Sesión 1. El Miedo Ambiente - Hedores y Pestes
Sesión 1. El Miedo Ambiente - Hedores y Pestes
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“Escribir sobre la enfermedad, sobre todo si uno está gravemente enfermo, puede ser un suplicio. Escribir sobre la
enfermedad si uno, además de estar gravemente enfermo, es hipocondríaco, es un acto de masoquismo o de
desesperación. Pero también puede ser un acto liberador. Ejercer, durante unos minutos, la tiranía de la
enfermedad, como esas viejitas que uno encuentra en las salas de espera de los ambulatorios y que se dedican a
contar la parte clínica o médica o farmacológica de su vida, en vez de contar la parte política de su vida o la parte
sexual o la parte laboral, es una tentación, una tentación diabólica, pero una tentación al fin y al cabo. Viejitas que
uno diría están más allá del bien y del mal, y que tienen toda la cara de conocer a Nietzsche, y no sólo a Nietzsche
sino también a Kant y Hegel y Schelling, para no decir nada de Ortega y Gasset, de quien parecen, más que
hermanas, confidentes […] Pero no nos alejemos demasiado de la libertad: en realidad estaba pensando, más bien,
en una suerte de liberación. Escribir mal, hablar mal, disertar sobre fenómenos tectónicos en mitad de una cena de
reptiles, qué liberador que es y qué merecido me lo tengo, proponerme a la compasión ajena y luego insultar a
diestra y siniestra, escupir mientras hablo, desvanecerme indiscriminadamente, convertirme en la pesadilla de mis
amigos gratuitos, ordeñar una vaca y luego tirarle la leche por la cabeza, como dice Nicanor Parra en un verso
magnífico y también misterioso”. Roberto Bolaño, “Literatura + Enfermedad = Enfermedad”, en El gaucho
insufrible (2003).
DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE (fragmento) – enloquecida, a menudo volvía contra ella sus propias,
DANIEL DEFOE violentas manos. Se disparaban un pistoletazo, se
arrojaban por las ventanas, etc... En su demencia,
[…]Todo lo que ocurría en esos días, particularmente algunas madres daban muerte a sus propios hijos;
en las familias, era de un horror apenas creíble. La otras simplemente morían de dolor, en un gesto de
gente, en la violencia de su enfermedad, o torturada rebeldía, o de pánico otras, o de asombro, sin hallarse
por sus bubones -que eran en verdad intolerables-, en modo alguno infectadas. Y otras, espantadas, caían
perdía todo control de sí misma, y delirante, en la imbecilidad, en la confusión propia de los
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idiotas. Hubo quienes, desesperados, se volvieron sanaba; mientras que quienes, como la hija de aquella
locos, y otros cayeron en una melancólica demencia. dama, eran mortalmente afectados desde un primer
Para algunos, el dolor de los abscesos resultaba momento, a menudo seguían viviendo indiferentes y
particularmente violento e intolerable. Puede decirse tranquilos hasta muy poco antes de morir, y a veces
que los doctores y los cirujanos torturaron a muchas hasta el instante en que caían desplomados, como
de aquellas pobres criaturas, aun hasta la muerte. ocurre con frecuencia en los casos de apoplejía y
epilepsia. Algunos se sentían súbitamente muy
enfermos y corrían en busca de un banco, de un
abrigo, de cualquier sitio cómodo que fuese, o, de ser
posible, a sus propias casas. Y como ya he
mencionado, se sentaban, se desvanecían y morían.
Esta muerte era muy parecida a la muerte que
sobreviene durante el síncope: los enfermos morían en
un sueño. Muchos de los que sucumbían de esta
manera casi no tenían conciencia de hallarse
infectados, hasta que la gangrena se les extendía por
todo el cuerpo. Ni los doctores podían saber con
exactitud de qué se trataba, antes de descubrir el pecho
u otras partes del cuerpo y comprobar las manchas.
[…]Los médicos y, sobre todo los farmacéuticos y
Daniel Defoe en la picota para escarnio público. Grabado de
James Charles Armytage, basado en Eyre Crowe (1862)
los cirujanos, se vieron a menudo en aprietos para
distinguir a los enfermos de las personas sanas. Todos
Como a veces los tumores se endurecían, los coincidían en decir que realmente mucha gente
médicos aplicaban fuertes emplastos astringentes, o llevaba la peste en su sangre, que la peste se apoderaba
cataplasmas, para hacerlos estallar; y si no lo de su espíritu y que sólo eran, en suma, caparazones
lograban, entonces recurrían al bisturí y practicaban putrefactos que aún caminaban -con un aliento
unas terribles incisiones. En algunos casos, los infeccioso y un sudor emponzoñado-, conservando,
abscesos se habían endurecido, en parte por la sin embargo, cierta apariencia de salud e ignorantes de
violencia de la enfermedad y en parte porque habían su propio estado. Todos estaban de acuerdo respecto
sido brutalmente punzados, y se habían vuelto tan de los hechos, pero no sabían cómo explicarlos. Mi
duros, que ya no les entraba ningún instrumento ni era amigo el doctor Heath opinaba que a los enfermos
posible cauterizarlos: muchas personas murieron podía reconocérseles por el aliento. Pero añadía:
locas furiosas de dolor, y otras durante la operación. ¿quién se atreverá a tomarle el aliento a nadie para
Faltaba ayuda para retener a los enfermos en su lecho, informarse? Ya que, para saber, habría que aspirar la
o para velar por ellos, y ellos, según acabo de decir, se hediondez de la peste con suficiente fuerza para que
suicidaban. Algunos escapaban a la calle, tal vez ella penetrara en nuestro propio cerebro, a fin de
desnudos, corrían directamente al río -si no los detenía distinguir su olor.
un vigilante o algún otro funcionario- y se arrojaban He oído hablar de otra opinión, según la cual al
al agua, en el sitio que fuera. A menudo me partía el sujeto presuntamente enfermo podía hacérselo
alma oír los gemidos y los gritos de aquellos infelices respirar en un vaso; la condensación del aliento
torturados. Sin embargo, esa forma de la enfermedad permitiría distinguir al microscopio las criaturas vivas
era de buen augurio. Si los tumores llegaban a de las formas extrañas, monstruosas, horribles, tales
madurar, a romperse, a supurar, o, como decía el como dragones, serpientes o demonios espeluznantes.
cirujano, a reabsorberse, el enfermo generalmente Pero tengo mis dudas sobre la veracidad de este
medio, pues por aquella época carecíamos de
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microscopio para llevar a cabo la experiencia, al manos, arrojarla debajo del asiento y mandar al finés
menos por lo que recuerdo. Otro sabio opinaba que el a otro vagón.
aliento de la gente enferma podía envenenar y matar, “Qué gente más repugnante son los fineses y… los
de un solo golpe, a un ave, y no solamente a un griegos —pensaba—. Una gente inútil, odiosa, que no
pajarillo, sino a un gallo, a una gallina; y si éstos no vale para nada. No hacen más que ocupar sitio en la
caían muertos inmediatamente, tendrían la pepita, tierra. ¿Para qué sirven?”.
como suele decirse, y los huevos que pondrían
entonces las gallinas saldrían podridos. Pero son
opiniones que nunca he visto demostradas, ni por mis
demostraciones ni, que yo sepa, por las de ningún
otro. De manera que las doy como me las dieron,
subrayando, simplemente, que quizá tengan grandes
posibilidades. Otros propusieron que las personas
afectadas respiraran con fuerza sobre agua caliente, en
la que entonces se formaría una espuma anormal, o
sobre varios otros objetos, especialmente sustancias
gelatinosas, susceptibles de recibir y tolerar la
espuma. Pero encontré, en suma, que la naturaleza del
contagio era tal que resultaba imposible descubrir éste
y evitar su propagación por medios humanos.
Esas cavilaciones sobre los fineses y los griegos le
TIFUS – ANTÓN CHÉJOV causaron una especie de náusea que recorrió todo su
cuerpo. Con el fin de establecer comparaciones, trató
El joven teniente Klimov viajaba en el compartimento de pensar en los franceses y los italianos, pero la
de fumadores del expreso que cubría la ruta San evocación de esos pueblos solo le aportó imágenes de
Petersburgo-Moscú. Frente a él estaba sentado un organilleros, mujeres desnudas y oleografías
hombre maduro, con rostro afeitado de capitán de extranjeras como las que colgaban en casa de su tía,
navío, según todas las apariencias un finés o un sueco sobre la cómoda.
acomodado, que se pasó todo el trayecto chupando su En definitiva, el oficial no se sentía bien. No
pipa y hablando de un mismo tema: acababa de acomodar las piernas y los brazos en el
—¡De modo que es usted oficial! Mi hermano asiento, a pesar de que estaba a su entera disposición;
también lo es, pero de marina… Sí, oficial de marina tenía la boca seca y pastosa, y la cabeza llena de
y sirve en Kronstadt… ¿Por qué va usted a Moscú? pesada niebla; sus pensamientos parecían vagar no
—He sido destinado a esa ciudad. solo por su cabeza, sino también fuera de su cráneo,
—¡Ah! ¿Está casado? entre los asientos y las personas, envueltas en la
—No, vivo con una tía y una hermana. oscuridad de la noche. A través de la bruma de su
—Mi hermano también es oficial, oficial de cerebro, como a través de un sueño, oía el murmullo
marina, pero está casado, tiene mujer y tres hijos. ¡Ah! de las voces, el rumor de las ruedas, el golpeteo de las
El finés parecía sorprenderse de todo, sonreía de puertas. El sonido de los timbres, el silbato de los jefes
oreja a oreja con aire estúpido cada vez que dejaba de estación y las carreras de los pasajeros en los
escapar la exclamación “¡ah!” y no paraba de lanzar andenes eran más frecuentes de lo habitual. El tiempo
bocanadas de humo sobre su apestosa pipa. Klimov, pasaba deprisa, casi imperceptible, dándole la
que no se encontraba bien y apenas tenía fuerzas para impresión de que el tren se detenía a cada momento y
responder a sus preguntas, lo aborrecía con toda su que del exterior llegaban sin tregua voces metálicas:
alma. Soñaba con arrancarle la silbante pipa de las
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—¿Está preparado el correo? cómo masticaban las mandíbulas, pues una y otra cosa
—Sí. le repugnaban hasta el punto de darle náuseas.
Le parecía que el encargado de la calefacción Una hermosa dama hablaba en voz muy alta con un
entraba demasiado a menudo en el vagón para militar tocado de una gorra roja y al sonreír mostraba
examinar el termómetro, que el ruido de los trenes con unos magníficos dientes blancos; esa sonrisa, esos
los que se cruzaban y el estruendo de las ruedas en los dientes y la misma dama causaron en Klímov la
puentes no se apagaban nunca. El mido, los silbidos, misma repulsión que el jamón y las croquetas fritas.
el finés, el humo del tabaco, todo eso, mezclado con No podía entender cómo a ese militar de gorra roja no
las amenazas y guiños de visiones brumosas, cuya le angustiaba estar sentado al lado de esa mujer,
forma y carácter escapan a la comprensión de un mirando su rostro sonriente y rebosante de salud.
hombre sano, oprimían a Klímov como una pesadilla Una vez que bebió el agua, volvió a su vagón,
insoportable. Presa de un terrible abatimiento, donde el finés seguía fumando. Su pipa silbaba y
levantaba la pesada cabeza y contemplaba el farol, en borboteaba, como un chanclo agujereado en un día de
cuyos rayos giraban sombras y manchas nebulosas; lluvia.
quería pedir agua, pero su lengua seca apenas se —¡Ah! —se sorprendió— ¿Qué estación es esta?
movía y las fuerzas a duras penas le alcanzaban para —No lo sé —respondió Klímov, tumbándose y
responder a las preguntas del finés. Trataba de tapándose la boca para no respirar el humo acre del
encontrar una postura más cómoda y hundirse en el tabaco.
sueño, pero no lo conseguía; el finés se quedó —¿Y cuándo llegaremos a Tver?
traspuesto más de una vez; cuando se despertaba, —No lo sé. Perdone… no puedo contestarle. Estoy
encendía la pipa, le dirigía un “¡ah!” y de nuevo se enfermo, me he resfriado.
quedaba adormilado; entre tanto, el teniente no El finés golpeó el marco de la ventana con la pipa
conseguía acomodar las piernas en el asiento ni y empezó a hablar de su hermano el marino. Klímov,
desembarazarse de las amenazadoras imágenes que sin escucharle ya, pensaba con pesar en su cómoda y
asediaban sus ojos. mullida cama, en una garrafa de agua fría y en su
hermana Katia, que tanta maña se daba para arroparle,
tranquilizarle y darle de beber. Hasta llegó a sonreír
cuando pasó fugazmente por su imaginación el
recuerdo de su ordenanza Pável quitándole las gruesas
y recalentadas botas y dejando un vaso de agua sobre
la mesilla de noche. Tenía la impresión de que bastaría
con acostarse en su cama y beber un poco de agua para
que la pesadilla cediera su lugar a un sueño profundo
y reparador.
—¿Está listo el correo? —dijo a lo lejos una voz
sorda.
—¡Sí! —respondió una voz de bajo al pie mismo
de la ventanilla.
Era ya la segunda o tercera estación desde Spírovo.
En la estación de Spírovo se apeó para beber un El tiempo pasaba deprisa, como a saltos, y parecía
vaso de agua y en la cantina vio a varias personas que los timbrazos, los silbidos y las paradas no fueran
sentadas a la mesa, comiendo de manera apresurada. a tener fin. Presa de la desesperación, Klímov hundió
“¡Cómo pueden comer!”, pensaba, tratando de no el rostro en un rincón del asiento, se cogió la cabeza
respirar el aire que olía a carne asada, y de no ver con las manos y de nuevo empezó a pensar en su
hermana Katia y en su ordenanza Pável, pero esas dos
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imágenes se entreveraron con las visiones nebulosas, antes, no encontraba postura para las piernas y los
giraron y desaparecieron. Su febril aliento, devuelto brazos, la lengua se le pegaba al paladar y oía el
por el respaldo del asiento, le quemaba el rostro, borboteo de la pipa del finés… Junto a la cama,
mientras las piernas no encontraban acomodo y una empujando a Pável con su ancha espalda, se afanaba
corriente de aire, procedente de la ventana, soplaba un médico grueso de barba negra.
sobre su espalda; no obstante, por grandes que fueran
sus padecimientos, no tenía ganas de cambiar de
postura… Un agarrotamiento angustioso, como el de
las pesadillas, fue apoderándose poco a poco de él,
paralizando sus miembros.
Cuando se decidió a levantar la cabeza, en el vagón
ya había luz. Los pasajeros se ponían las pellizas y
echaban a andar. El tren se había detenido. Los mozos,
ataviados con delantales blancos y una placa en el
pecho, se arremolinaban entre los pasajeros, cogiendo
sus maletas. Klimov se puso el capote y salió
maquinalmente del vagón, detrás de los demás; le
parecía que no era él quien andaba, sino alguna otra
persona, un extraño, y tuvo la impresión de que con él —No es nada, no es nada, joven —farfullaba—.
salían del compartimento su fiebre, su sed y aquellas Todo va perfectamente, perfectamente… “Asé,
imágenes amenazadoras que no le habían dejado asé…”.
dormir en toda la noche. Recogió el equipaje como un El médico llamaba joven a Klímov, decía “asé” en
autómata y tomó un coche. El cochero le pidió un vez de “así” y “se” en lugar de “sí”.
rublo y veinticinco kopeks por llevarle a la calle —Se, se, se —comentaba— Asé, asé… Todo va
Póvarskaia, pero él no regateó y tomó asiento en el perfectamente, joven… ¡No hay que desanimarse!
trineo con aire sumiso, sin hacer la menor objeción. El discurso apresurado y deslavazado del médico,
Aún entendía la diferencia que había entre una cifra y su cara rolliza y aquel condescendiente “joven”
otra, pero el dinero ya no tenía ningún valor para él. irritaron a Klímov.
Una vez en casa salieron a recibirle su tía y su —¿Por qué me llama joven? —gimió—. ¿Qué
hermana Katia, una muchacha de dieciocho años. familiaridades son esas? ¡Váyase al diablo!
Cuando le dio la bienvenida, Katia tenía entre las Su propia voz le asustó. Era tan sorda, débil y
manos un cuaderno y un lápiz; ese detalle le recordó cantarina que no había manera de reconocerla.
que la joven estaba preparando el examen de maestra. —Todo va perfectamente, perfectamente —
Sin responder a sus preguntas y saludos, y con la única balbució el médico, sin ofenderse lo más mínimo—.
intención de atemperar el calor de la fiebre, Klímov se No debe enfadarse… Se, se, se…
paseó por todas las habitaciones y, cuando llegó a su En casa el tiempo pasaba a una velocidad tan
cama, se desplomó sobre la almohada. El finés, la sorprendente como en el vagón… En el dormitorio la
gorra roja, la dama de los dientes blancos, el olor a luz del día cedía su lugar a cada momento al
carne asada y las manchas centelleantes ocupaban su crepúsculo vespertino. Parecía como si el médico no
conciencia y le impedían saber dónde se encontraba y se apartara de la cabecera, pues continuamente se le
oír las voces inquietas que se alzaban a su alrededor. oía decir: “Se, se, se”. En la habitación se sucedía un
Al volver en sí, se vio en la cama, desvestido; a su desfile ininterrumpido de rostros. Estaban allí Pável,
lado distinguió a Pável y una jarra de agua, pero ese el finés, el capitán ayudante Yaroshévich, el sargento
descubrimiento no le proporcionó la menor sensación Maksimenko, la gorra roja, la dama de los dientes
de frescor, de blandura, de comodidad. Lo mismo que
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blancos, el médico. Todos hablaban, movían las Cuando Klimov recobró el sentido, en el
manos, fumaban, comían. Una vez, a plena luz del día, dormitorio no había nadie. El sol matinal atravesaba
Klímov llegó a ver al capellán de su regimiento, el las cortinas corridas de la ventana y un rayo
padre Aleksandr, con una estola y el libro de oraciones tembloroso, delgado y gracioso como un filo de
en la mano; estaba junto a la cama y murmuraba cuchillo, jugueteaba sobre la garrafa. Se oía un rumor
alguna cosa con una cara tan seria como Klímov no le de ruedas, indicio de que ya no había nieve en las
había visto nunca antes. El teniente recordó que el calles. El teniente contempló ese rayo, los muebles
padre Aleksandr llamaba amistosamente “polacos” a conocidos, la puerta, y lo primero que hizo fue echarse
todos los oficiales católicos y, deseando hacerle reír, a reír. Una risa dulce, feliz y cosquilleante sacudió su
gritó: pecho y su vientre. De todo su ser, de la cabeza a los
—¡Padre, el polaco Yaroshévich se ha marchado al pies, se apoderó una sensación de felicidad infinita y
campo! esa alegría de vivir que probablemente sintió el primer
hombre cuando fue creado y vio por primera vez el
mundo. Klimov tenía unas ganas enormes de moverse,
de ver gente, de hablar. Su cuerpo yacía inmóvil como
un tronco; solo sus manos se agitaban, aunque él
apenas se daba cuenta, pues toda su atención se
concentraba en naderías. Se regocijaba de su propia
respiración, de su risa, de la existencia de esa garrafa,
de ese techo, de ese rayo de sol, de la cinta de la
cortina. Aquel mundo de Dios, incluso en un lugar tan
exiguo como su dormitorio, le parecía espléndido,
diverso, grandioso. Cuando apareció el facultativo, al
teniente se le antojó cortés y simpático, y pensó que la
medicina era una gran cosa y, en general, que los
hombres eran buenos e interesantes.
Antón Chéjov retratado en 1898 por Óssip Braz
—Se, se, se… —dijo el médico—. Todo va
perfectamente, perfectamente… Ya estamos
Pero el padre Aleksandr, hombre jovial y bromista,
curados… Asé, asé.
en lugar de reírse, se puso aún más serio e hizo la señal
El teniente le escuchaba y reía con
de la cruz sobre Klímov. Durante la noche, una tras
despreocupación. Se acordó del finés, de la dama de
otra, entraban y salían en silencio dos sombras. Eran
los dientes blancos, del jamón, y sintió ganas de
su tía y su hermana. La sombra de la hermana se ponía
fumar, de comer.
de rodillas y rezaba; al inclinarse ante el icono, su
—Doctor —dijo—, mande que me traigan un
sombra gris se doblaba también sobre la pared: el
currusco de pan negro con sal y… unas sardinas.
resultado eran dos sombras implorando a Dios. El olor
El médico no le obedeció; tampoco Pável. El
de la carne asada y el de la pipa del finés no se borraba,
teniente no pudo soportarlo y se echó a llorar como un
pero en una ocasión Klimov percibió el acre aroma del
niño caprichoso.
incienso. Atormentado por la náusea, se removió en el
—¡Pequeñín! —dijo el médico riéndose— ¡Mamá!
lecho y empezó a gritar:
¡A dormir!
—¡El incienso! ¡Llevaos el incienso!
Klimov también rompió a reír y, una vez que el
No obtuvo respuesta. Solo se oyó el débil canto de
médico se fue, se quedó profundamente dormido. Se
unos sacerdotes en alguna parte y ruido de carreras en
despertó con el mismo regocijo y la misma sensación
la escalera.
de felicidad. Su tía estaba sentada a un lado de la
cama.
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—¡Ah, tía! —dijo con alegría— ¿Qué he tenido? Por algún daño oscuro
—Tifus. así me han afligido.
—¡Vaya! ¡Pues ahora me encuentro bien, muy
bien! ¿Dónde está Katia? Está dentro la noche
—Ha salido. Probablemente ha ido a algún sitio ligero y desvalido
para el examen. como una corta fábula
Al pronunciar esas palabras, la anciana hundió la su cuerpo de vencido.
cabeza en la media que estaba tejiendo; con los labios Parece tan distante
temblorosos, se dio la vuelta y de pronto estalló en como el que no ha venido,
sollozos. Presa de la desesperación y olvidando la el que me era cercano
prohibición del médico, exclamó: como aliento y vestido.
—¡Ah, Katia, Katia! ¡Nuestro ángel ya no está con
nosotros! ¡No está!
Se le cayó la media y se inclinó para recogerla; en
ese momento la cofia resbaló de su cabeza. Al ver su
cabello lleno de canas y sin entender nada, Klimov
sintió miedo de Katia y preguntó:
—¿Dónde está? ¡Tía!
La anciana, que ya se había olvidado de Klimov y
solo pensaba en su dolor, dijo:
—Le contagiaste el tifus y… murió. La enterramos
anteayer.
Esa terrible e inesperada novedad se apoderó por
entero de la conciencia de Klimov, pero por horrible
y violenta que fuera, no logró vencer la alegría animal
que anegaba al oficial convaleciente. Lloró, rio y no Apenas late el pecho
tardó en enfadarse porque no le daban de comer. tan fuerte de latido.
Solo al cabo de una semana, cuando, vestido con ¡Y cae si yo suelto
una bata y sostenido por Pável, contempló el cielo su cuello y su sentido!
encapotado de ese día de primavera y escuchó el ruido
desagradable de unos viejos raíles que alguien Me sobra el cuerpo vano
transportaba por la calle, sintió que el corazón se le de madre recibido;
encogía de dolor, se echó a llorar y apoyó la frente en y me sobra el aliento
el marco de la ventana… en vano retenido:
—¡Qué desdichado soy! —balbució—. ¡Dios mío, me sobran nombre y forma
qué desdichado! junto al desposeído.
Y la alegría cedió su lugar al tedio de la vida
cotidiana y a un sentimiento de pérdida irreparable. Afuera dura un día
de aire aborrecido.
ENFERMO – GABRIELA MISTRAL Juega como los ebrios
el aire que lo ha herido.
Vendrá del Dios alerta Juega a diamante y hielo
que cuenta lo fallido. con que cortó lo unido
Por diezmo no pagado, y oigo su voz cascada
rehén me fue cogido. de destino perdido...
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MUERTE NEGRA, 1348 – JORGE CADAVID total. El estado del apestado que muere sin destrucción
de materias, con todos los estigmas de un mal absoluto
Sea el arte poética y casi abstracto, es idéntico al del actor, penetrado
el dulce stil novo integralmente por sentimientos que no lo benefician ni
las ratas deambulando guardan relación con su condición verdadera. Todo
espléndidas por Florencia muestra en el aspecto físico del actor, como en el del
Pulgas navegan en góndola apestado, que la vida ha reaccionado hasta el
por una Venecia desolada paroxismo; y, sin embargo, nada ha ocurrido.
parecen las últimas de los Medicis Pero así como las imágenes de la peste, en relación
Las moscas caminan al lado de los fantasmas con un potente estado de desorganización física, son
como una sola familia. como las últimas andanadas de una fuerza espiritual
que se agota, las imágenes de la poesía en el teatro son
EL TEATRO Y LA PESTE (fragmento)– una fuerza espiritual que inicia su trayectoria en lo
ANTONIN ARTAUD sensible y prescinde de la realidad.
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“Sabed —dice—, quienes lo ignoráis, que esas Sin embargo, es necesario redescubrir ciertas
representaciones, espectáculos pecaminosos, no condiciones para engendrar en el espíritu un
fueron establecidos en Roma por los vicios de los espectáculo capaz de fascinarlo: y esto no es
hombres, sino por orden de vuestros dioses. Sería más simplemente un asunto que concierna al arte.
razonable rendir honores divinos a Escipión que a Pues el teatro es como la peste y no sólo porque
dioses semejantes; ¡valían por cierto menos que su afecta a importantes comunidades y las transforma en
pontífice! idéntico sentido. Hay en el teatro, como en la peste,
algo a la vez victorioso y combativo.
La peste toma imágenes dormidas, un desorden
latente, y los activa de pronto transformándolos en los
gestos más extremos; y el teatro toma también gestos
y los lleva a su paroxismo. Como la peste, rehace la
cadena entre lo que es y lo que no es, entre la
virtualidad de lo posible y lo que ya existe en la
naturaleza materializada. Redescubre la noción de las
figuras y de los arquetipos, que operan como golpes
de silencio, pausas, intermitencias del corazón,
excitaciones de la linfa, imágenes inflamatorias que
Bertolt Brecht y Antonin Artaud (2008) – Gabrio
invaden la mente bruscamente despierta. El teatro nos
restituye todos los conflictos que duermen en
“Para apaciguar la peste que mataba los cuerpos, nosotros, con todos sus poderes, y da esos poderes
vuestros dioses reclamaron que se les honrara con nombres que saludamos como símbolos; y he aquí que
esos espectáculos, y vuestro pontífice, queriendo ante nosotros se desarrolla una batalla de símbolos,
evitar esa peste que corrompe las almas, prohíbe hasta lanzados unos contra otros en una lucha imposible;
la construcción del escenario. Si os queda aún una pues sólo puede haber teatro a partir del momento en
pizca de inteligencia y preferís el alma al cuerpo, que se inicia realmente lo imposible, y cuando la
mirad a quién debéis reverenciar; pues la astucia de poesía de la escena alimenta y recalienta los símbolos
los espíritus malignos, previendo que iba a cesar el realizados.
contagio corporal, aprovechó alegremente la ocasión Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo
para introducir un flagelo mucho más peligroso, que de los sentidos, libera el inconsciente reprimido, incita
no ataca el cuerpo sino las costumbres. En efecto, es a una especie de rebelión virtual (que por otra parte
tal la ceguera, tal la corrupción que los espectáculos sólo ejerce todo su efecto permaneciendo virtual) e
producen en el alma, que aún en estos últimos tiempos impone a la comunidad una actitud heroica y difícil.
gentes que escaparon del saqueo de Roma y se
refugiaron en Cartago, y a quienes domina esta pasión LA PESTE – ÁNGELA EASTWOOD (ELENA
funesta, estaban todos los días en el teatro, delirando BEATRIZ VITERBO)
por los histriones”.
Es inútil dar razones precisas de ese delirio A los dos minutos de lanzar a la papelera aquel
contagioso. Ante todo, importa admitir que, al igual relato desechado, mi casa comenzó a oler muy mal.
que la peste, el teatro es un delirio, y es contagioso. Era un olor nauseabundo, vomitivo, era el olor de la
El espíritu cree lo que ve y hace lo que cree: tal es descomposición. Yo me acomodé muy pronto, porque
el secreto de la fascinación. Y el texto de San Agustín ya me había ocurrido otras veces y una madre siempre
no niega en ningún momento la realidad de esta se acostumbra al olor del hijo, ya esté vivo o muerto.
fascinación. Pero transcurrió una semana y, para mi desconcierto,
el olor fue en aumento. “Huele a perros muertos”,
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gruñían los vecinos limpiando su propio vómito del La comisaría me recordó a cierto edificio grande y
rellano. “Se han abierto las puertas del infierno”, gris que vi en una película titulada “El proceso”,
decían otros, con la mirada enloquecida y la garganta basada en una novela de Kafka. Un lugar frío, de
cerrada del susto. Cuando aparecieron los gusanos altísimos techos y largos pasillos pelados, donde sólo
entre las ranuras de la escalera, alguien llamó a las se escuchaba el tecleo sincopado de alguna vieja
fuerzas del orden. máquina de escribir. En cada cuarto sombrío sólo
Buscando el foco de la purulencia, aquellos había una secretaria sombría que miraba el reloj de la
policías protegidos con aparatosas mascarillas, no pared. Llovía fuera y pensé que era ideal. Siempre
dejaron ni un centímetro de mi casa sin registrar. llueve en los momentos más solemnes.
Miraron debajo de la mesa, abrieron el tambor de mi El comisario era un tipo bajito y gordo. Siéntese,
lavadora, se asomaron al alboroto de los oscuros bajos dijo. En el escritorio había una foto color sepia donde
de mi cama solitaria y registraron mis cajones de las una mujer y dos niños lucían una sonrisa muy poco
bragas, desordenando colores, tejidos y sabores. natural.
Cuando acariciaron mis juguetes los miré con un
rencor mal disimulado ¿No deberían buscar en el
congelador? Es allí donde se suele esconder a los
muertos, dije. No encontrarán un cadáver entre mis
medias de encaje negro.
Díganos dónde lo tiene, dijo el sargento, no nos
haga perder más tiempo. Está justo ahí, dije señalando
la papelera. El sargento me miró perplejo. Soy
escritora, sargento, a veces deshecho relatos,
expliqué. ¿Y qué tiene que ver su relato desechado
con este hedor que asola la comunidad?, preguntó el
sargento. Es que es un relato muerto, dije, y lo que
huele es su descomposición.
Vamos a ver, señora, ¿me está diciendo que su casa
huele mal porque tiene usted un folio arrugado dentro
de la papelera?, dijo aquel sargento ofuscándose por
momentos. Dicen mis hombres que su casa huele a muerto,
Sí, señor policía. Pero no es sólo un folio arrugado. dijo. Es por culpa de un relato, expliqué. Un relato
Es casi una historia. Y dentro de ella hay un tiempo, muerto, añadí presurosa. Un relato sólo es un pedazo
una ciudad y un invierno. Y en ese invierno viven de papel, dijo, las palabras no huelen. ¡Ah, que poco
unos personajes que parí con dolor en una noche de sabe usted de literatura! Dije yo jugándome una noche
insomnio. Personajes que tienen nombre y apellido, entre rejas. ¿Me está usted llamando cateto?, dijo
edad y profesión. Ella tiene una boca hermosa y él expulsando el humo de su puro en mi cara. Yo, que en
unos ojos llenos de estrellas; ella un cuello frágil y mis noches solitarias había visionado innumerables
unas manos delicadas. Él es un romántico. Es la carne películas policíacas, me repantingué en la silla
podrida de ellos lo que huele. dispuesta ya a la tortura y al apaleo. No, no, contesté.
¡Usted nos está tomando el pelo! Ahora mismo se Si quiere le explico en qué consiste un relato sin vida,
viene a la comisaria y le da las explicaciones que no sin alma, dije. Que no es lo mismo un relato
pertinentes al señor comisario, dijo colocándome unas muerto que un relato sin alma, dije empeorando la
esposas brillantes. Le advierto que a mi estos temas de cosa.
las ataduras me excitan sobremanera, dije yo Ese hombre de cara redonda me miró de manera
dejándole hacer. escrutadora y supe que ya andaba buscando cargos
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Celee con ganas: Café literario 2024-I
Centro de lectura y escritura en español
U. del Rosario
para encerrarme una noche al fresco. Posesión de velocidad de su taquigrafía de academia. Creo, Mari
drogas, alteración del orden público. Tal vez Pili, que “relato muerto” es un apelativo despectivo
pertenencia a alguna banda armada. ¿Entiende usted, que la presunta utiliza para referirse al interfecto,
señora mía, que me debe contar por qué huele mal su explicó el comisario. Prosiga usted, aunque tal vez
casa, verdad? dijo contra todo pronóstico. Y dicho prefiera continuar en presencia de su abogado. Si no
esto llamó a su secretaría sombría, que acudió boli en lo tiene puede solicitar uno de oficio, ya sabe. De
mano. Cuando se sentó eché en falta un cruce de pronto me acordé nuevamente de K., el protagonista
piernas sensual y chasqueé la lengua, decepcionada. de El proceso.
Mari Pili, proceda usted a escribir todo lo que la No tengo ningún cadáver en mi casa, señor
presunta diga, dijo. comisario. Sólo tengo un relato muerto y no creo que
De pronto yo ya era la presunta, pensé sonriendo. por eso me vaya usted a meter en la cárcel, gruñí
Si confiesa usted su crimen, tal vez podamos ¿Cómo de muerto está ese relato?, preguntó el
encontrar algún eximente. Podríamos alegar comisario. Suspiré. Como los ojos de un tiburón,
enajenación transitoria o embriagueces varias, dijo como un amor que se acaba, muerto como la verga de
bonachón. A veces se nos va la mano en una disputa un muerto muy muerto, dije a modo de explicación
y vuela un jarrón chino o un cuchillo jamonero, somera. ¿Y de qué va esa historia? Preguntó la
disertó el señor comisario. Luego, en un vano intento secretaria, aminorando de nuevo la velocidad de su
de ocultar las pruebas, intentamos deshacernos del bolígrafo.
cuerpo del delito y lo troceamos o lo disolvemos con Es un asunto particular, dije defendiendo mi
ácido en la bañera, creyendo que luego con un poco intimidad. Aquí no hay asuntos particulares, dijo el
de hipoclorito de sodio borraremos todas las huellas hombre masticando cada sílaba. Bien, dije, allá voy:
del crimen, continuó. Pero el olor… ¡Ay el olor! El Es un relato de amor. De amor muerto. Es un
olor del crimen no se va, señora mía, dijo. Dígame entierro de amor. Es una tumba de amor. Es el grito
¿Dónde lo tiene escondido?, preguntó aproximando de un luto. Son campanas llamando a agonía. De eso
peligrosamente su rostro colorado al mío. va. Por eso lo tiré a la basura. Y por eso huele mal mi
casa.
Entonces admite que ha asesinado a su novio, dijo
el comisario ufano como un pollo ufano. Suspiré. En
cierto modo sí, confesé. Se podría decir que lo he
matado, pero sólo metafóricamente.
¿Entonces confiesa usted que tiene un muerto en su
casa? Dijo machacón. Me parece, señor comisario,
que no sabe usted lo que es una metáfora. Sí, confieso
que tengo un relato muerto que habla de un amor
muerto.
Y no diré más.
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