde a la suma total de
las horas utilizadas en trabajos remunerados y no remunerados en una semana tipo. El indicador
esta´ construido para personas ocupadas mayores de 15 an˜os. Al comparar las horas de carga
global de trabajo presentada por mujeres y hombres, se tiene que en promedio las mujeres tienen
mayores cargas globales de trabajo que los hombres; en particular, las mujeres trabajan 73,8 horas
semanales, versus 60,5 horas semanales de los hombres. Si esto se analiza a nivel de tramo etario,
estado civil, quintiles, ciclo de vida familiar, en todas las categorizaciones, en todas las categor´ıas,
las mujeres presentan mayores niveles de carga global que los hombres.

4
Corresponde al promedio de las todas las mujeres y hombres que conforman esos hogar y tienen m´as de 12 an˜os, no s´olo de
las parejas en estudio.

56
Gr´afico 11: Carga global de trabajo por sexo.

Fuente: Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

Es muy relevante observar la desagregaci´on de las horas semanales de carga global de


trabajo por tramo etario. Como se puede observar, particularmente llama la atenci´on la
carga semanal de trabajo que presentan los/as adultos/as mayores en el pa´ıs. Las mujeres
mayores de 66 an˜os est´an trabajando 59 horas a la semana, mientras que los hombres lo
hacen en pr´acticamente 52 horas. Esto tiene mu´ltiples explicaciones: dos muy relevantes
son, en primera instancia, que las personas no pueden retirarse del mundo laboral, ya que las
pensiones de este sistema son muy bajas y no permiten una subsistencia m´ınima. En segundo
lugar, en particular las mujeres son parte de transferencias de tiempo de cuidados
intergeneracional, lo que se traduce en que mujeres adultas mayores prestan servicios de trabajos
no remunerados tanto a integrantes del hogar como a integrantes de otros hogares y
comunidad. En detalle, las mujeres mayores de 66 an˜os est´an trabajando no
remuneradamente 34,4 horas semanales y los hombres del mismo tramo etario 19,7 horas.

Las mujeres mayores entre 46 y 65 an˜os dedican en un d´ıa tipo un promedio de 3,5 horas al
trabajo voluntario para otros hogares, con una participacio´n del 20,6 %, y un promedio de 3,3
horas despu´es de los 65 an˜os, con una participaci´on del 15,4 %.

57
Gr´afico 12: Carga global de trabajo por sexo y tramo etario.

Fuente: Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

58
3.1. Pobreza de tiempo: la jornada invisible
Frente a este panorama de distribucio´n de tiempos de trabajo dentro del a´mbito privado y pu
´blico de hombres y mujeres, toma gran relevancia poder incorporar estos patrones en un ´ındice que
permita identificar pobreza de tiempo. El considerar este concepto contribuye a generar un ana´lisis
amplio y completo sobre las desigualdades entre diversos grupos de inter´es, y en particular, entre
hombres y mujeres.

Para esto, se plantea una primera aproximaci´on al concepto, incursionando en dos indicadores
de pobreza. El primero considera la distribuci´on de las horas semanales de trabajo remunerado y
no remunerado (carga global de trabajo). Este indicador es interesante porque permite caracterizar
un uso de tiempo tanto dentro como fuera del mercado laboral. Sin embargo, s´olo permite
observar a personas que se encuentran ocupadas en el mercado laboral, y que presentan -o no-
horas de trabajo no remunerado. Este punto impulsa la construccio´n de un segundo indicador que se
relaciona con las horas de trabajo no remunerado dedicadas en una semana tipo, y que est´a
pensado para personas que se encuentran inactivas en el mercado laboral; as´ı, se puede hacer un
ana´lisis tanto de personas que se encuentran ocupadas en un trabajo remunerado como de quienes se
encuentran inac- tivas, entendiendo que son dina´micas distintas de uso de tiempo y deben analizarse
de forma separada.

Para ambos indicadores se fija una l´ınea de pobreza de tiempo en 67,5 horas semanales, lo que
es equivalente a una jornada y media laboral remunerada. Es decir, si una persona trabaja
m´as de 67,5 horas -en carga global de trabajo para el primer indicador y en trabajo no
remunerado para el segundo- se considerar´a pobre de tiempo. La selecci´on de esta l´ınea
de pobreza se basa principalmente en consideraciones entregadas por uno de los trabajos m´as
importantes en pobreza de tiempo realizado por C. Vickery (1977) en el que establece horas m
´ınimas de uso de tiempo que debe tener una persona en diversas actividades para no caer en
pobreza de tiempo.

Se toman sus consideraciones y se ajustan a la realidad chilena. En particular, se dispone de 168


horas totales a la semana. De las mismas, se considera el dormir 8 horas diarias, usar en transporte
2 horas diarias, alimentarse 2 horas al d´ıa (considerando desayuno, almuerzo y once), cuidado
personal de 1 hora al d´ıa (considerando limpieza, vestirse, entre otros) y 9,5 horas semanales de ocio
necesario. Al restarle estas horas m´ınimas de uso de tiempo al total de horas disponibles, quedan
67,5 horas a disposici´on. Considerando estos est´andares m´ınimos, basados en estudios previos
y ajustados a la realidad chilena actual, si se trabaja ma´s de esas 67,5 horas disponibles,
equivalentes a una jornada y media laboral, se estar´ıa cayendo en pobreza de tiempo.

Al ver los resultados, se aprecia que la pobreza de tiempo medida para personas ocupadas mayores
de 15 an˜os presenta valores muy altos, con un 53 % de mujeres en pobreza de tiempo y un 36 %
59
de hombres en esta categor´ıa.

60
Gr´afico 13: Pobreza de tiempo por carga global de trabajo y pobreza de tiempo por
carga de trabajo no remunerado.

Fuente: Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

Inmediatamente, al observar los resultados del segundo indicador, que mide pobreza de tiempo para
personas inactivas en el mercado laboral, se observa que la pobreza de los hombres es pra
´cticamente nula, sin embargo, las mujeres “inactivas” siguen presentando un alto nivel de
pobreza en el que 20 % de ellas se encuentra por debajo de los est´andares m´ınimos de uso de
tiempo.

Finalmente, es interesante observar las distribuciones de estos tiempos, con el fin de tener una mirada
m´as completa de los grupos de inter´es. En ambos gr´aficos de densidad poblacional, la l
´ınea gris representa la l´ınea de la pobreza, es decir, 67,5 horas semanales. Como se puede observar,
en el caso del trabajo no remunerado existe una densidad poblacional considerablemente mayor en la
zona sobre la l´ınea de la pobreza de las mujeres que en la de los hombres, que es pra´cticamente
inexistente. Es decir, pra´cticamente ningu´n hombre se encuentra en pobreza de tiempo por
trabajo no remunerado. En los hombres, se trata de una distribuci´on sesgada hacia la izquierda.
Esto quiere decir que la mayor´ıa de la poblaci´on masculina se concentra en el lado izquierdo del
gr´afico, a diferencia de la distribucio´n femenina en la que se encuentra una distribucio´n ma´s
homog´enea de las horas semanales.

Al considerar las densidades poblacionales de carga global de trabajo, los datos arrojan resultados
concluyentes. M´as de la mitad de la poblacio´n de mujeres se situ´a por sobre la l´ınea de la

61
pobreza de tiempo. Por otra parte, a pesar de que el 36 % de los hombres est´en por debajo
de la l´ınea,

62
Gr´afico 14: Densidad poblacional segu´n horas semanales de trabajo no remunerado.

Fuente: Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

Gr´afico 15: Densidad poblacional segu´n horas semanales de carga global de trabajo.

Fuente: Elaboraci´on propia en base a microdatos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2015).

63
es importante notar que hay una alta densidad que se encuentra cercana al corte discrecional,
manteniendo el sesgo hacia la izquierda, vale decir, hacia el segmento con una menor cantidad de
horas.

El concepto de pobreza de tiempo permite obtener un diagno´stico claro sobre cua´nto tiempo se
esta´ dedicando a las tareas productivas y reproductivas en desmedro de tiempo que se deber´ıa
disponer para el cuidado personal, el ocio, y el desarrollo personal en sus ma´s diversas
dimensiones, como la participaci´on en la vida pu´blica, la pol´ıtica, las organizaciones pol´ıticas y
sociales. La metodolog´ıa aqu´ı presentada es una primera aproximaci´on que, por cierto, es
imperante seguir desarrollando, buscando diversos m´etodos que permitan dar cuenta de
aquellos elementos claves que permitan caracterizar e ir superando estas distribuciones tan
desiguales y desproporcionadas.

64
4. Los hogares y la divisio´n sexual del trabajo
Junto con observar la divisi´on sexual del trabajo entre las personas que se insertan al mundo
del trabajo remunerado, es posible incorporar adem´as una perspectiva sobre la divisi´on
sexual del trabajo al interior de los hogares. Los hogares constituyen un nu´cleo de reproduccio´n
de la vida no so´lo desde un punto de vista “material”, sino tambi´en en t´erminos culturales y
afectivos. Son parte integral de cadenas de mercanc´ıas, de cadenas de cuidados y se encuentran
fuertemente determinados en su composici´on por din´amicas hist´oricas del patriarcado.

Como se ha mencionado, la forma en que se construyen los hogares y la distribucio´n de las


labores remuneradas y no remuneradas en su interior han estado en una relaci´on estrecha
con la figura del hombre proveedor y la mujer dedicada a las tareas no remuneradas y de cuidado. Esto
ha ido cambiando con fuerza desde los 80, en que comienza un proceso significativo de ingreso de las
mujeres al trabajo remunerado. Esta tendencia se ha incrementado de forma relevante desde mediados
de la d´ecada del 2000. Entre el an˜o 2005 y el an˜o 2010 la participacio´n femenina paso´ de 37 % a
50,2 %, por- centaje que con leves disminuciones se ha mantenido relativamente estable durante los u
´ltimos 5 an˜os.

Gr´afico 16: Tasas de Participaci´on 1950-2020

100

Tasa de Participación Masculina Tasa de Participación Femenina


90

80
Tasas de participación(%)

70

60

50

40

30

20

1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010 2015 2020

Fuente: Hasta 1985 los datos provienen de las proyecciones de poblaci´on del Instituto Nacional de Estad´ısticas y de D´ıaz, J. Lu¨ders,
R. y Wagner, G., La Repu´blica en Cifras, 2010. EH Clio Lab-Iniciativa Cient´ıfica Milenio. Entre 1985 y 2009 los datos se obtuvieron
procesando la Encuesta Nacional de Empleo. Desde 2010 los datos corresponden a la Nueva Encuesta Nacional de Empleo. Datos hasta u
´ltimo trimestre de 2019, con calibraci´on Censo 2002 (OND 2019). Ver P´aez y S´aez (2018).

Como se menciono´ al revisar la insercio´n de las mujeres en el trabajo remunerado, los ritmos que ha
65
seguido este paso de la “inactividad” a la “actividad” y las caracter´ısticas de tales empleos se ha
producido en el marco de una divisi´on patriarcal de roles que no ha significado mayor autonom
´ıa econ´omica en t´erminos estructurales. Por el contrario, como muestran los datos sobre
el uso del tiempo de las mujeres, la insercio´n al trabajo remunerado no significa una reduccio´n
en la carga de cuidado y trabajo dom´estico.

A continuaci´on se presenta un an´alisis para el total de hogares a nivel nacional, de


acuerdo a la u´ltima versi´on disponible de la encuesta CASEN, correspondiente al an˜o
2017. En Chile la encuesta CASEN reporta 5.794.096 hogares. En cuanto a las jefaturas de dichos
hogares, el 42,4 % corresponde a mujeres. Cifra que sube a un 53,2 % si se analiza el primer decil,
dando cuenta de la mayor ”vulnerabilidad”de los hogares con jefatura femenina, aspecto explorado en
la presente seccio´n.

Para caracterizar la estructura de los hogares, se ha recurrido a la clasificacio´n habitual


desarrollada en el marco de trabajo estad´ıstico de las Naciones Unidas. Se trata de una clasificacio
´n que permite establecer comparaciones con investigaciones a nivel regional. No obstante, se ha
de considerar que la definicion de categor´ıas de los tipos de hogar y ciclos de vida familiar opera
sobre una tradicio´n que pone el ´enfasis sobre una configuraci´on tradicional del hogar.
Como mostrar´an los datos a continuacio´n, se trata de un tipo de hogar que no obstante es
mayoritario, ha cedido espacio a otras formas de estructurar los hogares. El impacto de los hogares
monoparentales de jefatura femenina resulta tremendamente significativo.

Para caracterizar los ciclos de vida familiar se recurre a la clasificacio´n utilizada por Irma
Arriagada (2002) para caracterizar los cambios en las familias latinoamericanas. En relaci´on a la
estructura de los hogares, se considera la clasificaci´on habitual en t´erminos de la constituci
´on de hogares nucleares o extensos; monoparentales, biparentales o sin nu´cleo (Ullmann,
Maldonado y Nieves, 2014; Arriagada I, 1997).

A continuaci´on se resumen las principales categor´ıas utilizadas en esta secci´on.

Tipos de hogar

Hogares sin nu´cleo.- Hogares en los que no se constituye un nu´cleo, es decir, no


hay relaciones de filiaci´on, ni de pareja.

Hogares unipersonales.- Hogares constituidos por una sola persona.

Hogares nucleares monoparentales.- Hogar que tiene un nu´cleo por filiaci´on.

Hogares extensos monoparentales.- Hogar con m´as de un nu´cleo, cuyo nu´cleo


principal se estructura por relaciones de filiaci´on.

66
Hogares nucleares biparentales con hijos.- Hogar nuclear en que existen relaciones de
filiaci´on y pareja.

Hogares nucleares biparentales sin hijos.- Hogar nuclear en que so´lo existe una
relacio´n de pareja, pero no de filiaci´on.

Hogares extensos biparentales con hijos.- Hogar con m´as de un nu´cleo y relaciones
de filiaci´on y pareja en el nu´cleo principal.

Hogares extensos biparentales sin hijos.- Hogar con ma´s de un nu´cleo y so´lo
relaciones de pareja en el nu´cleo principal.

Ciclos de Vida Familiar

Pareja joven sin hijas/os.- Hogares nucleares biparentales sin relaciones de afiliaci
´on, constituidos por una pareja en la cual la mujer tiene menos de 40 an˜os.

Fase de inicio de familia.- Hogares nucleares biparentales con hijas y/o hijos menores de 6
an˜os.

Fase de expansi´on y crecimiento.- Hogares nucleares biparentales con hijas y/o


hijos entre 7 y 12 an˜os.

Fase de consolidaci´on y salida.- Hogares nucleares biparentales con hijas y/o hijos
entre 7 y 12 an˜os.

Pareja mayor sin hijos.- Hogares nucleares biparentales sin hijas y/o hijos.

Como se puede observar, un 43,9 % de los hogares corresponde a hogares nucleares biparentales,
tipo de hogar histo´ricamente asociado al modelo de hombre proveedor y mujer “duen˜a de casa”.
El 30 % de los hogares, se estructura como hogares nucleares biparentales que tienen hijos, mientras el
13,9 % corresponde a hogares nucleares biparentales que no tienen hijos. Se trata de la estructura de
hogar ma´s extendida. Le siguen en relevancia los hogares unipersonales, nucleares monoparentales
y extensos biparentales con hijos.

El 15,4 % de los hogares a nivel nacional son hogares unipersonales, es decir, se componen solo de
una persona. Los hogares nucleares monoparentales, corresponden a un 14,8 % de os hogares a nivel
nacional. Los hogares extensos biparentales con hijos llegan a un 14,9 % del total de hogares a nivel
nacional. Esta estructura de hogares muestra diferencias significativas al comparar los hogares de
jefaturas masculinas y femeninas, dando cuenta de que estas configuraciones de hogar responden no so
´lo a una dina´mica econo´mica, sino tambi´en a dina´micas demogra´ficas, relaciones de poder y
otras determinantes.

67
Gr´afico 17: Distribuci´on porcentual por tipo de hogar.

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

En los hogares con un jefe de hogar hombre, la estructura de hogar por excelencia corresponde a la
de un hogar nuclear biparental con hijos/as, que corresponde a un 42,3 % de los hogares con jefatura
masculina. En los hogares con una mujer como jefa de hogar, este tipo de hogar representa so´lo
un 13,3 % del total. La tendencia se repite en los hogares biparentales sin hijos, que corresponden a
un 19,2 % de los hogares con jefatura masculina y a un 6,7 % de los hogares con jefatura
masculina.

La estructura de hogar por excelencia de las mujeres jefas de hogar es la de un hogar nuclear
monoparental, que llega a un 31,1 % del total de hogares con jefatura femenina. Menos de un 3 % de
los hogares con jefatura masculina corresponden a hogares nucleares monoparentales. Pero adema
´s, se observa una proporci´on relevante de hogares extensos monoparentales en el caso de las
mujeres. Un 12,9 % de los hogares con jefatura femenina corresponde a un hogar monoparental
extenso, conectado con otros nu´cleos. En los jefes hombres, este porcentaje es de un 1,5 %.

Este marcado contraste da cuenta de la marcada obligatoriedad de las labores de cuidado por parte
de las mujeres, en un sentido estructural. La jefatura femenina se da en un contexto ajeno a la
pareja en un contexto de monoparentalidad o en hogares unipersonales, lo que dificulta la insercio
´n productiva y las propias labores reproductivas.

Si concentramos la mirada en los hogares biparentales, que representan casi un 60 % del total de
hogares a nivel nacional, podemos dar cuenta de sus caracter´ısticas en relacio´n al “ciclo
reproductivo” de crianza. Como se observa en el gra´fico a continuacio´n, la mayor´ıa de los

68
hogares biparentales co-

69
Gr´afico 18: Distribuci´on porcentual de hogares por Tipo de Hogar para Jefes de Hogar

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

rresponde a hogares de parejas mayores sin hijos en el hogar, que llegan a un 42,7 % del total nacional.
Un 36,1 % de los hogares biparentales se encuentran en una fase de consolidacio´n y salida de los
hijos.

S´olo un 18,2 % de este tipo de hogares se encuentra en fase de inicio o expansi´on y


crecimiento de la familia. Cifra que se condice con los indicadores demogr´aficos que dan
cuenta de una baja significativa en la natalidad.

Mientras que ma´s de un 80 % de las jefaturas masculinas en hogares biparentales corresponde a


pare- jas mayores sin hijos o hijas en el hogar, un 48 % de los hogares de jefaturas femeninas se
encuentran en fase de consolidacio´n y salida. El 37,4 % de los hogares con jefaturas femeninas se
encuentran en fases de inicio de familia o de expansio´n y crecimiento. Las cifras dan cuenta de la
relevancia de las la- bores de cuidado y crianza de las mujeres, que sostienen los trabajos reproductivos,
constituyendo sus hogares para el cuidado y la crianza. Pero tambi´en, realizando estas tareas en los
hogares biparentales.

Los hogares monoparentales de jefaturas masculinas pr´acticamente no existen, dando cuenta


del sentido fuerte de una feminizaci´on estructural del cuidado.

70
Gr´afico 19: Distribuci´on porcentual de hogares por Tipo de Hogar para Jefas de Hogar.

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

Gr´afico 20: Distribuci´on porcentual de hogares por Ciclo de Vida Familiar para Jefas de
Hogar.

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

71
4.1. Los hogares y su inserci´on productiva
Las diferencias ya expuestas, en t´erminos de la insercio´n productiva de mujeres y hombres, se
reflejan tambi´en en la insercion de los hogares. En los hogares con jefatura masculina, un 77 % de
los jefes de hogar se encuentran ocupados. S´olo un 20,3 % de ellos se encuentra inactivo.

En los hogares con jefatura femenina, s´olo un 55,4 % de las jefas de hogar se encuentran
ocupadas. Un 41,4 % de las jefas de hogar se encuentra en la inactividad, lo que sen˜ala una alerta
importante en relaci´on a la capacidad de estos hogares para generar ingresos.

Gr´afico 21: Inserci´on productiva

(a) Jefatura masculina (b) Jefatura femenina


Fuente: Elaboraci´on propia en base a datos CASEN 2017.

Desde una mirada integrada de la inserci´on de los hogares, persiste una proporci´on
significativa de mujeres que vive en hogares en los cuales s´olo hay personas inactivas. A nivel
nacional, aproxi- madamente un 15,3 % de los hogares se componen s´olo de personas inactivas.
Un 30,1 % considera so´lo personas ocupadas y un 44,3 %, la proporcio´n mayoritaria, corresponde
a hogares con personas ocupadas e inactivas.

Una de cada cuatro jefas de hogar mujeres, se hacen cargo de un hogar en el cual so´lo hay
personas inactivas (19,6 %). En el caso de los hombres, un 12,1 % se encuentra en esta situacio´n.
Mientras un 47,9 % de los jefes de hogar hombres se encuentran en hogares compuestos por personas
ocupadas e inactivas, un 39,4 % de las mujeres jefas de hogar se encuentra en la misma situaci´on.

72
Gr´afico 22: Distribuci´on de hogares por tipo de actividad (total).

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

Gr´afico 23: Distribuci´on de hogares por tipo de actividad (Jefes de hogar).

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

Este tipo de factores, asociados a la estructura del hogar, junto a las peores condiciones en que se
insertan laboralmente las mujeres, lleva a que la pobreza afecte con mayor fuerza a ciertos tipos de
hogar.

73
Gr´afico 24: Distribuci´on de hogares por tipo de actividad (Jefas de hogar).

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

4.2. El efecto sobre la pobreza


La medici´on oficial de la pobreza, considera el total de ingresos del hogar se encuentra por
sobre una l´ınea de la pobreza definida como est´andar m´ınimo, que permita asegurar la
sobrevivencia de quienes componen el hogar. En la presente secci´on se examina el impacto de la
pobreza sobre los distintos tipos de hogar analizados. Adem´as de ello, se incorpora la visi´on de
pobreza de mercado, metodolog´ıa explorada para CASEN 2017 en (Dur´an y Kremerman,
2019a) “Identificaci´on de la pobreza monetaria usando los ingresos del trabajo y las pensiones
contributivas. El caso de Chile”.

Se trata de observar co´mo var´ıa la medicio´n de la pobreza oficial, si consideramos so´lo los
ingresos del trabajo y las pensiones contributivas, vale decir, sin considerar aspectos como el
alquiler imputado5 o las transferencias del Estado, mediante bonos o el pilar solidario. A nivel
nacional, al considerar la pobreza de mercado, el indicador pasa de un 8,6 % a un 29,4 %, lo que
da cuenta de la relevancia de las transferencias del Estado en la contenci´on de la pobreza y la
escasa capacidad de sustento material a partir de los salarios.

Este efecto tambi´en se puede apreciar a nivel de los hogares. El para´metro en este caso corresponde
5
”la metodolog´ıa oficial establece que una familia que es duen˜a de una vivienda (podr´ıa estar pagando el dividendo) u
ocupa una a t´ıtulo de cesi´on de parte de familiares, por trabajo, o en usufructo, se le imputa como ingreso del hogar el equivalente
al costo que tiene un arriendo en el sector o manzana donde habita. As´ı por ejemplo, en el caso de una persona sin trabajo, que tiene
65 an˜os, y que es duen˜o de su vivienda o sigue pag´andola v´ıa dividendos, tendr´a un ingreso equivalente a lo que se paga en
arriendo en el lugar donde vive. Esta persona puede ser que actualmente no tengan dinero ni siquiera para comer, pero en las
encuestas aparecer´a con un ingreso ’por alquiler imputado’ y si ese dinero es mayor al monto establecido para la l´ınea de pobreza
correspondiente a la composici´on del hogar, se clasificar´a como una persona ’no pobre’. M´as detalles en Dur´an y Kremerman
(2019a)
74
al 9 % de pobreza reportada para los hogares censales de acuerdo a los resultados de la encuesta
CASEN 2017. En relaci´on a los hombres jefes de hogar, el porcentaje de hogares pobres se
eleva significativamente. En los hogares en que se observa con mayor fuerza este contraste es en los
hogares nucleares biparentales sin hijos (generalmente asociados a parejas mayores), que pasan de
un 3,7 % al medir la pobreza oficial, a un 28,5 %, cuando se trata de la pobreza de mercado. Los
hogares extensos monoparentales y los hogares unipersonales tambi´en experimentan un alza
significativa, pasando de cifras en torno al 6 %, a cifras que superan el 28 % del total de hogares con
jefatura masculina.

Los hogares nucleares biparentales con hijos y/o hijas, son los hogares que mantienen el menor
porcentaje de pobreza de mercado entre los hogares con jefatura masculina. Se trata, como se ha
visto, de hogares que presentan una insercio´n ma´s so´lida en el mundo del trabajo remunerado,
si se compara con otros tipos de hogar.

Gr´afico 25: Pobreza oficial y “de mercado” por tipo de hogar (Jefes de hogar).

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

En el caso de los hogares con jefatura femenina, el mayor impacto se observa en los hogares
uniper- sonales y sin nu´cleo, que llegan a una pobreza de mercado de 52,7 % y 46,1 %
respectivamente. Se trata de hogares compuestos mayoritariamente por mujeres adultas mayores,
raz´on por la cual se disparan las cifras al observar la pobreza sin el Pilar Solidario y sin el concepto
de Alquiler Imputado. En este sentido, resulta relevante considerar que sobre un 60 % de los
hogares unipersonales est´an compuestos por mujeres superan los 61 an˜os de edad. En los
hogares sin nu´cleo, sobre un 58 % de
75
las jefas de hogar superan los 61 an˜os.

Gr´afico 26: Pobreza oficial y “de mercado” por tipo de hogar (Jefas de hogar).

Fuente: Elaboracio´n propia en base a microdatos Encuesta CASEN (2017).

Los hogares monoparentales de jefatura femenina son los que exhiben los mayores grados de pobreza
de acuerdo a la metodolog´ıa oficial, superando con creces el promedio nacional de 8,6 %. En el
caso de los hogares nucleares monoparentales de jefatura femenina, la pobreza oficial llega a un 12,9 %.
En los hogares extensos de este tipo, la medicio´n alcanza un 12,3 %. Al observar la pobreza de
mercado, se dispara el nivel de pobreza. Casi la mitad (44,7 %) de los hogares nucleares monoparentales
de jefatura femenina son pobres, al considerar su propia capacidad de generar ingresos mediante el
trabajo remunerado y las pensiones contributivas. Para los hogares monoparentales de jefatura
femenina que se encuentran extendidos (conviven con uno o m´as nu´cleos en el mismo hogar)
esta cifra llega a un 43,1 %.

En los hogares biparentales de jefatura femenina, los niveles de pobreza de mercado se aproximan a
los de los hogares de jefatura masculina, en torno a un 23 %-25 %.

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