1483-Texto Del Articulo-3876-2-10-20190117
1483-Texto Del Articulo-3876-2-10-20190117
1483-Texto Del Articulo-3876-2-10-20190117
02
Fernando Aínsa
CRICCAL, Universidad de La Sorbona-París 3
No por azar, el más indefinido de los géneros literarios —el ensayo— ha sido
tradicionalmente el más representativo e idóneo para reflejar la plural y com-
pleja, cuando no contradictoria, realidad hispanoamericana. Género incitante,
polémico, paradójico, problemático, pero básicamente dialogante, el ensayo cu-
bre una parte amplia del spectrum semántico de un continente que desde su in-
corporación al imaginario occidental ha provocado interrogantes y reflexiones,
pero también sugerentes aperturas interculturales.
“¿Por qué la predilección por el ensayo en nuestra América?” se preguntaba
Germán Arciniegas en 1963, para recordar que muchas páginas de corte ensa-
yístico se escribieron en el Nuevo Mundo antes de que Montaigne reflexionara
sobre la alteridad americana y reconociera que “nada hay de bárbaro ni de salvaje
en esas naciones; lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno
a sus costumbres”. Para Arciniegas esa singularidad era evidente, ya que para el
mundo occidental América había surgido con su geografía y sus hombres como
una novedad insospechada que rompía con las ideas tradicionales. “América es
ya, en sí, un problema” —nos decía Arciniegas— “un ensayo de nuevo mundo,
algo que tienta, provoca, desafía a la inteligencia”1.
Género utilizado para que los europeos reflexionaran sobre la singularidad
del Nuevo Mundo —como hizo el propio Montaigne en sus famosos ensa-
yos “Los caníbales”, “Los vehículos” y “De las costumbres”— esta nueva forma
expresiva sirvió también a los americanos para conocerse e identificarse a sí
mismos.
En Hispanoamérica, aunque se pueda hablar de proto ensayística en las Cró-
nicas de Indias, donde se mezcla la épica con la didáctica y se funda la persona-
lidad y la conciencia histórica del continente, es en realidad con el pensamiento
crítico de la Ilustración primero, y luego en los idearios de la emancipación que
el ensayo se centra en una preocupación que no ha cesado hasta hoy en día: con-
figurar y definir la identidad hispanoamericana y la de sus respectivas naciones.
A partir de entonces, el pensamiento americano se expresa a través de este gé-
nero marcado por la intensa conciencia de la temporalidad histórica; reflexiona
sobre la diferencia y la alteridad, sobre lo propio y lo extraño en ese inevitable
“juego de espejos” entre el Viejo y el Nuevo Mundo que caracteriza la histo-
ria de las ideas en un continente enfrentado a “contradicciones y antinomias”2.
El ensayo propicia esa “otra mirada”, esa curva abierta del descentramiento de
la modernidad en la que se inscribe Hispanoamérica, plasmada en la formula-
ción de un discurso desde la periferia que Leopoldo Zea ejemplariza en Discurso
desde la marginación y la barbarie (1988) y, desde otra perspectiva, Richard Morse
en El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica del Nuevo Mundo (1982)3,
donde propone que Hispanoamérica se mire en su propio espejo y no en los “re-
flejos” de los Estados Unidos. Estos reflejos entre espejos los convierte J.M. Bri-
ceño Guerrero4 en un juego revelador sobre la “segunda” identidad europea de
Hispanoamérica, identidad “importada” que engloba las ideas del racionalismo,
la Ilustración y la utopía social sobre un sustrato cristiano-hispánico, un com-
plejo que aparece relativizado por el “discurso salvaje” emotivo, humorístico y en
el fondo escéptico de lo vernacular americano.
Estos reflejos mutuos entre el Nuevo y el Viejo Mundo que el ensayo ha
multiplicado, prolongan en el tiempo una reflexión que se ha ido ajustando y
1G. Arciniegas, “Nuestra América es un ensayo”, Con América nace la nueva historia, Bogotá,
Tercer Mundo editores, 1991, 357.
2 M. Andueza, “Trayectoria y función del ensayo hispanoamericano del siglo XX”, El ensayo
en nuestra América. Para una reconceptualización, Actas del Coloquio Internacional sobre el ensayo
en América Latina, México, UNAM, 1993, 7.
3 R. Morse en El espejo de Próspero, México, Siglo XXI, 1982.
4 J. M. Briceño Guerrero, El laberinto de los tres minotauros (Caracas, Monte Ávila, 1994) reúne
las tres obras fundamentales de Briceño Guerrero, La identificación americana con la Europa se-
gunda (1977), Europa y América en el pensamiento mantuano (1981) y Discurso salvaje (1980).
Inventamos o erramos
En la perspectiva hispanoamericana de una revalorización de algunos de los
principios del pensamiento ilustrado, debe releerse lo mejor de la tradición en-
sayística. Desde el momento de la Independencia, el ensayo estuvo abocado a
configurar la identidad hispanoamericana y a encontrar los modelos más adecua-
dos para afrontar los conflictos y las antinomias en que se dividía y polarizaba la
sociedad. A ello contribuyó a la búsqueda de una “orijinalidad” americana que
Simón Rodríguez resumió en la máxima “inventamos o erramos”.
En 1828, en los albores de la independencia americana, Simón Rodrí-
guez, el que fuera maestro de Simón Bolívar, se preguntaba: “¿Dónde iremos
Debe buscarse “un San Martín de la cultura” —completa Juan Bautista Al-
berdi— porque América quiere ser, pese al sueño frustrado de Bolívar, una y
unida, pero diferente de España.
En esa dirección —la construcción de un pensamiento propio y enraizado—
de la que no se conoce todavía el recorrido, la lección inaugural en el Colegio de
Humanidades de Montevideo en la que Alberdi presenta sus Ideas para presi-
dir a la confección del curso de filosofía contemporánea, marca un hito fundacional.
Afirma allí el autor de Predicar en desiertos y de Reacción contra el españolismo: que
“no hay una filosofía universal, porque no hay solución universal de las cuestio-
nes que la constituyen en el fondo. Cada país, cada época, cada filósofo ha te-
nido su filosofía peculiar”.
“Toda filosofía —agrega en una perspectiva historicista avant la lettre— ha
emanado de “las necesidades más imperiosas de cada período y de cada país”.
Propiciando la creación de una reflexión americana, hasta ese momento inexis-
tente, completa: “nuestra filosofía ha de salir de nuestras necesidades”, nece-
sidades que enumera como los problemas de la libertad, de los derechos y la
organización pública16. La respuesta al inventario de “nuestras necesidades” que
propone Alberdi —al que se considera “prócer de la emancipación mental his-
panoamericana”— debía ser “esencialmente política y social en su objeto, ar-
diente y profética en sus instintos, sintética y orgánica en su método, positiva y
realista en sus procederes, republicana en su espíritu y destinos”. Para ello, Amé-
rica debía educarse siguiendo las pautas de la filosofía universal, aunque solo
tomando de ella las doctrinas y corrientes que convinieran a su realidad. En re-
sumen: “Filosofía americana será la que resuelva el problema de los destinos
americanos”. El ensayo sería una de sus mejores herramientas para lograr esa
independencia.
La misión primordial del ensayo era conceptualizar la “diferencia” y definir
un “ser americano”. Integrar el sentimiento de pertenencia a un pasado común
supuso racionalizar sentimientos y simbolizar metafóricamente estructuras pro-
fundas del subconsciente colectivo alrededor de lo que Juan Bautista Alberdi re-
sumió en la máxima: “nuestra filosofía ha de salir de nuestras necesidades”. Con
ese presupuesto se propugna la panacea de una “desespañolización” del espíritu
(Ignacio Ramírez) y Andrés Bello, a los términos americanistas conocidos de su
Alocución a la poesía (1823) por los cuales invitaba a la poesía a dejar la “culta Eu-
ropa” y dirigir su vuelo al Nuevo Mundo, insiste en l848 en la necesaria “autono-
mía cultural de América”:
Nuestra civilización será también juzgada por sus obras; y si se le ve copiar ser-
vilmente a la europea aún en lo que ésta tiene de aplicable, ¿cuál será el jui-
cio que formará de nosotros un Michelet, un Guizot? Dirán, la América no ha
sacudido aún sus cadenas; se arrastra sobre nuestras huellas con los ojos ven-
dados; no respira en sus obras un pensamiento propio, nada original, nada ca-
racterístico; remeda las formas de nuestra filosofía y no se apropia su espíritu.
Su civilización es una planta exótica que no ha chupado todavía sus jugos a la
tierra que la sostiene17.
Para ello hubo que romper con ciertos esquemas de dependencia que José
Martí parodió décadas después en Nuestra América (1891): “éramos una más-
cara con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte-
américa y la montera de España”18. En ese momento era evidente que América
ya tenía su historia propia y no podía “inventarse” en permanencia; no era “un
vacío que debe llenarse una y otra vez”. En su ensayo, auténtico manifiesto de
americanidad, recordaba que América son sus indios, pero también sus conquis-
tadores, libertadores y civilizadores: un todo, un auténtico crisol de culturas. Se
trataba, por lo tanto, de “imitar si no se puede hacer otra cosa, pero aun al imi-
tar, inventar un tanto, adaptar”, porque existe el riesgo de que en el afán por ser
diferente de lo que se es, se esté negando justamente todo aquello que ya se es.
Una originalidad y una “adaptación” que Carlos Arturo Torres, siguiendo el
ejemplo del filósofo Bacon y su cacería de los idola fori —tópicos, supersticio-
nes, mitos y “falsas nociones”— para poder reinterpretar la naturaleza y desa-
cralizar, desmitoligizar y desprejuiciar un conocimiento protegido por una “clase
sacerdotal”, retoma esa misión desde la perspectiva del Nuevo Mundo. En Idola
Fori (1910) propugna debatirse contra ideas, ideologías y formas de pensar a las
que llama “verdaderas supersticiones políticas”, que lejos de ayudar a la organi-
zación mental y social la congelan con “letal fuerza cataléptica”. Consciente de
lo arduo de su empresa, Torres considera que el sólo intentarlo, “el señalar la po-
sibilidad de reducir a sus verdaderas proporciones de pensares falibles o caducas
opiniones cuantos ya se tuvieron por canon y dogma incontrovertible de la po-
lítica y de la filosofía, es despertar los aletargados estímulos del examen y exal-
tar el valor y las afirmaciones de la autonomía humana” 19. Nada mejor que el
pensamiento racional e independiente que propugnó la Ilustración para propi-
ciar ese “despertar”.
Arturo Andrés Roig recuerda como Francisco Miranda, a fines del siglo
XVIII —en pleno Siglo de las Luces— ya hablaba de la necesidad de lograr
una “emancipación mental” que completara la independencia política; de cómo
Bolívar se lamentaba de que “nuestras manos están libres y todavía nuestros co-
razones padecen las dolencias de la servidumbre” y Juan Bautista Alberdi seña-
laba “rompimos las cadenas mediante las armas, pero nos falta quebrar otras, lo
que será obra del pensamiento””20. Por ello Roig plantea la necesidad de “una
segunda independencia” que complete el proceso iniciado por la primera y res-
cata la idea de la “emancipación” instaurada por la Ilustración. En esta segunda
independencia se debería completar la tarea inconclusa de emancipar el pen-
samiento, “emancipación mental” de la que dependen los viejos ideales de la
18
J. Martí, Nuestra América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, 30.
19C. A. Torres, Idola Fori, México, Latinoamericana. Cuadernos de Cultura latinoamericana,
96, UNAM, 1979, 7.
20 A. A. Roig, “Necesidad de una segunda Independencia”, Santiago de Chile, Polis. Revista
democracia participativa hoy amenazados por las formas mas groseras de la ra-
cionalidad capitalista. Se trata pues de rescatar la independencia perdida, lo me-
jor del pensamiento liberal depurado del economicismo capitalista.
Por ello, con el mismo apasionado énfasis, se recuerda como el ensayo inspiró
denuncias de injusticias y desigualdades y ha desenvuelto el pensamiento anti
imperialista o el de la filosofía de la liberación con un sentido de urgencia ideo-
lógica más persuasivo que demostrativo y donde el conocimiento del mundo no
se puede separar del proyecto de transformarlo. El ensayo ha optado, en gene-
ral, por una actitud militante, esa “poderosa carga estética y ética compulsiva de
acción”21 que puede observarse en José Martí. “Trincheras de ideas valen más
que trincheras de piedra” —aseguraba— porque en el ensayo “la prosa, cente-
lleante y cernida, va cargada de idea”.
De ahí la mayor vocación mesiánica y utópica del ensayo hispanoamericano,
especialmente si se lo compara con el europeo. El eclecticismo es notorio en el
ensayismo de tradición sajona y francesa. La informalidad, la soltura y distancia
de la que hace gala el ensayismo inglés o el esprit del francés están lejos del én-
fasis programático del ensayismo hispanomericano. La tradición del inglés con
su ironía y aparente despreocupación distanciada (detachment), las buenas ma-
neras literarias (good manners), no contaba, hasta no hace mucho, con seguidores
en un continente cuyo pensamiento está menos dirigido al individuo que a una
colectividad (conciudadanos, nación) y donde prima un nosotros o un yo nacio-
nal sobre el yo individualista del ensayo clásico europeo.
La desiderata de proyección utópica perceptible en buena parte de la ensayís-
tica continental contrasta la realidad (el ser de América) con una aspiración (el
deber ser), expresión de una tensión utópica entre lo real y lo ideal que, más que
proponer modelos orgánicos y precisos, se ha manifestado como “intención” en
los ensayos canónicos La utopía de América (1925) de Pedro Henríquez Ureña y
Última Tule (1941) y No hay tal lugar…(1960) de Alfonso Reyes22. Si la proyec-
ción mesiánica ha podido conducir a veces a la visión grandilocuente del destino
de América en ensayos como La creación de un continente (1912) de Francisco
García Calderón o a las “iniciativas” de Francisco Bilbao y su propuesta de uni-
ficar el alma, el pensamiento, el corazón y la voluntad porque “la América debe
al mundo una palabra […]: esa palabra serán los brazos abiertos de la América
a la tierra y la revelación de una era nueva” 23, la conciencia de esa “vieja e in-
curable exaltación verbal de nuestra América” —según ya advertía José Carlos
21 S. Morales, “El ensayo revolucionario: José Martí”, El ensayo en nuestra América. Para una
tina: Democracia, pensamiento y acción. Reflexiones de utopía, México, CCYDEL, Plaza y Valdés,
2003; Utopía en marcha, Quito, Editorial Abya-Ayala, 2009.
23 F. Bilbao, Iniciativa de la América, Latinoamericana. Cuadernos de Cultura latinoameri-
cana, 96, UNAM, 3, 1978, 6. Pese a su manifiesto voluntarismo, Bilbao no deja de comprobar que
frente a los Estados Unidos, América Latina se presenta como “los estados desunidos”.
Buscar la autenticidad
Un examen de la historia del ensayo hispanoamericano desde la perspectiva
de la “invención” y de ese esfuerzo por diferenciarse e independizarse de toda
influencia permite rastrear una terminología que insiste en “reivindicar nuestro
pasado”, “fomentar valores propios”, “buscar la autenticidad”, “combatir las ideas
foráneas”, “evitar la alienación”, “ser fieles a nosotros mismos”, denunciando la
deculturación provocada por la alienación, cuando no el imperialismo cultural y,
más recientemente, combatiendo la globalización.
En su afán de autoafirmación, el pensamiento americano propone también
un retorno a formas nativas de su cultura, y en algún caso llega al extremo de ne-
gar valor a la filosofía occidental glorificando lo puramente indígena. Ante esta
polarizada disyuntiva excluyente, el peruano Francisco Miró Quesada descubre
una dirección posible:
la Filosofía Latinoamericana contemporánea, selección de L. Zea, México, Costa Amic Editor, 178.
pleta dice así: “Raza imbécil! de escritores, sin pensamiento propio, que mantienen la infatuación
de la Europa en la injusticia, afuera! Pedagogos serviles de tiranos y de pueblos siervos, no ven-
gáis a mancillar la inteligencia Americana! –Nosotros conoceremos la historia para saber malde-
cirla, para apreciar nuestra civilización Americana, para despreciar la satisfacción del error en que
vives, y para venerar sus mártires!”.
28 Por ejemplo, C. Zumeta en Continente enfermo (1899), F. Bulnes en El porvenir de los pueblos la-
tinoamericanos (1899), A. Arguedas en Pueblo enfermo (1903) y C. O. Bunge Nuestra América (1903).
Con saludable humor y fina ironía Alfonso Reyes alude en Notas sobre la in-
teligencia americana a esas “fatalidades concéntricas” que acosan al americano.
La primera, ser un ser humano, por aquella sentencia de Calderón de que “el
delito mayor del hombre es haber nacido”. La segunda fatalidad era haber lle-
gado muy tarde a un mundo viejo. En tercer lugar, “encima de las desgracias de
ser humano y ser moderno, la muy específica de ser americano; es decir, nacido
y arraigado en el suelo que no era el foco actual de civilización, sino una sucur-
sal del mundo”. En cuarto lugar, “era el ser latino o, en suma, de formación cul-
tural latina”. En quinto lugar “ya que se pertenece al orbe latino, nueva fatalidad
dentro de él, pertenecer al orbe hispánico”, donde ya se “había puesto el sol en
sus dominios”. Sexta fatalidad —nos dijo Reyes— el que “dentro del mundo
hispánico, todavía veníamos a ser dialecto, derivación, cosa secundaria, sucursal
otra vez: lo hispanoamericano, nombre que se ata con guioncito como cadena
con cadena”. Y como séptima fatalidad, “dentro de lo hispanoamericano”, los
que se lamentan haber nacido en “la zona cargada de indio”. Para los mexicanos
—concluía— existía una octava fatalidad: la de haber nacido en “la temerosa ve-
cindad” de los Estados Unidos29.
Fatalidades que H.A. Murena denuncia en El pecado original de América.
“Con América se da el escandaloso caso de que —salvo frustrados intentos—
ha sido y es interpretada, inclusive por los americanos, según una clave pura-
mente europea”, es decir, a través de la mirada, por no decir los modelos, de los
otros. Estos modelos forjados por otros, al ser aplicados para definir América,
no hacen sino acumular nuevos malentendidos. El americano —nos decía— re-
huye mirar de frente su condición de soledad y su falta de herencia histórica y
se conforma engañosamente con la exterioridad de un tradicionalismo alimen-
tado con tópicos. Soledad que, unos años después, se convirtió en paradigma en
la obra de Octavio Paz, El laberinto de la soledad (1950).
Resulta evidente que no puede repetirse que “la cultura propia de América
está definitivamente individualizada, como cosa distinta de lo europeo origina-
rio y de lo indígena primitivo”, como proclama con tono enfático Ricardo Rojas
en Eurindia (1924)30, ya que, como recordaría décadas después el mismo Mu-
rena: “No podemos continuar a España ni podemos continuar a los incas, por-
que no somos europeos ni indígenas. Somos europeos desterrados y nuestra
tarea consiste en lograr que nuestra alma europea se haga con la nueva tierra”31.
Erradicada a la periferia, Hispanoamérica se vería a sí misma viviendo en “los
Balcanes de la cultura” (Carlos Fuentes), es decir, al margen de los centros cul-
turales asociados inevitablemente con las grandes capitales europeas. Como su-
gería irónicamente Pablo Neruda: “Nosotros los chilenos, somos los sobrinos de
29 A. Reyes, “Notas sobre la inteligencia americana”, Obras completas de Alfonso Reyes, vol. XI,
tinoamericana contemporánea, selección de L. Zea, México, Costa Amic Editor, 1968, 69.
37 Ibid.
38
Entrevista con Consuelo Varela, “1492: état des lieux”, Magazine littéraire, 296, Paris, fe-
brero 1992.
descubre a sí misma, lo que parece olvidarse durante los siglos ulteriores en que
guerras, guerras de religión y civiles, rampantes nacionalismos la dividen.
Sin embargo, allí estaba el germen de lo que une, más que lo que separa: una
Europa con algo de aquel germen que se gestara en los Países Bajos, patria o tie-
rra de retiro de Erasmo, Descartes, Spinoza, Grocio y Huygens, símbolo de una
Europa sin tribunal de la Inquisición y rica en tolerancia intelectual, una Eu-
ropa abierta al diálogo entre visiones opuestas del mundo. Lo hace para subrayar
la validez del pacto social preconizado por Spinoza, fundador de la racionalidad
moderna, al no aceptar, bajo ningún concepto, la renuncia a la libertad indivi-
dual de juicio y de conciencia.
1946, 44. Para Ortega y Gasset potenciar lo europeo de España suponía potenciar lo germano.
La crisis de una España que se siente fuera de una historia cuyo liderazgo está
al otro lado de los Pirineos; crisis de una Hispano-América que se siente al
margen de esta misma historia cuya conducción vienen reclamando ya los Es-
tados Unidos de la América Latina al otro lado del Río Bravo41.
217.
El otro Occidente
Pero hay más. No debe verse esta comunidad compartida que se reencuentra
por otras vías como expresión de una solidaridad entre periféricos que se forja
en las últimas décadas, sino —tal vez— algo mucho más importante. América
no es el “extremo occidente”, sino “el otro occidente” —decía el ensayista brasi-
leño José Guilherme Merquior al recordar que justamente “Portugal y España,
los marginados cispirenaicos, fueron la dinámica de Occidente en el alba de los
tiempos modernos. La marginación se hizo vanguardia civilizacional. No es la
Europa próspera del norte la que se aventura en mares desconocidos, sino la po-
bre y marginada del sur.
Merquior recordaba que la marcha de la civilización, como el sol, va desde
el Oriente hacia el Occidente. América está en esa dirección. “Nuestro trayecto
es la misma trayectoria de Occidente. Somos el Otro Occidente: condenados a
mediar entre Norte y Sur, geocultural y económicamente, nuestro destino no es
resistir a la modernidad. Es, simplemente, modularla” 45.
La integración es el reto histórico de América. No es ni antítesis de Occidente,
ni antítesis de la denostada modernidad, sino una compleja y original “modela-
ción” de la cultura europea, tal vez su mejor —por no decir, utópica— encarna-
ción de sus mejores aspiraciones sociales y humanas. Hijos de la violenta codicia
de Europa redimidos por los propios ideales del Viejo Mundo.
Hoy resulta evidente que América tiene ese doble pasado, esa doble herencia:
la propia y la de Europa, por lo que no puede prescindir ni de su historia ni de
la de Occidente, lo que es justamente el fundamento de su especificidad y el ori-
gen de buena parte de sus contradicciones no resueltas. Alienada, cuando no ex-
céntrica a la propia realidad del “país interior”, la identidad resultante es plural
y su diversidad, la mejor expresión y resumen del mosaico étnico y cultural del
mundo, en definitiva de su universalidad. Es la América mestiza, mayoritaria y
plural, la que mejor define esta identidad configurada día a día en un proceso de
44 J. L. Rubio, “La España del Siglo XX ante Iberoamérica”, Cuadernos Americanos, Marzo–
Bibliografía
Adorno, T., Mínima Moralia, Caracas, Monte Ávila, 1975.
Aínsa, F., Los buscadores de la utopía, Caracas, Monte Ávila, 1977.
—, Necesidad de la Utopía, Buenos Aires, Tupac–Nordan, 1990.
—, De la edad de oro a El Dorado. Génesis del discurso utópico americano, México, FCE, 1992.
—, La reconstrucción de la utopía, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1998.
46 A. Reyes, “Notas sobre la inteligencia americana”, Obras completas de Alfonso Reyes, vol. XI,