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Polifemo y Galatea.

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Fábula de Polifemo y Galatea

Luis de Góngora.

I
Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas
Que es rosas la alba y rosicler el día,
Ahora que de luz tu niebla doras,
Escucha, al son de la zampoña mía,
Si ya los muros no te ven de Huelva
Peinar el viento, fatigar la selva.

II
Templado pula en la maestra mano
El generoso pájaro su pluma,
O tan mudo en la alcándara, que en vano
Aun desmentir el cascabel presuma;
Tascando haga el freno de oro cano
Del caballo andaluz la ociosa espuma;
Gima el lebrel en el cordón de seda,
Y al cuerno al fin la cítara suceda.

III
Treguas al ejercicio sean robusto,
Ocio atento, silencio dulce, en cuanto
Debajo escuchas de dosel augusto
Del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto,
Que si la mía puede ofrecer tanto
Clarín -y de la Fama no segundo-,
Tu nombre oirán los términos del mundo.

IV
Donde espumoso el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
V
Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.

VI
De este, pues, formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.

VII
Un monte era de miembros eminente
Este que -de Neptuno hijo fieroDe un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.

VIII
Negro el cabello, imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba impetuosa,
Que -adusto hijo de este PirineoSu pecho inunda- o tarde, o mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.

IX
No la Trinacria en sus montañas, fiera
Armó de crueldad, calzó de viento,
Que redima feroz, salve ligera
Su piel manchada de colores ciento:
Pellico es ya la que en los bosques era
Mortal horror al que con paso lento
Los bueyes a su albergue reducía,
Pisando la dudosa luz del día.

X
Cercado es, cuando más capaz más lleno,
De la fruta, el zurrón, casi abortada,
Que el tardo otoño deja al blando seno
De la piadosa yerba encomendada:
La serva, a quien le da rugas el heno;
La pera, a quien le da cuna dorada
La rubia paja y -pálida turora
La niega avara y pródiga la dora.

(...)

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Soledades
Luis de Góngora.

Dedicatoria al Duque de Béjar

Pasos de un peregrino son errante


cuantos me dictó versos dulce Musa,
en soledad confusa

perdidos unos, otros inspirados.


¡Oh tú que, de venablos impedido,
muros de abeto, almenas de diamante,
bates los montes, que de nieve armados,
gigantes de cristal los teme el cielo,
donde el cuerno, del eco repetido,

fieras te expone, que al teñido suelo


muertas pidiendo términos disformes,
espumoso coral le dan al Tormes!
Arrima a un fresno el freno, cuyo acero,
sangre sudando, en tiempo hará breve

purpurear la nieve,
y en cuanto da el solícito montero,
al duro robre, al pino levantado,
émulos vividores de las peñas,
las formidables señas

del oso que aun besaba, atravesado,


la asta de tu luciente jabalina,
o lo sagrado supla de la encina
lo augusto del dosel, o de la fuente
la alta cenefa lo majestüoso

del sitïal a tu deidad debido,


¡oh Duque esclarecido!,

templa en sus ondas tu fatiga ardiente,


y entregados tus miembros al reposo
sobre el de grama césped no desnudo,
déjate un rato hallar del pie acertado
que sus errantes pasos ha votado
a la real cadena de tu escudo.

Honre süave, generoso nudo,


Libertad de Fortuna perseguida;
que a tu piedad Euterpe agradecida,
su canoro dará dulce instrumento,
cuando la Fama no su trompa al viento.

Soledad Primera (Fragmento).

Era del año la estación florida


en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas

(...)

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