Topicos 46 2024 Cordero

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 9

, revista de filosofía de Santa Fe

Publicación continua / n°46 / año 2024.


Artículo
ISSN 1668 – 723x / DOI 10.14409/topicos.2024.46.e0077
Asociación Revista de Filosofía de Santa Fe, Argentina
Universidad Nacional del Litoral, Argentina

La irresistible ascensión de una


palabra griega intraducible: lógos
The Irresistible Rise of an Untranslatable Greek Word: lógos

Néstor Luis Cordero


Université de Rennes 1, Francia
nestor.luis.cordero@gmail.com | https://orcid.org/0000–0003–3198–7744

Recibido 11/2023 – Aceptado 12/2023

Resumen: El término lógos fue objeto de un crecimiento desmesurado desde que los filósofos descubrieron su
riqueza, y sus múltiples transfiguraciones, lo cual impide traducirlo de una manera unívoca. Ya en Heráclito
su significación es múltiple, y, un siglo después, Platón lo utiliza dos mil cuatrocientas ochenta y tres veces.
Este crecimiento desmesurado se explica: tanto la expresión (escrita u oral) del pensamiento, que es el dis-
curso, presente ya en Heráclito, como la relación entre nociones, que es el razonamiento, procedimiento in-
troducido por Parménides, son los dos matices que monopolizará lógos a partir de Platón, surgidos
naturalmente de su raíz (el discurso une palabras; el razonamiento, argumentos). Aristóteles hará del lógos,
con el significado de “habla”, la esencia del ser humano, y finalmente, con el estoicismo, la irresistible ascensión
de la noción culminará con su significado de razón.
Palabras claves: Homero, Heráclito, Platón, Aristóteles, Estoicos.

Abstract: The term lógos was the object of disproportionate growth since philosophers discovered its richness, and its many
transfigurations, which makes it impossible to translate it in a univocal way. Already in Heraclitus its meaning is multiple, and,
a century later, Plato uses it two thousand four hundred and eighty–three times. This disproportionate growth is explained: both
the expression (written or oral) of thought, which is the discourse, already present in Heraclitus, as the relationship between
notions, which is the reasoning, procedure introduced by Parmenides, are the two nuances that will monopolize logics from Plato,
emerged naturally from its root (speech unites words; reasoning, arguments). Aristotle will make lógos, with the meaning of
“speech”, the essence of the human being, and finally, with stoicism, the irresistible ascension of the notion will culminate in its
meaning of reason.
Keywords: Homer, Heraclitus, Plato, Aristotle, Stoics.

1. Introducción
Tengo la intención de ocuparme del caso paradigmático de un término griego intraducible: lógos. Digo
“paradigmático” porque la imposibilidad de traducirlo unívocamente, con una sola palabra, es un ejemplo no-
table de la relación que hay entre una lengua y un pueblo, una cultura, o, si se prefiere, una civilización.
Como siempre, quien dijo las cosas como hay que decirlas, también en este caso, fue nuestro filósofo má-
ximo, J. L. Borges. En el Prólogo de El oro de los tigres, escribió lo siguiente: “Un idioma es una manera de sentir
la realidad”. Perfecta observación. Recurrir a la noción de “sensación”, para alguien catalogado siempre, erró-
neamente, como un “espiritualista”, es un verdadero hallazgo. Si Borges hubiese dicho que un idioma es una
manera de “pensar” o de “concebir” la realidad, es decir, si hubiese recurrido a verbos que suponen cierta ra-
cionalidad, que aluden al pensamiento, la frase hubiese sido también interesante, pero menos “dramática”,
porque los conceptos, los pensamientos, confinados en el ámbito de “lo inteligible”, pueden ser compartidos
por otros seres también inteligentes, que piensan y que pueden intercambiar argumentos.

Para citar este artículo: Cordero, N. L. (2024). La irresistible ascensión de una palabra griega intraducible: lógos. Tópicos, revista de filosofía de Santa Fe
n°46, e0077. DOI: 10.14409/topicos.2024.46.e0077

Publicación de acceso abierto bajo licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
Al recurrir a la noción de “sensación”, en cambio, Borges puso el dedo en la llaga: la sensación es incomu-
nicable, intransmisible, sólo vale para quien la siente. Los sofistas dijeron al respecto todo lo que hay que decir,
y para refutarlos Platón tuvo que inventar a partir de cero un universo no–sensible que permitiese el conoci-
miento, el intercambio de ideas, el diálogo, sin el cual no hay filosofía.
Se pueden intercambiar nociones, pero no sensaciones. Ergo, si, como dice Borges, un idioma es una manera
de sentir la realidad, nosotros, que no sentimos la realidad como la sentía el pueblo griego, no podamos trans-
portar —esta es la etimología de “traducir”— un término, que ellos sentían de cierta manera, y nosotros de otra.
Es verdad que, tomada al pie de la letra, esta suerte de declaración de principios hace imposible todo tipo
de traducción, o, al menos, la relativiza. En realidad, aunque no se ocupa del tema de la traducción, el lingüista
Émile Benveniste había escrito algo parecido en un artículo publicado en 1958, donde afirmaba que cada pueblo
piensa según lo que él considera “categorías de pensamiento”, que se reflejan en lo que llama “categorías de la
lengua”. En un momento dado dice algo que nos va a ayudar a comprender el significado —ya no a traducir—
de lógos; dice lo siguiente: “La lengua provee la configuración fundamental de las propiedades reconocidas a
las cosas por el espíritu”. Y luego, algo más radical aún: “Es lo que puede decirse lo que delimita y organiza lo
que puede pensarse”.
A partir de estos dos maestros inspiradores, Borges y Benveniste, voy a intentar demostrar una hipótesis
muy arriesgada, que es la siguiente: la noción de lógos, término intraducible, es una verdadera radiografía de
la forma de concebir la realidad por los griegos, de ahí su irresistible ascensión, prácticamente desde cero, a
sus múltiples significaciones. La significación de lógos llegará a ser múltiple, porque la realidad es múltiple,
pero también será única, porque la realidad es una.
Comencemos por el comienzo e intentemos captar qué es lo que pensaba un griego cuando usaba o escu-
chaba la palabra lógos, antes de la invención de la filosofía, para ver luego cómo los filósofos se apoderaron de
la noción y la fueron enriqueciendo. Porque en realidad, eso es lo que ocurrió. La palabra lógos, en los primeros
textos que veremos, no presenta mayores problemas de comprensión. Hasta se la podría traducir, pero por dos
o tres palabras; una ya no basta. Pero luego, ya en el primer filósofo que la usó, esto será imposible y las posi-
bilidades se multiplicarán.
Esto no significa que el significado de lógos sea ambiguo, confuso. En absoluto. Es extremadamente pre-
ciso, pero todo depende del contexto en que aparece. Y ahí es nuestra no–helenidad la que va a molestarnos.
Cuando un griego escuchaba (y escucha) o usaba (o usa) la palabra lógos en no importa qué contexto, sabe exac-
tamente qué quiere decir. El problema es nuestro, que pretendemos además traducir la palabra, y entre las
decenas de traducciones posibles, debemos deducir cuál es la más adecuada para tal contexto. Pero un griego
no tenía ni tiene ese problema.
Hagamos una introducción. En la Grecia antigua pasó algo curioso, que no ocurre hoy. Ningún filósofo,
por lo menos hasta Platón, inventó palabras. Se filosofaba con la lengua cotidiana. Pero ocurre que la filosofía
fue agregando nuevos matices a los términos de los que se fue apropiando, y, sin perder el valor originario,
varias palabras volvieron a la lengua cotidiana con un sentido más amplio. Hubo un proceso de ida y vuelta. Y
eso es lo que ocurrió con lógos. Ya a fines de la antigüedad su campo semántico era enorme. Baste señalar que
en la traducción griega del Evangelio de Juan, lógos es el Verbo Divino, Jesús. Y este enriquecimiento de signifi-
cación fue acompañado por un uso cada vez más abundante de la palabra. Aparece sólo dos veces en los poemas
homéricos y nada menos que dos mil cuatrocientas ochenta y tres veces en Platón.
Yo me propongo seguir este enriquecimiento en la filosofía. Ahora bien: esta promoción inusitada de lógos
no es una casualidad. Si la palabra lógos pudo enriquecerse o transfigurarse es gracias a algo, no fue porque
Zeus quiso, sino porque hay algo que permanece en todos sus usos: la raíz. Es la riqueza de la raíz la que per-
mite su metamorfosis. Y ahí es donde la filosofía jugó un papel preponderante, ya que fueron los filósofos,
quienes, al tener que encontrar una palabra para representar ciertas ideas, encontraron lógos, y poco a poco
fueron viendo que al sentido banal y cotidiano podían sumársele otros, siempre en función de la raíz y así
llegamos a esa multiplicidad de significaciones, todas relacionadas entre sí, aunque no sea evidente.
Intentaremos captar la significación de esta raíz, pero, evidentemente, no podemos basarnos para ello
sólo en la palabra lógos, al menos en sus primeros usos, que son escasísimos. Afortunadamente existe eso que
se llama “familia de palabras”. En una familia de palabras, con la misma raíz hay no sólo sustantivos, sino
también verbos, adverbios, etc. En el caso de lógos, su raíz –log aparece también, caso raro, como –leg, y pasa
al latín como –lig. Caso raro, porque se dice que una raíz no cambia, pero esto concierne especialmente las
consonantes, –l–g.
Para deducir qué significa la raíz –leg de lógos, es imprescindible estudiar el verbo emparentado, por la simple
razón que ese verbo aparece en forma mucho más abundante en los textos antiguos. El verbo es légein. De la

2
misma manera que “amor” está en relación con “amar”, “canción” con “cantar”, lógos está en relación con légein.
Amar es poner en práctica el amor, cantar es poner en práctica una canción, légein es poner en acción un lógos.
O sea que para captar el sentido de lógos debemos estudiar el verbo légein. Pero nuestro estudio debe comen-
zar por el comienzo, ya que si recurrimos a ejemplos posteriores podemos correr el riesgo de encontrar el verbo
ya “contaminado” por los usos filosóficos. O sea que hay que comenzar antes de la filosofía, es decir, antes de fines
del siglo VII, comienzos del s. VI, si estamos de acuerdo con que la filosofía nació el 26 de mayo de 585.....
Y antes, hay los poemas homéricos, escritos a lo largo de cuatro siglos y puestos por escrito cuando los
griegos adoptaron la escritura, alrededor de mediados del siglo IX. Ya adelantamos que lógos aparece sólo dos
veces en los cuarenta y ocho cantos de ambos poemas. Veamos los dos casos.
Dado el método que nos hemos impuesto, intentaremos deducir qué significa la palabra (que, por el mo-
mento, equivale a X) en ambos contextos. Evidentemente, un diccionario nos daría la solución, pero las acep-
ciones que se encuentran en los diccionarios son el resultado de estudios que derivan de usos comprobados en
contextos y en épocas diferentes. El diccionario debe ser una meta, no un punto de partida.
En el canto XV de la Ilíada se dice que Patroclo coloca ungüentos sobre una herida de su amigo Eurípilo, y
el autor agrega que, mientras lo hace, “lo 'sacia' con lógoi” (393). El verbo térpo, que he traducido por “saciar”,
está utilizado metafóricamente. Su sentido literal es el de “atiborrarse de alimentos”, pero también “rego-
dearse” (ya que el exceso produce cierto placer), e incluso “regocijarse”.
Podemos inferir, sin correr el riesgo de equivocarnos demasiado, que este agregado que el poeta añade a
la cura puramente física que ejerce Patroclo es una suerte de complemento psicológico–emotivo: para que Eu-
rípilo olvide momentáneamente el dolor, Patroclo lo hace pensar “en otra cosa”: a falta de anestesia, utiliza
como instrumento (lógoi está en dativo instrumental), para calmarlo, una profusión de lógoi (recordar que el
término está en plural). Sólo nos falta lo principal: interpretar el sentido de lógoi, y proponer luego traducciones
posibles. Y, sin riesgo de equivocarnos, podemos suponer que los lógoi que Patroclo profiere (el verbo apropiado
sería sin duda “cuenta”) son un conjunto de historias, de cuentos, de relatos, vehiculados por “palabras”. Una
palabra sola no contiene ni una historia ni un cuento ni un relato; un conjunto de palabras, sí.
Pero ocurre que los lógoi pronunciados por Patroclo no pueden ser solamente un conjunto de palabras. Un
cuento, una historia, un relato, suponen palabras organizadas de una cierta manera, lo cual deviene esencial
cuando el relato pretende obtener un resultado. En el caso de lógoi se trata de palabras que se eligen según un
criterio y que se organizan en función del fin buscado. O sea que no caben dudas de que los lógoi con los cuales
Patroclo “atiborra” los oídos de Eurípilo son cuentos, historias, leyendas, o sea, un conjunto de palabras e–leg–
idas para hacerle olvidar el dolor.
Veamos el segundo ejemplo, en la Odisea. En una de las numerosas escalas de Ulises, la ninfa Calipso desea
conservarlo a su lado y, para hacerle olvidar Ítaca, “lo seduce (thélgei) continuamente mediante lógoi melifluos
(malakoîsi) y seductores (haimulíoisi)” (I.56). Este pasaje de la Odisea resuelve varias de las incógnitas del escueto
lógos de la Ilíada. En este caso no hay que hacer esfuerzos imaginativos para captar el objetivo de la actitud de
Calipso: se trata de hacer que Ulises se olvide de su patria (...y de Penélope). En función de su objetivo, ella elige
palabras que, como en el caso de Patroclo respecto de Eurípilo, lo “anestesiarán”. Suponemos que no se trata
en este caso de historias o de relatos; basta con elegir ciertos términos, no cualesquiera, sino especiales, que
sin duda despertarán en Ulises sentimientos que nada tendrán que ver con un eventual patriotismo. Los dos
adjetivos elegidos por Homero se adaptan al fin esperado: son “melifluos”, “melosos”, “dulces”, “acariciantes”,
y, además, son “insinuantes”, “seductores”. Mediante este tipo de lógoi Calipso pretende “seducir”, incluso
“embrujar”, “fascinar” a Ulises.
Como en el caso de Patroclo, suponemos que Calipso tuvo que elegir unas palabras y dejar de lado otras, y
aparentemente su elección fue afortunada ya que, para que Ulises pudiera escapar a su hechizo, Zeus tuvo que
enviar a Hermes para que, como antídoto, le preparara una droga (phármakon, X.302) capaz de convencerlo de
continuar su viaje de regreso.
Pero para descifrar el sentido de la raíz de lógos, que, según nuestra hipótesis, es la clave de su riqueza,
tenemos que recurrir a la familia de palabras que la comparten, especialmente el verbo légein. Un estudio so-
mero del verbo, también en Homero, nos va a ayudar a captar mejor el significado de lógos. Y, a diferencia de
lógos, légein está mucho mejor representado en Homero, lo cual permite un estudio más seguro.
Homero utiliza el verbo légein en treinta y dos ocasiones y su significado nos lo dará el contexto. Como diji-
mos, cuando se busca un significado no se puede partir del diccionario. Pero ocurre que en estos treinta y dos
casos el uso del verbo es a veces concreto y a veces un poco abstracto. Veamos ejemplos de los casos concretos.
Il. VIII.507: Héctor le habla a los troyanos, los suyos, y les dice: “Traed de vuestras casas vino y pan y légein
mucha leña”. El contexto indica que el verbo significa “juntar”, “reunir”, “recoger”.

3
Il. XI.755. Néstor dice: “Hemos derrotado al enemigo, masacrado a sus hombres y légein sus bellas armas”.
Otra vez: “reunido”, “coleccionado”, “tomado”.
Veamos ahora ejemplos, siempre de légein, pero no referidos a cosas concretas como eran la leña o las ar-
mas. Il. XIII.275: Idomeneo dice: “¿Por que me légein tu así?”. Evidentemente, el significado es “hablar”.
Od. III.240. Telémaco le dice a Méntor: “No légein más, ya que nuestra pena es muy grande”. Otra vez, “ha-
blar”, “decir”.
Y, finalmente, un pasaje muy citado, Od. XIX.203: “Ulises légein muchas mentiras, semejantes a la verdad”.
Otra vez, “dice”.
Como el verbo es el mismo, y la raíz también, los expertos en el lenguaje homérico dicen que las palabras
son realidades sensibles y cuando uno habla, las reúne, las elige, las colecciona, como en los casos precedentes.
O sea que hasta acá podemos decir que el significado de légein es “reunir eligiendo”, “coleccionar”, “selec-
cionar”, ya sea objetos sensibles o palabras, en cuyo caso se privilegia “hablar”. Si es así, la raíz –leg significa
“unir”, “recoger”, “enumerar”, pero no al azar, sino según un criterio: sólo leña, sólo las armas de los troyanos,
sólo palabras mentirosas. Es decir que se reúnen cosas para constituir un conjunto ordenado racionalmente:
ciertas armas, cierta madera que servirá como leña. O sea que ya en el verbo está en ciernes cierta racionalidad.
Hablar no es decir “bla bla”, es juntar palabras según un criterio para hacer una frase. Siglos después, Platón
definirá de ese modo el lógos como “discurso”.
Y ese es el sentido de la raíz –leg, que pasa al latín y a las lenguas de origen latino, ya sea tal cual, ya sea
como –lig. Siempre se trata de reunir elementos según un criterio. Una persona inte–lig–ente sabe reunir
conocimientos, una persona e–leg–ante sabe reunir lo que se pone, una co–lec–ción es una reunión de objetos
similares, reunidos según un criterio; un sacri–leg–io es una reunión de objetos sagrados con fines no religio-
sos. Y esta raíz va a aparecer en todos los usos de lógos, sin excepción. En latín se la ve en “lex, legis” (“ley”); en el
italiano en “legame”; en castellano en “ligamento”, en “lección”, en “legión”, etc. Es el contexto el que dirá qué
tipo de unión se lleva a cabo, pero siempre entre componentes homogéneos y según un criterio.
Los otros textos antiguos conservados, aunque un poco más recientes, son los poemas de Hesíodo. Hay un
cambio muy importante: se sabe la época, comienzos del siglo VIII, el verdadero autor, y dónde los escribió,
porque desde hace ya medio siglo los griegos adoptaron la escritura. Todo esto no influye en nuestra historia
de lógos, pero es útil mencionarlo.
En la Teogonía (888), Hesíodo dice que “Zeus, engañando astutamente el corazón de Metis con lógoi acari-
ciantes, se la tragó, aconsejado por el Cielo y la Tierra”. Lógos está en plural, como en Homero, con dos adjetivos,
uno, “acariciantes”, ya visto en Homero. Parece ser un cliché, entonces. Como en Homero, lógoi son palabras
elegidas para obtener un fin: distraer a Metis.
Los otros tres ejemplos hesiódicos de lógos pertenecen a Los trabajos y los días. Veamos. Se trata de la fabri-
cación de Pandora:
Trabajos, 77: “Y en el pecho de Pandora, Hermes elaboró mentiras, lógous acariciantes y un carácter voluble”.
El ejemplo siguiente forma parte de los consejos que Hesíodo da a su hermano para los días que son pro-
picios o no:
Trabajos, 788: "A quien nacerá ese día le gustarán las bromas, las mentiras, los lógoi acariciantes". Es el cliché
homérico.
En el último ejemplo lógos está en singular (primera vez que esto ocurre), lo cual es ya síntoma de una
evolución. Es el prólogo al famoso mito de las edades:
Trabajos, 106: “Y, si tú lo quieres, yo, como se debe y sabiamente, culminaré mi lógos con otro”.
Este otro lógos será un relato coherente, con etapas, un verdadero razonamiento que “cuenta” el origen de
las edades de la humanidad.
Podemos hacer un balance de lo que hemos encontrado antes de que la filosofía se ponga en marcha. En
Homero lógos, pertenece siempre al universo de la enunciación, es alguien que emite un lógos, o sea que pode-
mos decir que el término alude a un conjunto de palabras elegidas para producir cierto efecto. Ya al decir “e–
leg–idas” me vi obligado a recurrir a la raíz. El verbo légein podía tener también un valor material, “recoger”,
“coleccionar”, pero por el momento lógos no hereda este matiz: es sólo algo que se dice. Después, será diferente.
En Hesíodo, cuando el término está en plural, es igual. Pero está el caso del singular, interesante, porque
la diferencia esencial entre Homero y Hesíodo es la escritura. Los poemas atribuidos luego a Homero fueron
elaborados en forma oral; Hesíodo, en cambio, escribe su texto, lo cual supone que alguien lo va a leer, aunque
poca gente supiese leer por entonces.
Es interesante observar que en textos ya escritos en el lapso que separa esta época, Hesíodo, del primer
filósofo en el cual encontraremos la palabra lógos, Jenófanes, este sentido de “relato” es el que predomina. Es lo
que ocurre en algunos poetas líricos, como Arquíloco, Alceo, Semónides de Amorgos, Tirteo y Cleóbulo.

4
Semónides, por ejemplo, utiliza un cliché similar al que ya encontramos en Homero y en Hesíodo, pues habla
de “lógoi afrodisíacos” (Elegía 7.91), es decir, palabras o historias elegidas especialmente para producir un
efecto, en este caso, amoroso. En el fr. 12 de Cleóbulo, de la isla de Lindos, el sentido de lógos parece ser muy
amplio ya que se refiere a todo lo que se dice, en general: “la mayor parte de los mortales es ignorante, y también
la mayoría de los lógoi”.
Píndaro hace un uso muy abundante de lógos, pero sin agregar nuevos matices. En las Olímpicas 4.15 se
refiere a su propia obra, “No debilitaré mi lógos con una mentira”. En otros casos, como en Hesíodo, lógos se
refiere a una historia tradicional (“El lógos que alude a las hijas de Cadmos”, Olímpicas 2.24).
Siempre en Píndaro, en algunas ocasiones, lógos va acompañado por un adjetivo, como en el cliché homé-
rico–hesiódico (“Y, con firmeza, respondió con aganoîsi [gentiles] lógois”, Píticas 4.101; “Y Jasón los recibió con
melikhíoisi [melosos] lógois”, Píticas 4.128).
A fines del siglo VII y comienzos del VI se ubica la actividad de Tales de Mileto (en efecto: el eclipse que
habría previsto tuvo lugar el 26 de mayo de 585), y poco después seguirán su ejemplo, en forma directa, Anaxi-
mandro y Anaxímenes y, en la isla de Samos, Pitágoras, pero no quedan rastros de “lógos” en los escasísimos
textos auténticos recuperados de estos cuatro primeros filósofos.
El primer filósofo en que aparece la palabra lógos es Jenófanes, quien la utiliza en dos ocasiones. En el
fr.1, verso 13, leemos que es necesario que, en honor al dios, “los hombres reciten himnos ( humneîn) con re-
latos (múthois) respetuosos y lógoi puros (katharoîsi)”. La curiosa coordinación de múthos y lógos (que reapa-
recerá en Parménides) invita a traducir lógoi por “discursos” o “historias”. En otros textos recuperados
Jenófanes se queja precisamente de la contaminación antropocéntrica de la imagen de los dioses, que son
negros entre los etíopes y, en el caso en que las vacas los tuviesen, tendrían forma bovina (fr. 15 y 16). Los
lógoi puros no cometerían esta aberración.
El otro caso en que lógos aparece en Jenófanes figura en singular, forma que, después de la innovación de
Hesíodo, es cada vez más corriente, como vimos en los poetas. La cita comienza y termina abruptamente: “Paso
ahora a otro (állon) lógon, y mostraré el camino” (fr. 7). A diferencia del texto de Hesíodo que ya analizamos, no
sabemos en qué consistió el “otro” lógos, ni cuál es el camino que va a mostrar, pero la traducción neutra por
“relato” parece imponerse.
Podemos decir que, hasta acá, lógos es siempre el resultado de una acción “humana”, no es algo objetivo, y
puede ser verdadero, o no. Todo va a cambiar con Heráclito, que hará del lógos el centro de su filosofía.
Veamos entonces a Heráclito. Nuestra investigación va a dar un paso de gigante... Vamos a encontrar mu-
chas novedades, pero una duda nos va obsesionar: ¿Es Heráclito quien introduce las novedades que veremos,
o estaban ya en filósofos de su tiempo o anteriores, de los cuales no quedan rastros? La palabra lógos aparece
diez veces en lo que queda de los escritos de Heráclito. Dado que se ha podido recuperar unas ciento veinticinco
citas textuales, diez parece poco, pero es enorme respecto de las dos veces que aparecía en Homero y las cinco
de Hesíodo. Pero, dado el lugar de privilegio que lógos ocupa, como veremos, ésta parece ser la noción central
de su filosofía, ya que con ella comenzaba su libro, según Aristóteles.
Y lo más interesante es que Heráclito demuestra ser un verdadero experto en lo que concierne a los múltiples
significados de lógos, ya que la palabra aparece con significados diversos; es decir, no quiere decir lo mismo en
todos los casos, y, junto a estos significados tradicionales, y siempre apoyándose sobre la raíz, Heráclito va a dar
una significación eminentemente filosófica a la palabra, al punto de presentar su filosofía como un cierto lógos.
Veamos rápidamente los casos en que lógos repite el uso que ya podemos llamar “tradicional”: fr. 87, “el
hombre imbécil suele extasiarse por cualquier lógos”; fr. 108, “De quienes escuché lógoi ninguno se dio cuenta
de que lo sabio está separado de todo”; fr. 39: “En Priene vivía Bías, hijo de Teutameo, cuyo lógos era mayor que
el de los otros”.
Para comprender los otros casos en que Heráclito introduce una novedad, esencial, hay que decir dos pa-
labras sobre su filosofía, y para comenzar hay que olvidarse del “todo fluye”, que no tiene nada que ver con
Heráclito. Para Heráclito, si un filósofo puede explicarse qué es la realidad, todo, es porque el universo no es
caótico, sino que sigue un ritmo, tiene un orden. Ahora bien, si esto es así, hay que descubrir la ley que detecta
ese orden (una ley detecta un hecho, no lo fabrica. Las manzanas ya caían antes de Newton).
Y, para descubrir esta ley, que concierne todo, pues nada escapa a ella, hay simplemente que saber escu-
char a la realidad misma, a la phúsis. Ella va a expresarse y el filósofo debe proclamar lo que escucha para que
los hombres sepan cómo actuar. La misma ley es válida para todos, hombres, sociedad, kósmos. Y para esa ley
él utiliza la palabra lógos (Cf. lex, legis, “ley”, en latín). O sea que el kósmos posee un lógos, que Heráclito no in-
venta, sino que descubre. La novedad es inmensa: el lógos que él descubre es trascendente, objetivo. Hasta acá
siempre era el objeto del decir, del hablar, de hombres, dioses, o lo que fuere. No era autónomo. Ahora sí. Esa
ley es una suerte de fórmula que hay que descubrir y proclamar.

5
Y él, en tanto sabio (así se considera a sí mismo), proclama esa ley en su discurso, en su lógos. O sea que
hay un lógos como discurso que transmite un lógos como ley. Esto lo dice en el fr. 50: “Al escucharme no a mi,
sino al lógos, es sabio ponerse de acuerdo en saber que todo es uno”.
Si Heráclito recurre a la palabra lógos para aludir a ese orden que él detecta en la realidad es porque la
etimología de la palabra concuerda exactamente con lo que él creyó “escuchar”, con su interpretación. Me ex-
plico. Si el universo es un kósmos es porque se trata de una multiplicidad unida, relacionada, según un criterio.
Es exactamente la significación de lógos, y es lo que significa la enigmática frase “todo es uno”: una totalidad,
pánta, unificada, hén. Esta unidad de la multiplicidad no es visible, pero en un texto Heráclito dice que “a la
phúsis le gusta ocultarse” (fr. 123). Phúsis es el ser de las cosas, su “naturaleza”. Vemos multiplicidades, pero
todas ya armonizadas, no reunidas al azar, o sea, según una ley, un lógos.
Para ejemplificar esta unidad de la multiplicidad Heráclito recurre a menudo a la imagen de la armonía
musical, constituida por varias notas ligadas en función de un criterio. En el caso del universo, esta ley cósmica
existe siempre, ya que, de otra manera, la phúsis sería caótica.
Ya citamos una frase de Aristóteles acerca del comienzo del libro de Heráclito (Retórica, 1407b14). La frase
continúa de este modo: “Si bien este lógos existe siempre, los hombres se muestran ignorantes tanto antes de
haberlo escuchado como después de haberlo escuchado por primera vez”. Heráclito hace un razonamiento por
analogía: como lógos significa principalmente “discurso”, y a un discurso se lo escucha, también oídos bien
educados deben escuchar la “voz de la naturaleza”. No todos vemos que el agua es H ²O, sólo el físico. “Uno–
Todo” es el H²O de la phúsis.
Y bien, casi al mismo tiempo en que Heráclito filosofa en un extremo del mundo griego, en el otro extremo
está Parménides, sobre el cual, a pesar de su enorme importancia, apenas diremos dos palabras. Lógos aparece
en tres ocasiones, dos con su significación tradicional de “conjunto de palabras” o “relato”, “discurso” (fragmen-
tos 1.15 DK y 8.50 DK), pero en un tercer caso su uso nos permitirá agregar un nuevo matiz.
Como es sabido, Parménides es el primer filósofo que se vale del razonamiento, de ciertos principios, para
exponer su pensamiento; antes de él, hay más bien textos sentenciosos, o aforismos. En su caso, él sigue un
camino, es decir, un método, y, en cierto momento, su portavoz, que es una diosa anónima, le dice a un discí-
pulo que juzgue mediante el lógos las pruebas que ella propone. Los historiadores idealistas, deslumbrados por
el “milagro griego”, traducen ya lógos por “razón”. En realidad, se trata de un “razonamiento”, de un “argu-
mento”, sentido que va a quedar incorporado junto a los ya conocidos, y que será omnipresente en Platón. Las
llamadas “pruebas” o “argumentaciones” sobre la inmortalidad del alma en el Fedón son llamadas lógoi.
Después de Parménides la filosofía siguió su marcha. Pero, si bien no podemos ocuparnos de todos los
filósofos, es imposible omitir a la sofística. Como se sabe, los sofistas representan una especie de tsunami que
arrasó con todo lo anterior, y lógos no fue una excepción. En Protágoras, por ejemplo, si bien no hay un nuevo
matiz, hay una relativización total del lógos. Me explico. Vimos que a partir de Heráclito, el lógos de algo es su
fórmula, su definición. Protágoras escribió un libro titulado Las Antilogías para demostrar que respecto de cada
cosa pueden formularse dos lógoi, contradictorios, ya que nada tiene un lógos propio.
Gorgias fue aún más allá y sostuvo que el lógos es subjetivo, pues se crea en el interior del sujeto en función
de las sensaciones que le llegan del exterior, que son válidas sólo para él. O sea que no hay ninguna relación
entre el lógos y la realidad real, objetiva. Pero como no se puede negar que el lógos existe, Gorgias lo toma como
una creación humana, pero activa: no muestra nada, pero es capaz de hacer, ¿de hacer qué? De modificar la
conducta del oyente (ya que el lógos es algo que se oye). Él habla del poder “psicagógico” del lógos, y escribió dos
discursos, conservados, el Elogio de Helena y la Defensa de Palamedes para ejemplificar su posición. Siempre en el
ámbito del discurso (no se trata de un lógos trascendente), el lógos, utilizado como un instrumento por quien
habla o escribe, es capaz de engañar y de seducir, porque “El lógos es un gran soberano que, con un cuerpo
pequeñísimo y casi completamente imperceptible, lleva a cabo las obras más divinas, pone fin al dolor, aleja las
penas, produce alegría, acrecienta la piedad” (Elogio de Helena, § 8).
Después del tsunami de la sofística, dos grandes filósofos tuvieron que poner las cosas en su lugar, ya que,
como dirá precisamente uno de los dos, Platón, sin el lógos, no hay filosofía, ya que la filosofía es el discurso,
lógos filosófico, o, si se quiere, es diá–logo, un lógos que va y viene, con argumentos que se intercambian. Pero
quien reivindica la importancia del lógos antes que Platón, es un gran filósofo casi desconocido, Antístenes.
Antístenes fue uno de los primeros seguidores de Sócrates, antes que Platón, y si bien escribió más de
treinta tratados, sólo se lo conoce por referencias y breves citas ya que, cuando Platón empezó a filosofar, se le
opuso violentamente y los platónicos hicieron todo lo posible para que sus obras no circularan.
No es el caso de ocuparnos de su filosofía, pero en ella el lógos ocupa un lugar de privilegio ya que Diógenes
Laercio, muchos siglos después, dijo que Antístenes fue el primer filósofo que “definió” el lógos, y cita la defini-
ción: “El lógos muestra lo que era o lo que es [una cosa]” (VI.3). Ante todo, la definición es directamente anti–

6
sofística: el lógos tiene una función, “muestra”, pero no puede mostrar el futuro, y por eso la definición sólo
concierne el pasado y el presente. Otras citas de Antístenes dan a entender que para él el lógos de algo es direc-
tamente su nombre. Borges sería antistenista: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo
de la cosa, en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'” (El golem). Precisamente siempre
se ha visto a Antístenes detrás del personaje de Cratilo en el Cratilo de Platón.
Pero, como el lógos muestra lo que algo es, otra cita de Antístenes dice algo terrible, que a los filósofos les
costó grandes esfuerzos refutar. La cita es la siguiente: “Todo lógos es verdadero, ya que quien habla, dice algo
que es, y quien dice lo que es, dice la verdad”. ¿Por qué costó refutar esta suerte de paradoja? Porque si un lógos
no es verdadero, dice lo que no es…y lo que no es, no existe. Aunque parezca mentira, recién cuando Platón
modificó qué se entiende por no–ser, esta tesis pudo ser refutada. Veamos a Platón, entonces.
En Platón, como dije, la palabra lógos figura dos mil cuatrocientas ochenta y tres veces veces, o sea que es
imposible ver todos los ejemplos. Curiosamente, entre tantos usos, Platón no agrega prácticamente nada a los
matices ya habituales en su tiempo, entre los cuales predomina el de “discurso”. Precisamente en el Sofista, en
el cual va a proponer una definición del no–ser que va a refutar la tesis de Antístenes, Platón dice por primera
vez algo que repetimos desde el jardín de infantes, que una frase (él dice un lógos) consta de una palabra que
significa una acción, llamada verbo, y de otra que alude al autor de la acción, al agente, llamado sujeto. Y, cons-
ciente de la etimología de lógos, Platón dice que ambos términos están “unidos”, lig–ados.
Antes de pasar a otros usos de lógos en Platón, para no dejar las cosas en el aire, dos palabras sobre la jus-
tificación del discurso falso, que sería imposible si dice lo que no es. Platón demuestra que el “no” de la negación
no significa contradicción (o sea, lo que se niega no es lo contrario de lo que se afirma), significa sólo “diferen-
cia”. Algo que no es, es “diferente” de algo que es. En consecuencia, un discurso falso dice algo diferente de lo
que es, no lo que no es, que no existe.
Platón subraya también, especialmente en el Fedón, el valor de lógos como la fórmula, la explicación de algo,
y usa la palabra directamente con el valor de causa, una vez más, respetando la etimología, ya que toda causa
está unida a un efecto; en caso contrario, no es “causa”. Y dice que decidió buscar la verdad de las cosas no en
las cosas mismas, sino en los lógoi, o sea, en los razonamientos que las explican. Digamos finalmente que, sin
añadir algo nuevo a la noción, Platón agrega la parte del alma que es responsable de la argumentación, del
discurso, y la llama tò logistikón.
Y después de Platón viene su discípulo Aristóteles. En él, lógos hereda todo los matices ya vistos, y privilegia
la noción al punto de hacerla distintiva, propia, del ser humano, que no es un animal como los otros, sino que
posee la capacidad de hablar. Aristóteles agrega así un matiz de la significación de lógos como “discurso”, la de
“habla”. El lógos es el habla, el hecho de hablar, respecto del cual repite las normas ya fijadas por Platón. Muy a
menudo también lógos con la significación de “noción”, equivale a la definición de algo, que es su causa princi-
pal, en Aristóteles, lo que él llama su causa final: “El lógos de la casa que [el dialéctico] propone equivale a decir
que ella es un abrigo contra las intemperies naturales” (De Anima I.1.403b4). Y lógos significa incluso proporción
(ya que una proporción establece relaciones: A es a B como B es a C).
Antes de ocuparnos de la escuela que elevó al lógos al rango de razón, incluso Razón universal, digamos
que este sentido, contrariamente a lo que a veces se dice, está ausente de Platón y de Aristóteles. En ambos, la
parte superior del alma, la que “razona” y piensa, es el noûs, que podríamos traducir por “intelecto” o “espíritu”.
Los estoicos, escuela post–aristotélica, de la época llamada helenística, caracterizada por la universaliza-
ción de Grecia, cuando las antiguas ciudades pasan a formar parte de “imperios”, colocan la noción de lógos en
el centro del sistema y la asimilan a una suerte de fuerza productora capaz de modelar la materia según esque-
mas racionales. La naturaleza en su totalidad será racional porque posee lógos, que es la razón ordenadora y
planificadora del devenir. Al carácter trascendente del lógos de Heráclito, que sólo detectaba un orden cósmico,
el lógos estoico lo fabrica.
Una frase de Diógenes Laercio es todo un programa: “[Los estoicos] creen que los principios de todas las
cosas son dos, el agente (tò poioûn) y lo paciente (tò páskhon). Lo paciente es la sustancia (ousía) no calificada, [es
decir] la materia. El agente, que se encuentra en ella, es el lógos, [es decir] dios” (Diógenes Laercio, VII.134).
No es fácil explicarse esta súbita asimilación de lógos a dios. Es en realidad la función que cumple el lógos
y los atributos que los estoicos le confieren que prácticamente conducen necesariamente a identificar lógos y
dios. La continuación del texto de Diógenes Laercio que recién citamos comienza a develar el enigma: “Como
éste [a la vez lógos y dios] es eterno, fabrica (demiourgeîn) todas las cosas mediante la totalidad de aquella [=la
materia]”. Evidentemente, la fabricación (¿sería exagerado en este caso hablar de creación? En todo caso, no
sería una producción ex nihilo, pues la materia preexiste) supone un proyecto racional e incluso, cuando se trata
de acontecimientos, una providencia.

7
Como puede apreciarse, no estamos muy lejos del dios cristiano, y como cuando se escriben los Evangelios
el cristianismo está a la búsqueda de convertirse en una doctrina, la noción de lógos aparecerá en la primera
frase del Evangelio de Juan.
O sea que el nuevo matiz que el estoicismo agrega a lógos es el de Razón, incluso con mayúscula, que está
preparándose ya desde Homero, con la noción de criterio en la elección de lo que se reúne, de razonamiento
en Parménides y Platón, y de “habla”, sinónimo de “racionalidad” en Aristóteles.
Hagamos, como en los comercios, un balance de “las existencias”, es decir, de lo encontrado en esta marcha
triunfal y avasalladora de las múltiples “transfiguraciones” de lógos. Al comienzo propuse una hipótesis que yo
mismo consideré muy arriesgada, que era la siguiente: la noción de lógos es una verdadera radiografía de la
forma de concebir la realidad por los griegos, de ahí sus múltiples significaciones, porque la realidad es múl-
tiple, pero de ahí también su unidad porque la realidad es una.
Los filósofos pretenden conocer, captar la realidad, los objetos. Pero sólo cuando pasamos de un caos de
sensaciones a un cierto orden, recién entonces podemos decir que captamos un objeto, y, o lo reconocemos —
si lo hemos visto antes— o lo descubrimos y le ponemos un nombre. Es decir: el caos sensible se transformó
en un conjunto ordenado, porque las sensaciones se “ligaron”, y produjeron una “forma”, resultado de un lógos.
La noción de Gestalt es algo por el estilo. Aristóteles nos dio una explicación coherente: “la forma (eîdos) de una
cosa, es su lógos” (De Anima, I.1.403b1).
Retomemos la analogía entre el lenguaje y la realidad. En la realidad, como en la palabra, los elementos
(stoikheía) separados no tienen significación alguna (Aristóteles, Poética XX.145a5); recién su unión produce el
sentido. Si regresamos a “los primeros que filosofaron”, no olvidemos que la noción de “elemento” (hayan uti-
lizado la palabra o no) fue esencial para ellos, y que el significado originario de la misma es el de “punto o signo
que forma parte de una línea” y, en una palabra, significa “letra”, o sea, componente que, en un nombre, está
“ligado” a otros componentes.
Un caso evidente en el cual la reunión de factores antes separados determinó la explicación (ergo, el cono-
cimiento) de algo cuya razón de ser se ignoraba, es la causalidad. Este tema se encuentra sin duda ya en los
primeros filósofos, y Aristóteles no deja de reconocer en ellos un antecedente de su propia búsqueda. Respecto
de nuestro tema, obsérvese que la causa de algo supone una relación entre ella y su efecto. Y ocurre que recién
cuando se produce esta relación se conoce lo que se investiga, ya que “nosotros creemos conocer (epístasthai)
completamente una cosa [...] cuando creemos conocer la causa gracias (dià) a la cual la cosa existe” (Aristóteles,
Segundos Analíticos, I.2.71b9). Tiempo después de “los primeros que filosofaron” Platón, en el Fedón, como vimos,
dirá que recurrir al lógos para explicar la realidad significa buscar su “razón de ser”, o sea, su causa (99e).
En todos los casos, ya sea como discurso, ya sea como fórmula que detecta el ser de la phúsis, lógos supone
un criterio de unión, "una razón de ser", y, como esta idea está en la base de todos los filósofos griegos, incluso
en quienes critican la noción y le dan otro sentido, me permití aventurar que la noción de lógos es una suerte
de radiografía que nos revela, detrás de las divergencias, una manera “griega” de captar la realidad, eso que
Benveniste había llamado una “categoría de pensamiento”, que se refleja en la lengua. Y como los filósofos no
fueron seres de excepción, sino griegos como los otros, pero acostumbrados a utilizar la argumentación y el
razonamiento, ya que todos eran además científicos, esa manera de pensar se transformó en lo que poco des-
pués se llamó “filosofía”.

Referencias bibliográficas
Benveniste, E. (1966). Problèmes de linguistique générale. Gallimard.
Borges, J. L. (1972). El Oro de los Tigres. Emecé.
Boisacq, E. (1916). Dictionnaire étymologique de langue grecque. C. Winter.
Cassin, B. (1997). Aristote et le logos. Contes de la phénoménologie ordinaire. PUF.
Cordero, N. L. (2008). La invención de la filosofía. Biblos.
Cordero, N. L. (2017). El descubrimiento de la realidad en la filosofía griega. El origen y las transformaciones de la noción
de Lógos. Colihue.
Couloubaritsis, L. (1984). Transfigurations du Logos. En J. Sojcher & G. Hottois (Eds.), Philosophies non chrétiennes
et christianisme (pp. 9–44). Editions de l'Université de Bruxelles.

8
Chantraine, P. (1974). Dictionnaire étymologique de la langue grecque. Editions Klincksieck.
Hülsz Piccone, E. (2011). Lógos. Heráclito y los orígenes de la filosofía. Universidad Autónoma de México.
Verdenius, W.J. (1966). Der Logosbegriff bei Heraklit und Parmenides. Phronesis XI, N°2, 81–98.

También podría gustarte