Rebelde
Rebelde
Rebelde
Se alistaba para ir a la escuela como todos los días. Aunque precisamente no le gustaba estudiar,
no por flojo, sino porque la escuela le parecía lo más aburrido del mundo, se sentía totalmente
extraño ahí.
Después de casi una hora en alistarse, peinando su rebelde cabello y delineando sus ojos, bajó a
desayunar. Esta vez le tocaba preparar el desayuno a su hermano mayor.
Habían quedado huérfanos un trágico día en que un accidente de tránsito les había arrebatado a
sus dos progenitores. En ese entonces, Tom tenía diecisiete años y Bill apenas catorce… El
gobierno los había puesto a custodia de su tía por parte de madre, pero para ellos dos había sido
sumamente difícil adaptarse a una nueva vida, además de que Bill no tardó en dar problemas, él
era especial, como decía Tom, aunque si se hablara francamente, era un rebelde, pero con causa.
Cuando metieron los dos ataúdes en la tierra y una música triste sonaba de fondo, Tom tomó su
mano, apretándola un poco para así darle fuerzas. Los ojos de Bill se abrieron y se asustó un poco
porque cayó en conciencia de que vivía la plena realidad… y no una pesadilla como su mente
quería hacerle ver.
Gritó y lloró tanto que sorprendió a los presentes, quiso correr hacia el ataúd de su mamá, pero
Tom se lo impidió. Bill gritaba toda clase de insultos, y empujó a Tom hasta que éste cayó al suelo,
y luego corrió hacia la tumba de sus padres, no queriendo que nadie le echara tierra encima para
enterrarlos…
Luego de que sus tíos lo llevaran a un lado a la fuerza, pudo darle el último adiós en gritos
desesperados y lanzando maldiciones a medio mundo. Y curiosamente él olvidó aquel día, como si
nunca hubiera pasado y al día siguiente, fueron a vivir con su tía.
Aquella convivencia era un caos. Tom intentaba controlar a su pequeño hermano, pero le era
imposible, el menor siempre causaba problemas, respondía mal a su tía Ana, hasta la insultaba e
incluso una vez le robó para irse a pasear con amigos.
Entonces, cuando Tom había cumplido los dieciocho años y Bill los quince, Ana no pudo criarlos
más. Le pidió encarecidamente a Tom que vivieran en otra casa, pues los hijos de ella empezaban
a rebelarse como Bill, él se había convertido en una mala influencia y Tom entendió. Tuvo que
regresar a la casa de sus padres que habían arrendado en aquel entonces, la recuperaron para vivir
solo los dos.
Al principio había sido muy difícil, Tom no tenía un carácter fuerte como para poder controlar y
dominar a su hermano. Por más amable que pueda ser, siempre se le escapaba de las manos. Y a
veces las peleas eran tales, que él pensaba seriamente rendirse, ¿cómo? Simplemente dejarlo,
formar una vida y que Bill formara la suya.
Pero no podía, él lo quería y mucho a pesar de todo.
Aquella mañana en la que él despertó, Tom había preparado el desayuno y Bill bajó tarde como
siempre a intentar comer algún bocadito.
—¿Qué es esto? —preguntó un poco fastidiado al sentarse en la silla y ver la extraña forma de los
panes.
—Buenos días, es tu desayuno. —Tom se había levantado a las cuatro de la mañana para amasar
algo de pan puesto que Bill, el día anterior, había terminado con todo lo que tenían en el
refrigerador—. No se me ocurrió otra cosa.
—¿Por qué no fuiste al supermercado ayer? Ya no hay nada en la nevera… —Tom frunció el ceño,
su hermano era tan inconsciente de las cosas.
—Aish… —Hizo una mueca de fastidio—. Nunca hay dinero, esta vida es mierda.
—Habría comida Bill si superas ahorrar un poco, si supieras que lo que uno compra debe durar y…
—¡Ya! —lo interrumpió—. ¡Basta! ¡Siempre estás gritándome, reclamándome todo! ¡Me voy! —
Apenas comió un pan y salió de ahí sin antes patear la silla de pura incomodidad. Dio un sonoro
portazo a la puerta y desapareció.
Tom suspiró en la cocina, otra vez no sabría en qué andaba su pequeño hermano.
En la escuela, siempre era lo mismo, estudio y más estudio, profesores aburridos, materias
aburridas, Bill ya estaba cansado de todo.
No le gustaba juntarse con nadie, era de estar discutiendo o peleando, pero tenía dos amigos
cercanos. Estos eran sus amigos de conveniencia nada más y uno de ellos se consideraba su novio,
aunque Bill lo veía como un pasatiempo. Sus amigos eran de escaparse de la escuela, como él, por
eso estaba con ellos.
—¿Vamos? —le preguntó Gustav alistando su mochila. Iban a cambiar de materia, pero ellos
habían preferido escapar.
—Un momento. —Bill necesitaba dinero, pues sabía dónde le llevarían Gustav y Georg, así que
sacando un libro de Anatomía de su mochila, se acercó hacia la carpeta de una de las alumnas del
salón—. Hola Lucie —sonrió amable—. ¿Y? ¿Cómo es? Aquí está el libro… —Ella le sonrió sacando
dinero de su bolsillo.
—Sí, mis padres me dieron el dinero. —Un libro que Tom le había comprado trabajando duro, no
era de primera, pero estaba en buen estado, había valido sus doscientos euros y ahora era
revendido en solo cincuenta. Bill le dio el libro recibiendo el dinero a cambio.
—Gracias linda. —Y con toda la emoción en el cuerpo salió de ahí con sus dos amigos.
Escalando una pared, evadieron toda la seguridad del local, pudieron salir de ahí y corrieron a la
estación del tren.
Gustav tenía una casa en donde sus padres no estaban, igual que Bill se crió sin padres, pero no
porque éstos hayan muerto, simplemente a sus padres no les importaba él. En cambio Georg tenía
una mamá, pero ésta era una de la mala vida. Los tres compartían los mismos intereses, a Bill no le
quedaba otra que andar con ellos aunque no quisiera.
Juntaron su dinero y sumó una buena cantidad para porros, el nuevo pasatiempo de ellos. Así que
dejando sus mochilas en casa de Gustav se aventuraron a los callejones de aquella ciudad para
conseguir lo que querían.
—Creo que hay una fiesta de día —habló Georg encontrando un lugar abierto a esas horas de la
mañana, era una casa en donde había música y era lógico pensar que habría marihuana y el
preciado alcohol que ellos necesitaban para pasar un día agradable.
—Pues vamos —animó Bill, entrando emocionado.
Así empezaba ese día… Y encontraron algunos amigos y amigas conocías ahí dentro, ya habían
visitado ese barrio muchas veces, así que sabían que la pasarían genial.
Había un cuarto medio oscuro con pequeñas luces que lo alumbraban, algunas mesas donde gente
mayor que ellos jugaba casino y otros billar. Ellos prefirieron pasar de ahí e ir hacia otra habitación
en donde estaban los fumadores, así que compraron sus respectivos porros y algunas latas de
cerveza.
Gustav encontró una vieja novia en medio de los amigos y se fue con ella a pasarla bien, en cambio
Bill quería encerrarse en su mundo y que la marihuana surgiera efecto llevándolo a una dimensión
de colores y alegría temporal, pero Georg estaba a su lado y cuando eso pasaba sabía que
terminaría follando con él en alguna habitación.
—Georg, no —dijo un poco fastidiado cuando éste intentó besarlo, estaban sentados en unos
sofás y habían algunas otras personas ahí drogadas, cada quien en su mundo como para
percatarse de los dos menores de edad presentes. Georg posó una mano sobre su pierna—. ¡Qué
no! ¡Mierda, qué no entiendes! —Se levantó con su porro en mano y caminó tambaleándose en
medio de la gente. Georg le dio una calada a su porro, esperando un poco, pronto sería suyo otra
vez.
Si Bill pudiera desaparecer a la gente del planeta y que le dejaran fumar un porro, lo haría, pero
tenía que soportar a los presentes ahí, se sentó en el suelo junto con otros chicos que reían y la
pasaban muy bien, Bill no podía esperar para sentir toda aquella sensación.
No tardó mucho, luego estaba bailando junto a todos, reía y gritaba un montón de incoherencias,
permitió que Georg se le acercara; total, lo conocía desde hace mucho. Bailó con él y se besaron.
Ni supo cómo terminó en un colchón de alguna habitación. Aún reía y se removía en la cama con
Georg besándole insistentemente.
—¡Georg! Si no eres cuidadoso la pagarás muy caro, ¿me entendiste? —amenazó entre risas y
alucinando un montón de cosas psicodélicas a su alrededor… veía a Georg grande e imponente y
eso le gustaba.
—Lo seré. —Le besó en los labios y luego lo volteó contra la cama, Bill apoyó las manos en el
colchón, aferrándose a él—. Voy a follarte…
Y así fue, la tarde se llenó de situaciones intensas, música, sexo, drogas, cada quien buscaba
sentirse bien.
Las horas pasaban rápidas para Bill, pero muy, muy lentas para Tom, quien sentado en su cama
esperaba por su hermano. Mirando el reloj sobre su mesa de noche, eran las doce y no llegaba. Se
suponía que debía estar en casa a las cinco que salía de la escuela, pero conociendo a Bill, casi
siempre estaba a eso de las diez, pero rara vez llegaba a las doce.
—Esperaré hasta la una —se dijo a sí mismo, recostándose en su cama, pero sin poder dormir.
Había tenido un día estresante en su trabajo en una cafetería, no había otra opción, por el
momento solo trabajaba por él y para Bill. Había dejado de estudiar pues necesitaban con urgencia
dinero.
Los minutos pasaban y por más que marcaba el número de Bill, éste tenía apagado el celular. Tom
no pudo más y salió a buscarlo.
Conocía la casa de Gustav, pensó que estaría ahí, así que con mucha molestia condujo hacia allá
gastando el petróleo que se supone debía durarle una semana para ir al trabajo.
Cuando llegó a la casa de Gustav, solo encontró a la hermana de éste, quien le abrió la ventana
bastante fastidiaba, ya que casi era la madrugada.
—¿Ah? —Respondió desde su ventana—. Ah, sí, el niño que se pinta los ojos.
¿Una fiesta? ¡Una fiesta! Si él lo encontraba en una fiesta estaba seguro que habría alguna
consecuencia para él, eso era el colmo. Él siempre se desvelaba por Bill y esa no era forma de
pagarle todo.
Estacionó su auto en una cochera, prefirió pagar un local antes de que le pasara algo a su único
auto, herencia de sus padres.
Caminó con la sangre hirviéndole, estaba molesto. Veía a su alrededor a las prostitutas con
clientes, los hombres comprando drogas, y algunas pandillas haciendo de las suyas, ese no era el
mundo para su Bill.
Arriba en la habitación, Bill se removía en la cama al sentir un cuerpo sobre él, abrió los ojos de su
pequeña siesta.
—Hola nena —le saludó un hombre horrible, él abrió los ojos aún con su cabeza punzándole de
ese dolor de resaca. Alzó su rodilla y le impactó una patada en la entrepierna, el otro cayó al suelo
removiéndose.
—Hijo de puta —masculló buscando con su vista a su supuesto novio, Georg no estaba ahí—.
Idiota, me dejó solo. —Se levantó y buscó sus ropas—. ¡Mierda! Dónde está todo… —Empezó a
airarse cuando la vista no le ayudaba a encontrar al menos su ropa interior—. ¡Georg! —gritó
llamándolo, pero al parecer se había ido.
Mientras se movía en la cama, el dolor llegó a su cuerpo, frunció el ceño al sentir esas molestas
punzadas en su trasero, rogaba para que solo haya pasado con Georg, al cual reclamaría
severamente cuando lo viera.
Caminó por la habitación oscura encontrando su ropa junto con otras prendas de otras personas
que yacían ahí, el hombre que había querido acostarse con él, yacía en el suelo dormido después
de la patada que había recibido.
Bill se angustió al ver la hora en un celular que encontró entre las ropas, se percató que había
perdido el suyo, pero no había tiempo para lamentarse. Que sea la noche significaba mucho
peligro… Las pandillas solían tomar las fiestas de noche, por lo general ellos salían de ahí a eso de
las diez para prevenir confrontaciones que hasta podría llevarlos a la muerte o ser violados por
alguno de ellos.
Cuando pudo vestirse con alguna ropa, caminó por entre la gente semi dormida y bajó de la
habitación. Abajo la música era estrepitosamente alta y la gente era totalmente desconocida y
mucho mayor que él. Se lamentó mentalmente y bajó apoyándose en la baranda de la escalera,
estaba tan mareado que empezó a preocuparse, quizá debía esperar a que amaneciera para poder
regresar a casa.
En eso escuchó una discusión y una voz conocida que lo llevó a la lucidez en una. Casi corrió
cuando vio un grupo de matones amontonados alrededor de un chico… era Tom.
Casi se le sale el corazón al verlo ahí en el suelo gritando tan alto que pasaba a la música,
retorciéndose de dolor producto de tantos golpes.
—¡Quita! —lo jaló un hombre alto y lo lanzó hacia la pared, todos aquellos hombres hablaban de
ajusticiamientos y la gente empezaba a alejarse de la escena, era seguro que sangre correría
dentro de poco y Bill sabía eso.
—¡Es mi hermano! —gritó el menor pensando que eso detendría el supuesto ajusticiamiento.
Lamentablemente habían confundido a Tom con algún integrante de una de las pandillas rivales
que se encontraba ahí que ni lo escucharon, solo se centraron en su actitud sospechosa cuando
entró mirando a todos buscando a un tal “Bill Kaulitz”, aquellos hombres que jugaban cartas se
incomodaron, por ello se lanzaron sobre él y al ver su resistencia, querían matarlo porque les
parecía aún más sospechoso.
Todo pasó en cámara lenta cuando Bill vio a un hombre sacar una navaja y frente a sus ojos
apuñalar a su hermano en el pecho. Tom gritó estrepitosamente; pero Bill, él estaba tan airado
que simplemente corrió a los brazos de su hermano herido.
—¡Tom! —gritó lo más alto que dio su voz y los presentes se perturbaron por un momento, y no
impidieron que el pequeño joven se acercara gateando al cuerpo moribundo de su hermano aún
con la navaja clavada en su pecho.
—Bill… —apenas susurró—. Tranquilo… —podía ver los ojos de terror con que lo miraba…
—Te odiaré si te mueres, no puedes morir Tomi, espera… —Miró hacia arriba con odio a aquellos
grandes hombres que empezaban a retirarse; si alguno moría, la fiesta se daba por terminada por
temor a que la policía llegara.
—Bill… —susurró débilmente llevando una mano hacia el rostro del otro quien lo miraba
pensando que sería la última vez que lo vería con vida.
La dueña del local salió desesperada de una de las habitaciones y apagó la música en una. Los
presentes empezaron a retirarse poco a poco y la pandilla que había apuñalado a Tom prefirió
darle la espalda e irse, no sin antes amenazar a Bill de que no hablara nada. Le habían hecho un
corte en el brazo como señal, era una herida superficial. Pero para él era lo de menos.
La señora del local lo echaba como perro callejero, muy nerviosa, vociferaba una serie de insultos.
Él enfocó su vista en Tom, esta vez, ya ni hablaba, tenía los ojos cerrados… Bill comenzó a
desesperarse.
—¡No puedo sacarlo de aquí! —Le gritó con rabia—. Debo llamar a una ambulancia o morirá. —
Buscaba desesperado su celular, el que había encontrado en la habitación, pero ya no estaba en su
bolsillo…
Bill tocó la mano de su hermano sintiéndola muy fría, mala señal, además la polera ploma que
tenía puesta, estaba teñida de sangre en el pecho, y eso que aún no habían sacado el puñal, no lo
harían puesto que se desangraría aún más.
—Tomi… —acariciaba su rostro para ver si estaba consciente aún, Tom solo movió el entrecejo y
jadeó de dolor—. ¡Estás vivo! ¡Maldición, cómo te saco de aquí! —gritó rabioso mirando a todos
lados, no había nadie con la disposición de ayudarlo.
Ambos con cuidado, pusieron a Tom en la frazada y lo alzaron. Bill pudo revisarle los bolsillos,
percatándose de las llaves del auto que tenían, y el número de la cochera en donde estaba.
—No vayas a delatarme o te matarán, sé quien eres —le decía la señora—. Llévalo al hospital y
vivirá, pero no quiero investigaciones policiales aquí.
—¿Qué?
—Nada —la miró molesto—. Juro que si se muere… poco me importará morir yo, así que
regresaré.
Llegaron a la cochera y metieron a Tom en el asiento trasero del auto, lo recostaron ahí y aún
respiraba con mucha dificultad, pero lo hacía. Bill entró de rodillas a acomodarlo un poco, lo más
rápido que dieron sus piernas, Tom se estremeció cerca de él y tosió asfixiándose.
—Tom… Tomi, tranquilo —su cuerpo se sacudía un poco—. Estoy aquí, mírame… —Tom tenía los
ojos cerrados y una expresión de dolor. Pudo ver aquel líquido rojos que salía de su boca y
tosiendo manchó la polera que Bill tenía puesta, no había mucho tiempo —¡Maldita sea Tom, no
te mueras! —dijo mientras salía del auto para abrir la puerta del conductor y sacarlo de ahí. La
señora había desaparecido, no le sorprendió aquello.
Ahora debía manejar tan rápido como una ambulancia… debía llamar a una, sería lo ideal, pero al
salir con el auto de aquel lugar, pudo ver a la pandilla esa que había dañado a Tom hacerle señas
para que se detuviera. Pisó el acelerador sin importarle nadie y pudo sacar a su hermano de aquel
barrio. Era mejor no llamar a la ambulancia.
Manejó unos diez minutos antes de divisar el hospital, miraba de rato en rato a Tom por el espejo
retrovisor, esta vez había dejado de lamentarse, no hacía ningún sonido.
—Tom… —volvió a llamarlo por milésima vez—. Ya estamos en el hospital, pronto estarás bien…
—Frunció el ceño—. ¡Más vale que me estés escuchando, mamón! ¡Que si te mueres...! —No
pudo seguir hablando ya que un nudo incómodo se formó en su garganta, gruñó molesto,
apretando las manos en el volante.
Ingresó por emergencia y detuvo el auto. Bajó de ahí y se puso a gritar ¡Auxilio! Hasta que unas
enfermeras con una camilla acudieron a él.
Sacaron a Tom y lo condujeron hacia la sala de operaciones… Bill donó parte de su sangre y
permaneció en la sala de espera llamando a su tía Ana a través del celular de Tom. Aunque ella no
pudiera ir a socorrerlo, necesitarían mucho dinero para los gastos.
—Quiero verlo.
—En un momento podrá. ¿Ya ha puesto la denuncia? —Bill negó con la cabeza—. Qué espera…
¿dónde están vuestros padres? —Bill frunció el entrecejo.
—Metros bajo tierra. —Se cruzó de brazos y luego el doctor se fue puesto que lo llamaron—.
Idiota… —masculló sentándose otra vez en la sala de espera, pero ahora se sentía bastante
aliviado, Tom estaba vivo.
“Georg, me las pagarás, cabrón” lo envió y luego de algunos segundos, una llamada entraba, miró
la pantalla, el número de Georg. Lo apagó en una y luego sonó otra vez causando que el pelinegro
gruñera de fastidio y apretara la tecla verde.
—¡Que no quiero saber nada contigo, por tu culpa casi matan a mi hermano!
—¿Qué? Pero… —No lo dejó terminar y lo cortó. Pero Georg era bastante pesado. Al cabo de unos
segundos, entró un mensaje de texto.
“Te quise levantar, me metiste un puñete en el ojo, ¿qué querías que haga? Tuve que irme pues
era demasiado tarde, además te dejé dinero cerca de tu ropa”.
—Cabrón. —No había dinero cuando él había despertado, ese lugar era el más peligroso de todos.
Pasaron algunas horas en los que él no quiso pensar en nada y luego una llamada entró al celular,
era su tía quien había hecho un depósito de dinero que llegaría a la cuenta de Tom para los gastos,
ahora Bill debía administrar aquello.
—Jovencito —llamó una enfermera—, puedes pasar. —Su corazón dio un brinco, vería a su
hermano, realmente tenía algo de temor de verlo, de encontrarlo peor, o que lo odiara por sus
estupideces, así que se puso serio y se encogió de hombros mientras pasaba a una sala toda
blanca en donde había dos camas, una de ellas tapada con una cortina blanca, la cual la enfermera
descubrió para que pudiera ver a Tom, éste estaba dormido con tubitos en su nariz y agujas
clavadas en la mano y brazo—. No lo despierte, le ha costado mucho dormir. —Bill le frunció el
ceño indicándole querer privacidad, la enfermera salió de ahí.
—Tom… —Se suponía que debía dejarlo dormir, pero no pudo evitar querer saber si él lo odiaba,
la culpa que sentía empezaba a incomodarle demasiado. Tom seguía con los ojos cerrados,
respirando pausadamente—. Tom, lo… —intentó disculparse, pero aquella disculpa murió en su
garganta, tragó saliva—. Olvídalo, la tía mandó dinero, no sé qué hacer… —silencio, Tom parecía
tener sueño profundo—. ¡Tom! —casi de un sobresalto abrió sus ojos, y se agitó un poco—. Al fin
despiertas…
—Bill, ¿estás bien? —Alzó su mano en busca de la de Bill, éste le sonreía, era el mismo Tom de
siempre—. ¿Qué pasó?
—Te accidentaste… —Pero luego de un momento Tom pudo recordar lo acontecido y frunció el
ceño encarando a Bill—. ¿Qué?
—Cómo que, “¿qué?” —Buscó el brazo delgado de su hermano, Bill puso los ojos en blanco
suspirando resignado, sabía que le sermonearía como siempre—. Sabes lo que pudo haber
pasado, ¿verdad? ¡Contesta!
—¡Sí! Ya no me grites ni me trates como un niño, no pasó nada… estás vivo es lo que cuenta, no
debiste ir a buscarme Tom, ¿por qué lo hiciste? —Tom pestañeaba seguido, anonadado de la
respuesta estúpida de su hermanito.
—¿Cómo que por qué? ¡Qué querías! Que durmiera tranquilamente a la una de la mañana
mientras no sabía nada de ti y ni contestabas el celular. —Comenzó a agitar y se sacudió luego de
una mueca de dolor, empezó a toser.
—Tomi… —Nada, su hermano se ponía casi rojo y Bill salió gritando por una enfermera—.
¡Enfermera! ¡Malditas lentas! —Entraron dos de ellas.
—Retírese —pidió una casi empujándolo—. Le dije que no lo despertara, ¿qué no entendió?
Salió murmurando una serie de molestias, estaba harto de estar en el hospital, pero no podía dejar
a Tom ahí, y no tenía otro lugar en donde estar.
***
Pasaron tres días en donde Bill la pasó en el hospital, comprando medicamentos, viendo si Tom
podía regresar a casa o no. Estaba comenzando a aburrirse demasiado hasta que el doctor dijo que
podía recuperarse en casa.
Tom estaba tan emocionado por regresar a casa, pudo salir caminando del hospital en compañía
de su hermano menor. Éste lucía algo emocionado también, haber pasado días en el hospital lo
estaba volviendo loco.
Al llegar a casa, Bill tenía en mano toda una lista de cosas que comprar, estaba empezando a
frustrarse. Medicamentos, recetas, dietas, un sin fin de cosas… no pensó que cuidaría de Tom
ahora.
Tom se recostó en su cama, se sentía un poco débil y esperaba que se le pasara el mareo
incómodo además de su respiración rápida, poco a poco su pulmón dañado mejoraría, sólo no
debía hacer esfuerzo, debía mantener reposo. Además tenía un brazo fracturado el cual habían
operado y estaba enyesado.
Abajo, el menor comenzaba a ponerse muy ansioso, tanto así que empezó a caminar por toda la
sala con una libreta en mano y el número de cuenta de Tom, su tarjeta de crédito. Hacía algunas
sumas.
—Joder, esto no alcanza —mordía su lápiz y volvía a sumar—. ¿Dos tabletas de alprazolam? —Hizo
una mueca de molesto y mascó su lápiz otra vez quitándole el pequeño borrador que éste tenía—.
Que sea una…
Así empezó a modificar las recetas, así como también a desesperarse cada vez más.
Salió de casa y sacó el dinero que su tía había depositado, más de trescientos euros, nunca había
tenido esa cantidad grande en las manos. Comenzó a ponerse nervioso y su mente a tramar tantas
cosas para calmar aquello.
Las manos le temblaban tanto y llegó a la puerta de su casa, respirando agitado, al borde de un
ataque de algo. Se apoyó en la puerta y miró a todos lados. Luego sacó el celular de Tom del
bolsillo y tecleó un mensaje.
Se sentó en la pequeña escalera de la entrada de su casa y esperó ahí unos largos minutos,
comiéndose las uñas de tanta ansiedad, les quitó el esmalte.
Luego divisó una moto, y escuchó un silbido de saludo. Era Georg, qué rápido. Bill caminó hacia él
y apenas lo saludó, se subió en su moto y ésta arrancó.
—¿A dónde llevo a mi bebé? —Recibió un golpe en la cabeza de parte del otro.
Algunas horas pasaron en la cuales Tom se preguntaba por Bill, ¿tanto tardaba en traer a casa la
lista? No era difícil de comprar todo aquello.
—Debí ir con él —se lamentaba, ahora sentado en el sofá de la sala, intentando ver una película
para distraerse. Fue a la cocina por un vaso de agua, necesitaba sus pastillas para evitar el dolor,
las infecciones, todo eso, pero no tenía ningún medicamento. Empezó a preocuparse, pero más
por Bill que por él mismo.
El sueño lo venció y dio una pequeña siesta sobre el sofá… Despertó en la noche de un sobresalto
al recordar el incidente violento de hace días. Estaba sudando y respirando agitado y sentía mucho
dolor en el pecho, debía tomar una pastilla.
Vio la hora que era, casi las diez de la noche, y le dolió el corazón de angustia al percatarse que Bill
no estaba… No debió haber confiado en él, simplemente no debió.
El dolor se hacía más intenso, aunque no superaba al la preocupación que sentía, pero esta vez no
podía buscarlo. Empezó a sentirse débil y pensó en llamar a emergencias para que vayan por él y
le suministraran alguna cosa que calmara el dolor.
Sin embargo, en cuanto estuvo por hacerlo, Bill entró a la casa, bastante agitado, nervioso y ni
quería mirar a Tom.
—Bill. —Se le acercó a paso apurado, contrayendo su rostro por el dolor—. Qué pasó. —Éste le
miraba, caminó hacia la cocina con Tom detrás y puso una bolsa de compras sobre la alacena—.
¡Bill!
—Ya estoy aquí, ¿ok? No me grites… —Le daba la espalda sacando las cosas de aquella bolsa,
había una tableta de pastillas, las cuales sacó y dio a Tom junto con un vaso de agua—. Aquí
tienes. —Sus manos temblaban tanto, Tom lo notaba, pero necesitaba esa pastilla, así que se la
tomó casi desesperado.
Luego de ello, mientras Bill subía a su habitación, Tom fue tras él, aunque con paso más lento, aún
así logró tomarle del brazo y encararlo.
—¿Qué pasó? ¿Dónde estuviste? —Los ojos de Bill chocaron con los de él y simplemente esta vez
bajó la cabeza, Tom lo zarandeó un poco—. Dime… qué pasa —suavizó el tono de su voz, Bill lucía
triste y bastante nervioso. Acarició el rostro de su pequeño hermano, y Bill simplemente se dejó,
de todas maneras sentía que lo necesitaba—. Bill, ven aquí. —Lo jaló para luego abrazarlo, Bill se
aferró a él en el silencio. Se sentía tan culpable, pero aún así podía sentir que Tom lo quería, pese
a todo—. ¿Dónde estuviste? —Bill se alejó un poco y le dio la espalda.
—¿En qué andas? Qué pasa contigo. —Se le acercó otra vez y le tomó del brazo, Bill se estremeció
y se alejó de él.
—Déjame. —Avanzó unos pasos y se metió a su habitación, cerrando la puerta tras sí, dejando a
Tom con la palabra en la boca.
Tom regresó a su habitación, con una mala corazonada, algo serio pasaba con su hermano y al
parecer nunca podía confiarle nada. Desde mucho antes eran de pelearse, Bill se comportaba
como un rebelde todo el tiempo. Pero Tom no podía intuir en todo lo que su hermano estaba
metido, no tenía idea.
Las horas pasaron y el alivio llegó a su cuerpo, así que pudo cerrar los ojos para dormir. No pasó
mucho tiempo en cuanto sintió un peso al lado de su cuerpo, era Bill con su pijama, olía muy bien,
se había dado una ducha y se adentraba con confianza en su cama.
—¿Puedo dormir aquí? —Tom asintió con gusto, acomodándole un mechón de cabello detrás de
su oreja.
—Entonces, ¿qué es? —Bill tragó saliva, no eran pesadillas, era la inmensa culpa que no lo dejaba
dormir…
Las horas pasaban, y el cansancio y debilitamiento hicieron que Tom pudiera dormir, sólo él,
porque Bill estaba con los ojos muy abiertos observando a su hermano.
Una mano de Tom estaba sobre la suya, minutos antes se la había tomado para acariciarle, pues
Bill no quería hablar, así que de tanto esperar alguna respuesta terminó así, dormido.
Bill pestañeaba seguido sintiendo el calor de su hermano, esa sensación familiar y reconfortante
que era sentirse seguro, querido en cierta forma a pesar de lo que había hecho. Suspiró y cerró sus
ojos, pero todo lo que veían eran sombras perturbadoras de su conciencia que le recordaba lo que
había pasado apenas horas antes.
Había gastado los trescientos euros que su tía había mandado, había podido comprar algunas
cosas eso sí, pero duraría tan poco. Junto a Georg había gastado todo en drogas y cervezas, aún
sabiendo que hacía muy mal, no había podido evitarlo, necesitaba escapar, lo necesitaba con
urgencia.
Con los ojos abiertos en la total penumbra, se acercó más a Tom, para luego acurrucarse en su
pecho, intentando poder dormir esta vez. Sintió a su hermano moverse y con el brazo que no tenía
vendado, rodeó su cintura.
—Es la noche.
—Ven aquí —abrió sus brazos, aunque solo pudo extender uno ya que el otro estaba con el yeso.
Bill se le acercó dudoso, y posó su cabeza sobre su pecho—. Duerme…
A la mañana siguiente. Tom despertó con dolor en el pecho, estaba tosiendo y recordó que debía
tomar algunas pastillas. Su cabeza daba vueltas y se lamentaba en sobremanera. Aquel estado lo
tenía postrado en la cama, se sentía como un anciano convaleciente, él quería recuperar su
vitalidad y así sacar adelante su familia, o sea: Bill, que por cierto, no estaba en la cama, había
dejado al lado un revoltijo de sábanas que no acomodó, aún estaban tibias.
Se levantó pesadamente y salió de la habitación después de cambiarse de ropa. Sin muchas ganas
se aseó y bajó a preparar el desayuno, aún tenía ese deseo de responsabilidad en el pecho, algo
que le decía que debía hacer algo.
Bill no estaba y él suspiró resignado, ¿dónde estaría? Era demasiado temprano para ir a la escuela,
eran las seis de la mañana, Bill solía salir a eso de las siete y media, ¿dónde habría ido? Otra vez la
angustia regresó a él.
Mirando en la cocina, estaba la bolsa de compras que había traído Bill la noche anterior. Sus
medicinas y algunas cosas para la semana. Cuando empezó a revisarla y ver los recibos de las
compras frunció el ceño al percatarse que apenas había comprando medicinas para dos días y
comida también para pocos días… apenas un importe de setenta y cinco euros, de los trescientos
que había en su tarjera.
Exclamó un grito de desesperación y golpeó la mesa. Miró a todas partes, se sentía perdido y sin
poder trabajar, ¿cómo podrían sobrevivir?
Caminó hacia la sala, llamaría a David, su jefe de la cafetería en donde trabajaba, estaba por
rebajarse y pedir un préstamo. Pero cuando estuvo a punto de llamar, la puerta se abrió y un
abrigado Bill entró en casa, con una capucha que le cubría casi hasta el rostro.
—¿Dónde fuiste? —habló Tom bastante serio, Bill bufó notando que su hermano mayor quería
regañarlo.
—No te importa.
—¡Me importa! —gritó y luego tosió lamentándose de su estado, Bill quiso ir por él, pero Tom
retrocedió, no quería que le tocara—. Escúchame… cof, cof… ¿cómo puedo confiar en ti? ¡Dime!
¿Quieres que nos muramos de hambre? ¡Quieres matarme! Porque si es así, me hubieras dejado
allá desangrándome. —Bill tragó saliva, sabía que lo había descubierto, apretó sus puños
queriendo responderle, gritarle, quería hasta golpearlo, se sentía rabioso. Aquella sensación de
fastidio intenso regresó.
—¡Déjame en paz! —diciendo eso, sacó de su bolsillo doscientos euros y se los lazó a la cara—. Ahí
está tu puto dinero, no te debo nada. —Corrió rumbo a su habitación ante la atenta mirada de
Tom quien se quedó anonadado. ¿Y ese dinero?
No se quedó ahí parado, pesadamente empezó a subir las escaleras, y casi agitado llegó a la
habitación de Bill, ésta estaba cerrada, así que la tocó.
—Abre Bill… —había un silencio sepulcral—. ¡Bill! —otra vez empezó a toser desesperadamente.
Bill sabía que si no abría la puerta, su hermano gritaría por él así su pulmón amenazara con
salírsele del cuerpo. Entonces arrastrando el paso, se acercó a la puerta y le quitó el cerrojo,
regresó y se sentó en la cama. Su hermano entró y en silencio se sentó a su lado.
—¿Qué pasa? —le dijo calmando, Bill no quería mirarlo.
—¡Nada! Deja de meterte en mi vida Tom, soy grande, ¿no me ves? —Se puso en pie y Tom se
quedó quieto, no quería provocar que se vaya otra vez, podía ver como su hermano se molestaría
aunque intentara calmarlo.
—De acuerdo, no te diré nada aunque merezca saberlo. —Se levantó de ahí y se dispuso a salir,
pero su mirada se enfocó en una mesa vacía del cuarto de Bill en donde debería estar un estéreo
—. ¿Qué pasó con la radio? —Bill se encogió de hombros—. Bill…
—Bill…
***
Ya eran las cinco de la tarde y en todo el tiempo libre se dedicó a limpiar toda la casa, aunque
lentamente. No quería sentirse débil ni mucho menos inútil, así que soportando un poco el dolor y
el cansancio arregló todo… incluso la habitación de Bill, encontrando algunas colillas de cigarrillos
debajo de su cama, se amargó al darse cuenta que era marihuana, cómo Bill fue capaz de fumar
eso a los dieciséis años.
En medio de ropa sucia y papeles de hojas de cuaderno rotas, encontró una libreta, una bastante
usada, no le dio importancia, la tomó para ponerlo en un pequeño librero que ahí había, pero por
sus manos algo débiles, se le terminó cayendo de las manos y se abrió en el suelo, habían unos
garabatos hecho con lapicero negro, parecían dibujos.
—¿Qué es esto? —le dio curiosidad.
“A veces siento que no soy de aquí… apuesto y soy adoptado” decía una parte con letras
desordenadas y luego había un dibujo de alguien apuñalando a otro y muchos garabatos como
bolitas negras echas con mucha presión hasta casi romper la hoja. Volteó la página dándose
cuenta que toda la libreta estaba llena de frases, dibujos y garabatos extraños. “Tomtomtomtom”
decía una página y luego un dibujo de él con rastas muy largas como ramas de un árbol que se
elevaban al cielo y se quemaban en una especie de sol… algo que a Tom le pareció un poco
perturbador. Debajo de aquel dibujo había otra frase “Te odio por ser así…” cerró sus ojos algo
apenado. ¿De qué tenía culpa? No lo sabía, pero en aquellas páginas había muchas caricaturas de
él y muchas frases extrañas “El perfecto Tom”, “Naciste para vivir, nací para morir”, “Maldito, hoy
me quitaste las ganas de quererte”, “¿Por qué todos quieren ser como tú?”, “Alguien te dio
corazón y alguien quitó el mío”, había un corazón dibujado con mucha sangre. Los dibujos eran
hechos todos con una pluma roja en esas páginas… Luego de voltear la página, había dibujos de
muchas lágrimas y lo que parecían ser ojos. Había además una curiosa cruz dibujada, algo en Tom
saltó al ver esa cruz como si fuera realmente una letra T y más adelante muchos dibujos con
aquella cruz clavada en muchos corazones sangrientos.
Él no podía interpretar lo que eso significaba, pero se llenó de sensaciones extrañas ante eso,
como si pudiera sentir lo que Bill sentía, una especie de frustración y una desesperanza.
—Me ve como su enemigo… ¿por qué? ¿Por qué me odia? —Tom se desesperaba por saberlo,
pero no podía hallar respuesta en su mente.
Guardó la libreta en el estante de libros y salió de ahí con una bolsa llena de basura, dejando la
habitación de su pequeño hermano, reluciente.
Ya abajo, buscó tomar agua, sentía que se asfixiaba, de todas maneras debía velar por su salud,
debía mejorar o si no… no habría más que hacer.
En la cocina, preparó una cena, algo sencillo como pasta con queso, algo que sabía que le gustaría
a su hermano. Alistó la mesa cerca de las siete de la noche y llamó a Bill, éste no le contestaba el
teléfono y empezó a angustiarse.
—La cena está lista… —Algo dentro de Bill saltó, esperaba una regañada, un reclamo, algo de
parte de él, pero lo esperaba con la cena.
—Pensaba… creí que debería hacerlo yo, por eso vine algo temprano… —apenas dijo yendo a la
cocina para lavar sus manos.
—Ya veo —dijo Bill con su voz calmada. Tom sintió un alivio, al parecer su hermano estaba de
buen humor—. Espaguetis con queso, sabes que me gusta. —Le sonrió yendo hacia la mesa para
sentarse, tenía un hambre voraz.
—Justamente, lo hice para ti. —Bill seguía sonriéndole, Tom había olvidado lo lindo que era Bill
cuando sonreía.
Ambos cenaron tratando de no tocar temas incómodos como el dinero, o que hacía Bill cuando
salía, o si Tom estaba mejorando o empeorando, o si mañana habría comida o no. Evitaron eso y
se dedicaron a hablar de temas superficiales, de recuerdos lindos del pasado.
—Extraño a Scoty —dijo Bill—. A esta casa de mierda le falta una mascota.
Tom podía recordar cómo Bill quería a ese perro de la infancia, jugaba con él, y hasta era
demasiado amable con ese perrito, sólo con un animal podía mostrarse así. A veces Tom se ponía
celoso de la preferencia que Bill tenía para con Scoty y no para con él. Cuando Scoty murió meses
antes que sus padres murieran, fue la primera vez que Tom lo vio llorar amargamente días… casi ni
hablaban, su estado de ánimo se había vuelto insoportable, y ahora hablaban de aquel perro como
si nada hubiera pasado.
—Yo —rió Tom y Bill levantó su pie por debajo de la mesa dándole una patada—. ¡Auch! Ya verás
—Alzó su tenedor y le lanzó un fideo que cayó sobre el cabello revoltoso de Bill, éste se levantó de
la mesa con una enorme sonrisa y se acercó a Tom sigiloso, el de rastas levantó ambas manos en
señal de disculpas.
—Los espaguetis combinan más con el tuyo —diciendo eso, levantó su plato y lo vació en la cabeza
de Tom.
Bill retrocedió pensando que su hermano se enfadaría a tal punto que le daría una reprimenda,
como siempre creía que era Tom con él. Veía como la comida se esparcía por toda sus tan
cuidadas rastas, tragó saliva sintiéndose mal por hacerle eso, reconocía que se le había pasado la
mano.
—Ups… —dijo, pero Tom lo miró y se le lanzó encima—. ¡Lo siento! —gritó algo asustado y ambos
cayeron al piso.
—Ahora me toca a mí… —Bill abrió los ojos sorprendido, él no esperaba esa reacción de Tom, no
esperaba que lo mirase con esa sonrisa y esas ganas de jugar como cuando eran más pequeños, no
esperaba que estando enfermo esté sobre él jugando con tanta energía.
—Tomi… —apenas dijo y luego sintió como Tom frotaba toda su cabeza en él, ensuciándolo de
comida—. ¡No!
—Muajaja… —reía divertido—. Tú quisiste jugar, estamos iguales. —Lo miró a los ojos, y Bill se
puso serio, pero no como acostumbraba, no un serio de fastidio, era como estar cómodo ahí
debajo de él.
Tom se levantó un poco, no quería aplastarlo, luego se arrodillo para mirarlo, todo manchado de
queso en las mejillas, claro que Tom tenía todos los fideos enredados en sus rastas, ni pensaba
como se sacaría todo sin arruinarlas, en ese momento no le importaba.
—Te quiero Bill —dijo aprovechando esa mirada intensa que tenía el pelinegro que yacía
recostado en el suelo, apoyado en sus codos mirándolo. Vio como comenzó a ruborizarse y sonrió
bajando la mirada. Tom se mantuvo quieto en silencio y luego Bill se sentó en el piso para luego
gatear hacia él. Tom retrocedió por instinto, debía estar alerta por si su hermano se vengaba.
Pero Bill no quería vengarse, solo quería saber si su hermano lo quería, solo eso, así que llegando
hacia él, levantó ambas manos y tomó su rostro, Tom abrió la boca de la sorpresa.
—Bill… —susurró tratando de adivinar sus intenciones. El menor le sonrió bastante tímido
acercándose a él.
—Eres mentiroso…—susurró al oído, poniendo su cabeza sobre su hombro, Tom posó una mano
sobre su cintura, tratando de no caerse hacia atrás. Pestañeó seguido—. Nadie puede quererme…
nadie lo hace.
—Soy… soy lo contrario a ti… —apenas dijo sintiéndose pequeño y bastante infantil, se
desconocía, había dejado de lado su coraza agresiva por un momento.
—Así te quiero. —Sintió cómo los labios de Bill le hacían cosquillas en el cuello, sintiéndole
suspirar y luego todo su cuerpo se tensó en cuanto su labios se abrieron y luego se cerraron ahí,
como un beso. Se removió un poco, agitándose de nervios ante la humedad de su lengua, ¿le
estaba besando?
—Mentira… —le dijo con una voz sugestiva a lo que Tom no sabía cómo responder o qué hacer,
tenía a Bill tan cerca, y sus brazos le rodearon el cuello, Tom solo pudo dejarse nada más, no
quería romper el contacto.
—No miento…
—Demuéstramelo…
“Demuéstramelo…”
¿Cómo se supone que debía demostrarle algo que siempre había estado demostrándole? Con cada
acto que hacía, desde que Bill nació, él siempre estaba dispuesto a demostrarle que lo quería. Pero
siempre recibía a cambio una actitud contraria de parte del menor, y eso para Tom, no tenía
explicación.
Lo abrazó por la cintura y Bill le dio la cara, totalmente sonrojado y algo agitado, le sonrió de una
manera extraña. Tom lo miraba con los ojos sumamente abiertos incapaz de decirle algo en ese
momento; su mente intentaba descifrar las acciones del otro, ese rubor, esa mirada intensa y…
ese toque extraño que le daba a sus rastas, como caricias suaves.
Bill avanzó sobre su regazo esperando una respuesta, se le acercó tanto que Tom cayó de espaldas
con él encima. Bill rió un poco.
—Bill… —se quejó un poco, se sintió algo incómodo por la cercanía tan próxima que tenían en ese
momento.
—Siempre has sido el mejor, siempre te han preferido y tú… ¡Nunca me has querido! —Se levantó
de sobre Tom algo airado.
El de rastas no podía creer cómo podía cambiar así de actitud, ¿qué había hecho mal? Bill le
miraba resentido, con el ceño fruncido, parado frente a él, vio sus ojos brillar y luego irse tan
rápido como sus largar piernas se lo permitieron.
—¡Bill, espera! —gritó el otro levantándose pesadamente, muchos espaguetis cayeron de sus
rastas, el suelo estaba tan sucio con salsa de queso.
Bill no se detuvo, subió las escaleras y cerró la puerta de su habitación de un fuerte portazo.
Tom, a paso de tortuga, limpió toda la cocina comedor. Ellos tenían un comedor, solo que como
eran dos en la casa, preferían comer en una pequeña mesa que estaba en la cocina.
Pensaba y pensaba, qué le habría pasado a su hermano para que sea así con él. Desde pequeños
hubo una época en que comenzaron a ser tan distintos…
Cuando Tom tenía doce años y su hermano nueve, había empezado a notar que Bill era más
diferente a él en muchos sentidos. Más arriesgado, siempre había sido el más travieso y
aventurero de los dos.
Una vez, mientras jugaban con unos robots, Bill le había dicho que quería casarse con él cuando
sean grandes; Tom se lo tomó a mal, como una mala y pésima broma. Pero Bill lo había dicho en
serio, como si eso fuese posible, él se veía casado con Tom.
En aquellos años, Tom trató de mantener un poco la distancia pues notaba algo extraño a Bill,
como cuando una vez lloró desesperado por haber visto a Tom irse junto con Andreas, su amigo y
algunos otros más. Había preferido jugar con chicos de su edad, pero Bill lo tomó muy mal. Tom ya
no quería llevarlo a casa de sus amigos porque era pequeño, pensaba diferente a ellos y era muy
travieso.
Así es como Tom se fue aquella vez, un día sábado, toda la tarde, luego llamó a su mamá diciendo
que pasaría la noche allá con sus amigos, y regresó el domingo en la tarde con una gran sonrisa y
muchos juguetes en la mochila. Entró a la habitación que compartía con el pequeño Bill y no lo
encontró.
Pasó algunas horas, y recostado en la cama sintió mucho silencio, ello dos tenían en la habitación,
una pequeña jaula de un hámster que se llamaba “Bolita” que siempre hacía ruido corriendo en
una rueda. Se levantó de su cama y se acercó a la jaula… Bolita estaba muerto ahí, su cabecita
estaba algo morada, como asfixiado. Tom se horrorizó y salió de su habitación con el animalito en
sus manos. En la cocina encontró a Bill.
—Bill, Bolita murió… no sé cómo. —Bill no le decía nada, estaba cruzado de brazos.
Y esa vez fue la primera vez que Bill empezó a tratar muy mal a Tom.
A Bill le costó mucho matar a Bolita, pero sintió que alguien debía pagar su dolor… Después, él
aprendió cómo canalizar eso en él mismo y no en otros seres.
*
Bill se dio una ducha fría. Y se acostó en su cama. No tenía sueño, estaba muy ansioso, demasiado
que su respiración estaba agitada y no sabía por qué estaba ahí recostado en la cama en vez de
estar libre en la calle, ¿consideración por Tom? Hizo una mueca de fastidio y se levantó de ahí.
—Hey, ven a mi casa, ahora —le ordenó. Eran casi las once de la noche.
—Sí, justamente por eso te llamo, tienes media hora, si no vienes atente a las consecuencias —y
colgó con una sonrisa.
Tom había tomado sus pastillas para terminar de recuperarse de la operación que había tenido
hace algunos días. Había tocado la puerta de Bill ya unas tres veces, pero nada, Bill al parecer
estaba molesto y Tom aún no podía descifrar por qué. Que estresante.
En el mundo de Tom nunca había estado una chica. No se sentía gay en su adolescencia. Solo un
chico bastante anormal. Siempre habían chicas lindas a su alrededor, pero ninguna le había atraído
verdaderamente. Solo se consideró homosexual cuando tuvo su primer novio a los diecisiete, su
mejor amigo Andreas.
Una noche de verano en su casa, el rubio le había comentado que le parecía bastante atractivo,
Tom se incomodó al principio, se suponía que era su amigo, pero luego, muy de noche, Tom
intentaba dormir en la sala de la casa de Andreas, y éste bajó a despertarlo. La noche era muy
silenciosa, Andreas se arrodilló en el suelo alfombrado y en la oscuridad Tom le besó en los labios.
Así empezó su relación que duró poco… Meses después volvían a ser amigos. Aunque Andreas
siempre lo quería como algo más, en Tom no había esa disposición absoluta para con él, así que
antes de seguir ilusionándolo, decidió cortar de una vez con todo lo sentimental.
Pero aún eran amigos. Y en la soledad de su habitación, recibió un mensaje de texto de parte suya.
“¿Qué tal todo, Tom?”. Éste se emocionó un poco, hace meses que no hablaba con Andreas; y es
que, a comparación suya, Andreas sí estudiaba en la universidad para ser un abogado, y Tom,
trabajaba en una cafetería para sobrevivir junto a Bill. Por ello ya no tenían mucha comunicación.
Pero Andreas seguía queriéndolo.
“Todo bien. Excepto porque casi muero y me han operado, pero a parte de ello, todo como
siempre”. Segundos después de enviar el mensaje, recibió una llamada suya. Tom sonrió
sintiéndose a gusto.
—No te preocupes.
—Aún te quiero. —Tom cerró sus ojos escuchando esa vocecita tan cálida del rubio, sintió que lo
extrañaba, pero el destino era así—. Cuando regrese, quisiera verte.
—Espero.
—Bueno, adiós…
Por otro lado, Bill bajó las escaleras emocionado en cuando escuchó una moto aparcar cerca de su
casa, conocía ese sonido peculiar, sabía que era Georg. Se pasó una mano por su revoltoso cabello
rebelde y abrió la puerta.
—Hola, ¿al menos un besito, algo? No sabes lo que me causó venir hasta aquí.
—No tengo para la gasolina, tengo solo para el retorno, no podré llevarte a ningún lado hoy. —Bill
bufó, él quería una noche intensa de muchas cosas. Pero tampoco tenía dinero para buscar
siquiera alguna cerveza. Le había dado a Tom todo lo que había podido conseguir por su estéreo.
Se arrepintió de eso.
—Ven —jalando de la polera, llevó a su amigo con privilegios dentro de la casa y cerró tras sí la
puerta de una patada. Georg sonrió lamiéndose los labios después—. Por tardar la pagarás…
—Amo tus castigos, Bill —dijo el otro mientras era conducido por un ansioso Bill al segundo piso. A
su habitación.
Ya dentro, Bill lo miró intimidante. —De rodillas —dijo y Georg obedeció, sabía que así era al
principio y luego su rebelde novio se dejaría hacer de todo. Bill sonrió espectando una noche larga
y algo intensa, se abrió el pantalón ante la atenta mirada de Georg, quien se lamió los labios
esperando por aquello.
Por otro lado, Tom no podía dormir. Había creído escuchar la puerta de abajo sonar y luego la
escalera. Podía suponer y acertar que Bill se había ido otra vez. Su pecho dolía un poco al respirar
profundo, era mala señal, debía bajar por un calmante y algo de agua, quizá necesitaría una
pastilla para dormir.
Así que salió de su habitación, caminando con pesadez por el pasillo semi oscuro, y se detuvo en la
puerta del cuarto de su hermano. Una luz salía por el borde debajo de ésta, él sonrió al ver
aquello, Bill estaba en casa, no se había ido.
Pero luego su cuerpo se puso frío como el hielo en cuanto escuchó un gemido prolongado y luego
el rechinar de la cama al moverse tan rápido. Frunció en ceño incapaz de hacer algo y en su mente
vino la imagen de Bill con alguien más… Su sangre empezó a hervir de la furia.
—¡Más fuerte! ¡Así! ¡Ahh! —lo escuchó gritar y luego gemir tan alto, pudo escuchar al otro ahí, su
acompañante jadear.
¡Cómo se atrevió a traer a alguien a la casa! Tom no lo podía creer, una de sus manos, la más sana,
fue hacia la puerta para golpearla con todas sus fuerzas.
Dentro de la habitación, Georg detuvo sus fuertes embestidas y se puso en alerta, mirando la
puerta de Bill, felizmente trancada. Vio la cara de su novio, toda sudada pero despreocupada con
una sonrisita.
—¡Estoy ocupado! —gritó sin descaro, aún con las piernas abiertas, las cerró alrededor de la
cintura del castaño y le apretó un poco.
—Bill, es tu hermano mayor —le susurró el otro con un poco más de conciencia.
—¿Y? No manda en mí, puedo follar donde quiera, no es su vida; además, esta es mi casa también.
—¡BILL! —gritó otra vez desde afuera. Y esos gritos desesperaban más a Georg, lo intimidaban
más que al mismo Bill quien, todo lo contrario, parecía disfrutar mucho aquella situación, hacer
sufrir a su hermano—. ¡Sal de ahí ahora mismo! ¡Qué descaro! —Golpeó la puerta y luego la pateó
—. ¡Bill! —gritó esta vez más fuerte que sintió algo en su pecho romperse, comenzó a toser
desesperadamente y retrocedió.
—Hum… sigue… —habló Bill sonriéndole a Georg abriéndose un poco más, pero éste estaba
intimidado. Era la primera vez que follaba a Bill en su casa, temía por su hermano mayor, y la
erección que tenía, comenzó a bajar sin que él quisiera eso realmente.
—Bill, tu hermano se ahoga —dijo Georg con un poco de preocupación, saliendo de Bill sin
cuidado, recibiendo un manotazo fuerte sobre su pecho.
—¡Bestia! ¡Habrá consecuencias! —Se quejó un poco y luego se sentó en la cama buscando su
ropa interior que había sido lanzada a alguna parte—. ¿Dónde está mi ropa? Este me las paga, ¡me
las paga! —Se lamentaba gruñendo y evitando mirar a Georg quien buscaba las palabras en su
mente para explicar a Tom que él quería algo serio con su hermanito.
Afuera de la habitación, Tom estaba apoyado en la pared, intentando respirar sin dificultad y
sobretodo sin dolor, esto último le era imposible. Con los ojos cerrados intentaba relajarse.
Pasaron algunos minutos y la puerta de la habitación de Bill, se abrió, saliendo él con una polera y
sus calzoncillos azules, cerrando la puerta tras sí.
—¿Si? ¿Se te ofrece algo? —dijo calmado, pero luego se intimidó al ver los ojos de furia del de
rasta—. Es mi vida… —habló pausado y serio—. No te metas Tom, es mi cuerpo…
—¡Calla! —le gritó con lágrimas en los ojos, no quería llorar, pero en ese momento un sentimiento
de desesperanza lo inundó—. Dime, ¿qué hice para que me hagas esto? —Bill abrió los ojos,
dudoso pestañeó intentando entender la pregunta.
—No te estoy haciendo nada. Ahora, si me permites… no es bueno espiar detrás de la puerta. —
Sonrió un poco, pero no menguaba la ira de Tom.
—¿Desde cuando te acuestas con hombres? ¿Con quién estás ahí adentro? ¡Quién es! —Tantos
cuestionamientos juntos logró intimidar a Bill, pero sobre todo, logró que eso le gustara. Bill le
sonrió mostrándole los dientes en una sonrisa media maléfica.
—Es Georg y me acuesto con hombres desde… pues, desde que tenía catorce.
—¡Qué!
—Así dices quererme Tom… ¡nunca supiste mi vida! ¡Ahora largo! —Abrió la puerta para entrar
otra vez, y Tom aprovechó ese espacio que había ahí y empujó a su hermano entrando en la
habitación, buscando con la mirada airada a quien había osado tocar a su hermano, aún menor de
edad.
Sobre la cama, estaba un muy asustado Georg, terminando de vestirse, tenía los ojos muy
abiertos, estaba absorto y temeroso. Se puso en pie inmediatamente al ver a Tom acercársele tan
rápido y furioso.
Bill se quedó petrificado. No pensó que Tom haría eso en su estado. Lo escuchó toser desesperado
y luego agitarse mucho. Georg aprovechó eso y dándole una patada en el pecho terminó por
lanzarlo al suelo. Los ojos de Bill se abrieron enfurecidos.
—¡Qué hiciste, cabrón! —le gritó a Georg corriendo a auxiliar a Tom—. ¡Le operaron hace poco! —
Georg terminaba de vestirse lo más rápido que podía.
—¡Solo me defendía! ¡Me voy! —Bajó de la cama y Bill le dejó ir sin prestarle mucha importancia.
Estaba arrodillado en su cuarto tratando de auxiliar a Tom. Éste estaba encogido en el suelo
tosiendo desesperado, tratando de llenar sus pulmones de aire. Hasta que escupió sangre…
Bill se sobresaltó ante ello. Tom estaba grave y aún no dejaba de toser.
—¡Tom! ¡Respira por la nariz! —Sus manos fueron a sus mejillas, tratan de auxiliarlo.
Cuando Tom no pudo respirar más y se desplomó en el suelo, Bill se sintió morir. Se desesperó
tomando el celular de su hermano. Llamó a su tía.
—¡Por Dios, niño! Voy a llamar a una ambulancia para que vaya allá —hablaron un poco más, Bill
sabía que debía dar oxígeno a su hermano, o moriría en minutos.
Así que soltando el celular a un lado, se inclinó tomando el rostro de Tom, le abrió la boca y sopló
aire dentro. Lo hizo muchas veces y Tom regresó. Poniéndose de costado, tosiendo desesperado
otra vez.
—¡Tom! —gritó Bill para luego abrazarlo besándole la mejilla muchas veces—. Lo siento, lo siento
—la culpa le comía por dentro.
Con el brazo que no tenía yeso, Tom le abrazó y luego acarició su rostro suavemente. Bill lo miraba
fijamente, estaba asustado, creyó que Tom moriría.
Bill podía escuchar sus quejidos cada vez que inhalaba aire… estaba mal.
Luego de algunos minutos, una ambulancia llegó a casa. Entraron los paramédicos y atendieron a
Tom, uno de ellos reclamó a Bill severamente.
—Él no puede hacer esfuerzos, no sanará si sigue así. Debería estar internado en un hospital, pero
por lo visto, no tienen posibilidades económicas, entonces jovencito, debes cuidar a tu hermano.
—Bill puso los ojos en blanco, detestaba la gente que quería darle órdenes y creerse superior a él.
Se cruzó de brazos y bufó.
Tom reposaba en cama, le habían puesto muchos inyectables, entre ellos un calmante. Pero aún
así intentaba mantenerse despierto, quería hablar con Bill. Ya los paramédicos se habían ido. No
quería que sus ojos se cerraran para dormir.
—Solo duerme —le dijo Bill sentado en la cama. Tom frunció el ceño, pestañeando, lo veía
borroso, alzó una mano y Bill se la tomó.
Durmió toda la noche y todo el día siguiente. Bill no fue a la escuela, quería cuidarlo. Pero se
aburría tanto en casa. Se sentó en el escritorio del cuarto de Tom con su libreta de garabatos.
Empezó a escribir algunas cosas.
“Tom… estás ausente.” De pronto, comenzó a manchar las hojas de cruces y cruces, esta vez
añadiendo calaveras. “Tomi”, escribió en un corazón y luego lo manchó de negro. Otra vez su
respiración se agitaba, y sus piernas se movían, quería salir, quería escapar, quería perderse y vivir
algo intenso…
Su vista se enfocó en el televisor que estaba sobre una mesita, el televisor de Tom, ¿cuánto valdría
eso?
—… —un quejido de parte de Tom lo sacó de sus cálculos mentales. Enfocó su vista en su hermano
mayor, estaba despertando—. Bill… —susurró apenas.
Bill salió de la habitación para guardar su libreta en la suya. Bajó las escaleras hacia la cocina y
puso a hervir agua, echó unos fideos precocidos y preparó una sopa instantánea. Puso todo eso en
un plato y luego puso el plato caliente en una bandeja.
Sus manos temblaban mientras subía las escaleras. Había esa ansiedad extraña dentro de él.
Suspiró calmándose, él sabía que necesitaba un porro al menos, o alguna otra cosa que le quitase
esa sensación.
Entró al cuarto y Tom estaba despierto, le sonrió viéndolo llevar la comida para él. Se le hizo agua
a la boca.
—Gracias —dijo. Tenía apetito, era buena señal. Vio por la ventana, la oscura noche—. ¿Aún es de
noche?
—Dormiste todo el día, cabrón —le dijo Bill sentándose a un lado de la cama, acomodando la
bandeja con la sopa.
—Ya veo… —Miró a su pequeño hermano con el cabello revoltoso y maquillaje en sus ojos, eso le
incomodó un poco—. ¿Saliste? ¿Saldrás? —Bill no le contestó, estaba tan inquieto y algo agitado,
se levantó de ahí mientras Tom tomaba lentamente la sopa—. ¿Bill?
—Quiero —su mirada era seria y molesta—. Desaparecer de una vez, ir sin rumbo por ahí… no
quiero existir… —Tom dejó de tomar la sopa al escuchar ello. Puso la cuchara en el plato y lo
apartó de sí poniéndolo sobre una mesita al lado de su cama. Quiso salir de la cama, pero extendió
una mano para que Bill se la tomara.
—Ven aquí —habló cálido, Bill retrocedió un poco. Sus piernas temblaban algo, necesitaba con
urgencia escapar.
—¿Te pasa algo? —quiso salir de la cama, pero Bill fue con él impidiendo que salga—. Bill… —
Tomó una de sus manos, ésta estaba fría.
La mirada de Bill era angustiosa, ¿qué le pasaba? Tom acarició su mano sintiendo esos temblores
extraños y su respiración agitada. Jaló a su hermano hasta que éste se sentó en la cama sin decir
nada. Tom se acomodó cerca de él y lo abrazó por la cintura, Bill recostó su cabeza en su hombro.
—Si algo te pasa, solo… dímelo que estoy aquí para ti, siempre lo he estado —le susurró en el
oído. Bill se aferró más a él, entrando en la cama prácticamente. Tom retrocedió un poco en
cuanto Bill se sentó en su regazo, con ambas piernas a sus lados. Tragó saliva ante ello y se agitó
—. Bill…
—No digas eso. —Abrazó a su hermano tanto como sus fuerzas le permitieron.
Un calor especial fue en el vientre de Bill. Se removió ansioso sobre Tom incapaz de poder parar
aquello.
Y luego ambos se miraron a lo ojos tan intensamente. La mirada de Bill era tan necesitada de algo
que Tom estaba a punto de descubrir.
Bill le quería, aunque simplemente no sabía cómo demostrarlo. Bill tomó una mano de Tom, y la
llevó por debajo de su camiseta, se lamió los labios ante ello, apreciando la mirada atónita de Tom
quien sentía como cada parte de Bill se estremecía y vibraba con el tacto de la yema de sus dedos,
indicándole algo…
Algo pasaba con su hermano, algo muy extraño. Así no era Bill.
Tenía las mejillas sonrojadas, la boca semiabierta jadeando un poco y los ojos acuosos mirándolo
de cerca.
Una mano de Tom aún estaba por debajo de la camiseta de Bill, tocando su piel a petición de éste
mismo. Los pequeños movimientos que hacía sobre su regazo lo tenían absorto, ¿qué pretendía?
—Bill… —apenas pudo decir, el otro se le acercó y besó su mejilla, y luego la lamió causando que
Tom dejara de tocarlo inmediatamente, poniendo su mano en la cintura del menor intentando
alejarlo de él—. Espera…
—No —contestó serio y usando un poco su fuerza, logró recostar a Tom en la cama, con él encima.
Tomó su brazo con yeso y lo puso a un lado y luego le levantó la polera que tenía puesto dejando
al aire su vientre, y se inclinó ahí, posando su cabeza con sus cabellos revoltosos haciéndole
cosquillas al de rastas.
—¡Bill! —El pelinegro parecía desesperado de contacto, pero Tom no quería hacerle daño, no
quería sobrepasarse con él. Tenía temor de tocarlo y luego que quizá las cosas se salieran de
control y cometiera una locura depravada con ¡su hermano! Eso le alteró un poco. Esos
pensamientos de estar haciendo algo incorrecto.
Pero por otra parte, no quería alejar a Bill de él. Nunca antes lo había tratado así, nunca antes le
había acariciado tan siquiera como lo hacía ahora, y había estado así de cerca de su cuerpo.
La lengua de Bill delineaba su vientre dejando un rastro húmedo en todo éste, causando que Tom
se contraiga de rato en rato y jadeara de la sorpresa.
—Bill, por favor, no sé qué haces… —Éste gateó hasta estar a su altura, mirando a Tom como una
pequeña presa fácil de comer, le sonrió provocativo y Tom pestañeó seguido.
—¿Te… gusto? —preguntó un poco dudoso. Tom frunció el ceño bastante incómodo, ¿qué
pregunta era esa?—. ¿Por qué esa cara?
—¡Qué pregunta, Bill! ¿Cómo crees que puedes gustarme? —dijo nervioso, pestañeando rápido y
con las mejillas tan rojas como un tomate, quería quitarse a Bill de encima en ese momento, era
demasiado atrevido y eso le intimidaba.
Bill se quedó ahí, mirándolo a la cara y frunció el ceño también, haciendo una mueca de molestia y
posó una mano en el cuello de Tom como queriéndole asfixiar.
—¡Bill! —Tom parecía ponerse blanco del susto, que cambios de colores experimentaba. Lo único
que seguía intacto eran los latidos rápidos de su corazón… ahora latían de temor y de duda.
—¡Te hice una pregunta! —Se arrodilló un poco en la cama, irguiéndose aún sobre Tom y llevó sus
manos a su pequeña polera, se la quitó en frente de Tom y la tiró a un lado, luego lo miró
meneando su cabello revuelto, acomodándolo sobre sus hombros—. ¿Te gusto? —Tom
pestañeaba seguido, y cerró los ojos no queriendo verlo de cerca, comenzaba a ponerse muy
nervioso y se agitó ladeando la cabeza, esquivando cualquier contacto.
—Bill, en serio, basta… —dijo con un tono de voz bastante raro, su voz salió muy aguda y provocó
una risa al instante en Bill, se burlaba de sus reacciones.
Pero luego le dio un manotazo en uno de sus costados, causando que tosiera y enfocara su vista
en él. —Te hice una jodida pregunta.
—¡No! ¿Entiendes? Eres mi hermano, cómo vas a preguntarme eso… ahora quítate… —Volvió a
cerrar sus ojos y escuchó algo, una cremallera abriéndose— .¡Bill! —esta vez se agitó mucho, y
puso una mano sobre sus ojos al ver que se quitaba el pantalón tan rápido como podía.
—¿Ahora? —canturreó con una sonrisa en sus labios y las mejillas algo sonrojadas, estaba agitado,
emocionado, se sentía muy bien provocándole, causándole esa molestia a Tom… Esa adrenalina
que tanto le gustaba comenzó a recorrerle el cuerpo calmándole la ansiedad que sentía minutos
antes—. ¡Mírame! —demandó con una voz prepotente. Tomó la mano de Tom que tapaba sus
ojos y la tiró a la cama—. Hice una pregunta, ¿ahora?
Ahora sí, Tom se puso serio y bastante molesto, ¿qué quería decir con eso?
—No somos animales, Bill. Ellos eran hámsteres, eso pasa entre animales. Y no sé a dónde quieres
llegar con todo esto, quítate de encima y ¡ponte la ropa! —habló como un padre, con el tono que
usaba su papá cuando quería regañarlos, eso molestó mucho a Bill quien se removió sobre Tom
con la intención de quitarse su última prenda, sus calzoncillos—. ¡Bill! —gritó con la voz media
entrecortada y aguda.
—¡Sí! ¡Gime mi nombre! ¡Más alto! —Rió y luego levantándose un poco de sobre él, le mostró sus
calzoncillos azules en una mano, para luego con una sonrisa tirarlos a un lado—. ¿Ahora?
Tom solo tenía la vista enfocada en los ojos de Bill y en el techo de la habitación, no quería mirar
más abajo. Sus manos estaban a sus lados, no quería tocarlo, quería escapar. Estaba agitado,
nervioso, confundido y un poco caliente.
—No sé qué pretendes —habló casi en un susurró y Bill suspiró acariciando su rostro.
—Aish, Tomi. Te hice una pregunta creo que hace media hora, y tú no respondes… entonces tengo
que tomar medidas, ¿no crees? —dijo con una dulce voz, Tom lo miró con desaprobación y Bill
achinó los ojos—. ¿Te gusto?
—No puedes…
—No, no me gustas, ¿contento? —Bill se sintió rechazado otra vez, esa sensación le llenaba de
mucha frustración y la frustración le llevaba a cometer locuras.
Se irguió un poco y comenzó a tocarse, el torso, el cuello, el vientre, lamiéndose los labios ante la
mirada de Tom.
—De acuerdo Tom. Ya entendí —dijo mirándolo desde arriba, comenzando a montarlo, subiendo y
bajando lentamente.
Se apoyó con una mano en su pecho, y con la otra se tocó más abajo del vientre gimiendo un poco
ante ello.
De un manotazo Bill se deshizo de las mantas que lo separaban. Tom miró hacia el techo al verlo
totalmente desnudo acomodándose sobre él. El trasero de Bill se puso sobre su entrepierna, por
encima de sus pantalones de pijama. Y de un impulso, Tom se sentó en la cama, encarando a su
hermano.
—Sé que te doy asco —le dijo Bill cerca de sus labios—. Pero al menos… mientras estés así, sabré
aprovecharme. —Le sonrió maléfico y luego volvió a subir y bajar, sintiéndose excitado por aquello
—. Ahh… —gimió cerca de sus labios.
—No me das asco, Bill —dijo aún con una mano apoyada en la cama.
—Lo veo en tus ojos. —Bill apoyó su frente en su hombro, comenzando a jadear.
Tom sentía mucho calor, algo así nunca antes le había pasado, al menos nunca había tenido tan de
cerca una persona totalmente desnuda sobre su regazo, menos alguien como Bill. Éste volvió a
gemir y Tom se percató que estaba tocándose en la entrepierna, se masturbaría sobre él. Eso lo
llenó de una especie de angustia, como no saber qué hacer. Tom tenía la fuerza suficiente para,
con su brazo sano, alzarlo de sobre él, ponerlo en la cama así poder salir de ahí y escapar. Él podía
y Bill también lo sabía. Pero no lo hacía, ¿por qué? Tom pensaba en ello ahí, sintiendo los
temblores y estremecimiento de Bill y esa manera de jadear cerca de su oído y él simplemente
permanecía quieto. Sentía que si lo rechazaba una brecha podía abrirse entre ellos dos y eso era lo
que Tom menos quería.
Llevó su mano sin yeso hacia la espalda de Bill. Éste había comenzado a moverse sin control
aparente. Su mano helada sobre la caliente piel del menor hizo que éste gimiera y se colgara de su
cuello casi desperado. Tom rodeó su cintura con este brazo, acariciando su piel mientras Bill, casi
desesperado, repartía besitos por su cuello, lamiéndole y gruñéndole.
Su mano subió por la columna vertebral de Bill haciendo que éste se arqueara un poco y le diera la
cara, con los labios semi abiertos, respirando por la boca y el sudor en su frente. Tom lo miraba a
los ojos y su mano subió hasta su nuca.
—Me importas más de lo que me gustas… por eso te dije que no me gustas porque esa no sería la
pregunta correcta —le susurró mirándolo fijamente.
—No puedo importarle a nadie, soy… escoria —dijo, pero no con dolor, una sonrisa algo fingida se
formó en sus labios.
—No, mi Bill no lo es, él que está dentro de ti, no es escoria… es dulce, decidido, tenaz, fuerte y
buen hermano.
—¿Lindo?
Y eso para Bill significó mucho. Era como la victoria, sonrió triunfante y rápidamente llevó una de
sus manos hacia la entrepierna de su hermano.
—Espera Bill, no, no, no… —Se removió algo asustado empujando a Bill—. No me toques ahí… —
Un estremecimiento le recorrió y abrió la boca, Bill sonrió y luego se mordió fuertemente el labio
comprobando lo grande que Tom estaba ahí abajo y lo caliente de su piel. Tom cerró los ojos y
llevó la cabeza hacia atrás, dejando a Bill hacerle todo lo que quiera.
—Bésame, Tom —pidió haciendo un poco de presión—. Bésame y te dejo en paz. —Tom lo miró
detenidamente… que lindo era su hermano, tenía parte de su cabello negro sobre su rostro, aún
tenía ese ligero maquillaje y sus labios brillaban ensalivados y rojos de habérselos mordido—.
Acércate a mí… no muerdo —le dijo y luego le sonrió tiernamente.
Casi como una abeja a la miel, Tom le hizo caso sin resistirse. Tomó su rostro con una mano,
apretando sus mejillas Bill abrió su boca… Y Tom le besó en los labios.
Tan desesperado era su pequeño hermano que Tom terminó recostado en la cama con Bill encima,
le rodeó la cintura con su brazo sano, y le continuó besando. Sus labios eran suaves, carnosos,
provocativos, era algo delicioso. Bill volvió a moverse sobre él.
Tom dejó de lado por un momento, sus pensamientos éticos, quería recompensar a su hermano, y
quería hacerle ver que sí le importaba, aunque tenga que demostrarle de forma física,
precisamente de esa forma, no le importó en ese instante.
—Te quiero Bill… en serio, te quiero. —Acariciaba su espalda y Bill volvió a besarlo.
—No importa, la cosa es que no quiero separarme de ti. Quiero que dejes de destruir tu vida. —Bill
detuvo sus besos. Él sabía que eso no podía, no tenía las suficientes fuerzas para cambiar de vida.
—No me conoces…
—Quiero conocerte.
Bill se presionó en su cuerpo y llegó al máximo de su placer. Con un fuerte gemido cayó sobre Tom
y luego éste también se corrió.
Ambos agitados, permanecieron unos minutos así, y luego Bill se levantó aún desnudo, caminó por
la habitación de Tom recogiendo su ropa en silencio total.
Esta vez Tom lo miró, su silueta tan delgada pero provocativa, abrió sus ojos y mente para verlo de
otra manera… a él le gustaba, aunque eso no era sano, le gustaba Bill.
—Espera, Bill —llamó sentándose en la cama, debía ir al baño a asearse.
—No lo sé, pero saldré esta noche… gracias por lo de hoy. —Le guiñó un ojo causando mucha
molestia en Tom ¿había sido un jodido juego?
—¡Bill!
Otra vez esa búsqueda de emociones nuevas lo llevó a cruzar la puerta de su casa, con el grito
desesperado de su hermano llamándole.
Tom no salió. Se quedó un poco agitado en las escaleras de la casa. Estaba pensando seriamente
sanar de una buena vez, no haría esfuerzos que después lo tuvieran en cama por otros días más.
Bill rió ya afuera. Sabía que lo hacía sufrir, y eso le llenaba de una emoción media excitante. Aspiró
el aire fresco y deseó un porro… Sacó su celular y llamó a Georg.
—¡Te olvidas de mí para siempre! ¿Me oíste? ¡Ni me supliques regresar que te mando al hospital!
—Colgó bastante enfurecido, ahora, ¿qué haría?
Caminó por entre las oscuras calles, buscando algún Bar, alguna forma de distraerse y encontró
uno. Entró y caminó por entre la gente.
Él sabía que podría conseguir lo que quisiera con solo una mirada… Tenía muchos tipos de
miradas. Sabía que podía gustarle a hombres y mujeres, a quien sea. Y cuando se proponía algo,
por lo general lo conseguía. A las buenas o a las malas, eso era secundario.
Precisamente quería un trago y algo de droga. Una mujer no podría darle aquello. Así que se sentó
en la barra y arregló su cabello revoltoso mirando a un hombre fornido que yacía solo ahí, era
rubio y de ojos claros, parecía muy apuesto y claro, con dinero. Repasó a su víctima con los ojos y
se acercó un poco.
—Hey, niño —le habló el barman—. No menores. —Le indicó un letrero que había sobre la
licorería. Bill frunció el ceño y luego dramatizó.
—Solo espero a alguien, ya ha tardado media hora, y deseo pasar una noche divertida —dijo y
luego hizo un puchero.
El hombre que estaba sentado junto a él, lo miró, y Bill sonrió discreto.
—Sí —dijo bebiendo de la pajilla sin quitar sus ojos avellana de los azules del otro—. Ahh… —
suspiró sintiendo refrescado y luego sonrió dulcemente.
Él sabía cómo ponerse como ovejita suavecita si quería conseguir algo. El hombre sacó su billetera
y pagó algo de dinero al barman. Esa gorda billetera sería suya esa noche.
—Un trago para mi acompañante, un licor de lima, por favor —Bill se le pegó más y el hombre
pasó un brazo por su cintura.
Y así empezó la conversación entre los dos. David parecía muy interesando en él. Bill solo quería su
dinero, y lo conseguiría como dé lugar. Y David sacó dos pastillas verde lima de su bolsillo.
—¿Alguna vez has volado con éxtasis? —preguntó cerca de su oído. Bill sintió que su estómago se
encogía, él no había probado otras drogas que no fuese marihuana. Tenía curiosidad.
David tomó su mano y lo llevó a su auto. Bill no era tonto, debía ser precavido así que se cercioró
de que estén en un lugar público y nada malo pudiera pasarle. Desistiría de probar aquella droga.
Subió al lujoso auto y David le pasó una botella de agua y una pastilla.
—Ten. —Bill la tomó y se la puso en la lengua. Tomó la botella de agua e hizo que se la bebía. La
tenía debajo de la lengua y cuando el hombre se inclinó para él tomar su pastilla, Bill se la sacó de
la boca disimuladamente, poniéndola en uno de sus bolsillos. Le sonrió en cuanto sus miradas
chocaron.
David, tampoco era tonto. Besó a Bill en su auto y éste se dejó, supuestamente esperado que la
droga hiciera efecto.
David calculó el tiempo y Bill olvidó fingir su estado. Entonces le dio más agua y el pelinegro no
pensó, ni sintió peligro.
Quería estar lúcido para quitarle la billetera con el dinero.
Pero su cuerpo se adormeció con el agua, obviamente la droga estaba ahí y no en esa pastilla.
David era mucho más astuto…
Bill se dio cuenta de ese extraño adormecimiento aún con su corazón bombeando a mil. David le
besaba intensamente y luego se sintió flotar.
—No… no, no… —decía intentando liberarse, no quería sexo con un desconocido, quería su dinero
para un porro, no para una droga adormecedora.
Se lamentó mucho cuando el auto arrancó y él no podía moverse bien. Cerró sus ojos sintiendo su
cabeza latir. Comenzó a balbucear muchas incoherencias, buscaba no quedarse dormido ahí.
Abrió los ojos en cuanto su cuerpo caliente dio contra las sábanas de una cama… el lugar parecía
hermoso y brillante. Luego sintió como alguien le quitaba la ropa.
—No Georg, soy David, no confundas mi nombre. —Frunció el ceño abriendo los ojos
encontrándose desnudo a su disposición.
—En el paraíso. —David brillaba como un enorme ángel, Bill se removió en la cama pero luego
sintió como algo entraba en su trasero.
—Ahh… ¡No! —Él creyó gritar, pero eso en realidad había sonado como un susurro áspero—.
Espera… no, no…
Algo entraba ahí, los dedos de David se hundían tanto. Bill adormecido, pensó y pensó cómo
liberarse.
No quiso caer en manos de otro así. Se sintió víctima otra vez, él conocía esa sensación tan
molestosa. Debía pensar en algo, en alguna salida. No quería pasar por eso otra vez.
—Espera…—pensaba, formaba ideas. Y fingió sentirse bien—. Sí… sí… —susurraba—. ¿Quieres
sexo oral? —El hombre se detuvo y lo miró—. Puedo… —Se lamió los labios—. Quiero…
Cejado por el deseo, se levantó de sobre él y le tomó de los cabellos arrodillándolo en la cama.
Bill, en la poca lucidez que tuvo en ese momento, alistaba sus fuertes dientes para propiciarle el
dolor más agudo que ese hombre pudiera sentir. Y rogaba por tener un poco de suerte y escapar,
aunque sea desnudo, de esa cueva de lobo.
Cuando Bill tenía catorce años, y sus padres habían muerto. Él salía mucho de casa en busca de
alguna distracción que le hiciera olvidar su patética vida.
Hubo un día que él no lo recuerda muy bien. Solo recuerda pequeños fragmentos y lo doloroso
que fue en muchos sentidos.
Junto a Gustav, entró a una fiesta y la pasó muy bien. Tragos iban, cigarros venían. Amigas locas
bailaban sin sujetador sobre una mesa. Una fiesta loca, y luego se encontraba en una casa, junto a
Gustav también.
Era la casa de Jimmy, un… un don nadie de más de veinte de edad. Tenía una barba áspera. Bill se
preguntaba por qué mierda no se afeitaba, quizá se vería algo atractivo, o estéticamente,
agradable, con esa barba parecía un mendigo o un cualquiera, es que así era Jimmy.
Él no puede recordar cómo terminó en una de las habitaciones de aquella casa. No podía ver en la
oscuridad de la habitación a su acompañante. Sabía que alguien más estaba con él, sobre la cama.
Pero Bill se sintió tan frágil en aquel momento. No sabía que sería su primera vez. Solo se removía
en la cama desesperado por liberarse del otro. Pero no tenía fuerzas.
“Déjeme en paz” pedía amable… podía sentir que era alguien mayor que él. Y sintió la barba
áspera. Luego olvido lo que ocurrió. Su recuerdo regresó en cuando sentía algo muy doloroso en
su trasero. Estaba boca abajo y sentía que se asfixiaba en la almohada, la mordía para soportar el
dolor. Algo en él entraba y salía tan rápido moviendo la cama de una manera que lo asustó. Y
luego no recordó nada más.
Sus recuerdos van de cuando estaba en la tina de su baño, solo. Sin Tom, sin ningún amigo. Sin
nadie. No podía hablar, sentía que había vivido una pesadilla y se sentía asqueroso.
Luego de aquello, la percepción del sexo y de la vida, cambió… Él no debía ser un jodido maricón
del cual cada quien querría aprovecharse. Él debía ser quien se aprovechara de otros. Y solo se
acostaba con quienes él podía sentirse ‘superior’. Tom estaba fuera de esa lista. Pero se
aprovecharía de él si tuviera una oportunidad.
Y ahora volvía a sentirse una víctima sobre una cama. Eso lograba enfurecerlo. Pero tenía un plan.
Y haría todo lo posible para mantenerse lucidez como sea, debía ser ágil.
Arrodillado en aquella cama, podía escuchar sus propios latidos, poco a poco la adrenalina llegó en
cuanto David le mostró su enorme pene para que lo ensalivara.
Bill cerró los ojos, y se concentró en ello. Acarició con sus labios la punta del miembro del otro,
luego abrió los ojos mirando hacia arriba a David. Su vista estaba borrosa, eso lo angustió un poco.
Pero pudo distinguir como el otro cerraba los ojos. Debía apurarse. Divisó a su alrededor… Una
puerta de salida… Luego miró a un lado de la cama, sus calzoncillos, los tomó disimuladamente
mientras dejaba que el otro le penetrara la boca lentamente.
Aún no sabía si tenía fuerzas o no… Pero lo hizo. Con sus filudos dientes, le dio una fuerte mordida
que sintió como le provocaba una herida ahí…
El hombre dio un grito desgarrador y se encogió en la cama, incapaz de poder hacer algo,
inmovilizado por el dolor espantoso.
Bill aprovechó eso y cayó de la cama, comenzando a arrastrarse por el suelo. Intentó ponerse en
pie, cayendo muchas veces al piso en donde se puso su ropa interior.
Debía salir de ahí… Un pasillo con muchas puertas. Siguió corriendo, cayendo y levantándose.
Luego un patio en donde la noche lo azotó así… desnudo solo con calzoncillos.
Una puerta de salida cerrada. Se sintió morir. El hombre podría ir tras él pronto y quizás se
vengaría de muy malas maneras…
Se agitó y casi lloró al sentir su cuerpo tan débil y su poca concentración para idear cómo salir de
ahí.
***
Tom intentaba llamar a Bill por milésima vez. Su celular estaba encendido, podía escuchar las
timbradas, pero simplemente éste no contestaba.
—¡Joder, Bill! —dijo tirando el teléfono lejos de él. Bill no contestaba y eso era mala señal. Su reloj
daba las tres de la mañana.
Casi no pudo dormir. Estuvo en su cama removiéndose ahí, pensando y pensando en todo lo que
había pasado… ¿Él le gustaba a su hermano? ¿Cómo puede ser eso posible? Pero luego frunció el
ceño al ser conciente de lo inconciente que era Bill. De seguro lo tomaba todo a broma, a juego,
solo quería provocarle y luego le dejaría, o simplemente lo tomaría como un pasatiempo sexual.
Tom se sentó en la cama, pensando. Debía idear un plan con urgencia, alguna forma de hacerle
ver a Bill que él lo quería, no como un pasatiempo sexual… Y aún dudaba en qué nivel podía
quererlo, pero quería mantenerlo a su lado, y que pudiera dejar la vida loca, establecerse,
madurar y ser un jovencito de bien. Eso quería para con él.
La mañana llegó… Y bajó a preparar la comida. Esperaría por Bill, pero algo en su interior le llenaba
de angustia. No tenía esa calma ni certeza de que su hermano se encontrara bien, y no había
forma de poder ayudarlo.
Respiró hondo, sintiéndose mejor, estaba sanando. Solo le fastidiaba ese yeso que tenía en uno de
sus brazos. Sin esa cosa, estaba seguro que estaría trabajando en la cafetería.
Las horas pasaron… Él se aburrida y angustiaba de no saber de Bill. Casi ya eran las doce del medio
día.
—Sí, él habla.
—Su hermano está aquí conmigo, dígame si es él —a Tom se le encogió el estómago de nervios.
—Tom… soy yo, ven a recogerme por favor, por favor, lo siento —hablaba en susurros
angustiosos. Tom se desesperó.
La otra voz otra vez sonó en el teléfono, le dio su dirección de casa. A casi una hora de donde vivía
Tom.
Tom salió de la casa, con una bolsa de ropa para Bill, ¿qué había pasado? Estaba angustiado.
Se subió a su auto, y tuvo que manejar a una gasolinera para cargar combustible. Los euros salían
de su bolsillo, pero no le importaba, debía sacar a su hermano de donde sea que se encontrara.
Llegó a una zona media lujosa, y buscó la dirección que tenía anotada en un papel. Los minutos
pasaban y pasaban, ya eran las dos de la tarde y al fin llegó a una linda mansión pintada de color
blanca.
Se bajó del auto y casi corrió con una mochila en su hombro. Tocó la puerta y un señor con traje le
abrió.
—Dis-disculpe… yo… Me llamaron aquí para recoger a mi hermano —el hombre lo miró de pies a
cabeza y lo dejó pasar.
—Un momento, tome asiento —se sentó en un living, impaciente por ver a su hermano.
Salió un señor que llevaba del brazo a Bill envuelto en una toalla blanca, con la cabeza agachada,
no quería darle la cara a Tom.
—No sé en qué anda su hermano, es menor de edad —le habló un señor de edad ya avanzada—.
Cayó a mi jardín esta mañana, estaba drogado y desnudo, y mire —codeó a Bill y éste alzó la
cabeza, un enorme moretón estaba en su ojo.
—¡Bill! —Tom fue con él, sosteniéndole de un brazo, Bill debilitado se apoyó en su pecho, sentía
que podía caer.
—No le hable —dijo el anciano—, responde incoherencias, a las justas me dio su teléfono en
cuanto quise llamar a la policía, como lo vi tan chico e indefenso, decidí llamarlo a usted —Tom
estaba en shock, las manos de Bill se aferraron en su pecho, se notaba que quería salir de ahí.
—Gracias señor, por llamarme y por no botar a mi hermano de su casa —dijo con los ojos
brillantes de emoción, abrazando a Bill, lo cargaría hacia el auto si le fuera posible—. Le devolveré
su toalla.
—No, descuida. Anda, llévatelo, y será mejor que lo vigiles… es tan niño como para andar
drogándose.
Horas antes, David lo encontró en su jardín, tenía un bate de béisbol en sus manos, y con éste le
propició la paliza de su vida por casi mutilar sus partes íntimas.
Bill corría, gritaba, trataba de liberarse, y en una enramada en aquel jardín, trepó la pared así,
semi desnudo y cayó en otro jardín… trató de escapar de ahí, pero el mayordomo lo vio, quiso
llamar a la policía, pero el dueño de esa mansión logró verlo. Con el cuerpo amoratado, gritando
de frío y escupiendo sangre en la casi media mañana. Alzó su teléfono para llamar a la policía, pero
Bill se le arrodilló suplicándole que no lo hiciera. Los ojos de llanto del pequeño lograron
convencerlo de no hacer aquello.
Luego lo interrogó recibiendo respuestas incoherentes de todo. Hasta que lo amenazó con llamar
a un centro de salud mental, Bill reaccionó y le dio el teléfono de su casa, y así fue como Tom
llegó…
Con el brazo enyesado que tenía, no podía cargarlo en sus brazos, pero aún así, abrazó a su
hermano y salieron de esa casa.
Entraron al auto en silencio. Tom le pasó la mochila con sus ropas para que Bill se vistiera en el
camino. Y luego le pasó una botella de agua, Bill la bebió con desesperación.
Arrancó el auto con una mano en el volante, manejando con el ceño fruncido de la molestia.
—¿Me dirás dónde estuviste? —Bill lo miró y agachó la cabeza ocultando el feo moretón que tenía
en su ojo— ¡Te hice una pregunta! ¡Ahora debes responder!
—Pequeño insolente… Habrá consecuencias, mucha tolerancia de mi parte, ¡No saldrás más! ¡¿Me
oyes?! —Bill no dijo nada, no tenía la fuerza suficiente para enfrentarlo, quería tomar un baño y
con urgencia.
Una hora manejando, y Bill a su lado se durmió. De rato en rato, despertaba un poco agitado,
bebía agua, y volvía a dormir…
Tom estacionó su auto en la casa, y despertó a Bill de una palmadita en su mejilla. Éste abrió los
ojos y pesadamente bajó del auto.
Tom tomó su brazo, ayudándole por si se caía en el suelo producto de su falta de equilibrio.
Adentro, Bill se sintió aliviado… estaba en casa y ahí nada malo podría pasarle. Quiso subir las
escaleras, pero Tom lo detuvo poniéndose frente a él, encarándole.
—No saldrás, ¿entiendes? Si fui hasta allá para traerte aquí es porque ahora estás bajo mi
autoridad, y no permitiré que salgas, si vas afuera prácticamente a matarte —Bill se cruzó de
brazos y tuvo la osadía de sonreírle cínicamente.
Pero no dijo nada… No tenía la fuerza suficiente. Tom lo dejó ir, y allá arriba, Bill volvió a
desnudarse y se metió en la tina de agua tibia. Ahí se quedó refregando su cuerpo adolorido por
horas prácticamente.
Tom le tocó la puerta dos veces, y en la tercera vez, entró abriendo la puerta con la llave de
emergencias que tenían.
Bill estaba sentado en la tina, con el agua hasta su cuello. Estaba durmiendo ahí. Tom sintió algo
extraño en su interior, pudo ver el rostro compungido de su hermano, esa tristeza aparente y esos
moretones que tenía por distintas partes de su cuerpo… Esperaba que no sea nada serio, igual en
casa tenían un botiquín, con cremas para hematomas y pastillas calmantes.
Extendió una mano hacia su rostro y le acarició. Bill despertó asustado y dio un grito, resbalando
su trasero en la bañera y hundiéndose en el agua para luego desesperado, impulsarse hacia arriba
gritando otra vez. Tom rió un poco, y Bill al percatarse que era el, le lanzó agua con sus manos.
—Ya… Bill, lo lamento, tardaste casi… creo que tres horas en bañarte, tuve que entrar —Y Bill
sintió vergüenza después de mucho. Sus mejillas se colorearon de rojo intenso al sentirse tan
desnudo frente a Tom que tenía esa sonrisa amable en su bello rostro.
—¡Sal de aquí! —gritó desesperado, intentando cubrirse todo. Tom rió otra vez más fuerte,
levantándose de ahí, caminando hacia la puerta.
—Pero si ya me mostraste todo ayer, ¿no recuerdas? —el jabón estaba a un lado de la bañera y
terminó en el estómago de Tom—. ¡auch! —se quejó—. Ya, ya, me voy… abajo está la cena, te
espero.
Y la puerta se cerró.
Su cuerpo parecía arrugado como el de un anciano, o una pasa blanca, eso lo molestó mucho, se
había quedado ahí dormido en la bañera. Pero se sentía más fuerte y sobretodo tenía mucha
hambre. Los efectos de esa droga extraña estaban pasando y poco a poco era conciente de él
mismo.
Salió de ahí y se vistió, arregló su cabello para que parte de éste tapara el moretón que tenía en
uno de sus ojos… esperaba sanar pronto.
Bajó con un pijama ligero puesta en su cuerpo, caminaba lento pues aún sentía su cuerpo
adolorido. Y abajo, sobre la mesa, estaba una sopa caliente puesta en su lugar. Se sentó y Tom le
siguió.
—Sopa de leche, como te gusta —le sonrió y Bill suspiró, tomando de la sopa con tranquilidad.
—Le pusiste trozos de queso…
—Haces todo lo que me gusta a mí… ¿qué hay de ti? —Tom se encogió, él no pensaba mucho en él
últimamente. Solo se centraba en Bill.
Tom no dijo nada y Bill no lo molestó más. Estaba cansado aunque los efectos de la droga estaban
pasando, no tenía las ganas de al día siguiente ir a la escuela, además vería a Georg ahí, y casi por
su culpa le pasó algo peor…
Subió a su cuarto sin decir nada a Tom. Éste, con una sola mano, se las ideaba para lavar los platos.
Allá arriba, tomó su libreta y empezó a dibujar algo… unas sombras grandes y negras envolviendo
a un pequeño hámster, arrugó la hoja e hizo otro… Dos pequeños hámsters tomados de las
manitas y a uno de ellos, al mayor, le puso rastas. Comenzó a reírse de su dibujo tanto que desistió
de hacer otro.
—Hago puras mariconadas… debo pensar en hacer algo… —se sintió mal otra vez, esa ansiedad
fastidiosa, esas ganas de escapar y morirse regresaron.
Quería decírselo a Tom y que Tom le detuviera a la fuerza haciéndole quedar en casa, que le
gritara un par de veces, algo emocionante, alguna cosa en la cual dejara de sentirse como estaba…
como si no le importara a nadie.
Salió de su cuarto con la respiración algo agitada y fue al cuarto de Tom… él no estaba. Frunció el
ceño y con su pijama, caminó por el pasillo hasta las escaleras en donde se detuvo escuchando
una voz allá abajo, una que no era la de Tom precisamente… Se asomó por la escalera y vio un
rubio vestido elegantemente, con camisa blanca y pantalón de tela, zapatos muy brillosos y había
un maletín en el suelo.
—El estúpido de Andreas… —habló en un susurro para él mismo. No lo creía, Andreas estaba en
casa, el amigo de la infancia de Tom, el que siempre los terminaba separando de algún modo.
Tom estaba sentado junto a él, contándole cosas. Agudizó sus oídos.
—De verdad Tom, cuentas conmigo para lo que quieras… Soy incondicional, tomaría un avión así
estuviera en la China solo por verte, y esto lo ameritaba —Bill frunció el ceño escuchando eso, qué
se creía ese rubio desabrido para ofrecerse así a Tom.
—Gracias Andreas… No sabes lo mucho que esto me emociona —rió algo nervioso—. Que hayas
venido desde Suiza, dejando tu congreso…
—No fue difícil. Y mira cómo te encuentro… Todo por el inmaduro de tu hermano; sabes Tom,
existen centros de ayuda, albergues, casas en donde reforman a adolescentes rebeldes, es más, yo
te ayudaría con el costo —Tom abrió los ojos como encontrando una solución. En cambio Bill, a él
se le formó un nudo en la garganta de pura rabia.
Pero luego de pensarlo segundos, Tom vio que no era la forma—. Gracias Andreas, en verdad,
pero… es mi Bill, ¿sabes? —Bill abrió sus ojos acuosos de lágrimas ante esas palabras—. Es mío, no
es solo mi hermanito rebelde el cual me tiene así sin trabajo y en estas condiciones. El día que mis
padres murieron, ese mismo día juré hacerme cargo de él. Sería mi única familia y es lo que es… Si
lo pondría en esos centros de ayuda, sería como deshacerme de él como si no me perteneciera su
vida… Y él me pertenece hasta que tenga su mayoría de edad, estoy a cargo.
Bill se sentó en las escaleras, mirando la escena desde ahí arriba. Sintió odio por Andreas, y sintió
lo contrario por Tom. Suspiró escuchándole.
—Bueno, igual es una propuesta —habló Andreas—. Quiero que te mejores… no quiero verte cada
vez peor, menos por ese niño loco. Hay personas que a las malas deben aprender a vivir. Una de
esas personas es Bill, no siempre estarás para salvarlo, ya estuviste en peligro de muerte por él,
eso es demasiado… —Bill tenía ganas de bajar y molerlo a golpes, teñirle la camisa blanca de
sangre por hablar de algo que no tenía idea, como si le conociera, o como si supiera los problemas
de la vida.
—Haría mucho por él… —Hubo un silencio entre los dos. Bill suspiró algo emocionado, estar
espiando nunca había sido tan divertido. Hasta que vio a Andreas acercarse mucho a Tom. Le
tomó el brazo enyesado y sacó una pluma negra de su bolsillo—. ¿Qué haces?
—Pinto tu yeso —Andreas sonrió dulcemente y escribió algo ahí—. Esto está tan blanco Tom, no
va contigo.
Tom rió algo emocionado. Bill se preguntó desde su posición si Tom alguna vez había reído así con
él… No halló un recuerdo cercano y se sintió morir.
Andreas parecía querer a Tom y eso enfureció mucho a Bill. El rubio platinado, vestido tan
pulcramente, se acercó a su hermano tanto que le besó la mejilla. Tom rió otra vez, sonando
nervioso.
—Andreas… Si todo fuera diferente, créeme que aún estaríamos juntos —suspiró y el otro le besó
en los labios.
—¡Grr! —gruñó tan fuerte desde las escaleras, bajando como un perro rabioso. Andreas volteó a
verlo, todo desencajado, con un moretón en el ojo y con los ojos rojos de la ira—. ¡Aléjate de mi
hermano, rata! —la voz le salió rasposa, aún no la recuperaba.
—¡Largo hijo de puta! ¡Largo de mi casa! —Andreas estaba más pálido de lo que era su blanca piel.
Tom se puso en medio de los dos alejando a su hermano de que pudiera cometer una locura.
—Será mejor que te calmes —le dijo Tom—. No puedes tratarlo así, ¿me oyes? Ahora su…
—¡Arrhh! —Con la furia in contenida, pasó de Tom, tomó a Andreas y lo arrastró hacia la salida en
medio de gritos e insultos.
Como pudo abrió la puerta, lanzó a Andreas a la calle y volvió a cerrarla. Empujó a Tom de su lado,
fue al mueble de la sala, tomó la maleta del rubio, volvió velozmente hacia la puerta, la abrió y
lanzó la maleta.
Y cuando cerró la puerta, se giró sobre sus talones, encarando a Tom, avanzó hacia él, y tomando
su chaqueta le miró fijamente a los ojos…
—¡Tú eres mío! —Gritó Bill. Tom lo miraba con el corazón latiéndole a mil… y asintió.
Tom tuvo que ponerse firme. Tuvo que tomar medidas drásticas. Con el poco dinero que tenía
cambió las cerraduras de las puertas teniendo él solo las llaves. Llegando la noche, ponía llave con
Bill en casa…
Habían pasado ya tres días, y él vio conveniente poder trabajar o tendrían que mendigar dentro de
poco.
Bill empeoraba cada vez más. Había dejado de asistir a la escuela, estaba en casa y ya había tenido
dos ataques fuertes de ira destruyendo su habitación con la puerta cerrada, Tom no podía hacer
mucho… Solo se encargaba de que no escapara… Sabía que estaba así por la ausencia de droga y la
falta de actividades, pero algo estaba claro en él: que dentro de casa estaría a salvo que afuera.
Tom regresaba a casa, había salido a hablar con su jefe, a pedirle regresar a la cafetería, aunque
tenía un brazo enyesado, que al menos le permitiera trabajar algunas horas, necesitaba el dinero
con urgencia. Su jefe le dijo que sí y le dio un dinero adelantado.
Regresó a casa a eso de las cuatro de la tarde, se daría una ducha y prepararía la cena. Al entrar,
Bill aparentemente no estaba… Pero no habría podido escapar, ¿dónde estaba?
—¿Bill? —llamó subiendo las escaleras… Todo el día solo, Tom estaba preocupado por él.
Pronto escuchó los ligeros sollozos de su hermano en el baño, Tom se sintió morir. Lo había
encerrado en casa y de seguro le dio otro de sus ataques de rabietas.
Pero lo que Tom no sabía era que se trataba de algo un poco más grave que una rabieta. No lo
sabía hasta que entró al baño otra vez invadiendo su privacidad y se quedó petrificado en cuanto
vio a su hermano semi desnudo ahí llorando en el lavabo, limpiando su brazo ensangrentado.
—¡Largo! —le gritó Bill de rabia, un grito que a Tom le erizó la piel, estaba rabioso, con los ojos
rojos llenos de lágrimas… Ese no era su pequeño hermano, era un monstruo.
—Bill, por Dios… —Bill se le lanzó encima, empujándolo fuera del baño.
—¡Que te vayas! ¡Fuera! —gritaba y Tom le tomó del brazo causando que gritara de dolor…
—Cómo pudiste cortarte así… —dijo y Bill tembló totalmente avergonzado, solo pudo empujarlo,
librarse para correr a su habitación y encerrarse ahí dando un sonoro portazo.
Tom se quedó ahí parado frente a su puerta escuchándolo gruñir, llorar rabioso y se sintió
impotente, ¿qué hacer?
Bajó a la cocina a hacer la cena… Lo cierto es que no pudo. La mano que no tenía yeso le
temblaba… Le preocupaba su hermano, algo debía hacer, como siempre, pero algo haría.
Recordó aquella vez, cuando eran niños y tenían a este perro Scoty de mascota; bueno, más era
mascota de Bill que de cualquier otro. Así que fue hacia sus ahorros, se sentó en el sofá a ver
cuánto de dinero tenía, realmente muy poco. Se preocupó.
Pero luego de minutos estaba manejando por la ciudad y dio con su objetivo.
En casa, Bill se sentía morir, era casi literal, sentía una angustia casi desbordante, ya no tenía más
lágrimas que llorar… Eran los efectos de su vida desordenada y de su adicción a la droga lo que lo
tenía al borde de un ataque de algo.
Y esa sensación de morir… lo había llevado a autolesionarse, era la primera vez que lo hacía, su
corazón había latido desbocado en cuanto vio su sangre, tan roja, tan brillante y ese olor especial
entrar por sus fosas nasales. La pequeña sensación de alivio había llegado en ese instante… solo
pequeños segundos de semi éxtasis en medio del dolor habían hecho descargar toda esa furia
reprimida. Claro que solo duró muy poco, Tom lo había interrumpido y él estaba seguro que habría
algún tipo de represalia, algún castigo, un psiquiatra quizá; algo. Conocía a Tom.
Se recostó en su cama y suspiró, se había vendado el brazo y ahora la herida le ardía… eso ya no
era agradable. Pero pudo cerrar sus ojos un poco aliviado.
Cuando era niño, él vio a sus padres besarse en la habitación y luego como papá recostaba a su
mamá que reía tanto bastante nerviosa… Bill salió de ahí y fue a su cuarto que compartía con Tom
aquella vez, entró y encontró a su hermano dormido, sus rastas esparcidas sobre su almohada y
sus labios semiabiertos. Sin dudarlo, Bill con sus apenas nueve años, se inclinó y lo besó… Tom
seguía durmiendo, y Bill lo besó casi de la misma manera que vio de sus padres. Luego de minutos,
Tom despertó y se pasó la mano por la boca, limpiándose lo que él creyó era su propia saliva y al
enfocar sus ojos en su pequeño hermano que le sonreía, Tom le dio la espalda acomodándose para
dormir. No pudo escuchar cuando Bill le susurró que él se casaría con Tom cuando fuese grande.
—Bill… soy yo, por favor, abre —Bill se levantó pesadamente de la cama.
En realidad no quería abrirle, podría ser quizá peligroso, podría… Sería como liberar una fiera
rabiosa, así se sentía él en ese momento. Pero suspiró y caminó débilmente hacia la puerta y la
abrió.
Frente a sus ojos, estaba Tom y tenía en un brazo un pequeño cachorro color negro. Bill
enmudeció, no sabía cómo reaccionar ante eso… Casi ni sintió emoción, solo se quedó parado ahí
en la puerta mirando al perrito sin ninguna expresión en su rostro.
—Sé que te sientes solo, y es mi culpa —habló Tom con un poco de temor—. Aunque no entiendas
que todo esto es por tu bien, quiero que te mejores… Dime qué hacer, lo haré… —Los ojos de Bill
subieron del perrito hacia los ojos de Tom y lo miró fijamente… Sus pupilas brillaban, se sintió
indefenso y él odiaba esa sensación.
—Pues… ¿Me ayudas a morir? Eso es lo que quiero —dijo siendo sincero, Tom suspiró resignado y
tomando el perrito, poniéndolo sobre su brazo enyesado, con la otra mano libre, le tomó el rostro,
Bill se contrajo un poco, pero luego Tom bajó su mano y le tomó una mano jalándolo de ahí.
—Ven, bajemos… —El cuerpo de Bill se puso rígido ahí parado— Bill…
—Déjame aquí… Si no vas a permitir que salga de la casa, quiero quedarme aquí.
—¡Tú no sabes cuál es mi bien! —le gritó algo rabioso y el perrito aulló de temor. Tom frunció el
ceño, dio media vuelta y caminó hacia abajo solo.
Bill se quedó un poco tembloroso al lado de la puerta, quizá quería avanzar hacia Tom, pero
prefirió no hacer nada.
Otra vez en su cuarto, se llenó de esa extraña angustia, ¿qué debía hacer para sentirse aliviado?, él
no lo sabía.
Las horas pasaron, cada vez más y otra vez el llanto lo inundó en una sensación de desesperanza,
quería escapar otra vez hacia la nada. Se levantó de la cama y decidió salir.
Abajo como siempre, estaba Tom quien había aseado la casa y había preparado la cena, otra
comida favorita de Bill, pizza casera. Escuchó al pequeño perrito ladrar y vio como Tom jugaba con
él… Otra vez se sentó en la escalera a observar esa escena.
Siempre se sintió distinto y sobre todo, se sentía alguien malo que no merecía disfrutar la vida
como otros… Era como estar destinado a no ser alguien.
Y fue consciente de ello.
—Bill —llamó Tom sacándole de sus pensamientos. Bill lo miró a los ojos aún sentado en la
escalera—, la cena está lista —el pelinegro se quedó pensando, tenía hambre sí, pero no se sentía
con la fuerza suficiente para bajar y hablar con Tom… ¿Debía agradecerle el gesto del perrito?
¿Qué debía hacer?
Tom se le acercó y Bill le esquivó con la mirada. Estaba molesto, de todas maneras Tom lo
controlaba ahí adentro, eso le frustraba al punto de mantenerlo de mal humor.
Desistió en llamarlo. Fue por sus llaves del auto ante la atenta mirada de su pequeño hermano.
—Bien, vamos. Si tanto deseas salir, salgamos. Te llevo donde tú desees —se paró frente a la
escalera, mirándolo fijamente y le extendió una mano. Bill frunció el ceño… Se sentía un perrito.
—¿Me pondrás una correa en el cuello y me sacarás? —ironizó para darle ese mensaje a su
hermano. Tom entendió su punto y le lanzó las llaves.
—Tú me sacarás a mí, ¿de acuerdo? Tú manejarás y yo no te impediré nada —Bill torció la boca,
estaba pensando. Su mano tomó las llaves del auto que habían caído a su lado y se levantó.
Ya afuera, ambos estaban en el auto viejo de Tom, éste tenía al perrito nuevo en su regazo, estaba
inquieto y Bill manejaba por la autopista, teniendo su vista enfocada en ella.
Y luego su corazón latió de manera anormal, necesitaba adrenalina, alguna cosa que le sacara de
ese estado… Quizá droga, al menos un porro o sexo, alguna cosa que no sea estar como zombi
manejando.
—¿Dónde vamos? —preguntó con una sonrisa. Y luego vio los ojos de su pequeño hermano
mirarle como si tuvieran fuego— ¿Bill?
—Te llevaré a mi mundo —Y pisó el acelerador de una manera que hizo chillar a Tom, se
desesperó— ¡Al infierno! —gritó comenzando a adelantarse por los demás autos que le tocaban el
claxon, quizá pronto algún patrullero los descubriría y una multa a estas alturas sería tan fatal.
—¡Bill, detén el auto! —El perrito cayó de su regazo, resbalando hasta sus pies. Y Tom se inclinó
para tomar el volante— ¡Detente! —Bill forcejeó con él, quería tener el control, perderse en
medio de la noche, quizás morir, alguna cosa emocionante.
La carretera era peligrosa, y luego giró el volante adentrándose por unas calles peligrosas, Bill
conocía ese lugar. Casi atropella a un par de personas y luego, cuando estuvo apunto de estrellar
su auto en un poste, frenó tan seco que ambos casi impactan contra el vidrio. Escucharon el
aullido del perrito quien lloraba abajo en el suelo. Tom se agachó para levantarlo. Bill respiraba
por la nariz tan intensamente, aún se sentía emocionado.
—¡Grr! —gruñó en el asiento después de intentar calmarse para luego reír a carcajadas ante la
atónita mirada de su hermano —¡Tienes que ver tu cara Tom, es un poema! —abrió la puerta del
auto y salió, comenzando a caminar por esa oscura calle.
—Espera, Bill —con el perrito en brazos salió dejando bien cerradas ambas puertas de su auto. Le
dio el alcance y no sabía qué decirle, su hermanito volvió a ponerse serio y miraba a todos lados
buscando algo.
—Shh… Aquí mando yo, no hables, ahora no —Tom comenzó a irritarse y luego Bill le jaló de una
mano hacia una puerta abierta, Tom se resistió un poco, pero luego simplemente avanzó con él.
—No me gusta esto… ¿qué lugar es este? —caminando por un pasillo escuchó voces de gente.
—Vamos por un poco de cerveza y algo de… alguna cosa interesante —le miró re reojo—, deberás
cuidar bien de ese perrito, no lo vayas a soltar.
—Espera, espera Bill, no quiero ir contigo a perdernos por ahí, no vine a eso —Bill se quedó ahí
parado en el pasillo, algunas personas salían y los empujaban, era una fiesta interna, de seguro
sería fácil encontrar algo de droga a cambio de alguna mamada, Bill sabía eso.
—¿Quieres terminar como esta gente de mierda? ¿Eso quieres de tu vida, Bill? —el pelinegro
frunció el ceño y aún así asintió— No puedo creer que llegues a esa conclusión, lo haces para
molestarme de seguro, pues que te quede claro que lo lograste.
—Bien, esto es lo que quiero, así que… déjame —lo dijo con algo de duda en su voz.
—Alguien me llevará a casa… —Tom se angustió, se sintió impotente y con lo débil que a veces era
para con Bill simplemente sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Si eso es lo que quieres, no puedo hacer nada… Esta es tu vida Bill, ya me harte de querer
salvarte siempre —le dio la espalda saliendo de aquel lugar.
Bill se sintió algo desorientado, no sabía si entrar a la fiesta y buscar alguna cosa que le calmara, o
ir con Tom y sentirse seguro ahí en sus brazos.
Tom llegó hacia el auto y se metió ahí, puso su cabeza en el volante un instante, respirando hondo
y comenzando a llorar de frustración, se había rendido, sabía que no podía más con Bill, él había
ganado su libertad y nada de lo que él hiciera haría que entrara en razón.
El perrito se durmió en sus piernas y luego encendió el auto para regresar a casa,
lamentablemente solo.
Retrocedió el auto para salir de ese callejón de mala muerte, cuando en eso, alguien corrió sobre
el auto y lo golpeó con mucha fuerza. Las luces del auto alumbraron aquel rostro descompuesto y
esos cabellos revoltosos de su hermano.
—¡Abre la maldita puerta! —le gritó Bill yendo hacia la puerta del copiloto, la cual Tom abrió.
Bill entró tan rápido sorprendiendo a Tom y luego se le acercó como una fiera, posando sus manos
en sus hombros e irguiéndose sobre él.
—Bill —Tom no sabía cómo reaccionar con semejante cuerpo encima, Bill se acomodaba sobre sus
piernas.
—Sabes lo mucho que quiero a los perritos… este es hermoso —acariciaba su cabeza y aún Tom no
salía de su asombro.
—La fiesta se ve aburrida… Y me quedo con una condición —le sonrió a Tom y el perrito comenzó
a despertar.
—¡Que sí! —saltó un poco sobre Tom y éste le tomó de la cintura tratando de controlar sus
bruscos movimientos. Bill se le acercó al oído y le lamió la oreja— Necesito acción… dámela. —
Tom solo pudo abrir la boca y cerrar sus ojos.
—Bill… —susurró.
Segundos después, Tom abrió la puerta de su auto, y jaló a Bill quien dejó al perrito sobre el
asiento del piloto. Tom le abrió la puerta trasera y lo empujó ahí.
Aquel empujón logró acelerar su corazón y ahí adentro, en lo oscuro del auto, Tom fue sobre Bill
por primera vez y le besó.
—Te quiero Bill… no sé qué locuras me haces hacer por ti… —Bill jadeaba en sus labios, ansioso de
más.
Tom sentía que estaba cometiendo una locura… una tremenda locura, un acto enfermo. Pero su
cuerpo que bien respondía a cada caricia de Bill, al calor que su cuerpo emanaba y a cada soniditos
particular que sus labios soltaban. Era sensual.
Bill estaba acostado sobre su espalda en el asiento de cuero y se estaba quitando la polera negra
de manga larga que traía puesta, Tom se separó un poco de él siendo atrapado por las piernas de
su hermano, aprisionando su cuerpo atrayéndole hacia él, impidiendo sus libres movimientos.
—Mírame —le canturreó mientras terminaba de quitarse la camiseta, la cual lanzó al suelo.
La poca luz que entraba de una farola en la calle, le permitía a Tom verle en la luz tenue, lo blanco
de su piel era hipnotizante. Y sus manos descendieron hacia la hebilla de su pantalón para
quitárselos también, lo cual Tom impidió con sus manos heladas de nerviosismo.
—Espera Bill…
—Esperé mucho —contestó rápidamente, sabía que Tom podría arrepentirse, casi lo había
adivinado.
Sus manos se movían rápidas y en segundos estaba bajándose el pantalón, alzando sus piernas,
liberando a Tom en cuanto se quitó esa prenda y la tiró lejos.
—Basta… espera, no —su voz sonaba agitada, aún estaba arrodillado sobre el asiento viendo como
su hermanito se quitaba todo con tanta prisa que no pudo detenerlo— ¡Espera Bill! —le gritó lo
que causó una risa de emoción de Bill, a él le gustaba eso para su pesar de Tom quien sudaba
nervioso.
—Que espere qué… —tenía ambas piernas apoyadas en los hombros de Tom y hasta le acarició las
mejillas calientes con sus atrevidas piernas. Luego metió sus pulgares en los lados de su última
prenda, sus calzoncillos negros, Tom cerró los ojos y Bill rió triunfante ante eso.
Bill reía y se agitada, Tom no reaccionaba, él solo pensaba qué podía hacer… Estaba harto de
discutir con él, de siempre salir perdiendo, no quería rechazarlo pero tampoco follarlo. Estaba
acorralado como un ratoncito en un hueco con el gato afuera. Debía salir y escapar o ser comido.
—Sé que te gustará esto —le canturreó mientras se daba la vuelta con movimientos suaves,
moviendo su cabeza, agitando sus cabellos, se arrodilló en el asiento de cuero exponiendo su
espalda y luego, apoyado con sus manos se alzó un poco mostrándole todo.
—¡Bill! —le gritó yendo sobre él intentando tapar toda su desnudez cogiendo la polera en el suelo,
cubriendo principalmente su trasero.
Su hermano tenía dieciséis años, él no podía imaginar cómo así Bill podía comportarse de esa
manera.
Él jamás se había expuesto así a nadie, voluntariamente, claro. Por lo general tomaba el control de
la situación, pero nunca estaba en cuatro con alguien detrás, eso para él era muy íntimo, quería
darle ese placer a Tom, pero éste se desesperaba por vestirlo. Toda la calentura de Bill se iba en
forcejeos e insultos.
—¡Suéltame carajo! —encarando a Tom peleaba de manos— ¡Ya me harté! —diciendo esas
palabras, tomó la polera de Tom y jalándole de las rastas se la quitó entre gritos y jalones de ropa.
—¡Bill! ¡Deja! —no sabía cómo controlarlo, además su brazo enyesado era una desventaja— ¡Esto
se acabó, no más! ¡No estoy jugando! —ya para el último grito de amenaza, tomaba sus anchos
pantalones de un extremo y Bill del otro, hasta le había conseguido sacarle un zapato, era algo que
Tom no podía creer— ¡Ahh! —gritó frustrado cuando quedó casi desnudo— ¡Qué carajos quieres!
¡Ya estoy desnudo! ¡Qué más! ¡Ahora déjame que voy a encender el auto y nos vamos a la casa!
Bill rió de emoción al ver a Tom así, sentado en el asiento sin nada casi, solo sus bóxers blancos los
cuales tenía intención de quitar.
—Ven aquí —se le lanzó encima, poniendo sin pudor ambas piernas a sus lados y sentándose
desnudo sobre sus muslos, Tom se tensó y solo pudo poner una mano en su cintura para
mantener una distancia prudente.
—No, solo actúas por tus impulsos nada más… Estás caliente y como no entraste a tu fiesta
quieres que alguien pague eso y desquitarte conmigo te parece buena idea—Bill frunció el ceño, él
no estaba para reflexiones, él quería acción.
—Bah, que serio… Al menos dime si… si te pongo duro, anda… —se sentó sobre su miembro
sintiendo como Tom se incomodaba— Así como el otro día… —le susurró lamiendo su oreja— solo
que esta vez… Esta vez entrarás en mí y terminarás dentro.
—¡Una mierda! ¡Si no me follas tú, te follo yo! —diciendo eso, volvió a jalarle de las rastas, usando
su fuerza logró recostarlo en el asiento entre forcejeos e insultos.
—Te va a gustar… —reía y se agitaba tratando de abrir las piernas de Tom y acomodarse entre
ellas— Quizá duela… no hay lubricante, pero dudo que quieras que te prepare… he… —se lamió
los labios.
—¡Qué pretendes! ¡Déjame! ¡Es en serio, Bill! —lo tenía dominado y buscaba la manera de que se
relajara para así lograr su cometido.
Entonces se inclinó un poco y le besó, recibiendo una mordida de parte de Tom enfurecido, el cual
aprovechó para levantarse y sentarse cuando Bill retrocedió luego de gritar sintiendo el ardor en
su labio… Otro rechazo más, comenzaba a cansarse y ofuscarse en sobremanera.
El silencio reinó ahí dentro, solo las agitadas respiraciones se escuchaban, Tom podía adivinar que
si tocaba a Bill éste explotaría de rabia, al parecer le había mordido muy fuerte pues podía sentir el
sabor salado de su sangre, pero ¿y Bill? ¿Acaso él no le había hecho peor? Lo había golpeado y ya
el brazo enyesado le dolía de tanto forcejear para librarse de ser prácticamente violado.
Entre tantas malas palabras que podía haber escogido, le dijo solo eso… Tom sonrió un poco y
luego rió ante toda la escena. Ambos desnudos, sentados ahí con los cabellos totalmente
desordenados y la ropa tirada en todas partes, era una locura.
—¿Debo tomarlo como cumplido? —Tom lo miró y Bill aún lucía enfadado, limpiándose el labio.
Le extendió su mano libre de yeso la cual Bill golpeó— ¡Aush! —se quejó—. Ya, lo siento… —Nada,
Bill aún estaba sentado con ambas manos en sus labios— Bill, vamos a la casa, allá te curo.
—No… —Dijo alzando la mirada y meneando la cabeza, suspiró sonoramente— Estoy caliente, tú
no me quieres, ¿sabes lo que alguien haría por tenerme? —se giró hacia la puerta y la abrió—
¿Quieres verlo?
—¡Espera! ¡No! —pudo adivinar sus intenciones, quería salir del auto desnudo, parecía demente,
Tom se angustió intentando impedir aquello.
Pero Bill fue escurridizo y terminó afuera, desnudo en la vereda de esa calle mugrosa. Se pasó
ambas manos por su cabello, alisándolo y luego se sacudió, hacía frío.
—¡Está bien, tú ganas! —gritó Tom con mucha vergüenza pues no quería salir del auto tal como
vino al mundo —¡Entra al auto! —ordenó con voz firme con lo cual recibió una risita burlona de
parte de Bill.
—No, no —le cantó con una melodía tonta— No entraré… ¡vendrás por mí! —Y corrió como loco
por la vereda. A Tom casi se le sale el corazón.
Así que tomó sus anchos pantalones tan rápido como pudo y con una sola mano se los puso, y
salió.
Su corazón bombeaba a mil y toda la adrenalina que sentía hasta le hizo olvidar que había dejado
abierta la puerta del auto y que corría sin zapatos.
Su Bill había girado por una calle oscura hacia un callejón. Todas las pocas personas que por ahí
pasaban eran maleantes y prostitutas. Giró la calle y pudo verlo parado frente a dos hombres, que
poca vergüenza, y ahora él se encontraba algo nervioso y bastante alterado.
—¡Qué demonios! —se acercó y le tomó del brazo, los dos hombres lo miraron fijamente.
El corazón de Bill latía de temor y eso le parecía… excitante, no sabía qué podía ocurrir y le
encantaba. La adrenalina que corría por sus venas le impulsaba a más…
—Bill, vámonos —le dijo apretando los dientes, los dos hombres miraban con mucho interés el
trasero de su hermano.
—Espera, no —habló uno de ellos, uno panzón y feo, estaba interesado—, yo te doy sesenta y nos
vamos a mi auto —la manera en como lo miraba era asquerosa, se lamía los labios, Tom sintió que
su sangre hervía de la rabia, apretó el brazo de Bill y éste en vez de gritar gimió excitando a los dos
hombres presentes.
—No, no, no, no —repitió Tom tantas veces, casi tartamudeando, pensaba en qué decir mientras
los hombres comenzaban a ponerse ansiosos por tomar a su hermano—, no está disponible,
pagué mucho por él y se escapó del auto, viene conmigo o su caficho nos sacará la mierda a todos
—vio como los hombres fruncieron el ceño y uno de ellos se llevó una mano hacia la espalda con
cautela, pudo anticipar que sacaría alguna navaja.
—Con que es tuyo, eh… —las cosas se pondrían feas y Bill solo espectaba la escena respirando
agitado— ¿Es verdad lo que dice? —le preguntó a Bill—. Mira que te ofrezco setenta y si quieres…
pues tengo amigos que le gustan los jovencitos calientes —Tom comenzaba a tensarse tanto que
sentía que la espalda le dolía.
—Pues… —Bill sonrió, Tom estaba a su tras intentando cubrirle de otras personas que pudieran
notar su desnudez— Es que este cliente es impotente, no se le para y escapé por eso, estaba tan
caliente… ¡auch! —se quejó en cuanto un codazo le impactó en las costillas. Los hombres rieron
maliciosos, pero había algo en ellos que le indicaba a Tom escapar, el problema era que sin
zapatos no podría correr tan rápido. Su auto estaba apenas a una cuadra de distancia.
—No —dijo seco el hombre barbudo sacando una navaja— A ver si nos regalan algo de… acción —
pidió perversamente.
A Tom se le bajó la presión y en parte Bill comenzó a preocuparse, pues solo quería burlarse de
Tom un momento, mas aquello ya se tornaba bizarro.
—Sí —dijo el otro hombre, panzón y desalineado— Vamos, tócalo, acaba con él o nos lo follamos.
Aquello terminó por poner frío a Tom quien solo atinó a tomar fuertemente de la muñeca a Bill y
jalarlo hasta casi arrastrarlo por la vereda y echar a correr con él rumbo su auto escuchándolo
gritar de la sorpresa y a los hombres también gritar e ir corriendo detrás suyo.
Tanta adrenalina logró hacer reaccionar a Bill, quien corrió junto a Tom lo más rápido que dieron
sus piernas y metiéndose en el auto, Bill manejó aun con el auto con las puertas abiertas y el
perrito chillando dentro puesto que se sentó encima de una de sus patitas.
Todo el griterío acabó dos cuadras más arriba puesto que perdieron a los hombres que los
perseguían.
—¡Estás demente! —fue lo que le gritó Tom esta vez muy molesto, le lanzó una bofetada en la
cara tan fuerte que su mano ardió y el rostro de Bill se giró violentamente producto del impacto.
Otra vez el silencio se hizo presente con el llorar del perrito de fondo. Tom lo tomó en sus brazos
calmándolo mientras veía a Bill enfurecido cerrando violentamente la puerta del auto.
Bill estaba algo cansado, así que no quiso empezar una discusión con Tom. Él le indicó cambiar de
asiento para que manejara a casa, Bill pasó al asiento de atrás para vestirse pasándole poco a poco
la ropa que le faltaba a Tom.
Al llegar a casa, ambos bajaron con las ropas mal puestas y despeinados totalmente. El paseo
había sido el más loco de sus vidas… Pero había una duda latente en Tom. Mientras había estado
conduciendo, las imágenes de su hermano desnudo, todo ese atrevimiento y la manera en como
se expresó cuando estuvieron a punto de acostarse le había hecho pensar que algo había ocurrido
con él, tenía una corazonada, y sabía que él ya no era virgen, aunque no sabía con cuántos había
estado su hermano íntimamente, mucho menos desde qué edad.
—Lo que pasó hoy pudo habernos costado la vida, Bill tú…
—¡YA! —gritó airado— sé lo que me vas a decir, siempre es lo mismo, no quiero oírlo, estamos
vivos por desgracia, así que ¡Shh! Ahórrate tus sermones aburridos —Tom aspiró aire tratando de
controlar su mal genio, eso era injusto.
Luego que ambos terminaran de bañarse, Tom puso al perrito al lado de su cama y fue a la
habitación de Bill para cerciorarse que dormiría sin problemas… Como cuando eran niños.
Bill estaba sentado en su cama solo con sus bóxers puestos, acomodaba su almohada, estaba serio
y un poco fastidiado, pero permitió que Tom entrase a su cuarto y se recostó suspirando,
relajándose.
—Bill…
—Si vas a sermonearme retírate ahora mismo —prefirió poner límites antes de tener que ir en
contra de Tom.
—No vine a eso —su voz sonaba suave y algo tímida… Entonces captó la atención de Bill quien le
miró acomodándose en su cama, tapándose con las mantas.
—Dime…
—Pues… No sé cómo decirlo —Bill movió una de sus piernas y le pateó el trasero por debajo de las
mantas, Tom rió un poco esquivando su miraba— Ya... Me preocupa cierto tema —Bill rió
burlonamente y le dio otra patadita.
—Habla de una vez, pareces mujer así con rodeos —los ojos de Tom se clavaron en los suyos
poniéndose serio y con una grave voz soltó la pregunta.
—¿Con cuántos te has acostado y desde cuándo? —Tom pudo notar la incomodidad en el rostro
de su hermano quien llevó una mano hacia su frente y se cubrió un poco los ojos, un gesto que
denotaba algo de vergüenza, pero no lo quería demostrar, ni cohibirse, aunque pensar en ciertos
acontecimientos confusos le llenaban de una sensación fastidiosa, como un pesar que le daba
enojo.
—No lo sé.
—¡Cómo no lo sabes! —se alteró un poco imaginándose un número espantoso mayor de cien
personas las cuales tocaron a su hermano menor. Pero vio la pequeña sonrisa de Bill y decidió
mantener la calma— No lo pregunto por… no sé, por curioso morboso, solo me preocupas, no
quisiera que… no sé, ya sabes, eres lo suficientemente grande como para saber a qué me refiero.
—Pareces una anciana hablando así, ¿tan difícil se te hace decir que puedo tener sida? —Tom
trató de relajarse, al parecer Bill estaba abierto al diálogo directo.
—¿Desde cuándo? —esa pregunta incomodaba mucho a Bill, pero al igual que Tom trató de
disimular y llevó una mano hacia sus ojos y suspiró prolongado, estaba serio, pero quería hablar.
—Muy temprano… Quizá no debas saberlo —Tom sintió un dolor en su estómago, aunque
preferiría no saberlo había una preocupación y duda en su ser.
—Quiero saberlo —Bill bajó mucho la mirada aún recostado sobre su cama con una mano
tapándole un poco los ojos de la luz de la habitación.
—Después que papá y mamá murieran… —Tom agachó la cabeza y no supo qué decir, escuchó un
suspiro de Bill tratado de calmarse. Muchas imágenes inundaban su mente, recuerdos de un
hombre llamado Jimmy follándole en una cama, lo mucho que le dolía, y la confusión de saber si él
se lo había buscado o no— luego de la primera vez tuve algunos encuentros más y eso es todo —
otra vez el silencio, Tom procesaba esa información, sus padres habían muerto cuando Bill apenas
tenía catorce años, y él no supo cuidarlo bien… Era su culpa—. ¿Y tú? —volvió a patearle el trasero
por debajo de las mantas.
Tom rió un poco, se sintió algo cohibido puesto que él era casto y virgen a sus dieciocho años no
había pasado más que besos y tocamientos algo subidos con Andreas su único novio y ahora con
Bill, claro. Pero el menor tenía la sospecha de que él había experimentando más en especial con
chicas.
—Si hablamos solo con la verdad, pues… Aún nada —le miró a los ojos y Bill le sonrió volviendo a
patearle el trasero a lo que Tom tomó su pierna por encima de los cobertores.
—¿Tú?
—De-definitivamente hoy es-estás demente… —tartamudeó y luego rió nervioso tratando de dejar
aquel ofrecimiento en una broma. Pero luego Bill sacó los cobertores y se quitó los bóxers
quedando desnudo otra vez en un ambiente cómodo e iluminado— Bill, no —habló Tom serio. Era
un rechazo.
—No acepto un no… —estaba sentado casi al borde y se levantó para irse, pero se detuvo cuando
Bill se giró mostrándole todo, arrodillado en la cama.
—No… —su voz sonó excitada. La vista de su lindo trasero y su espalda lograban hipnotizarlo, pero
temía dañarlo o quizá no satisfacerlo… Estaba nervioso, sería una locura acostarse con él— Bill… —
gateando en su cama fue a su costado y Bill se arrodilló para abrazarle y sentarse en sus piernas.
—Dijiste que me querías… —Bill sabía que sonaba patético, poco demandante, pero no quería más
rechazos.
—Te quiero, te amo, es la verdad, pero no lo veo correcto, esto, tocarte así… Me sentiré mal
después… no quiero dañarte —le susurró aferrándose a su cuerpo desnudo, Bill comenzaba a
meter sus manos por debajo de su polera de pijama.
—Tú no podrías dañarme… Ya estoy dañado —Bill recibió un suave beso en su mejilla y rió
tratando de no lanzarse sobre Tom como cuando estaban en el auto.
—No…
—Sí —Bill le besó en los labios y Tom cerró los ojos cayendo hacia atrás en la cama con Bill sobre
él. Guió una mano de Tom por su pecho y luego más abajo y hacia atrás, la dejó ahí y luego lo miró
a los ojos— No me rechaces…
Tom tragó saliva y luego de segundos confesó—: No sé cómo… cómo hacerlo… —Bill le inclinó
hacia él besándole.
—Demente por ti, solo por ti. Ahora… —se metió dos dedos a la boca, lamiéndolos y jugando un
poco ante la atenta mirada de Tom— Espera a que esté listo.
—Oh, no… —se quejó nervioso, llevando una mano hacia su rostro, sintiendo como su pulso se
aceleraba y su respiración se agitaba, trataba de no ver lo que Bill se hacía a sí mismo aunque
podía imaginarlo y en ese proceso su erección crecía.
Pronto un gemido se escuchó de parte de Bill y luego Tom yacía sobre la cama completamente
desnudo. Bill se alzó sobre él y tomó la erección de Tom, lo miró a los ojos y descendió sentándose
en él emitiendo un jadeo prolongado viendo como Tom abría la boca y lo abrazaba por la cintura…
Tom tenía un concepto sobre el sexo diferente al de Bill. Él creía en el amor y en la entrega por
amor. Pero Bill creía en la intensidad del momento y cuanto más fuerte era todo aún mejor para
él.
Con pocos solía expresarse como quería, con Tom había más libertad. Mantenían un beso
apasionado mientras Bill subía y bajaba en su regazo, unido totalmente a él, Tom podía atreverse a
asegurar que pronto llegaría, su miembro era envuelto tan placenteramente, todo era muy
caliente y húmedo pues Bill prefirió usar algo resbaladizo para así facilitar las cosas.
Las manos de Bill estaban en la cabeza de Tom, metiendo sus dedos hasta sentir su cuero
cabelludo entre sus rastas desordenadas, besaba y chupaba los labios de Tom con insistencia y se
atrevía a sacar su lengua de rato en rato y gemía en sus labios.
Tom no quitaba su brazo rodeando su cintura, mientras que el otro con el yeso estaba sobre un
muslo de Bill.
—Dime si te gusta… dímelo —suplicó Bill en sus labios. Tom abrió los ojos mirándolo de cerca, tan
sudado, tan dominante y tierno a la vez.
—Sí… espera… es mejor si… —se levantó hasta que Tom salió de él y luego se recostó en la cama,
Tom entendió lo que quería y fue entre sus piernas para luego besarle el cuello y entrar otra vez.
—Bill —le llamó en un susurro moviéndose sobre él—, sé que… sé que quizá me arrepienta luego…
—Shh… lo sé… lo sé… Todo será mi culpa, ¿vale? Ahh… —su cuerpo comenzaba a temblar en
oleadas de intenso placer.
—¿Estás bien? —una sonrisita maliciosa se formó en sus húmedos labios y asintió contrayendo sus
músculos alrededor de la erección del mayor quien gruñó— ¡grr…! —en el éxtasis de todo, miró a
Bill— ¡Te amo, te amo! Te amo Bill…
Bill nunca en su vida había podido sentir ese sentimiento del cual todos hablaban, no es que nadie
no lo haya amado alguna vez, simplemente él no podía sentirse amado o clasificar esa sensación
de amar, ese sentimiento que ahora Tom le declaraba con palabras y sus manos acariciaban su
cuerpo como sí él fuese de cristal, como alguien importante y no simplemente un objeto de
satisfacción como lo era con sus otros amantes quienes buscaban solo el máximo placer y no
interesándose por la persona en sí, ni en sentimientos, todo eso sería tomado como cursilerías…
Dejó a Tom hacer su parte y él se quedó absorto sobre la cama pensando y grabando esas
sensaciones en su mente… Podía sentir su corazón latir intensamente no solo de placer físico,
había algo emocional que empezó a inundarlo de tal manera que quería salir.
Ambas manos cayeron hacia atrás y alzó un poco más las piernas y se le formó un nudo en la
garganta en cuanto sintió los delicados besos de Tom en su frente, en sus mejillas y cuello, y
escuchaba más que sus jadeos, le decía que lo amaba, que lo quería, que era precioso y lo único
que tenía en el mundo, lo más valioso, su familia, su todo…
No le estaba follando… le hacía el amor, algo que nunca antes le habían hecho, o él hubiera
hecho… Dejó de moverse y tembló en la cama rompiendo en llanto desesperado, angustiando a
Tom quien salió de él y se arrodilló en la cama con el cuerpo tembloroso y ahora con una mirada
que denotaba horror… Lo había dañado, le había dolido, algo le había hecho.
—¡Shh! —le chistó tan rápido como pudo queriendo tener el control sobre sus emociones— No
digas nada… —su voz sonaba rota y no podía controlar sus temblores…
—Bill —le acarició el rostro limpiando sus lágrimas—, te ayudaré, no lo haré más.
—¡Calla! —él no sabía cómo explicar que no era el hecho físico que lo había puesto así, eran los
sentimientos, el mar de sentimientos que Tom le había trasmitido. Se sintió inmerecedor de todo
aquello.
—Por favor dime qué hacer… —le besaba la frente, acariciaba su cuerpo pensando que era dolor,
alguna cosa, quizá se había empezado a mover muy rápido en él, se sintió culpable.
Bill suspiró hondo muchas veces calmando su ridículo llanto, como odiaba llorar en especial
delante de Tom.
—¿Por qué me amas? —preguntó bajito con la voz entrecortada, limpiando sus lágrimas,
intentando calmarse. Tom jadeaba lleno de emociones, tratando de explicarle aquello y hacerle
sentir bien.
—¿Y cómo es? Eso de… amor… —Tom se acomodó a su costado, suspirando, calmando su angustia
mezclada con excitación, acarició a Bill, quitando sus cabellos de su frente, le besó la mejilla y
luego acarició con su nariz parte de su rostro.
—Es cuando sientes que eres capaz de hacer locuras por una persona… Sientes que no importa
nada más en el mundo que él… Sea como sea, le pase lo que le pase, siempre correré tras él para
traerlo conmigo, porque lo amo.
Y Tom pudo entender por qué Bill había llorado pues se quebró otra vez incapaz de poder
controlarse. Tom lo abrazó, parecía que había muchas heridas por sanar… Parecía encontrar la
razón de su forma de ser.
Dicen que cuando uno no es capaz de sentir el amor, simplemente está condenado a no sentir y
busca aquel sentimiento en sensaciones temporales. Confunde el placer con amor, las drogas con
vida, los amigos con familia, la calle con refugio.
—Quiero amarte —le confesó Bill—. Igual como tú lo haces… que seas mi todo como tú dices…
Quiero, no sé, dejar de sentirme vacío —volvió a llorar en los brazos de Tom, éste lo escuchaba
pacientemente—. Una vez creí que no tenía corazón… no lo siento a veces, incluso creo… creo que
sería capaz de cortarle la cabeza a alguien y jugar fútbol con ella… y no sentir nada. A veces tengo
miedo de eso porque… siento que hay más mal en mí que bien, siento que nací así y que… que tú
no eres mi hermano, que papá y mamá me recogieron quien sabe de dónde… Un bastardo…
—Eso no es verdad…
—¡Shh! Para mí lo es… —Tom le acariciaba la espalda, la cabeza de Bill reposaba en su hombro y
temblaba sollozando de rato en rato— Nunca me sentí parte de ti… como ahora.
El llanto de Bill duró minutos más hasta que se sintió relajado, era un estado tan placentero que
no lo había sentido ni cuando le invitaron cocaína. Podía respirar aliviado y podía sentir que
confiaba en alguien.
—Jijiji —rió nervioso ahora recostado en la cama suspirando cada que podía, Tom lo observaba y
es que pocas veces había visto su rostro lloroso, sus ojos algo hinchados y rojos se veían atractivos
para él, como alguien a quien cuidar, a quien llenarle de muchos besos, luego pensó que quizás
todo eso había detonado esas emociones reprimidas en Bill—, quiero continuar lo que
empezamos —Tom se sonrojó, toda su erección se había ido por la preocupación, y se angustió un
poco creyendo que ya no podría más… Pero eso no quería decírselo a Bill, su niño experto—
Hmm… —Bill podía adivinar sus pensamientos— ¿Aún quieres? —el vientre de Tom dolió… Bill
parecía amable y dispuesto, Tom dudaba poder.
—Creo que… —se mordió el labio y vio como Bill se removía en la cama, dándose la vuelta se
expuso a él arrodillándose en la cama y abriendo las piernas, y claro que su cuerpo respondió en
segundos— creo que sí…
Bill rió excitado y sintió todas esas caricias delicadas sobre su espalda y los labios de Tom cerca de
su oído, sonrió y cerró los ojos gimiendo, dejándole a Tom hacerle el amor.
Fue ahí donde consideró aquella experiencia como su primera vez y cuando terminaron, Tom le
pidió que sea más que su hermano, hicieron un pacto ahí en la cama, uno que juraron que sería
para toda la vida.
El corazón de Bill nunca había latido tanto como aquella noche. Fue cuando supo que existía aquel
sentimiento desconocido para él, el amor.
***
Había pasado un mes desde aquella confesión de sentimientos y al parecer había en casa un nuevo
Bill, aunque tenía sus arranques de carácter y rebeldía, estaba en casa porque Tom estaba ahí.
Dejó la escuela pues muchos problemas le había traído, el director le había invitado a salirse
voluntariamente antes de levantar una investigación sobre venta de droga en la escuela que podía
perjudicarlo, y él tenía mucho que ver en ello.
Pero Tom no se quedó de brazos cruzados, tomó la tutoría de Bill y compró libros, sería su
maestro, le enseñaría en casa y así se nivelaría y podría volver a otra escuela.
Ya no tenía el fastidioso yeso en el brazo, ahora podía moverse más y había dejado de trabajar en
la cafetería, ahora trabajaba junto con Bill en un supermercado por turnos. Había un poco más de
ingreso en la casa, estaba ahorrando para entrar pronto a la universidad, quería estudiar Leyes.
Su vida él la denominaba Luna de Miel, era tan placentero llegar a casa o salir con Bill, a éste le
gustaba llevar a Tom a lugares desconocidos o lejanos y hacer locuras como una vez en la que casi
terminaron haciendo el amor en los asientos de un cine. Tom le suplicaba que no, pero Bill
necesitaba de la adrenalina para sentirse bien y luego que un policía les llamase la atención fueron
a un baño público y ahí lo hicieron. A Tom le había parecido un hecho tan bajo que recriminó a Bill
todo el camino de regreso a casa, pero para éste había sido emocionante, más el hecho de que la
puerta del baño no haya estado muy cerrada y alguien podía haber entrado.
Y estaba aquella vez en la que Bill emborrachó a Tom en la casa tanto que le hizo el amor. Fue una
experiencia única para Bill el haber sido capaz de haberlo hecho de esa manera con Tom, casi
contra su voluntad. Al día siguiente, cuando Tom sintió un ardor extraño en su parte trasera, fue
conciente de lo ocurrido la noche anterior. A Bill le pareció chistoso y una experiencia que pensaba
repetir cuando Tom esté sobrio, pero para Tom fue una falta total de respeto y le dejó de hablar
todo ese día libre que se la pasó en cama.
Estaban estudiando en la tarde, a Bill le aburría en sobremanera las clases teóricas, necesitaba de
acción, quizá si viera una película sobre esos temas podría aprenderlo más rápido, pero Tom había
podido manejarlo, lo conocía más y sobre todo lo amaba.
—Es una mierda, más mierda y más mierda… ¿Acaso en la calle alguien te va a preguntar para qué
eran las pirámides de Egipto?
—Es cultura general, Bill, esto todos deben de saber, el que no sabes es estúpido y hasta retrasado
mental, además he conseguido una película que podemos ver hoy… —le sonrió y Bill bufó
fastidiado.
—Tengo una idea mejor… —canturreó— Quiero hacerlo en el sofá de la sala, ahora… sé que
quieres —Tom quería, pero habían prioridades.
—Primero la cultura egipcia, luego el sillón… —Esa era las condiciones que ponía cada día.
Luego de casi una hora de repetirle conceptos, antes de ir a cualquier lado, Tom le tomaba una
prueba con la que veía su rendimiento. Se la dio y vigiló que no plagiara, pero Bill era muy astuto,
algunos conceptos no sabía pues memorizar nombres de faraones era tan tedioso para él.
—Quiero un vaso de agua… por favor —pidió con cara de cordero agonizante, lo cual Tom no
creyó.
—Primero tu examen…
—Bah… —pero luego de minutos, llamó con un silbido a Scoty, su perrito que ahora estaba muy
juguetón y se lanzó sobre Tom quien rió jugando un poco, siendo lamido y ladrado. Bill aprovechó
para terminar su examen copiando de los libros, y así, mientras plagiaba, con la adrenalina de
hacer algo prohibido, los conocimientos llegaban a grabarse rápidamente en su mente— ¡Terminé
carajo! —gritó emocionado— ¡Ahora vamos al sillón!
Los días parecían especiales y daban ganas de vivirlos hasta que un día Tom entró a la universidad,
ya no podía enseñarle más y tenía dinero suficiente como para mandar a Bill a estudiar en alguna
preparatoria. Bill estaba por cumplir diecisiete años y Tom veinte.
Para Tom las cosas habían mejorado mucho, estaba empezando a sentirse realizado y estable, y
sobre todo veía una mejora grande en Bill. Pero el pelinegro comenzó a preocuparse pues sabía
que si Tom entrase de lleno en la universidad lo dejaría solo, y si lo dejaba solo… Él no tenía la total
seguridad que podría estar bien.
Aquella tarde Tom alistaba una pequeña mochila, tenía trabajo en grupo, una investigación
importante y pasaría la noche en casa de su compañero David.
—Regresaré mañana por la tarde… Esto es importante, sabes que soy becado, debo tener siempre
notas altas si quiero seguir siéndolo y David es becado también, tenemos las mismas metas.
Bill había dejado de hablarle esa mañana que le dijo que le dejaría y justo era sábado, día libre en
la que había hecho planes mentales de ir a pescar a un lugar lejano y regresar domingo por la
noche. Tom lamentaba tener que irse, David no podía ir a su casa puesto que cuidaba de su abuelo
en casa y Tom no podía llevar a Bill y así él estuviera en casa con ese trabajo tan importante que
tenía no podría prestarle la atención debida.
—Bill, por favor… —pidió acercándosele lentamente. Estaba parado en el lumbral de su puerta—
Regresaré… las horas se irán volando…
—Siempre será así, seré siempre segundo, el que está en casa esperándote… el que no estudia
bien, el que tiene malas notas… Y tú, el abogado… —Tom suspiró.
Habían discutido sobre eso algunas veces, Lo que Tom hacía era por Bill, para ser el que sustente la
casa.
—Bill… —pero no se detuvo, y pasados unos diez minutos Tom salió de casa.
Fue cuando Bill sintió regresar a su cuerpo esa sensación de vacío, como si un calor agradable se
hubiese ido, como si su estabilidad y motivo de vida se hubiera desaparecido.
Angustia y desesperación. Soledad y ansiedad. Sentimientos que ya conocía y sabía como hacerles
frente. Sus manos sudaban y entonces, armándose de valor salió de casa…
No le fue difícil encontrarse con amigos, distraerse un poco era justo lo que necesitaba. Hace casi
un año que no probaba un porro o se intoxicaba con alguna cosa. Pero ese sábado lo sintió
prudente.
Él no recuerda cómo terminó en el suelo casi convulsionando y como así el tiempo se pasó como si
los minutos fueran segundos… Había descubierto la manera de correr el tiempo, entonces vería a
Tom.
Aquel domingo entró a casa muy de noche, no pensó que le tardaría mucho regresar. Arrastraba
los pies y caminaba todo desalineado, algunas partes de su cuerpo le dolían, sabía que debía
descansar mucho, quizá faltaría a la escuela al día siguiente.
Al cruzar el lumbral de la puerta, la lámpara de la sala se encendió con Tom sentado en un sillón,
totalmente serio y molesto.
—¿Qué pasó? —le dijo serio— ¿Te has visto en un espejo? No puedo creer que hayas vuelto a caer
así… tan bajo, ese no es el Bill que conozco —Bill abrió la boca para decir algo… pero no salió nada,
se sintió escoria, sintió que perdía a Tom.
—No quiero sermones, lo sabes —esquivó su miraba y Tom se levantó del sofá.
—Regreso de estudiar como a las cuatro, solo por ti, para verte y salir, para hacer lo que te gusta,
llené el auto de combustible para manejar horas sin rumbo y estacionarlo en cualquier lado que te
de la gana y hacer el amor hasta el lunes, compré una pizza que ahora está fría… Y mira, llegas a
las tres de la mañana y drogado, ¿así me pagas?
—Bill —le susurró cerca de su oído estando pegado a su espalda rodándole la cintura—, lamento
haberte gritado… por favor prométeme que no lo harás otra vez… Dilo —escuchó a Bill suspirar y
no se atrevió a girar para que lo le viera a la cara directamente.
—No lo haré… no quiero defraudarte —era sincero, Tom le daba pequeños besos en sus hombros
desnudos—, no quiero defraudarte.
Lo repitió dos veces como para creérselo él mismo y así hacerse caso.
—Te amo Bill, mucho, tanto como… como para centrarme todo este día en ti con la preocupación
de perder mi beca, pero como tú dices, un poco de locura no hará mal… arriesgar es divertido —
Bill rió despacio, qué cosas le había enseñado a su hermano y aún así le decía que le amaba,
aquello otra vez le llenó de emoción.
—Sí… No vuelvas a irte así otra vez. Conmigo tendrás todo, nada te faltará…
Bill quería creerle, con todas sus fuerzas quería hacerlo, pero muy en el fondo sabía que quizá no
podía… Él sabía que saldría otra vez si Tom se iría de su lado…
Había días en los cuales sentía que nada podía satisfacerlo, esos días para Tom eran un círculo
vicioso en donde podía esperar muchas cosas de Bill, como algún juego sexual, o alguna cosa loca.
Bill estaba contra la pared de la habitación de Tom, de pie con ambas manos apoyadas
fuertemente en la fría pared y Tom detrás, exhausto y cansado pues era ya la segunda vez en el
día que lo hacían y Bill estaba en aquellos días caprichosos.
A Tom le gustaba acariciarlo delicadamente, le gustaba hacerlo sentir bien, pero a veces eso
incomodaba a Bill, él quería un poco más de intensidad.
Su cabeza chocó en la pared en cuanto Tom le hizo caso y aceleró sus embestidas con el fin de
terminar.
—¡No te detengas! —pero gruñendo cerca de su oído terminó en Bill con una fuerte estocada—
¡No!
—Lo siento señor insaciable… —jadeó en su cuello, besándolo ahí tiernamente y meciéndose aún
en su interior, lo tomaba en sus brazos para recostarlo en la cama— Faltas tú…
—Sabes que no me gusta así, con esto disfrutarás también —apretó su miembro con una mano y
Bill gimió— ¿Lo ves? Llegarás pronto… humm… me gusta tu carita cuando eso pasa…
Bill quiso hablar, pero la mano de Tom era tan experta que efectivamente le hizo acabar en ese
instante.
En la cama se abrazaron y besaron. Hasta que Tom le tenía que decir algo.
—Bill… mañana regresaré a las diez… será un día largo, pero se han formado círculos de estudio
muy cerrados en la universidad y me han invitado a participar de uno por mis buenas
calificaciones, no puedo dejar pasar esta oportunidad, estar en ese círculo es prestigioso… —Bill lo
miraba fijamente. Comenzó a ponerse un poco incómodo, pero no quería demostrarlo.
—Ya, mañana decidimos qué hacer… Ahora quiero un beso grande. —Tom le dio uno, uno suave
que Bill no quiso—. Muérdeme Tom, fuerte… márcame —Tom lo miró fijamente acariciando una
de sus mejillas con sus pulgares.
—Quiero sentirte, quiero quedarme con tu marca hasta mañana por la noche…
—No soy vampiro —rió Tom, pero Bill lucía serio y eso lo intimidó un poco— Billy… No te pongas
así… —Y ante su mirada, Bill llevó un brazo hacia su boca y se lo mordió tan fuerte que asustó a
Tom— ¡Qué haces! —Marcas moradas y rojas aparecieron en su brazo —Cómo pudiste hacerte
eso —dijo con los ojos muy abiertos, acariciando el brazo adolorido de Bill.
—Bah…
—Nada de bah…
***
Al día siguiente, Bill tenía clases, pero no fue. Estuvo caminando por las calles conocidas de lo que
él llamaba “vida pasada” recordando los momentos intensos que vivía cuando perseguía a la nada
en las calles peligrosas buscando escapar de algo, sumergirse en algo, buscando pasiones y
emociones.
Sin mucho dinero, sin Tom, sin sentir su corazón, caminó y caminó hasta que esa sensación de
ansiedad era tal que no le dejaba respirar, la angustia se calaba en su ser, sus ojos veían borrosos,
sus músculos temblaban y su mente tramaba y tramaba soluciones.
Encontró en el camino a Georg que andaba con un tipo delgado y simpático, de seguro su nuevo
novio. Pero no le importó rebajarse ante él un poco en busca de droga…
—Tengo lo que te gusta gusto en mis pantalones… Si te arrodillas y lo buscas te lo doy —habló con
una sonrisa pillina en sus labios.
—Ni lo sueñes.
Georg le dejó y luego vio su desesperación por meterse la droga. Georg sonrió… Su nene había
vuelto muy necesitado y espectada un día ardiente con él.
En casa de un desconocido se perdió todo el día. Se dejó follar por Georg, aunque por ratos su
incomodidad era evidente. Recordar como era el sexo sin amor solo le hacía pensar en Tom y en lo
mucho que deseaba en esos momentos estar en sus brazos.
Más droga en un solo día… Bill terminó en el suelo convulsionando otra vez. Los pocos presentes
se asustaron y lo sacaron a la calle pues no querían que muriese en su casa y después tendrían
problemas legales.
Bill fue recogido por una patrulla y llevado a un hospital de emergencia. La sobredosis había sido
mucha.
Tom regresó a casa con un pequeño regalo para Bill. Pero no lo encontró, y por más que llamó a su
celular éste no contestaba. Se preocupó mucho. Entonces a la mañana siguiente recibió una
llamada telefónica, era una enfermera que le había dicho que su hermano estaba internado por
una sobredosis.
Tom se angustió de tal manera que se llenó de rabia, ¿qué hacía Bill? ¿Cómo era capaz de pagarle
de esa manera? Todo le daba, estudiaba por él, trabajaba por él, vivía por él… ¡Cómo era capaz de
hacerle eso! De tanta rabia que tenía se echó a llorar, Scoty fue con él saltando incapaz de poder
consolar a su dueño.
—¡Por qué, Bill! —tomó inmediatamente las llaves de su auto y se enrumbó al hospital.
Otra vez a su rescate, pero esta vez estaba muy enojado, lo que Bill había hecho era muy injusto,
una maldad. Ese día tenía un examen, si no lo daba perdía la beca, ya la daba por perdida. Y el
dinero que había podido ahorrar, que lo había destinado para un viaje hacia algún país con Bill, lo
tenía que gastar en medicinas. Estaba furioso que al llegar al hospital el médico de turno lo llamó
en privado antes de permitirle ver a Bill.
—Cálmese por favor, tome asiento —lo invitó a sentarse en su despacho—. Lo que ha pasado con
él es lo que llamamos tolerancia, él afirma que ha dejado de consumir droga hace más de siete
meses, pero ahora ha vuelto a recaer y ha necesitado de más droga para sentir sus efectos.
—Es así, sí, él lo dejó, él era sano doctor, él… —su voz se quebró y no pudo evitar llorar ahí
sentado, el doctor le pasó un pañuelo—. No sé por qué me hace esto ahora… No sé qué quiere…
—Necesita ayuda profesional, esto de las recaídas son frecuentes en los adictos a las drogas y
ahora él está consumiendo grandes cantidades, su cuerpo ha generado resistencia… Es un adicto,
lo volverá a hacer y puede ser mortal, llegó aquí convulsionando, le pudo haber provocado un
derrame cerebral… —Todo lo que le decía era tan grave— Ahora cuando lo vea, no le recrimine
por el momento, hágale ver que necesita ayuda, tome mi consejo —le extendió una tarjeta—. He
visto muchos casos así, existen programas de ayuda, centros especializados, él necesita eso —Tom
tomó la tarjeta con algo de pesar.
Una vez Andreas le había aconsejado lo mismo… Y él creyó en Bill, en sus palabras que le dijo
nunca más, y ahora estaba en una cama de hospital por sobredosis. Esta vez Tom tomaría el
consejo, más viniendo de un profesional.
Fue a la habitación donde Bill reposaba, con muchos tubos por su cuerpo, Tom sintió que lloraría
otra vez, pero trató de ser fuerte, el médico le había aconsejado que no lo alterara.
—No lo haré más… Yo… no quería, es en serio, no quería hacerlo, no sé qué pasó.
—No, no lo soy, no necesito ayuda, solo ir a casa… No me crees, ¿verdad? —frunció el ceño
agitándose un poco, le soltó la mano y le dejó de mirar.
—No puedo creerte, necesitas ayuda… No estás bien…
—Tom, no digas eso, no hables así, yo no quería hacer esto, ya lo dije, además fue solo hoy, desde
hace mucho no lo hacía…
—Hace unas semanas fue lo mismo… Haces esto porque quieres que pierda mi beca y que me
quede en la nada contigo, es por eso —A Bill le dolieron esas palabras en sobremanera—. Pues
para tu información ya perdí la beca, ahora mismo —miró su reloj— dan examen sin mí. Pero ni
creas que me voy a quedar de brazos cruzados viendo como te destruyes, no mi niño, vas a la casa
y de ahí buscaremos ayuda.
—Tú eres mi ayuda, no me dejes… —sentía un mar de emociones, sentía que perdía a Tom, la vida
misma, sentía que necesitaba de droga para así armarse de valor y discutir esos asuntos con más
lucidez, aunque eso sonara contradictorio. Sin la droga se sentía débil, confundido y vulnerable.
—No te dejaré… —Bill alzó su brazo para tomar la mano de Tom, y éste pudo ver la marca de la
mordida, lo morada que se veía y a un lado como estaba escrito con algo filudo su nombre “Tom”
—Por Dios Bill, qué hiciste… te cortaste el brazo —Bill le sonrió triunfante.
***
La comunicación entre los dos comenzó a tornarse mala. Bill no quería provocar a Tom pues se
sentía en total desventaja, la oveja negra, la escoria, la basura, el drogado, el bastardo de la
familia. Y por su lado, Tom se sentía muy mal por herir a Bill, estaba pensando confiar en él otra
vez y dejar de lado la idea de internarlo en un centro.
Estuvo lúcido dos días y al tercero volvió a escapar.
—Solo será uno, solo uno —caminaba por la calle sigiloso, temeroso y sobre todo tembloroso—.
¡Maldición! —no podía encontrar a sus amigos de la otra vez. Y Georg apareció a lo lejos— Ahí
estás cabrón.
Bill sabía que debía entregarse a él. Ya no tenía autoridad sobre nadie, ahora era dependiente
total de ese grupo de amigos, ya no era más el líder…
“Solo uno, solo uno” Se repetía a sí mismo una y otra vez como un mantra. Pero fueron dos y
luego tres veces. Ya no sentía a la droga tan efectiva como antes, eso le fastidiaba. La maldita
droga le había abandonado también…
Regresó a casa temprano, con el trasero que le escocía mucho, Georg se había pasado con él y no
solo fue él, se dejó por otro tipo para su tercera dosis. Necesitaba ducharse con urgencia, no
quería defraudar a Tom y se sintió un poco aliviado de que regresaba antes de la noche y esperaba
no aparentar que estaba drogado, esta vez creyó que se había salido con la suya. Pero no era así.
Al cruzar la puerta Tom estaba ahí, con los ojos rojos de llorar y con los puños apretados de la
rabia que sentía el no poder confiar en él, y no estaba solo… Había una mujer vestida de traje
sentada en el sofá la cual sonrió amable a Bill.
—Mucho gusto, Bill —se paró la mujer—. Mi nombre es Lucía y soy especialista en adicciones,
estoy aquí para ayudarte.
—Siéntate por favor y hablemos —ofreció ella, pero Bill miraba a Tom, lo decepcionado que
estaba y tenía una hoja de papel en sus manos—. Nada pierdes, estamos para ayudarte, queremos
tu bien…
—No… yo… vine temprano, no pasó nada, deseo… deseo ir arriba, Tom, ven…
—Siéntate Bill —habló con voz rasposa—. Ven aquí…
—¡No!
—¡Que vengas! —Bill se sintió angustiado y se sentó frente a ellos. Sus manos temblaban, se
sentía acorralado.
La mujer empezó a hablarle de lo valioso que era la vida humana, que los problemas tenían
solución y que Bill debía escoger y aceptar la ayuda voluntariamente. Solo él tenía el control.
—Tú decides Bill, pero antes que des una respuesta, aquí tu hermano Tom tiene unas palabras que
decirte —Bill miró a Tom, como sus manos temblaban al sostener una hoja de papel en sus manos,
suspiraba tratando de calmarse un poco, no quería llorar.
—Escribí algo para ti hoy, para este momento… Aquí va —dijo y enfocó su vista en la hoja de papel
— Querido Bill, no sabes lo que significas para mí… Una vez te dije que eres mi todo, lo sigues
siendo, eres mi mundo, todo lo que tengo, todo lo que amo, sin ti no sería el mismo, pero las
malditas drogas te están alejando de mí, aunque no lo quieras aceptar, está pasando… —su voz se
quebró y comenzó a llorar, Bill se sentía desesperado, no sabía cómo reaccionar o qué decir y Tom
continuó—: Te amo… demasiado, con la misma intensidad a pesar de todo. Por favor acepta esta
ayuda, acepta cambiar… por mí.
La especialista le había ayudado a escribir aquella carta, no juzgó su contenido ni todo lo que Tom
quería expresar en ella.
—Te estamos ofreciendo ayuda, no estamos condenándote… —dijo ella— El centro “Esperanza” te
ofrece un internamiento de tres meses, con la experiencia de haber rehabilitado muchos
jovencitos que ahora no son adictos… —Bill agachó la cabeza.
—¿Por qué me haces eso, Tom? —ponerse en plan de víctima era una forma de defenderse. La
especialista ya se lo había advertido, Tom estaba capacitado para persuadirle.
—Porque te amo, debes aceptar la ayuda… Por nosotros Bill, debes cambiar —aquello le hizo
llorar, él odiaba eso y se puso ambas manos en la cara muerto de vergüenza y sintiéndose como
mierda.
—No puedo… —sollozó fuertemente—. No puedo alejarme de ti… ¡No puedo cambiar!
El llanto de Bill era tan desesperante como la vez que hicieron el amor, se sentía mierda, muy
inferior y deseaba defenderse, se sentía atacado. Quiso levantarse para escapar de ahí, pero su
vista se enfocó en Tom, que se había puesto de pie con los ojos llenos de lágrimas, en estado de
alerta por si tuviera que correr tras Bill e impedir que escapara.
—Por favor Bill, por favor —tan amable como siempre era.
Las piernas de Bill temblaron tanto que terminó de rodillas sobre el suelo y sus manos se apoyaron
ahí, el cuerpo tembló y se sintió morir. Tom se inclinó y le abrazó. Entonces Bill miró a la
especialista.
—¿Cuándo me voy? —Tom lloró abrazándole, emocionado que había aceptado aquella ayuda.
—Si quieres ahora mismo, no necesitas llevar nada. Voy a dejarlos solos ahora mientras llamo a mi
equipo. Bill, lo que hiciste ahora es de valientes, así se cambia, así se da el primer paso.
La especialista salió y Bill fue a darse una ducha, lo necesitaba con urgencia. Y luego salió con una
toalla hacia su habitación, suspirando. Tenía una sensación extraña, como una ligera esperanza de
que pudiera encontrar la solución a su problema y luego regresar a los brazos de Tom… Eso
sonaba muy gratificante.
—Bill —entró Tom a su habitación con algo en sus manos. Bill se le acercó y Tom le dio un
pequeño beso en sus labios—, tengo esto para ti —le extendió una cajita y Bill la abrió. Ante sus
ojos un anillo brilló y él se puso serio— Los esposos tienen un anillo que les recuerda el pacto que
una vez hicieron… Con este anillo lo tendrás presente, como una marca.
—Una marca…
—Sí —tomó su mano y se lo puso, luego la besó y Bill se sintió flotar. Pero luego reaccionó y
escondió su mano tras su espalda y esquivó la mirada.
—Lo tendré presente —dijo serio—. Ahora… quisiera un poco de… privacidad —Tom se lo
concedió.
Sentado en su cama, viendo lo tétrico que su habitación se había vuelto, sacó su libreta y se puso a
escribir garabatos llenos de rabia… Tenía enojo consigo mismo pues se había dado cuenta que ya
no tenía la fortaleza de antes... Ahora era como una marioneta de la droga.
Salió de ahí y un grupo de señores le esperaban abajo, amables y todos sonrientes, le permitieron
despedirse de Tom en la cocina antes de tener que subir al auto.
Besos intensos, lágrimas corriendo por sus mejillas, promesas bonitas y dulces, un mar de
esperanzas del mañana, si todo saldría bien, tendrían una nueva vida.
Cruzó la puerta de su casa y subió al auto. A su lado subió un señor quien se presentó como su
médico.
—Vamos, rumbo al cambio, no será nada fácil, pero no es imposible, ya has dado el primer gran
paso, te felicito.
Bill le miró y algo en él latió, era su corazón, comenzó a creer que tenía uno…
Aquel lugar llamado Esperanza era una casa residencial muy grande. Le dieron una habitación para
él solo. Había muchos jardines y le dieron un horario. Luego que terminara de dejar sus cosas en
su pequeña y limpia habitación, Lucía le llamó a una sala para explicarle algunas cosas.
—Bueno Bill, hay ciertas reglas que debes de saber y sobretodo cómo será todo este proceso de
cambio —le mostró un folleto—. La primera semana, comenzando por hoy mismo, es lo que
llamamos fase de desintoxicación, estarás fuera del grupo en constante interacción con el médico
que ya te hemos presentado, estarás incluso con compañía de carácter psiquiátrico.
—No lo estás, solo que tu cuerpo te pedirá tanto la droga que perderás el control temporal sobre
la razón, esta etapa es la más fea, es todo un reto que debas afrontarla con todos tus recursos
internos, el cual ya hemos hablado, tu fuerza es Tom allá que te está esperando, hazlo por él y por
ti, porque necesitas este cambio, debes creerlo, creer es tener el poder —Bill suspiró algo
fastidiado.
—Te aburrirás y te cansarás, es más, dentro de dos o tres días gritarás y te pondrás muy agresivo,
querrás irte pues tu cuerpo te pedirá droga por todos lados, pero no te dejaremos ir. Firmaste allá
con Tom un acuerdo, él y tú, y sabes que estaban entre los acuerdos respetar los tres meses de
internamiento.
Luego de aquello, regresó a su habitación, ahora entendía por qué estaba solo y ahí no había nada
más que una cama y arriba una repisa acolchada con un papel higiénico.
Tiempos para conversar, para hacer algo de arte, salir a caminar por los jardines, comer rica
comida, escuchar música, todo acompañado por un médico, siempre estaba con los mismos
profesionales y no veía a ninguno como él en todo ese lugar.
Y una noche tuvo su primera crisis. Sentía ese enorme vacío y esas ganas de buscar alguna cosa
con la cual simplemente sentir. Estaba en lo oscuro de su habitación sin poder dormir y se levantó
queriendo salir de ahí. La puerta estaba cerrada con llave, encendió la luz y se puso a gritar por la
ventana.
—¡Sáquenme de aquí! —no obtuvo respuesta, y comenzó a destrozar todo a su paso, su cama
terminó sin el colchón, quiso romper la repisa, su cuerpo temblaba mucho.
—¡Si! ¡Quiero la droga a mucha honra! —su actitud desafiante, lo erizado de su compostura le
indicó a Lucila que estaba en esa fase en donde no entendería razones. Así que le dio una señal a
sus enfermeros y ellos se le acercaron, luchando y esquivando todos sus golpes, le pusieron un
sedante— Eres una maldita Lucia, ¡maldita! ¡Crees que sabes mucho de mí! —sus ojos
comenzaban a cerrarse y se recostó en el colchón— maldita perra, maldita… —decía mientras
entraba a la esfera inconciente.
Dos semanas estuvo así, al borde de la muerte, gritando, peleando, vociferando y temblando.
Adelgazó mucho pues no podía asimilar lo que comía, lo vomitaba, hasta tenía diarreas
prolongadas, todo su cuerpo reaccionaba como una protesta por la falta de droga.
Parecía que estuviera en una prisión siendo torturado, aunque le habían advertido que sería así, él
nunca imaginó que sería como bordear la muerte. Alució muchas cosas, cosas monstruosas que le
hacían gritar como loco, pedir ayuda como si estuviera muriendo, y siempre veía a Lucía con su
equipo manejando aquella situación como si la hubiesen visto antes.
Luego de más días, cuando su cuerpo dejó de temblar, su vista se puso un poco más nítida, su
apetito regreso y pudo dormir una noche sin tener pesadillas, aquel día le dijeron que la fase de
desintoxicación había finalizado. Fue conducido hacia otro establecimiento, el verdadero centro
“Esperanza” en donde un grupo de jóvenes tenían una reunión con un especialista.
—Demos la bienvenida a otro campeón, Bill Kaulitz —dijo aquel hombre risueño, los demás
participantes aplaudieron y él sonrió un poco— adelante joven, puedes expresar todo lo que
quieras aquí, estamos hablando de nuestro día.
Muchas historias parecidas a la suya. Gente que no sabía para qué vivía, que decían que sus
familias eran mierdas totales y no se sentían capaces de regresar… Otros que decían que podían
sentirse seguros de que nunca más probarían droga pues se habían dado cuenta de lo dañina que
esto era.
Luego todo el grupo salió hacia el patio exterior, había muchos árboles y bancas para sentarse.
Una jovencita pelirroja se le acercó.
—Hola… Me llamo Miluska —le sonrió y le mostró sus frenillos, Bill le entendió una mano.
—Bill…
—Sí… No quiero regresar allá… Ya pasé dos veces… —Bill le miró extrañado.
—¿Dos veces?
—Caí otra vez, y decidí entrar de nuevo… —él no quería escuchar de recaídas, él quería cambiar y
sanar totalmente.
—Mi novio me dejó cuando salí… Entonces, no me quedó otra —Bill frunció el ceño.
***
—Tom, ánimos… —ese era Andreas, siempre tan atento. Demasiado atento hasta el punto de
pagarle la universidad, es que había perdido la beca y tenía que pagar el programa de tres meses
para Bill. Pero Andreas le dijo que podía pagarle la universidad.
—Gracias Andy… Estoy bien, bueno no tanto, extraño a mi hermano, no puedo imaginar todo lo
que está pasando…
—Es un chico fuerte, eso es lo bueno, verás que le irá bien —Tom suspiró, quería creerle. Sus ojos
se aguaron y Andreas lo miró extrañado— Tomi… ¿Por qué ese interés extremo? Después de todo
lo que te hizo, debes pensar en ti por un momento, mira todo lo que él te ha causado…
—Es que… —su voz sonaba aguda queriendo llorar— es lo único que tengo, solo a él y le amo —
Andreas no entendió qué tipo de amor él expresaba.
—Tom —puso una mano en su hombro—, amigo, todo saldrá bien, me encargaré yo mismo si es
posible.
***
Muchos días pasaban, todos lentamente. Parecían que se habían puesto de acuerdo para hacerle
sufrir.
Se había integrado al grupo de autoayuda, para él no era difícil socializar, casi siempre terminaba
siendo el líder, el que todos querían tener como amigo, eso le gustaba mucho, le hacía recordar
quien era. Pero por otra parte estaba el simple hecho de extrañar a Tom, lo recordaba como un
sueño lejano y muchas veces cerraba sus ojos, echado en su cama, y visualizaba su rostro, a veces
no lo encontraba, su mente era un mar de confusiones y podía asegurar que había perdido parte
de sus recuerdos.
—Carta de Tom —aquel nombre hizo que su corazón saltara y tomara la carta arrancándola de las
manos de la señora—. Te dejo solo —le guiñó un ojo y salió de la habitación.
Corrió hacia su cama y se lanzó en ella abriendo el sobre celeste casi rompiéndolo.
“Bill, mi precioso Bill, no sabes lo mucho que me alegra que ya haya pasado más de un mes…
Podré verte pronto y eso me alegra demasiado. Extraño cada parte de ti incluso tus gritos, la casa
es solo silencio ahora, extraño besarte y tocarte, de seguro tú también.
Estoy en la universidad otra vez gracias a Andreas, es un buen amigo, me está pagando el ciclo,
estoy pensando planificar contigo cómo hacer para no deberle nada. Eso lo hablaremos cuando
estés aquí. Scoty te extraña, a veces rasca tu puerta, pero él está bien, no te preocupes.
Quiero que sepas que eres mi orgullo, y te doy fuerzas para seguir, termina lo que empezaste y
regresa a mis brazos. Te amo.
Tom.”
—¡Maldición! —gritó cuando la carta había terminado, él le había escrito casi un testamento lleno
de borrones y algunos dibujos y solo había recibido una carta de media página, comenzó a
angustiarse—. ¡Ese rubio cara de rata…! ¡Grr! ¡Me las pagará!
Salió corriendo de su cuarto y buscó la parte administrativa del internado. Ahí todos alertaron a los
médicos y a Lucía.
—¿Qué pasa Bill? Podemos hablar —le dijo ella con voz calmada.
—Deseo irme, es en serio, ya ha pasado tanto tiempo, me siento bien y sano, necesito ver a mi
hermano con urgencia, hablo en serio Lucía —su voz sonaba desesperada. Ella sabía a qué se debía
eso, podía intuirlo.
—¡Dejen de tratarme como un demente! ¡Estoy bien, maldita sea! ¡Qué más quieren que haga!
Recayó y le dio una especie de ataque de pánico, era como una desesperación incontrolable y sólo
gritaba, golpeaba a todo aquel que se le acercara. Y fue como terminó sedado, recostado en su
cama con la mirada fija de odio sobre Lucía.
***
—Miluska… ¿Tienes novio? Qué fue del chico ese del que me contaste… —Ella le sonrió y se
sonrojó un poco, Bill le preguntaba algo sentimental, para ella era sorprendente.
—No tengo novio —le batió las pestañas—. Mi ex novio pues… él me dejó la primera vez que salí
de aquí…
—¿Por qué? —El corazón de Bill latía temeroso, él no quería tener dudas, pero algo en él le
impulsaba a estar alerta, a no ilusionarse.
—Bueno, su familia era especial —suspiró enfocando su vista al cielo—. Me veían una muy mala
influencia para él, todo el tiempo, pero él me amaba, Sean me amaba, me lo demostraba… quería
tener hijos conmigo —miró a Bill, éste lucía serio, imaginándose todo aquello—. Cuando llegué a
sus brazos la primera vez que salí de este centro, fue… no sé cómo describirlo, quizá fue lo que
todos llaman felicidad, era algo más intenso que todos los porros que puedas fumarte… Ese día
nos la pasamos solos los dos, ya sabes —rió—, él me prometió tantas cosas…
—¿Por qué recaíste si tenías a él? —los ojos de ella se aguaron un poco y se quedó pensando.
—Supongo que es porque uno está maldito… ¿Nunca te has puesto a pensar por qué algunos
nacen y otros no? No debí nacer… —Bill se levantó de ahí, ella se ponía a filosofar de manera
extraña, él no quería ser contagiado de eso— Caerás Bill, todos y luego se cansarán de ti y te
meterán aquí otra vez… Mejor no salir, este es nuestro lugar.
—¡No! Yo saldré y él me estará esperando… —sus manos temblaban y decidió buscar a su médico
con urgencia.
Era casi la primera vez que lloraba en un consultorio, el psicólogo estaba dispuesto a escucharle,
pero aún no podía hablar.
—Soy tan mierda… sniff, tan mierda que no me querrá cuando regrese…
—Estoy maldito…
—Siento como… como si nada valdría realmente la pena, como si estuviera muerto, siento a Tom
como alguien irreal que está feliz de que esté aquí para así respirar tranquilo, libre de mí, de todo
lo que fui capaz de hacerle… —se llevó las manos a la cara, moría de vergüenza por expresarse así
más aún después de haber dado una imagen del chico fuerte ante todos ahí, ahora lloraba como
un crío.
—Estás aquí justamente para fortalecer esa parte, tu mundo interior, llenarlo de vida y así poder
vivir junto a Tom sin que ninguno salga dañado, ¿no es esa una buena meta?
“Nacer de nuevo, nacer de nuevo” sería un ideal, una nueva vida sin malas experiencias, que
desde pequeño haya sentido el amor, que no tenga que sentirse fuera de sí, ni que pierde el
control, ni tampoco sentir que no tiene corazón, ni sentimientos.
Él pensaría la forma.
***
Les sacaron a un pequeño paseo por la ciudad de noche, faltaban solo semanas para regresar a
casa, y veían una mejora en él, casi siempre estaba animoso y le gustaba hacer bromas e irse de
manos con algunos en el grupo, todos querían a Bill, el chico rebelde.
—¡Ey Bill! Cuando salgamos de aquí nos mostrarás tu casa para así hacer una orgía allá —le decía
alguno de ellos.
Su vista se enfocó por la ventana de la gran Van que los llevaba al cine… La libertad, le dio algo de
temor, adentro se sentía seguro, afuera sabía que podía perder el control.
Pero una calle conocida a su casa le hizo doler el estómago de una manera extraña, era la
añoranza, daría mucho por ver a Tom. Comenzó a sentir sus manos sudorosas… Si solo podría
escapar y darle un beso, nada malo pasaría. Oh, que gran dilema comenzaba a armarse en su
cabeza, irían a un cine que él conocía cerca de su barrio.
Así que mientras todos estaban ahí, él aprovechó para usar su capacidad de persuasión. Pidió ir al
baño y le acompañó uno del equipo de tratamiento, lo que no sabía era que Bill conocía tan bien
aquel lugar que logró pasearlo por algunos pasillos para luego aprovecharse de que se distrajo con
la muchedumbre de gente y corrió hacia la salida con tanta velocidad.
—Solo un beso, solo un beso —repetía con una sonrisa en sus labios, corriendo por las frías calles
rumbo a lo cálido de su hogar, a los brazos del único que le amaba.
Llegó a la puerta de su casa dándose cuenta del auto extraño y lujoso que estaba estacionado en la
autopista. Era de la rata… Andreas. Sus manos se pusieron frías.
Entró por el jardín hasta la ventana de su sala y adentro logró ver a Tom, sentado en el sofá con los
pies sobre la mesa del centro, sonreía y hasta reía, Andreas caminaba por su casa como si fuese
suya, sin zapatos y con un traje cómodo, llevaba en una mano un plato de pizza recién horneada,
podía sentir el olor saliendo de ahí y guardó silencio queriendo escuchar, sabía que podía tocar la
puerta y entrar para luego sacar a golpes a Andreas, ya antes lo había hecho, pero esta vez se
sentía inferior… Había idealizado a Tom demasiado.
—Andreas, ¿acaso eres mi mujer? Eres demasiado atento —reía Tom tanto que Bill podía oírlo.
—Ya quisieras —se palmeó el trasero, Bill frunció el ceño comenzando a enfurecerse. Vio como
Tom recibía el plato de pizza poniéndose serio, Andreas se sentó a su lado.
—Sabes Andy, quien esté contigo será la persona más afortunada del planeta, eres todo lo que
alguien pueda desear, hablo en serio.
Bill sintió que él no podría hacer feliz a nadie. Scoty comenzó a ladrar percatándose de su
presencia. Sabía que pronto Lucía y los demás lo encontrarían y regresarían al centro con algún
castigo. Que si vería a Tom, quizá el plan de darle un beso no sería lo indicado, no podía lidiar con
la presencia de Andreas cerca, ahora no que él sabía que era un drogadicto, con qué cara hacerle
frente y reclamarle lo que era suyo.
Se sintió perdido, acorralado y como le dijo una vez Miluska, se sintió “maldito”. Deseó nacer otra
vez.
Vio el auto de Andreas y de una patada logró abrirlo. La alarma sonó, pero no le importó, sabía
cómo encender un auto aún si no tuviera llaves.
Tom salió casi corriendo de la casa encontrando a Bill con los ojos rojos, esta vez no era de droga,
estaba ahí dentro del auto de Andreas con el cabello mucho más largo y más delgado. Se miraron
por segundos.
—Nacer otra vez, ¡nacer otra vez! —gritando eso pisó el acelerador.
Por primera vez no se sintió cobarde. El auto voló por el aire y ahí suspendido cerró los ojos viendo
a Tom en su mente, su sonrisa y escuchando su voz en el aire. Ahora sí su imagen eran muy nítida,
tan real y palpable. Sonrió ante ello…
Luego no supo como tuvo el valor de desaparecer, pero eso fue lo que en ese instante sintió.
***
No había alguna cosa sobre la faz de la tierra que pudiera aminorar su dolor, era tanto que sintió
que moriría.
Andreas estaba con él, al día siguiente, cuando había todo un equipo de búsqueda en aquel lago
cerca de su barrio. Tom había entrado al agua en la desesperación.
Solo habían encontrado el auto hundido de Andreas, una de las puertas estaba abierta y no
encontraban el cuerpo de Bill. El lago pareció habérselo tragado.
—Tranquilo, lo encontrarán… —Pero Andreas sabía que eso era casi imposible.
Le informaron de que los intentos suicidas en adictos era bastante común, pero Tom no podía
creer que haya sido capaz de matarse, él no podía aceptar aquello. Una gran culpa pesó en él.
Una semana pasó. Le dieron una caja de Bill, de sus dibujos, un terapeuta le dijo que podía
enterrar aquella caja como símbolo de Bill y así dar por terminada la angustia que lo tenía en un
estado depresivo agudo.
—Bill, nunca te olvidaré, nunca, ¡Nunca! —gritaba al maldito lago que le había arrebatado a su
único amor.
Siempre se preguntó si fue su culpa, pero leyendo una de las cartas de Bill, sus dudas fueron
resueltas.
“No debí haber nacido, quizá todo se deba a eso… Tú no tienes la culpa de nada, siempre fui yo el
error porque me tocó vivir esto, pero gracias a ti sé lo que es amar, ahora sé que te amo, ¿puedes
creerlo? Sé aquel sentimiento y se parece mucho a ti…”
FIN.
Epílogo
Había pasado cuatro años y Tom era un exitoso abogado tenía un prestigioso trabajo es un staff de
abogados.
Siempre iba hacia aquel lago a echar unas flores en señal de que Bill estaba en su mente.
En la otra orilla de aquel lago comenzaba un bosque, él muchas veces se había adentrado en él
buscando señales de Bill, toda la gente le decía que no lo hiciera pues ahí vivían osos salvajes y
además le decían que encontrar a Bill con vida sería muy remoto. Imposible.
Pero la esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad? Él creía en eso desde el principio.
Remó en un bote que había podido comprar y arribó hacia la otra orilla. Estaba prohibido puesto
que los osos eran protegidos, aquel lugar era un parque nacional. Pero no le importaba hacer algo
ilegal, por eso era un abogado, sabría salirse con la suya.
Caminó algunas horas, muy sigiloso, detestaba un poco la naturaleza, él era un joven más de
ciudad, pero recorrer aquel camino lleno de pinos le hacía recordar a Bill en cierta forma.
Llegó hacia la cima de una pequeña montaña, siempre se quedaba ahí arriba mirando el lago en
donde hace cuatro años aquel auto con su hermano había caído, nunca encontraron su cuerpo,
decían que quizá se haya hundido y desintegrado en sus negras aguas, él no podía imaginar
aquello.
Debía regresar por donde vino antes del anochecer puesto que estaría expuesto a ser atacado por
algún oso. Pero decidió esta vez ir por otro lugar, bajar la montaña y adentrarse por un camino de
herradura que logró divisar a lo lejos. De seguro llegaba a algún pueblo y así le sería más fácil
tomar un auto directo a la ciudad. Parecía una idea genial.
Aunque la caminata le demoró cerca de cuatro horas, siguió. Estaba exhausto y muy solo por aquel
camino. Comenzaba a tener el presentimiento de que se cruzaría con algún oso. Por si acaso él
poseía un arma, estaba prohibido, pero era por seguridad.
El cielo se oscurecía poco a poco y comenzaba a hacer mucho frío. El camino le llevó a un prado
enorme de pastos verdes en donde había un establo de caballos y algunas casitas dispersas por
aquel lugar, personas… De seguro podía preguntar por algún auto que lo llevara a casa o alguna
posada para pasar la noche, mínimo algún lugar para comer algo.
Caminó hacia aquel establo percatándose de un vaquero que domaba unos caballos que parecían
locos, gritaba montado en un caballo negro con una soga girando en una mano, los otros caballos
corrían por aquel establo inmenso. A Tom se le hizo extraña esa imagen. Avanzó hasta que el
vaquero detuvo su caballo mirándolo.
—¡Disculpe! —gritó Tom caminando más rápido hacia él—, creo que me he perdido —alzó la vista
y abrió la boca mirándole, aquel hombre era un joven menor que él— Por Dios, no… no…
—Tú… —aquellos ojos color avellana, el cabello negro corto siendo cubierto por un sombrero de
vaquero, la figura larga y delgada solo podía ser de alguien. Le miró los labios detenidamente,
aunque poseía un poco de barba, aún podía ver aquel pequeño lunar que tenía debajo de sus
lindos labios— Bill… —se acercó un poco más y vio como el otro hacía retroceder su caballo.
—Eres Bill, mi hermano Bill… Soy Tom, oh por Dios —su emoción era tal que creyó estar
alucinando, pero el vaquero frunció el ceño.
—No soy Bill, usted está confundido… —Tom se acercó hasta tocar al caballo y parte de la bota del
vaquero, quería que bajara de ahí, quería verlo de cerca— No se acerque así, parece loco, ¿está
usted bien?
—Soy Tom, oh por favor, reconóceme —William se le quedó mirando y luego llevó una mano
hacía su vista, se remangó la manga de la camisa y le mostró unas marcas que apenas se notaban,
el nombre de “Tom” yacía marcado ahí en leves cicatrices.
—Entonces podrías explicarme de esto… —Tom de la emoción cayó sentado en el pasto, era él y
no lo podía creer, sus ojos se aguaron y comenzó a llorar incapaz de hablar, era algo tan irreal,
estaba lleno de emociones que querían salir de su pecho o sentía que se asfixiaría— ¿Qué pasa?
Vamos señor, parece loco —comenzó a bajar de su caballo, había algo de todo aquel alboroto que
no podía entender.
—Eres él… eres mi hermano —William abrió los ojos algo asombrado— ¿No puedes recordarlo?
¿Qué pasó? —William se sentó a su lado y sacó un cigarro. El cielo se oscurecía.
—Así que mi hermano… Nunca pensé tener uno… Estoy sorprendido —dijo sin mirarle.
—Esto es increíble… —Tom le miraba minuciosamente, cada gesto que hacía, escuchaba lo grave
de su voz y veía lo crecido y fuerte que lucía— Cuanto tiempo, son cuatro años, Bill.
—¿Bill es mi nombre? Suena muy marica —rió un poco mirando a Tom con los ojos llorosos.
—No recuerdas nada… No puedo creerlo, por eso no me buscaste, algo ha pasado… Por Dios, deja
que me reponga un poco.
—¿Un cigarro? —le extendió uno, Tom lo tomó con manos temblorosas y luego William lo
encendió, Tom le tomó un poco la mano, a lo que el otro le esquivó rápidamente— Si le contara a
mamá… ella no podrá creerlo —Tom le miró anonadado.
—No recuerdo eso… es decir, no recuerdo nada, a veces, no sé, sueño cosas, con un perro… uno
negro.
—¡Scoty! Oh por Dios… hubieron dos perros con ese nombre en tu vida…
—No sé, sueño con un solo perro… ¿Tengo padres? —Tom negó con la cabeza.
—No, ellos murieron en un accidente… hace ya muchos años, vivías conmigo, vivimos muchas
cosas.
—Mamá me dijo una vez que estuve sin hablarle casi… no sé, creo que dos semanas. Me dice que
me encontró en el bosque, desnudo y casi muerto, no me llevó a la ciudad, pensó que alguien
querría matarme pues estaba como asustado delirando cosas, según ella parecía un loco poseído…
Ana me acogió en su casa y desde aquel día sentí que nací de nuevo, no quise buscar mi pasado
pues en mi mente no había un pasado… Quería vivir solo el presente.
—De acuerdo… —levantó sus manos, suspirando de rato en rato, no dejaba de verlo— Quiero
saber de ti y de tu vida… son cuatro años —William le sonrió y se levantó.
—Vamos a mi casa, a esta hora salen los zorros y detesto matarlos —Tom se levantó de ahí y
caminó junto a William quien jalaba su caballo— Soy domador de caballos, amo hacer eso, los
cazamos allá a tres días de camino y luego los traemos aquí, los entreno junto a mis primos y luego
los vendemos en los pueblos aledaños.
Llegaron a su casa, una pequeña cabaña cerca de una granja de vacas y pollos. Había una
chimenea y adentro una señora muy anciana vestida de falda larga amasaba un pan, tenía trenzas
largas y canosas.
—Mamá Ana, quiero que conozcas a alguien —ella les dio la cara en la pequeña sala— Él es Tom
—ella abrió los ojos, sabía que ese nombre era alguien importante en William pues lo llevaba
marcado en su brazo desde que lo encontró.
—Dice que es mi hermano —habló William con sus manos en los bolsillos—, y que me llamo Bill
Kaulitz.
—Ya veo… —ella estaba sorprendida y luego llevó ambas manos a su arrugado rostro— Te irás con
él… —se lamentó.
—Entiendo —le dijo Tom—. Tranquilícese señora, no vine a llevármelo, solo… estoy sorprendido
por todo esto, deseo saber más de mi hermano menor.
Ella le invitó a cenar pan horneado con leche, Tom se sentó a gusto en esa mesa y más personas
comenzaron a llegar, todos “familiares” de William, sus primos eran unos varoniles vaqueros, algo
mayores que él.
Todos querían escuchar el pasado de William, aunque éste mismo comenzó a sentirse incómodo,
tenía un ligero temor de descubrir alguna cosa mala.
—¡Cállense todos! —los casi siete presentes en la mesa le miraron—. ¡Nadie preguntará al
forastero nada de mí! ¡Me oyeron!
—Hijos, no ofusquen a William —habló la anciana mujer quien conocía su especial carácter—.
Mucho tuvo por hoy.
—Gracias madre…
***
Tom dormía en una cama de lana de oveja que le picaba. Prácticamente no podía dormir más que
todo por haber encontrado a Bill como otra persona. Buscaba en su mente alguna explicación. Así
entre pensamientos y sensaciones agradables vio el amanecer. En aquel lugar hacía mucho frío.
Estaba durmiendo en la sala.
Decidió levantarse y salir afuera. Ahí encontró a Bill a lo lejos montado en un caballo que
caminaba a paso lento en el inmenso prado verde. Era una imagen solitaria en medio del alba.
Se animó a correr para alcanzarlo de paso entrar en calor. Bill lo vio y silbó de manera extraña y
hacia él se le acercó un caballo marrón.
—Buenos días, Tom —le sonrió. Tom no podía creerlo, por ratos su actitud no parecía la del Bill
que él conoció alguna vez.
—Sube a ese caballo, vamos, te mostraré este lugar, es hermoso… —Tom quería, pero no sabía
montar un caballo. Bill rió a carcajadas viendo como intentaba subirse en ese caballo marrón—. Si
fuera Pegazo hace tanto te hubiera botado de una patada, jajaja…
—Lo lamento —dijo algo avergonzado al fin sobre el caballo, estaba nervioso y temía caerse.
Avanzaron por un sendero hacia un corral de caballos, todos corrían en círculos ahí adentro,
asustados de ver a William otra vez.
—Sí —rió el con autosuficiencia—. Los domaré esta semana. Los caballos son en realidad animales
muy mansos, podría asegurar que hasta sienten como nosotros, pero en estado salvaje son muy
rebeldes, no entienden razones y no quieren cooperar, les entiendo, pero aquí mando yo —sacó
pecho y Tom rió ante ello.
—No lo dudo cariño… digo, Bill, oh… disculpa, William —éste le miró extrañado y luego sonrió
debido a un rubor que apareció en el rostro de Tom.
—Vamos, corramos un poco, ¡Arre! —gritó mandando a correr a su caballo negro, Tom movió sus
piernas para mover el suyo y el caballo le miró retadoramente.
—Vamos caballín, ¡Avanza! —a paso lento comenzó a trotar. Bill se alejaba de su vista y podía oír
su risa como se alejaba burlándose… Ese era su Bill, el amante de la velocidad—. Dale caballo,
anda, síguele —su caballo parecía no querer hacerle caso y luego Tom le pateó fuerte uno de sus
costados provocando que el caballo relinchara histérico y comenzara a correr a gran velocidad—
¡Ahhh! —gritaba asustado.
Bill lo esperaba cerca a un pequeño riachuelo. No podía evitar reírse de la escena que veían sus
ojos. Le dio el alcance a Tom, y con una mano tomó las riendas del caballo, gritando un “ow” lo
cual paró al agitado animal.
Pero al parar así de inesperado, Tom cayó del caballo causándose daño en las rocas. Se quedó ahí
sin moverse. Bill se asustó un poco y bajó inmediatamente de su caballo acercándose y luego
arrodillándose a su lado, tocando la espalda de Tom para que éste despertara.
—Tom… —le agitó un poco pero nada, así que lo volteó, sus ojos cerrados y sus trenzas negras
sueltas por todo el suelo pedregoso le llamó la atención, lo miró de cerca, golpeando su pecho—
Vamos forastero, no fue tan fuerte el golpe —ninguna reacción, entonces hizo un puño y le
impactó fuerte en su vientre causando que Tom abriera los ojos y la boca, poniéndose de costado,
tosiendo desesperado— Sabía que estabas conciente…
Pero la manera en como Tom tosía y se retorcía en el suelo, los sonidos que hacía le parecieron
conocidos y una imagen de Tom con rastas, escupiendo sangre y tosiendo en el suelo de una
habitación desordenada vino a su mente como una película, tan rápido que le provocó un
sobresalto y se puso frío.
Se alejó de Tom por un momento mientras éste se sentaba en el suelo suspirando hondamente,
buscando oxígeno. Bill le dio la espalda, poniéndose serio. Luego de un rato, Tom se puso en pie y
se le acercó.
—Bill… —caminó otros pasos más, tratando de no asustarlo, hasta que le tomó del brazo, Bill no se
resistió.
—Tom, hay cosas que prefiero no recordar, no sé qué hice antes, tengo el presentimiento que me
toparé con algo lo cual no podré manejar…
***
Tom tuvo que regresar a casa, sin Bill, pero le prometió regresar, esta vez sabía un camino menos
peligroso rodeando algunos pueblos. Tardaría más, pero valdría mucho la pena.
Bill le había invitado a un torneo de vaqueros en el cual él participaría la otra semana. Tom se
alistaba para asistir ahí, e incluso decidió llevar a Scoty.
En todo el viaje estaba pensando si sería bueno confesarle que le amaba, que recordaba cada
experiencia que pasó con él aún sabiendo que era su hermano, pero no sabía cómo reaccionaría
Bill, ¿él seguiría amándole? Era una pregunta difícil, Tom no lo sabía, al parecer Bill tenía toda una
vida realizada como William. Había averiguado con especialistas de lo que posiblemente había
pasado, al parecer se trataba de una “Amnesia disociativa” y es cuando una persona olvida parte
de su vida por alguna experiencia traumática. Lo raro era que Bill había podido olvidar toda su
vida. Un especialista le había dicho que la mente humana es tan frágil, quizá todo su pasado fue
traumático, o quizá había sufrido algún golpe fuerte en la cabeza, lo que le había aconsejado era
que no presionara a su hermano a recordar su pasado, eso con el tiempo y la disposición de Bill
podría lograrse.
Llegó al pueblo y ahí lo vio, riendo y bromeando con sus “primos” y algunas mujeres, él era
popular ahí, lo veía reír y estar feliz, suspiró, si tan solo él recordara que le amaba…
—Hola…
—Wow, mira… —se arrodilló para saludar a Scoty quien aulló y movió la cola reconociéndole—
Scoty, que hermoso perro… tal como está en mis sueños —Tom sintió celos de aquel perro, Bill
soñaba hasta con Scoty y no con él…— Gracias por traerlo, el torneo está por comenzar dentro de
poco, tengo un lugar preferencial para ti —le sonreía, Tom se sintió flotar, era tan hermoso, en eso
no había cambiado.
Estuvo en un lugar como un palco en donde vería toda aquella actividad, no podía imaginar qué.
Había una banda de músicos que amenizaban todo y muchos vendedores ambulantes.
El torneo empezó y a Tom le pareció sexy ver como su hermano montaba caballos salvajes
tratando de durar la mayor cantidad de tiempo, y luego como corría tras vacas locas para
atraparlas con una soga y así meterlas en corrales. La gente gritaba, muchas mujeres estaban ahí
solo para verlo, lo varonil y guapo que se veía las ponía locas.
Tom se sonrojó un poco cuando Bill se le acercó en su caballo y le hizo una venia con su sombrero
de cuero, guiñándole un ojo. Tom solo le sonrió, aunque su corazón bombeaba queriendo salirse
de su pecho.
Llegó la tarde y el torneo terminó cerca de la noche. La fiesta continuaba, la gente se iba a centros
de baile y a tomar cerveza en grupos alrededor de fogatas armadas en el campo. Bill se le acercó
para invitarlo a pasar el rato con sus primos. Tom le acompañó, su corazón latía enamorado y no
sabía si Bill sentía lo mismo.
—¡William! —gritó una jovencita con una canasta en sus manos, se la dio ni bien se le acercó—
Para ti… —y luego salió corriendo.
—Ella era una ex novia —rió—. Sabe que amo sus pasteles, es algo tímida.
—Así que te gustan las chicas —Bill se puso serio y lo invitó a pasar a su casa, sus primos hablaban
de muchas cosas que Tom no entendería, Bill prefirió sacarlo del grupo.
—¿Tienes una novia? —preguntó Bill, Tom negó con la cabeza— Siendo guapo no tienes novia… es
raro —rió burlón.
—Claro que tú lo eres… —extendió una mano tomando su barbilla rasposa por su barba—
demasiado —Bill pareció sonrojarse un poco y de un manotazo logró quitar su mano— Lo siento,
no quise sonar atrevido.
—Ya, tranquilo es que… —calló algo incómodo— ¿quieres saber un secreto? Es algo bastante
perturbador, pero algo me dice que la vida que viví contigo fue… no sé, mala quizá, hay algo en mí
que me dice no regresar…
—Bueno… Esto puede sonar muy mal, la razón por la que no tengo una novia, formal claro, porque
hay muchas jovencitas allá afuera ofrecidas, es porque… —suspiró algo incómodo— Tengo sueños
extraños… con un hombre, alguien que me ama de manera especial y cuando hablo de amor, es…
al acto, tú sabes —Tom se quedó como suspendido, pestañeó un poco—, no sé quien haya sido,
pero lo que siento cuando recuerdo aquello, es tan especial…
—Pero sus… bueno, sus caricias son suaves, y el cabello es suave también, como largas
extensiones de cabello esponjoso —Tom tenía trenzas negras.
—Rastas… —Bill asintió. Entonces fue cuando Tom se sintió seguro, acercándose a Bill tomó su
rostro y le besó en los labios. Bill mantuvo sus ojos abiertos, sorprendido por el horrible
atrevimiento del otro. Pero en ese instante, aquellos suaves labios le indicaron quien era aquel
hombre.
Un poco asustado e intimidado empujó a Tom tan fuerte que terminó recostado en el sofá de
aquella cabaña.
—Soy yo… tu Tom, vivimos un romance… tú no lo recuerdas… —Bill comenzó a temblar, muchas
imágenes golpeaban su mente— Tranquilo, Bill… —vio como se encogía en el sofá poniendo sus
manos en su cabeza, subiendo las piernas al sofá, escapando de sus recuerdos— Estoy aquí —se le
acercó lentamente y posó una mano en su hombro, Bill se quedó quieto.
—Tomi… —habló con voz suave, casi como la de un niño— yo no quiero regresar… no quiero —las
imágenes de su casa, sus amigos, las drogas, las salidas en la noche, las personas con las que se
había acostado, todo aquello bombardeó su mente en segundos.
—No regresarás entonces —acercándose a él lo abrazó y Bill se dejó refugiándose en sus brazos,
cerrando sus ojos llenos de lágrimas, oliendo su olor, aquello que le indicaba estar seguro—. No
sabes todo lo que te extrañé, cada momento…
—Quise nacer otra vez, y ahora sé lo poderosa que es la mente, no sé cómo pude olvidar todo así,
tantos años, esto es lo que consideré mi mundo, aquí, mamá Ana, mis primos, los caballos… Allá,
no sé, si no fuera por ti es todo mierda.
—Si no quieres regresar está bien, he visto como eres aquí, estoy orgulloso de ti, es sorprendente
lo que haces con los caballos, puedo comprar una casa aquí y venir cada semana…
—Tom, recuerdo que me enseñaste qué es el amor… recuerdo todo, y eres el príncipe de mis
sueños —Tom le sonrió y le besó, alzándolo un poco lo sentó en sus piernas.
—Gracias por recordar… Aún te amo —Bill pudo ver el anillo que él tenía en una de sus manos.
Sacó de su pecho un collar en donde estaba un anillo similar.
—No recuerdo alguna vez que te haya dicho que te amaba… —Tom cerró un momento los ojos
recordando, solo lo decía en sus últimas cartas. Bill se le acercó al oído— Te amo… —le susurró
con suave voz. Una corriente cálida azotó el cuerpo de Tom en ese momento.
Cerró la puerta de la cabaña con llave y llevó a Tom a su recámara, y sobre su suave cama hicieron
el amor después de años. Sus cuerpos habían cambiado, pero las sensaciones eran las mismas.
—Sabes Tomi… Tú creerás que… que quizá ahora soy diferente a lo que era antes, que ahora soy
más sensato.
—¿Es así? —Bill se le acercó como un tigre hambriento sobre la cama— Espera Bill… —rió Tom
nervioso.
—No es así… He escapado de estar preso —rió—, dos veces por robar ovejas y otra fue por
incendiar una cabañita…
—¡Qué¡ —Tom se asustó un poco. Bill comenzó a besarle el pecho desnudo, quería ir por la
segunda vez.
—Pero sabes una cosa, Ana… ella, mi madre aquí nunca me dejó de amar, supongo que eso me
hizo recapacitar, y por quedarme junto a ella desistí de lo otro, aunque a veces tengo arranques
extraños de ira y me pongo a pelear con mis primos, regreso a la casa todo golpeado y puedo
dormir en paz…
—Ya veo —Tom le sonrió tiernamente, pero Bill se lamió los labios insinuándose.
—Date la vuelta —el de trenzas se sobresaltó.
—¡Que te des la vuelta! —forcejearon en la cama entre risas nerviosas y amenazas cariñosas.
Había extrañado tanto a Bill, no quería salir de aquella cama, quería seguir escuchando sus
historias locas, aún por dentro era su pequeño rebelde, pero así lo amaba.
Tom se mudó a aquel pueblo, aunque por semanas debía regresar a la ciudad para trabajar, y así
logró comprar parte de las tierras y formó junto a Bill un enorme establo para caballos salvajes.
Fin.