Cuentos Cortos para Nilños-5

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¿Limonada?

No, gracias
Víctor Gael Vásquez Barajas
Esc. Sec. General Alfonso Reyes Ochoa, Torreón.

Había un niño llamado Sebastián. Era un niño común a quien le gustaba jugar futbol por las tardes. Cierto día estaba
leyendo una historieta, pero decidió tomar un descanso, fue por algo de beber. Como las tragedias están a la orden del
día, resbaló en el piso mojado, chocó contra la mesa y uno de sus ojos salió volando por la ventana.
Sebastián, desesperado, abrió su refrigerador y tomó lo primero que encontró. Un limón, parecía un limón normal
pero él no sabía que era un limón mágico. Se lo puso en la cavidad vacía.
Sus padres estaban asustados, querían arreglar el problema con ese ojo pero Sebastián quería conservar el limón.
Tuvieron una plática y al cabo de unos minutos convenció a sus padres; le dijeron que si se llegaba a sentir mal les
dijese para ir con el médico. Con el paso del tiempo su organismo se había adaptado perfectamente al extraño fruto.
Él había crecido mucho en poco tiempo, tanto que en sólo unos días fue tan fuerte que tenía la habilidad de poder
cargar cosas pesadas, además también podía predecir el futuro. Con su verde ojo podía hacer cosas increíbles, como
mirar fijamente al gato y hacer que se le erizaran los pelos.
Pero un día despertó…
Sebastián estaba confundido. Gracias a Dios todo había sido un sueño. ¿Limonada? “No gracias”, solía contestar
desde entonces.
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Mi gemela invisible
Karina Rivera
Esc. Sec. General No. 5 José Vasconcelos, Torreón.

Una mañana, mientras me encontraba desayunando, escuché un ruido


extraño que provenía de mi cuarto. Me levanté y fui a asomarme. Ahí,
justo al otro lado de la puerta, estaba yo. ¿Cómo podría ser eso posible?
Sólo me quedé viéndome y asustada salí inmediatamente hacia la habi-
tación de mis padres. Les conté lo sucedido, pero ellos no me creyeron.
Me fui al colegio como de costumbre, todo parecía estar bien hasta
que... ¡Me topé con ella! Nuevamente se me quedó viendo, yo cerré y
abrí mis ojos pero ella aún seguía ahí. Entonces, me armé de valor y le
pregunté, ¿quién eres?, ¿y por qué me sigues? Ella me contestó con de-
licadeza: “Soy tu gemela, se cómo te sientes, nuestra abuela que ahora
está en el cielo, de donde yo vengo, me mandó; mi deber es acompa-
ñarte por determinado tiempo”. Quedé impactada, pero aun así, me di
la media vuelta y con lágrimas en los ojos me retiré. No pasaron más de
cinco minutos cuando estaba al lado de mí. Le pregunté a una de mis compañeras si veía a alguien, pero no, ella no
la veía. En ese instante me di cuenta de que era mi gemela invisible. Así transcurrieron los días, era como mi sombra.
Esta mañana me levanté, escuché ruidos, los vi a todos desayunando con ella, pero nadie me pudo ver. Mi gemela
me ignoró cuando quise hablarle, la miro callada desde esta pared en que me encuentro. Me mira y sale corriendo del
cuarto, la sigo hasta su colegio, intento hablar con ella, se detiene y replica: “¿Quién eres? ¿Por qué me sigues? Yo no
tengo la culpa de que seas invisible”.

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