7 Dones Espiritu Santo

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Espíritu Santo es, para muchos, el “gran

desconocido” de la vida
cristiana. No obstante, no es posible sin él la vida de fe,
ni la esperanza, ni la caridad. Es él quien actúa en los
corazones y quien transforma la vida de las personas.

Él es quien mueve a amar y quien impulsa los actos de


valor. Es el Espíritu el que da alas a la evangelización y
quien da inteligencia a los hombres para llegar a conocer
a Dios. No puede existir la vida cristiana sin que Él la
sostenga, ni siquiera la misma Iglesia.

Importante: No hay que confundir los dones del


Espíritu con los frutos que el Espíritu produce
en la vida de las personas. Los dones del Espíritu
son siete y son los “regalos” que el Espíritu da. Mientras
que los frutos, según ha enseñado siempre la Iglesia, son
las perfecciones que esos dones producen en las
personas.
LOS 7 DONES DEL ESPIRITU SANTO

EL DON DE LA SABIDURÍA
Es el don de entender lo que favorece y lo que perjudica al
proyecto de Dios. Él fortalece nuestra caridad y nos prepara para
una visión plena de Dios.
El mismo Jesús nos dijo: “Mas cuando os entreguen, no os
preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar
se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los
que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en
vosotros” (Mt 10, 19-20).
La verdadera sabiduría trae el gusto de Dios y su Palabra.
EL DON DEL ENTENDIMIENTO
Es el don divino que nos ilumina para aceptar las verdades reveladas
por Dios. Mediante este don, el Espíritu Santo nos permite escrutar
las profundidades de Dios, comunicando a nuestro corazón una
particular participación en el conocimiento divino, en los secretos del
mundo y en la intimidad del mismo Dios.
El Señor dijo: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy
Yahveh” (Jer 24,7).

EL DE CONSEJO
Es el don de saber discernir los caminos y las opciones, de
saber orientar y escuchar. Es la luz que el Espíritu nos da para
distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y falso.
Sobre Jesús reposó el Espíritu Santo, y le dio en plenitud ese don,
como había profetizado Isaías: “No juzgará por las apariencias, ni
sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y
sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra” (Is 11, 3-4).
EL DE CIENCIA
Es el don de la ciencia de Dios y no la ciencia del mundo. Por este don
el Espíritu Santo nos revela interiormente el pensamiento de Dios
sobre nosotros, pues “nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el
Espíritu de Dios” (1Co 2, 11).
EL DON DE PIEDAD
Es el don que el Espíritu Santo nos da para estar siempre abiertos a la
voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría.
Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el
hombre, a su vez, se siente también invitado a ser piadoso con todos.
En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios escribió: “En cuanto
a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la
ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar
ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que
nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: “¡Anatema es
Jesús!”; y nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino con el Espíritu
Santo” (1Co 12, 1-3).

EL DE FORTALEZA
Este es el don que nos vuelve valientes para enfrentar las
dificultades del día a día de la vida cristiana. Vuelve fuerte y heroica
la fe. Recordemos el valor de los mártires. Nos da perseverancia y
firmeza en las decisiones.
Los que tienen ese don no se amedrentan frente a las amenazas y
persecuciones, pues confían incondicionalmente en el Padre.
El Apocalipsis dice: “No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a
meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y
sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte
y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).

EL DON DEL TEMOR DE DIOS


Este don nos mantiene en el debido respeto frente a Dios y en la
sumisión a su voluntad, apartándonos de todo lo que le pueda
desagradar.
Por eso, Jesús siempre tuvo cuidado en hacer en todo la voluntad del
Padre, como Isaías había profetizado: “Reposará sobre él el espíritu
de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y
fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh” (Is 11,2).
Los frutos del Espíritu Santo y su significado
1. Caridad
Es el primer y principal fruto del Espíritu Santo. El amor, la
caridad, es la primera manifestación de nuestra unión con
Cristo. La caridad delicada y operativa con quienes conviven
o trabajan en nuestros mismos quehaceres es la primera
manifestación de la acción del Espíritu Santo en el alma.

2. Gozo
La alegría es consecuencia del amor, por eso al cristiano se le
distingue por su alegría, que permanece por encima del dolor
y del fracaso.

3. Paz
La paz, fruto del Espíritu Santo, es ausencia de agitación y el
descanso de la voluntad en la posesión estable del bien. Esta
paz supone la lucha constante contra las tendencias
desordenadas de las propias pasiones.

4. Paciencia
Las almas que se dejan guiar por el Paráclito producen el fruto
de la paciencia, que lleva a soportar con igualdad de ánimo,
sin quejas ni lamentos estériles, los sufrimientos físicos y
morales que toda vida lleva consigo.

5. Longanimidad
Este fruto del Espíritu Santo da al alma la certeza de que –si
pone los medios, si hay lucha ascética, si recomienza siempre-
se realizarán esos propósitos, a pesar de los obstáculos
objetivos que se pueden encontrar, a pesar de las flaquezas y
de los errores y pecados, si los hubiera.

6. Benignidad
Es esa predisposición del corazón que nos inclina a hacer el
bien a los demás. Este fruto se manifiesta en multitud de obras
de misericordia, corporales y espirituales, que los cristianos
realizan en el mundo entero sin acepción de personas.

7. Bondad
Es una disposición estable de la voluntad que nos inclina
querer toda clase de bienes para otros, sin distinción alguna:
amigos o enemigos, parientes o desconocidos, vecinos o
lejanos.
8. Mansedumbre
El alma que posee este fruto del Espíritu Santo no se
impacienta, ni alberga sentimientos de rencor ante las ofensas
o injurias que recibe de otras personas, aunque sienta –y a
veces muy vivamente por la mayor finura que adquiera en el
trato con Dios- las asperezas de los demás, los desaires, las
humillaciones.

9. Fidelidad
Una persona fiel es la que cumple sus deberes, aún los más
pequeños, y en quien los demás pueden depositar su
confianza. Nada hay comparable a un amigo fiel –dice la
Sagrada Escritura-; su precio es incalculable. Ser fieles es una
forma de vivir la justicia y la caridad.

10. Modestia
Una persona modesta es aquella que sabe comportarse de
modo equilibrado y justo en cada situación, y aprecia los
taletos que posee, sin exagerarlos ni empequeñecerlos, porque
sabe que son un regalo de Dios para ponerlos al servicio de los
demás. Este fruto del Espíritu Santo se refleja en el porte
exterior de la persona, en su modo de hablar y de vestir, de
tratar a la gente y de comportarse socialmente. La modestia es
atrayente porque refleja la sencillez y el orden exterior.

11 y 12. Continencia y Castidad


El padre Fernández Carbajal explica estos frutos relacionados
con la pureza del alma, en una misma frase: Como por
instinto, el alma está extremadamente vigilante para para
evitar lo que pueda dañar la pureza interior y exterior, tan
grata al Señor. Estos frutos, que embellecen la vida cristiana y
disponen al alma para entender lo que a Dios se refiere,
pueden recogerse aún en grandes tentaciones, si se quita la
ocasión y se lucha con decisión, sabiendo que nunca fallará la
gracia del Señor.

¿Cómo obtener los frutos del Espíritu Santo?


De acuerdo con el Papa Francisco, en los momentos de
debilidad y dificultad de nuestra vida, cuando estamos
cansados de hacer el bien, debemos invocar al Espíritu Santo
para pedirle su fuerza y su protección.

El Santo Padre aseguró que todos los cristianos debemos


invocar más al Espíritu Santo, con palabras sencillas y en los
diferentes momentos del día.

“Tú debes decir en los momentos de dificultad: ‘Espíritu


Santo, ven’. La palabra clave es esta: ‘ven’. Pero tienes que
decirlo tú con tu lenguaje, con tus palabras”.

“Ven, porque estoy en dificultad, ven porque estoy en la


oscuridad, en la penumbra; ven porque no sé qué hacer; ven
porque voy a caer. Ven. Ven. Es la palabra del Espíritu para
llamar al Espíritu Santo”.

Leer: Oración del Papa para invocar al Espíritu Santo en


momentos difíciles
POR lo general, todo el mundo quiere ser feliz. Pero estos últimos
días son “difíciles de manejar” (2 Tim. 3:1). Hay muchas cosas que
hacen infeliz a la gente, como las injusticias, la mala salud, el
desempleo o la muerte de seres queridos. Hasta los siervos de Dios
pueden desanimarse y poco a poco ir perdiendo el gozo. Si este es
nuestro caso, ¿cómo podemos recuperarlo?
Para responder esta pregunta, primero debemos entender qué es
realmente el gozo y cómo algunas personas lo han mantenido a
pesar de los problemas. Luego, veremos qué hacer para conservarlo
e incluso aumentarlo.
¿QUÉ ES EL GOZO?
Estar gozoso no es lo mismo que estar alegre. Pongamos un
ejemplo. Una persona que toma demasiado alcohol tal vez se ría
mucho. Pero, cuando se le pasa la borrachera, deja de reírse y
recuerda que todavía tiene muchos problemas. Su alegría era
temporal. No era gozo de verdad (Prov. 14:13).
El gozo es algo muy diferente. Es un sentimiento profundo de
felicidad o placer que se experimenta al poseer o esperar algo
bueno. Sentir gozo significa sentirnos felices sin importar que las
circunstancias sean buenas o malas (1 Tes. 1:6). De hecho, una
persona puede sentirse mal por algo y aun así sentir gozo. Por
ejemplo, los apóstoles recibieron azotes por hablar de Cristo, pero la
Biblia dice que “se fueron de delante del Sanedrín, regocijándose
porque se les había considerado dignos de sufrir deshonra a favor
del nombre de él” (Hech. 5:41). Claro, no sintieron gozo por los
azotes, sino por haber permanecido fieles a Dios.
Nadie nace con gozo ni lo cultiva de manera automática. ¿Por qué
no? Porque el gozo auténtico forma parte del fruto del espíritu santo
de Dios. Este espíritu nos ayuda a cultivar “la nueva personalidad”,
que incluye el gozo (Efes. 4:24; Gál. 5:22). Y, cuando tenemos gozo,
enfrentamos mejor las preocupaciones de la vida.

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