Milenio 3 - Iker Jimenez
Milenio 3 - Iker Jimenez
Milenio 3 - Iker Jimenez
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Iker Jiménez & Carmen Porter
Milenio 3
ePub r1.0
Titivillus 15.08.16
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Título original: Milenio 3
Iker Jiménez & Carmen Porter, 2006
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A toda la gran familia de Milenio 3.
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Prólogo
Estudio Central de Radio Madrid, Cadena SER (1 de junio de 2002. 22.00 horas)
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Creo que en poco más de un segundo vi imágenes de mi propia vida con total
nitidez. Pasando como diapositivas muy rápidas. Por eso digo lo de las experiencias
cercanas a la muerte. Quienes han estado entre este mundo y el otro y han conseguido
billete de vuelta aseguran que pasa eso. En mi caso, era toda una experiencia cercana
a la absoluta defunción profesional. Y me vi, repentinamente, con 17 años, haciendo
autostop con mi amigo Lorenzo, debutando en una radio de un pueblo donde
hacíamos un programa de misterios con el sol de la plena hora de la siesta. Es decir,
sin audiencia. Y así, años. También me vi correteando, mochila a la espalda, entre los
bloques y los descampados del Barrio de Absorción de la Uva de Hortaleza, de noche
cerrada, para ir a una radio casi subterránea y, por supuesto, pirata. El único lugar
donde nos dejaban ir a pelearnos con el micro. Un micro que, de algún modo, era
igual que aquél, aunque ni era amarillo ni ponía SER… y quizá por eso no
impresionaba tanto como el que tenía delante de mi nariz.
Me vi, como si hubiera entrado en una burbuja de otra dimensión, en once o doce
emisoras, sin cobrar, a veces haciendo turnos para limpiar y mantenerlas. Como se
hacía y se hace en las radios comunitarias y en la universidad: buscando la mínima
oportunidad en los tablones de anuncios. De lo que sea… pero en la radio. Siempre
en la radio.
Y vi también los rechazos, las sonrisas de medio pelo, la suficiencia de muchos
profesionales que dijeron que a donde iba yo hablando de esas cosas tan raras, que
me dedicase a otras más normales.
Y quizá tuvieran razón.
Todo eso lo vi en el piloto rojo, indicativo de que mi micro llevaba minuto y
medio abierto, en conexión con cientos de miles de amigos que, estoy seguro, no
estaban siendo partícipes de mi miedo y de mi angustia.
«Tantos años y tanto esfuerzo para esto», pensé. Y se me nubló la vista.
Pero también por un instante —el tiempo y el espacio son muy relativos en la
desesperación— comprendí que era el momento, la ocasión tantas veces anhelada. Ya
estaba bien de reírse de lo desconocido. Ya estaba bien de aguantar aquellos nefastos
programas de televisión que habían copado el panorama mediático donde todo el
mundo se burlaba de nuestros temas. Como si no hubiese una posibilidad de
acercarse a lo que nadie cuenta con dignidad.
¡Ya estaba bien! Era el momento de dar un giro. Y hacerlo con ilusión, con ganas,
con fe, con fascinación por cada descubrimiento, por cada palabra, por cada música,
por cada sensación generada, comprendiendo que lo desconocido es muy amplio y
ahí caben muchas cosas, enamorándonos de la historia, de la leyenda, de la
conspiración, de las investigación sobre el terreno y, sobre todo, de la radio. El medio
con más magia que el hombre ha creado para interactuar con el alma de sus
congéneres.
¡Ya estaba bien!
Y entonces sentí que El dragón de Vangelis, nuestra sintonía, nuestra única
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bandera, me daba fuerza. Y las miradas de Carmen, de Katia, de Carlos y de los
técnicos se fundieron con la mía. Como si fueran una. Como una señal. Porque todos
habíamos dejado demasiado en el camino para estar ahí. Precisamente en ese
momento y en ese lugar. Y no podía fallarles.
Buenas noches. Comenzamos hoy una aventura que creo que va a ser
francamente fascinante. Tengo ya el estudio en penumbra, el estudio con un
solo foco de luz, y les aseguro y les prometo que va a ser una hora
inolvidable… Hace mucho tiempo que Cadena SER no apuesta por un
formato de este tipo, un formato donde el periodismo riguroso es lo que va a
imperar… Se convierte el estudio central de Madrid en una especie de nave…
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que hay que ser humilde ante el eterno misterio de la vida, nuestra labor tendrá
sentido. Y entonces, por mucho que cambie el entorno, la vida cotidiana, la política,
el deporte, la crónica rosa, la economía o los sinsabores del duro día a día, la llamada
seguirá ahí, como si fuera una señal enviada desde el confín de un cosmos lleno de
secretos, como una ancestral invocación que conecta con nuestra sensibilidad más
profunda.
Gracias de corazón por estos quinientos viajes rumbo a lo desconocido. Gracias
por habernos ayudado a alcanzar el sueño que un día soñamos con toda nuestra fe.
Este libro esta hecho sólo con la idea de devolveros un poco de esa energía que
nos habéis enviado cada uno de vosotros, desde cada domicilio, desde cada coche,
desde cada trabajo, desde cada garita… No son sólo papel y letras. Es algo para
guardar, para sentirlo nuestro, para que quede ahí siempre y no sean palabras
arrastradas por el viento, porque estoy convencido de que lo que ahora tienes entre las
manos no es sólo historias, casos, datos y enigmas, es mucho más. Creo que ahí está
el espíritu mismo de nuestro programa, de vuestro programa, ese que hace que
conectemos cada noche bajo la tutela de un noble Dragón que siempre vela por todos
los milenarios.
Iker Jiménez
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Primera parte
Noches de escalofrío
Es indudable que uno de los grandes atractivos de la radio es la capacidad para
crear sensaciones imposibles de alcanzar con ningún otro medio. La inquietud y el
temor que producen cada una de las historias que a continuación van a leer no se
olvidan fácilmente. Les recomiendo una buena música, una luz de mesilla de noche y
todo lo necesario para no tener que salir del dormitorio mientras se sumergen en
algunas de estas historias que nos mantuvieron en vilo en su día… Lo más
impresionante quizá sea que aquí no hay nada de ficción. El terror real, como
comprobarán, supera a cualquier novela.
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La casa maldita: Amityville
«Son almas que no descansan, y tampoco se dan cuenta
de que no están en el mundo de los vivos. No tienen
la misma percepción de las cosas que nosotros:
permanecen en un perpetuo estado de sueño,
una pesadilla de la cual no pueden despertar».
Poltergeist (1982), de Tobe Hooper.
Hay una casa en Long Island que lleva treinta años deshabitada. Una fría noche
de noviembre de 1974, ese lugar fue testigo de una de las matanzas más
espeluznantes de todos los tiempos. Un joven de 23 años acabó con la vida de sus
padres y sus cuatro hermanos. Una misteriosa voz se lo había ordenado.
Un año después, otra familia compró la casa, ajena al horror del que habían sido
testigos sus paredes. Sólo veintiséis días más tarde, abandonaban la mansión tras
vivir fenómenos escalofriantes. Nunca más regresaron y allí quedaron, olvidados,
hasta los juguetes de los niños.
Tres décadas han pasado. Abramos las puertas de ese lugar donde nadie ha vuelto
a entrar jamás.
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escena con aquella mirada fría y vacía, y regresó a su habitación como un autómata.
Allí volvió a sumirse en las tinieblas de su pensamiento, quizá pensando en una
próxima ocasión.
Aquella noche del 13 de noviembre de 1974, a las tres y cuarto de la madrugada,
la familia DeFeo descansa plácidamente. Todos están dormidos. Un plan macabro,
urdido por el joven, está a punto de ejecutarse.
Horas antes había aprovechado un descuido para añadir narcóticos en la densa
sopa de la cena. La velada transcurrió con la habitual armonía en torno a la mesa.
Cuando sus padres y hermanos sucumbieron ante el sueño provocado por aquella
sustancia adormecedora, Ronald fue trasladando sus cuerpos dormidos, uno por uno,
hasta una de las dependencias de la mansión. Allí los fue colocando boca abajo, con
la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados. Acompañado en aquel largo ritual por
el leve sonido de sus respiraciones suspendido en el aire. Después, tomó una escopeta
que había preparado y culminó su espeluznante obra.
Seis disparos retumbaron en la casa y el aire se contaminó con el penetrante olor
de la pólvora y la muerte. En el exterior, el silencio sólo anunciaba una noche
tranquila…
Butch utilizó un rifle del calibre 35. Le pegó dos tiros al padre: uno atravesó el
riñón y salió por el pecho; otro le quebró la espina dorsal; después disparó a su
madre, Marie Louise; y luego, con una frialdad que sobrecoge el alma, se encargó de
sus hermanos menores, dos niños y dos niñas.
A la mañana siguiente, en un bar, Ronald detalló a sus vecinos la dantesca escena
que más tarde la policía encontraría en su casa.
¿Cómo pasó aquella noche Ronald DeFeo Jr.? No sabemos qué cruzó su
pensamiento realmente. Lo que sí sabemos, por las fotografías que se difundieron, es
que arrastró los cadáveres y los colocó de un modo que quizá tenía algún significado
para él. Quizá estaba actuando con un método, ajustándose a un plan. Da la impresión
de que, de repente, fue consciente de lo que estaba haciendo e incluso pudo llegar a
intuir que alguien dominaba su mente durante aquellas horas.
Eran aquellas malditas voces otra vez…
A las seis y media de la tarde llamó a la oficina de la policía, notablemente
nervioso y farfullando palabras inconexas, asegurando que había permanecido toda la
noche en vela, sin dormir, y que a las cuatro de la madrugada, sin escuchar nada
aparentemente extraño, se dio una ducha y salió de la casa… al regresar se había
encontrado con su propia familia aniquilada.
Cuando la policía llega al número 112 de Ocean Avenue y accede al domicilio de
los DeFeo, encuentra una verdadera carnicería. «Es inusual que seis miembros de una
familia mueran así», decía un testigo que había estado presente en aquellas primeras
horas: «El chico simplemente llegó y disparó a los seis miembros; afirmaba estar
poseído por el demonio y que éste le hablaba en su interior pidiéndole que ejecutara a
todos».
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Butch estaba muy nervioso. Y poco después de comenzar las investigaciones, la
policía encontró en su habitación una caja con balas del mismo calibre que el rifle
utilizado. Su teoría, hasta ese momento, se basaba en una historia simple: él no había
estado presente cuando ocurrieron los crímenes. Pero Ronald DeFeo se desmoronó
casi inmediatamente, como un castillo de naipes golpeado por el viento. No sabía qué
decir y cómo explicar lo que había hecho. Muy pronto, la policía acabó de arrancarle
una confesión que no dejaba lugar a dudas.
Había sido él.
Sin embargo, el verdadero problema no era hallar un culpable, sino una
explicación coherente.
Durante el juicio, que comenzó el 14 de octubre de 1975, un año después de los
hechos, Ronald DeFeo no negó los hechos. Aseguró, para espanto de los jueces, que
ni la hora del crimen ni la forma de ejecutarlo fueron ideas suyas. Se las había dictado
una supuesta entidad que lo dominaba y le obligaba a actuar. Algo a lo que Ronnie
llamó «el verdadero amo de la mansión». El demonio, el diablo, Satanás, o
quienquiera que fuese, le había obligado a cometer aquel crimen.
Por supuesto, durante el juicio hablaron los especialistas en psiquiatría. Pero éstos
sólo añadieron confusión: unos aseguraban que Butch era un «neurótico con delirios
paranoides», otros hablaban de una «personalidad disociada»; también se comentó la
posibilidad de un síndrome de «doble personalidad» y de «esquizofrenia en grado
máximo».
El proceso captó la atención de la población de todo el Estado, que permaneció
atenta a la radio, la televisión y la prensa a lo largo del mes y siete días que duró la
vista. El 21 de noviembre tuvo lugar la votación del jurado popular: doce votos a
favor de la culpabilidad, ninguno en contra. Culpable de seis asesinatos en segundo
grado, 25 años de prisión por cada uno, un total de 150 años de condena, o, lo que es
lo mismo: cadena perpetua.
Hoy, Ronald DeFeo Jr., Butch, el homicida múltiple dominado por el demonio de
Amityville, permanece encarcelado en el departamento correccional del Estado de
Nueva York.
Regreso a Amityville
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produce un hecho luctuoso o criminal, y más adelante las personas que habitan en ese
lugar denuncian fenómenos extraños. No entramos a debatir si son reales o no. Pero
los denuncian. Y con frecuencia tienen que abandonarlas y no vuelven a ser
habitadas. Son casas marcadas.
Regresemos al número 112 de Ocean Avenue.
La casa estaba vacía, pero poco después de aquellos crímenes fue alquilada por el
matrimonio Lutz, George y Kathleen, con sus tres hijos. Y en este punto comienza
una terrorífica historia que nada tiene que ver con enfermedades mentales y con
procesos que puedan entenderse desde el ámbito científico convencional.
Al parecer, cuando este matrimonio alquiló la preciosa vivienda junto al río, no
sabían que allí se había cometido una verdadera matanza. Lo supieron más tarde,
cuando su mundo y su visión de la realidad se habían resquebrajado por completo.
Al poco de entrar en aquel lugar, comenzaron a producirse fenómenos de difícil
explicación. Kathleen oía cómo la voz de su marido se distorsionaba y pronunciaba
frases que, en realidad, no había emitido en ningún momento. Una voz profunda y
amenazante hablaba desde distintos e indefinidos rincones e increpaba a los
habitantes, diciendo: «¡Váyanse!» y «¡Fuera de aquí!».
Las mecedoras se balanceaban solas, los objetos de las repisas salían despedidos
sin ningún motivo y se estrellaban contra el suelo, los jarrones se quebraban en mil
pedazos, las puertas se abrían y se cerraban sin que una mano corpórea empujara los
pomos… Kathleen Lutz dijo que había visto unos ojos inyectados en sangre en el
interior de las habitaciones y que había voces que pronunciaban su nombre y que la
perseguían por toda la casa…
—¡Kathleen! ¡Kathleen…! ¡Fuera de aquí!
La persistencia de olores fétidos repentinos obligaron a revisar todo el sistema de
cañerías cuatro veces en un cortísimo espacio de tiempo. También aparecían
enjambres de moscas o de polillas que se desvanecían misteriosamente. Y a veces
podían oírse las voces de unos niños en el ático o en las habitaciones.
¿Eran imaginaciones suyas? ¿Estaban siendo víctimas de una gigantesca broma
de mal gusto? ¿Qué estaba sucediendo?
La familia se puso en contacto con un sacerdote, el padre Mancuso, que acudió a
la casa con la intención de «limpiarla» de supuestos espíritus y fuerzas maléficas. El
padre Mancuso explicó así su experiencia: «Iba bendiciendo el recibidor y sentí frío.
Realmente hacía mucho frío allí. Era muy curioso porque en la calle hacía un día
precioso. Era invierno, pero no era normal que en el interior de la casa estuviéramos
tan helados. Fui avanzando hacia dentro de la casa, con el agua bendita, limpiando los
rincones, y escuché una voz raramente profunda, detrás de mí, que me decía: “¡Vete
de aquí!”. Parecía que venía de todas partes, no de un punto concreto que pudiera
identificar. Muy raro. Y sentí que alguien iba acompañándome, y allí, físicamente, no
había nadie…».
El padre Mancuso todavía vive, y nunca podrá olvidar su entrada en la casa de
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Amityville. Él no creía en los fantasmas… pero admite que aquellas voces estaban
allí. Y recuerda la experiencia como un hecho muy desagradable: incluso en el porche
de la casa se podía notar esa presencia molesta y estremecedora.
Aquellas voces no eran de la mente: las oyó el padre Mancuso, las oyó Kathleen
Lutz y las oyó el resto de su familia. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo soportar el terror y el
miedo a esos seres desconocidos que les hablaban?
George Lutz empezó a sufrir las consecuencias de habitar en una casa maldita.
Dicen que pasaba muchas horas precisamente en la habitación donde el maléfico
Ronald DeFeo Jr., Butch, planeó su terrible acción criminal.
George empezó a descuidar su aspecto, anteriormente siempre atildado, no se
cambiaba de ropa, no se duchaba, se dejó el pelo largo. Si se compara su foto con la
del asesino Butch… puede descubrirse cierta semejanza.
La paciencia de la familia Lutz llegó al extremo cuando, una noche, George se
despertó y vio a su mujer, Kathleen, envejecida, con los ojos hundidos y con una
mueca de horror en sus labios… ¡levitando! Ante el espanto de George, su mujer se
desplomó sobre la cama y recuperó su aspecto normal. El matrimonio se vistió
rápidamente, se dirigió a la habitación de los niños, los sacó prácticamente a
empujones de allí y huyeron despavoridos. No se detuvieron a coger nada, lo
abandonaron todo en la casa maldita: arrancaron el coche y partieron aterrorizados,
sin volver la vista atrás.
Sólo habían podido permanecer en aquella casa durante veintiséis días. Aquellos
demonios o espíritus o lo que quiera que fuese habían conseguido su fin.
Ellos dijeron en la prensa que aquella casa estaba endemoniada. Se procuró
investigar el caso desde muy diferentes aspectos. Por ejemplo, Stephen Kaplan, un
profesor universitario de psicología y parapsicología, creía que efectivamente el
fenómeno existía, que era un fenómeno anómalo, pero que había sido exagerado y
«condimentado» por aquella familia. Pero ¿por qué razón, si tuvieron que abandonar
su propia casa? También se dijo que simplemente no podían pagarla, que tenían
deudas y que contar aquella historia inverosímil era una forma de darse publicidad.
¿Publicidad? ¿Para qué? La producción del programa Milenio 3 contactó con Greg,
uno de los hijos del matrimonio Lutz, y su mujer, casi amenazante, nos dijo que bajo
ningún concepto volviéramos a llamarles. No querían saber nada de esa historia.
Parece que esa casa, treinta años después, aún produce pesadillas en la familia Lutz.
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desarrollaba en una antigua mansión en la que se producían ciertos asesinatos. En The
Oíd Dark House (El caserón de las sombras, 1932), de James Whale, participaba
Boris Karloff. Un grupo de viajeros se refugia en un caserón donde habitan un
pirómano, un mayordomo deforme y un anciano de 102 años… En fin, todos los
elementos que configuran una buena película. La casa, en sí misma, ya es un factor
terrorífico y no es necesaria la presencia de espectros para que una película produzca
miedo en el espectador. En 1953 se produjo The Maze (El laberinto), de William
Cameron Menzies: un hombre viaja a Escocia para hacerse cargo de una herencia y
se encuentra con un viejo palacete que esconde un oscuro secreto y que está a punto
de destruirlo.
En La leyenda de la casa del infierno (The Legend of Hell House, 1973), de John
Hough, cuatro personas con poderes extrasensoriales son invitadas a pasar un fin de
semana en un edificio en el que presuntamente hay fantasmas, y las creencias y
conocimientos de cada uno de los visitantes se tienen que enfrentar a fuerzas
desconocidas. (Su argumento recuerda a un filme de Sebastiá d’Arbó, Viaje al más
allá [1980], donde varias personas que han tenido experiencias paranormales se
encuentran en una mansión del Pirineo).
La maldición de Julia (The Haunting of Julia) es de 1977 y fue dirigida por
Richard Loncraine. Una mujer (Mia Farrow) se traslada a una casa victoriana,
después de la muerte de su hija, para intentar olvidar esa desgracia. Lo que no sabe es
que la vivienda ya está habitada por un niño fantasmal, asesinado treinta años antes,
que hará que su vida se convierta en una pesadilla.
El resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, basada en un relato de
Stephen King, es todo un clásico, con un Jack Nicholson absolutamente desatado y
con una mirada criminal insuperable. Aquellas dos niñas terroríficas, el hacha, el
triciclo, la niebla y la nieve son sólo elementos adyacentes en un gran hotel vacío
cuyas salas, pasillos y corredores forman el núcleo del terror.
Poltergeist (1982) es también otro clásico del cine de género. Escrita y producida
por Steven Spielberg, se desarrolla en una casa construida sobre un cementerio.
Naturalmente, los fenómenos paranormales comienzan inmediatamente y la vía de
contacto entre el más allá y el mundo real es una niña fallecida en extrañas
circunstancias en la vida real —Heather O’Rourke— cuyo recuerdo aún produce
escalofríos.
El ente (The Entity) se presentó en 1983. Dirigida por Sydney J. Furie, es una
estremecedora historia —basada en hechos reales— que cuenta cómo una señora es
atacada y violada repetidamente en su hogar por un ser invisible. Nadie la cree, pero
poco a poco los médicos empiezan a comprender que, en mitad de la madrugada,
puntual y maléfica, una especie de presencia invisible invade la intimidad de esta
mujer.
En todas ellas hubo un elemento siempre presente, cercano, inquietante. Las
voces. Las voces del ayer, del pasado atrapado, del mal, que se aproximaban por
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algún motivo a los nuevos moradores…
Butch aseguraba que oía voces que le obligaron a cometer aquellos horrendos
crímenes. Y habló de un «verdadero amo de la casa». También se habló de un brujo,
expulsado de la mítica Salem, que al parecer había excavado un pozo en aquel lugar y
que éste constituiría una verdadera puerta del infierno.
Pero los jurados no creen que los crímenes estén planificados u organizados por
entidades invisibles e infernales. Los asesinos de Puerto Hurraco, por ejemplo,
también aseguraron que escuchaban voces… En ocasiones, los detenidos aseguran
vivir estas anomalías para que una presunta locura les permita obtener algún
beneficio frente a los tribunales. Los científicos, los especialistas y los psiquiatras no
son muy dados a conceder esas influencias maléficas, pero no niegan que hay
personas que verdaderamente escuchan voces. Se trata, evidentemente, de patologías
mentales que deben estudiarse con mucho rigor y cautela.
Antes de avanzar en este sentido, conviene aclarar ciertos puntos importantes: las
enfermedades mentales y la violencia no están unidas indefectiblemente. Hay
estudios serios y científicamente irrebatibles que aseguran que los enfermos mentales
ofrecen un índice de criminalidad menor que otros grupos poblacionales sin
patologías psíquicas. Por ejemplo, no se puede relacionar simplemente la
esquizofrenia y la criminalidad. Que alguien padezca una enfermedad mental no
significa que sea un asesino. Ocurrió tal vez en el caso de Amityville, pero incluso en
este suceso concreto hubo tres diagnósticos distintos y tampoco se decidió cuál de los
tres era el correcto. Ha de quedar muy claro que aquí en absoluto se pretenden
demonizar las enfermedades mentales y, por supuesto, es necesario ser conscientes de
que se trata de dolencias que deben ser tratadas por los especialistas. Por fortuna, los
tiempos en que las enfermedades de la psique se consideraban relacionadas con las
posesiones infernales ya han pasado. Aquí se trata simplemente de constatar un hecho
que aún sigue siendo un misterio para los científicos y los psiquiatras: que hay
personas que oyen voces en ocasiones. Voces nítidas que dominan su conducta. A
veces es un fenómeno genético y a veces viene condicionado por otras razones, de
índole social o somática. Lo cierto es que este fenómeno aún no se comprende en
toda su extensión, que la psiquiatría tiene límites y que más allá está el misterio.
El médico psiquiatra José Miguel Gaona lleva muchos años tratando los
fenómenos asociados a estas «voces de la mente». «Es algo relativamente frecuente»,
asegura.
«La palabra esquizofrenia procede del griego: skizos es tanto como “cuchillo”;
phrenos es “mente”. En un sentido casi literal, la esquizofrenia podría definirse como
“la mente cortada por un cuchillo”. Sería una especie de doble personalidad. Y en esa
doble personalidad, uno de los síntomas propios de la esquizofrenia es la
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sonorización del pensamiento. Las personas que tienen esquizofrenia creen que
escuchan esas voces internas, pero en otras ocasiones creen recibir órdenes a través
de la radio o la televisión; o bien pueden escuchar voces en el silencio más absoluto.
Esas voces, evidentemente, son generadas por su propio cerebro».
El término esquizofrenia fue introducido por el psiquiatra suizo Eugen Bleuler en
1911, pero este trastorno ya fue identificado anteriormente por el psiquiatra alemán
Emil Kraepeling en 1896, bajo la denominación de «demencia precoz»; con este
concepto se quería precisar que las personas afectadas sufren deterioros cognitivos y
de comportamiento similares a las demencias experimentadas por algunas personas
ancianas.
La esquizofrenia suele aparecer durante la pubertad, aunque puede darse también
más tarde; también hay casos prematuros durante la infancia y a veces se confunde
con problemas escolares o se identifica erróneamente con un simple mal
comportamiento.
Las personas que sufren esquizofrenia padecen distintos síntomas, entre ellos, las
alucinaciones. (Por supuesto, hay distintos grados y no todos los pacientes sufren
estos deterioros tan graves. Pueden tener sólo algunos de estos síntomas). Las
alucinaciones pueden afectar a los cinco sentidos: hay alucinaciones táctiles, visuales,
gustativas, auditivas y olfativas. Se trata de engaños del cerebro, donde se registran
en realidad todos los hechos externos; estas alucinaciones son percepciones
interiores, generadas por el propio cerebro, que se producen sin un estímulo exterior.
Estas alucinaciones surgen en la mente: no se presentan en el mundo físico. Pero para
quien las sufre son completamente reales.
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cuando el padre estaba durmiendo, se lo clavó literalmente en el pecho. Esto suena
muy macabro, pero también es una reflexión para entender hasta qué punto pueden
llegar a afectar estas voces a una persona: pueden controlar la mente de alguien».
Por desgracia, las enfermedades mentales y, concretamente, la esquizofrenia,
parecen constituir una especie de tema tabú y los medios de comunicación apenas
informan sobre ellas. Ricard Ruiz Garzón es el autor de Las voces del laberinto.
Historias reales sobre la esquizofrenia (Plaza & Janes, Barcelona, 2005). Nos explica
así estas carencias informativas: «Es un tema que casi se evita, pero es un problema
que afecta al uno por ciento de la población: una de cada cien personas lo sufre. Dos
o tres personas entre nuestros conocidos, estén diagnosticados o no, probablemente
estarán afectados por la enfermedad. No sé si es un tema tabú, pero sí es un tema
lleno de prejuicios y tópicos. Aparece pocas veces en los medios de comunicación y
cuando aparece, generalmente se asocia a actos violentos. Pero la estadística
demuestra que los enfermos de esquizofrenia son menos violentos que la población
en general o, si lo son, lo son contra ellos mismos: por eso hay un índice elevado de
suicidios».
Ricard Ruiz insiste en la dificultad de identificar científicamente el problema:
«De la esquizofrenia sabemos eso: que es un enigma, que los psiquiatras y los
especialistas aún no han acabado de identificar las causas. Hay una predisposición
genética probablemente, pero también hay desencadenantes sociales. Sabemos que no
existe una cura desde el punto de vista científico, pero casi un tercio de los enfermos
puede salir del laberinto de la esquizofrenia o, al menos, quedar “compensados”, es
decir, que pueden llevar una vida normal con una mínima medicación. Se sabe que
los psiquiatras hablan de esquizofrenia para referirse a cosas muy distintas. En
realidad, la esquizofrenia es un síndrome, un conjunto de síntomas, síntomas que a
veces pertenecen a otras enfermedades, como la depresión o incluso la doble
personalidad, pero esto no es la esquizofrenia, esto es otro trastorno distinto».
Esas voces que escuchan estos enfermos parecen unidas para siempre a esta
dolencia. Son ciertas, algunos pacientes las escuchan, pero también hay mucho de
leyenda y mito al respecto: «Los referentes cinematográficos y literarios han dado
una idea un poco sesgada, distorsionada o romántica de la enfermedad. A veces se ha
presentado así a grandes genios de la música, la literatura o la pintura, como si la
esquizofrenia hubiera podido ayudarles en alguna medida. La esquizofrenia, en
realidad, es una enfermedad paralizante. Respecto a las voces o las alucinaciones, es
cierto que pueden condicionar muchísimo a la persona. Los enfermos no me
explicaban algo que se imaginaban: me contaban algo que vivían, una experiencia tan
cierta como lo que vivimos los demás en el mundo real».
Las voces que ordenan, que instan a cumplir misiones, que obligan a actuar no
son habituales, aunque ocurren. De hecho, «hay personas que dicen que incluso en las
fases más profundas del delirio son capaces de distinguir que algo no encaja y que si
hay órdenes, son capaces de rechazar esas órdenes porque algo en su interior les dice
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que eso no es algo normal».
La esquizofrenia, en fin, es un auténtico desafío para la ciencia. En ese punto
parecen estar los límites de lo que actualmente sabemos respecto a la mente humana.
Pero ¿sólo con el diagnóstico médico se puede explicar satisfactoriamente todo lo
sucedido en esa casa de Amityville?
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Encuentros en la carretera
«Fucile credo plures esse Naturas invisibiles in rerum
universitate. Sed horum omnium familiam quis nobis
enarravit? Et gradus et cognationes et discrimina
et singulorum munera? Quid agunt? Quae loca habitant?».
(Creo sin duda que hay muchas naturalezas invisibles
en el mundo de las cosas. Pero… ¿quién nos dirá
a qué universo pertenecen? ¿Quién describirá
sus grados, vínculos, diferencias y características?
¿Qué hacen? ¿Qué lugares habitan?).
T. BURNET. Arch. Phil., II.
Caso #1
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leyendas, ¿por qué no dais voz a las personas que hayan tenido esa experiencia? Si
son leyendas, que hablen las leyendas».
Bien. De acuerdo. Que hablen.
Aquella noche comenzó un experimento sociológico a gran escala… y la
respuesta fue sorprendente. Recibimos unos 750 casos a lo largo de la primera
madrugada. Eran relatos de personas que habían tenido esa experiencia, que conocían
de primera mano esos hechos, o que conocían a familiares y amigos que los habían
vivido y sufrido. Con nombres y apellidos concretos, verificables, reales. Un material
que quemaba en las manos.
La situación es ésta: sabemos que tenemos mucha audiencia, porque trabajamos
en la Cadena SER, una emisora que es líder en todas las franjas horarias, pero, aun
así, nuestros oyentes son sólo un pequeño porcentaje de la población. Ante esta
avalancha de casos, debíamos preguntarnos de nuevo si aquello era leyenda o
realidad. La respuesta es sencilla: no sabemos qué es. ¿Alucinaciones? ¿Sugestiones?
¿Impresiones? Debo decir que el material con el que contamos es digno de una
investigación profunda y de gran calado: no puede ser que entre los oyentes del
programa —un mínimo porcentaje respecto a la población española— se den tantos
casos de apariciones y revelaciones fantasmales junto a las carreteras. ¡Más de 750
casos distintos!
Entre los oyentes que participaron en esta investigación se dieron distintas
actitudes: había personas que estaban muy nerviosas, otros preferían no identificarse,
otros nos legaban un secreto que pertenecía a su círculo familiar y personal. Se trata
de material sensible, desde luego, y se comprenden los recelos y las dudas, porque
estos temas se han tratado tan frívolamente en ocasiones que los protagonistas a veces
son tachados de locos o perturbados. Por eso es necesario tener mucho cuidado y
mucho tacto. A lo largo de las próximas páginas se cederá la voz a personas que han
tenido experiencias con esos extraños visitantes de las carreteras españolas. Pero
antes es necesario hacer algunas precisiones.
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aseguran que ese tipo de alucinaciones grupales o colectivas o compartidas son muy
raras. La cuestión se torna más compleja a medida que se investigan los casos.
¿Sugestión? ¿Qué clase de sugestión es la que obliga a creer que una entidad o un ser
sube al vehículo de una persona y después desaparece?
Se dice que estas figuras aparecidas son siempre mujeres. Según Antonio Ortí y
Josep Sampere, autores de Leyendas urbanas en España (Martínez Roca, Madrid,
2000), la mujer representaba en la Antigüedad, y para la Iglesia, una especie de reto
pecaminoso y nos hablan de caballeros para los cuales esas damas eran la
representación de la desviación del deber, algo parecido a las sirenas que trataron de
encantar con sus prodigiosas voces a Ulises en la Odisea homérica. Ahora bien, si es
leyenda, ¿cómo entender la persistencia de estos fenómenos y la implacable
verosimilitud de los testimonios?
¿Qué se esconde detrás de esto? ¿Qué está viendo la gente en las carreteras? ¿Por
qué ocurren tales episodios? ¿Se debe a los lugares o a las personas? Muchos
camioneros y conductores llevan toda la vida en las carreteras y nunca han visto nada
semejante. Así pues, ¿se trata de una coincidencia de determinados lugares y
determinadas personas? O de algo más dramático: ¿se trata de la persistencia de
elementos no conocidos tras acontecimientos trágicos? Los espiritistas dirían que tras
un hecho terrible hay elementos psíquicos o espirituales que permanecen en el
lugar… pero eso sólo es una simple teoría.
Nuestros testigos —sólo se avanzará una muestra— son personas normales, con
los oficios más diversos, de procedencias distintas, con condiciones culturales y
socioeconómicas muy diferentes. ¿Y qué o a quién ven? Con frecuencia, como se ha
dicho, la visión se corresponde con una mujer joven, pero también hay ancianas
enlutadas, hombres altos y grotescos ataviados con sombrero de copa o con un
maletín, niñas vestidas de primera comunión o portando un ramito de flores, niños
con una pelota, ancianos, e incluso grupos mixtos, como anciana-niña, o animales.
Quizá la visión más terrorífica sea la de la niña de ojos vacíos que sonríe… En
noviembre de 2003, un camionero de Girona se ve obligado a frenar casi
violentamente al divisar en medio de la noche lluviosa a una niña con vestidos de otra
época que cruza la carretera sonriendo, envuelta en una especie de luminiscencia muy
ligera. En aquella noche sin luna se apreciaba su pequeña figura brillante con
claridad. Sonríe y cruza… en mitad de una carretera de montaña.
Entre los camioneros se cuenta la historia del lobo negro que se cruza ante el
vehículo justo en el momento en el que podrían quedarse dormidos. Este hecho
sugiere que estas figuras aparecen como premoniciones o como avisos. Muchos de
los testimonios recogidos tienen relación con esta función de ángeles custodios:
avisan de un inminente peligro. Son figuras que salvan vidas.
En otros casos no advierten de la posibilidad de un accidente, sino que se
presentan como el recuerdo de ese suceso: «Ten cuidado… porque aquí me maté yo».
Finalmente, parece que en ocasiones sólo intentan reclamar nuestra atención. Un
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oyente narraba un caso espeluznante: él era trabajador en una ambulancia y acudió al
lugar donde se había producido un accidente de tráfico. Cuando se acercó a las
inmediaciones del siniestro, una joven le contó cómo había ocurrido todo. Cuando
sacaron el cadáver del amasijo de hierros en que se había convertido el coche… era
ella.
Estas experiencias tienen una genealogía y una historia. Sea lo que fuere —
muchos piensan que es una leyenda que se modifica con el discurrir de los siglos—,
su persistencia parece indudable. Los cruces de caminos, lugar donde moran los
demonios, según las tradiciones medievales, son, desde el punto de vista
antropológico, emplazamientos propios para la aparición de seres fantasmales: la
espantosa visión de una mujer sin cabeza en un cruce de caminos en Etch, actual
Holanda, se halla recogida en numerosos textos antiguos. Durante el medievo se
generó una cultura del miedo a fuerza de repetir imágenes de mujeres con trajes
vaporosos, muy semejantes a las que se describen en la actualidad. En aquellos
siglos, el terror tenía otra intensidad: no se podía transitar por algunos caminos a
determinadas horas. Y en los siglos XVII y XVIII hay una larga tradición de caballeros
que hablan de mujeres que exhalaban un gélido aliento cuando se montaban tras el
jinete, justo un instante antes de desaparecer.
También es común la historia de los carruajes que transitan por parajes oscuros y
que se detienen obligadamente porque los caballos se niegan a continuar el camino. A
veces se explica que el postillón descendía del pescante y trataba de encontrar la
causa que atemorizaba a las bestias; entonces veían una figura en mitad del camino.
Sólo cuando esa figura extraña se había ido o se difuminaba, los caballos
reemprendían la marcha.
En Estados Unidos se realizaron estudios sobre la famosa «chica de la curva» en
los años cuarenta y se publicaron en diversos medios de comunicación. Se
encontraron 79 tipos de autoestopistas fantasmales y, casi en el cien por cien de los
casos, éstos avisaban de un acontecimiento futuro. En Sudáfrica es clásico el caso del
fantasma de Uniondale. Los testigos no se conocían entre sí, ni sabían de la historia, y
narraron los mismos hechos, incluso dieron un nombre: María Roux, una chica que
murió el día 12 de abril de 1968, a los 23 años, en un accidente de coche. Se
comprobó que esa chica había existido y había fallecido en el mismo lugar y en la
misma fecha que ella misma, en su versión fantasmal, indicó a los viajeros.
Hace mucho tiempo, cuando estábamos en el proceso de investigación previo a la
publicación del libro El paraíso maldito, que se centraba en el paisaje cacereño de
Las Hurdes, tuvimos ocasión de conocer una historia sorprendente. Supimos que
hubo una serie de intervenciones oficiales en 1907 debido a ciertas apariciones en la
zona. Cuando los testigos tuvieron que explicar lo que habían visto en diferentes
puntos y a lo largo del tiempo, utilizaron un nombre curioso: el Duende Entiznao.
Nos lo describieron como un individuo vestido completamente de negro y —lo que
más inquietaba a los veinte testigos que lo contaron—, según ellos, el Duende
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Entiznao se aparecía en lugares donde se había producido alguna tragedia. Su tocado
característico era un sombrero de copa. En las páginas siguientes el lector podrá
deducir si hay casualidades o no.
Caso #2
Caso #3
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mano abierta y la otra la envolvía con un puño… No sé si me explico bien. Y tenía la
mirada perdida, no miraba hacia ningún lado… No… casi paramos… pero no…
porque cuando vi esa imagen… A mi padre no le dan miedo esas cosas, pero
sentimos casi pánico. Porque era una imagen… ni en una película de miedo sale una
figura así. Ese ser o lo que fuese sabía que estábamos allí. Parecía que no quería que
avanzáramos, como si nos quisiera advertir de algo. Yo tenía el coche casi parado y
entonces me eché un poco hacia un lado y… yo no sé si fue por intuición o por
algo… pero apreté el acelerador y nos fuimos. Sentimos tanto miedo a eso
desconocido… Hemos viajado mucho por la noche y eso no lo habíamos visto en la
vida. Después de aquello… desde que la vimos hasta que llegamos a nuestro destino,
no hablamos nada. Estábamos los dos paralizados».
(Varios oyentes nos comunicaron que esto era completamente real y que era un
asunto muy conocido en la Sierra de Aracena. Mucha gente había visto a aquella
mujer, y a veces iba con una niña).
Caso #4
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Caso #5
Caso #6
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accidente con un camión volcado. Era alto, un hombre, vestido de negro, como con
una capucha… no sé… Pensábamos que era un autoestopista… Pero no vimos nada.
Nos quedamos traumatizados. Veinte minutos después, vimos el accidente. Yo no
sé… me gustaría pensar que eso no existe. Quiero pensar que eso no va conmigo. Sé
que es cierto, pero no quiero asumirlo».
Caso #7
Caso #8
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me señaló: “Esta carretera, esta carretera… ¿Me puedes llevar?”. Le dije que sí, lo
monté en el camión y le eché una mano para subir porque el hombre era mayor. Y al
pasar el puente del AVE, me dijo que parara, que se quedaba allí. “¿Cuánto me queda
para Puebla de los Infantes?”, le pregunté. Y no recuerdo si me dijo cuatro leguas o
siete leguas. Me habló en leguas. Es una carretera estrecha. Me bajé del camión, le
eché una mano al hombre para que bajara y le digo: “Tenga cuidado ahora, cuando
arranque el camión, no lo vaya a pillar…”. Antes de ponerme en marcha, empecé a
mirar por el retrovisor, pero no lo veía… no lo veía y temía que pudiera atropellarlo
cuando arrancara. Bajé otra vez. Empecé a buscarlo… y nada. Había desaparecido.
Yo miré debajo del camión. Busqué por todos lados. Y allí no había dónde
esconderse. Aquel hombre desapareció y ya está. Tendría que haberlo visto. Era un
hombre de setenta o setenta y cinco años, mayor, tampoco podía correr… El hombre
iba vestido… Llevaba una camisa… con su boina. Fue una conversación normal. Me
dijo que tuviera cuidadito y ya está… Lo toqué, pero era normal. Yo no creo en todo
esto… Miré por todos lados… De eso hace tres años y no hago más que darle vueltas
al tema…».
Caso #9
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Algunos lugares
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Ouija
«En más de una ocasión hemos intervenido en casas
donde se producían extraños fenómenos. Hay una cosa que
no suele fallar cuando interrogamos a los testigos:
allí, tiempo atrás, se practicó el espiritismo, la tabla ouija…».
José Antonio Sánchez, comisario jefe de Madrid
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«16 de noviembre de 2005.
»Psiquiatras y psicólogos examinarán a 25 alumnos del colegio Clemente
Chávez, en San Martín (Perú), tras sufrir trastornos después de realizar una
sesión de ouija. Se habla de crisis de histeria colectiva».
El drama de Cainitas
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Si esto es cierto, es comprensible el terror. Trejo lamenta que nadie quisiera
ayudarlos porque, en realidad, nadie creía lo que les estaba ocurriendo. «Fue una
experiencia muy desagradable y grotesca».
Llamaron a un sacerdote, que trató de exorcizar la casa. «Cuando estaba
realizando el ritual y el rezo, una bola de aire comenzó a desplazarse por toda la casa
hasta que rompió todos los cristales y todo el mundo se quedó impactado cuando se
comprobó que la Biblia que había estado utilizando el sacerdote se había quedado
manchada de sangre. Tristemente, el sacerdote falleció ese día. Resbaló y se desnucó,
por la noche».
Los muchachos, acosados por aquellas presencias, trataron de buscar una
solución. La cura que se les sugirió era de origen azteca, con distintos elementos
naturales y algunos elementos cristianos. Les recomendaron rezar el salmo 91:
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manifestarse, pudo haber propiciado todo lo que ocurrió».
Se han llevado a cabo mil investigaciones en torno a este caso, pero para las
autoridades son sucesos comunes: un coche que se queda sin frenos, un accidente,
una enfermedad…
«No es un caso del que uno se sienta orgulloso», asegura Carlos, «porque se sufre
mucho cuando tratas de explicarlo y no te creen. La situación se fue complicando
hasta que falleció mi esposa. Decidí alejarme de aquella casa, porque sabía que había
algo que yo no entendía y que no podía comprender. Toda mi vida de ilusión y de
amor se había destruido. Estaba desesperado».
¿Es esto lo que puede ocurrir tras una aparentemente inocente sesión de ouija?
Carlos Trejo probablemente puede dar un consejo al lector: «No tienes que
arriesgarte con cosas que no vale la pena. Uno puede jugar con esta tabla y puede que
no suceda nada. El problema es cuando contactas con algo y ese algo es agresivo o es
un ente negativo, con intención de causar daño. Ése es el peligro».
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un lápiz y, en la base, hay una especie de ruedecillas que permiten que esta guía se
desplace sobre un papel, en una mesa o en algún lugar fijo. Así, el médium puede
escribir los mensajes que supuestamente le transmiten seres o entes que no se hallan
en esta dimensión. El reclamo que los comerciales escribían para vender estas
planchettes rezaba: «Intente mejorar el presente y su futuro será más brillante». Las
instrucciones decían que había que poner una tabla en las rodillas de una dama y de
un caballero, y la guía o planchette, con forma de corazón, encima de ella. Cualquiera
de los dos, después de concentrarse, podía hacer una pregunta y el mecanismo
contestaría rápidamente, escribiendo sobre un papel la respuesta. Pero estos artilugios
poco a poco fueron desapareciendo, ya que los mensajes que escribían eran
ininteligibles la mayoría de las veces, el papel se movía, el lápiz se desplazaba o se
trababa, las frases se superponían… Por todo ello, el mecanismo fue evolucionando
hasta convertirse en lo que hoy conocemos como el tablero ouija.
La tabla de la ouija, a la que también se llamó «el telégrafo de los muertos», fue
inventada por William e Isaac Fuld, que la comercializaron en 1889. Como reclamo,
en las cajas que contenían la ouija se decía: «La ouija conoce todas las respuestas.
Extraña y misteriosa, sobrepasa en sus resultados la lectura de la mente y la
clarividencia. Tan inexplicable como la magia, la ouija le hará sentir lo que usted
nunca ha experimentado».
En definitiva, se vendía casi como un juego, un entretenimiento.
Durante las dos guerras mundiales, la ouija fue muy utilizada por las mujeres que
habían perdido a sus maridos en combate. Ante la muerte de sus esposos, muchas
desesperaban y acudían a todo tipo de métodos para intentar el contacto con sus
espíritus.
En 1996, la empresa fabricante de juguetes estadounidense Parker Brothers
compró los derechos para la comercialización del tablero. Se fabricaban con todo tipo
de motivos decorativos (dibujos relacionados con Halloween, paisajes de lugares
misteriosos, pirámides energéticas) e incluso se realizaron tablas cuyo motivo
principal era el diablo. Desde entonces, se calcula que se han vendido más de
veinticinco millones de ouijas en Europa y América.
Pero la tecnología también ha llegado a este presunto método de contactismo y
hoy en día es muy común la ouija por ordenador. Se le hace la pregunta a la máquina
y un objeto se mueve en el tablero del ordenador y ofrece algunas respuestas.
Normalmente —y naturalmente—, ofrece respuestas programadas por los individuos
que mantienen el negocio.
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personas.
Son frecuentes las historias de amigos y conocidos que hablan de estas
experiencias —en general traumáticas y desagradables—. Y son tan frecuentes que
hay que admitir que se produce una reacción, independientemente de su procedencia
o su origen.
El caso que narraba anteriormente el parapsicólogo Carlos Trejo recuerda la
desgraciada experiencia de Estefanía Gutiérrez Lázaro, una joven de 18 años, de
Vallecas (Madrid), que murió tras una sesión de ouija (Enigmas sin resolver II, Iker
Jiménez, Edaf, Madrid, 2000). Al parecer, se rompió la tabla, había humo en el vaso
y la muchacha daba alaridos con una voz distinta a la suya, tenía los ojos en blanco y
se golpeó repetidamente hasta que falleció. Es una descripción muy parecida a la del
joven en aquella casa de México.
En Granada hay un edificio que hoy ocupa la Cruz Roja. Este edificio está situado
en la Cuesta de Escoriaza. En los años cuarenta del siglo pasado era una fábrica de
telas; ya entonces se decía que ocurrían hechos insólitos y que en ella habitaba un
espectro que vagaba por el jardín. Cuando la fábrica se cerró, los mayores prohibían a
los niños jugar en aquel lugar y les advertían que no entraran, sobre todo, en el
desván. Algún vecino aún recuerda cómo, siendo niño, desoyó las órdenes de sus
padres, se atrevió a traspasar el umbral de esa puerta y pudo observar una especie de
esfera flotando en el aire e irradiando un fulgor blanco. Además, en aquellas naves se
oían golpes, los muebles se movían y cambiaban de sitio sin que nadie los tocara.
En 1950 se derriba finalmente la fábrica de telas y en su solar se construye un
hospital y una leprosería. Es un edificio gris que, al ponerse el sol, se torna aún más
tenebroso. Al parecer, allí se produjo una muerte trágica. Entre otras cosas, éste fue el
detonante de los supuestos fenómenos paranormales que se han producido allí desde
entonces: un accidente de circulación en el año 1989, la muerte de un voluntario de la
Cruz Roja, el intento de contacto por parte de sus amigos a través de la ouija y, por
fin, los fenómenos poltergeist, casi siempre, alrededor de la taquilla de ese
compañero fallecido.
Esta secuencia recuerda el famoso caso de Cerler: un apartado cuartel de
montaña, una luz, una muerte, siete soldados muertos, y, a partir de entonces, en un
cuartel de montaña, bastante tenebroso, las taquillas se abrían y se cerraban. Y
alguien lo empeoró todo cuando hicieron una sesión de ouija en aquel lugar.
A veces estas sesiones son como detonantes: ocurren hechos incomprensibles y, a
veces, el remedio es peor que la enfermedad.
Eso ocurrió en la localidad valenciana de Xirivella, después de una sesión de
ouija a la que asistieron algunos escolares. Al principio, según contaba nuestro
corresponsal Francisco Contreras, sólo se oyeron en la casa de uno de los
participantes pequeños golpes, en tabiques, techos y muebles. Posteriormente, los
ruidos se hicieron más intensos. Eran fuertes golpes, repetitivos, contundentes y se
observaron movimientos de pequeños objetos en las estanterías del salón y de las
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habitaciones. Incluso los juguetes parecían cobrar vida propia. Se llegaron a
materializar gotas de agua, según declararon los residentes. La situación llegó a ser
insostenible y el 19 de junio de 1999 tuvieron que llamar a una patrulla de la policía
local de Xirivella, quien constató toda esta fenomenología. Lo más sorprendente es
que después, durante la madrugada del 19 al 20 de junio de 1999, con dos periodistas
como testigos, realizando un reportaje de televisión para el Canal 9, para el programa
Punt de mira, pudieron ver cómo las paredes sonaban solas y los objetos se movían
como impulsados por manos invisibles. De todo ello quedó un parte policial que ha
pasado a los archivos de la historia de la parapsicología española.
Desde estas páginas sólo podemos advertir que estos juegos pueden desembocar
en situaciones terribles. Y no se trata sólo de visiones, ruidos o movimientos de
objetos que no se deberían mover. En México, en 1977, un niño de 13 años solía
jugar solo a la ouija. Era un niño con algunos problemas familiares y frecuentemente
se encontraba solo o en una situación de semiabandono. Según los expertos, jugar
solo a la ouija es el último umbral: en ese caso, significa que el tablero se ha
apoderado del individuo y éste se ve atrapado en una obsesión, instado a consultarlo
constantemente. Ese niño dejó una carta a su madre, sobre el tablero, diciendo que
había llegado la hora y que sus amigos de un extraño planeta llamado Sonolcuclo le
habían dado todas las instrucciones para viajar a su mundo. La forma de viajar era
lanzarse desde un noveno piso, donde vivía. El cuerpo del niño se estrelló contra la
acera, ante el espanto de todos los viandantes. Arriba, su madre y la policía se
encontraron con aquella carta de despedida sobre el tablero.
Algunas películas, como la citada Ouija, reflejan perfectamente la obsesión que
pueden comenzar a sufrir los participantes en estas sesiones: escuchan a sus
familiares con otras voces y los ven con otras caras, tienen visiones y percepciones
erróneas, sufren desvaríos, acatan órdenes inexistentes, adecúan sus paranoias al
mundo real… Aquí se podría citar el caso de un muchacho de Badajoz que veía a un
niño sin piernas, de unos cuatro años, flotando en el cuarto de baño.
Un caso famoso, ocurrido en El Cerrito, en California, a principios del siglo XX,
da la medida de la obsesión en la que pueden caer los individuos que practican este
mal llamado juego. El 7 de marzo de 1920, los periódicos californianos informaban
con grandes titulares: «Ciudad entera maldita por la ouija». Al parecer, la noche
anterior la policía había tenido que detener a siete personas que se habían vuelto locas
después de asistir a una sesión de ouija. Una chica de quince años fue arrestada
vagando por las calles. Estaba completamente desnuda porque decía que así podía
contactar mejor con los espíritus. En días posteriores, la «ouijoepidemia», como se
llamó este fenómeno de histeria colectiva, se trasladó a otras localidades, e incluso un
oficial de la policía cayó en la obsesión y comenzó a rasgar su uniforme y sufrió un
ataque de histeria cuando se encontraba vigilando una entidad bancaria. Llegó a tal
punto el estado de histeria colectiva que las autoridades tuvieron que enviar
psicólogos y psiquiatras de otros lugares a El Cerrito, para que examinaran a 1.200
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personas. Prohibieron la ouija tanto en esa localidad como en las localidades
cercanas. Todos los tableros fueron quemados y no se permitió que estas piezas
volvieran a las jugueterías.
Ciencia y religión
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embargo, puede venir un demonio. Claro, no hay forma de evitar ese riesgo, por más
que uno sepa de espiritismo, y hay gente que sabe mucho. Sin embargo, no hay forma
de evitar ese peligro».
La Iglesia sólo habla de puertas abiertas al más allá, aunque en general desestima
estos asuntos. El exorcista Fortea tiene claro que la ouija puede ser una de esas
puertas y el riesgo es más que alto: «Es un misterio. No sé por qué, en la primera
ocasión que realizan una sesión espiritista, muchos participantes quedan poseídos, y,
sin embargo, hay personas que lo han realizado treinta o cuarenta veces y no han
quedado poseídos. Lo que sí está claro es que, cada vez que se realiza, hay un riesgo.
A veces a la primera, a la quinta o a la décima vez. No hay nadie que lo pueda
realizar sin ningún riesgo. La solución, para todo este mundo complejo y variado de
fenómenos que tienen que ver con los espíritus y los demonios, es siempre la oración
a Dios. Allí no hay ningún peligro. Allí está la medicina de todo. La oración
esencialmente viene dada en el libro ritual de exorcismos, en el que hay distintas
posibilidades según los casos. Se trata de que el sacerdote ore a Dios para que Dios
libere a esa persona. Es un poder sacerdotal no muy utilizado, pero existe: es el poder
de expulsar al demonio, es un poder instituido por Jesús, tal y como aparece en el
Evangelio. Y eso es el exorcismo, en definitiva».
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«¡Os arrepentiréis…!»
Poltergeist en la Diputación de Granada
«¿Qué ha sido de ellos, y dónde están? ¡Polvo y cenizas…! ¡Habitantes de las tumbas…! ¡Fantasmas del
recuerdo…!».
W. IRVING: Cuentos de la Alhambra.
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los acontecimientos se encadenan de un modo prodigioso. Es necesario, por tanto,
remontarse muchos siglos atrás…
En La guía de Granada (1892) de Manuel Gómez Moreno y en otros textos
históricos ortodoxos no se habla de estos fenómenos extraños, pero permiten
adentrarse en la Historia de este peculiar lugar y saber qué ocurrió allí en tiempos
pretéritos. Gómez Moreno, en 1892, hablaba de ese emplazamiento y decía que se
tenía constancia de que allí se levantaron durante el medievo hispánico hasta tres
mezquitas funerarias, tres mezquitas en las que se rendía culto a los difuntos. En
algunas crónicas antiguas se habla del templo de Zanaqat, que en 1508 fue sustituido
por una iglesia cristiana, la iglesia del Corpus Christi, que luego se presentó bajo la
advocación de la Magdalena. Las crónicas del siglo XX hablan de un almacén de telas
cercano, junto a la iglesia, donde se dan varios suicidios: varias personas se ahorcan
por temor a que algo los mate; y se hablaba de algunas imágenes religiosas que
habían cambiado de lugar, cuadros que se giraban y toda una fenomenología que hoy
consideramos poltergeist.
En 1891 se produce un acontecimiento oscuro en esa calle, un suceso extraño y
poco documentado. Juan Enrique Gómez, periodista del diario Ideal de Granada, que
siguió de cerca los acontecimientos de la Diputación de Granada y responsable en
buena parte de su difusión en toda España, recuerda los datos que se tienen al
respecto: «Es posible que ocurriera un accidente con un coche de caballos en aquel
lugar. Al parecer, se trataba de un carruaje guiado por un prestigioso político de la
época, y que se asustó al ver un entierro que se estaba celebrando en la iglesia con
una pompa fúnebre muy exagerada, según las crónicas. El político sufrió alguna
herida, el coche de caballos arrolló a algunas personas y, por lo visto, mató a varios
niños. Este político fue luego decisivo en esta historia, porque influyó en las
autoridades de la ciudad para que se cerrase la iglesia y se cambiase de
emplazamiento. De ahí arranca la historia y de ahí parte la tradición popular que
habla de espíritus que no llegan a donde deben».
Juan Jesús Haro Vallejo y Lorenzo Fernández Bueno, autores de Operación Al-
Andalus (Corona Borealis, Arroyo de la Miel, 2001), donde se trata este y otros
asuntos, recuerda que esa zona de Granada, en torno a la antigua iglesia de la
Magdalena y la plaza Birrambla, parece estar marcada por lo fúnebre y lo macabro:
«Muy cerca del lugar que ocupaba la Diputación de Granada estaba la antigua entrada
a la plaza de la Birrambla, el Arco de las Orejas, que era el lugar donde se les
cortaban las orejas a los ladrones, y se colgaban allí para atemorizar a los que
entraban en la ciudad de Granada: para que no se les ocurriera robar».
Hacia 1973, una empresa multinacional de grandes almacenes que prácticamente
se evaporó de España, Woolworth, compra el edificio y lo transforma en un bloque de
hormigón. Es a partir de ese momento cuando empiezan a producirse macabros
hallazgos: durante las obras de edificación se encontraron restos humanos que
parecían corresponder a niños de corta edad.
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Juan Enrique Gómez precisa este hecho: «Sí, fue cuando se comenzó a construir
el edificio Woolworth y se realizó la primera cimentación: se dio con los muros
originales de la mezquita sobre la que se sustentó la iglesia posterior del Corpus
Christi y después, de la Magdalena.
Uno de esos muros tenía al parecer un tipo de ladrillo diferente al resto. Al
abrirlo, aparecieron un montón de restos humanos y huesos. Luego se comprobó que
pertenecían a niños de corta edad. Esos huesos eran de cadáveres que estaban
emparedados. Esto no quiere decir que fueran emparedados en vida, sino que
probablemente se enterraron allí».
Al parecer, según afirman los investigadores locales, los niños muertos tienen una
influencia decisiva en esta historia: niños muertos al ser aplastados por un carruaje a
finales del siglo XIX y niños muertos y emparedados muchos siglos antes. ¿Cuándo?
Comienzan a desvelarse los pasajes más oscuros y siniestros de nuestra historia. Juan
Jesús Haro Vallejo explica por qué se hallaban esos restos infantiles en aquel lugar:
«Lo que sé sobre los niños emparedados es que ese convento de la Magdalena o del
Corpus Christi fue utilizado por las damas de alta alcurnia de Granada y de otros
lugares cercanos. Cuando se quedaban embarazadas y no deseaban tener a sus hijos,
por las razones que fuera, ingresaban en el convento, al parecer abortaban y ésos son
los fetos que se encontraron, según apuntan algunas investigaciones».
Juan Enrique Gómez explicaba que ya por entonces el lugar resultaba incómodo e
inquietante: «Los empleados de Woolworth, una vez que se abrió el nuevo edificio
que se había construido sobre las ruinas de aquella iglesia y sobre las tiendas de la
Magdalena, decían que la gente no compraba… y que los ciudadanos prácticamente
evitaban bajar al sótano de esos grandes almacenes. Los almacenes fueron un
completo fracaso». La gente que entraba en esa gran superficie se encontraba «un
poco rara». Éste es el modo de explicar la inquietud y el desasosiego que generan
ciertos lugares…
Finalmente, dadas las circunstancias, la empresa cierra sus puertas, y el edificio
pasa a manos de la Administración provincial. En 1985 se instalan allí las oficinas
centrales de la Diputación de Granada. «Cuando la Diputación decide comprar ese
edificio y rehabilitarlo para instalar allí gran parte de sus oficinas» añade el periodista
del Ideal, «los funcionarios… bueno… nos llegaban comentarios: “Aquí hay cosas
raras, aquí hay ruidos, la gente no se siente bien…”».
Noches de terror
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encontraban perfectamente cerradas en maletines. En diciembre de 1986, algunos
funcionarios, como Concepción Castilla, denuncian lo que está ocurriendo. «Decían
que había ruidos en las paredes», explica el compañero del Ideal. Los espacios en el
interior del edificio no estaban separados exactamente por paredes, sino por
mamparas de aluminio y madera, como ocurre en algunas empresas grandes o en
ciertas administraciones. Oían ruidos… ¿a qué se debían? Eran archivadores que se
abrían y cerraban dando grandes golpes, carpetas que caían al suelo, bolígrafos que se
desplazaban por la mesa y caían y rodaban por las escaleras. Las líneas telefónicas se
cortaban y los funcionarios no podían identificar los ruidos y señales que emitían los
auriculares. Y por las noches, los vigilantes de seguridad llegaban a oír gritos,
susurros, incluso alguno llegó a decir que había figuras de plasma o espectros…
El jefe de mantenimiento del edificio, Manuel Moya, hablaba de una especie de
luz flotante, una semiesfera, que se estabilizaba frente a él y, al tiempo, sentía una
presión que identificaba como un fenómeno físico sin ninguna duda, como si alguien
le pusiera las rodillas en el pecho y deseara asfixiarlo. Todo esto le ocurrió durante la
noche y en la más completa soledad.
«Esto era fenomenología poltergeist, claramente», asegura Vallejo. Los
funcionarios decían que no podían seguir allí, simplemente, que aquello era
insoportable. Llegaron a colocar estampas de santos en las mesas, en los tabiques, en
las máquinas de escribir; y por miedo o superstición, se entregaban a rezos y
oraciones… Quizá deba recordarse aquí que no se está tratando un asunto que
ocurriera en la Hispania medieval, sino a finales del siglo XX y que afectaba a
personas normales que viven en un mundo moderno y poco dado a las creencias
irracionales. Eran, simplemente, personas que nunca habían presenciado nada
parecido en su vida. Vallejo recuerda la situación con estas palabras: «Sí, hubo
prácticamente un estado de terror. En el sótano, según los testigos, simplemente
desaparecían objetos, como por arte de magia. Esto, junto a los ruidos de las
máquinas de escribir… debía de ser terrorífico. Los guardias jurados, al hacer la
ronda, dejaban las puertas cerradas y, cuando volvían a hacerla, más tarde, estaban
todas abiertas. Esto fue lo que realmente provocó el pánico y la intervención oficial».
La psicofonía
La situación había llegado al límite. Los periodistas del Ideal de Granada, con
Juan Enrique Gómez a la cabeza, se hicieron eco de las quejas de los funcionarios,
dieron la noticia y el caso adquirió gran resonancia. Aparecieron noticias al respecto
en distintos semanarios nacionales y se hicieron reportajes para la televisión.
Los testimonios aportados tenían tanta fuerza y verosimilitud que las autoridades
no podían ocultarse. De modo que se organizó una experiencia inédita en España. Un
grupo de especialistas, que configuraban entonces el grupo Omega, obtuvo un
permiso especial avalado por el vicepresidente de la Diputación de Granada, José
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Luis Medina, para investigar durante tres días y tres noches (del 21 al 23 de
diciembre de 1986) qué sucedía entre los imponentes muros de hormigón del edificio.
El equipo estaba dirigido por Juan Burgos y con él se encontraban también médicos,
psicólogos y otros especialistas. Se trataba de realizar una investigación seria sobre el
asunto.
¿Qué ocurrió? ¿Qué se encontró?
Pilar Perry estuvo presente durante esas tres noches junto a médicos, ingenieros y
parapsicólogos, y comenta así su experiencia: «Fuimos a ver qué veíamos allí y…
bueno… yo puedo decir que vi luces en el techo, unas luces que iban y venían. Una
siempre tiene que buscar explicaciones racionales, que siempre o casi siempre pueden
encontrarse, y pensé que podrían ser luces o reflejos de los automóviles de la calle, en
el exterior, pero… claro… allí no había ventanas». Además, Pilar asegura que había
dejado una pitillera en una mesa y, de pronto, «salió por el aire, haciendo giros, como
un semicírculo, y le golpeó en el rostro al parapsicólogo Juan Burgos».
Con ser impresionantes estos sucesos, lo que más atrajo la atención de Pilar Perry
fue otro elemento clave: «Se oían voces. Eso fue lo que más me chocó de toda la
investigación. Teníamos en cada planta una grabadora que simultaneaba posibles
psicofonías con cámaras de infrarrojos que iban registrando la posible actividad. Allí
se oyeron voces como… como si hubiera tres o cuatro voces discutiendo. Había unas
escaleras muy grandes que se dirigían hacia la última planta, y allí se oía como…
como a tres o cuatro hombres discutiendo, aunque no se entendía qué decían».
En una de aquellas grabadoras de las que habla Pilar se registró una de las voces
más impresionantes y terroríficas que puedan escucharse. Esta grabación
presuntamente paranormal fue obtenida por el investigador Mariano Carmona
Almendros, ya fallecido, en una habitación completamente vacía del sótano. Se
tomaron todas las medidas de seguridad necesarias en estos casos, con los precintos
pertinentes en la grabadora magnética. Cuando se revisaron las grabaciones, pudo
oírse una voz desagradable y oscura, un lamento quebrado y largo que amenazaba a
los presentes: «Una compa… nía… Tengo una len… gua… Os arrepentiréis».
Parece la voz de un anciano. En realidad, las dos primeras frases son difícilmente
identificables. En una audición no especializada parece como si se hubiera
ralentizado la velocidad normal de la grabación, hasta detener en algunos momentos
la misma, lo cual imprime en el ánimo del oyente un terror y un espanto poco
comunes. Los primeros informes especialistas otorrinolaringólogos y de expertos
ingenieros, sin embargo, hablaban de una sola posibilidad de crear este tipo de
sonidos. Se trata de un método muy complejo, a través de una especie de cable de
acero, con una incisión, que podría provocar esa vibración y deformar así la voz.
Pedro Amorós, experto informático, hizo un análisis de aquella psicofonía y
ofreció una explicación: «Para mí, personalmente, la traducción de esta voz sería:
“En la compañía en lugar de hablar/con la lengua, os arrepentiréis”». Esta grabación
ofrece matices distintos a otras que se han estudiado: en primer lugar, se puede
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encontrar el tono y el timbre que caracteriza a una voz humana, y se puede asociar a
una garganta concreta, se podría incluso llegar a asociar esa voz a una persona. Eso se
llama huella foniátrica. La forma del paladar, la forma de la lengua y otros
parámetros hacen de las voces elementos únicos. Estas identificaciones se consiguen
mediante programas informáticos.
Nunca se pudo aclarar qué significaba aquel mensaje, qué quería decir y por qué
amenazaba al grupo inter-disciplinar de investigación.
Al tiempo que se producen estas inserciones magnetofónicas, ocurren algunos
hechos propios de la ciencia ficción. Juan Burgos, uno de los directores del grupo
Omega, sufrió heridas que sólo pueden considerarse… sorprendentes. «Mientras
estaban registrándose esas voces en la grabadora», explica el periodista del Ideal, «y
a la vez que bajaban unas escaleras, Juan Burgos sintió una opresión en la mano
derecha, entre el dedo pulgar y el índice, y un dolor. Retiró la mano y la observó. Y
vio las incisiones o marcas de una especie de dentadura, que podría ser de un niño o
de un perro pequeño. El médico, Juan Rodríguez Galindo, confirmó que esas marcas
correspondían a la dentadura de un niño. Pero a los pocos minutos, le volvió a ocurrir
en la otra mano. Además, sentía como una opresión que le empujaba hacia la pared».
«Tanto la psicofonía como la herida son reales», añade Vallejo, «porque entrevisté al
doctor Galindo, que fue quien dejó allí la grabadora. Aunque en la actualidad no
quiere hablar, no creo que me mintiese. Todos los que estaban allí me certificaron la
honestidad de la grabación. Llevaban un medidor de campos magnéticos y,
acercándolo a la pared, apareció lo que Juan Burgos describió como una especie de
rayo, tiró el aparato, que se rompió, y, al examinar la mano, el doctor dijo que aquello
era como la mordedura de un perro o un niño… El doctor dijo que era imposible que
el mismo Burgos se hubiera infligido aquella herida por afán de protagonismo o por
otras razones».
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Madrid y le dijo, muy asustada, que ese dibujo se correspondía en todo con un
antepasado suyo, con un cuadro que ella tenía en su casa. Ese antepasado suyo había
sido el último párroco de la iglesia de la Magdalena, y se llamaba el padre Benito».
Las reacciones no se hicieron esperar: se decía que el padre Benito clamaba, con
su presencia, ante la profanación de aquel lugar.
Éste es, en resumen, el cúmulo de sucesos que acontecieron durante aquellas tres
noches de diciembre de 1986. La concatenación de episodios —poltergeist, voces,
luces, apariciones, psicofonías, etcétera— no han podido fijarse respecto a la historia
del lugar, aunque aquí se han ofrecido datos más que relevantes para que el lector
pueda hacerse una composición más o menos ajustada. En Milenio 3 acostumbramos
a rescatar todos los datos y documentos para que sea el oyente el que tenga toda la
información y saque sus conclusiones. Sin embargo, hay que reconocer ciertos
vacíos: lo que ocurre —y esto es frecuente cuando se abordan temas semejantes— es
que después de quince años de investigación, pocas personas deciden hablar. Se
producen silencios significativos de personas que estuvieron allí y de testigos que han
preferido sellar su voz. ¿Por qué razón?
La liberación
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convenir con el periodista granadino que ni los funcionarios, ni los vigilantes, ni los
miembros del grupo Omega mintieron: «Ellos no han inventado ninguna historia.
Ellos creen firmemente que lo que cuentan es la realidad. Y la psicofonía no está
manipulada, estoy convencido. Tengo que creerles. Ahora bien, creer o no en la
existencia de ese fantasma, de ese espíritu del padre Benito o quien pudiera ser… eso
ya precisa otras consideraciones».
Todos los testigos, periodistas, investigadores —incluso los ciudadanos de
Granada— coinciden en una cosa: allí ocurría algo. Y durante muchos años se ha
creído que sigue ocurriendo.
Por el momento, como tantas otras veces, sólo podemos afirmar que no sabemos
qué se esconde allí, en aquel lugar donde antaño se produjeron emparedamientos,
accidentes y enterramientos. El caso sigue abierto y lo último que sabemos es que se
han formulado más denuncias. Los ecos de la expectación se apagaron, pero el miedo
y el recelo nunca abandonaron aquel lugar.
La historia aún no ha concluido.
El 15 de abril del 2006 Juan Vallejo y el equipo que lo acompañaba con Juan
Burgos a la cabeza se encontraron con diversas anomalías que aún esperan una
explicación. La principal es unas caras que surgieron en la emisión de circuito
cerrado y que pudieron incluso ser fotografiadas a través de la pantalla.
Ojalá pronto sepamos qué son. De momento, en silencio, sólo parecen mirarnos
desde algún punto del tiempo y el espacio.
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Segunda parte
Lugares marcados
A lo largo y ancho del mundo existen lugares marcados. Desde tiempo remoto
nuestros ancestros los reconocieron. En algunos se aposentaron los entornos
funerarios de diversas culturas, solapándose unas a otras durante milenios, como si
algo que les indicase que ése era precisamente el enclave donde debían reposar los
muertos. Y los antiguos, tan menospreciados por esta era fría y tecnológica en la que
vivimos, no eran ningunos tontos. Sabían leer y ver cosas para las que ya estamos
ciegos. Y esos sitios son distintos por algo; la tragedia o el misterio, quién sabe, los
ha convertido en diferentes e incluso temidos.
Por eso quisimos visitarlos y conocerlos en varias madrugadas inolvidables.
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Belchite: voces de una tragedia
«Pueblo viejo de Belchite, ya no te recorran zagales, ya no se sentirán las jotas que cantaban nuestros
padres».
Pintada anónima.
El pueblo muerto
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de cara a la conquista de Zaragoza y el dominio de la zona norte del país.
El 24 de agosto de 1937, el ejército republicano, al mando del general Pozas,
inició una ofensiva para recuperar Belchite. Reunió a unos ochenta mil hombres, un
centenar de carros de combate y doscientos aviones. La iniciativa tuvo éxito en
principio, pero las fuerzas sublevadas (los llamados «nacionales») trasladaron a la
zona un fuerte contingente militar para hacer frente a la ofensiva republicana. Tras
cruentas batallas en Quinto, Codo y Belchite, las fuerzas de Franco rindieron la plaza
el 3 de septiembre de 1937. El pueblo quedó prácticamente arrasado y se calcula que
hubo unos seis mil muertos. Se aseguraba que la carnicería fue de tales dimensiones
que los combatientes hacían barricadas con cadáveres y que, cuando aparecían en el
horizonte los bombarderos, la gente huía pisando los despojos de civiles y
combatientes.
El general Franco quiso mantener intactas las ruinas de Belchite como símbolo de
su victoria, y ordenó construir un pueblo nuevo. Además, concedió a las ruinas la
Cruz Laureada de San Fernando.
Existe también un Belchite subterráneo, ya que durante la guerra los lugareños
excavaron pasadizos entre sus bodegas y túneles para esconderse y poder
comunicarse.
Luis del Val, reputado escritor aragonés, autor de numerosos libros sobre la
posguerra española, describió así sus impresiones ante las ruinas de Belchite: «Yo no
había estado nunca allí. Había oído hablar de que habían ocurrido muchas cosas
durante la guerra, lógicamente, pero… yo no estaba preparado para lo que había allí.
Lo que te encuentras allí es exactamente el efecto de un pueblo después de haber sido
bombardeado: las casas destruidas, los escombros, toda aquella estampa del
horror…».
Este paisaje desolador, conocido hoy como el Belchite viejo o el pueblo viejo,
está muy cerca del emplazamiento escogido por la facción vencedora para levantar el
nuevo Belchite. «Dicen que la gente quería volver a reconstruir su pueblo antiguo»,
señala Del Val, «pero la ideología política no lo permitió y se ordenó que se levantara
un pueblo nuevo para que todo el mundo se fuera a vivir allí. El resultado es un
contraste. Puede imaginarse: un pueblo nuevo al lado de un pueblo fantasmagórico,
que no es más que la imagen de la destrucción».
Los seguidores de Milenio 3 saben que no hacemos valoraciones políticas en el
programa, pero en este punto sí vale la pena recordar que Belchite es un monumento
a la violencia y a la guerra fratricida y, por tanto, un recuerdo permanente de lo que
jamás debe ocurrir.
En la actualidad Belchite es un lugar de referencia para todos los periodistas y
aficionados a los sucesos inexplicables. Quienes han estado allí ofrecen versiones
contrapuestas e incluso contradictorias por lo que a sus sensaciones particulares se
refiere. Desde el punto de vista de las impresiones personales, hay quien opina que
las ruinas de Belchite rezuman sosiego y tranquilidad; otros sugieren que allí sólo se
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siente miedo y pavor. El periodista Carlos Gutiérrez pertenece a los primeros:
«Algunas personas con cierta sensibilidad se sienten diferentes al entrar en el interior
de lo que queda de la iglesia de San Martín, pero no es inquietud o malestar…
Belchite no es un pueblo maldito. Es un pueblo mágico: no se tienen sensaciones
de intranquilidad ni de inquietud, sino todo lo contrario. Pese a lo que ocurrió durante
el trágico episodio de la Guerra Civil, es un lugar que rezuma tranquilidad». El
compañero y también aragonés Ángel Briongos tiene una percepción bien distinta:
«Un paseo por ese lugar es… tenebroso. Se siente miedo. Y eso que, como
investigador, ya he visto muchas cosas. Pero… sí: allí se siente mucho respeto.
Oscuridad. La oscuridad te invade y luego… están esas voces… ahí, que se dirigen a
ti… y no tienes escapatoria. Es miedo lo que se siente».
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Voces de niños, lamentos, susurros, acusaciones, insultos, cánticos que parecen
militares, indicaciones de rendición y sometimiento… el rosario de sonidos captados
en las ruinas de Belchite es interminable. A veces son frases entrecortadas, pero ¿a
quién pertenecen? ¿Quién sigue allí, sufriendo tormentos? La idea de la «banda
sonora de la Guerra Civil» vuelve a presentarse cada vez que se oyen esas
psicofonías. Para Ángel Briongos, estas impregnaciones, al menos, tienen un sentido:
«Todo aquello que ocurrió pudo haber quedado impregnado en el ambiente. Fueron
sucesos trágicos. En Belchite, durante aproximadamente quince días, murieron más
de tres mil personas. Estamos hablando de un sufrimiento mayúsculo, de familias
enteras completamente destrozadas. ¿Quién nos dice a nosotros que en ese plano
paralelo íntimamente ligado al nuestro no quedan esas presencias, esas sensaciones,
ese sufrimiento…?».
Las voces, la palabra, así registrada, resultan escalofriantes. Pero lo peculiar de
las grabaciones de Carlos Bogdanich en la década de 1980 no eran precisamente las
voces, sino ruidos y sonidos que podrían resultar aún más inquietantes.
En una grabación (se publicaron en CD junto a un número especial de la revista
Más Allá) puede escucharse perfectamente el ruido de un automóvil. (No será
necesario advertir que, durante la grabación, no había ningún automóvil allí). Suena
como un coche viejo o, más propiamente, como un coche antiguo, e incluso parece
que se aproxima al micrófono. Debería haber absoluto silencio y, sin embargo, puede
oírse con claridad el ruido de vehículos o sonidos de vehículos antiguos que se
acercan. «Cuando lo oí me quedé estupefacto», admite Carlos Bogdanich. «El sonido,
claramente, es el de un coche. Mucha gente ha estado en Belchite y recordará que
bajo las ruinas de una casa había un coche, cerca de la iglesia de San Martín. En
aquella época, durante la guerra, había unas pocas familias que tenían coche allí.
Quiero recalcar que el pueblo viejo era en su época uno de los pueblos más ricos de la
zona, es decir, que estamos hablando de una zona donde la capacidad adquisitiva era
importante. Era una zona rica en aquel entonces y había gente con coche. Y ese coche
estaba allí, bajo unas ruinas, hasta que lo retiraron».
En otra de aquellas impresionantes psicofonías puede escucharse el sonido de un
avión. Desde luego, no es un avión como los que sobrevuelan España en la
actualidad. Al fondo pueden escucharse explosiones y disparos. «Lo consultamos con
expertos y militares del Ejército del Aire y de Tierra, y de personas que habían vivido
esa situación histórica», dice Bogdanich. «Y los técnicos y conocedores del
armamento utilizado en la Guerra Civil centraban aquellos sonidos en la época: de
acuerdo con las cargas y la tecnología, así sonaban las bombas de aquella época».
Durante la batalla de Belchite, un avión sobrevolaba la población un par de veces
al día y arrojaba las bombas sobre las casas y los contingentes enemigos. Uno de los
pilotos de aquellos aviones, según Carlos Bogdanich, era un vecino de un pueblo
cercano.
Los militares que conocen la aviación de aquella época aseguran a ciencia cierta
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que el motor es un motor de pistón, es decir, nada parecido a los actuales y muy
semejante a la tecnología de la aviación de principios de siglo XX. (En este punto,
debo reconocer que los oyentes de Milenio 3 ofrecieron un repertorio de
conocimientos bélicos realmente apabullante: cuando se emitieron estas psicofonías,
muchos de ellos pudieron advertir el tipo de avión concreto al que remitiría aquel
sonido y ofrecían explicaciones técnicas verdaderamente sorprendentes).
En esa misma psicofonía en la que puede escucharse el sonido de un aeroplano de
hélices que parece planear, elevarse y descender, se pueden oír, de fondo, cañones
antiaéreos. «De hecho, históricamente, a la entrada del pueblo viejo de Belchite, en
una loma, aún está la zona donde estaba el cañón antiaéreo y desde donde disparaban
al vecino del pueblo cercano que pilotaba aquel avión. Son referencias históricas
ofrecidas por gente que vivió esa época», añade Bogdanich.
Parece la grabación de una de aquellas terribles batallas. Y sólo hay una cosa
cierta: no había ningún avión sobrevolando el cielo de Belchite la noche que se
realizaron las grabaciones y, por tanto, no debería haber ningún sonido de ese tipo en
la grabación.
¿Cómo entender o cómo explicar estas psicofonías? En opinión de Javier Sierra,
esos registros «ponen los pelos de punta incluso a los que estamos más
acostumbrados a trabajar con lo paranormal, con lo extraño, con lo imposible. Y ésas
en concreto tienen un toque extra. No estamos hablando de psicofonías en abstracto,
de psicofonías vagas: estamos hablando de psicofonías asociadas a un lugar. Desde
luego, no son grabaciones como las de siempre».
En efecto, como decía nuestro compañero, al oír la grabación de ese avión
amenazante «dan ganas de echarse cuerpo a tierra. No estamos hablando de una
película. Ante ese sonido aterrador, uno se pone en la piel de los vecinos de Belchite
durante las incursiones de la aviación, que debían de ser terribles. Debían de sentirse
indefensos…».
Es necesario subrayar que esos sonidos no se estaban escuchando en el momento
en que se registraban: quedaron grabados en una cinta, pero ni Carlos Bogdanich ni
los técnicos oyeron nada.
Uno de los investigadores que tomó el relevo de Bogdanich en Belchite fue
nuestro compañero y presidente de la Sociedad Española de Investigaciones
Parapsicológicas, Pedro Amorós. Catorce años después de las míticas grabaciones de
Bogdanich, este experto ingeniero informático —cuenta con un inmenso archivo de
este tipo de incursiones sonoras— se desplazó finalmente a Belchite. «No me
esperaba encontrar aquello. Para mí Belchite fue un impacto muy fuerte, tanto a nivel
personal como a nivel profesional. Fui con un equipo e intentamos grabar
psicofonías, como era obvio, después de lo que había ocurrido catorce años antes. Y
cuál fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que se habían registrado voces
impresionantes, en distintas grabadoras. Algunas eran muy fuertes y muy claras, y
otras, habiéndose grabado en el lugar, luego se desvanecían. Para mí Belchite
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representó un impacto muy fuerte».
Es necesario advertir que las psicofonías que registró Amorós son completamente
distintas a las grabaciones de Bogdanich. En principio, porque el equipo de Amorós
planteaba preguntas y, al parecer, algo contestaba… «Las psicofonías que grabó
Bogdanich nos trasladaban a un momento, a una situación, como un fusilamiento,
unos disparos, un avión», admite Amorós. «Pero cuando se expone una inteligencia
que se dirige al investigador o que responde a las preguntas que se le hacen, la verdad
es que entonces te echas las manos a la cabeza: lo que quiera que sea lo que esté
respondiendo sabe dónde estoy, sabe cómo me llamo y sabe qué estoy haciendo».
Bogdanich subrayaba que este método obligaba a entender esas nuevas
psicofonías desde una perspectiva más relacionada con lo espiritual. «Las nuestras
eran los sonidos de la época».
Una de las psicofonías registradas por Amorós decía: «Vive en pecado este
hombre…».
Parece la voz de una anciana, pero las voces psicofónicas son muy difíciles de
caracterizar. Sin embargo, según los expertos, aquí se daban algunos aspectos sonoros
relevantes que podría hacer pensar en una persona anciana.
«No hay más que una vida…».
Algunos entienden aquí «No hay más que claridad…» y otros ofrecen distintas
opciones. «Esta psicofonía también nos puso los pelos de punta», recordaba Pedro
Amorós, «porque estábamos haciendo preguntas en torno a la vida y la muerte, en
torno a la existencia del alma, sobre si perduraba algo. Y nos respondieron eso. Yo,
realmente, me quedé perplejo, en primer lugar por la interacción pregunta-respuesta
y, en segundo término, por el contenido de la propia psicofonía».
Una de las psicofonías más impactantes registradas en Belchite dice: «Rendíos».
Esta ha sido motivo de debate, porque en ocasiones se ha dejado caer que parece
la voz de Francisco Franco. Desde luego, no se puede asegurar nada al respecto,
aunque el tono lánguido de la voz parece sugerirlo.
Los registros sonoros en Belchite, como se ha advertido, son numerosos. David
Marín Gadea, utilizando sistemas digitales, grabó en 2002 una psicofonía que decía
lo que muchos han sentido en mitad de la noche y las ruinas: «Vámonos de aquí».
Terror en Belchite
Carlos Bogdanich recordaba que aquella noche de octubre le aconteció algo sobre
lo que sólo ha meditado años después: «Terminada la grabación, hacia las cuatro y
media de la madrugada, el técnico de sonido, Ricardo Martínez, y yo comenzamos a
recoger todo el equipo. Aún no sabemos por qué, pero en plena oscuridad, con mucho
frío y con niebla, nos empezamos a dirigir los dos como autómatas a la torre del reloj.
Llegamos arriba sin saber por qué y volvimos a bajar. La torre del reloj está en
situación de ruina total. Y nos metimos como gatos entre las ruinas, los peldaños
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destrozados, las maderas rotas, y cuando bajamos y cogimos el coche, nos
preguntamos por qué habíamos subido. Había sido una locura. Incluso de día se
comprende que es una locura subir allí. Quizá fue la carga emocional tras haber
pasado toda la noche en aquel lugar. Algo nos llamó para que subiéramos allí. Nos
jugamos la vida sin saber por qué».
En torno a la iglesia, donde se han obtenido la mayor parte de las psicofonías, y
las mejores en alguna medida, parece concentrarse la energía que propicia esta serie
de acontecimientos sobrecogedores. Carlos Gutiérrez Tutor recordaba para Milenio 3
un episodio horroroso que protagonizaron un grupo de aficionados al esoterismo. En
efecto, desde que Carlos Bogdanich hizo públicas sus grabaciones, muchas personas
acudieron por curiosidad a la localidad de Belchite. «Hubo un grupo de personas que
fueron allí y acamparon en un lugar muy especial, aunque ellos no lo sabían. Junto a
la iglesia de San Martín. Estaban acampados, dentro de la tienda, y todos vieron
cómo una especie de dedo o rama o algo que no supieron identificar desgarraba la
tienda de campaña de arriba abajo. De inmediato, varios salieron con linternas… pero
no vieron ni escucharon nada».
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Civilizaciones perdidas y civilizaciones imaginadas: la
cueva de los Tayos
«Y el capitán le pidió el oro a él y a todos sus indios.
El cacique le dijo que no tenía sino poco,
pero lo que tenía, él se lo daría».
P. B. de LAS CASAS, carta anónima en la Brevísima relación…
El ingenioso fabulador
En 1972, Erich von Daniken (1935) publicó un libro titulado El oro de los dioses.
Los extraterrestres entre nosotros. Al igual que otros anteriores, esta obra alcanzó una
gran repercusión, se tradujo a distintas lenguas y tuvo un enorme éxito de ventas. En
ese volumen se puede leer el siguiente texto: «Se trata, en mi opinión, de la historia
más increíble, la más inverosímil del siglo. Me parecería una historia de ciencia
ficción si no lo hubiese visto y fotografiado yo mismo. Lo que he visto no es sueño ni
fantasía: es realidad. Bajo el continente sudamericano existe un gigantesco sistema de
túneles, hondamente enclavado, de varios miles kilómetros de extensión. ¿Quién lo
construyó? ¿Y cuándo? He ahí la incógnita. En Perú y Ecuador se consiguió recorrer
cientos de kilómetros de esos túneles, pero esto no es más que el comienzo. El mundo
lo ignora todo sobre ellos».
A pesar de los errores, rectificaciones, simulaciones e imaginaciones de que hizo
gala Daniken a lo largo de su vida, su obra tiene un mérito innegable: poner sobre la
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mesa misterios e historias de las que no se hablaba o que parecían escondidas. Otra
cuestión muy diferente son sus hipótesis y, desde luego, sus «peculiares» métodos de
trabajo.
El explorador suizo se refería a un magnífico entramado de túneles subterráneos,
galerías y pasadizos que escondían una fabulosa y mítica Biblioteca de Oro que
contendría, en principio, la Historia de la Humanidad, la verdadera Historia de la
Humanidad.
Javier Sierra explica cómo se gestó esta historia, al menos desde el punto de vista
literario: «El editor de Erich von Daniken le estaba presionando para que escribiera
un tercer libro, no menos espectacular que los dos anteriores». Al parecer, el afamado
autor estaba investigando una serie de pistas arqueológicas que apuntaban a una
supuesta civilización perdida en Ecuador. Los restos y las pruebas de esta civilización
olvidada se podrían encontrar en unos túneles cerca de los Tayos, en una zona
ocupada por una de las etnias indígenas del Ecuador: los shuaras. «Von Daniken
escribió, precipitadamente en mi opinión, ese libro donde afirmaba que gracias a un
abogado llamado Janos Moricz, él había entrado en esas cuevas y había tenido
ocasión de ver una serie de tablas de oro que pertenecían a una antigua biblioteca de
esta civilización perdida».
Las tablas al parecer existían, aunque Daniken nunca las vio en esas cuevas, sino
en el pequeño museo de un sacerdote salesiano llamado Cario Crespi, que vivía en
Cuenca (Ecuador). En fin, Daniken nunca entró en las cuevas de los Tayos. El tema
terminó descubriéndose y, a partir de entonces, la sombra del escándalo no dejó de
acompañar a esa historia que sirvió, entre otras cosas, para desacreditar por completo
la existencia de esa biblioteca extraña y para ratificar muchas de las opiniones que se
tenían respecto a Erich von Daniken.
Alex Chionetti, profundo conocedor del asunto, que en 2005 preparaba una
exploración a la cueva de los Tayos, corroboraba la versión de Sierra: «Daniken me
confirmó que, en realidad, había embellecido la historia, que le dio un tinte romántico
y que nunca había estado en el lugar; que nunca descendió con Janos o Juan Moricz a
la cueva de los Tayos ni vio ningún tesoro, sino que utilizó las fotos que hizo en el
famoso museo del padre Crespi, en Cuenca».
De modo que, como afirma Chionetti, «la historia de los Tayos, lamentablemente,
empezó con el pie izquierdo». A este fraude arqueológico se sumaron las muchas
leyendas del lugar y las distorsiones de los personajes que intervinieron
posteriormente en la historia. «No tenemos una historia verídica», asegura Chionetti,
«porque, en realidad, nadie ha investigado con profundidad el tema. Después de
treinta años y después de dos expediciones, la de 1968 y la de 1976, aún no se sabe
nada a ciencia cierta».
Más falsificaciones
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Efectivamente, hubo dos expediciones a la cueva de los Tayos, en 1968 y 1976.
Pero la historia de un fabuloso tesoro o los restos de una civilización perdida se
remontan a un personaje llamado Cario Crespi. ¿Quién era este hombre?
El padre Crespi, salesiano, es un personaje importante en la ciudad ecuatoriana de
Cuenca, pero al tiempo es un personaje del que casi no se conserva memoria
histórica. Se sabe que estaba muy interesado por la cultura, la lingüística y la
mitografía antigua mediterránea.
El caso es que, misteriosamente, el enigmático padre Crespi va acumulando
tablillas de oro —algunas de ellas verdaderamente espectaculares— que, en teoría,
pertenecerían a una civilización perdida u oculta en las grutas ecuatorianas. «Él decía
que los indios se las traían de la selva y que algunas de las placas y algunas piezas de
la colección, que es realmente monumental, venían de la zona de la cueva de los
Tayos».
La concentración de planchas de oro y restos arqueológicos en la zona de los
Tayos no parece una invención, puesto que otros investigadores han centrado sus
esfuerzos en ese territorio. Pero los especialistas no creen que el tesoro, si lo hay, se
encuentre allí, sino en una de las cuevas circundantes. ¡Y hay más de ciento cincuenta
grutas!
Crespi consiguió reunir un grupo de piezas llamadas la Biblioteca de Oro. Son las
piezas que Von Daniken fotografió y publicó en su libro. A veces se cree que esas
fotografías se hicieron en la cueva o que Daniken consiguió acceder a ella. Como
hemos visto, eso no ocurrió.
Pero los problemas no concluyen aquí. «La mayoría de las láminas de Crespi son
falsificaciones», explica Chionetti. «Yo creo que el padre Crespi entregaba a los
indios los dibujos y éstos los copiaban. Muchos de los temas son temas mediterráneos
y ello conjuga bien con la formación académica del propio padre Crespi».
La acumulación de farsas y falsificaciones parece hundir definitivamente este
misterio y relegarlo a uno de los numerosísimos episodios en los que el afán de
notoriedad y una publicidad aparatosa anegan intereses más nobles. Sin embargo, la
persistencia de la leyenda y el incomprensible hecho de que alguien decida falsificar
¡en oro! obligan a un análisis más detallado del caso.
«Hasta hace poco tiempo, las tablas estaban en Cuenca, Ecuador, en la colección
de ese sacerdote», explica Javier Sierra. «Algunas resultaron ser de latón. Las tablas
de oro que se fotografiaron y que aparecen en el libro de Daniken, que yo sepa, hoy
están en paradero desconocido. No se sabe quién las tiene. No se sabe si se vendieron
a algún coleccionista o simplemente se fundieron en alguna de las múltiples crisis
económicas que ha sufrido ese país. Pero las tablas existieron».
Algunas de las supuestas tablas de oro —muchas de más de medio metro— que
revelaban la Historia de la Humanidad son claramente falsificaciones, claramente
fraudulentas. Algunas reflejan elementos impropios de las culturas mesoamericanas,
animales que no pertenecen a la fauna local, representaciones geométricas impropias
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de esas latitudes, pirámides egipcias… Todo es muy naif, demasiado naif, ingenuo,
con un aire infantil desconcertante y, al tiempo, sospechoso. Sin embargo, otras
láminas parecen verosímiles.
Nacho Ares, director de la revista De Arqueología, opina que esos dibujos «son
tan ingenuos e infantiles que no recuerdan nada americano. Se salen del denominador
común del arte precolombino. Cualquier persona con un mínimo de cultura
arqueológica puede descubrir en las piezas mayas, aztecas, mochicas, etcétera, lo
americano precolombino y en estas piezas del padre Crespi es difícil encontrarlo».
Sin embargo, se aprecian en las tablas alfabetos curiosos y, desde luego, falsificar
en oro… es raro. «Falsificar en oro es raro», admite Juanjo Revenga, «pero con todas
estas cosas siempre existe la posibilidad del engaño y aún más en países donde el
lucro económico es un motivo esencial. Allí se puede matar por estas piezas, porque
en muchos lugares la vida no vale nada». En opinión del realizador de La América
insólita, de TVE, «con esto ocurre como con el chamanismo y otros asuntos
parecidos: un 90 por ciento pueden ser mentira, pueden estar trucados o preparados,
pero hay un 10 por ciento inexplicable. Y ya es bastante. Ya hay mucho en lo que
trabajar».
El asunto de las tablas de oro, en fin, es muy controvertido y aunque la mayor
parte de los especialistas desconfían de la verosimilitud de la historia del padre
Crespi, aún hay quien defiende que algunas de esas piezas tienen algún viso de ser
reales.
El padre Crespi murió hace algunos años y muy pocos han podido acceder a sus
notas, a su legado y a la obsesión que tuvo este sacerdote por recopilar todo lo que
tuviera que ver con la cueva de los Tayos.
Dos expediciones
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hasta la fecha el menor indicio. Los objetos se encuentran diseminados en distintas
cuevas y son de la más variada naturaleza. He podido realizar el descubrimiento en
circunstancias afortunadas: en mi condición de científico investigué aspectos
folclóricos, étnicos y lingüísticos de las etnias ecuatorianas. Los objetos por mí
encontrados presentan las siguientes características: 1. Objetos de piedra y metal de
distintos tamaños y colores; y 2. Láminas de metal grabadas con signos y escrituras.
Se trata aquí de una verdadera biblioteca metálica que podría acaso contener un
compendio de la historia de la Humanidad como, asimismo, revelar el origen del
hombre o dar noticias acerca de una civilización extinguida».
Moricz, al parecer, dio con ese enclave por la amistad que trabó con dos
chamanes shuaras, que lo llevaron al lugar y le mostraron los presuntos tesoros.
Pablo Villarrubia Mauso, nuestro «último aventurero», nos explicaba que, a su
entender, aquellas cuevas de los Tayos sí pudieron albergar algún tipo de tesoro
arqueológico, pero en su opinión es probable que en la actualidad ya no se encuentre
allí. «Quizá fue robado», concluye Villarrubia Mauso, «quizá hubo un pacto entre
Moricz y los indígenas para trasladar el tesoro a un lugar más seguro. Y otros dicen
que se ha escondido en otra cueva de la zona. Aquella es una zona con muchas
cuevas, en las que se podrían ocultar esos objetos».
Moritz murió en 1991 en una expedición arqueológica, en los Andes argentinos.
La segunda expedición importante tuvo lugar en 1978 y fue dirigida por Stanley
Hall. Este ingeniero escocés, en realidad, planteó una expedición arqueológica
científica, a pesar de que fue el libro de Erich von Daniken lo que en principio le
llamó la atención. Hall estuvo en contacto con Moricz, pero su sistema era
academicista y cartesiano: estaba decidido a explorar todas las posibilidades de
aquella cueva y zanjar la historia de un lado o de otro. Desde el punto de vista
científico, como señala Chionetti, «fue una de las expediciones espeleológicas más
grandes de la Historia».
Consiguió un buen registro de las cavidades de los Tayos, con un mapa preciso de
su interior, estudió especies animales y vegetales, recogió pruebas geológicas y
encontró algunas piezas arqueológicas de pequeño tamaño, sobre todo cerámicas.
¿Dónde estaba la Biblioteca de Oro?
En esta expedición, junto a un buen número de científicos y técnicos, iba el
astronauta Neil Armstrong. Existen fotos que demuestran que el cosmonauta estuvo
allí, en aquellas galerías. La cuestión es saber por qué. ¿Qué había llevado a
Armstrong a aquel remoto paraje?
La historia de la singular peregrinación del astronauta estadounidense comienza
—de nuevo— en el fabulador suizo Erich von Daniken: un grupo religioso de Utah
leyó el libro que refería la historia de la Biblioteca de Oro y se quedaron prendados
de la narración. Ese grupo eran los mormones. Según las invenciones del profeta
mormón Joseph Smith, un ángel llamado Moroni le había mostrado un libro de oro y
él lo había traducido para su comunidad (Book of Mormon). Una leyenda decía que el
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libro de oro original se encontraba escondido en las grutas de las montañas de los
Andes, de modo que todo parecía conjugarse para que las profecías mormonas se
verificaran. A Neil Armstrong lo acompañaron cuatro mormones. Lo consideraban
una especie de «elegido» que los llevaría a la prueba definitiva de sus creencias. Y se
asegura que fue esta secta religiosa la que proporcionó los fondos necesarios para que
se llevara a cabo la expedición.
Sin embargo, ni Armstrong ni el jefe de la expedición, Stanley Hall, vieron la
Biblioteca de Oro. Comprobaron, eso sí, que efectivamente existían unas galerías que
parecían cortadas a cincel, a unos treinta metros bajo tierra en la Sierra de los Tayos.
En esa expedición participaron varios ingenieros y ellos afirman que existe todo un
complejo de redes subterráneas en el lugar. No hablan de un solo túnel, sino de un
complejo perfectamente tallado y desde luego artificial. La importancia de la cueva
de los Tayos reside en las construcciones arqueológicas que no tienen explicación
natural.
En particular, hay estructuras arquitectónicas que han atraído las miradas de los
especialistas, como el llamado «arco Von Daniken», que es una pared de ladrillos. O
las técnicas de la piedra angular, para pulimentar y modificar la roca; técnicas que se
encuentran en las ciudades precolombinas de Perú y en Egipto, y que se pueden ver
en las profundidades de la cueva de los Tayos.
«En cierto sentido», explica Chionetti, el trabajo de Hall «fue una expedición
fallida. Y no creo que Neil Armstrong estuviera muy enterado de que tal vez, a la
vuelta de la esquina, en un recodo de la cueva, pudiera haber una biblioteca de
láminas de oro que contaría la Historia de la Humanidad en época antediluviana».
A pesar de todos los fraudes y mentiras, la leyenda de las cuevas de los Tayos
sigue viva. Se habla de individuos que, tras haber visto la Biblioteca de Oro, fueron
asesinados en circunstancias extrañas. Tal fue el caso, por ejemplo, de un tal Petronio
Jaramillo, que fue tiroteado en 1999, seguramente por razones políticas.
También se habla de tribus peligrosísimas, aunque esto parece formar parte de la
mitología de los expedicionarios del siglo XIX: «Algunas de las tribus indígenas
podían tener una cierta peligrosidad hasta hace algunos años», asegura Chionetti. «Y
ha habido casos de crímenes y muertes, pero es una zona tranquila. Lo que ocurre es
que la guerra de 1995 y 1996 entre Perú y Ecuador produjo muchos cambios en el
lugar… En este momento, el mayor peligro son las minas: esa zona fue minada por
las partes en conflicto, Perú y Ecuador».
El interés en este mito obligó a la Administración ecuatoriana a realizar mapas y
planos de la zona, aunque quizá también se ocultaban motivos estratégicos
relacionados con las convulsas relaciones con los vecinos. «Por cierto», precisa Javier
Sierra, «el ejército ecuatoriano había obtenido unas fotografías de las que Von
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Daniken se apropió para su libro».
Después de tantos hechos fraudulentos y de tantas falsificaciones, ¿cómo es
posible que el mito siga vivo?
En primer lugar, la cuestión afecta a los intereses científicos. Como dice Javier
Sierra, «no se tiene ni la tecnología, ni la motivación ni la subvención para explorar
esos lugares». Juanjo Revenga y Nacho Ares coinciden en afirmar que este tipo de
expediciones cuesta muchísimo dinero, en personal cualificado, equipos, permisos,
etcétera. Hay que luchar permanentemente con las instituciones locales y, en cierto
modo, con la población local. Si los especialistas realizan un hallazgo, ello supone un
verdadero conflicto para las administraciones, que se ven obligadas a invertir en su
protección, a crear museos o a fundar grupos de investigación locales. Eso, en países
pobres, constituye todo un problema. Hay pirámides y conjuntos arquitectónicos
perfectamente identificados y localizados en América, pero no hay dinero para
mantenerlos y estudiarlos. Algunos arqueólogos prefieren que se mantengan así,
ocultos, hasta que se den las condiciones apropiadas para su investigación.
Además, en el caso concreto de los Tayos, existe una imposibilidad física de
acercarse a esos lugares en temporada seca, porque los caudales son muy escasos y es
necesario esperar las crecidas de los ríos para adentrarse en la selva por vía fluvial: ir
caminando por la selva es simplemente imposible. Y los conflictos armados en la
zona no son desestimables: aunque aparentemente todo esté tranquilo, los roces entre
los grupos militares pueden ser frecuentes.
El único medio actual de poder investigar estos lugares «secretos» parece ser la
asociación con grandes empresas de comunicación, como Discovery Channel o
National Geographic Channel, que financian expediciones contando con resultados
económicos y publicitarios. Algunos especialistas piensan que esta metodología
puede constituir una cierta «prostitución» de la arqueología, pero quizá no quede más
remedio que unir la investigación científica y el espectáculo si se quieren obtener
resultados positivos.
Así pues, la leyenda de los Tayos se engrandece porque, simplemente, resulta
inaccesible y no se conoce bien.
Pero lo que verdaderamente mantiene viva la historia de la cueva de los Tayos es
la tradición del oro americano. Eldorado, las Siete Ciudades de Cibola, la provincia
de la Canela y otras mil leyendas en las que se habla de tesoros maravillosos y
enormes cantidades de oro han contribuido a perpetuar el mito. A esta idea se une
otra muy popular desde la Antigüedad: las ciudades subterráneas.
En algunas historias se mezclan ambos argumentos, el oro y las cuevas. Por
ejemplo, la que cuenta que los incas escondieron su tesoro ante la previsible
conquista de los españoles en el siglo XVI. En las junglas de Madre de Dios, una de
las selvas menos exploradas del planeta, hay en teoría «una ciudad perdida que se ha
buscado miles de veces. Como no se ha encontrado, al final, se ha llegado a la
conclusión de que es una ciudad subterránea, donde huyeron los incas con todos sus
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tesoros. Y eso es lo que se continúa buscando», subraya Juanjo Revenga. Este
especialista añade además que ni la Ciudad Perdida de los incas ni la cueva de los
Tayos son las únicas historias. Hay ciudades perdidas desde Estados Unidos hasta
Tierra del Fuego. En Brasil, por ejemplo, en el distrito de Minas Gerais, se cuenta que
una de las muchas cuevas que se abren en aquella zona comunica directamente con
las estribaciones andinas. Y en Cuzco y Sacsayhuamán, la zona más visitada y
turística de Perú, se asegura que las ciudades se comunican con túneles. «Y en ellos
ha desaparecido muchísima gente. La gente que entraba allí no volvía a salir», explica
Revenga. «Son túneles reales. Y en Honduras había una cueva donde desaparecieron
muchas personas, pero como no había dinero para ir a buscarlas, allí se quedaron. El
mito de Eldorado (o El Dorado) ha sido simplemente eso: los tesoros indígenas que
se ocultaron en las selvas o en los túneles y que, presumiblemente, están ahí».
De modo que el fundamento de la leyenda síes real. «Claro», afirma Nacho Ares,
«son leyendas que tienen un principio de realidad. No son realidad en su totalidad,
pero contienen un poso de verdad. En la leyenda de Eldorado conocemos todo el
desarrollo de la historia, pero no conocemos el principio, ese principio de verdad. En
la cueva de los Tayos, del mismo modo, puede haber un trasfondo de realidad que
después se ha desarrollado, se ha extendido y ha aumentado hasta un tamaño
exagerado. Pero la posibilidad de un tesoro en esas cuevas no es extraña ni
extravagante».
La configuración geológica de América, al igual que sucede con otros lugares del
planeta donde hay infinidad de cuevas y pasadizos subterráneos, permite justificar la
idea de que fueran utilizadas en momentos de crisis como refugios. Además, en
muchas ocasiones, tenían un significado especial desde el punto de vista religioso
para aquellas culturas primitivas. De modo que, según los especialistas, es muy
lógico que alguna de esas cuevas tuviera ese significado mágico y que algunas
culturas antiguas depositaran en ellas su legado arqueológico, material, bibliográfico,
etcétera. Puede que algún personaje local lo encontrara y de ahí naciera la leyenda.
En todo caso, según Nacho Ares, «el problema es que no hemos conseguido asir ese
principio real que nos daría la clave». Los túneles, las galerías, los pasadizos y las
cuevas son paisajes recurrentes. En esos lugares se refugiaron los hombres primitivos,
allí construyeron sus templos, allí decían que estaban las puertas del infierno; allí se
escondieron eremitas y bandidos, allí se ocultaron tesoros, se encerraron criminales e
inocentes; por esas galerías se escapaba de los castillos y las ciudades, etcétera,
etcétera. Desde la pitonisa de Delfos, que dictaba sus vaticinios junto a una sima,
hasta Julio Verne, que hizo descender por una gruta a sus protagonistas para encontrar
el centro de la Tierra, la Humanidad ha mirado estos espacios como lugares de
misterio.
En 1994, un equipo dirigido por Javier Sierra descubrió que las principales
iglesias de Cuzco, construidas sobre los antiguos templos sagrados incaicos, se
podían alinear en la ciudad, de parte a parte y en línea recta. «Eso entroncaba con una
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leyenda antigua que decía que a través de todos esos antiguos templos sagrados incas
se podía acceder a un túnel que podría haber sido utilizado en tiempos de Atahualpa
para esconder el famoso oro sagrado del Templo del Sol o Coricancha. La evidencia
arquitectónica estaba a la vista de todo el mundo, nadie la había sabido ver, pero las
fotos satélite evidenciaban que todas esas iglesias estaban alineadas. Años después se
emprendieron las excavaciones en el convento de Santo Domingo (antiguo Templo
del Sol en tiempos de los incas). Y hallaron evidencias de que efectivamente existió
un túnel, ya hundido».
Finalmente, para que este mito de los tesoros perdidos de América permanezca
vivo, es necesario añadir un elemento imprescindible: es una constante en todas
aquellas civilizaciones la tradición según la cual los dioses descendieron del cielo —a
veces envueltos en luces o en aparatos increíbles— y les legaron «algo». Esa historia,
en buena parte de los pueblos americanos, hablaría de los principios de la especie
humana, lo cual se vincula con las hipótesis de Erich von Daniken y las tablillas de la
Biblioteca de Oro. Los enviados del cielo, o como quieran llamarse, no sólo
contribuyeron al progreso de aquellas civilizaciones, sino que, al parecer, depositaron
en ellas un bagaje cultural que en Occidente se considera mitológico. Esas culturas,
esos pueblos indígenas, transmitieron su sabiduría de modo oral. Los niños escuchan
las historias de los viejos porque, a su vez, ellos tendrán que contárselas a sus nietos.
Es un hecho que parece común a todas aquellas civilizaciones: todo lo basan en
alguien que vino del exterior.
Las entrañas de nuestro planeta esconden aún muchos tesoros por descubrir, pero
los problemas se acumulan: financiación deficiente, errores en la investigación,
falsificaciones, peligros objetivos en los accesos, incompetencia administrativa,
etcétera. De modo que la conclusión popular es más que evidente: no se investiga y
no se dan a conocer los resultados porque «alguien» no quiere que todos los secretos
que esconde la cueva de los Tayos —y otras— se revelen. Es decir: «conspiranoia».
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El desierto de la muerte: Ciudad Juárez
«Se adoraban dioses a los que se sacrificaban seres humanos».
B. Díaz del Castillo, Historia verdadera…
Los imperios
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aficionados que nos acercamos hoy a esa cultura— encontraron una profunda
contradicción entre la magnificencia de su civilización y los sanguinarios rituales de
los templos. Cada cierto tiempo, siempre de acuerdo con los designios de los
sacerdotes, se llevaban a cabo horrorosas ceremonias sangrientas en las que se
sacrificaban a mujeres, hombres y niños en honor de sus misteriosas divinidades. Se
asegura que los dioses del panteón azteca necesitaban beber sangre constantemente.
Y todo esto ocurría en los templos y en las pirámides que los conquistadores llamaron
«del horror». Bernal Díaz del Castillo (h. 1496-1584) es uno de los grandes cronistas
renacentistas y autor de la singular Historia verdadera de la conquista de Nueva
España (publicada en 1632). Este soldado participó personalmente en la conquista de
México y estuvo a las órdenes del mismísimo Hernán Cortés. En su Historia, Bernal
Díaz del Castillo no deja de sorprenderse ante esos rituales que, en la cultura europea,
resultaban bárbaros y horrendos: «Yo, Bernal Díaz del Castillo, afirmo que lejos de
las costas de lo que llamamos México, descubrimos países densamente poblados,
donde se construían casas de cal y canto, y se adoraban a dioses a los que sacrificaban
muchos seres humanos. Había una placeta donde ponían a los tristes indios para
sacrificar, rodeados de malas figuras y de la mucha sangre derramada aquellos días.
Vimos cosas tan admirables y terribles al mismo tiempo que hoy no sabemos
distinguir si eran sueño o realidad».
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ante el crimen, lo cual ha permitido que las estadísticas de asesinatos, secuestros y
desapariciones hayan aumentado alarmantemente. Los expertos empiezan a hablar de
los misterios que se esconden detrás de las matanzas de Ciudad Juárez. La historia es
digna de los relatos de terror más gore, pero es dramáticamente real.
El paisaje es aterrador: las dunas fronterizas se tornan amenazadoras al caer la
noche. Nadie sabe quién está sacrificando a decenas de mujeres cada semana, quién
las desmiembra y las entierra en fosas cubiertas por la arena o las abandona en el
desierto. Aparecen cuerpos mutilados entre los montículos, cadáveres de jóvenes
violadas y salvajemente asesinadas. Trescientos casos en los últimos años: crímenes
sin solución, sin culpables, sin sospechosos, envueltos en el denso silencio del
desierto.
Ante semejante carnicería, asociaciones populares y grupos de derechos humanos
han alzado la voz ante la presunta impunidad con que operan los criminales. Están
molestos porque entienden que se ha corrido una implacable cortina de silencio en
torno a este macabro asunto. Pero los cuerpos de las víctimas claman al cielo. Se
encontró una fosa con once de ellas. A veces parecen responder a un modelo o canon,
y muchas están mutiladas hasta el punto de que a algunas les han cambiado el rostro:
les han arrancado la piel y les han puesto las caras de otras mujeres. Esto permite
hacerse una idea del tipo de individuos a los que nos estamos enfrentando.
Judith Torrea Oíz, una valiente periodista navarra, lleva cinco años viviendo en la
frontera y nos explica la angustia de las madres que se ven obligadas a vagar por los
desiertos en busca de algún resto de sus hijas desaparecidas: «Una mano, una prenda
íntima, una cabeza… y siempre son personas particulares, no las autoridades, las que
encuentran estos restos en parajes inhóspitos. Y la estadística sube y sube». Judith ha
visto cómo todos los domingos, a las siete de la mañana, esas mujeres recorren la
ciudad y los contornos buscando los despojos de sus hijas. «Van con la esperanza y
con el temor de encontrar algo que pudiera pertenecer a sus hijas. De todos los
cuerpos y restos que se han descubierto, ninguna ha sido descubierta por las
autoridades, han sido descubiertas por grupos y personas que pasaban por un lugar y
descubrieron huesos o restos. Nunca por las autoridades».
Esther Chávez Cano es la directora de Casa Amiga, una asociación de mujeres
que trata de dar voz a esas familias que han perdido a sus hijas en horribles
circunstancias: «Las chicas, las jovencitas que aparecen muertas, se encuentran en
terrenos baldíos, en el desierto, en zonas muy alejadas. Son muy jóvenes, son
violadas, torturadas, en muchos casos mutiladas, y eso es diferente a otro tipo de
crímenes. Se les cercena el seno derecho y a veces el izquierdo. Es brutal. Y,
aparentemente, eso se lo hacen en vida. No hay palabras para describir esos actos, esa
brutalidad, esa deshumanización. No sé cómo estas mujeres pueden seguir viviendo
recordando las últimas horas de angustia de sus hijas. Creo que la muerte fue la
salvación para ellas, para descansar».
La periodista Judith Torrea explica el desprecio de los criminales y la
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impasibilidad de las autoridades: «Los asesinos no se molestan ni en enterrar a sus
víctimas, las arrojan en lugares clave, a veces con una simbología específica, pero las
arrojan en barrios pobres o en el desierto… Lo que más llama la atención es que las
autoridades enseguida dan un nombre a esos huesos, sin realizar ningún tipo de
pruebas científicas y sin buscar el ADN, que es la prueba más fiable. Y enseguida, a
los dos días, por la presión social, encuentran a los culpables, verdaderos chivos
expiatorios. Entonces, tampoco se realiza ningún tipo de estudio. ¿Cómo es posible
encontrar los nombres de las víctimas y de los culpables sin realizar ningún examen
científico? Esa es la cuestión». Efectivamente, ésa es la cuestión principal para
intentar resolver este puzle dramático. Existe cierta impunidad, al parecer, ciertos
condicionantes políticos y sociales, un entramado de grupos narcotraficantes, una
situación inestable en la frontera… En todo caso, la cantidad de mujeres asesinadas
—algunos meses el número se eleva hasta sesenta víctimas— y la proximidad
temporal de los crímenes resultan especialmente llamativas. «Nuestro Estado es el
más grande de la República Mexicana», explica Esther Chávez Cano: «Aquí cabe tu
país, Italia y otros países, sólo en este Estado. La mayor parte es desierto. Entre
Ciudad Juárez y Chihuahua, que está a trescientos kilómetros, no hay más que dos o
tres pueblecitos. Lo demás es desierto. Arena del desierto. Como la arena se mueve,
es difícil encontrar los cuerpos. No se ve nada, apenas logra verse nada. Sólo hay
flores del desierto, extensiones tremendas, lugares imposibles. Allí no se puede
llegar… y en esas hondonadas y lugares alejados, allí se encuentran cuerpos. Sólo
unos vehículos muy potentes podrían llegar a esos sitios, o tal vez las arrojan desde
helicópteros. No sabemos qué pasa. Lo ignoramos. Estamos llenas de preguntas y con
muy pocas respuestas a lo largo de estos últimos diez años».
La pregunta inmediata es si hay algún patrón en las víctimas, si las eligen por
alguna razón, si son de cierto tipo fisonómico. ¿Cómo debe ser una joven para que
sea una víctima propicia para estos asesinos o para estos grupos de asesinos que
actúan en Ciudad Juárez? «Intentan localizar a mujeres pobres, jóvenes y hermosas»,
explica Judith Torrea. «Antes de hacerles todo… las violan, las torturan, las
descuartizan, las ocultan, me imagino, e incluso a veces les cambian de ropa, y luego
las arrojan a las dunas del desierto».
Como advertía la directora de la asociación Casa Amiga, todo son preguntas.
Quizá Robert Ressler, experto criminólogo del FBI y asesor en series televisivas
como CSI o Expediente X, ofrezca una imagen certera del asunto cuando asegura:
«Yo, ni armado hasta los dientes atravesaría el desierto de Ciudad Juárez».
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recuperar tiempos de esplendor, asesinos en serie, pervertidos voyeurs de snuff
movies, narcotraficantes enloquecidos… Esther Chávez asegura que las líneas de
investigación oficial en este momento son cinco: el tráfico de órganos, la trata de
blancas, los actos satánicos, los narcotraficantes y la producción de vídeos snuff.
«¿Quién es? ¿Quién sabe?».
Todos los expertos —e incluso la propia Esther Chávez— duda de la hipótesis
que pudiera relacionar estos crímenes con el tráfico de órganos. Este delito requería
una infraestructura médica muy bien organizada, con muchos medios técnicos y en la
que deberían participar médicos, enfermeros, hospitales, etcétera. Es difícil que tantas
personas e instituciones colaboren en un negocio así. Es casi imposible. Por esa
razón, la teoría del tráfico de órganos está casi descartada en la actualidad.
¿Y las sectas satánicas?
No hace mucho tiempo que la agencia de noticias mexicana Notimex enviaba el
siguiente teletipo: «Narco-satánicos detrás de muertas de Juárez». La noticia sugería
que las trescientas mujeres asesinadas de Ciudad Juárez (Chihuahua), más que un
problema de seguridad pública, se debían a la presencia de bandas de traficantes de
órganos y grupos de narcosatánicos. Al menos, eso era lo que afirmaba el legislador
federal, David Rodríguez Torres.
¿Qué es el narcosatanismo? A finales de la década de 1980, el término
«narcosatánico» se hizo tristemente célebre por un individuo llamado Adolfo de Jesús
Constanzo, llamado «el Narcosatánico de Matamoros». Este enloquecido sujeto era al
parecer muy aficionado a los rituales esotéricos y participaba junto a su madre en
ceremonias vudús y en ciertos ritos pertenecientes a religiones de origen africano.
Según las noticias recogidas en prensa, él era el líder de una secta que asesinó a
varios hombres. Su banda se dedicaba al tráfico de marihuana y creía que realizaban
ese tipo de negocios protegidos por el demonio y que eran invulnerables. Celebraban
ritos y asesinaban para protegerse, para que los dioses del infierno les fueran
propicios. Él creía que era Satanás quien le protegía a él y a sus secuaces, que era
Lucifer quien detenía las balas de la policía. (La película Perdita Durango, de Alex
de la Iglesia, de 1997, interpretada por Javier Bardem, representaba el ambiente
narcosatánico).
En 1989, en un rancho de Santa Elena, la policía descubre a estos sanguinarios:
velas, vasijas con cerebros humanos, sangre, tortugas, arañas, cabezas de cabras,
etcétera. También encontraron trece cuerpos enterrados en las inmediaciones de este
rancho, la mayoría mortalmente mutilados. A algunos de ellos se les había extirpado
el cerebro, a otros les habían arrancado huesos de la columna vertebral con los que
presumiblemente habían hecho amuletos.
Otra hipótesis, como se ha adelantado, consiste en que estas jóvenes sean
asesinadas con el único fin de grabar su muerte en vídeo: éstas son las snuff movies
(argumento principal de la primera película de Alejandro Amenábar, Tesis, de 1996).
En principio, este tipo de filmaciones parece que forman parte de las leyendas
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urbanas. Sin embargo, hay quien afirma que estos vídeos realmente se ruedan, se
comercializan y se venden. Algunos investigadores y responsables judiciales de
Ciudad Juárez hablan de la posibilidad de que se rueden en pleno desierto.
Santiago Camacho, nuestro experto particular en conspiraciones, recuerda que
hace unos años, un director de cine llamado Franz Henenlautter ofreció una
recompensa de un millón de dólares a quien le mostrara una de esas películas snuff.
Nadie presentó material alguno. Sin embargo, se sabe que hay películas en las que se
han filmado asesinatos y torturas. Muchos de los asesinos en serie han sido
capturados en Estados Unidos con filmaciones de sus propios actos criminales. No las
comercializaban, pero las tenían. Se sabe que el Sha de Irán se complacía viendo las
películas de torturas de su policía secreta. «Sería inocente pensar que ese tipo de
filmaciones no existe en algunos circuitos muy restringidos. Y puede que estén
circulando», concluye nuestro compañero.
Entonces, ¿no es una leyenda urbana? Pero, si es real, ¿por qué la policía jamás
ha desarticulado ninguna banda y por qué no ha encontrado material que lo confirme?
Al parecer, la parte legendaria del negocio de las snuff movies afecta a la
comercialización. Es decir, según Santiago Camacho, las películas existen, las
películas se ruedan, «pero suelen ser para consumo propio de la banda de depravados
que se dedica a esas cosas».
Y respecto a la posibilidad de que en Ciudad Juárez se estén rodando este tipo de
películas, conviene recordar una casualidad sorprendente: el mito y el rumor de la
existencia de estas filmaciones nace a principios de los setenta y nace, curiosamente,
en esa franja fronteriza de Tijuana, El Paso y Ciudad Juárez. El mito —o la realidad
— de las snuff movies nace precisamente ahí. Y la historia se podría remontar aún
más atrás, hasta la década de 1950: en esa época, en Tijuana, los americanos pasaban
la frontera, secuestraban mujeres y se las llevaban para violarlas al otro lado, en
Estados Unidos.
Finalmente, para cubrir las hipótesis más factibles, Milenio 3 acudió a Óscar
Máynez, criminalista y forense del Estado en Ciudad Juárez. Este experto tuvo que
abandonar la ciudad, según él, debido a ciertas amenazas más o menos veladas o más
o menos explícitas. Máynez no es partidario de la teoría de las sectas satánicas. En su
opinión, ante la ausencia de simbología propia de esos grupúsculos podría descartarse
esa posibilidad. «Creo que estamos ante un criminal sexual en serie, un psicópata».
Lo más grave, para Máynez, es que se han dado las condiciones para que este asesino
o este grupo de asesinos pueda perpetuar su crimen en la más absoluta impunidad.
«Estas personalidades psicopáticas se pueden dar en cualquier lugar y en cualquier
momento. Desgraciadamente, se presentaron en Juárez y se presentaron en un
ambiente fértil para la impunidad. Si se hubieran presentado en Estados Unidos o en
España, con una policía científica profesional, esto no habría llegado hasta este punto,
porque habrían reconocido el problema y habrían actuado en consecuencia. No
habrían negado el problema, ni habrían culpado a la víctima ni habrían buscado
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chivos expiatorios». Máynez está persuadido de que todas las hipótesis son válidas,
en la actualidad, por una simple razón: porque no se investiga.
Esta terrible historia, que parece tan lejana, no lo es tanto. En España ha habido
personas que, en un estado más o menos delirante, creyéndose imbuidos de poderes
divinos o acatando órdenes de supuestos demonios, en grupos sectarios o solos, han
practicado el sacrificio ritual.
Un breve listado de casos será suficiente para comprender que esas ceremonias
sangrientas también se realizan… aquí.
Alvaro R. Bustos, ex miembro del grupo musical Trébol, fue detenido en Córdoba
en enero de 1987 tras confesarse autor de la muerte de su padre, Manuel Bustos. Le
clavó una estaca de madera en el corazón cuando estaba durmiendo porque, según
declaró, encarnaba el mal. Estaba convencido de que su padre se iba a reencarnar y
por ello, después de asesinarlo, le cortó los talones, para que no pudiera caminar.
Y en Elche, Elena S. L. asesinó en el año 2000 a su hija de 30 años durante un
ritual. La acusada aseguró que «Dios me dijo que ella y yo éramos el demonio».
Una niña de 6 años, Montserrat Fajardo Cortés, fue asesinada en marzo de 2002
en la barriada de Piedras Redondas, en Almería. Según fuentes policiales, murió a
manos de su madre y de su tía, que practicaban rituales de brujería y espiritismo.
Uno de los casos más claros de satanismo se produjo en Carabanchel (Madrid), en
septiembre de 1997. En esas fechas se descubrió el cadáver descuartizado de un
hombre. En su pecho derecho llevaba marcado el número 666 (el número de la
Bestia, según el Apocalipsis) y una estrella de cinco puntas. Apareció sin cabeza, sin
manos, sin piernas, metido en una caja de cartón. Los periódicos lo llamaban «el
hombre sin rostro de Carabanchel». La policía investigó el caso y todas las pistas
conducían a Zaragoza, siguiendo a un grupo sectario de corte satánico, pero allí se
acabaron las pistas y se acabaron los indicios.
Este caso se englobó en una categoría que se llama «satanismo ácido». El
satanismo ácido estaría relacionado con los grupos de narcotraficantes: una versión
española de los narcosatanistas de México. En los ajustes de cuentas entre bandas de
narcotraficantes, en vez de hacer una corbata colombiana (cortar el cuello y sacar la
lengua por la tráquea), los satanistas ácidos se dedican a hacer rituales aprovechando
las religiones o la religiosidad o los cultos espirituales afrocubanos.
Finalmente, cabe recordar un caso dramático que afectó a un español, aunque el
crimen no se produjo en España. Es el caso del joven torero español José Tomás
Reina Rincón. Fue asesinado en Perú, en junio de 2002, y los forenses dijeron que el
método era el propio de un ritual. El abogado Marcos García Montes, que condujo el
caso, explicaba en qué condiciones había aparecido el cadáver del joven: «El cadáver
venía eviscerado, sin vísceras, y no tenía ni cerebro ni cerebelo, y en el tórax y
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abdomen… nada. Es decir, ni cerebro, ni cerebelo, ni hígado, ni pulmones, ni riñones,
ni estómago, etcétera, etcétera. Habían metido papeles, páginas amarillas en la
cavidad craneal, y en el cuerpo, en la parte superior del tórax y en la mitad del
abdomen… venía relleno de serrín». Aunque se han dictado algunas sentencias y hay
algunos individuos en la cárcel, el caso sigue abierto y, de hecho, sin resolver.
Este recorrido por los rituales de sacrificio en México permite descubrir una
corriente que, desde los albores de la civilización, llega hasta nuestros días. Hombres
sacrificando hombres a sus dioses. Puede que todo se reduzca finalmente a asesinos
psicópatas, a ajustes de cuentas o a rituales de sectas enloquecidas. Pero aquellos
espíritus que derramaban sangre humana en los teocallis aztecas parecen seguir
viviendo en México, en Perú, en España y en otros muchos lugares.
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Catedrales: enclaves del poder
«Santuario de la Tradición, de la Ciencia y del Arte,
la catedral gótica no debe ser contemplada como
una obra únicamente dedicada a la gloria del cristianismo,
sino más bien como una vasta concreción de ideas,
de tendencias y de fe populares, como un todo perfecto
al que podemos acudir sin temor cuando tratamos
de conocer el pensamiento de nuestros antepasados,
en todos los terrenos: religioso, laico, filosófico o social».
FULCANELLI, El misterio de las catedrales.
Un mapa de la espiritualidad
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arquitectónicos en los que se basan estas construcciones. Entonces, ¿por que el
hombre del siglo XXI sigue volviendo la mirada a estos edificios, como si no los
comprendiera en toda su extensión o reservaran información o emociones
desconocidas? José Luis Corral, profesor de la Universidad de Zaragoza y autor del
libro El número de Dios, intenta explicar por qué en esta época de satélites y
tecnología avanzada el hombre moderno está volviendo las miradas a los símbolos de
las catedrales, como si fuera consciente de que ha perdido un saber que ahora
pretende recuperar. «Seguramente volvemos la mirada atrás porque estamos viviendo
tiempos convulsos y, en tiempos convulsos, el ser humano suele echar la mirada atrás
y fijarse en esas épocas en las que la gente ha sabido dar soluciones imaginativas y
soluciones brillantes a problemas concretos. El problema concreto, en este caso, era
que había que iluminar un edificio, que había que construir edificios más ligeros,
menos pesados, mucho más brillantes, y eso se consiguió gracias al arte gótico. Las
catedrales son un ejemplo del doble sentido de la luz: la luz interior, la luz que
ilumina el alma, la razón y la inteligencia, y la luz que ilumina un edificio».
Conviene recordar las palabras del profesor José Luis Corral: «El doble sentido
de la luz». Luz física y luz espiritual o intelectual. En realidad, parece que las
catedrales —como intuye cualquier viajero que accede a uno de estos templos—
proporciona un conocimiento intuitivo y espiritual. La conjunción de elementos
decorativos, como gárgolas, esculturas, capiteles, etcétera, y luces y sonidos
configuran en estos templos todo un mapa del conocimiento, un mapa de la
espiritualidad. Hay mensajes en todos estos elementos, mensajes que pretendían
transmitirse. Los maestros constructores, los maestros canteros, los vidrieros o los
escultores parecían muy conscientes de esos mensajes trascendentes. Toda su obra
traza un mapa de espiritualidad —desgraciadamente perdido e incomprensible para el
hombre actual— y por ello, cada catedral se podría entender como una gran máquina
de potenciación del espíritu y del conocimiento.
Cuando penetramos en una catedral, el alma, sea cual sea nuestra creencia, se
expande y amplifica al entrar en contacto con la realidad asombrosa de estos templos
del gótico. Conceptos, claves, códigos y secretos con los que los maestros canteros y
arquitectos alzaron esas torres y cúpulas para alcanzar el mismísimo cielo. Auténticas
máquinas de espiritualidad, repletas de símbolos que ya no sabemos leer, llenas de
misterio, que plantan cara al paso de los siglos; en España y en toda Europa tenemos
ejemplos que deberíamos ver con otros ojos.
Javier Sierra, escritor y periodista, director de un maravilloso monográfico de la
revista Más Allá titulado «Los misterios de las catedrales: entre la alquimia y los
templarios», explica cómo funcionan estas «máquinas de la espiritualidad»: «Las
catedrales son máquinas de espiritualidad porque ayudaban a los antiguos, cuando
entraban en esos recintos perfectamente orientados a los cuatro puntos cardinales, e
incluso a determinadas constelaciones del firmamento, a trascender la materia. Sobre
todo, ese sentido se encuentra en las catedrales góticas, donde su arquitectura,
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perfectamente matemática, sus armonías, su proporción y, sobre todo, algo que se
tiene poco en cuenta, la luz filtrada a través de las vidrieras, el eco de la música
retumbando en esas superficies pulidas y amplias, hacían que esa persona, por un
mecanismo de transformación interior, pensara que estaba mucho más cerca de
Dios».
¿Máquinas del espíritu? ¿Conjunción de elementos para que sintamos cosas que
ya no sabemos sentir? ¿Podemos volver a entrar en esos estados alterados de
conciencia dentro de una catedral? ¿Fijándonos en qué? ¿Cómo podríamos
comprenderlo hoy?
Fulcanelli
Fulcanelli es el nombre del autor o autores que en 1926 dieron a conocer uno de
los tratados de simbología arquitectónica más importantes de nuestro tiempo: El
misterio de las catedrales. ¿Qué se sabe de Fulcanelli o «los Fulcanelli» de principios
de siglo?
Sobre este libro y su autor hay muchísimas dudas y diversas teorías. Se cree que
Fulcanelli es el fundador de toda una escuela del saber. También se piensa que podría
tratarse de Eugéne Canseliet —prologuista de la primera edición— o, incluso, que el
libro fue escrito por varias personas pertenecientes a esa escuela alquímica. En la
obra se quiso sugerir que las claves que explican los más recónditos secretos de la
experiencia humana están encerradas en las catedrales medievales y que éstas son
susceptibles de ser activadas mediante prácticas alquímicas. Además, El misterio de
las catedrales constituye un sorprendente y revelador estudio sobre las obras
maestras del arte gótico y un compendio de la sabiduría hermética. Se trata de una
obra poblada de símbolos y referencias a los más diversos aspectos del conocimiento.
En definitiva, ¿este texto es la herramienta para activar todos los aspectos que
parecen dormidos y muertos en las catedrales? En principio, El misterio de las
catedrales estaba dedicado «A los hermanos de Heliópolis». Heliópolis fue una
ciudad del antiguo Egipto de gran importancia filosófica y religiosa y, tal y como su
nombre indica, centro principal del culto al Sol. Los Hermanos de Heliópolis, al
parecer, constituirían una sociedad filosófica secreta dedicada principalmente a la
alquimia, la cábala y otros saberes esotéricos. Esa dedicatoria, dice Javier Sierra,
«llamó mucho la atención, porque era tanto como vincular el Egipto antiguo con los
constructores de catedrales». Para Sierra, el libro del misterioso Fulcanelli es en
realidad «una guía de lectura de la catedral de Notre Dame de París, pero en una
clave que no se había publicado antes jamás».
Con motivo de las distintas restauraciones, en la catedral de París se fueron
eliminando las referencias a los trabajos alquímicos que se realizaban en su interior o
en lugares adyacentes. Fulcanelli, o el grupo que se hacía denominar así, estudió los
símbolos que podían revelar esos trabajos en la Edad Media. Medallones,
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inscripciones y estatuas fueron analizadas detenidamente para extraer el saber antiguo
y perdido. «Uno de esos medallones, según Fulcanelli, representa el trabajo
alquímico por excelencia», añade Javier Sierra. «Allí se ve una misteriosa figura
sujetando unas extrañas escaleras que conectan la Tierra con el Cielo. Según
Fulcanelli, ésa es la representación por excelencia del trabajo alquímico, que consiste
en sublimar la materia terrestre con lo celeste a través del proceso alquímico: este
proceso estaría constituido por los distintos peldaños de esa escalera. La metáfora era
bellísima, y nunca hasta ese momento había sido comprendida».
Entonces, ¿es cierto que había símbolos de la alquimia en las catedrales? ¿Los
hay aún? Y, respecto a los alquimistas, ¿perseguían únicamente convertir los metales
en oro? Parecen haber coexistido dos tradiciones en este aspecto: una, más cercana al
mito y la leyenda, trataría de manipular materia física, como el mercurio, el azufre, la
plata y otros materiales con el único fin de obtener oro u otros beneficios, como la
inmortalidad, por ejemplo, utilizando la llamada «piedra filosofal». Este parece haber
sido el fundamento de la ciencia alquímica —la química, en definitiva—, la
medicina, la farmacéutica y otras disciplinas adyacentes. Carlos V y Felipe II, por
ejemplo, fomentaron y mantuvieron talleres alquímicos en sus palacios. Una segunda
tradición, según indican los textos, tendría objetivos distintos: modificar y alentar la
espiritualidad humana. La transformación en oro, en este caso, sería interna. Es decir,
los materiales básicos serían el cuerpo y el espíritu del hombre, y, siguiendo
determinados procesos, podría purificarse el alma y alcanzar la sabiduría. Tal sería,
por tanto, la auténtica conversión o transmutación en oro.
Mar Rey, historiadora y autora del libro Magos y reyes, advierte que «Fulcanelli
dijo haber conseguido el elixir de la transmutación, capaz de favorecer con la
inmortalidad a todo aquel que lo tomaba, y nos mostró la importancia que tenía toda
la simbología alquímica en las catedrales». Rey lamenta que aún no se hayan iniciado
este tipo de trabajos en las catedrales españolas. En Francia, el estudio de las moradas
filosofales es una variante historiográfica común y respetada, pero no ocurre lo
mismo en nuestro país. Sin embargo, es evidente que este tipo de estudios es
necesario, porque las preguntas se acumulan sin que puedan ofrecerse, si no
respuestas, al menos teorías o hipótesis válidas: ¿dónde están situadas las catedrales?
¿Por qué se eligieron esos emplazamientos? ¿Existen alineaciones de templos con
coordenadas prefijadas? ¿Guardan alguna relación con los estudios astronómicos?
¿Qué significan esas tallas y representaciones cuyo sentido hoy parece olvidado?
Lo cierto es que el hombre del siglo XXI parece perdido ante estas moles de piedra
que se alzan hacia el firmamento, porque es incapaz de revelar todo el potencial que
encierran. Al observarlas en sus originales emplazamientos, cabe preguntarse si los
hombres del medievo que acudían a los templos de Burgos, León, Sevilla, Toledo,
Barcelona, etcétera, serían capaces de leer y comprender ese mapa que hoy resulta
casi incomprensible. ¿Cómo afectarían estos edificios a aquellos hombres y mujeres
de «los siglos oscuros»? ¿Comprenderían lo que significaba? ¿Sabrían leer esos
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códigos?
El primer misterio de las catedrales góticas afecta a sus emplazamientos. Tras los
centenares de investigaciones arqueológicas realizadas en Europa Occidental, parece
evidente que estos gigantes de piedra no están situados al azar. La mayoría de los
templos medievales se levantaron en lugares donde ya existía una capilla románica;
pero ahí no acaba todo, porque esos pequeños edificios cristianos, a su vez, solían
alzarse sobre basílicas paganas aún más antiguas o en emplazamientos de cultos
prerromanos dedicados a dioses de la Naturaleza, empleados por druidas y magos.
En Chartres, por ejemplo, la catedral se levantó sobre una de aquellas fuentes
mágicas de los galos. Y en León sigue siendo un misterio por qué los constructores de
la Pulchra leonina eligieron ese altozano ocupado en su tiempo por las termas
romanas de la Legio VII y luego por el palacio del rey Ordoño II para erigir uno de
los templos góticos por excelencia. En este caso, las complejidades técnicas no
impidieron que los arquitectos se esforzaran al máximo: habían decidido que aquel
era el lugar apropiado y levantaron la catedral en aquel emplazamiento, a toda costa.
El suelo era inestable y movedizo, y complicó enormemente la construcción: así fue
como los arquitectos inventaron la «leyenda del topo». Decían que un gigantesco
topo estaba horadando el subsuelo, impidiendo el desarrollo normal de las obras y
haciendo estragos en los cimientos del templo. Finalmente, el gran topo fue capturado
y en la actualidad se muestra colgado de las paredes del templo. Es un caparazón de
tortuga o de galápago que aún despierta el asombro de los visitantes.
Este tipo de leyendas y misterios afecta a casi todos los emplazamientos
catedralicios góticos, incluso a otros más modernos. Por ejemplo, la Sagrada Familia
de Barcelona. «Se empezó a edificar en el año 1882 por el arquitecto catalán y gran
esoterista Antonio Gaudí i Cornet», señala Miguel Aracil, autor de una Guía mágica
de Cataluña, «pero antes se le había encargado a una de las personas que quizá más
había investigado el misterio de los góticos: el arquitecto Francisco Villar». Tanto
Gaudí como Villar sabían que el emplazamiento elegido para levantar el templo de la
Sagrada Familia era muy especial: allí se encontraba uno de los tres dólmenes
antiguos que aún se conservaban a finales del siglo XIX. Según Aracil, el dolmen
«estaba exactamente donde se encuentra hoy la Sagrada Familia y, más
concretamente, debajo de la cripta».
La recurrencia de estas memorias ancestrales obliga a preguntarse nuevamente
por los objetivos originales de las catedrales. A la hora de definir estos
emplazamientos góticos, los estudiosos hablan de dos claves principales: una,
referida a templos y lugares de poder antiquísimos (altares paganos, montañas
sagradas, etcétera); y otra, en perfecta armonía con las corrientes telúricas y
acuáticas, las cuales formarían al parecer redes de energía que influirían sobre los
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individuos que accedieran a esos templos y que podrían provocar estados alterados de
conciencia.
«Nosotros no hemos entendido cuál era la función exacta de las catedrales en el
mundo antiguo», dice Javier Sierra. «Pero ahora sabemos que en el centro del templo,
casi siempre, convergen una serie de canales subterráneos que van a dar al crucero, al
punto donde se cruzan las dos naves principales que forman la cruz de la planta de
una catedral. Que haya corrientes subterráneas canalizadas por los maestros
constructores en la Antigüedad significaba que eran conscientes de que el agua podía
provocar unos campos magnéticos especiales que podían alterar el funcionamiento
del cerebro». Este tipo de canalizaciones y conductos subterráneos se dan en
Chartres, en Santiago de Compostela, en León y en muchos otros lugares. «Hoy lo
sabemos bien», añade Sierra: «Hay lugares que los expertos llaman “telúricos”, que
influyen en el comportamiento, que hacen que uno se sienta más relajado, más
propenso a escuchar sonidos o ver imágenes que otros no pueden oír o escuchar. Por
esa razón, las catedrales son, de alguna manera, como máquinas que convierten al fiel
en un místico, y eso, desde luego, era algo que se buscaba deliberadamente en el
mundo antiguo: la sensación era el milagro, algo a lo que nosotros, hombres y
mujeres del siglo XXI, no le damos tanta importancia».
Buscando la luz
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propias de cada estación del año (mensarios), escenas religiosas, escudos de armas e
incluso zodiacos, pero los colores que se utilizaban en su creación, en realidad, se
establecían conforme a un código significativo.
Aunque no puede generalizarse el uso de la simbología de los colores en las
vidrieras góticas, dada la maravillosa variedad de las mismas, los maestros vidrieros
solían tener en cuenta que cada color y cada matiz tenía un significado: así, el color
rojo vivo evocaba la sangre, la Pasión de Cristo y el fuego, los bajos instintos o el
mundo de tinieblas infernales que han de ser sacrificados para llegar a la purificación.
Cuando era un rojo más o menos anaranjado o dorado, se pretendía remarcar el valor
de lo espiritual frente a lo mundano. El color blanco, el color de la túnica que Jesús
llevaba en la Transfiguración, evoca la luz original, el Paraíso y la elevación. El verde
hace referencia a la naturaleza, a la capacidad de germinación que poseen todas las
cosas vivas gracias a la intervención divina. El dorado significaba la culminación de
la obra alquímica, la perfección. Es el color que aparece en las aureolas de los santos
y de los ángeles. El azul aludía, por supuesto, al cielo. Y el ocre es el color con el que
los creadores solían pintar los rostros, simbolizando aquello que ha sido creado del
barro primordial.
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de gallo, representaban la fuerza de la energía, la valentía o el liderazgo. Las cabezas
de león aluden a la potencia física, a la vez que actúan como guardianes de los
templos. Las gárgolas con cabeza de engendro o figuras demoníacas —que son las
más comunes, pero no por ello menos importantes— manifiestan las bajas pasiones,
la sexualidad y los instintos primarios.
La teoría común que explica la presencia de estos monstruos en templos
dedicados a Dios habla, precisamente, de advertencias: el Mal, el demonio y los seres
infernales están siempre vigilantes y al acecho. Es una explicación, pero… ¿es toda la
explicación? Resulta difícil creer que tantas y tan magníficas esculturas de París,
Reims, Barcelona, Burgos, etcétera, sean caprichos de escultor, que monstruos y
demonios coronen templos sagrados o que sean advertencias a individuos que apenas
pueden divisarlos desde el suelo.
Los aficionados a la novela histórica seguramente recordarán Los pilares de la
Tierra, de Ken Follet, el cual desarrolla una trama de amores, pasiones y odios en
torno a la construcción de una catedral en la Inglaterra medieval.
El protagonista es un maestro arquitecto que visita los trabajos del primer templo
gótico francés, Saint-Denis. Las agrupaciones de canteros y constructores (magones)
se establecieron en gremios que viajaban y se desplazaban juntos de acuerdo con las
necesidades y contrataciones, y muchos de ellos participaron en la construcción de
los templos que jalonan el Camino de Santiago, llamado también Camino Francés. Lo
que sabemos es que hubo una serie de hermandades, una serie de grupos o de familias
que tenían sus símbolos y los dejaban grabados en las piedras de los templos. Son las
marcas de canteros. En este punto, los historiadores están seguros de que se trata de
marcas «industriales» o de producción que se hacían en las canteras, pero es difícil
explicar la identidad de marcas en lugares muy alejados o definir por qué están
colocadas en unos lugares y no en otros.
En relación con estos grupos de obreros y especialistas, uno de los grandes
misterios, sobre los que se están redactando infinidad de libros, remite a la
financiación de los templos góticos. ¿Cómo pudieron llevarse a cabo tal cantidad de
templos en tan breve espacio de tiempo? ¿Quién pagaba a esos arquitectos y obreros
especializados? Por supuesto, algunos estudiosos acuden aquí a los templarios. Dicen
que fueron los benefactores o los financiadores de las grandes catedrales góticas y
que sustentaron las grandes cuadrillas de arquitectos, canteros, vidrieros, pintores y
escultores con plata traída… En fin, la historia es conocida y aún está viva la
polémica: lo que algunos estudiosos sugieren es que la Orden del Temple viajaba a
América antes del descubrimiento y explotaba las minas de plata del lejano
continente. Esta hipótesis supone que con esa plata se financió la construcción de
buena parte de los templos góticos. Aunque hay coincidencia en el tiempo, es
imposible —por el momento— saber si ese cambio radical en la historia de Europa y
de la religión se debe a los freires del Temple. Simplemente, no lo sabemos.
Pero Javier Sierra puede ofrecer algunas pistas: «La primera gran catedral gótica
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es la catedral de Chartres, que se empieza a construir a principios del siglo XII. Es una
catedral extraña, porque para una población pequeña, de veinte mil habitantes en la
época, se empieza a construir un templo colosal, con unos maestros de obras que no
se sabía de dónde habían venido, que parecen gozar de recursos materiales ilimitados
y que empiezan a colocar piedra sobre piedra con una seguridad que no se veía
siquiera en los arquitectos del arte románico. No trabajaban con planos, o no se
conocen o no se conservan planos de la época, no se conocen los nombres de esos
maestros y, simultáneamente a la construcción de esta catedral, que requiere recursos
económicos impresionantes, empiezan a aparecer, como si fueran hongos, en distintas
localidades, constructores que propician la elevación de esa clase de templos. En
menos de cien años se construyen más de doscientos templos en toda Europa. Es
como si, de repente, toda Europa entrara “en obras”, sin saber muy bien de dónde
había venido el dinero y la fuente de información».
Y Luis Rodríguez Bausa, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha,
asegura que en la catedral de Toledo «hay marcas de cantería de auténtica filiación
masónica, pero lo que es más inquietante es que hay otras marcas de cantería que
parecen… no voy a decir que parecen de los freires, pero sí de sargentos templarios.
Porque, además, son marcas de cantería que coinciden con algunas marcas que están
en los sillares de la encomienda templaria de San Martín de Montalbán…».
El número de Dios
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número o esa relación numérica se utilizaron en su tiempo para construir catedrales
porque se creía que representaba la armonía perfecta y, además, estaba en la Biblia.
No es que exista ningún elemento o cuestión esotérica. Simplemente se está haciendo
referencia a unas proporciones que se consideraban perfectas en su momento. Y,
además, era la proporción que había dado Dios a los hombres para construir cosas
bellas».
A partir del número proporcional 1,618033…, designado comúnmente con la letra
griega phi (O), se estableció la llamada «sección áurea».
Este principio de oro o sagrado, o proporción divina, se encuentra, según afirman
ciertos estudiosos, en el fundamento del crecimiento de muchos seres vivos, como los
caracoles, e infinidad de plantas. También es el principio que rige innumerables obras
de arte, arquitectónicas, pictóricas y cinematográficas. Se dice que los ojos del ser
humano están predispuestos a juzgar hermoso cualquier objeto que contenga esa
proporción. También se asegura que los libros, los cuadros y, en general, los objetos
que se ajusten al rectángulo armónico tendrán éxito insospechado. La fachada del
Partenón ateniense y el edificio de la ONU en Nueva York, por ejemplo, se ajustan a
las proporciones establecidas en el rectángulo armónico y el número de Dios.
El cuadrado mágico, en sus filas y columnas y en sus diagonales, suma 33. Los
cuatro cuadrados exteriores también suman 33, y el cuadro central, también. Y las
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cuatro cifras de las esquinas también suman 33. Se trata de un cuadrado mágico
imperfecto (se repiten cifras y no son sucesivas), pero lo interesante es el resultado:
33. Miguel Aracil explica que este cuadrado no se grabó en el Pórtico de la Pasión en
referencia a la supuesta edad de Jesús de Nazaret cuando fue crucificado: «Todo el
mundo sabe que Jesús no tenía 3 3 años cuando murió».
Y añade: «Otros investigadores dicen que muy posiblemente, y yo estoy
plenamente convencido de ello, se refiere a los grados de la masonería, porque toda la
Sagrada Familia, mirada con otros ojos, a nivel simbólico, está construida desde la
perspectiva masónica: ahí se encuentran esculpidas y lógicamente diseñadas por
Gaudí figuras de tortugas, sapos, caracoles, salamandras, serpientes, y combinaciones
entre serpientes y gallos. La serpiente es el mercurio en la alquimia; el gallo es
azufre. Cuando esté terminada la Sagrada Familia, tendrá doce campanarios,
oficialmente los doce apóstoles, pero, en la versión esotérica, uno por cada signo del
zodiaco. Hay muchos signos del zodiaco esculpidos en las entradas de la Sagrada
Familia».
Antonio Gaudí tenía efectivamente dos vidas, y una de ellas estaba plenamente
dedicada al estudio de los misterios alquímicos y místicos. La salamandra que recibe
al visitante en el Park Güell lo advierte claramente. (La salamandra es un elemento
alquímico de primer orden). Se asegura que el cuadrado mágico de la Sagrada
Familia no se debe a Gaudí, sino a Josep Subirachs, discípulo del genial artista y
continuador de su obra. Al incluirlo quiso homenajear a su maestro y a sus ideas
religiosas y esotéricas. En todo caso, las referencias a la edad perfecta, la edad de la
Pasión, los grados de la masonería y los grados del conocimiento no tienen por qué
ser teorías excluyentes.
Así, en la Sagrada Familia se perpetúa una tradición de siglos: los templos
sagrados se convierten en misterios únicos que hablan a los iniciados, a los místicos y
a los que saben ver y leer en sus piedras algo más que la simple apariencia.
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que había fallecido casi dos días antes arrollado por un caballo. Otra historia
interesante se refiere al obispo Luis de Acuña, contemporáneo de Isabel la Católica y
con mucha influencia sobre la reina. Aparte de su actividad política y religiosa, este
clérigo tenía una parte oscura en su vida: en pleno apogeo de la Inquisición, el obispo
Acuña dispuso que se instalara en la catedral, de forma clandestina, un taller de
alquimia. Por desgracia, era un taller de cuya actividad no se sabe casi nada. Apenas
caben ya posibilidades de saber qué trabajos se llevaban a cabo en aquel lugar. Se
encontraba en la segunda planta del claustro. A principios del siglo XX se eliminó
todo rastro de aquel taller alquímico. De lo que seguramente se sabrá más en el futuro
será de los túneles subterráneos que perforaban el suelo de Burgos y suponían todo
un entramado de pasadizos.
La catedral, al parecer, era un paso intermedio y obligado del conducto, que
conectaba incluso la orilla opuesta del río Arlanzón con la fortaleza del castillo y con
otros lugares aún por determinar.
De la catedral de León, llamada la Pulchra leonina, ya se han apuntado algunas
de sus características originales más peculiares. Con sus 4.000 metros cuadrados de
vidrieras —casi todas medievales—, la catedral leonesa compite en belleza con la
Santa Capilla parisina y, en este punto, se tiene por uno de los conjuntos
monumentales más importantes del mundo. Aquellos que deseen conocer la fuerza y
la influencia de la luz en los templos góticos necesariamente habrán de pasar por esta
joya del gótico español. Tal y como se ha indicado, su emplazamiento fue escogido
con sumo cuidado —a pesar de las dificultades estructurales— y los constructores
demostraron conocer bien el gótico francés, puesto que las referencias a Amiens y
Reims son patentes. Es el segundo hito importante que encontrará el peregrino que se
dirige a Compostela. Más allá, tras superar las cumbres de Foncebadón y O Cebreiro,
sólo le restará caminar por las onduladas colinas gallegas hasta llegar a la imponente
catedral de Santiago, ahora camuflada bajo una fachada barroca, pero que esconde
todos los misterios del gótico en su impresionante Pórtico de la Gloria.
La catedral toledana reserva sorpresas al viajero. Emplazada en uno de los centros
de poder más importantes de la Europa medieval, la sede de Toledo se convirtió a su
vez en centro de saber y conocimiento. Hubo un tiempo, en el medievo, en que
Toledo era refugio de tantos magos, brujos y alquimistas que las ciencias ocultas, el
esoterismo que hoy conocemos, se llamaba «arte toledana». Toledo es la ciudad del
misterio por excelencia: la roca sobre la que se asienta está horadada por mil galerías
y se asegura que aquí —o quizá en Jaén— estuvo la mítica Mesa de Salomón. Luis
Rodríguez Bausa, autor de una Guía del Toledo insólito, advierte que, antes de entrar
al templo, habría que detenerse en el exterior: «En la fachada principal de la catedral,
la escena principal del tímpano es una representación de la Última Cena. Ahí, junto a
todos los apóstoles, está la figura de María Magdalena. Es una figura que se repite en
otra de las puertas laterales. Esta figura ha dado mucho que hablar en los últimos
tiempos porque incluso se podría interpretar que está embarazada…». Y en el
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Archivo Diocesano, este investigador de la Universidad de Castilla-La Mancha ha
podido encontrar expedientes del siglo XIV y del siglo XV en los que se narran
acontecimientos sorprendentes: cuerpos incorruptos, aguas maravillosas que manaban
del altar o procesos inquisitoriales insólitos. «El cardenal Gil Alvarez de Albornoz»,
añade Rodríguez Bausa, «había tenido frecuentes contactos con afamados
nigromantes toledanos y también con alquimistas. A uno de ellos, concretamente a
Lucas de Iranzo, lo mandó quemar porque no había conseguido la piedra filosofal».
En la década de 1990 se decía que se podían oír voces que provenían de la tumba de
este cardenal en la catedral de Toledo. Una historia curiosa: don Alvaro de Luna (h.
1390-1453), personaje fundamental en la historia de Castilla y que terminó sus días
decapitado, fue tachado de nigromante y su cadáver fue exhumado para ser
posteriormente malenterrado en la cripta de la catedral. Se decía que había inventado
un muñeco «que se arrodillaba durante la misa en el momento de la consagración, y
que, cuando terminaba la ceremonia, se ponía en pie». Se trataba seguramente de uno
de aquellos autómatas como los que fabricaba Juanelo Turriano en la corte de Carlos
V y que da nombre a la calle del Hombre de Palo, en la ciudad toledana. (Se asegura
que el autómata de Turriano mendigaba en la misma calle que hoy lleva su nombre).
Fue tal impacto entre la población, que aún se conserva su memoria.
La catedral gótica de Sevilla comenzó a construirse tardíamente, a principios del
siglo XV. Sin embargo, está emplazada en un lugar sagrado musulmán; de hecho, la
Giralda no es más que el alminar o minarete de la antigua mezquita. Se cuenta que
Alfonso X deseaba arrebatar Sevilla a los musulmanes para poder contemplar de
cerca esta obra almohade. El monarca aseguró que si faltaba un solo ladrillo a la
Giralda cuando conquistara la plaza, él pasaría a cuchillo a todos los árabes que
quedaran en la ciudad. Dicen también que la torre, que no tiene cimientos, se tiene en
pie gracias a la intercesión de dos hermanas, Santa Justa y Santa Rufina. La leyenda
cuenta que las enterraron a los pies de la Giralda y se asegura que las dos santas la
están sujetando. El pueblo sevillano, apasionado por las leyendas y los misterios,
podría narrar cientos de historias semejantes. Entre ellas, la del cocodrilo que aún se
puede ver en la catedral: al parecer fue un regalo del sultán de Egipto a Alfonso X
cuando solicitó casarse con la infanta Berenguela. Y a Fernando III se le apareció en
sueños la Virgen y le dijo que una imagen suya se hallaba tras un muro; el monarca
retiró parte del empedrado y allí estaba: la Virgen de la Antigua. En la catedral de
Sevilla también está enterrado Cristóbal Colón, o los huesos de alguien del que se
asegura que es Cristóbal Colón. Los análisis de ADN que actualmente se están
llevando a cabo aún no han despejado la incógnita.
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Tercera parte
Galería del horror
Mucho antes de que hubiera radios, los ciegos, con sus pliegos de cordel,
contaban y cantaban algunas historias que helaron la sangre de pueblos enteros. A
pesar de que a veces exageraban la truculencia con el fin de atraer más clientela
alrededor, no es menos cierto que en otras se quedaban cortas por miedo a
impresionar en exceso a la concurrencia. Ésas nos interesaron sobremanera al equipo
de Milenio 3. Este capítulo es una inmersión en lo más profundo del alma humana. Y
no hay nada que aterre como eso. Porque ahí no hay dudas, hipótesis ni creencias.
Esa maldad primitiva y diabólica existe y convive con nosotros…
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Sacamantecas
«Padres que tengáis hijos,
hijos que tengáis parientes,
parientes que tengáis primos,
y primos que tengáis suegra:
mirad qué crimen más feo
en la provincia de Cuenca
cometieron dos ladrones
a eso de las ocho y media…».
Cantar de ciego.
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jóvenes sanaban algunas enfermedades. Y también se establecía un conflicto social.
Al parecer, las familias acaudaladas pagaban a esos siniestros personajes para
encomendarles tan sucio trabajo: matar, sacar el unto y, así, poder curar.
Respecto a Díaz de Garayo, alavés, del pueblo de Eguilaz, los especialistas
policiales hablan del primer asesino en serie español. Al parecer, dos de sus víctimas,
heridas, pudieron huir de sus garras y denunciaron sus agresiones. Era un hombre de
rasgos brutales. La ficha policial muestra a un hombre de nariz aguileña y frente
despejada. Estas descripciones eran decisivas en aquella época: estaban de moda las
tesis de Cesare Lombroso, uno de los padres de lo que hoy se llama investigación
forense. Lombroso aseguraba que estos hombres de nariz aguileña, daltónicos y
zurdos eran paradigmas de asesinos en serie. (No será necesario advertir que estas
interpretaciones, deducidas de la fisiología criminal del siglo XIX, se han quedado ya
obsoletas y que la psiquiatría y otras disciplinas científicas pueden explicar con más
precisión el carácter de estos criminales).
Las denuncias y la investigación contra aquel asesino se siguieron en los
departamentos de Policía y en los juzgados de Vitoria. El caso de Juan Díaz de
Garayo dio la vuelta al mundo. Decían que aparecía como un fantasma, que surgía de
la nada, con sus grandes manos amenazantes, dispuesto a estrangular, a beber la
sangre y a arrancar las mantecas. Este hombre, como se ha dicho, fue condenado a
muerte en el garrote vil: así se puso fin a su vida. Pero otros muchos,
desgraciadamente, siguieron su ejemplo.
El fundador de la Policía científica española, don Salvador Ortega Mallén, autor
del libro Psicópatas y criminales, comenzaba su recorrido por la historia del crimen
con esta historia de Díaz de Garayo: el Sacamantecas. Aquel hombre se había
convertido en un mito. En el norte de España, durante décadas, a los niños se les
asustaba con aquella frase: «Que viene el Sacamantecas».
Con el tiempo, la bruma de la historia, la ensoñación y el temor fueron
difuminando los límites entre la realidad y la ficción. Todos los españoles acabaron
pensando que la historia del sacamantecas no era más que un cuento infantil, una
simple advertencia, una amenaza o un chantaje paterno para que los niños se
durmieran o terminaran de comerse lo que había en el plato.
Ni mucho menos.
Ortega Mallén habla de Díaz de Garayo: «Es una figura con mucho carisma, en
un momento social muy importante, donde la “España negra”, naturalmente, estaba a
flor de piel. Cuando se le detuvo se comprendió que era un hombre que se
caracterizaba por su inclinación a matar y destripar mujeres… Era un modo de actuar
completamente desconocido hasta entonces y quizá por esa razón se creó alrededor
de él una aureola de misterio, una aureola de algo satánico, algo… diabólico. La vida
y los actos criminales de este hombre tuvieron la suficiente fuerza para que se creara
un mito en torno a su figura. Desde luego, no era la primera vez que se habían
descubierto asesinos que se dedicaban a matar niños y a matar mujeres para extraerles
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vísceras y para quitarles sus partes grasas. Se sabía que con las entrañas de sus
víctimas fabricaban una especie de ungüentos para curar enfermedades contra la
vejez, contra los dolores… En fin, era la medicina popular de la época, la medicina
oculta, pero ésta con frecuencia se basaba en crímenes y asesinatos».
Salvador Ortega lo explica perfectamente: se trataba de la medicina oculta de
aquella España negra, oculta y ancestral. En el fondo, es nuestra historia y no está tan
lejos.
Se acababa con los sacamantecas en el cadalso, en el garrote vil: se les cubría la
cabeza con el capuchón negro y se les rodeaba el cuello con aquella especie de
collarín de hierro. Después, se giraba el torno hasta que se quebraban las vértebras
cervicales y el reo se asfixiaba.
¿Cómo explicar los actos criminales de aquel hombre? ¿Se trataba únicamente de
un loco? ¿Pretendía sólo ganarse la vida arrancando las grasas de jóvenes y niños?
Díaz de Garayo se había configurado en el imaginario colectivo como un monstruo
de apariencia humana. En el juicio, él aseguró que una noche, cuando estaba
durmiendo, alguien le vino a ver. En su mente perturbada, fue una visita muy
especial: una sombra negra. Díaz de Garayo dijo que aquella sombra había estado a
los pies de su cama —en realidad, un camastro en una chabola mísera— y que le
había ordenado cometer aquellos crímenes. Según él, aquella sombra era el
mismísimo diablo. Y a partir de aquel día, ese labrador sin residencia fija, titiritero de
la nada, caminante errante por aquellos campos de Álava, se convirtió en una bestia
humana que sólo pretendía atacar, no ser descubierto y traficar con esa manteca a
cambio de unas monedas.
Finalmente, Ramón Apráiz, un prestigioso médico alavés, junto con once colegas,
determinaron que no había enajenación mental en él y que era perfectamente
consciente de lo que hacía. El juicio y las portadas de El Pensamiento Alavés, el
periódico de la región, alcanzaron fama mundial en aquella época. La sentencia:
garrote vil. La sombra de aquel sacamantecas se extendió por todo el mundo. Hubo
varios antropólogos de Bélgica y Suiza que viajaron hasta Vitoria para observar el
cráneo de aquel hombre. Era una cabeza salvaje y desproporcionada; y otro tanto
ocurría con otros miembros de este personaje, incluso los sexuales. Muchos pensaban
—y lo publicaron— que aquel individuo era una especie de eslabón perdido en la
evolución humana.
Mantillo de niño
La historia del macabro interés por el sebo de los niños no es nueva. Estas
prácticas han interesado a los antropólogos, los cuales han estudiado cuidadosamente
esas tradiciones escondidas. Julio Caro Baroja, por ejemplo, trabajó este asunto en
algunos de sus libros y descubrió que algunas ideas referidas a la manteca infantil se
remontaban mucho tiempo atrás. De acuerdo con la medicina popular y ancestral, la
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grasa subcutánea de los infantes y algunos tejidos sebáceos que rodean las vísceras
infantiles tienen propiedades curativas casi milagrosas. En La Celestina (1499), de
Fernando de Rojas, se habla del «mantillo del niño». Pármeno, uno de los personajes
de la tragicomedia de Calixto y Melibea, cita los ingredientes con los que trabajaba la
bruja y hechicera Celestina: «Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se
querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de
codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija
marina, soga de ahorcado, flor de hiedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de
helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas» (Celestina, I).
El autor de La Celestina simplemente se hacía eco de los recetarios brujeriles al
uso y de las prácticas comunes entre gentes aún ancladas en un supuesto saber
médico popular.
El mantillo, el unto, el saín, la manteca o el sagi (en Cataluña) que aparecen en
los recetarios de la hechicería histórica era precisamente el tejido que cubría algunas
zonas del estómago, las gorduras que se acumulan en ciertas partes del cuerpo o que
rodean determinadas vísceras. Esas mantecas se metían en sacos o en tarros y estos
personajes, según cuenta la leyenda, los llevaban y transportaban en carromatos o a
pie por los campos o entre las montañas, frecuentemente con el ánimo de venderlos a
los boticarios, a las brujas o a gentes acaudaladas como remedios farmacéuticos.
Resulta sorprendentemente terrorífica esa trágica fascinación por el sebo humano.
Poco después de la publicación de la obra de Rojas, Cristóbal de Molina, párroco de
Cuzco (Perú) y escribano, relataba estremecedores episodios protagonizados por los
españoles en el Nuevo Mundo. Sus textos, redactados entre 1555 y 1585, y
conservados en los Archivos de Indias, hablaban del temor de los indios americanos:
en las cercanías de su población los indígenas de la zona temían verdaderamente a los
españoles, aunque éstos fuesen esgrimiendo una cruz y ataviados como clérigos. El
temor —y lo escribe Molina en 1574— se fundaba en aparentes habladurías: se
rumoreaba que los conquistadores sólo tenían un objetivo, la grasa humana. Desde
luego, los españoles tenían objetivos menos misteriosos (el oro, la plata y las piedras
preciosas del Nuevo Mundo), pero la pervivencia de los rumores y las leyendas
obligan a detenerse en ese singular aprecio de los españoles por las mantecas del
prójimo.
Y en tiempos más cercanos: ¿recordamos a Manuel Blanco Romasanta, el hombre
lobo de Galicia? Fue un individuo procesado como hombre lobo en 1858. Manuel
Blanco Romasanta, que decía sufrir licantropía, fue atrapado con un extraño botín: un
saco lleno de saín, la grasa de una víctima jamás identificada.
Los límites entre el mito y la realidad son a veces muy imprecisos. Jesús Callejo,
autor de numerosos libros y experto en la antropología de «los asustaniños» explica
cómo operan estos conceptos legendarios y cómo se forman: «Los sacamantecas, los
hombres del saco y otros personajes semejantes cumplían varias funciones. En primer
lugar, hay que recordar que son figuras reales y, por tanto, personajes históricos. Pero
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ocurre que también se descubren en ellos funciones que pueden explicarse desde el
punto de vista antropológico y, en cierto sentido, ejercen una función de
“conveniencia”. Es decir, en aquellos lugares donde no había una presencia real de
uno de estos sacamantecas o de uno de estos hombres del unto, se inventaban esos
ogros o sacamantecas para asustar a los niños, de ahí que formen parte indisoluble del
acervo cultural antropológico español. Pero no hay que olvidar que los sacamantecas
sí tienen un sustrato histórico, un sustrato terrorífico con procesos inquisitoriales y
procesos judiciales realmente tremendos, en los que, como trasfondo, había
auténticos asesinatos e infanticidios. En el fondo, los sacamantecas eran verdaderos
asesinos: los psicokillers de hoy eran los sacamantecas de entonces».
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fabuloso sobre el tema y explica del siguiente modo de dónde y cómo surge el mito:
«No solamente era un rumor: fue cierto. Esto motivó la rebelión de las madres de la
Barceloneta, un barrio marítimo de la capital. Las madres se levantaron contra el tren
y atacaron a la locomotora con palos y piedras. El motivo de la rebelión era que
muchos de sus hijos desaparecieron. Y desaparecieron porque los sacamantecas les
quitaban la grasa para utilizarla en los cojinetes industriales. Las ruedas de carro que
se desplazaban a veinte kilómetros por hora evidentemente no necesitaban una grasa
tan densa como la del ferrocarril, que iba a sesenta. En aquella época no había
material industrial sintético y, por tanto, se precisaba que alguien lo obtuviera de
forma clandestina y, naturalmente, ilegal. Algunas personas, como Enriqueta Martí,
se ocupaban de matar a los niños y extraerles lo que posteriormente se destinaba a las
maquinarias industriales. Y no sólo se utilizaban en el tren. El tren fue el primero de
sus destinos, pero casi inmediatamente la grasa humana se empleó en la industria
textil». D’Arbó narra una historia estremecedora: cuenta que él mismo tuvo la
oportunidad de entrevistar para TVE a una señora, ya muy anciana, que aseguraba
haber sido atacada. A ella y a otras jóvenes las metieron en sacos… «Y les iban a
sacar la manteca».
Aunque puedan parecer propias del medievo, estas truculentas historias se hallan
muy cercanas en el tiempo. En las últimas décadas del siglo XIX y hasta bien entrada
la década de 1930, estas prácticas eran bastante comunes. ¿Cómo es posible que esto
ocurriera hace sólo ochenta años? Salvador Ortega Mallén, que fue jefe del Grupo de
Homicidios de Barcelona y Sevilla, habla de la normalidad en la compraventa de
restos humanos desde la década de 1930 hasta poco antes de la Guerra Civil: «Todos
esos personajes que asesinaban, descuartizaban, vendían y compraban restos
humanos existieron realmente y, además, era muy normal vender esos ungüentos…
“Normal” entre comillas, claro. Quiero decir que era habitual. Porque era una
costumbre adquirir de forma ilegal y clandestina ungüentos, grasas y bebedizos
especiales que se confeccionaban a base de cocinar vísceras de niños desaparecidos o
asesinados».
Sebastiá d’Arbó nos habla de un hecho dramático y terrible: el «reciclaje
humano» que hasta bien entrada la década de 1930 se practicaba en Barcelona: «La
persona era totalmente reciclada. Es decir, cuando mataban a un niño, la sangre en
teoría se utilizaba para aquellas primitivas transfusiones de sangre. Debe tenerse en
cuenta que aún no estaba extendido el uso de la penicilina y que cualquier
enfermedad o infección se curaba con sangrías. Por otra parte, a la víctima se le
extraía la manteca para los aparatos de la revolución industrial, para las máquinas.
Además les quitaban el pelo, para hacer pelucas, e incluso para abrigos. Los huesos
se machacaban y con el tuétano se hacía pegamento. E incluso les quitaban las
muelas y la dentadura, que utilizaban los dentistas. En fin, el reciclaje humano era
bestial y total».
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Bebedores de sangre en el matadero de Madrid
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Tras la publicación de aquel reportaje en la revista Estampa, los médicos de
Madrid prohibieron aquellas prácticas que, en el fondo, eran los coletazos de aquella
España negra que aún creía en lo mágico y en el poder vivificador y purificador del
líquido rojizo.
Los sacaojos
Dicen que hoy ya no hay sacamantecas. Aunque quizá podría entenderse que las
formas cambian y el sustrato original se mantiene vivo. Parece que la simple maldad,
la bestialidad o el móvil económico siguen siendo motivaciones esenciales.
Jesús Callejo ha tratado el tema de los modernos sacamantecas: «Es un folclore
en formación y sufre modificaciones con el discurrir del tiempo. De hecho, ahora
mismo, también se podría hablar de sacamantecas, de hombres del saco, de hombres
del unto, como se les ha ido llamando dependiendo de las zonas y las épocas. Ahora,
en determinadas zonas latinoamericanas se les llama “los sacaojos”; y en otros
lugares son simplemente los traficantes de órganos. En el fondo, es el mismo mito
pavoroso, con nombres semejantes y en las mismas circunstancias. Y consiste en
aprovecharse de los niños, muchas veces niños indigentes, para extraerles algunos
órganos: antes era la grasa, ahora pueden ser los ojos, o el hígado o el bazo. Pero, en
esencia, estamos hablando de asesinos que perpetran sus crímenes siempre con un
interés económico».
La memoria negra está ahí, presente hoy como ayer, y la única forma de
defendernos del temor y el miedo es conocer los fundamentos en que se basa esta
historia. Y es que los sabios antiguos teman toda la razón: conocer a los demonios es
la única forma de vencerlos.
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El crimen de Cuenca
«A la gente le ha dado por decir
que cuando el viento sopla entre las cañas,
se oye la voz del Cepa,
que pide justicia desde la otra vida».
De la película El crimen de Cuenca, de Pilar Miró.
Ocurrió hace mucho tiempo, pero en Tresjuncos y Osa de la Vega aún se habla del
error judicial más escandaloso y triste de nuestra historia.
El 21 de agosto de 1910, un pastor llamado José María Grimaldos López, y
conocido como el Cepa, acababa de vender unas ovejas de su propiedad y regresaba a
su pueblo por un camino vecinal. En un cruce, cerca de la finca llamada El Palomar,
se encontró con dos personas que estaban trabajando allí: Gregorio Valero Contreras
y León Sánchez Gascón. Estos dos hombres no gozaban de la consideración de los
aldeanos ni estaban muy bien vistos en el entorno popular pues se les tenía por
anarquistas. Se aseguraba que cantaban canciones contra los hacendados y contra la
Iglesia en la taberna del pueblo. Es necesario no perder de vista todos estos
elementos, porque en lo que iba a acontecer confluían y se mezclaban todos los
rencores propios de una España que desearíamos olvidar.
José María Grimaldos, el Cepa, era un individuo de baja estatura (medía 1,47
metros de altura) y en el pueblo decían que «le faltaba más de un verano». Era un
hombre que pasaba días y días en los montes, cuidando sus rebaños, y con frecuencia
ni siquiera daba noticias de su paradero.
Había desaparecido.
Naturalmente, los primeros en ser interrogados por la Guardia Civil fueron León
Sánchez y Gregorio Valero, dado que se encontraban muy cerca del lugar donde se
había visto al Cepa por última vez. Los dos mostraron su sorpresa ante aquel
interrogatorio inicial: ¿quién iba a hacerle daño al Cepa? No era más que un pobre
desgraciado… «Se habrá ido con las cabras, o con las ovejas. Ya volverá».
Pero el Cepa no volvía.
Un mes después, el 21 de septiembre de 1910, Urbano Grimaldos, hermano del
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desaparecido, ponía una denuncia en el juzgado de Belmonte… pero añadía un
detalle que iba a desencadenar una cascada de lamentables acontecimientos. Le dijo
al juez, don Emilio de Isasa, que tenía la sospecha de que aquellos anarquistas habían
acabado con la vida de su hermano, que le habrían robado el dinero y que, a buen
seguro, lo habían desmembrado y enterrado en aquella finca, en El Palomar.
El clan de los Grimaldos, consternado, ignorando que no se había encontrado
ningún resto y ninguna prueba que confirmara sus sospechas, y habiendo pasado ya
un mes y medio de la desaparición del Cepa, acudían a la finca y rociaban la tierra y
la fachada de la casa con agua bendita. Estaban seguros, de acuerdo con algunos
sueños premonitorios que aparecen constantemente en esta historia, de que el Cepa
estaba allí, muerto y enterrado, clamando justicia desde el más allá.
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que será la vergüenza de determinados elementos de la judicatura durante décadas.
Los acusados son aislados desde el primer momento. Uno y otro aseguran que son
inocentes, y que no tienen nada que ver con la desaparición de aquel pastor llamado
el Cepa. Confirman que sí habían visto a ese hombre, caminando cerca de El Palomar
aquella última noche, pero pasó de largo y allí había acabado todo. Los miembros de
la Guardia Civil que se ocupan de los interrogatorios no les creen. No hay pruebas, no
hay cadáver, no hay ni un rastro, pero los interrogatorios son terribles. Cuentan que
les arrancaron las uñas, los colgaron del techo por sus genitales, los golpearon hasta
la extenuación. Hicieron con ellos todo tipo de tropelías. Aterrorizados y exhaustos
con las torturas, ambos comienzan a confesar incoherentemente: afirman cosas
distintas, se contradicen y con frecuencia admiten aquello que los torturadores desean
que admitan. El dolor y el sufrimiento consiguen que los sentidos se enturbien y
empiezan a acusarse recíprocamente, aun sabiendo que eran inocentes y que ni uno ni
otro había participado en aquel supuesto crimen.
En ningún caso les permitieron estar juntos: cada uno estaba en un calabozo
distinto, sometidos a torturas que hoy parecen más propias de la Edad Media o de la
Inquisición. Sin fuerzas para resistir más dolor, sólo les resta aferrarse al instinto de
supervivencia, a acusar al compañero y a tratar de salvar la vida de algún modo…
Después de un mes de insoportables torturas, los guardias civiles encargados de la
declaración obtuvieron una versión extraña pero más o menos coherente de los
hechos. Finalmente, los dos reos aseguraron que, en efecto, habían matado al Cepa y
lo habían enterrado en un lugar apartado en el cementerio de Osa de la Vega. La
Guardia Civil acudió al camposanto con los confesos y los obligaron a cavar con sus
propias manos en el lugar del enterramiento. A pesar de todo, no apareció el cadáver.
Sólo huesos viejos.
A la espera del juicio, los dos reos volvieron al calabozo y sus guardianes se
ensañaron en nuevas torturas. Un año después, un funcionario del juzgado hace
pública la sentencia.
«José María Grimaldos López penetró en El Palomar, inducido a ello con engaño
por León Sánchez Gascón, en donde ya los esperaba Gregorio Valero Contreras,
quien de un modo rápido, brusco e inesperado, sin que José María Grimaldos López
pudiera apercibirse, sospechar ni evitarlo, se abalanzó sobre éste, le cogió de
improviso por el cuello, en tanto que León Sánchez Gascón le daba con un garrote
tan fuerte golpe a Grimaldo que dio con éste en tierra, y tres noches después, en la del
24 del pasado agosto, trasladaron el cadáver de José María Grimaldo junto a la pared
norte del edificio, donde lo quemaron, machacaron con grandes piedras sus huesos,
los colocaron dentro de una espuerta y los arrojaron a un río. Procede, pues, imponer
a cada uno de los procesados, León Sánchez Gascón y Gregorio Valero Contreras, la
pena de muerte, ya que el delito debe ser considerado de robo con homicidio».
Aquellos dos hombres ingresaron en la cárcel para cumplir la condena impuesta.
Puesto que no se encontró el cadáver y no había rastro del crimen, no se aplicó la
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pena de muerte y, casi milagrosamente, lograron evitar el siniestro garrote vil.
Aterrados y humillados, Gregorio y León no habían vuelto a verse, habían
declarado lo que sus torturadores habían deseado, se habían contradicho, se habían
acusado mutuamente con el único afán de sobrevivir. Ante ellos, una terrible
perspectiva: dejar pasar los días, los meses y los años en un sombrío penal…
¡Estoy vivo!
Incluso para un asesino convicto o para un criminal, la simple idea de pasar cinco,
diez o quince años entre rejas seguramente es lo más cercano a la desesperación.
¿Qué será para un inocente?
Gregorio Valero y León Sánchez llevaban ya dieciséis años en la cárcel, pagando
un crimen que decían no haber cometido y del que la administración judicial, la
Guardia Civil y, en realidad, el pueblo los acusaba sin dudar.
Sin embargo, cuando ya casi todo se había olvidado —¡dieciséis años después!—
ocurre algo sorprendente, increíble y casi alucinante. A Tresjuncos llega una carta.
Alguien pide una partida de bautismo. El remitente solicita dicho documento desde
un pueblo situado a unos cuarenta kilómetros de allí. Increíblemente, ¡lo firma José
María Grimaldos López! Al parecer, deseaba casarse y precisaba la partida de
bautismo para poder llevar a cabo su matrimonio.
¡El Cepa estaba vivo!
La Guardia Civil se apresura a investigar los hechos y descubre la historia más
ridícula, dramática y absurda que pueda imaginarse: aquel hombre al que «le faltaban
varios veranos», analfabeto y que debía subirse a un taburete para alcanzar el metro y
medio, simplemente… se había ido, no había dado cuentas a nadie, había pasado
unos días en el campo, se había trasladado a otro pueblo y había comenzado una
nueva vida. ¡Vivía al otro lado de la sierra! Como no sabía leer, como no existían los
medios de comunicación actuales, como no le importaba haber dejado atrás a
familiares y conocidos, como no se sentía obligado a dar razón de su vida y como no
parecía muy despierto, había permanecido ajeno a todo lo ocurrido. De espaldas al
espantoso drama que había provocado inconscientemente.
Efectivamente, hace apenas un siglo, cuarenta kilómetros eran un mundo: en
ocasiones, poblaciones cercanas permanecían aisladas, sin ningún contacto exterior,
ajenas a todo, cocinándose en su endogamia y en sus relaciones ancestrales. En la
actualidad, con Internet, podemos hablar en tiempo real con un ciudadano de Nueva
Zelanda y conocer las tiendas y los comercios de Vancouver sin salir de casa. Pero en
1910, el mundo rural de la España interior se parecía más a los poblados visigodos
que al país que hoy conocemos. Sólo así era posible que sucediera un caso como el
del Cepa. Simplemente, se había ido: en su ausencia, aparecieron espectros, rencores
y fobias políticas. Y por ello, dos hombres habían estado dieciséis años en la cárcel.
¡No se había enterado absolutamente de nada!
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El Cepa venía ataviado con una boina y con chaqueta de pana. Regresaba al
pueblo ante la mirada atónita de los aldeanos:
—¡Soy yo! ¡Soy el Cepa! ¡Estoy vivo! ¡Nadie m’a matao!
Herederos de la injusticia
Pero… ¿qué ocurrió entonces? ¿Qué medidas se tomaron? ¿Qué hizo el juez que
condenó a dos inocentes por un crimen que no habían cometido? ¿Qué fue del
párroco empeñado en culpar a los dos «anarquistas»? ¿Qué ocurrió con los miembros
de la Guardia Civil acusados de torturas?
Daniel Sánchez es nieto de León Sánchez Gascón, uno de los acusados en falso.
Cuando se le recuerda aquella historia, apenas queda en él resentimiento o deseo de
justicia. Más bien, como su abuelo, trata de olvidar: «Sólo siento una tristeza muy
grande. Fueron dos personas inocentes que sufrieron mucho. En realidad, no
solamente ellos, sino toda la familia, debido a un grave error judicial». Daniel
asegura que «aquello lo ocultaron políticamente» y recuerda con amargura que
pasaron doce años y cuatro meses en la cárcel —desde la sentencia— pagando un
crimen que no habían cometido. Respecto a las torturas, «mi abuelo me decía que
jamás se puede saber lo que un hombre es capaz de soportar, como él lo soportó. Me
decía que a él le habían dado más palos que a un burro enganchado a un carro cuando
éste se queda atascado. Eso me decía». Daniel añade que su abuelo no solía comentar
aquel episodio, porque «cada vez que salía el tema se ponía enfermo. No quería ni
recordarlo. Los castigos fueron horribles».
Su abuelo, León Sánchez, y Gregorio Valero sólo se reencontraron cuando
salieron de la cárcel. Según Daniel Sánchez, su abuelo llegó a creer que su
compañero había matado al Cepa, y, por su parte, Gregorio había llegado a
convencerse de que el asesino era León. «Ellos nunca confesaron… Pero era tanto el
castigo y la presión, que hubo gente que les aconsejó que inculparan al otro, o que
firmaran que efectivamente lo habían matado y se declararan culpables para que los
dejaran tranquilos. Era eso o morir». El nieto de León Sánchez explica que los reos se
inventaban cualquier cosa con tal de evitar las torturas: «Llegaron a decir que lo
habían enterrado en el cementerio, que lo habían enterrado en otro sitio… Iban y
cavaban allí y, claro, no había nada, no había ningún resto. Decían que lo habían
matado y que lo habían echado a comer a los cerdos, y que los huesos los habían
machacado con una piedra y… En fin, barbaridades, porque ya no sabían ni lo que
decían. Les ataban una cuerda en sus partes y el otro extremo, en el pie, y les daban
palos como a animales. Lo poco que les daban de comer era bacalao y no les daban
agua y les hacían pasear por delante del río para que vieran el agua. Mi abuelo se tiró
al río para beber agua aunque iba esposado…».
La España de 1910 heredaba todos los vicios y las corrupciones del siglo XIX.
Cuando Daniel habla de que aquel desastre judicial se «tapó políticamente», se refiere
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a una práctica habitual en todas las sociedades corruptas: compensar miserablemente
lo que no puede tener compensación alguna. Se les asignaron dos puestos de guardas
en el parque madrileño de El Retiro, y, al parecer, mantuvieron su antigua amistad.
La vida de los implicados en aquella injusticia debió de tornarse sumamente
amarga: «Dicen que el juez se pegó un tiro», comenta Daniel. ¿Y el cura? «El cura se
arrojó de cabeza en una tinaja de vino y murió ahogado. Sí, por la mala conciencia:
fue él quien más empeñado estuvo en llevarlos a la cárcel…».
El olor de la muerte
Comparaciones
En julio de 1995, los juzgados de Sevilla declararon prescrito el caso y los miles
de folios de esta historia reposan polvorientos en un almacén. Ya no puede haber
culpables, ni pruebas, pero sabemos —Milenio 3 lo sabe y la policía lo sabe— que
alguien que quizá está leyendo estas líneas conoce toda la verdad.
El silencio acompaña a los casos de difícil solución. Los Galindos permanece
como caso típico de matanza impune, sin la más mínima sospecha aparente y, desde
luego, con la certeza de que los responsables no van a purgar sus penas.
Puesto que no había criminales ni sospechosos, se habló de comparativas con
extrañas matanzas. En algunos periódicos nacionales se relacionó el caso con lo
ocurrido en Estados Unidos y la matanza que llevó a cabo aquel personaje siniestro,
Charles Manson, en el domicilio de Sharon Tate y el cineasta Roman Polanski.
Manson, que se hacía llamar a sí mismo Satán, actuó como lo que se llamaba
entonces «escuadrones de la muerte»: personas que matan y asesinan sin razones
aparentes y por el simple deseo de matar. Puesto que en ambos casos se daban
algunos elementos comunes, se pensó que algún tipo de asociación sectaria u
ocultista hizo exactamente lo mismo en Los Galindos.
Nuestro conspiranoico oficial, Santiago Camacho, recuerda con breves trazos qué
ocurrió en aquella matanza capitaneada por un auténtico pirata de la muerte: Charles
Manson.
«Lo más estremecedor de la historia sea quizá el sueño premonitorio que tuvo la
actriz Sharon Tate. Una madrugada, sedienta, bajó los peldaños de la segunda planta
de su mansión y se encontró algo, una figura. Parecía el fantasma de una mujer.
Paralizada por el miedo miró fijamente y vio que, era efectivamente, alguien con la
cabeza encapuchada y como con una soga o cable partiendo de su cuello hacia arriba.
La visión duró unos segundos y se desvaneció. Poco podía sospechar la bella actriz
que el viernes 8 de agosto de 1969, cuatro miembros de La Familia, un grupo que
bordeaba los límites del satanismo, organizado en torno a un gurú carismático,
Sería difícil encontrar una historia en la que se reunieran los siguientes elementos:
una marquesa, una casa misteriosa, crímenes, mutilaciones, espías, nazis, extraños
virus, extraterrestres… Si algún escritor pudiera conjugar todos estos componentes,
seguramente podría presumir de una imaginación portentosa. Sin embargo, no es
necesario que nadie lo fabule: la vida real ha encajado todos estos inverosímiles
conceptos para diseñar una de las tramas más atractivas, extrañas y misteriosas de
nuestra larga y, desgraciadamente, densa crónica negra.
El famoso periódico El Caso, dirigido entonces por Eugenio Suárez, salió a la
calle en enero de 1954 con un número que vendió más que ningún otro. Se agotaron
los ejemplares. La portada era una lechera. Era un recipiente transparente, y en su
interior había una mano de mujer con las uñas pintadas. El titular decía: «Albacete: el
caso de la mano cortada».
El Caso era el periódico más leído en la España de aquella época, de modo que
aquella imagen causó un gran impacto. Al día siguiente, la fotografía era otra bien
distinta: los chatarreros haciéndose de oro prácticamente porque la gente de Madrid
se estaba deshaciendo de las lecheras. La mayoría eran de latón. Los ciudadanos
habían sentido un repentino asco por estos objetos a causa de aquella portada. La
noticia hablaba de una mutilación en una casa misteriosa, de una madre de oscuro
pasado y de una serie de personajes no menos enigmáticos.
Los periodistas veteranos de El Caso recordaban que había sido uno de los
sucesos más truculentos en la larga trayectoria de ese periódico. ¿De quién era esa
mano? ¿Qué ocurrió? ¿Qué ocurría en aquella casa? ¿Por qué se mezclaban los nazis
con esta historia? ¿Por qué había mensajes extraños que se difundían y se enviaban
desde no se sabe dónde? ¿Por qué se hablaba de virus letales? ¿Se trataba de
sacrificios o de rituales relacionados con el satanismo?
En la primera escena de esta película real aparece una mujer de 42 años, llamada
Margot Shelly, perteneciente a la alta sociedad. El día 19 de enero de 1954, su
cadáver aparece tumbado en una cama de un domicilio madrileño, misteriosamente
mutilado: le falta una mano. Su hermano, Luis Shelly, se presenta en el juzgado
número 14 de Madrid y asegura que la responsable de la mutilación es su propia
Margarita Ruiz de Lihory tiene una biografía extensísima. Fue una de las
primeras mujeres que tuvo automóvil en España y se asegura que fue amante de
Miguel Primo de Rivera y amiga personal de Francisco Franco. Era una especie de
Mata-Hari a la española. También se aseguraba que compraba y vendía información
durante la Segunda Guerra Mundial. Este doble juego era muy común en la época.
Pedro Nuño de la Rosa es un prolífico escritor albaceteño, autor de una novela
sobre el caso (La mano cortada; Tucumán, Alicante, 1998), que ha seguido durante
veinticinco años esta historia. Fruto de sus pacientes pesquisas llegó a conocer a la
marquesa Margarita Ruiz de Lihory y él piensa que la mutilación de su hija fue parte
de un rito. Según este autor, la marquesa conoció durante su estancia en Marruecos
extraños procedimientos que asegurarían la vida eterna. Estos rituales se
conservaban, al parecer, en algunas culturas del Rif marroquí —en la década de 1920,
Protectorado español—. Los yezidí, a los que en algún caso se les ha relacionado con
los adoradores de Satán, tenían al parecer la costumbre de cortar algún miembro de
una persona muerta para conservar su espíritu o su alma. Según Pedro Nuño de la
Rosa, Margarita Ruiz de Lihory pudo conocer y asumir esas prácticas, y quiso
utilizarlas cuando su hija murió, al parecer, tras una enfermedad fulminante.
Mantener cerca el espíritu de su hija Margot: ése era el objetivo de la marquesa
cuando decidió llevar a cabo el ritual.
Pedro Nuño de la Rosa había oído, desde muy joven, las extrañas historias que se
Si algo faltaba para completar esta historia de la mano cortada, he aquí que
aparecen los miembros y las cartas de Ummo (véase el capítulo «Ummo»).
Para que todo este asunto pueda comprenderse en sus términos justos, es
necesario señalar inmediatamente que la historia de Ummo es un perfecto fraude, o
experimento psicosocial apasionante, pero falso, que se resume así: desde la década
de 1960, desde 1966, concretamente, un grupo selecto de personas en España
recibieron una serie de cartas, cartas manuscritas, cartas llenas de fórmulas
matemáticas, cartas repletas de extraños códigos… Estaban escritas en castellano.
Parece que detrás de estas cartas estuvieron varios individuos seguramente
perturbados —lo hemos sabido treinta años después: los servicios secretos y de
inteligencia lo desvelaron—. Su misión era saber cómo reaccionarían determinadas
personas ante la constatación de que los extraterrestres ya estaban aquí. Algunos
personajes que recibieron aquellas cartas tenían gran importancia e influencia en la
sociedad de la época; eran personas de la talla de Alfonso Paso o de Buero Vallejo, o
comisarios de policía, como Dionisio Garrido… Todos ellos recibían misivas llenas
de documentos que parecían contener amplísimos conocimientos científicos. Los
remitentes eran unos personajes que se hacían llamar ummitas. Los ummitas decían
de sí mismos que procedían de una estrella lejana, la Wolf-424, a 14,6 años luz de
nuestro planeta. Es una historia rocambolesca y absurda. Pero que engañó a mucha
gente.
Pues bien, en una de esas cartas hablaban de Albacete y echaban más leña al
fuego. La carta en cuestión la recibió un párroco de Mairena del Alcor, en Sevilla: el
padre Enrique López Guerrero. En 1968, este sacerdote creó una polémica sin
En la portada del diario ABC del 27 de febrero de 1912 aparece una fotografía con
la imagen de una niña pequeña, de unos ocho años, acompañada de sus padres, junto
a los muros de un barrio de la Ciudad Condal. El titular, toda la portada, es esa
fotografía, con el texto: «La niña secuestrada en Barcelona». Esta foto-noticia ponía
fin a una oleada de misteriosos acontecimientos que habían tenido lugar en algunas
barriadas de Barcelona. En ese y en otros periódicos de la región se hablaba de
secuestros infantiles, de los ladrones de niños, de personas que arrebataban a los
pequeños… Pocos días después, cuando se empiezan a conocer mejor los hechos,
comienza a aparecer en las columnas periodísticas una palabra inquietante… la
palabra «vampira».
Por aquellos años, a principios de siglo, los diarios publicaron muchas fotografías
de estos niños de arrabal, con el gesto huidizo, con el pelo rapado, hambrientos y con
una nube de terror en su mirada. Eran niños liberados de sus secuestradores. Las
columnas periodísticas titulaban: «Los ladrones de niños», «La secuestradora de
niños», «Hallazgos de nuevos niños desaparecidos», «Desapariciones misteriosas».
Estas oleadas de auténtico terror se sucedían sobre todo en Barcelona, una zona
industrial donde había arrabales importantes y donde los niños estaban bastante
descuidados. Eran el objetivo de un grupo de personas… auténticos vampiros. Mucho
más peligrosos que los vampiros de la ficción.
La vampira de Barcelona
A principios del siglo XX, en Cataluña, había unos personajes, mitad legendarios y
mitad reales, llamados saginers. Son los sacamantecas catalanes (véase el capítulo
«Sacamantecas»). Las investigaciones de Miguel Aracil o Sebastiá d’Arbó recuerdan
que en la Cataluña industrial existía un fructífero negocio de vísceras y cuerpos
humanos. Los huesos, los dientes, el pelo o la grasa de las personas —
fundamentalmente niños de las barriadas pobres— servían a las necesidades de la
nueva maquinaria y a los caprichos o supersticiones de las clases pudientes. Estas
prácticas eran, en cierta medida, comunes, y los nazis hicieron lo mismo en los
campos de concentración con sus víctimas judías: fabricaban jabón o manufacturaban
cuero de piel humana, además de todo tipo de tropelías y monstruosidades. En
España, en la primera década del siglo XX, se hacía de un modo más sórdido. Se
hablaba de figuras que portaban capazos o que guiaban carros que se conocieron
después como los «carros de la muerte» y que dieron origen a una leyenda urbana, y
que secuestraban niños. La grasa de los niños, empleada en la maquinaria textil y en
el ferrocarril, los huesos y el pelo no eran los únicos materiales «reutilizables»: «Les
quitaban la sangre», dice Sebastiá d’Arbó, «la sangre se utilizaba, al parecer, para
hacer transfusiones a la gente que padecía tisis. Generalmente eran gentes enfermas
de la nobleza y como la endogamia es habitual entre ellos, no había renovación de la
sangre… En fin, con esas transfusiones creían que podían curarse».
En Cataluña se daba una particularidad: había mujeres envueltas en este
truculento negocio. Eran mujeres que traficaban con niños de corta edad, de cinco,
seis o siete años, en diferentes barriadas de la Ciudad Condal. A veces los agrupaban
en sótanos y casas, donde los guardaban a la espera de nuevos negocios. Se
descubrieron algunas casas donde se encontraron hasta seis y siete niños juntos:
estaban siendo cebados con patatas y maíz, para luego ser sacrificados.
Ángel Gordón, otro especialista que en la década de 1970 hizo algunos de los
Ataúdes
Dice Bram Stoker en su inmortal novela que el conde Drácula, dentro de su ataúd,
se hizo embarcar en una goleta llamada Démeter (nombre de una diosa griega
tradicionalmente asociada a la muerte) y así llegó a las costas de Inglaterra, en medio
de una formidable tormenta.
Es ficción.
Pero he aquí otra historia: a mediados de la segunda década del siglo XX —unos
hablan de 1915 y otros de 1919— llegó al puerto de Cartagena un ataúd de un noble
serbio. Es el caso del ataúd maldito.
Ese siniestro objeto llegó un día al puerto cartaginés y fue reclamado desde A
Coruña, y así empezó un largo viaje sembrado de muertes. Manuel Montero de
Espinosa siguió este asunto y aseguró que llegó a Santillana del Mar y, por medio, en
distintas poblaciones, fue dejando gente desangrada y gente que fallecía cuando lo
El 2 de marzo de 1974 a las nueve y cuarenta minutos, Salvador Puig Antich fue
agarrotado en el patio de la Cárcel Modelo de Barcelona. Tenía 26 años de edad.
Antich pertenecía al MIL, Movimiento Ibérico de Liberación, una organización cuyo
objetivo era conseguir «la liberación de la clase obrera». Esta organización realizó
más de treinta atracos entre 1971 y 1974. Los llamaban «expropiaciones» y
destinaban el botín a apoyar las huelgas obreras. Se trataba en realidad de una banda
y se enfrentó frecuentemente con la policía, pero en ninguno de ellos hubo muertos.
Hasta el 25 de septiembre de 1973. Ese día son detenidos Salvador Puig Antich y
Xavier Garriga, junto al bar Funicular, que se encontraba en la esquina de las calles
Girona y Consell de Cent, en Barcelona. Allí tuvieron un encuentro con las Fuerzas
de Seguridad y hubo un tiroteo, en el que resultó muerto el policía Francisco Aguas,
con cinco disparos en el cuerpo. Puig Antich recibió dos disparos, uno en la boca y
otro en el hombro. Los días 7 y 8 de febrero de 1974 se celebró el Consejo de Guerra
donde se condenó a Puig Antich a pena de muerte. El Consejo de Ministros del 1 de
marzo confirma la pena y el 2 de marzo es ejecutado.
Este crimen levantó una oleada de protestas y se consideraba que era un
ajusticiamiento político. Las autoridades franquistas se ocuparon de que Salvador
Puig Antich apareciera en la prensa junto a un vagabundo, al lado de un criminal
convicto, un verdadero asesino.
Nadie.
Tal vez sorprenda la respuesta, pero Heinz Chez no era nadie. Sin embargo, en
esta historia no hay nada de paranormal: es Historia, rotunda y fría, pero también
llena de misterio.
En un vestíbulo de la cárcel de Tarragona se ejecutaba a ese vagabundo. Era un
pordiosero, un criminal que había matado a un guardia civil en el bar del camping
Cala d’Oques, en el término municipal de Vandellós. Se le juzgó, se le condenó y se
le ejecutó. Eso era todo… ¿o no?
El sacerdote Juan de la Cruz Badell, que vivió las últimas horas con el vagabundo
de mirada casi felina, de aspecto sucio y desastrado que aparecía en la portada de El
Caso, recordaba que «cuando le vinieron a decir que le confirmaban la sentencia y
que sería ejecutado, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, naturalmente. Y no
opuso resistencia cuando le pusieron las esposas. Le iban a tapar la cara, pero él
prefería morir con la cara descubierta, sobre todo, para sentir la compañía de los que
estábamos allí. A mí me dio un abrazo, me dio un beso y yo le indiqué: “Hasta el
cielo…”. Porque estaba seguro de que Dios Nuestro Señor lo acogería con los brazos
abiertos».
Y aquí debería haber concluido la historia.
Pero no fue así.
Oficialmente, hasta hoy, Heinz Chez era un vagabundo polaco. Nadie sabía por
qué estaba en España, nadie sabía por qué tenía un pasaporte falso, nadie sabía por
qué entró en aquel bar y descerrajó su escopeta recortada cuando apareció un
miembro de la Guardia Civil. Al parecer, increpó al miembro de la Benemérita en una
lengua extraña y luego, simplemente, disparó. Todo eran misterios en torno a aquel
hombre. Sin embargo, junto al anarquista ejecutado en el que se centraban todas las
miradas, estaba ese reverso de la Historia. Heinz Chez apareció como una sombra,
como un espectro, como un fantasma, como un paria sin tierra. No hablaba con nadie.
En el tiempo que estuvo en la cárcel, apenas se comunicó con nadie. Y nadie reclamó
su cadáver. Después de treinta años, sus huesos reposan en una fosa común del
cementerio de Tarragona. Allí acabaron, bajo tierra, los restos de ese último enigma
judicial del tardofranquismo.
«En Tarragona, a 2 de marzo de 1974.
»El Consejo Supremo de Justicia Militar ratifica la condena de pena de muerte e
informa de que a las nueve y cuarto de la mañana ha sido ejecutado el súbdito polaco
que responde a la identidad de Heinz Chez, de 33 años. Enterado el Gobierno, el
procedimiento fue realizado por medio de garrote vil en un vestíbulo de la prisión.
Los restos mortales del reo, no reclamados por persona o entidad, serán depositados
en la fosa común del cementerio municipal».
La oscura historia de Heinz Chez no daba para mucho más. Durante treinta años,
todo lo que se supo de él era lo que se ha transcrito arriba, con algunas notas más o
menos vagas y más o menos reales.
Y fue así hasta que un grupo de investigadores encabezados por Joan Dole,
director y guionista, y ante todo con la increíble labor de rastreo y documentación del
periodista valenciano Raúl Riebenbauer, quiso saber qué fue de ese vagabundo, el
último ejecutado en España, del que nadie sabía nada. Heinz Chez podía ser un
fantasma, pero hasta los fantasmas tienen su propia historia. Y esa historia se
convirtió en el magnífico documental La muerte de nadie. El enigma de Heinz Chez,
un trabajo de cuatro años que sobrecogió a los espectadores, especialmente porque en
él descubrían la impresionante cortina de humo que desplegó el régimen franquista en
sus últimos años. «Llegó a nuestras manos la única copia que había del sumario»,
decía Joan D0I5. «Era una copia mutilada, con datos dispersos que nos dieron a
entender que podríamos llegar a conocer la verdadera identidad de este hombre. Era,
por decirlo así, un asunto pendiente, que estaba ahí… flotando en la memoria
colectiva de todos los que vivimos aquella época. Era uno de los grandes misterios
judiciales del tardofranquismo, de la historia reciente. Y era un caso tan extraño que
no se había podido borrar a lo largo de tanto tiempo. Digamos que quisieron crear
una víctima tan perfecta que nadie se la creyó, y siempre quedó como un caso
abierto».
Se eligió a un hombre sin pasado y sin futuro para oscurecer la ejecución de Puig
Antich, una ejecución muy polémica, porque era un ajusticiamiento político. Se
colocó a su lado a un hombre con apariencia de vagabundo y criminal para que aquel
crimen pasara como una ejecución de delincuentes.
La única foto que se distribuyó de aquel hombre misterioso fue la que apareció en
El Caso. Tiene una especie de abrigo, con forro, un medallón, el pelo desgreñado,
bigote y su mirada es realmente facinerosa.
No era cierto.
Habían manipulado la foto.
Pedro Costa, director de la mítica serie de televisión La huella del crimen, era
reportero de El Caso en aquella época: «El Caso era el único periódico de sucesos
que hubo en España hasta la muerte de Franco, desde 1952 hasta 1975. Tenía
muchísimos contactos y muchísimas relaciones con la policía. Cabe pensar que esa
fotografía la proporcionaron con la condición de que camuflaran la imagen y que no
se pudiera reconocer claramente a ese segundo personaje. Yo creo que El Caso
aceptaría con tal de publicar una foto de aquel individuo, aunque estuviera
manipulada. Efectivamente, se nota que el pelo estaba hecho a mano y el bigote está
pintado con tinta encima, es una manipulación horrible».
Le habían pintado un bigote, le habían pintado un pelo añadido, habían
Ante el verdugo
A veces el garrote vil fallaba —por errores en el mecanismo, por la impericia del
verdugo o por cualquier otra razón— y parece que en el caso de Heinz Chez así
ocurrió. Es cierto que los verdugos no estaban muy entrenados, aunque hacían
prácticas de ejecuciones en los patios de las penitenciarías. (Es una imagen casi irreal,
digna de la España de espejos distorsionados: los verdugos engrasando las tuercas del
garrote, para que no se oxide, y practicando ejecuciones con muñecos de paja…). Las
palabras de Joan Dole son sobrecogedoras: «Hay personas que conocieron
personalmente al verdugo que ejecutó a Heinz Chez y que, además, han estado
custodiando el garrote durante todo este tiempo y llegaron incluso a describirnos en
qué estado llegó ese instrumento siniestro al momento de la ejecución. Se lo pusieron,
se lo sacaron, se lo volvieron a poner… Bueno, aquello fue un auténtico esperpento
valleinclanesco, digno de la mejor tradición de la España negra».
Manuel Fran fue uno de los secretarios de aquel juicio sumarísimo que llevó a
Heinz Chez a la muerte. En La muerte de nadie de Joan Dole, este funcionario
valoraba cómo se había producido aquella esperpéntica ejecución: «Las
circunstancias de la ejecución llevaron a una agonía lenta y terrible a Heinz Chez y
no creo que nadie que lo viera, lo oyera o participara de algún modo en aquello
quisiera recordarlo en el futuro. A los funcionarios de la prisión en aquel momento se
les exigió un pacto de silencio y se comprometieron a no divulgar a nadie lo que
había pasado aquel día en la prisión de Tarragona».
Probablemente rae una agonía horrible. Se le sentó en un garrote que no tenía el
poste al que se debe unir la argolla. Esto es dramático, pero ocurría muchas veces: el
verdugo anterior, designado como ejecutor de sentencias en aquella zona de Cataluña
ya no estaba en activo, y el encargado de ejecutar a Chez era un verdugo novato, tan
novato que no sabía que la argolla había que ponerla en un poste, fijarla y atornillar el
aparato hasta asfixiar al reo o romperle las vértebras cervicales. Intentaron ejecutar a
Heinz Chez varias veces sin conseguirlo, acoplando directamente la argolla en su
cuello. Dicen que fue una agonía terrible.
Treinta años después de aquella farsa judicial y de aquella tortura, la familia de
Garrote vil
Ocurrió hace más de un siglo, a finales del siglo XIX. Fue el famosísimo crimen de
la calle Fuencarral que se cantaba en coplas. La protagonista de la historia se llamaba
Las mujeres, cuando deciden ejecutar un crimen, suelen emplear métodos poco
agresivos, si es que un crimen puede dejar de serlo. Lo que se pretende decir es que
raramente emplean la fuerza y la violencia. Por eso los novelistas afirman que las
damas son especialistas en el envenenamiento.
Hay una historia de envenenamientos que, por la popularidad que alcanzó en su
época, superó a todas las demás. Es la historia de una criada llamada Pilar Prades
Santamaría —a veces su nombre se cita como Pilar Prades Expósito—. Como en el
crimen de Fuencarral, toda Valencia fue testigo de las peripecias de esta mujer
durante el juicio, aunque los valencianos no pudieron presenciar su ejecución. El
principal móvil de Pilar Prades era la envidia y todos sus crímenes se basaban en una
especie de avaricia envidiosa que la condujo al garrote vil.
Pilar Prades es la última mujer ejecutada en España.
Todo ocurrió en 1959, hace casi cincuenta años. Pilar Prades era natural de un
pueblo de Castellón. (Los valencianos se quejaban amargamente de que la llamaran
«la envenenadora de Valencia»: ¡si ella no era de Valencia, era de Castellón!). Pero
incluso en su Castellón natal negaron que aquella mujer hubiera nacido allí: decían
que había nacido en una masía, por ahí, en una especie de suburbio llamado Los
Pérez. Nadie quería tener como paisana a Pilar Prades.
Marisol Donis, licenciada en Farmacia, especialista en el mundo de los venenos y
autora de un libro apasionante, Envenenadoras: la crónica negra de los cuarenta
casos más célebres cometidos por mujeres en España (La Esfera de los Libros,
Madrid, 2003), explicaba que Pilar Prades fue, en el fondo, una mujer con muy mala
suerte. Esa mujer iba de un sitio a otro por Valencia, por los mercados, cargada con
un baúl y con su ajuar, ofreciendo sus servicios. Su única ilusión en la vida era
casarse. «Pilar Prades, como muchas mujeres de esa década de 1950, que habían
nacido en pueblecitos, fue a la capital para servir. Y ésta marchó a Valencia para
emplearse como sirvienta. En aquellos años no tenían ningún problema para
Hay algo delicado en el uso del veneno, una actitud especial, una finura y un
gusto por el detalle… Las mujeres que destapan una cajita de porcelana, las damas
que abren un anillo, las doncellas que espolvorean finísimas sustancias en los
alimentos… Todas ellas actúan con la serenidad de quien está seguro de sus actos. Es
Uno de los casos más sangrantes de la historia judicial española es el que afectó a
Francisco Granado y Joaquín Delgado. Estas dos personas fueron ajusticiadas en
garrote vil en la década de 1960 y treinta años después se supo que eran inocentes.
Corre el año 1963: dos personas han sido sentenciadas y se sientan en el garrote
vil para cumplir la pena suprema.
Francisco Granado y Joaquín Delgado eran dos jóvenes anarquistas. Fueron
acusados de colocar sendos artefactos explosivos el 29 de julio de 1963 en la sección
de pasaportes de la Dirección General de Seguridad y en la Delegación Nacional de
Sindicatos. El primero de los artefactos, una carga de explosivo plástico de
doscientos gramos de peso provocó heridas a una veintena de personas. Dos días
después de los atentados, el 31 de julio, a las cuatro de la tarde, Francisco y Joaquín
son detenidos. En tan sólo diecisiete días fueron juzgados y condenados a muerte.
Delgado y Granado reconocieron ser militantes anarquistas pero nadie pudo
arrancarles una confesión de culpabilidad. Hasta su muerte, defendieron su inocencia.
Ambos tenían menos de 30 años cuando el garrote vil se ciñó mortalmente contra sus
gargantas en la cárcel de Carabanchel. Casi treinta años después, Sergio Hernández y
Antonio Martín confesaron ser los verdaderos autores de estas acciones.
Sin duda, éste es uno de los sucesos más trágicos y penosos de la historia judicial
española: el caso Delgado-Granado. Como solía ocurrir en aquellos grises años del
franquismo, éste fue un caso más conocido fuera de España que dentro.
Estos dos anarquistas, según se desprende de la última investigación realizada por
el periodista Carlos Fonseca, sí tenían previsto actuar con explosivos, pero el hecho
es que no habían sido ellos.
La detención de estos dos muchachos tiene también su dosis de surrealismo y en
parte explica el contexto social de la época. Ellos se encontraban cerca del Palacio de
Oriente y, al ver pasar a unas jóvenes extranjeras, les comentaron algo o les lanzaron
algunos piropos. Un policía que se encontraba cerca les pidió la documentación.
Entonces estallaron las bombas, hubo un interrogatorio… y jamás salieron de
aquellas dependencias.
Carlos Fonseca, de la revista Tiempo, y autor de Garrote vil para dos inocentes
(Temas de Hoy, Madrid, 1998), recuerda así esta desgraciada historia: «Delgado y
Granado fueron sencillamente unos chivos expiatorios que pagaron con su vida la
rigidez del Estado franquista. Fue una especie de castigo ejemplar que se produjo
escasos meses después del ajusticiamiento de Julián Grimau. [Julián Grimau,
dirigente del Partido Comunista, fue fusilado el 20 de abril de 1963 en Carabanchel].
Francisco Granado había venido a Madrid con una maleta con explosivos que debía
guardar durante un tiempo, a la espera de que se la reclamara un grupo de anarquistas
que iba a intentar matar a Franco en un atentado. La inmediata detención de los dos
como presuntos terroristas, con la acusación de ser los autores de aquel atentado, dio
Los testimonios de M3
Este tipo de testimonios es más frecuente de lo que creemos, ocurre en todos los
lugares, en todos los países y, probablemente, han ocurrido en todos los tiempos. No
hay cultura, religión o sociedad que nos diferencie en este punto.
Todos los pueblos y todas las civilizaciones, en todo tiempo y lugar, han conocido
a estos visitantes. Y han interpretado su presencia conforme a su religión (ángeles,
demonios, manes, íncubos o súcubos, espíritus e incluso extraterrestres) y de acuerdo
con sus temores o sus deseos.
Sócrates (470-399 a.C.) ya hablaba de estos seres. Decía que desde su niñez le
acompañaba «por disposición del Cielo, un ser casi divino cuya voz me aconseja
algunas veces hacer algunas cosas, pero que nunca me insta a realizar algo».
Literatos, pensadores, filósofos, políticos y militares han sufrido estos terrores
nocturnos y a todos les ha cambiado la vida. A poco que se indague en la Historia, se
encontrarán numerosos casos. Por ejemplo, el que protagonizó Dante Alighieri
(1265-1321), autor de la inmortal Divina comedia. Dante dedicó buena parte de su
vida a componer este imponente poema místico pero, celoso de su trabajo, guardó
secretamente los últimos trece cantos del «Paraíso» (la primera parte es el «Infierno»
y la segunda, el «Purgatorio»), quizá con el fin de revisarlos más adelante. Pero la
muerte le sorprendió en ese punto y la familia y los sabios de su tiempo no fueron
capaces de encontrar aquella parte final del poema que tanto ansiaban… Jesús
Callejo, escritor y divulgador de estos misterios literarios, lo explica así: «Nadie
encontraba esos cantos, pero se sabía que los había escrito, porque era una persona
bastante metódica y sistemática en sus costumbres. No se encontraban por ninguna
A veces los niños ven cosas que los adultos no pueden ver.
El «amigo invisible» es una entidad con la que los pequeños parecen comunicarse
con fluidez, juegan con ellos, hablan con ellos, discuten con ellos y les cuentan sus
secretos. Todos conocemos a niños que tienen estos extraños amigos.
Casi muertos…
Uno de los terrores más arraigados en el ser humano es el que atañe a la muerte,
lógicamente, pero en torno a él se deslizan otros no menos pavorosos. Uno de ellos es
el horror a ser enterrados vivos.
En realidad, parece que este temor está más relacionado con la agonía o, quizá,
con el modo de morir que con la muerte en sí misma. El torturado Edgar Allan Poe
decía que sólo tenemos una certeza: que vamos a morir. Aunque en el mundo actual
este asunto parezca desestimarse —por diversas razones— y apenas se desee hablar
de él, el ser humano sabe que ése es su final inapelable. Por tanto, a la angustia propia
de quien ha de enfrentarse a lo desconocido se añaden otras: una de las peores es que
los demás nos crean muertos, que nos vistan para el entierro y nos amortajen, que nos
introduzcan en un ataúd, que cierren la tapa, que nos transporten a un cementerio, que
nos depositen en una fosa y que nos arrojen tierra encima… ¡y que lo oigamos y lo
Ataúdes maravillosos
¿Estás muerto?
Desde el siglo XVII fueron muy frecuentes en Alemania, Francia, Portugal y otros
países las «casas de muertos». Estas casas estaban en las afueras de las grandes
ciudades como Munich, Berlín, Copenhague, París o Lisboa. Eran las Vitae dubitae
asylii, los asilos, refugios o casas de «la vida dudosa». En términos generales, eran
casas o almacenes en los que se dejaban pudrir los cuerpos de los muertos al cuidado
de ciertos vigilantes. A los cadáveres se les ataba un hilo en la mano o en los pies y,
en el otro extremo, se colocaba una campanilla. De este modo, si se producía algún
movimiento, la campana sonaba y los vigilantes acudían a recuperar a aquellos que
A finales del siglo XIX coincidieron dos hechos que variaron de algún modo la
perspectiva que se tenía de la muerte. De un lado, la popularización de la fotografía
promovió una tradición tétrica y casi morbosa: los álbumes de muertos. De otro, la
difusión de estas innovaciones técnicas obligó a las ciencias esotéricas y
paranormales a dotarse de esos recursos para comprobar qué ocurría en el momento
Criogenización
Le preguntamos a Juan José Revenga si es cierto que en Haití las gentes entierran
a sus muertos en la parcela o en el jardín de su casa y por qué. «Bueno… los entierran
donde puedan verlos… Los entierran allí por si viene el brujo o el bokor para
llevárselos convertidos en zombis… Así, tal vez podrían salvarlos. Hay muertos a los
que se les decapita o se les cosen los oídos o la boca para que no puedan oír al bokor
cuando le llama y no puedan ser zombis, muertos en vida».
Eso no es todo. En Haití, en el año 2002, un edicto institucional recomendó que
las gentes procuraran enterrar a sus muertos boca abajo y sin ataúd, porque si el
muerto se convertía en zombi, siempre intentaría excavar la tierra hacia el frente.
Puesto que está boca abajo, excavará hacia las profundidades y no hacia arriba. Así,
Fuegos de San Telmo, candil de los difuntos, éter ignífero o llamas del diablo: a
lo largo de la Historia, el hombre ha calificado de diversas formas un fenómeno
sorprendente y aterrador, un misterio que hoy conocemos como «combustión
espontánea». Cientos de casos sin solución se archivan en los sótanos médicos y
policiales esperando una explicación lógica desde el punto de vista científico.
Sin embargo, la pregunta aún parece tener difícil respuesta. ¿Existe una energía
desconocida que repentinamente pueda convertir a las personas y los objetos en
cenizas?
CHE
Arde Sicilia
En marzo del año 2004, una noticia saltaba a la portada de todos los periódicos de
Italia. A partir de ese momento, la práctica totalidad de los medios de comunicación
europeos se hicieron eco de un extraño suceso que estaba teniendo lugar en un
pequeño puerto pesquero de Sicilia llamado Caronia. Por alguna razón desconocida,
en aquella población… ¡ardían las cosas! Los electrodomésticos, los muebles, las
paredes, los colchones… había fuego por todas partes y nadie conseguía explicarse
por qué.
Joan Soles, corresponsal de la Cadena SER en Italia, enviaba esta singular
crónica: «Saludos. El mismísimo diablo andaría entretenido este invierno por Sicilia
incendiando los electrodomésticos. “Ya se sabe: Satanás entra en la vida de quien le
abre las puertas, y luego, pasa lo que pasa”. Ésta es la explicación que ha dado el cura
Gabriele Amorth, presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, que no
duda de que el Ángel Caído es capaz de golpear donde quiera. Un centenar de
habitantes de Caronia, al norte de la isla, fueron desalojados de sus viviendas ante
este fenómeno. Para conocer más detalles, hablamos con el síndico, Pedro Spinnato.
¿Se conocen ya las causas? “No disponemos todavía de los resultados oficiales”, nos
dice. “La investigación de Protección Civil señala causas naturales, fenómenos
naturales. Seguramente cargas electrostáticas generadas de forma espontánea, pero
desconocemos cómo se producen”. O sea, el diablo no tiene nada que ver…
“Nosotros no hemos dicho nunca eso. Eso lo han dicho los periodistas, los periodistas
y los sacerdotes, y debería preguntarles a ellos. Nosotros del diablo no hablamos”.
¿No hay más peligro de incendios de aparatos eléctricos? “Absolutamente no. Toda la
zona es segura. Los incendios sólo se han registrado en una pequeña región, pero no
ha sucedido nada en el resto del país, que es muy tranquilo y para quienes quieran
descansar… es ideal”. En definitiva, nada prodigioso. “En una zona rica en energía
geotérmica como Sicilia, salen a la superficie nubes eléctricas que, por decirlo de
alguna manera, provocan descargas cuando entran en contacto con materiales
metálicos o conductos eléctricos. Si se trata de electrodomésticos, el riesgo de
incendios es elevado”. Nos quedamos, de nuevo, sin rastro del diablo».
Muerte de un campesino
Uno de los primeros «mártires del misterio», Joao Prestes Filho, murió en
horrorosas circunstancias que jamás han podido dilucidarse por completo. Según los
informes iniciales, tenía 39 años cuando falleció, aunque las investigaciones
posteriores y las actas de defunción demuestran que contaba con 44. Pablo Villarrubia
reconoce que cada vez que recuerda este caso siente miedo y admite que esta historia
le persigue desde que investigó aquellos sucesos junto a otro magnífico especialista
brasileño-japonés, Claudio Suenaga. «Se me ponen los pelos de punta», dice
Villarrubia. «No es ninguna broma: la muerte de Joao Prestes Filho fue
estremecedora, y por eso es justo considerarlo uno de los primeros mártires del
misterio».
La historia comenzó el 4 de marzo de 1946. Joao había estado pescando, como
cualquier otro día, en el río Tieté. Cuando llegó la hora de partir, le dio un apretón de
manos a su compañero y se despidió de él.
Este hombre regresó a su casa, una cabaña campesina situada en los alrededores
de Aracariguama, a dos kilómetros de la localidad. Era un día de carnaval, y su mujer
había ido al pueblo, donde la familia tenía parientes y amigos.
El día transcurría con plena normalidad y tranquilidad, como es habitual en las
comunidades campesinas del interior brasileño, y nada hacía sospechar que aquella
tarde fuera a convertirse en un verdadero infierno para Joao Prestes. Sin embargo,
sucedió algo terrible…
«Hay varias versiones sobre lo que sucedió…», nos dice Villarrubia. «Pero yo
conocí a un testigo que conoció a Joao Prestes. Este testigo se llamaba Virgilio
Ferreiras, ya fallecido, y fue clave para conocer la verdadera historia de la muerte de
Joao Prestes Filho. Virgilio, cuando yo lo conocí, tenía 92 años. Lo encontramos de
forma casual, y aún conservaba una fortaleza física increíble: estaba cortando caña y
maíz. Era amigo y primo de Joao Prestes y habló con él cuando Joao estaba en su
cama, moribundo, poco antes de fallecer».
Virgilio Ferreiras le contó a Villarrubia que Joao Prestes llegó tranquilamente a su
cabaña, a su casa. Entró y preparó la lumbre para cocinar el pescado. Acto seguido, se
fue a bañar y, al salir, dentro de su propia casa, se topa con una luz amarilla, brillante
y zigzagueante… «Era algo… como un destello, como un rayo», dice Villarrubia. El
anciano Virgilio habló de un rato de luz. «Y a partir de ese momento, Joao siente que
el cuerpo le arde, que se le quema todo el cuerpo. Entonces, se mira en el espejo y
Radiación
Bram Stoker (1847-1912) acabó sus días devorado por el monstruo que creó.
Había escrito un libro que le dio fama y dinero: la historia de un príncipe de Valaquia
del siglo XV, el conde Vlad Tepes. El novelista modificó convenientemente aquella
historia, añadió otros elementos literarios propios de su época, configuró una trama y
destiló gotas de romanticismo en una obra destinada a pervivir durante siglos:
Drácula.
Pero la suerte le volvió la espalda en los últimos años de su vida. Dicen que el día
de su muerte, Bram Stoker se despertó en mitad de la noche. Las personas que
acudieron antes de que su corazón se detuviera definitivamente observaron como
miraba fijamente un rincón de aquella sórdida casa de huéspedes dublinesa. Pálido y
febril, señalaba con un dedo tembloroso una esquina del cuarto y gritaba como
intentando espantar a alguien invisible allí apostado: «¡Strigoiu…! ¡Strigoiu…!».
El vampiro, el no muerto, había regresado de las tinieblas.
Tumbas vacías
Otros vampiros
Adiós al vampiro
Aquí acaba, por el momento, este apasionante viaje por las tierras del Este de
Europa: el lugar donde habitan los no muertos, los vampiros y los monstruos más
sanguinarios.
Transilvania es una región que aún mantiene inmensos bosques, profundos y
oscuros. Situada en la región central de Rumanía, es una meseta elevada, rodeada por
los llamados Alpes de Transilvania, una cordillera de los Montes Cárpatos. Las
montañas rodean la región como un muro y en varios lugares avanzan hacia el
interior. Conocer la región de Transilvania supone entrar en un magnífico paisaje de
bosques, valles y colinas, y castillos y poblaciones medievales como Sighisoara,
ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad.
Hay dos «Rumanías». La Rumanía de las grandes ciudades y la Rumanía rural.
Pero la Rumanía rural representa casi el 70 por ciento de la población del país, donde
aún perviven hondas tradiciones. La fuerza de la naturaleza —aún hay osos que
matan a dos o tres personas cada año— y la profundidad de sus bosques se conjugan
bien con los cuentos de los campesinos, que hablan de temibles criaturas de la noche
y de demonios.
Pero el marketing turístico también ha llegado a esa remota parte de Europa. Allí,
Vlad IV es un héroe, el príncipe valaco que luchaba contra los húngaros y los turcos.
El Empalador: un héroe. Así que durante un tiempo se propuso levantar un gran
parque temático dedicado a Drácula: Draculandia. Sin embargo, es prácticamente
innecesario. A la entrada del castillo de Bram (por Bram Stoker) se encuentra todo
tipo de merchandising relacionado con el Drácula romántico: tazas, llaveros, pins,
tridentes, sombreros con los cuernos del diablo… En medio de una infinidad de
tenderetes, está ese castillo fronterizo, entre la antigua Valaquia y la antigua
Transilvania, donde estuvo establecido un regimiento que se encargaba de cobrar
impuestos a los viajeros que cruzaran la frontera.
La fantástica ciudadela de Sighisoara es distinta. En su punto más alto se puede
visitar un cementerio que recuerda las mejores películas de terror. Losas con musgo,
ramas de árboles pelados cayendo sobre las lápidas, estelas torcidas y agrietadas. Aún
Más allá del fin del mundo, del Finis Terrae, se extendía un reino de tinieblas.
Nadie en su sano juicio osaría emprender la aventura de cruzarlo.
Y, sin embargo, un hombre se embarcó en semejante locura en 1492. El lector
imagina que conoce el nombre de ese almirante y podría asegurar que se llamaba
Cristóbal Colón. Pero las cosas no parecen tan firmes. ¿Cómo llamarlo?
Efectivamente, algunos autores no dudan en nombrarlo Cristóbal Colón, pero otros
aseguran que su verdadero nombre era Cristóforo Colone y, finalmente, no falta quien
asegure que se trataba de un tal Pedro Colom (Luis Ulloa, Universidad Nacional de
Lima). La vida del más célebre marino de la historia de España es, en sí misma, un
gran misterio. Sus principales biógrafos, incluido su hijo, plasmaron la obsesión del
almirante de que no trascendiese ni su lugar de origen ni su procedencia exacta.
Respecto al nombre, nada es seguro y algunas coincidencias hacen sospechar
incluso de la autenticidad de ese dato. Sebastián Vázquez, editor de la colección Arca
de Sabiduría de la editorial Edaf, advierte que casi hay que suponer que aquel
marinero se llamase así, porque muy bien podría haberse cambiado el nombre: «En la
tradición cristiana, Cristóbal es aquel gigante que transportaba sobre sus hombros a
los viajeros que deseaban cruzar un río; después les robaba o los ahogaba. Su
conversión se produce cuando cruza al niño Jesús: es el famoso milagro de San
Cristóbal». Hoy esta leyenda está prácticamente olvidada, pero San Cristóbal era un
santo muy conocido y venerado en el Renacimiento. «Es muy curiosa la
coincidencia», añade Sebastián Vázquez, «porque, como el gigante Cristóbal, el
marino llevó el cristianismo de un lado al otro de las aguas. Y tiene el mismo nombre,
naturalmente».
El viejo Londres
Andanzas de Jack
En teoría, Jack the Ripper sólo asesinó a seis mujeres, sin embargo, muchos
especialistas dudan de que ahí acabaran las siniestras aventuras del destripador
londinense.
La primera víctima fue Martha Turner, una vieja prostituta alcohólica que ofrecía
sus servicios en el barrio de Whitechapel. Su cuerpo fue encontrado la mañana del 8
de agosto de 1888 en una escalera de York Yard: había sido degollada y destripada.
También le habían seccionado los órganos sexuales, al parecer, con un afilado
cuchillo.
Unos días más tarde apareció el cuerpo de Mary Atine Nicholls, de 42 años, más
conocida como Polly entre sus clientes. La policía la encuentra con la tráquea, el
esófago y la médula espinal seccionados. Un informe forense desveló que las heridas
O esta otra:
«Querido jefe:
»Sigo oyendo que la policía me ha cogido, pero no me pillarán todavía.
Me río cuando parecen tan listos y dicen que están sobre la pista verdadera.
Esa broma sobre el delantal de cuero casi hace que me dé un soponcio. Les he
cogido ojeriza a las putas: no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El
último fue un gran trabajo: no le di tiempo ni a chillar a la tía. ¿Cómo van a
cogerme ahora? Me gusta mi trabajo y quiero empezar de nuevo. Pronto
tendrán noticias mías y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de
sustancia roja auténtica en una botella de cerveza de jengibre después del
último trabajo, para escribir con ella, pero se ha vuelto espesa como la cola y
no puedo usarla. Espero que la tinta roja quede suficientemente bien. En el
próximo trabajo le cortaré las orejas a la tía y se las enviaré a los oficiales de
policía para divertirme. ¿Les gustaría? Guarden esta carta hasta que trabaje un
poco más y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que
voy a ponerlo a trabajar ahora mismo, si tengo ocasión. Buena suerte.
»Sinceramente suyo,
»Jack el Destripador».
Proceso a un inocente
En el Monte de la Calavera
Finalmente, la decisión fue crucificar al reo. Se sabe que había varios modos de
ejecutar esta sentencia, pero, en todo caso, se trataba de una pena que se empleaba
para los ladrones y delincuentes comunes. Sin embargo, los romanos también
utilizaban la cruz como castigo político, para los traidores y revolucionarios. Al
parecer, los cartagineses fueron los primeros en ejecutar habitualmente a los reos por
medio de la crucifixión. Y parece que en los territorios de la península Ibérica, los
romanos la utilizaron masivamente en la cornisa cantábrica contra vascones y
cántabros, y aún quedan restos arqueológicos de esas crucifixiones contra los
rebeldes hispanos. Y otro tanto ocurrió con el famoso rebelde Espartaco y con los
cristianos posteriormente, en Roma, a los que Nerón acusó de conspiraciones
políticas. Si Jesús se había declarado rey, era evidente que era un revolucionario, un
cabecilla de una facción rebelde y, por tanto, debía ser crucificado. De hecho, cuando
hubo de tallarse el titulus, se especificó cuál era el cargo que se le imputaba. El titulus
era un cartel de madera que se colocaba en la cruz o colgado del cuello del reo en el
que se declaraba por qué se había ejecutado al reo. Así, todos aquellos que lo vieran
sabrían qué se castigaba y de qué modo. En el caso de Jesús de Nazaret, el titulus
rezaba: Iesvs Nazarenvs Rex Ivdeorvm («Jesús de Nazaret, rey de los judíos»).
Dependiendo de la gravedad de las acusaciones, la pena de crucifixión se
ejecutaba de un modo u otro. Los ladrones y delincuentes comunes simplemente eran
trasladados al lugar donde se procedía a la crucifixión. En Jerusalén, el lugar elegido
se llamaba Gólgota, o Monte de la Calavera (Calvario). Allí estaban emplazadas
ciertas cruces fijas, llamadas crux capitata o crux inmissa. Pero para los delitos
graves, se obligaba al reo a cargar con el patibulum, que era el poste transversal que
Sangre sagrada
Estas son las heridas que pudo sufrir un hombre crucificado. El presente capítulo
sólo está dedicado a la Pasión y, por tanto, no es éste el lugar donde deban hacerse
precisiones a propósito de la reliquia más famosa del mundo. (Numerosos libros y
estudios han abordado la historia de la Síndone, los análisis a los que ha sido
sometida y las implicaciones religiosas; véase, por ejemplo, La Sábana Santa de
Carmen Porter). Si fue Jesús de Nazaret quien fue envuelto en ese lienzo o no, es una
cuestión que, por el momento, queda reducida a los límites de las hipótesis
personales. A la espera de estudios científicos definitivos —improbables, al parecer
—, sólo constatamos aquí que el grupo sanguíneo de la persona que fue envuelta en
la Síndone turinesa pertenecía al grupo AB.
Otro de los elementos que se utilizaron en el enterramiento de Jesús fue, tal y
como constatan los especialistas, una especie de pañuelo que le cubría el rostro. ¿Se
ha dado con esa pieza de tela? Jorge Manuel Rodríguez es uno de los grandes
expertos en esta nueva disciplina llamada «sindonología» y fundador del Centro
Español de Sindonología: «Se trataría de una tela accesoria que se utilizaría para el
transporte del cuerpo entre la cruz y el sepulcro. Desde el punto de vista de la religión
judía, era obligatorio cubrir la cabeza de un ajusticiado cuando tenía deformado el
rostro».
En la catedral de Oviedo se custodia una pieza de tela conocida como «pañolón
de Oviedo» que Jorge Manuel Rodríguez asocia a esos lienzos que se utilizaron para
cubrir el rostro de Jesús.
«Hay que tener en cuenta que, para los hebreos, el alma residía en la sangre y ésta
tenía que quedar con el difunto». De modo que debían transportar el cuerpo evitando
que se derramaran sangre y otros líquidos. Por eso era importante recoger toda la
sangre.
¿Hay alguna posibilidad de que el llamado pañolón de Oviedo sea esa pieza?
Jorge Manuel Rodríguez llevó a cabo un estudio comparativo de la pieza ovetense y
la Sábana Santa de Turín y el resultado fue sorprendente: el rostro del personaje que
aparece en el lienzo de Oviedo coincide exactamente con el rostro que se muestra en
la Síndone de Turín.
Hasta aquí, lo científica e históricamente comprobable.
El día 2 de abril de 2005, tras una penosa agonía, Karol Wojtyla, llamado Juan
Pablo II, fallecía en Roma. El mundo, a través de la televisión y la prensa, había
asistido al progresivo deterioro físico de aquel hombre carismático que había ocupado
el Trono de San Pedro en 1978.
Comenzaba entonces un proceso de elección del nuevo Papa que sumiría a todos
los medios de comunicación en el más oscuro desconcierto. Se hicieron miles de
cábalas, se presionó a los cardenales, se dirigieron las miradas a un Papa africano, a
un sudamericano, a un español, e incluso no faltó quien acudiera al ya
desprestigiadísimo Código de la Biblia que, como era predecible —y esto era lo
único predecible—, no dio una a derechas. Se hicieron apuestas, se proclamaron
deseos y se consultaron viejas profecías para averiguar quién sería el próximo Papa.
Pero lo cierto es que nadie acertó.
Los cardenales, por su parte, se encerraron en la Capilla Sixtina y allí, en el más
riguroso secreto, bajo las impresionantes pinturas de Miguel Ángel, decidieron quién
sería el sucesor.
A miles de kilómetros de Roma, mientras una multitud esperaba la fumata blanca
en la plaza de San Pedro, un hombre observaba una vieja postal. El vigilante del
albergue de peregrinos de Molinaseca, en León, tenía entre sus manos una postal que
le había enviado un alemán hacía muchos años agradeciéndole su hospitalidad
cuando caminaba hacia el sepulcro del apóstol Santiago. En aquella postal, aquel
peregrino alemán firmaba: «J. Ratzinger, próximo papa Benedicto XVI».
Mientras los cardenales decidían en Roma quién habría de ser el nuevo pontífice,
aquel vigilante del albergue de peregrinos se ocupó de sus asuntos cotidianos en un
remoto pueblecito de España. De pronto, en la televisión, se escuchó la frase
esperada: «Habemus Papam!». Y antes de que el protodiácono Jorge Arturo Medina
Estévez pronunciara el nombre del nuevo pontífice, el vigilante del albergue dijo:
—Joseph Ratzinger, Benedicto XVI.
El anciano cardenal Medina suspiró y, acto seguido, pronunció el nombre del
elegido por el Espíritu Santo para ocupar el Trono de San Pedro:
—Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam: Eminentissimum ac
Reverendissimum Dominum, Dominum losephum Sanctae Romanae Ecclesiae
Cardinalem Ratzinger qui sibi nomen imposuit Benedictum XVI.
El último profeta Papa fue Juan XXIII. Angelo Roncalli era historiador, había
sido secretario en un obispado y fue enviado a Roma. Allí le encomendaron una
misión diplomática en Bulgaria, que por entonces no tenía relaciones diplomáticas
con el Vaticano. Al parecer, hubo algún problema allí y, según Manuel Robles, Roma
lo envió a Turquía. Roncalli era un hombre afable y encantador, de modo que fue
utilizado por el Vaticano para solventar numerosos conflictos políticos, entre otros la
disputa que mantenía con la V República Francesa y De Gaulle. Poco después, el
papa Pío XII lo nombra nuncio. Y aquí comienza a girar la política vaticana. Acababa
de terminar la Segunda Guerra Mundial y había mucho trabajo por hacer. Roncalli
fue receptivo a los nuevos planteamientos de los famosos curas obreros y a los
nuevos aires liberales que exigían los fieles. Poco después fue nombrado cardenal y
arzobispo de Venecia. (Pastor et nauta). Cuando muere Pío XII, es elegido Papa.
Un lugar secreto
Nazis en España
Han pasado más de sesenta años, pero muchos misterios en torno al Tercer Reich
han quedado semienterrados. Y uno de ellos es el apoyo que Franco y su Gobierno
dispensaron a los nazis cuando éstos cayeron derrotados.
A modo de introducción, he aquí un ejemplo significativo: Martin Bormann era el
cerebro económico de Adolf Hitler, una de las personalidades destacadas de su
Gobierno y, en fin, quien regía los destinos financieros del Tercer Reich. Este
Antenas y subterráneos
Las investigaciones recientes de José Lesta, Carlos Collado Seidel o José María
Irujo, entre otros, han puesto de manifiesto la presencia de nazis en España tras su
fracaso bélico. Se asentaron sobre todo en Levante, y en el sur, en Marbella, por
Bomba nuclear
Doctor Muerte
Los asesinos
La Garduña
Toledo es una ciudad mágica. Fue el centro de poder político y religioso durante
buena parte de la Edad Media, con una estructura eclesiástica imponente y con un
pasado mítico y legendario que no sólo se limitaba a sus empinadas calles y oscuros
callejones, sino a pasadizos y subterráneos donde los brujos y los magos llevaban a
cabo sus hechicerías.
En esta ciudad nació y se desarrolló una de las sociedades secretas más
importantes de la historia de España: La Garduña. «Desconocemos la fecha de su
fundación como tal», nos dice Luis Rodríguez Bausa, profesor de la Universidad de
Castilla-La Mancha y autor de un imprescindible Toledo insólito. «Se barajan fechas
que rondarían el año 1412 o 1415. Con más certeza podemos hablar de su
pervivencia: hasta bien entrado el siglo XIX. En torno al año 1820 o 1830 todavía
había gente que decía pertenecer a esta hermandad, porque ellos se llamaban
hermandad. La hermandad de La Garduña».
La garduña es un animal pequeño, carnívoro, muy voraz y agresivo. Y si el lector
consulta el diccionario académico, encontrará la siguiente definición: «Es animal
nocturno y muy perjudicial, porque destruye las crías de muchos animales útiles».
Como es razonable, todo lo que se refiere a su formación ha quedado sepultado en
las brumas de la historia. Se aseguraba que era una organización religiosa o, al
menos, se les tenía por una hermandad con fuertes vínculos religiosos y piadosos. En
algunos casos se ha sospechado que nació al calor de la catedral de Toledo, lo cual ha
causado cierta conmoción en la ciudad castellano-manchega.
No obstante, a pesar de esa presumible relación con las altas jerarquías
eclesiásticas toledanas, La Garduña se hacía servir de una verdadera caterva de
malhechores, delincuentes, secuestradores y asesinos a sueldo. Aparte de los fines
piadosos o religiosos —e incluso políticos— que persiguiera, servía como refugio de
la más ínfima ralea de pícaros. Así se convirtió también en un refugio de
desheredados, pero su influencia —y el pánico que infundía— llegaron a tales
extremos que llegó a convertirse en un verdadero problema. En La Garduña se
practicaban la brujería y la hechicería —¿quién sabe hasta qué punto o en qué grado?
Sangre y normas
La Mano Negra
Golden Dawn
El siglo XIX fue una época apasionante en casi todos los sentidos: fue un tiempo
de innovación tecnológica, de convulsiones políticas, de experimentación y
revolución. También fue una época en la que proliferaron las sociedades secretas. En
este caso, se daban dos tipos de agrupaciones características. El primero de ellos
englobaría las hermandades de tipo político, muchas de las cuales eran herencia de
las confabulaciones y conciliábulos de la Revolución Francesa. El segundo tipo
afectaría a sociedades de tipo espiritual o místico o esotérico.
Era común, por ejemplo, que los intelectuales, los literatos, los sabios y los
eruditos empezaran a reunirse en salones y tertulias. Desde luego, sus fines no eran
delictivos, o al menos no lo eran directamente, sino indirectamente. La conspiración
era el régimen fundamental de estas agrupaciones. Muchas de ellas quisieron
instaurar gobiernos en la sombra, mientras que otras se entregaban al esoterismo y al
ocultismo sin mayores intereses sociales.
Una de las sociedades secretas o discretas más interesantes es la Golden Dawn,
donde se reunía la flor y nata de la intelectualidad londinense a finales del siglo XIX.
La Golden Dawn (The Hermetic Order of Golden Dawn) fue fundada en
Inglaterra en 1888 por Samuel Mathers, William Woodman y William Wescott
inspirándose en la Sociedad de la Rosacruz. El fundador decía tener contacto con los
superiores desconocidos, que eran seres dotados de poderes sobrehumanos que
suplantarían y conducirían a los elegidos de la raza humana a una formidable
Rosacruces
Parece necesario advertir aquí que las sectas modernas han utilizado el poder de
fascinación de las sociedades secretas para embaucar, engañar y estafar a los
incautos. Debe recordarse que hay muchos delincuentes dispuestos a aprovechar estos
asuntos para ganar algún dinero que jamás podrían obtener por sus propios medios y
trabajando honradamente. Algunos, incluso, arrimándose a ciertos libros de éxito, han
pretendido hacer su agosto dictando supuestas conferencias sobre espiritualismo y
ocultismo. En el caso de los rosacruces, templarios, masones, etcétera, hay varios
grupos poco o nada fiables. Queda hecha la advertencia.
¿Quiénes eran y qué pretendían los rosacruces? «En principio, el movimiento
rosacruciano persigue sobre todo fines filantrópicos y de elevación del espíritu
intelectual», nos dice Javier Sierra.
En ese aspecto, guarda mucha relación con las instituciones discretas masónicas.
Y como la masonería, también se basa en el apoyo mutuo entre los miembros. «La
historia de los rosacruces aparece muy mezclada con la leyenda, porque se habla de
cierto Christian Rosencreutz, el fundador de esta orden, que supuestamente atesoraba
una serie de conocimientos secretos y perfectos que casi le convertían en inmortal».
La Sociedad de la Niebla
Esta extraña sociedad secreta es conocida sobre todo porque uno de sus
principales miembros fue, al parecer, Julio Verne. Se asegura que el prolífico autor
francés estaba obsesionado con vencer a la muerte, con el ocultismo y con otras
prácticas más o menos extrañas.
La Sociedad de la Niebla fue fundada en el siglo XVI por un impresor de Lyon
apodado Gryphe. Sus fundamentos se basaban en los de la francmasonería, y su
objetivo principal era conocer a Dios mediante el estudio de la Naturaleza y sus leyes.
Pertenecieron a esta sociedad escritores de renombre mundial como Alejandro
Dumas, George Sand, Gerard de Nerval, Julio Verne o maestros de la pintura como
Eugéne Delacroix o Nicolás Poussin. Los miembros de esta sociedad rescataron un
texto medieval titulado El sueño de Polifilo, atribuido al monje dominico italiano
Francesco Colonna. Se trata de un volumen dividido en dieciocho capítulos, repletos
de simbología, que influirían en escritores como Dante, Cervantes, Goethe y muchos
otros.
Nunca se sabe, a ciencia cierta, dónde empiezan y dónde acaban estas sociedades
secretas. Véase: Julio Verne (1828-1905) ordenó que lo enterraran en el cementerio
de La Madaleine, en Amiens. Y para ello hizo construir una tumba verdaderamente
espectacular, en la que un brazo —su propio brazo figurado— pareciera quebrar la
lápida y saliera al exterior. El epitafio decía: «Hacia la inmortalidad y la eterna
juventud», un lema muy rosacruciano, según Javier Sierra. En su propia tumba, Verne
encriptó un emblema que suele pasar desapercibido: una rosa con una cruz en el
centro.
Las hermandades secretas, como puede apreciarse, a menudo cruzan sus caminos
y es probable que ni siquiera sus miembros conozcan a ciencia cierta en qué negocios
están involucrados.
En los oscuros años de la profunda Edad Media, un grupo de músicos subía por
las calles del barrio de Bozate, en el pueblo navarro de Arizkun. Eran rubios, altos y
de ojos azules. Venían ataviados con extrañas capas y lucían, como un sambenito, una
pata de oca prendida en la espalda o en los hombros. Ningún vecino deseaba cruzarse
con ellos y, si se veían obligados, huían la mirada y el gesto ante aquellos apestados.
Cuando estas gentes marcadas acudían a la iglesia, debían entrar por una puerta
distinta, especial y única… para los marginados, para los excluidos. En el interior del
templo quedaban reducidos y separados de los vecinos, en lo más oscuro, en el fondo
de la iglesia. Y cuando querían comulgar, el sacerdote les entrega la oblea con unas
pinzas.
Eran los agotes.
Razas marcadas
Los agotes
Vaqueiros
Nanos de Freser
¿Alguien podría creer que existiera una comunidad extraña, maldita o monstruosa
en el corazón de Cataluña? Ninguna zona de nuestro país escapa a la presencia de
estas etnias diferenciadas y malditas.
El caso de los nanos de Ribes de Freser es uno de los casos más sangrantes y más
terribles, porque a la discriminación, la humillación y la exclusión, se unía una
fisionomía particular de los miembros de ese grupo. Al parecer, una deformidad. Para
muchos historiadores y cronistas, aquellos restos antropológicos eran una auténtica
monstruosidad. Ocurrió hace tan sólo ochenta años: los diccionarios históricos y
geográficos describían así las peculiaridades de Ribes de Freser y de un grupo muy
especial de seres humanos:
«Habitan en el valle de Ribes, en la parte noroeste de Gerona, nunca exceden de
51 pulgadas de altura. Y tienen piernas cortas, malformadas, grandes vientres, ojos
pequeños, narices planas y caras pálidas y malsanas. A menudo están al borde de la
idiotez, y muchos están afectados de bocio. Se hallan sin educación y habitan en
chozas, en el mejor de los casos. Allí no ven a ninguna criatura normal, excepto a los
de su propia clase. También se dice que la unión formal es desconocida para ellos».
¿Es posible que en una comarca tan próspera como esa región de Gerona existiese
una comunidad de este tipo?
Las fotografías de algunos reportajes sobre los nanos o goyuts de Ribes de Freser
quitan el aliento. Sobre esos seres deformes parecen haber caído todos los
condicionantes externos de malditismo y la endogamia practicada durante siglos, por
el aislamiento en las montañas, habría generado una etnia o una raza completamente
distinta. En este caso parecían confabularse dos circunstancias desgraciadas: las
acusaciones de aquellos que observaban espantados cómo unos seres irreconocibles
descendían de las montañas y el desdichado aspecto físico de los nanos de Freser.
Sebastiá d’Arbó tuvo contacto con los últimos nanos de Ribes de Freser y nos
mostraba una realidad sorprendente: «Hasta bien entrado el siglo XX, en una zona del
Pirineo, concretamente en la comarca del Ripollés, había unos seres deformes, unos
monstruos, o nanos, que los mostraban en los circos. Pero la característica de esta
gente era física, eran goyuts, tenían bocios en el cuello y eran cretinos. Se les
deformaba su cuerpo, se les deformaba la cabeza. Eran enanos. Como es natural,
dadas las circunstancias, se mezclaban entre ellos y había endogamia. Evidentemente,
era la única forma de poder reproducirse. Esta cretinez fue creando una especie de
raza de monstruos que huía de la población. A veces se acercaban a las poblaciones,
Chuetas
El Libro de Toth
«Scriptorium»
Persecución
Arte de la imaginación
Fernando Sesma Manzano era un personaje peculiar. Bien distinto al resto de los
hombres y mujeres de su época. Había nacido en Ceuta, en 1908, y era,
aparentemente, un simple empleado de telégrafos, gris y anodino, en aquella triste y
desolada España de mediados de siglo.
En 1954, Fernando Sesma Manzano comenzaba a hilvanar un movimiento
sorprendente que se alargaría durante casi cuarenta años. Sesma gozaba de alguna
popularidad, debido a sus estrafalarias ideas, e incluso había firmado una columna
periodística que se titulaba «Los platillos volantes vienen de otros mundos».
Este hombre era el carismático individuo que, convencido de que había vida
inteligente en otros mundos, se convirtió en el gran gurú de una reunión extravagante
en el antiguo Café Lyon de la madrileña calle de Alcalá. Allí, en el sótano, solía
reunirse un grupo de curiosos interesados por el fenómeno ovni, aunque por entonces
eran sólo platillos volantes.
Una mañana del mes de febrero de aquel año de 1954, Fernando Sesma recibe
una llamada de teléfono. El comunicante, con voz metálica y lejana, solicita hablar
con el señor Sesma Manzano, le comunica que es un extraterrestre y le advierte que
pronto tendrá noticias e informaciones que asombrarán a los científicos españoles.
Este y otros incidentes calaban en la tertulia del Café Lyon. En los sótanos del
establecimiento, llamados La Ballena Alegre, se reunían los miembros de aquel grupo
para hablar de platillos volantes, dirigidos con pulso firme por el contactado. Se
trataba de la Sociedad de Amigos del Espacio. Eran heterodoxos en casi todos los
aspectos. Entre los discípulos de Fernando Sesma se encontraban gentes de todas las
Calle Luna, 16
El aterrizaje de Aluche
Tiempo de silencio
Los años fueron pasando, pero la actividad de los ummitas, aunque se relajó un
tanto, no decrecía. En la década de 1980 la cosa fue a peor. Nadie hablaba de los
ummitas. Ellos, que habían ofrecido al pueblo español toda la sabiduría y la
tecnología de los espacios interestelares, se veían apartados y despreciados. ¡Ingratos
hispanos!
Ni cortos ni perezosos, los ummitas decidieron recuperar el control de la situación
y llamaron a Antonio José Alex, un clásico de la radio española y que en aquellos
años dirigía y presentaba un maravilloso programa de mucho éxito en la Cadena
SER, dedicado al misterio y los fenómenos inexplicables. Los ummitas, ciertamente
irritados, exigían que se hablase de ellos en el programa. Eran un fenómeno
inexplicable y tenían derecho a ello. Antonio José Alex lo explicaba con mucha
gracia: «Entresaco del mensaje que los ummitas querían que habláramos de ellos a
media noche. Así que lo estamos haciendo, por esa supuesta petición. A ver si
empiezan a manifestarse de nuevo y nos llegan documentos a nosotros».
El equipo del programa había grabado la conversación porque el ummita
comunicante quería que se le oyera por la radio y exigió que se utilizara un
magnetofón.
La conversación de Antonio José Alex y el ummita también pertenece a los
clásicos radiofónicos. Las palabras del ummita eran incomprensibles. Antonio José
Alex estaba consternado: «Lo único que entiendo es que al principio mencionan mi
apellido y, al final, dicen “programa”. El resto no lo entiendo».
Evidentemente: no lo entiende ni Antonio José Alex, ni nosotros, ni nadie.
La historia tocaba a su fin.
La secretaria del grupo de Amigos del Espacio, Hilde Menzel, nos contaba una
historia descorazonadora y triste. Fernando Sesma moría en 1982. El hombre que
había recibido aquella primera llamada, el espíritu de toda aquella tertulia, fallecía
embargado por la amargura. «Cuando le visité… ya estaba enfermo y hablábamos de
muchas de estas cosas. Me dijo que lo de Ummo había sido un engaño. Que le habían
engañado. Que todo era una farsa».
Por supuesto que era una farsa. Ése no era el problema.
Acontecimientos inexplicables
Buzos o alienígenas
Los episodios de Conil y Voronezh modificaron por completo la idea que se tenía
de los avistamientos ovni. Se rompe con el prototipo del ser extraterrestre: hasta
entonces, los supuestos alienígenas eran muy distintos a los que describieron los
habitantes de Voronezh y los testigos gaditanos.
La explicación más consistente o aparentemente lógica para dar una respuesta
lógica a los hechos de Conil sugiere que, en esas fechas, se estaban realizando unas
operaciones de cableado submarino. Al parecer, aquella noche se estaban llevando a
cabo trabajos cercanos a la playa. Los submarinistas se acercaron en una zodiac a la
costa y se metieron en una caseta de la empresa allí situada al efecto. En la caseta
esperaban dos técnicos holandeses que, poco después, la abandonaron y regresaron al
pueblo.
Ángel Carretero, autor de Humanoides en Conil, tras quince años de
investigación, ofrece su versión: «Yo estaba aquella noche allí, en Conil. Yo era el
responsable, junto con un compañero, de los trabajos que estaba realizando el buque.
Y si soy totalmente sincero, he de decir que nosotros no observamos nada esa noche,
absolutamente nada. Nos enteramos de la noticia cuatro o cinco días después, el 4 de
octubre, debido a que el Diario de Cádiz le dedica la primera pagina y prácticamente,
en su interior, dos hojas completas».
Ángel Carretero, por cuestiones profesionales, estaba haciendo el seguimiento de
las labores del buque CS Monarch, que trabajaba en dichas operaciones de cableado.
En su opinión, todo fue un carrusel de confusiones. También realizó un análisis
comparativo fotográfico del que se deducía que los jóvenes habían visto las luces del
barco; también afirmaba que uno de los testigos habría sido el inductor de toda una
secuencia de hechos que, en realidad, tenían una explicación racional: «El barco se
acercó esa tarde mucho a la playa porque el capitán solicitó la presencia de dos buzos
a bordo, para arreglar un problema que tenían… un cable se había enredado en una de
sus hélices y necesitaban quitarlo. Entonces, los buzos acudieron al buque y, cuando
terminaron su trabajo, desembarcaron con una lancha en la playa. No iban vestidos de
buzos, iban vestidos normalmente. Y cuando llegaron a la playa, trasladaron el
material a una caseta metálica que había aproximadamente a unos cien metros. Por
otro lado, había en la playa una pareja… bueno, la pareja de alemanes que se
“transformó”. Bueno, pues no: eran peritos holandeses que controlaban que los
trabajos se efectuaran acorde con el proyecto. En ese momento, estos peritos se
encontraban en la caseta metálica».
Según Carretero, las luces que ven los testigos son las luces del barco y el resto,
una lamentable y triste confusión. A esta opinión pueden añadirse otras teorías
similares o líneas de investigación que hablan de sugestión, nerviosismo… y contagio
«Men in black»
Pero ¿por qué «la chica de la curva» ha tenido semejante éxito? ¿No valdría la
pena, al menos, considerar que esas narraciones son tan recurrentes porque existe un
poso de verdad detrás? Para Santiago Camacho es probable que, como en las
leyendas históricas, exista un principio de verdad que se va desvirtuando —y
perfeccionando, en sentido narrativo— a lo largo del tiempo y en virtud de tantísimos
participantes. En su opinión, el éxito de una leyenda urbana, breve, impactante,
esencial, radica en su relación directa con los arquetipos, en su capacidad para poner
en acción determinados resortes que permanecen anclados en el inconsciente
colectivo de la humanidad y que son universales.
Por ejemplo: hay muchísimas leyendas en las que el núcleo central o la resolución
es el asesinato de una pareja, o bien del novio o de la novia. Lo curioso es que esos
crímenes siempre suceden después de que la pareja haya hecho el amor o hayan
realizado el acto sexual. Son referencias bien conocidas, porque en las películas
Hace ya muchos años se aseguraba que los troncos de Brasil traían a menudo
arañas horrorosas, peludas y seguramente venenosas. Sobre esta historia, Santiago
Camacho ofrecía en su libro (Leyendas urbanas) varias versiones: en una, los dueños
de la famosa planta observan que el tronco tiene ciertos bultitos que posteriormente
eclosionan. A veces se mezcla con la historia de unos especialistas que acuden al
domicilio de los ingenuos propietarios y que se llevan el tronco de Brasil como si
fuera un arma biológica, que finalmente estalla liberando miles de arañas asesinas…
«La historia del tronco de Brasil hizo estragos en Inglaterra, porque se vendían en
los famosos almacenes Harrod’s. Se vendía una cantidad muy importante de troncos
de Brasil porque a las señoras inglesas, de repente, les dio por comprar estas plantas.
Inmediatamente, comenzó a circular esta historia y, efectivamente, se llegó a notar un
descenso muy importante en las ventas de esta planta. Tranquilicémonos: esto no ha
pasado nunca, ni es posible que suceda».
Una señora mayor, en el transcurso de un viaje a México, recogió en la calle un
lindo perrito chihuahua. Lo trajo a España. Ya en su domicilio, y con el paso del
tiempo, el perrito empieza a adquirir un aspecto fiero. Se come al gato, comienzan a
salirle unas uñas terribles, unos bigotazos y… La señora acude al veterinario: «¿Qué
le pasa a mi perrito? ¿Está malito mi chihuahua?». «No, señora. Su perrito es una rata
callejera de México y se ha comido al gato con todas las de la ley».
Estas historias se basan en el miedo a lo extraño, en el miedo a lo extranjero, es
una forma más o menos matizada de xenofobia, según Santiago Camacho. No se trata
tanto de un odio irracional a lo ajeno, sino más bien de puro desconocimiento. Todo
aquello que nos es ajeno se convierte en una amenaza y ese recelo queda plasmado en
este tipo de leyendas urbanas.
Las relaciones de nuestro subconsciente con los animales son muy interesantes.
El terror a las serpientes, a las arañas, a los escorpiones, a las ratas y a otras criaturas
semejantes está enraizado en lo más profundo de nuestro cerebro. Siglos y siglos de
generaciones que vivieron y durmieron en cuevas y en el suelo hicieron su labor: y
todo lo que se arrastra sigilosamente nos causa pavor. ¿Por qué tememos a las
serpientes si es posible que jamás veamos una viva, salvo en el zoo o en la televisión?
Se asegura que en cierta ciudad, una señora que trabajaba en una oficina de
correos se cortó la lengua cuando intentaba pegar la solapa de un sobre. Transcurren
los días y el cortecito no se termina de curar, se inflama, se infecta, le causa
molestias… Así que la señora acude al médico. El doctor le receta un colutorio para
que se desinfecte. Pero aquello no remite, aquello va a peor. Dada la inflamación de
Muñecos y locos
Una muñeca de porcelana es un objeto inofensivo. ¿Por qué dan tanto miedo a
tanta gente? «Las muñecas se utilizan en todos los ritos mágicos», nos decía Santi
Camacho. «La magia simpática, la magia que actúa por similitud o analogía, funciona
con objetos semejantes, como en el vudú: en teoría, si le clavas un alfiler a la efigie
de tu enemigo, éste termina sufriendo de la misma forma. Esta recurrencia a este tipo
de efigies se debe a la consideración sagrada y mágica de la figura humana. En algún
registro de nuestro “sistema operativo” se mantiene esa prevención: “Cuidado con los
muñecos”, parece decirnos esa memoria ancestral».
Y con los payasos ocurre otro tanto. La figura del payaso, relacionada
habitualmente con el mundo infantil, no siempre es placentera. El temor que infunde
en ocasiones se debe a ese resorte antiguo mediante el cual nuestra historia nos
recuerda las noches ancestrales en las que un brujo se pintaba la cara y aseguraba que
estaba poseído por espíritus del más allá. ¿Por qué, si no, en muchas películas el
asesino es precisamente el payaso?
Brevísima recopilación
A las historias sobre robos de órganos, en todas sus variantes, hay que añadir los
mitos industriales (nadie sabe la fórmula de cierta bebida gaseosa), las leyendas
filantrópicas (coleccionar los plásticos de las cajetillas de tabaco, cooperar con
enfermos inexistentes), las leyendas tecnológicas (aviones que generan lluvia a fuerza
de impactar con las nubes; el año 2000 se iban a bloquear todos los sistemas, incluso
las neveras y las batidoras domésticas); leyendas conspiranoicas (el Gobierno
franquista inyectaba bromuro en el pan; España es el país con más accidentes de
autobuses repletos de ancianos… ¿por qué será?); leyendas de animales (los
cocodrilos albinos que infestan las cloacas de Nueva York), etcétera, etcétera.
Un submarinista que aparece calcinado en un bosque: un hidroavión lo ha
succionado en un pantano y lo ha arrojado sobre las llamas de un incendio. En una
boda, unos amigos un tanto bestias, utilizaron una sierra mecánica para cortarle la
corbata al novio y acabaron degollándolo. Hay serpientes y parásitos que se instalan
en los seres humanos y es necesario ayunar durante varios días para que se mueran, o
comer mucho para que no nos devoren por dentro. Mujeres con fuertes dolores de
oídos a las que se les extrae un insecto… hembra; luego ha desovado dentro y el
cerebro está lleno de larvas. Hombres que fallecen mientras realizan el acto sexual y
las dos personas quedan enganchadas de tal manera que tienen que separarlos en un
hospital. Mujeres que desaparecen en los probadores de las tiendas. Una pareja que
viaja a China entra en un restaurante y pide con gestos que también le den algo a su
perrito; el camarero no lo entiende, se lleva al perrito y se lo sirve asado en una
bandeja. El abuelo abandonado en la gasolinera. Un hombre ataviado con una
Los ooparts son objetos que no deberían estar ahí. Son out of place artifacts, es
decir, objetos fuera de lugar… fuera del lugar y del tiempo que les corresponde. No
es necesario remitirse a ejemplos imaginados: ¿qué sentido tiene una pila eléctrica en
la antigua Babilonia? ¿Qué representa el hallazgo de un avión de juguete en el
antiguo Egipto? ¿Para qué utilizaban los griegos clásicos un mecanismo relojero de
astronomía? ¿Qué significan los signos caligráficos encontrados en civilizaciones que
no deberían conocer la escritura? ¿Por qué hay representaciones de dioses con
escafandra en las cuevas primitivas del norte de África? ¿Puede entenderse que
civilizaciones con un nivel técnico limitado tallaran calaveras de cuarzo que incluso
en la actualidad sería complejísimo fabricar? ¿Será cierto que los antiguos egipcios
tenían la tecnología apropiada para tallar y pulimentar lentes? ¿No nos habían dicho
que los dinosaurios del período Jurásico y los hombres no convivieron? ¿Entonces,
por qué hay huellas humanas —quizá demasiado grandes— junto a ciertas
impresiones de saurios en América? ¿Por qué los antiguos textos hinduistas hablaban
de naves que se desplazaban a propulsión, con numerosos detalles técnicos, como el
tipo de carburante que necesitaban?
Estos objetos que deberían enloquecer a los historiadores y que se apartan
prudentemente —porque resultan molestos e incómodos— son los famosos ooparts.
A lo largo de las próximas páginas se estudiarán algunos de los más peculiares y se
analizará —hasta donde se pueda— qué sentido tienen y cuáles son las explicaciones
que se han ofrecido al respecto.
Arqueología imposible
Antigüedad electrizante
Tassili
En el sur de Argelia, en el desierto del Sahara, hay una zona frecuentada por los
tuareg que se denomina Tassili. En 1957, Henri Lothe descubrió importantes pinturas
rupestres que podrían datarse, según los historiadores ortodoxos, en torno al año
3.500 a.C. Otros investigadores cifran su edad en torno a los 8.000 años o más. Es
Patrimonio de la Humanidad desde 1982 y el entorno constituye el Parque Nacional
de Tassili n’Ajjer.
En esas cuevas de Tassili, en esas pinturas, parecen concentrarse todos los
misterios. J. J. Benítez es uno de los investigadores apasionados por las extrañísimas
representaciones neolíticas del Sahara y nos explicaba cómo es el lugar y qué hay
allí: «Es un lugar privilegiado. Es una inmensa meseta: parece un gran portaviones de
unos 1.800 metros de altura y tiene la longitud de 700 kilómetros. Es un lugar al que
se llega con muchas dificultades, porque se necesitan, como mínimo, entre cuatro y
seis horas para subir andando. Si pensáramos en una observación o una investigación
de seres de otros lugares que quisieran experimentar o estudiar a los nativos, con la
gente de la Edad de Piedra, ése sería un lugar ideal».
Allí hay una pintura especialmente llamativa: parece un objeto ovoide que está
posado en el suelo, del que salen llamas. Delante de ese objeto aparece representado
un ser con una escafandra y con una especie de mochila en la espalda. Un tubo une la
escafandra y la mochila. Ese individuo está arrastrando hacia el objeto ovoide a
cuatro mujeres, una de ellas con un niño de perfiles negroides. Las mujeres aparecen
Antikitera
Aviación egipcia
Calaveras
El caso de las calaveras de cuarzo es uno de los más extravagantes de todos los
tiempos. En 1927, el explorador Frederick Mitchel-Hedges descubrió sobre un altar
de la ciudad maya de Lubaantum en Belize, Honduras, una extraña calavera de cristal
de roca, perfectamente pulida y con la mandíbula móvil. El Cráneo del Destino fue
ECM: experiencias cercanas a la muerte. Hace treinta años este término sería un
completo absurdo. En la actualidad, prácticamente todo el mundo sabe de qué se
habla cuando se invoca ese término. La popularidad de toda la iconografía de esas
ECM se debe a un libro de Raymond Moody: Vida después de la vida (Life After
Life). Fue un libro que revolucionó el concepto que teníamos de la muerte. Y su
formidable éxito tenía una razón de ser: tenemos derecho a intentar saber qué será de
nuestra existencia cuando el cuerpo ya no albergue nuestro espíritu o nuestra alma o
lo que quiera que sea, si lo hay. Los antiguos decían que la muerte iguala al rey y al
mendigo, y en las Danzas de la Muerte medievales, los poetas moralistas recordaban
a las gentes que sólo hay una cosa cierta en el mundo de los vivos: que tarde o
temprano pasaremos a engrosar el mundo de los muertos. Emperadores, monarcas,
nobles, hacendados, artesanos, campesinos y mendigos: ella está ahí, pero quizá no
sea más que el preludio de otra historia…
Raymond Moody
Ánima
Los médicos y especialistas que han estudiado estas ECM han descrito diversas
fases por las que los individuos o su espíritu atraviesan una vez que han superado la
estremecedora frontera que separa la existencia de los vivos del mundo del más allá,
si lo hay.
No todo el mundo que ha tenido una experiencia cercana a la muerte tiene que
pasar por todas estas fases. Algunas veces sólo se alcanzan la mitad o sólo se viven
algunas.
En principio, los testigos señalan, en un gran porcentaje de casos, que flotan sobre
su cuerpo físico observando todo lo que está ocurriendo. Y perciben que poseen otro
«cuerpo». Suelen presenciar cómo el cuerpo físico permanece inerte en la cama o en
el quirófano y escuchan y ven cómo se les declara fallecidos.
La segunda fase describe una elevación: se van elevando y atraviesan un oscuro
túnel; a veces es un movimiento por una escalera, o un vacío, también oscuro, el cual
se atraviesa con relativa rapidez y, con frecuencia, con la sensación de estar flotando.
La tercera fase comienza cuando ven aparecer una figura al final de ese túnel:
suele ser una presencia hermosa, blanca o transparente. Algunas veces hay paisajes,
voces o música.
Testimonios en «Milenio 3»
Carmen Porter