Parábolas Sobre La Ancianidad

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PARÁBOLAS SOBRE LA ANCIANIDAD

LA ANCIANA FILOMENA

Se acercaba Nochebuena y todos en el ancianato andaban nerviosos


preparando algunos sencillos regalos con que retribuir los que, sin
duda alguna, les traerían los familiares en la hora de visita. A la viejita
Filomena nadie le vendría a visitar, pero, sin embargo, ella también
quería regalarle algo a su único hijo que estaba en la cárcel. El
invierno era extremadamente frío y ella sabía muy bien que, contra
el frío, lo principal era tener siempre los pies bien abrigados y
calientes. “Si pudiera regalarle a su hijo unas buenas medias de lana
como las que había tejido la Sra. Rosaura”. Ella estaba dispuesta a
venderlas, pero de dónde iba a sacar la viejita Filomena la plata para
comprarlas.

-Si quieres, las medias son tuyas –le dijo un día Rosaura.
-Pero no tengo con qué pagarte.
-Sí que tienes.
-¿Qué?
-Tus lentes. Cada día veo peor y ya casi no puedo tejer.
La viejita Filomena no dudó un momento:
-Aquí los tienes –le dijo- y abrazó contra su pecho las medias de lana
que le entregó la Sra. Rosaura.

Sabía que, con esa decisión, estaba renunciando a su única


distracción en el ancianato. Ya no podría leer las revistas de la sala,
ni los libros religiosos que le regalaban las hermanitas. No importaba.
Su hijo tendría medias de lana y, sobre todo, una prueba de su
recuerdo y de su amor.

1
LOS CAMPESINOS Y EL ANCIANO DE LA COMUNIDAD

Érase una vez, una comunidad en lo alto de un monte. Aquel año, la


cosecha de café fue excelente y cada familia logró recoger una buena
cantidad.
Cuando llegó el tiempo de llevarlo a vender, cada uno de los
cincuenta vecinos de la comunidad, salió por su cuenta a venderlo.
Consiguieron un buen precio en el mercado. Cada uno guardó su
plata lo más escondida que pudo, y después de hacer unas compras,
regresaron a sus casas.
En el camino, detrás de unos palos, estaban escondidos tres
ladrones, que iban robando uno a uno a todos los campesinos que
regresaban.
Al llegar a su comunidad, el hombre más anciano de aquella
comunidad, que estaba sentado a la puerta de su casa les preguntó:
¿Qué les pasa, compañeros? Esta mañana cuando salieron a vender
el café, iban con la cara sonriente, y ahora, regresan tristes y
apaleados.
Uno de los campesinos le respondió;
-- Todo marchaba bien. Conseguimos una buena ganancia por el
café, pero al regreso, tres ladrones nos han robado todo lo que
cargábamos.
Y el viejo, con voz brava, les dijo:
-- Pero ¡cómo es posible, si vosotros sois cincuenta y ellos eran tres!
Y le dijeron;
-- Muy sencillo; hermano. Ellos eran tres, pero estaban unidos;
nosotros, sin embargo, somos cincuenta, pero estamos desunidos.
Y aquel año, en aquella comunidad, se siguió pasando necesidad

2
EL PLATO DE MADERA

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años.


Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos
flaqueaban

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos


temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un
asunto difícil.

Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar


el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. hijo y su esposa se
cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo",
dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente". "Derrama la leche hace ruido al
comer y tira la comida al suelo".

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una
esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de
la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno
o dos platos su comida se la servían en un plato de madera

De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían


ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo. Sin
embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos
llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la
comida.

3
El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes
de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de
madera en el suelo. Le pregunto dulcemente: "¿Que estás
haciendo?"

Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un


tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes
coman en ellos."
Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a
sus padres de tal forma que quedaron sin habla.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se


dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomo gentilmente la mano del abuelo y lo guió


de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupo un
lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la
esposa parecían molestarse mas, cada vez que el tenedor se caía,
la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos
siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que
absorben. Si ven una familia solidaria, ellos imitaran esa actitud por
el resto de sus vidas.

4
EL COFRE

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo.
Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los
infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que
ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la


visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura
recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se
habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo
tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada
vez menos.

— No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo


de que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un


plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió


que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el
cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último, fue a ver
a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto
que tuviera.

5
El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios
rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina.

Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.

¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa.

Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he


ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y


oyeron un tintineo.

— Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -
susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro.


Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar
también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa
del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó
el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron
por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un


bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la
mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo.
Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta
encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno
de vidrios rotos.

6
— ¿Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad
hacia sus hijos!

— Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-.


Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos
descuidado hasta el final de sus días.

Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos


a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el
mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera


ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios
en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron


una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: “Honrarás
a tu padre y a tu madre”.

7
DE TI DEPENDE

En un pueblo oriental vivía en la montaña un anciano que era muy


conocido por su sencillez y su sabiduría. Pero en el pueblo cercano
vivía un joven malicioso y envidioso de aquel anciano.
Un día acompañado de un par de amigos decidió ir al encuentro de
aquel anciano para dejarlo en evidencia, se compró un pájaro y fue
al encuentro del anciano.
Cuando estuvo frente a él, le dijo:
— Buen anciano, todo el mundo habla bien de ti; yo quiero ponerte a
prueba a ver si lo que dicen de ti es cierto. Este pájaro que llevo en
la mano ¿qué pasará con él, cuando la abra? ¿volará o caerá
muerto? (porque el joven pensaba, si dice que volará, aprieto la
mano, lo ahogo y caerá muerto, por el contrario, si dice que morirá
abriré la mano y saldrá volando; este viejo, pensaba, no tiene
escapatoria).
El buen anciano se dio cuenta enseguida del mal de aquel joven y
empezó a mirarle fijamente a los ojos para que reflexionase, pero el
joven insistía: ¿volará o caerá muerto?
Finalmente, el anciano le clavó sus ojos en los de él y le dijo: DE TI
DEPENDE.
Fue suficiente, aquellas palabras le llegaron al fondo del corazón,
abrió la mano, salió el pájaro libre y regresó junto con sus amigos en
silencio al pueblo; parece que la lección de aquel anciano había
servido de mucho.

8
UN RELATO DE ALBERT EINSTEIN

Había dos niños que patinaban sobre una laguna congelada. Era una
tarde nublada y fría, pero los niños jugaban sin preocupación.
Cuando de pronto, el hielo se reventó y uno de los niños cayó al agua.

El otro niño viendo que su amiguito se ahogaba debajo del hielo,


tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que
logró quebrarlo y así salvar a su amigo.

Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se


preguntaron: ¿Cómo lo hizo?

El hielo está muy grueso, es imposible que lo haya podido quebrar,


con esa piedra y sus manos ¡¡¡tan pequeñas!!!

En ese instante apareció un anciano y dijo: "Yo sé cómo lo hizo"...

¿Cómo? - Le preguntaron al anciano y él contestó: "No había nadie


a su alrededor que le dijera que no se podía hacer".

Si lo puedes imaginar, lo puedes lograr.

Albert Einstein.

9
EL ANCIANO MIOPE

Un anciano que tenía un grave problema de miopía se consideraba


un experto en evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos
amigos. Se le olvidaron las gafas en su casa y no podía ver los
cuadros con claridad, pero eso no le frenó en manifestar sus fuertes
opiniones. Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las
diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato
de cuerpo entero, empezó a criticarlo. Con aire de superioridad dijo:
-”El marco es completamente inadecuado para el cuadro. El hombre
está vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa. En realidad, el
artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto tan
vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto”.
El anciano siguió su parloteo sin parar hasta que su esposa logró
llegar hasta él entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle
en voz baja:
–”Querido, estás mirando un espejo”.

¿QUE ES EL MATRIMONIO ?

Un famoso maestro, ya anciano, se encontró frente a un grupo de


jóvenes que estaban en contra del matrimonio.
Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el
verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la
relación cuando este se apaga en lugar de entrar a la hueca
monotonía del matrimonio.
El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relato lo
siguiente:

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“Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba
las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto.
Cayó.
Mi padre la alcanzo, la levanto como pudo y casi a rastras la subió a
la camioneta.
A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el
hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.
Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida.
Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él.
En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas
anécdotas. El pidió a mi hermano teólogo que le dijera, donde estaría
mamá en ese momento.
Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte,
conjeturó cómo y dónde estaría ella.
Mi padre escuchaba con gran atención.
—De pronto pidió “llévenme al cementerio”.
—”Papá” respondimos “ ¡Son las 11 de la noche! ¡No podemos ir al
cementerio ahora!” Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo:
—”No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que
acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años”.
Se produjo un momento de respetuoso silencio.
No discutimos más.
Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna
llegamos a la lápida.
Mi padre la acarició, oró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena
conmovidos:
—”Fueron 55 buenos años... ¿Saben? Nadie puede hablar del amor
verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una
mujer así”.

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Hizo una pausa y se limpió la cara.
—”Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis. Cambió de empleo”
continuó:
“Hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de
ciudad. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus
carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos,
rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos
apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad, y
perdonamos nuestros errores...
Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿Saben por qué? porque se
fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme,
de quedarse sola después de mi partida.
Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo tanto
que no me hubiera gustado que sufriera...”
Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el
rostro empapado de lágrimas.
Lo abrazamos y él nos consoló:
—”Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día”

LA SABIDURIA DE LA ANCIANA ABADESA

Cuentan las viejas crónicas que, en tiempos de las cruzadas, había


en Normandía un monasterio dirigido por una abadesa de gran
sabiduría. Más de cien monjas vivían en él entregadas a la oración,
el trabajo y el servicio a Dios. Un día, el obispo del lugar acudió al
monasterio a pedir a la abadesa que destinara a una de sus monjas
a predicar en la comarca.

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La abadesa reunió a su Consejo y, después de larga reflexión y
consulta, decidió preparar para tan noble misión a la hermana Clara,
una joven novicia llena de virtud, de inteligencia y de otras singulares
cualidades.
La madre abadesa la envió a estudiar, y la hermana Clara pasó
largos años en la biblioteca del monasterio y fue discípula aventajada
de los mejores profesores de la época. Cuando regresó, todas las
monjas alabaron su erudición y la maestría de su discurso.

Fue a arrodillarse ante la abadesa y le preguntó con avidez:


-¿Ya puedo ir a predicar, reverenda madre?
La anciana abadesa la miró a lo profundo de sus ojos y le pareció
descubrir que en la mente de la hermana Clara había más respuestas
que preguntas.

-Todavía no –le dijo, y la envió a trabajar en la huerta.


Allí estuvo de sol a sol por varios meses, soportando las heladas del
invierno y los calores sofocantes del verano. Arrancó piedras y
zarzas, cuidó con esmero cada una de las cepas de la viña, aprendió
a esperar el crecimiento de las semillas y a reconocer, por la subida
de la savia, el momento oportuno de podar los frutales. Adquirió otra
clase de sabiduría; pero aún no era suficiente.

La madre abadesa la envió a la portería. Día a día escuchó las


súplicas de los mendigos que acudían a pedir un plato de comida, y
las quejas de los campesinos explotados por el señor del castillo. Su
corazón ardía en ansias de justicia.

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Pero la madre abadesa consideró que todavía no estaba lista. La
envió entonces a recorrer los caminos con una familia de
saltinbanquis. Vivía en el carromato, les ayudaba a montar su tablado
en las plazas de los pueblos, comía moras y fresas silvestres, y
aveces tenía que dormir al raso, bajo las estrellas. Aprendió a contar
adivinanzas y chistes, a hacer títeres, y a recitar romances y poemas
como los juglares.

Cuando regresó al monasterio, llevaba consigo canciones en los


labios y se reía como los niños.
-¿Puedo ir ya a predicar, madre?
-Aún no, hija mía. Vaya a orar.

La hermana Clara pasó largo tiempo en una solitaria ermita en el


monte. Cuando volvió, llevaba el alma transfigurada y llena de
silencio.
-¿Ha llegado ya el momento?

No, todavía no había llegado. Se había declarado una epidemia de


peste, y la hermana Clara fue enviada a cuidar de los apestados. Veló
durante noches enteras a los enfermos, lloró amargamente al
enterrar a muchos de ellos, y se sumergió en el misterio de la vida y
de la muerte.

Cuando se debilitó la peste, ella misma cayó enferma de tristeza y de


agotamiento y fue cuidada por una familia de la aldea. Aprendió a ser
débil y a
sentirse pequeña, se dejó querer y ayudar y recobró la paz.

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Cuando regresó al monasterio, la Madre abadesa la miró con cariño
y la encontró más humana y vulnerable. Tenía la mirada serena y el
corazón lleno de rostros y de nombres.

-Ahora sí, hija mía, ahora sí.


La acompañó hasta el gran portón del monasterio, y allí la bendijo
imponiéndole las manos. Y mientras las campanas tocaban el
Angelus, la hermana Clara echó a andar hacia el valle para anunciar
allí el santo Evangelio.
(Tomado de Mª. Dolores Aleixandre, “Círculos en el agua”. Sal
Terrae)

En este bello relato, podemos encontrar los rasgos principales del


genuino educador, sembrador de vida y militante de la esperanza:
Necesita sí, estudios serios y formación sólida. Pero también,
conocer y compartir la vida y trabajos de los obreros y campesinos y
adquirir la profunda sabiduría de la sencillez que brota del contacto
con la vida y la naturaleza. También es necesario que su corazón se
agite con la pasión por la justicia y asuma su profesión como una
misión de servicio a la vida de los más débiles. Necesita aprender a
reír y hacer reír, hacerse niño, asumir la vida como fiesta. Y necesita
sobre todo cincelar su corazón en el servicio a los más necesitados
y hacerse humilde y débil, capaz de recibir ayuda y amor, para sólo
así poderlo brindar a los demás.

PARABOLA SOBRE LA CRISIS: LOS INDIOS Y EL FRIO

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Los indios de una remota reserva preguntaron a su nuevo jefe si el
próximo invierno iba a ser frío o apacible. Dado que el jefe había sido
educado en una sociedad moderna, y ya habían desaparecido todos
los ancianos de la tribu. No había forma de conocer la sabiduría de
sus mayores.

Así que, cuando miró el cielo, se vio incapaz de adivinar qué iba a
suceder con el tiempo....

De cualquier manera, para no parecer dubitativo, respondió que el


invierno iba a ser verdaderamente frío, y que los miembros de la tribu
debían recoger leña para estar preparados.

No obstante, como también era un dirigente práctico, a los pocos días


tuvo la idea de telefonear al Servicio Nacional de meteorología.

- ¿El próximo invierno será muy frío? - preguntó.

- Sí, parece que el próximo invierno será bastante frío - respondió el


meteorólogo de guardia.

De modo que el jefe volvió con su gente y les dijo que se pusieran a
juntar todavía más leña, para estar aún más preparados.

Una semana después, el jefe llamó otra vez al Servicio Nacional de


meteorología y preguntó:

- ¿Será un invierno muy frío?


- Sí, - respondió el meteorólogo- va a ser un invierno muy frío.

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Honestamente preocupado por su gente, el jefe volvió al
campamento y ordenó a sus hermanos que recogiesen toda la leña
posible, ya que parecía que el invierno iba a ser verdaderamente
crudo.

Dos semanas más tarde, el jefe llamó nuevamente al Servicio


Nacional de Meteorología:

- ¿Están ustedes absolutamente seguros de que el próximo invierno


habrá de ser muy frío?

- Absolutamente, sin duda alguna - respondió el meteorólogo - va a


ser uno de los inviernos más fríos que se hayan conocido.

- ¿Y cómo pueden estar ustedes tan seguros?

- ¡Coño! ¡Porque los indios están recogiendo leña como locos!

PARÁBOLA DE LA PIEDRA

Cuentan que un día estaba un viejo sentado en la esquina de la calle


“matando el tiempo” y riendo sólo.

- ¿De qué te ríes? Le preguntó un transeúnte.

- ¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué
aquí esta mañana, diez personas han tropezado en ella y han

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maldecido, pero ninguna de ellas se ha tomado la molestia de
retirarla para que no tropezaran otros.

EL REY ANCIANO BUENO

Había un rey sincero y bueno que gobernaba al país con justicia y


con bondad. En vez de vivir encerrado en su palacio, solía recorrer
los confines de su reino, para observar los problemas y tratar de
ayudar a la gente. Si veía que sus súbditos estaban alegres, su
corazón saltaba de gozo.

Pero el buen rey se estaba poniendo viejo y tenía que entregar el


reinado a uno de sus cuatro hijos. Ellos querían mucho a su padre y
el rey los amaba a todos por igual. Por eso, no le era fácil decidir
quién sería su heredero. Entonces, se le ocurrió conversar
individualmente con cada uno de ellos para detectar cuál tenía las
mejores cualidades para ser un buen rey. Los convocó frente a su
despacho e hizo pasar primero a Juan, su hijo mayor.

-Me siento ya viejo, hijo mío, y quisiera entregar mi trono a uno de


ustedes. Por ello, quiero preguntarte algo: ¿Qué harías tú si mañana
fueras el rey del país?

Juan pensó un buen rato su respuesta y, por fin, le dijo:


-Trataría de que todos los hombres del reino estuvieran bien
entrenados y armados para que así fueran capaces de defenderse

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de cualquier enemigo. La fortaleza de un país radica en sus ejércitos
y en la fuerza de sus hombres.

-Muy bien, hijo –dijo el rey-, analizaré tu respuesta.

Al salir Juan, entró el segundo hijo, un muchacho muy inteligente. El


rey le dijo:
-José, hijo mío, estoy ya muy viejo y quisiera entregar el reino a uno
de ustedes. Pero primero me contestarás una pregunta.

El rey le hizo la misma pregunta que le había hecho antes a Juan y


José, después de pensar un rato, respondió:
-Buscaría la forma de que todas las personas del reino se
instruyeran. Abriría muchas escuelas para que todo el mundo pudiera
estudiar pues la fuerza de un país radica en la instrucción.

-Muy bien –dijo el rey-, analizaré tu respuesta.

El tercer hijo, Francisco, que era muy religioso, respondió la pregunta


de su padre diciendo que levantaría muchas iglesias y fomentaría el
culto y la oración, pues la grandeza de un país residía en la firmeza
de la religión.

Cuando le tocó el turno al hijo menor, no aparecía por ninguna parte.


Al cabo de un buen rato, llegó corriendo y agitado, y el rey le
preguntó:

-¿Qué pasó, hijo? ¿Dónde estabas que no acudiste a conversar


conmigo cuando te tocaba? ¿Acaso no estás interesado en ser rey?

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Pedro, que así se llamaba el hijo menor, respondió conteniendo los
jadeos del cansancio:
-Lo que pasó, padre, es que, mientras estaba esperando mi turno,
me enteré de que Santiago, el anciano caballerizo, había sido
pateado por un caballo y pensé que, en ese momento, lo más
importante era correr en su ayuda para ver si podía hacer algo por él.

El rey lo abrazó emocionado y le dijo:

-Ya sé quién será mi sucesor: serás tú, Pedro, porque no sólo sabes
lo que la gente necesita para ser feliz, sino que siempre estás
dispuesto a hacerlo. Tú sabes servir y eso es lo más importante.

LOS DOS HERMANOS

Murió el padre y los dos hermanos, uno soltero y el otro casado,


heredaron la granja que, con el trabajo de ambos, producía
abundante grano que los hermanos repartían a partes iguales. Pero
llegó un momento en que el hermano casado se despertaba todas
las noches sobresaltado y se ponía a pensar: “No es justo. Mi
hermano no está casado y se queda con la mitad de la cosecha. Yo
tengo mujer y cinco hijos que me cuidarán cuando el sea anciano,
pero él no tiene a nadie. Por ello, necesita ahorrar mucho para
cuando ya no pueda trabajar”. Con este pensamiento, que no le
dejaba dormir, se paraba de la cama e iba a su granero, llenaba un
saco de su trigo y lo llevaba en sigilo al granero de su hermano.

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Pero sucedió que también el hermano soltero empezó a despertarse
por la noche y a pensar: “No es justo que mi hermano, que tiene mujer
y cinco hijos se quede sólo con la mitad de la cosecha, pues él
necesita mucho más que yo”. Y con este pensamiento, se levantaba
de la cama y llevaba un saco de su grano al granero de su hermano.

Una noche, se levantaron los dos al mismo tiempo y se encontraron


cada uno con su saco de trigo. Y cuenta la historia que muchos años
más tarde, cuando murieron los hermanos, los habitantes del lugar
que conocieron este hecho, decidieron levantar una iglesia en el lugar
donde se habían encontrado en la noche los hermanos por pensar
que no era posible encontrar un lugar más sagrado que ese.

LA MAESTRA

Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las


villas miseria de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones
adolescentes en situación de riesgo. Les pidió que escribieran una
evaluación del futuro de cada muchacho. En todos los casos, los
investigadores escribieron: “No tiene ninguna posibilidad de éxito”.
Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología encontró el
estudio anterior y decidió continuarlo. Para ello, envió a sus alumnos
a que investigaran qué había sido de la vida de aquellos muchachos
que, veinticinco años antes, parecían tener tan pocas posibilidades
de éxito. Exceptuando a veinte de ellos, que se habían ido de allí o
habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi todos los
restantes habían logrado un éxito más que mediano como abogados,
médicos y hombres de negocios.

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El profesor se quedó pasmado y decidió seguir adelante con la
investigación. Afortunadamente, no le costó mucho localizar a los
investigados y pudo hablar con cada uno de ellos.
-¿Cómo explica usted su éxito? –les fue preguntando.
En todos los casos, la respuesta, cargada de sentimientos, fue:
-Hubo una maestra especial...
La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la
anciana, aunque todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había
usado para que esos muchachos hubieran superado la situación tan
problemática en que vivían y triunfaran en la vida.
Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una grata
sonrisa:
-En realidad, es muy simple – dijo-. Todos esos muchachos eran
extraordinarios, los quería mucho.

NO FIJARSE EN EL ASPECTO

Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la


playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua
cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus vestidos sucios y
harapientos, que recogía cosas del suelo y las introducía en una
bolsa.

Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se


acercaran a la anciana. Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose
una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la
familia. Pero no le devolvieron el saludo.

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Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su
vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran
los pies.

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