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El Imperio alemán (en alemán: Deutsches Kaiserreich o, en el sentido más genérico,

Deutsches Reich) fue la forma de Estado que existió en Alemania desde su


unificación y la proclamación de Guillermo I como emperador, el 18 de enero de
1871, hasta 1918, cuando se convirtió en una república después de la derrota en la
Primera Guerra Mundial y la abdicación de Guillermo II el 9 de noviembre de ese
año, como resultado de la Revolución de Noviembre.1

El Reich alemán surge como resultado de la «revolución desde arriba» del canciller
prusiano Otto von Bismarck, mediante la cual logró zanjar la «cuestión alemana» en
los años 1860.2 Subsiguientemente, resolvió la cuestión del poder interno mediante
el conflicto constitucional prusiano (1862-1866) contra el Parlamento y en favor
del ejecutivo. Posteriormente la cuestión del poder político externo se resolvió
por la guerra de los Ducados (1864) y por la guerra austro-prusiana (1866) en el
sentido de la “pequeña Alemania” —con exclusión de Austria— y en la guerra franco-
prusiana (1870-1871).2 La victoria de Prusia y sus aliados en este último conflicto
condujo a la fundación del Imperio alemán.3 Los reyes de Sajonia y Baviera, los
príncipes, duques y electores de Brunswick, Baden, Hanóver, Mecklemburgo,
Wurtemberg y Oldemburgo juraron lealtad al rey de Prusia, que se convirtió en
Káiser de los 39 Estados independientes que así se unieron.4

Bismarck preparó un amplio esquema, la Constitución alemana del norte, de 1866, que
se convirtió en la Constitución alemana de 1871, con algunos ajustes. Alemania
adquirió algunos rasgos democráticos y en el nuevo Imperio había un parlamento con
dos cámaras. La Cámara baja, o Reichstag, era elegida por sufragio universal
masculino.1 Sin embargo, las circunscripciones originales elaboradas en 1871 nunca
se volvieron a rediseñar para reflejar el crecimiento de las zonas urbanas. Como
resultado, en el momento de la gran expansión de las ciudades alemanas entre los
años 1890 y 1900, las zonas rurales estaban excesivamente representadas. Una de las
características del gobierno fue la retención de una parte muy importante del poder
político por parte de la élite terrateniente, los junkers.5

La legislación también requería la aprobación del Bundesrat, el Consejo federal de


diputados de los Estados del Reich. El poder ejecutivo residía en el emperador, o
Káiser (por el caudillo romano César). Al emperador se le dieron amplios poderes
por la Constitución. El canciller era el comandante en jefe supremo de las fuerzas
armadas y el árbitro final de las relaciones internacionales. Oficialmente, el
canciller era un gabinete de un solo hombre y era responsable de la marcha de
prácticamente todos los asuntos del Estado, como la burocracia de altos
funcionarios a cargo de las finanzas, la guerra, las relaciones internacionales,
etc.; se parecía al Presidente del Consejo de Ministros. El Reichstag tenía el
poder de aprobar, modificar o rechazar proyectos de ley y de iniciar una
legislación.6

Aunque de iure todos los Estados tenían el mismo poder ejecutivo, prácticamente el
Imperio estaba dominado por el Reino de Prusia, su Estado más grande y poderoso. Se
extendía por el norte y poseía las dos terceras partes de la superficie del Reich y
las tres quintas partes de su población. La corona imperial era hereditaria de la
Dinastía de los Hohenzollern, la casa reinante de Prusia. Con la excepción de los
años 1872-1873 y 1892-1894, el canciller fue siempre al mismo tiempo el ministro-
presidente de Prusia. Con 17 votos de los 58 en el Bundesrat, Berlín solo
necesitaba unos cuantos votos de los Estados pequeños para ejercer un control
efectivo.6

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