El Churre (2022) (Premio Herralde de Novela) - Primera Parte

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 21

Y SE LLAMA PIURA

PRIMERA PARTE

4
A
Rosalía Calle, mi mamá
1

Y se llama Piura, una ciudad ubicada en el norte de Perú. Se le conoce también

como la tierra del eterno sol, debido a que no existen las estaciones de invierno,

primavera u otoño. De enero a diciembre siempre es verano y nosotros, los piuranos,

nos hemos acostumbrado al calor desde tiempos inmemorables. Recuerdo con emoción

muchos fines de semana de mi niñez en la que junto a mi abuelo íbamos al puerto de

Paita a observar los barcos que iban y venían de Lima. Mi abuelo acostumbraba a

contarme la historia del Imperio de los Incas, y la época en la que nuestro país fue una

tierra conquistada durante 3 siglos, por España.

Tenía alrededor de 9 años y vivía con mi madre –mi padre había muerto un año

atrás– y desde entonces, mis abuelos nos visitaban casi todos los fines de mes. Ellos

vivían en la sierra de Piura, en un pueblo llamado Frías, donde tenían pequeñas

haciendas y tierras de cultivo, en la que destacaban por su abundancia las cosechas de

arroz, papa y maíz. Es verdad que tuve una infancia feliz y fui un niño alegre por el

afecto de mi madre y de mis abuelos, sin embargo, la muerte de mi padre a causa del

terrorismo que en esos años azotaba al Perú, me marcó profundamente. Aunque ya ha

pasado mucho tiempo, no consigo olvidar aquella semana trágica de su asesinato. Un

día después de lo que se conoce en el Perú como el crimen de Uchuraccay (donde

fueron asesinados ocho periodistas) mi padre se encontraba en la ciudad de Cuzco a la

espera de una promesa para entrevistar a Abimael Guzmán, líder del grupo terrorista

Sendero Luminoso, pero aquella entrevista fue una farsa que sirvió de emboscada para

5
que también lo asesinaran. Fueron años dolorosos para los peruanos, dejando miles y

miles de muertos y desaparecidos, convirtiendo al Perú en un país desmoralizado por

el miedo, los atentados, las bombas, y la pobreza.

Cuando tenía 18 años, gracias a una beca logré viajar a España a estudiar

Lengua y Literatura en la Universidad de Castilla-La Mancha. Después de cinco años

terminé la carrera e inmediatamente conseguí un trabajo como asistente de un

catedrático en Francia, mientras continuaba los estudios de maestría y al año siguiente

me fui a Polonia a seguir con el doctorado (a día de hoy aún no lo he terminado). En

España conocí a Dorota, una chica polaca que trabajaba como traductora de textos del

polaco al español. Y con la que tuve la dicha de casarme y la desdicha de divorciarme

años después. Por cierto, muchos años en total estuve lejos de mi país de origen… Y

cuando regresé de visita, sentí unas ganas enormes de volver a ver a mi madre y llevarla

conmigo a Francia. Asimismo, quería que conociera a Dorota (en ese entonces) mi

novia. Ella tenía muchas ganas de conocerla y deseaba conocer al Perú: la gastronomía,

sus gentes, los paisajes, las tradiciones, las ciudades de Chiclayo, Trujillo, Arequipa, y

sobre todo las ruinas de Machu-Pichu. ¡Qué diferencia hubo entre el primer y segundo

viaje que hice al Perú! El primero fue dichoso porque solo vine de visita; el segundo

fue doloroso porque tardé varios años en volver a irme.

Confieso que me sentí un extranjero en mi propio país; es verdad que tenía

resentimiento, odio y malos recuerdos por los años vividos en la época del terrorismo,

pero reconozco que todos aquellos sentimientos desaparecieron cuando vi a mi madre

esperándome en el aeropuerto de Piura. A pesar del paso de los años, aún mantenía la

belleza de su juventud, y al estar frente a ella tuve sentimientos encontrados difíciles

de explicar... Emocionado hasta las lágrimas la abracé y recuerdo haber balbuceado un

“te he extrañado muchísimo en estos años”. Juntos tomamos un taxi para ir a casa,

6
aquella casa por la que sentía melancolía de evocar los más hermosos, y a la vez, los

más dolorosos recuerdos de mi infancia y de mi niñez.

Por la tarde recorrimos las calles de Piura, visitamos a la familia y en los días

posteriores me reencontré con amigos y conocidos. Me veía físicamente y sabía que

era uno de ellos, un piurano más…Atrás quedaron los años de terror, de pobreza, de

dictaduras. Ahora mi país se había desarrollado, avanzado, reduciendo las grandes

diferencias entre los ricos y pobres. Incluso Piura se había modernizado, puesto que ya

no existían los arenales de mi adolescencia, más bien lujosos edificios y centros

comerciales; tampoco vi a ningún “piajeno” que eran los burritos de las calles y de los

pueblos cercanos. Sentí desde lo más profundo de mi corazón una inmensa emoción y

me conmoví de volver a la tierra donde nací.

2
Unas semanas después de haber visitado a mi madre, y ya viviendo en Francia;

era inicios de septiembre cuando empezaba el curso académico en la Université de

Perpignan. Recuerdo que me encontraba en la oficina de mi jefe -un catedrático de

Literatura Latinoaméricana- a eso de las 9 de la mañana escribiendo un arrtículo

quincenal para un periódico de España, cuando apareció un muchacho de 18 ó 19 años,

de mediana estatura, ojos negros, piel morena, buena presencia, y vestido con un traje

negro un poco polvoriento, que con voz temblorosa preguntó:

- Perdone Monsieur, usted es el profesor Eduardo Benítez.

- Sí –respondí sorprendido–.

- Es usted –volvió a preguntarme–.

- Sí, soy yo –respondí con más curiosidad–.

7
Le pedí que tomara asiento e inmediatamente me entregó una carta un poco

arrugada, que al parecer llevaba mucho tiempo con él. Era una carta de recomendación

dirigida a mi persona, escrita con un lapicero azul por don Luis Guevara ¿Conocía a

este señor? Por supuesto que sí. Yo sabía que había muerto porque cuando regresé a

Piura (un año antes) y me dirigí a su casa, una adolescente –supongo que era su nieta–

me dijo que el taita había fallecido. Llevaba años sin tener contacto con don Luis, pero

le recordaba con afecto y gratitud. Después de leer atentamente la carta, cuya letra

reconocía, le dije amablemente:

- Me pide don Luis que lo ayude ¿Se encuentra en apuros?

- Sí –me respondió– y bajó la cabeza en señal de vergüenza. No se preocupe,

entre compatriotas es normal ayudarnos –respondí con una honesta sonrisa–

mientras doblaba la carta y la ponía en el bolsillo de mi camisa, –y añadí–:

¿en qué puedo ayudarlo?

- Necesito comprar un pasaje de regreso al Perú, vine con la ilusión de

convertirme en un poeta, pero no lo conseguí... Llevo más de un año

malviviendo en París y he gastado toda la plata que tenía, y todo lo que me

ha mandado mi familia... He trabajado de lo que sea, pero no quiero seguir

viviendo de esta forma. He viajado de París hasta Perpignan solo para verlo

a usted, con la esperanza de que me pueda prestar el dinero…

Me quedé helado con su respuesta, noté a un joven decidido y maduro a pesar

de la ingenuidad de viajar a Francia, sin recursos, y con el ideal de ganarse la vida como

poeta. Intenté darme prisa en mi respuesta por el miedo de pensar que mi silencio se

interprete como una negativa, me apresuré en preguntar:

8
- De acuerdo, le daré el dinero. ¿Cuánto más o menos necesita?

- Lo que cuesta el pasaje de regreso, creo que son cerca de 1000 euros.

- Hoy mismo compraremos el billete de avión –respondí–.

- De corazón muchísimas gracias profesor Benítez, me comprometo poco a

poco en devolverle su plata. No sabe lo agradecido que estoy y lo feliz que

me hace volver a ver a mis padres y regresar a mi país.

- Usted es un valiente –le dije para animarlo–.

- Dirá un insensato e ingenuo por creer en la Francia utópica e ideal de los

escritores –respondió–.

- Sea como sea esta aventura para un joven de su edad es digna de admirar,

–contesté sinceramente–.

Le entregué unas toallitas húmedas para que se limpiara sus ojos negros,

seguidamente fuimos a desayunar, pero en vez de ir a una de las cafeterías de la

universidad preferí invitarle a una cafetería del centro de la ciudad, y de esta forma

hablar detalladamente sobre su experiencia en la ciudad del amor y de la cultura, como

algunos ingenuos llamamos a París. Me comentó que llegó a Francia con una beca de

la Alliance Française de Piura que le concedió un viaje de una semana con todos los

gastos pagados por haber ganado un concurso de poesía, y en la “ciudad de la luz”

decidió quedarse para intentar abrirse camino como poeta: aunque sin papeles, sin

hablar bien el idioma, durmiendo en las plazas en verano y en centros de acogida en

invierno. Estuvo así más de un año hasta que desistió seguir perseverando ya que

ningún editor francés quiso publicar su libro de poemas escritos en español.

Desalentado y desanimado había decidido regresar al Perú.

9
Al preguntarle por la carta del profesor Luis Guevara me contó que antes de

viajar fue a visitarlo al hospital, y don Luis –quien le había ayudado a conseguir la beca

(al igual que a mí hace muchos años)–, a pesar de estar muy enfermo le escribió esta

esquela y le dijo que, si en algún momento estaba en apuros, buscara a otro piurano que

se encontraba en la ciudad de Perpignan (al sur de Francia, a 7 horas de París y a 2

horas de Barcelona en tren de alta velocidad).

Aproximadamente charlamos más de dos horas en la cafetería, al ver que no iba

a llegar a tiempo para dar mis clases llamé al celular de Mathieu, un estudiante francés

que estaba escribiendo su tesis doctoral sobre César Vallejo; y le pedí de favor que

dictara por mí las cuatro horas de clase que tenía aquel día. Al tener la mañana libre le

propuse a mi compatriota conocer la ciudad y luego lo invité a mi pequeño piso para

que conociera a Dorota, mi novia. Al llegar rápidamente encendí la computadora y a

través de internet le compré el pasaje de avión para el día siguiente. Asimismo, sin que

me viese Dorota le di algo de dinero para que pueda alojarse en un hotel y cenar en un

buen restaurante. Sorprendido e incrédulo me reiteró su agradecimiento. En aquellos

instantes se me vino a la cabeza mil cosas, y mis recuerdos se volvieron incesantes. Sin

tener apenas tiempo para reflexionar lo que iba a decirle tuve la certeza que estaba

haciendo lo correcto:

- Pienso que puedo apoyarlo. Le propongo después de visitar a sus padres,

regresar a Francia y empezar los estudios acá. Me comprometo en

conseguirle una beca y financiarle los gastos, mientras duren sus estudios.

- Es muy generoso de su parte, pero sinceramente no quiero volver ni a

Francia, ni a Europa, ni viajar a ningún lado. Me quedaré en el Perú,

estudiaré y escribiré desde allí.

- De acuerdo –respondí– mientras intentaba disimular mi asombro.


10
- Profesor, perdone mi indiscreción, pero ¿por qué es tan generoso conmigo

si soy un desconocido para usted?

- Por altruismo, porque usted es mi compatriota, y por venir recomendado por

un profesor que estando en Piura me ayudó desinteresadamente. Y si no le

convence lo que le digo puedo añadir que usted me ha caído bien...

- Perdone mi imprudencia –se disculpó–. Otra vez muchas gracias desde lo

más sincero de mi corazón, y cuando regrese al Perú saldaré mi deuda poco

a poco.

- No se angustie, tómelo como un obsequio. No tiene que devolverme el

dinero.

- De verdad, una vez más muchísimas gracias.

Y para mi sorpresa me abrazó con tanta efusividad que noté la gratitud y la

emoción que él sentía en esos momentos. Le pedí su correo electrónico, le dije que esa

Navidad iría a Piura, le escribiría para comernos un rico panetón y tomar un ponche

tradicional de Nochebuena. Me despedí con un nuevo abrazo y al cerrar la puerta de mi

piso observé a mi novia que curiosa y asombrada me miraba fijamente. Al sentarnos

los 2 en la mesa le conté a Dorota todo lo que había pasado durante el día, y la difícil

experiencia que había vivido este joven peruano en la patria de Víctor Hugo.

- Ese muchacho se parece a ti – sentenció mi novia- de forma irónica.

- ¿Por qué? – pregunté-. Y añadí sarcásticamente: a lo mejor por lo guapo que

es.

- Jajaja… Es como tú: un ingenuo y un soñador. A qué persona normal se le

ocurre quedarse de ilegal en un país que no es el suyo; cuyo único objetivo en

su vida es dedicarse a escribir poesía.

11
- Shakespeare, Lord Byron, o García Lorca, pensaban como él. De todos modos,

no quiero discutir porque no nos vamos a poner de acuerdo.

- jajaja… Lo dicho: ¡un ingenuo y un soñador como tú!

Durante la noche no conseguí dormir ni un solo momento. Para evitar molestar

a mi enamorada, me fui a dormir a la sala; saqué de la nevera una cerveza fría y delante

del televisor me puse a ver un partido de fútbol del fin de semana pasado con el fin de

dormirme, pero fue inevitable conciliar el sueño. Le daba vueltas a la cabeza y me sentí

mal por no haber sido honesto con el joven que yo había ayudado. ¿Por qué lo ayudé?

¿Por altruismo, por generosidad? Sí, también, pero francamente era otro el motivo.

A la mañana siguiente fui muy temprano a trabajar a la universidad porque tenía

seis horas seguidas de clases y empezaba a las 7 de la mañana; desvelado y ojeroso tuve

que enseñar sobre Jorge Luis Borges y la narrativa hispanoamericana del siglo XX. Al

terminar de dar mis clases fui a mi oficina y tomé la decisión que había meditado toda

la noche en la que me quedé despierto. Decidí escribir este libro (más que un libro

prefiero llamarlo una confesión) en el que narro mi verdad tal como sucedieron los

acontecimientos, sin mentir, exagerar, ni ocultar nada de lo que realmente ocurrió. Si

usted: lector o lectora, tiene interés de conocer esta historia, le ruego que crea en la

veracidad de este escrito, y si no fuera suficiente mi palabra pueden comprobar la

verdad preguntando personalmente a muchas de las personas que aparecen en esta

novela: algunas de ellas todavía viven en Piura, Ciudad Real, Perpignan, Bierun, o

Lima; por lo que pueden dar fe que este libro es real, y los hechos que a continuación

usted conocerá, son absolutamente ciertos y no es fruto de la imaginación de un joven

escritor.

12
3
Las Fiestas de Año Nuevo lo celebramos con toda la familia en Piura, mi ciudad.

Habían llegado desde Frías los papás de mi mamá; y desde Arequipa los papás de mi

papá: en total éramos como 25 personas entre primos, tíos y nietos. La tradición

mandaba por esas fechas esperar las doce campanadas, abrazarnos, brindar con

champagne, desearnos un Próspero Año Nuevo, y los más importante: sacar las mesas

y sillas a la calle para juntarlas con las de los vecinos, y disfrutar de un banquete tan

grande y variado como pavo al horno, arroz con pollo, papa a la huancaína, tallarines

verdes, cerveza, vino, cañazo; y para los niños todo tipo de gaseosas.

Recuerdo con nostalgia al niño que fui y lo mucho que me gustaba la Inca Kola

y la chicha morada. También recuerdo lo emocionado que estuve por el regalo que me

hizo mi padre aquellas navidades: un libro de cuentos de los hermanos Grimm, de tapa

dura, con bonitas ilustraciones y encuadernado en tela.

- Gracias, mil gracias, le dije emocionado.

- Cuídalo y tenle cariño, me aconsejó mi padre. Tu primer libro, es tu primer

amigo.

Efectivamente, fue el primer libro que leí con tanta pasión e interés, y tal como

él me dijo; ese libro fue el primer amigo que tuve cuya compañía me consoló en los

momentos más difíciles de mi niñez. A mi corta edad yo no entendía su asesinato y

sigue presente en mi memoria el haber consolado a mi madre, y abrazarnos el uno con

el otro el día de su entierro. Ni siquiera había cumplido 10 años, pero en el cementerio

frente a su ataúd; ya sabía lo que era sentir rencor, rabia, sed de venganza y desconsuelo.

13
Por aquel tiempo el trabajo de periodista en el Perú era muy peligroso y mal

pagado. El presidente de aquel entonces era el arquitecto Fernando Belaunde Terry, y

mi país empezaba a desangrarse a causa del terrorismo, cuya pobreza en el transcurso

de los años hizo abrir una brecha aún más grande entre los ricos y pobres. Apenas

existía la clase media y desde niño observé el racismo y el prejuicio de una sociedad

como la peruana, que curiosamente era y sigue siendo multirracial: criollos, mestizos,

indios, cholos, zambos, mulatos, chinos y un largo etcétera...

Era un niño en esos tiempos, o un churre como se dice en Piura; y no sabía ni

me interesaba en absoluto la situación política de mi país. Solo recuerdo que mi padre

les decía a sus colegas periodistas en las comidas que a veces se organizaba en casa,

que a pesar de la corrupción y lo mal que andaba el Perú al menos había un régimen

democrático y no una dictadura impuesta por militares. Me consta que algunas personas

recriminaron las ideas liberales que él profesaba, porque según ellos se vivía mejor en

el gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado: “se necesita orden y mano dura,

carajo. El Perú necesita un caudillo”. Casi siempre perdía amistades por su pensamiento

político, pero para mí siempre ha sido un hombre honorable que admiré desde mi niñez.

Es cierto que mis recuerdos hacia él son lejanos, y apenas recuerdo vagamente su rostro

y sus rasgos físicos, pero estoy convencido que fue honesto y comprometido con la

época que le tocó vivir. Es ley de vida, y el tiempo ha pasado, no se ha detenido, ha

seguido su curso, y a pesar de los años transcurridos hay muchas personas en mi país

de origen, que recuerdan a las víctimas del terrorismo, incluido al periodista Felipe

Benítez, mi padre.

A mediados de enero un hecho importante alegró mi niñez. El hermano de mi

madre junto a su esposa y sus dos hijos llegaron desde la Argentina a visitarnos ya que

no pudieron venir antes a pasar con nosotros las Fiestas Navideñas y de Año Nuevo

14
porque la pasaron con la familia de mi tía. Es verdad que ha transcurrido mucho tiempo,

pero aún me entusiasma revivir en mi memoria esa agradable visita.

Los primeros meses del año en Piura hace más calor y el sol brilla con más

fuerza respecto a los otros meses. Estaba muy alegre porque íbamos a las playas de

Máncora y observaba a mis padres lo bien que la pasaban con la visita de mi tío y de

su familia. Era una camioneta grande la que teníamos, mi padre conducía y a su lado

estaba mi tío y mi madre. En la parte de atrás, yo estaba sentado junto a mi tía y mis

dos primos. No lo comenté a nadie, pero durante todo el viaje observé de forma

disimulada a mi tía Beatrice y a sus hijos. La verdad: me resultaban distintos

físicamente de todas las personas que conocía en Piura, incluido mi tío, que él si se

parecía a nosotros. Mi tía era muy alta, altísima diría yo comparada con mi madre, ojos

azules, tez blanca, cabello castaño, delgada y elegantísima al vestir, con un apellido que

–averigüé tiempo después– heredó de sus abuelos que habían emigrado de Italia hacia

la Argentina.

Estuvimos todo el fin de semana en la playa. Primero en las playas de Máncora

y después en las playas de Colán. Lo que más disfruté aparte de hacer castillos de arena

con mi madre y nadar dentro de las olas, fue la comida típica que degustamos: ceviche

de mero con conchas blancas, cancha, ronda criolla, y mi infaltable Inca Kola.

Todo fue fantástico salvo una pequeña discusión sobre un comentario de mi

padre, al decir que parecíamos una familia pituca y que él no servía para ser burgués,

sintiéndose culpable que en la sierra peruana los pobres campesinos vivían en

condiciones difíciles lamentándose de la masacre que hacían con ellos los terroristas,

cuya réplica de mi tío en tono nervioso fue que evitara hablar de esas cosas, puesto que

él había venido a visitar a su hermana y pasar unos días de vacaciones, ¡No! a solucionar

15
los problemas del Perú. Además, él era médico, no el presidente de la República,

recriminándole que si tanto le preocupaba su “compromiso ante las injusticias sociales”

vendiera su periódico, y con esa plata ayudase a los pobres y desfavorecidos…

Regresamos el domingo por la noche después de haber disfrutado de un fin de

semana de sol y de playa. Mi tío se quedó en Piura una semana más en las que

aprovechamos en ir a Frías a visitar a los abuelos. Mi padre no nos pudo acompañar

debido a una llamada de su colega, el director del diario Correo, viajando ambos

urgentemente a Lima ya que habían sido citados por el Colegio de Periodistas del Perú,

debido a un comunicado oficial de Sendero Luminoso, en el que se amenazaba de

muerte a una lista de periodistas en la que figuraba mi padre y una veintena de colegas

suyos. Ahora que ha pasado el tiempo no comprendo ni nunca comprenderé porque nos

ocultó la verdad, albergo la esperanza que, si hubiéramos sabido que mi padre ya estaba

amenazado de muerte, su asesinato se hubiera evitado. Estoy seguro de que mi madre,

mis tíos, la familia, yo, ¡todos! lo hubiésemos persuadido de empezar juntos una nueva

vida lejos del Perú y del terrorismo.

Desconociendo el verdadero motivo del viaje de mi padre a Lima, nosotros

inocentemente seguíamos felices con la compañía de mi tío, su esposa, sus hijos, y mis

abuelos. Puedo presumir públicamente que el afecto de los abuelos es maravilloso para

cualquier niño, y soy testigo de ello porque lo experimenté. Mi abuelo me prefería, me

mimaba, y yo estaba muy chocho a su lado, tanto así que la única compañía que

aceptaba cuando iba a pescar al puerto de Paita era la mía. Aunque no todo fue perfecto,

puesto que, mi abuelo nunca tuvo una buena relación con mi padre, siendo prejuicioso

con él por sus rasgos indígenas, lamentándose desde siempre que mi madre se haya

casado con mi papá, a diferencia de la esposa de su hijo Nico, la tía Beatrice, quien era

la personificación de la belleza e inteligencia para mi abuelo, presumiendo que su hijo

16
se había sacado la lotería por haberse casado con una mujer blanca, de ojos azules, de

rasgos europeos, guapísima (y por si esto no era suficiente) era culta, profesional,

pediatra, buena persona, y lo más importante para él: era argentina.

Mi abuelo desde que tengo uso de razón siempre tuvo una economía próspera y

fue un gran administrador de sus bienes, incluso tuvo mucha suerte porque no le afectó

la reforma agraria impuesta por el gobierno militar, cuya ley consistía en arrebatarles

las tierras a los grandes hacendados para dárselas a sus trabajadores. Menos mal para

don Alfonso de la Calle haber vendido sus haciendas a cooperativas extranjeras poco

antes de la reforma agraria, quedándose con lo mínimo para seguir produciendo y

trabajando. Solo tuvo dos hijos y su único anhelo por el cual se esforzó toda su vida fue

convertirles en profesionales y vaya si lo consiguió... Mi tío tuvo la oportunidad de ir a

la Argentina a estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde conoció a

mi tía Beatrice, su compañera de clases y su futura mujer. Mi madre normalmente iba

a seguir sus pasos, pero para recibirse de abogada, sin embargo, días antes de partir

conoció a mi padre y de repente, así por así, decidió quedarse haciendo patria en el

querido Perú, matriculándose en el año de 1977 en la Universidad Mayor de San

Marcos.

No hace falta ser un sabio doctor en sociología para entender que una de las

causas de enemistad de mi abuelo con mi padre, fue el impedir directa o indirectamente

que su única hija mujer, Rosalía de la Calle, se vaya a estudiar Derecho y Ciencias

Políticas a la Argentina. Actualmente, ya he pasado la barrera de los 30 años y sonrío

con las ingenuidades de mi niñez, ya que idealicé a la Argentina en esos años, formando

una idea inocente y utópica en mi cabeza al escuchar a mi abuelo que, en la tierra de

San Martín, del fútbol y del tango, todo era perfecto. No había pobreza, ni terrorismo,

ni desigualdades sociales, a diferencia del Perú en el que había niños de mi edad

17
limpiando zapatos, cargando cajas, lavando carros, y vendiendo periódicos. Igualmente

asocié la belleza y elegancia de mi tía Beatrice, con sus palabras: “Eduardito, cuando

crezcas vos tenés que venir con nosotros a estudiar medicina como lo hizo tu tío Nico.

Yo te lo aconsejo, la Argentina en estos momentos es la Suiza de Sudamérica”.

- No es Uruguay, intervino mi tío Nico con tono pensativo, malogrando mi

momento de gloria.

- Da igual, respondió la tía Beatrice: para mí es la Argentina y no hay

discusión posible. En ese instante me guiñó un ojo en señal de complicidad.

4
A la semana siguiente, mis tíos y mis primos regresaron a su país. Un día antes

mi padre regresó de Lima para también despedirse y en un agradable almuerzo familiar

les deseamos lo mejor, prometiéndoles que próximamente nosotros iríamos a Buenos

Aires a visitarlos. Aunque esa visita nunca se produjo y fueron mis tíos que algunas

horas después regresaron urgentemente pensando en una desgracia, especulando que

también a nosotros nos habían matado o secuestrado. Felizmente esto no ocurrió; mi

padre tuvo la sensatez y la generosidad de dejarnos al margen de sus asuntos políticos,

por lo que los terroristas no supieron de nuestra existencia.

Esa tarde nefasta aún sigue presente en mi mente. Mi padre nos pidió que le

acompañemos a su periódico –era la primera vez que lo hacía–. Después de mantener

una breve reunión con un reducido grupo de periodistas de su confianza, fuimos

caminando hacia la Plaza de Armas, luego entramos a comer un sándwich de pavo y

tomar un cafecito en “El Chalán”. Mientras bebía a sorbos el cafecito caliente,

escuchaba a mis padres hablar de la posibilidad de ir a la Argentina las próximas

18
vacaciones a visitar a mis tíos. Conociéndolos muy bien, aproveché su buen humor y

les pregunté si era posible ir al cine. Para mi alegría me dijeron que sí, y a los pocos

minutos estábamos en el cine “Variedades” viendo una peli de dibujos animados, creo

recordar el título: Robin Hood de Disney. Al salir del cine, mi padre nos propuso ir

a comer pollo a la brasa con papas fritas e Inca Kola, en un restaurante que se

encontraba detrás de la Catedral.

Al día siguiente, a eso de las 10 de la mañana, mi madre preparaba el desayuno,

y yo le acompañaba en la cocina. Al terminar de preparar el desayuno, mi madre me

pidió que le ayudara a poner los platos en la mesa, y le avisara a mi padre que el

desayuno ya estaba servido. Mi padre a esas horas se encontraba en su pequeña

biblioteca haciendo ruido con su máquina de escribir. Al ir a verlo, él estaba hablando

por teléfono y observé que sudaba por todo el cuerpo. Al darse cuenta de mi presencia,

se despidió formalmente de su interlocutor, colgó el teléfono, se remangó la camisa, se

limpió el sudor, y ocultando su angustia, extendió sus brazos y con una disimulada

sonrisa agregó: venga a darme un abrazo, mi campeón.

- Papá, el desayuno está listo.

- Muy bien ¿qué hay para desayunar?

- Pero ¿no te dolía el estómago por culpa del pollo a la brasa? –pregunté–.

- Me dolía ayer de madrugada, pero ahorita ya tengo hambre –respondió–, y

se llevó las manos a la barriga.

- Hay para desayunar café, tamalitos verdes, huevos duros, yuca con queso,

pan francés, leche, chicharrones, y jugo de naranja.

- ¿Y nada más? –dijo riendo–.

- Ella siempre dice que el desayuno es la comida más importante del día.

19
- Ya verás que, si seguimos comiendo así, nos convertiremos en la familia

más gorda de toda Piura, me advirtió gesticulando sus mejillas de forma

cómica.

- Puede ser –respondí riendo– pero vamos rapidito porque, si tardamos

mucho, mi mamá se va a poner a gritar.

- Es verdad, tienes más razón que San Martín de Porres –añadió– y me dio

una palmadita en el hombro en señal de complicidad.

Desayunamos mientras veíamos las noticias de la mañana en la televisión. Mi

padre estaba raro por más que lo intentara disimular y mi madre se dio cuenta al verlo

en la mesa. Suspirando lentamente, no le quedó más remedio que prometernos que

después tendríamos una conversación. En esos momentos el noticiero Buenos días Perú

informaba sobre la explosión de una bomba en una comisaría de la sierra, dejando

muertos a 6 policías. Mi padre insultó indignado maldiciendo las acciones terroristas y

cambió de canal. Mi madre se sorprendió aún más, porque no era normal que su marido

estuviera tan alterado, ya que casi a diario salían noticias de esa índole, sobre todo ahora

en que el país estaba viviendo uno de sus peores momentos a causa de la extrema

pobreza, los pésimos salarios, y el terrorismo. Recuerdo que mi padre perdió el apetito,

y aunque no entendía muy bien lo que estaba pasando también dejé de comer, y ayudé

a mi madre a recoger los platos y limpiar la mesa.

En su escritorio mi padre se negó a enseñar a mi madre un documento que hasta

el día de hoy desconozco su contenido, y por más que he intentado escudriñar en el

pasado no he conseguido esclarecer hasta el día de hoy su asesinato. Delante de mí

tuvieron una fuerte discusión y me duele recordar que fue la primera y única vez que

los vi tan afectados, gritándose y acusándose mutuamente, sin dirigirse la palabra

durante horas. Mi madre tuvo un ataque de nervios y fue mi padre quien decidió poner
20
punto final a la discusión, reconociendo ser el único culpable de poner en peligro su

matrimonio y su propia vida. Finalmente, mi madre aceptó sin estar convencida la

petición de mi padre deseándole suerte en su viaje al Cuzco, diciéndose a sí misma que

sería la última entrevista que Felipe haría en tiempos de terrorismo; regresaría

rápidamente a Piura, renunciaría a su puesto de director, vendería su periódico al dueño

del diario El correo o del diario El tiempo, y ella haría lo mismo: dejaría su trabajo de

abogada en la Fiscalía de Piura y nos iríamos a otro país, huyendo del miedo y del

terror. Sin embargo, mi madre sabía perfectamente dentro de su corazón que aquello

no iba a ser así.

Por la noche ella planchaba las camisas y pantalones de mi padre, mientras él

terminaba de colocar su ropa interior en su pequeña maleta. Al terminar de preparar su

equipaje mi papá nos pidió que le acompañáramos al dormitorio donde nos informó

que iba a entrevistar a Abimael Guzmán, líder del grupo terrorista Sendero Luminoso,

y que no nos preocupáramos porque todo iba a salir bien. Nos habló detalladamente de

aquella llamada y nos contagió su optimismo, prometiéndonos que no iba a pasarle

nada y en cuanto él regresara del Cuzco, ya nunca más nos separaríamos. Hoy en día

lamento profundamente que las cosas salieran tan mal convirtiéndose en uno más de

las muchas víctimas que dejó el terrorismo en el Perú.

Partió mi padre con dirección al Cuzco, haciendo antes una parada en Lima para

reunirse con unos colegas del diario El comercio. Él siempre viajaba en avión a Lima,

pero esa vez decidió viajar en autobús, a pesar que el viaje duraba cerca de 16 horas.

Al día siguiente, 26 de enero, nos enteramos por la radio de la desaparición de 8

periodistas en la ciudad de Ayacucho. Mi madre desesperada quería inmediatamente

comunicarse con mi padre, pero le fue imposible ya que en esos años solo los peruanos

muy ricos tenían celulares, por lo tanto, la única opción posible fue llamar a los

21
teléfonos fijos de los periódicos, hoteles, y comisarías de Lima y Cuzco gracias a las

guías telefónicas, pero no consiguió localizar a mi padre.

De forma urgente, a primera hora, viajamos en avión a Lima ya que no había

vuelo directo al Cuzco, tardando 1 hora en llegar. En Lima cogimos otro vuelo a eso

del mediodía, llegando a las 2 de la tarde aproximadamente a Cuzco. Allí, lo primero

que hicimos fue ir a la comisaría a preguntar por mi padre; nos comunicaron que habían

recibido una llamada de un individuo identificado como miembro de Sendero

Luminoso, señalándoles que recogieran el cadáver del periodista Felipe Benítez en el

pequeño pueblo de Aguas Calientes, cercano a la ribera izquierda del río Urubamba.

Fue una experiencia traumática para mí ver a mi madre morderse los labios, secarse las

lágrimas, y aguantar el llanto.

5
Aquel día fue muy triste. Creo que a partir de ese momento mi madre y yo ya

no éramos los mismos. Al regresar a Piura, trajimos el cadáver de mi padre -que había

sido torturado- y le dimos sepultura de forma digna, acompañados de los amigos más

cercanos. Después de unos días mi madre vendió el periódico de mi padre y en el

transcurso de los meses nuestras vidas volvieron a la normalidad; mi madre siguió

trabajando en la Fiscalía y yo asistiendo al colegio, pero algo cambió, ya que nos

empezamos a interesar por la política de nuestro país. Tal vez para los dos, esa era la

mejor manera de recordarle.

En 1985 ganó las elecciones un joven abogado llamado Alan García Pérez, que

había prometido mejorar la calidad de vida de los peruanos, especialmente de los más

pobres. A pesar de la indiferencia de mis compañeros del Colegio Salesiano, les decía

que ese joven presidente iba a ayudar a nuestro pobre Perú a recuperar la paz y derrotar

22
al terrorismo, pero me equivoqué puesto que antes que terminara su mandato,

seguíamos siendo un país tercermundista, pobre, peligroso, y con atentados terroristas.

Aún recuerdo que mi mamá y los padres de mis compañeros del colegio, hacían largas

colas en el mercado para comprar leche, pan, azúcar y productos de primera necesidad

que en esos momentos escaseaban.

Un par de años después, acompañé a mi madre a Lima. Era agosto de 1987 y

nos encontrábamos en la plaza San Martín en una multitudinaria manifestación,

apoyando a un escritor que se había opuesto al Gobierno del presidente Alan García.

Mi madre albergaba la esperanza que aquel escritor lograría ganar las próximas

elecciones y conseguiría que nuestro país fuera próspero, con trabajo, y sin terrorismo.

Me decía que aquel escritor era un intelectual apreciado por gente muy importante de

Europa y de los Estados Unidos, y entre todos ayudaríamos a levantar a nuestro

empobrecido y triste Perú. Era tanto el fervor y el optimismo que teníamos que nos

alegró muchísimo enterarnos que también iría a Piura a dar un mitin, decidiendo por

común acuerdo escucharle en primera fila. Aquella vez lo vi por primera vez y me

prometí a mí mismo que algún día lo conocería personalmente; le estrecharía la mano,

y le diría humildemente que en un futuro me gustaría seguir sus pasos y ser como él:

un intelectual, un académico, un prestigioso escritor, y un gran patriota.

Durante los meses siguientes el escritor era el favorito para gobernar el país, la

prensa, las encuestas, los organismos nacionales e internacionales preveían que iba a

ganar las elecciones. Nosotros celebrábamos esos resultados porque francamente la

situación era alarmante para cualquier peruano: de un día para otro se podía morir a

causa de un atentado o de una bomba. Fueron tiempos terribles por las explosiones, los

apagones, la pobreza y la miseria en la que se hallaba sumergido el Perú, por tanto, la

esperanza que teníamos todos sus simpatizantes era que él podía conseguir el milagro

23
de solucionar la catástrofe en la que nos encontrábamos.

Los adversarios políticos del escritor lo acusaron de ser un peruano aristócrata,

criollo, pituco, amigo de los banqueros, así como el de ser europeo por haber vivido

muchos años en París, Londres, y Barcelona. Además, le recriminaban por tener plata,

le odiaban por ser ateo, y afirmaban que era un mal escritor porque escribía cojudeces.

¡Es pura envidia, envidia de la mala! ¡Qué chucha saben esos huevones de literatura

para considerarle mal o buen escritor! rabiaba mi abuelo Alfonso cada vez que

escuchaba esos comentarios en la televisión.

Días antes de las elecciones presidenciales, mi madre y yo asistimos como

siempre a la misa dominical. El padre Juan Seminario en su habitual homilía exhortó a

todos los fieles a ejercer el derecho de voto como piuranos responsables, pero manifestó

su repulsa ante un candidato que tachó de pervertido e inmoral por haber publicado una

novela erótica, cuyo argumento giraba en torno a las relaciones sexuales de un niño de

8 años con su madrastra. Comentaba que de un autor pornográfico nada bueno podría

esperarse, por lo que aconsejaba desde su modesta opinión, dar el voto a otros

candidatos. También nos dijo que el escritor públicamente había afirmado que no creía

en Dios y al no ser un fiel creyente católico no merecía gobernar el Perú.

Al salir de misa mi madre me miró con ojos tristes, y me dijo que tenía el mal

presentimiento que el escritor no iba a ganar las elecciones. Desafortunadamente para

los que simpatizábamos con él, el pronóstico de mi madre se cumplió y el escritor

perdió las elecciones presidenciales. La mayoría de los peruanos en 1990, decidieron

que el nuevo presidente de Perú sería el ingeniero Alberto Fujimori Fujimori, quien

gobernó el país durante una década.

24

También podría gustarte