Holocausto

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Este artículo trata sobre el genocidio de judíos en Europa durante la Segunda Guerra
Mundial. Para el concepto religioso, véase Oblación.
Holocausto

Desde arriba. 1.ª fila: Fosas comunes de Bergen-Belsen tras su liberación en

abril de 1945. 2.ª fila: Prisioneros judíos procedentes de Hungría recién

llegados a Auschwitz en mayo de 1944; imagen izquierda, chimeneas de los

crematorios II y III de Birkenau. 3.ª fila: cadáveres en abril de 1945 en el ya

liberado campo de concentración de Nordhausen (izquierda). Hornos

crematorios en Buchenwald con huesos de mujeres alemanas contrarias a los

nazis, abril de 1945 (derecha). 4.ª y última fila: Auschwitz en 2009.

También conocido como


Shoá (La Catástrofe), Solución final (Endlösung)
Ubicación
Europa
Fecha
Segunda Guerra Mundial
Contexto
Supremacía racial
Perpetradores
Gobierno de la Alemania nazi y sus Estados colaboracionistas
Víctimas
Pueblo judío
Campo
Auschwitz y otros
Cifra de víctimas
Aproximadamente 11 millones de asesinados, entre judíos, gitanos y otros grupos étnicos, sociales e
ideológicos.

El Holocausto1 —también conocido por su término hebreo, Shoá (traducido como «La
Catástrofe»)— es el genocidio realizado por el régimen de la Alemania nazi contra
los judíos de Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.2 Los
asesinatos tuvieron lugar en todos los territorios ocupados por Alemania en Europa. 3
Sería el desenlace de un concepto racista alemán puesto en práctica por los nazis,
conocido por ellos como la solución final a la cuestión judía, o sencillamente la
«solución final» (en alemán: Endlösung).4

La decisión nazi de llevar a la práctica el genocidio fue tomada entre finales del verano
y principios del otoño de 19415 y el programa genocida alcanzó su punto culminante en
la primavera de 1942 —desde finales de 1942, las víctimas eran transportadas
regularmente en trenes de carga, especialmente conducidos a campos de exterminio
donde, si sobrevivían al viaje, la mayoría eran asesinados sistemáticamente en
las cámaras de gas—.6 A cargo de su planificación, organización administrativa y
supervisión estuvo Heinrich Himmler.7 Por lo demás, fue la repetida
retórica antisemita de Adolf Hitler la que incentivó la ejecución de las matanzas, que
además contaron directamente con su aprobación.8 De esta forma, entre 1941 y 1945,
la población judía de Europa fue perseguida y asesinada sistemáticamente, en el
mayor genocidio del siglo XX. Sin embargo, este exterminio no se limitó sólo a los
judíos, sino que los actos de opresión y asesinato se extendieron a otros grupos
étnicos y políticos.9 Cada brazo del aparato del Estado alemán participó en la logística
del genocidio, convirtiendo al Tercer Reich en un «Estado genocida».10 Las víctimas no
judías de los nazis incluyeron a millones de polacos, comunistas y otros sectores de
la izquierda política, homosexuales, gitanos, discapacitados físicos y mentales
y prisioneros de guerra soviéticos.

Dada la dificultad para establecer cifras certeras, se ha tomado la cifra simbólica de


seis millones de muertos en torno a la comunidad judía.1112 Se estima que, en total,
murieron un mínimo de once millones de personas y, de ellas, un millón habrían sido
niños. Asimismo, de los judíos residentes en Europa antes del Holocausto,
aproximadamente dos tercios fueron asesinados.13 La maquinaria del Holocausto tenía
una red de aproximadamente 42 500 instalaciones por toda Europa para confinar y
matar a sus víctimas y contó con la participación directa de entre 100 000 y 500 000
personas para su planificación y ejecución.14 Entre los métodos utilizados estuvieron
la asfixia por gas venenoso (Zyklon B), los disparos, el ahorcamiento, los trabajos
forzados, el hambre, los experimentos pseudocientíficos, la tortura médica y
los golpes.15

Por otro lado, a lo largo del Holocausto se produjeron episodios de resistencia armada
contra los nazis. El ejemplo más notable fue el levantamiento del gueto de Varsovia de
1943, cuando miles de combatientes judíos mal armados se enfrentaron durante cuatro
semanas a las SS. Se estima que entre 20 000 y 30 000 judíos participaron en Europa
del Este en los movimientos partisanos creados durante la Segunda Guerra Mundial en
los países ocupados por Alemania, que contaron con millones de guerrilleros.16 Los
judíos franceses también tuvieron gran actividad en la Resistencia francesa. En total,
se produjeron alrededor de un centenar de levantamientos judíos armados.

El Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión sancionaron una ley que entró en


vigor a finales de 2007 penando el negacionismo del Holocausto y de todos los demás
crímenes nazis;17 además la Comisión Europea creó en el 2010 la base de datos de
Infraestructura europea para la investigación del Holocausto (EHRI), destinada a reunir
y unificar toda la documentación y archivos que conciernen al genocidio.18 Por otro
lado, la ONU rinde homenaje a las víctimas del Holocausto desde 2005, habiendo fijado
el 27 de enero como el Día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto,
dado que ese día de 1945, el Ejército Rojo de la Unión Soviética liberó el campo de
concentración de Auschwitz.19
Terminología

Víctimas llegadas de Hungría al campo de

exterminio de Auschwitz, mayo de 1944.


Cadáveres hallados en Bergen-Belsen, 19 de abril de 1945.
El concepto de genocidio, como pena judicial, no entra en vigor hasta 1954; de hecho
en los Juicios de Núremberg no fue reconocido como delito.20 La Convención para la
prevención y la sanción del delito de genocidio es un documento de Naciones
Unidas aprobado en 1948.21 Su principal impulsor fue el jurista polaco Raphael
Lemkin que fue el primero en utilizar y definir el delito de genocidio en un libro
publicado en 1946, en el que denunció los crímenes nazis cometidos en la Europa
ocupada.21

Los primeros en usar el término «Holocausto» fueron los historiadores judíos de finales
de la década de 1950; la generalización de dicho término se produjo a finales de los
años sesenta.22

La palabra «holocausto» proviene de la traducción griega del texto masorético conocida


como Versión de los setenta, en la que el término olokaustos (ὁλόκαυστος: de ὁλον,
‘completamente’, y καυστος, ‘quemado’) traduce una palabra hebrea que se refiere a un
sacrificio consumido por el fuego.23
También se utiliza para nombrarlo el término Shoá (Shoah o Sho'ah),24 término
proveniente del hebreo ‫ שואה‬y cuyo significado es «catástrofe».25 La palabra forma
parte de la expresión Yom ha-Sho'ah, con la que se nombra en Israel al día oficial de la
Memoria del Holocausto.

En yidis para referirse al Holocausto se emplea la expresión hurb'n eiropa,26 y ella


posee el significado de «Destrucción [de las comunidades judías] de Europa»,
incluyendo esto también la cultura de las mismas.27

En cuanto a la historia del uso del término «holocausto», desde el siglo XVI se empleó
la expresión holocaust en el idioma inglés para catástrofes extraordinarias de incendios
con gran cifra de víctimas. En el siglo XVIII la palabra adquiere un significado más
general de muerte violenta de gran número de personas.28

Antes del genocidio judío perpetrado por los nazis, Winston Churchill usó la
expresión holocaust en su publicación El mundo en crisis en referencia al genocidio
armenio en Turquía.29 En relación con el uso de la palabra holocausto para referirse
al genocidio de aproximadamente seis millones de judíos europeos durante la Segunda
Guerra Mundial,30 en la entrada «Holocaust» de la Encyclopaedia Britannica (2007), la
definición es la siguiente:

la matanza sistemática, patrocinada por el Estado, de seis millones de hombres, mujeres y


niños judíos, y millones de otros, [perpetrada] por la Alemania Nazi y sus colaboradores
durante la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes la llamaron «la solución final para la
cuestión judía».31
La persecución y el asesinato de los judíos no se desarrollaron exclusivamente en
Alemania o en los distintos campos de exterminio, sino que también tuvieron lugar
en Rusia, Europa Oriental y la península balcánica, donde los alemanes y sus
colaboradores (austriacos, lituanos, letones, ucranianos, húngaros, rumanos, croatas y
otros) llevaron a cabo múltiples matanzas de judíos en fosas, bosques, barrancos y
trincheras.32

La toma de conciencia del Holocausto


En la posguerra y en la década de 1950 no hubo una toma de conciencia del hecho
mismo del Holocausto. Los judíos eran considerados unas víctimas más de la Segunda
Guerra Mundial, por lo que el Holocausto «está poco presente en el debate público, y
los propios judíos no intentan introducirlo. Los sobrevivientes a menudo querían hablar,
pero no se les escuchaba demasiado...», comenta Michel Wieviorka. Cuando se
empieza a hablar en Occidente de la destrucción de los judíos de Europa es en la
década de 1960 a raíz del proceso a Adolf Eichmann y es entonces cuando empieza a
difundirse el término Holocausto, aunque este no alcanzará a todas las capas de la
población hasta la emisión en 1978 de la serie televisiva norteamericana Holocausto.
Por su parte el término Shoah, utilizado en Israel, no se populariza en Occidente hasta
la década de 1980, especialmente tras el estreno en 1985 del monumental documental
de Claude Lanzmann Shoah. Después películas —como La lista de Schindler— y libros
contribuyen a que el Holocausto esté presente en la conciencia colectiva. Según Michel
Wieviorka, la toma de conciencia del Holocausto constituye «un gran escudo, aporta
una barrera a toda expresión fuerte de antisemitismo».33

La cuestión organizativa y el papel de Hitler


La historiografía sobre el nazismo y el Holocausto ha discutido desde siempre el grado
de diseño u organización previa con la que se llevó a cabo el genocidio y, asimismo, el
grado de implicación de Hitler, tanto en lo que se refiere a si hubo una orden directa y
explícita del mismo para que se iniciase, como en si hubo respaldos explícitos por su
parte durante su ejecución.

La imperfección de las fuentes, que en buena medida es un reflejo del secretismo de las
operaciones de asesinato y de la deliberada falta de claridad en el lenguaje empleado para
referirse a ellas, ha llevado a los historiadores a extraer conclusiones muy diversas, aun a partir
de las mismas evidencias, en cuanto al momento y la naturaleza de la decisión o decisiones de
exterminar a los judíos.34
En el estado actual de conocimientos, parece asentada la idea de que el Holocausto no
se desarrolló siguiendo las directrices de ningún plan perfectamente definido; de hecho,
no se tiene constancia de ningún documento que recogiese un diseño específico para
el mismo. Así las cosas, se considera que

la Solución Final, tal y como surgió, era una unidad dentro de un número concreto de
«programas» organizativamente distintos, uno de los cuales, surgiendo de las condiciones
específicas del Warthegau y permaneciendo en todo momento bajo la dirección del mando de
la provincia más que bajo el control central de la oficina principal de la Seguridad del Reich, fue
el programa de exterminio de Chelmno.35
En cuanto al grado de responsabilidad directa de Hitler, Adolf Eichmann recordó, años
después de terminada la guerra, que Heydrich le había comunicado que tenía una
orden de Hitler para exterminar físicamente a los judíos.36 En esta línea, hasta la
década de 197037 se aceptaba que la «solución final» se había puesto en marcha a
partir de una orden directa de Hitler. Sin embargo, en 1977 el historiador Martin Broszat
dio un giro a esta visión de los hechos notando que Hitler no había dado ninguna
«orden exhaustiva de exterminio general», sino que habían sido los «problemas para
aplicar la deportación general», tras la invasión de la URSS, los que habían llevado a
los dirigentes nazis a iniciar los asesinatos en masa de judíos en las regiones que
estuviesen bajo su mandato. Solo retrospectivamente, esos asesinatos habrían sido
notados por la dirección nazi y reconvertidos en un programa de exterminio más
general y concienzudo.38 En concreto,

el programa de exterminio de los judíos se desarrolló gradualmente de un modo institucional y


fue puesto en práctica mediante acciones individuales hasta principios de 1942, para adquirir
un carácter definitivo después de la construcción de los campos de exterminio en Polonia (entre
diciembre de 1941 y julio de 1942).39
Esta línea de interpretación sería respaldada desde 1983 por otro historiador, Hans
Mommsen, quien ha insistido en la idea de que la Solución Final surgió a partir de los
fragmentados procesos de toma de decisiones del nazismo, los cuales permitirían las
iniciativas particulares al respecto y la acumulación de la radicalización de las mismas.
Para él, está claro que Hitler conocía y aprobaba todo lo que sucedía, pero la
improbabilidad de que pudiese haber una orden formal suya en relación con el
genocidio se compadece perfectamente con sus intentos explícitos de ocultar su
responsabilidad personal y, subconscientemente, de suprimir la realidad circundante.40

Con todo, ha habido historiadores, como Christopher R. Browning, que han mantenido
la idea de una decisión concreta de Hitler, que habría tenido lugar durante el verano de
1941 y cuyo reflejo habría sido la orden de Göring a Heydrich por la que le instaba a
preparar una solución total a la «cuestión judía» (otros historiadores, como Philippe
Burrin, no veían detrás de este mandato la orden de Hitler). La aprobación del plan de
exterminio por parte de Hitler habría ocurrido a finales de octubre o noviembre de ese
año, una vez paralizada la invasión a la URSS.41

Otras hipótesis al respecto han apuntado a enero de 1941 como fecha para una
decisión de Hitler de exterminar a los judíos (Richard Breitman); a agosto de 1941,
justo al conocerse la declaración de la Carta del Atlántico firmada por Roosevelt y
Churchill (Tobías Jersak); a diciembre de ese mismo año (Christian Gerlach); e,
incluso, a junio de 1942, justo después del asesinato de Reinhard Heydrich en Praga
(Florent Brayard).

Son seguras, sin embargo, sus declaraciones justificativas del genocidio,


especialmente concentradas durante los primeros meses de 1942, y con referencias
directas que demuestran su conocimiento del mismo.42

En las dos últimas décadas, y dado que además de que no se ha encontrado ninguna
orden de Hitler relacionada con el Holocausto, «parece improbable que Hitler diera una
orden única y explícita para ejecutar la Solución Final»,43 la historiografía se ha
decantado por la idea de que nunca se tomó una decisión única y específica de matar a
los judíos de Europa.44 Con todo, durante su proceso en Jerusalén en 1961, Adolf
Eichmann confesó que durante la Conferencia de Wannsee (1942) «se estudiaron con
rigor los [más efectivos] métodos para exterminar a todo el pueblo judío que vivía en
Europa».45

Con relación a Hitler, cuyo papel principal habría sido el de una especie de árbitro entre
los líderes nazis que fueron tomando las decisiones que desembocaron en el
genocidio, el historiador Ian Kershaw ha hablado de su «autoridad carismática» como
fuente del mecanismo psicológico mediante el cual sus subordinados trabajaban con

la expectativa de que [sus deseos e intenciones] eran las «pautas para la acción», con la
certidumbre de que las acciones que estuvieran en consonancia con esos deseos e intenciones
merecerían su aprobación y confirmación.46
Así las cosas, su papel al respecto es menos evidente de lo que puede parecer a
simple vista. Los historiadores no han llegado a ningún acuerdo claro en relación con el
grado de intervención directa de Hitler para dirigir la política de exterminio, lo que
incluye el debate acerca de si hubo por su parte una orden o, incluso, si hubo
necesidad de la misma.47 Las dificultades al respecto radican, al parecer, en el estilo de
liderazgo de Hitler, muy poco burocrático y que, desde que comenzó la guerra, fomentó
el secretismo y el encubrimiento transmitiendo sus órdenes y deseos solo de forma
verbal y en aquellos casos, sobre todo los más sensibles, en que era algo
estrictamente necesario.48

En lo que se considera "un punto de inflexión" y "un antes y un después en la vida judía
en Europa", el discurso de Hitler en el Congreso alemán en 1939 (sobre el futuro de
Europa y en particular sobre el destino del judaísmo europeo) parece despejar toda
duda sobre quién ordenó el exterminio del pueblo judío: “Si los financieros judíos
internacionales de dentro o fuera de Europa vuelven a llevar a las naciones a una
guerra mundial…el resultado no será el triunfo del bolchevismo en el mundo y con ellos
el triunfo del judaísmo, sino la aniquilación total de la raza judía en Europa”.49

Orígenes históricos e ideológicos del Holocausto


Sustrato ideológico
El Tercer Reich se impuso como uno de sus objetivos prioritarios la reestructuración
racial de Europa. En ella, desempeñó un papel fundamental el antisemitismo, que se
incardinó en

una ideología o Weltanschauung [concepción del mundo] milenarista que proclamaba que «el
judío» constituía el origen de todos los males, en especial del internacionalismo, el pacifismo, la
democracia y el marxismo, y que era el responsable del surgimiento del cristianismo, la
Ilustración y la masonería. Se estigmatizaba a los judíos como «un fermento de
descomposición», desorden, caos y «degeneración racial», y se los identificaba con la
fragmentación interna de la civilización urbana, el ácido disolvente del racionalismo crítico y la
relajación moral; se hallaban detrás del «cosmopolitismo desarraigado» del capital internacional
y de la amenaza de la revolución mundial. Eran el Weltfeind (el «enemigo mundial») contra el
cual el nacionalsocialismo definió su propia y grandiosa utopía racista de un Reich que duraría
mil años.50
Además de esta ideología, la ejecución del genocidio tuvo como soporte a la sociedad
alemana, la más moderna y con más nivel de desarrollo técnico de Europa, y que
contaba con una burocracia organizada y eficiente.51

El antisemitismo presente, en mayor o menor medida, en Europa Occidental y Estados


Unidos, además de los problemas económicos derivados de la Gran Depresión,
provocaron también «la desgana de los responsables políticos británicos y
estadounidenses a la hora de realizar algún esfuerzo significativo de salvamento de
judíos europeos durante el Holocausto».52

El Partido nazi, que tomó el poder en Alemania en 1933, tenía entre sus bases
ideológicas la del antisemitismo, profesado por una parte del movimiento nacionalista
alemán desde mediados del siglo XIX. El antisemitismo moderno se diferenciaba del
odio clásico hacia los judíos en que no tenía una base religiosa, sino presuntamente
racial. Los nacionalistas alemanes, a pesar de que recuperaron bastantes aspectos del
discurso judeófobo tradicional, particularmente del de Lutero, consideraban que ser
judío era una condición innata, racial, que no desaparecía por mucho que uno intentara
asimilarse en la sociedad cristiana. En palabras de Hannah Arendt, se cambió el
concepto de judaísmo por el de judeidad.53 Por otro lado, el nacionalismo sólo creía en
el Estado nación caracterizado por la homogeneidad cultural y lingüística de su
población. Considerados como nación perteneciente a otra raza, extranjera, inferior e
inasimilable a la cultura alemana, los judíos solo podían ser segregados y excluidos del
cuerpo social. Frente a la raza judía, extraña al pueblo germánico, colocaban los nazis
a la raza aria, sosteniendo que solo esta última constituía la nación alemana, la única
llamada a dominar Europa.54

La primera cuestión era determinar quién era judío. Los nacionalistas alemanes no
habían logrado establecer una línea divisoria clara entre judíos y no judíos; había en
Alemania numerosas personas descendientes de judíos conversos que no tenían ya
ninguna relación con la cultura judía, así como numerosas familias mixtas y sus
descendientes. En este sentido, la primera preocupación de los nazis fue crear un
criterio para basar la posterior segregación.

Las primeras leyes dirigidas contra los judíos no incorporaban todavía una definición
del ser judío y se hablaba en general de «no arios». La definición finalmente adoptada
fue la siguiente: judío era quien tuviera al menos tres abuelos judíos, fuera cual fuera la
religión de la persona interesada. Quienes tuvieran dos o un solo abuelo judío,
eran Mischlinge, es decir, medio judíos. Los primeros, con dos abuelos judíos, eran
«Mischlinge de segundo grado» y podían ser reclasificados como judíos en función de
complejas consideraciones (su religión o la de su cónyuge, por ejemplo). Podían
también ser «liberados» de su condición y convertirse en arios en pago a los servicios
prestados al régimen, o podían seguir siendo Mischlinge, con lo que estaban sometidos
a ciertas restricciones en tanto que «no arios», pero no a las persecuciones dirigidas
contra los judíos. Los Mischlinge de primer grado eran los que tenían un único abuelo
judío y en general eran tratados como arios plenos. Los Mischlinge de uno u otro grado
abundaban en Alemania y a menudo lograban ocultar su condición. El dirigente de
las SS Reinhard Heydrich, El Carnicero de Praga, era Mischlinge de segundo grado,
dato que fue ocultado celosamente por sus superiores nazis.[cita requerida]

Para el psicólogo social Harald Welzer, estudioso del comportamiento de las


sociedades ante las catástrofes sociales, la irracionalidad de los motivos no influye en
la racionalidad de la acción, cosa que se verificó en el Holocausto y también corrobora
un enunciado de William Thomas: «Si las personas definen las situaciones como
reales, éstas son reales en sus consecuencias».55

La República de Weimar
Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio alemán (Deutsches Reich) se dotó de
una Constitución que lo definía como una República, de ahí el nombre de República de
Weimar con el que habitualmente se conoce a Alemania en el periodo que va de 1919
a 1933.56

Desde un punto de vista sociológico, la República de Weimar se estableció


sobre el telón de fondo de unos traumas nacionales sin precedentes: en los alemanes pesaban
gravemente la derrota inesperada en la Gran Guerra, la abdicación del emperador, la amenaza
de la revolución comunista en su propio país, la humillación del Tratado de Versalles y la
perspectiva del pago de exorbitantes reparaciones de guerra a los Aliados occidentales.57
Hubo también, a partir de la guerra, un generalizado incremento de la violencia en
Alemania, hasta el punto de que desde 1918 esta fue una de sus principales
características: la violencia de la guerra total fue vista como un presagio de una nueva
sociedad, dura y moderna, donde la virilidad y la crueldad serían factores esenciales.
Muchos de los miembros de las unidades de Frikorps que habían continuado la lucha
tras la Gran Guerra en Polonia y el Báltico, regresaron a Alemania y se integraron en
grupos paramilitares como el en formación movimiento nazi, y fueron responsables
entre 1919 y 1922 de más de 300 asesinatos políticos. La reacción de la judicatura,
sobre todo en los casos en que las víctimas eran claramente izquierdistas, fue
benevolente. Este estado de cosas, facilitó que el ciudadano medio viese con
indulgencia la escalada de violencia que acompañó al nazismo en su llegada al poder
entre 1930 y 1932. Así, cuando se produjeron el ataque nazi de 1933 contra la
izquierda y las purgas en su propio movimiento al año siguiente, Hitler, que había
admitido su responsabilidad, consiguió la aprobación generalizada y un aumento de
popularidad.58

A lo anterior hay que añadir un considerable caos económico y político, todo lo cual
repercutió en que la derecha nacionalista empezase a perfilarse como enemiga de un
régimen al que hacía responsable de la situación, incidiendo especialmente en
determinadas consecuencias del tratado, como el reconocimiento por parte de
Alemania de su culpabilidad de guerra, la pérdida de territorios, la reducción del ejército
y la dependencia de préstamos extranjeros. Una inflación masiva en 1923 y el
consecuente colapso monetario, que afectaron duramente a las clases trabajadora y
media, redondearon un contexto ideal para el surgimiento de una oposición radical al
régimen.

Simultáneamente, ya desde 1918, la económicamente fuerte población judía alemana


(poco más de medio millón de personas) fue objeto de atención por una

propaganda intensiva que (...) llevaron a cabo las organizaciones


antisemitas völkisch (racistas), que marcaron a los judíos con el estigma de haberse dedicado a
acaparar para enriquecerse en tiempo de guerra, a actividades en el mercado negro y a la
especulación bursátil, así como con el de ser responsables de la derrota en la Primera Guerra
Mundial.59
En el contexto del interés global europeo por diversas teorías de raza seudocientíficas,
desarrolladas mucho antes de la Primera Guerra Mundial y con el objeto de justificar la
exclusión y represión de determinados sectores de la sociedad,60 en 1923 se creó la
primera cátedra de higiene racial en la Universidad de Múnich y en 1927, en Berlín, el
Instituto Emperador Guillermo de Antropología, Herencia Humana y Eugenesia.61

En general, los sentimientos antijudíos se recrudecieron con las crisis económicas y


políticas que se desarrollaron entre 1918 y 1923. Por un lado, se empezó a asociar a
los judíos con actividades subversivas por el papel desempeñado por diversos
socialistas y comunistas judíos (Rosa Luxemburg, Kurt Eisner, Gustav
Landauer, Eugen Leviné, Hugo Haase, etc.) en las frustradas revoluciones de 1918-
1919. La mayoría de ellos terminarían siendo asesinados por miembros de la derecha
nacionalista, incluido Walter Rathenau, el primer judío que había llegado al cargo de
ministro de Asuntos Exteriores de Alemania.

Por otro lado, desde 1920 se experimentó una inmigración masiva de judíos polacos en
Berlín. Sin trabajo y con dificultades para adaptarse por el idioma, se convirtieron en
objetivo para las quejas xenófobas de muchos.

Así, el nuevo nacionalismo adoptó la violencia como un modo de alcanzar la salvación


nacional. Desde principios de la década de 1920, una nueva generación de estudiantes
universitarios bien preparados de clase media asimiló las ideas völkisch de
nacionalismo racista extremo; ideas que, diez o quince años después de terminar sus
estudios, cuando llegaron a los puestos más altos de las SS y la Policía de Seguridad,
y a los puestos estratégicos del Estado y del partido, pondrían en práctica.62

En definitiva, la sociedad de la República de Weimar se fue polarizando, tanto en las


clases privilegiadas como en las populares, en dos grandes grupos: por un lado,
aquellos que cerraron filas ante los entendidos como los valores tradicionales y
auténticos de Alemania, y, por otro, aquellos que amenazaban con su modernidad a
estos: el socialismo, el capitalismo y, especialmente, como cabeza de turco de estos
dos, los judíos. Y, paulatinamente,

la ideología de la raza fue absorbida por una generación de alemanes cultos que alcanzaron la
madurez durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y que posteriormente
llegaron a destacar en el mando de las SS, la policía y el aparato de seguridad, es decir, la
fuerza ejecutiva ideológica del régimen y el motor más importante de la política racial.63

El antisemitismo en la sociedad alemana


Véase también: Los verdugos voluntarios de Hitler

El periódico "Der Stürmer" en la Schloßplatz


de Worms, Alemania, 1933
El recrudecimiento en Alemania del sentir antijudío, una constante histórica en Europa
desde el origen del cristianismo, se hizo notar ya a finales del siglo XIX, cuando
degeneró en antisemitismo. Fue durante ese siglo cuando algunos judíos intentaron
resolver la marginalidad a la que les llevaba la observancia de las normas de su religión
por medio bien de la asimilación al cristianismo, bien transformándose en una nueva
clase de judíos.64 La consecuencia fue una presencia social entre los no judíos que no
pasó inadvertida para muchos de estos, lo que posibilitó la aparición de reacciones
antisemitas incluso en medios intelectuales. Así, por ejemplo, en unos artículos de
1879 y 1880, el historiador nacionalista alemán Heinrich von Treitschke llegó a escribir
que «los judíos son nuestra desgracia» (Die Juden sind unser Unglück), una frase que
sería retomada más adelante como eslogan por parte de los nazis.65 Y fue también en
esos años cuando Wilhelm Marr acuñó los términos «antisemita» y «antisemitismo» y
se hizo muy conocido con su ensayo La victoria del judaísmo frente al germanismo:
desde un punto de vista confesional, en donde insistía en la peculiaridad racial, y no
tanto religiosa, de los judíos, además de crear una organización llamada «Liga
Antisemita», cuyo ideario era esencialmente antijudío.66

Ya en el siglo XX, la culpabilización de los judíos como responsables de la derrota


alemana en la Primera Guerra Mundial fue una actitud general entre los soldados que
participaron en ella. El 25 de diciembre de 1918, por ejemplo, un grupo de veteranos
creó la asociación Stahlhelm («Casco de acero»), de carácter nacionalista y antisemita.

Por su parte, los nacionalistas de derecha, los monárquicos conservadores y las viejas
élites, atemorizados por la revolución de Octubre, asociaban el bolchevismo con el
judaísmo y creían en la posibilidad de una conspiración judía. En cuanto a las clases
medias y bajas, la creencia en que los judíos habían obtenido ganancias económicas a
costa de la guerra y las reparaciones posteriores era también frecuentes. En general,
existía un cierto malestar por la inmigración de judíos desde el Este (entre 1918 y 1933
la política antisemita del gobierno de Polonia había llevado a 60 000 judíos a emigrar a
Alemania) y por la convicción de que el capital estaba en manos de judíos (aun así, en
1925 los judíos constituían apenas un 0,9 % de la población alemana, 564 379
personas).67

Así las cosas, y teniendo en cuenta que justo tras la guerra ya se había convertido en
un éxito de ventas el panfleto antisemita ruso Protocolos de los sabios de Sion,

en 1933, ya había en Alemania más de cuatrocientas asociaciones y entidades antisemitas, así


como unas setecientas publicaciones periódicas antijudías [que, en buena parte], retrataban a
los judíos no solo como una amenaza económica y política, sino también como un peligro para
las mujeres alemanas y la pureza de la raza. Los medios de opinión más respetables y
conservadores deploraban la permisividad de costumbres, la cultura modernista y la actividad
política radical de Berlín de los años veinte, que atribuían a la influencia judía y marxista.68
El antisemitismo dio origen también a numerosas publicaciones antisemitas, tanto
literarias como periódicas. Además de lecturas infantiles como la titulada No puedes
fiarte de un zorro en un brezal ni del juramento de un judío, los libros de texto para
niños presentaban a Hitler como un gran guerrero nórdico y describían a los no
nórdicos como menos que humanos. El currículo insistía en la teoría de razas,
especialmente con la introducción de la biología racial y seudocientífica.69

En 1923 empezó a circular en Núremberg (donde entre 1922 y 1933 se profanaron


alrededor de 200 tumbas judías, profanación que fue generalizada en todo el país en
1927) el periódico pronazi y antisemita Der Stürmer (El asaltante), que retomó la frase
«Los judíos son nuestra desgracia» como eslogan. El 4 de julio de 1927, Goebbels
publicó el número uno del también antisemita Der Angriff («El ataque»), con el objeto
de mantener vivo el espíritu del partido nazi los años en que fue ilegal en Berlín.
Constituido en órgano oficial del partido nazi, incitaba a la violencia contra los judíos.

En 1929 se creó, por un lado, la Liga de Médicos Alemanes Nacional-Socialistas, con el


objeto de centralizar el interés en la eugenesia, y, por otro, la Liga para Luchar por la
Cultura Alemana, una asociación antisemita y antibolchevique dirigida por Alfred
Rosenberg que centró sus acciones en la lucha contra lo que él llamaba «arte
degenerado».

En 1935 se inició la publicación de las revistas antisemitas Deutsche Wochenschau für


Politik Wirtschaft, Kultur und Technik (Semanario alemán de política, economía, cultura
y tecnología) y Zeitschrift für Rassenkunde (Revista de ciencia racial»), una publicación
seudocientífica. En 1936, Goebbels fundó el Instituto del NSDAP para el Estudio del
Tema Judío y se publicó la primera tirada de la revista Forschungen zur
Judenfrage (Investigación sobre el Tema Judío), también de carácter seudocientífico.
En julio de 1937, se inauguró en Múnich la exposición Entartete Kunst (Arte
degenerado), una muestra de obras de arte consideradas inaceptables de autores
judíos y no judíos, y en noviembre otra exposición titulada Der Ewige Jude (El eterno
judío), en la que se asociaba a los judíos con el bolchevismo, además de mostrar sus
características raciales tópicas: nariz ganchuda, labios grandes y frente inclinada.70

Las zonas de mayor antisemitismo (en el siglo XIX, la violencia antijudía era habitual en
ellas)71 y, por tanto, más receptivas a las ideas nazis al respecto
fueron Franconia, Hesse, Westfalia y otras partes de Baviera. Allí, los elementos de
hostilidad arcaica hacia los judíos, se fusionaron a finales del XIX con las nuevas
corrientes ideológicas del nacionalismo völkisch, el antisemitismo racial que fue la base
del racismo nazi.

Con todo,

cuando los no judíos se vieron confrontados, ante sus propios ojos, con la brutalidad y el
salvajismo nazi contra la minoría judía, o sintieron sus intereses económicos o incluso su medio
de vida amenazado por el estrecho boicot sobre los negocios judíos, reaccionaron a menudo
de forma negativa, incluso con rabia y repugnancia (aunque pocas veces, al parecer, por
compasión humanitaria hacia las víctimas).72
Posteriormente, cuando se vieron obligados a evitar el contacto social y económico con
ellos, los alemanes desarrollaron, según la interpretación del historiador Ian Kershaw,
una «indiferencia fatídica» hacia el destino de los judíos. Así, pues, la política antijudía
llevada a cabo en los años previos al comienzo de la guerra contó con una amplia
aprobación social por cuanto no afectaba a las experiencias diarias de la gran mayoría
de la población.73 Desde otro punto de vista, los historiadores Otto Dov Kulba y Aaron
Rodrigue han preferido calificar de «complicidad pasiva» a la actitud de la ciudadanía
alemana ante el trato dado a los judíos por parte del nazismo.
En general, la historiografía distingue entre la actitud durante los años anteriores a la
guerra y la actitud durante la misma. Así, en la época previa la sociedad alemana
mantuvo una amplia diversidad de puntos de vista sobre los distintos asuntos que la
afectaban, fiel reflejo de la pluralidad de influencias de muy diversa índole que la
afectaban. En este sentido, hubo variados obstáculos a la penetración ideológica nazi
generalizada, sobre todo en asuntos relacionados con las esferas de interés de las
iglesias de confesión cristiana y en las preocupaciones económicas del día a día,
especialmente las relaciones laborales, respecto de las cuales se produjeron protestas
colectivas y acciones de desobediencia civil. Respecto de la cuestión judía, se han
señalado cuatro actitudes básicas:74 violenta y agresiva, sobre todo por parte de los
radicales nazis; de aceptación de las normas legales de discriminación y exclusión;
crítica, por motivos morales, religiosos, humanistas, éticos, económicos e ideológicos,
por parte de diversos sectores sociales; y de indiferencia.

Con todo, un periódico como Der Stürmer (El atacante), que recordaba las acusaciones
medievales contra los judíos de asesinos rituales de niños cristianos y de utilizar la
sangre de estos para ritos religiosos, llegó a tener unos 600 000 lectores.75

Reacción de las iglesias cristianas


Véase también: Nazismo y religión
Respecto del conjunto de la Iglesia cristiana, aunque

fue prácticamente el único organismo libre del pensamiento nazi en Alemania y conservó tanto
una enorme influencia sobre la formación de opinión, como el potencial (...) para formar y
fomentar una opinión popular independiente y contraria a la propaganda y la política nazi,76
estuvo sujeta a la derrota reciente de Alemania en la primera guerra mundial, la
inestabilidad del gobierno, el temor al comunismo, la persecución política y el terror
desencadenados por los nazis y a la actitud ambivalente de algunos de sus líderes ante
el racismo, dada la tradición cristiana de antijudaísmo que aún conservaba fuerzas a
comienzos del siglo XX, por lo que las declaraciones públicas tajantes contra el
antisemitismo no fueron unánimes como debieron y las declaraciones explícitas sobre
los judíos fueron excepcionales. Así, en enero de 1933 el obispo de Linz, Gfollner, que
consideraba que no se podía ser un buen católico siendo nazi,77 indicaba en una de sus
pastorales que era deber de los católicos el adoptar una «forma moral de
antisemitismo».78 Esta consideración antisemita fue rechazada el mismo año por la
totalidad del episcopado católico austriaco, denunciando esa carta por despertar el odio
y el conflicto.79 En agosto de 1935 un pastor protestante conocido por su antinazismo,
Martin Niemöller, afirmaba que la historia judía era siniestra y que los judíos llevarían
por siempre una maldición por haber sido responsables de la muerte de Jesús;80 el
mismo pastor, recordaría en abril de 1937 la desgracia que suponía el que Jesús
hubiera nacido como judío. A pesar de su antisemitismo, fue detenido el 1 de julio por
su oposición al nazismo.

El rechazo de los nazis al origen semítico del cristianismo llevó a un choque con el
cristianismo y dentro de este, la mayor oposición surgió en el catolicismo. Los católicos
correspondían al 30 % de los habitantes de Alemania.81 Su posición ante los gobiernos
germanos no era favorable, incluyendo durante el Imperio Alemán que había caído al
perder la primera guerra mundial en 1918 y no existía ningún concordato que diera
estabilidad a las relaciones con el estado alemán. Las relaciones entre la Iglesia
católica y los nazis eran muy malas, pero esto iba más allá de una preocupación nazi
sobre la lealtad de los católicos al estado alemán que deseaban los nazis. El
antisemitismo nazi chocaba inevitablemente con un Jesús judío y en el caso de los
católicos con el papel de la Virgen María también judía, de los apóstoles, el primer
papa y los primeros santos, todos judíos.

Representados en imágenes por los católicos, Jesús, María, Pablo de Tarso, Pedro y
los apóstoles se convertían en un problema práctico para la idea nazi de que la raza
judía era maligna por sí misma y debía ser eliminada. Existía una contradicción entre la
idea de la supremacía de la raza aria y la enseñanza de que Israel es el pueblo de las
promesas y que Abraham (un judío) es el padre de la fe de todos los cristianos, peor
aún decir que un judío es el salvador del mundo y que su madre judía, es madre de
Dios, madre de los cristianos, intercesora ante su hijo, asunta al cielo y reina universal.
Esto llevó a los nazis a buscar una adaptación del cristianismo que pudiera ser
temporalmente tolerable para su ideología, por eso Hitler usó el término «cristianismo
positivo» en el artículo 24 de la Plataforma del Partido Nazi en 1920, afirmando que:

Exigimos la libertad de culto para todas las denominaciones religiosas dentro del Estado,
siempre y cuando no pongan en peligro su existencia o se opongan a los sentidos morales de
la raza germánica. El partido, como tal, defiende el punto de vista de un cristianismo positivo
sin unirse el mismo partido de forma confesional a ninguna denominación. Combate el espíritu
judeo-materialista dentro y alrededor de nosotros.82
El ideólogo nazi Alfred Rosenberg jugó un papel importante en el desarrollo del
cristianismo positivo para enfrentar al origen semítico del cristianismo tradicional.
Rosenberg era neopagano y notoriamente anticatólico. Para él, el catolicismo y el
judaísmo estaban fuertemente relacionados.83 Siguiendo a los teóricos del movimiento
racista völkisch, Rosenberg afirmaba que Jesús era un ario (específicamente un
amorreo o hitita) y que el cristianismo original era una religión aria, pero que había sido
corrompida y alterada (judaizada) por los seguidores de Pablo de Tarso y el
catolicismo.84 Enfatizaba que las enseñanzas antijudías de los marcionistas,
maniqueistas y cátaros eran las verdaderas enseñanzas del Jesús original, ario,
antijudío y sin la humildad que los católicos supuestamente le añadieron. Rosenberg
escribió:

A partir de la descripción de Jesús uno puede seleccionar diferentes características. Su


personalidad a menudo hace su aparición como suave y compasiva, entonces, otra vez, como
un farol y áspera. Pero siempre es apoyado por el fuego hacia el interior. Es en el interés de la
iglesia romana, con su ansia de poder, representar la humildad servil como la esencia de Cristo
con el fin de crear tantos servidores como sea posible para este «ideal» motivado. Corregir esta
representación es otro requisito imposible de erradicar del movimiento alemán de renovación.
Jesús se nos presenta hoy como señor seguro de sí mismo, en el mejor y más alto sentido de
la palabra.85
De acuerdo a los nazis existía un dualismo entre la raza aria nórdica divina (con su
sangre, cultura y tierra) y la raza judía supuestamente maligna y opuesta a la raza
aria.86 Rosenberg escribió "el Mito del Siglo XX" (1930), donde como consecuencia de
ese dualismo, describió a la Iglesia Católica como uno de los principales enemigos del
nazismo87 y proponía sustituir el cristianismo tradicional con el "mito de la sangre"
neopagana.88 El libro es antisemita radical y en consecuencia al cuestionar el origen
semita del cristianismo se torna anticristiano en general y particularmente anticatólico,
al considerar la universalidad del catolicismo y su «versión judaizada» del cristianismo
como uno de los factores en la esclavitud espiritual de Alemania y de la contaminación
semítica del mundo:

La idea judía del «siervo de Dios», que recibe misericordia de un arbitrario y absolutista Dios,
ha pasado entonces a Roma y Wittenberg, y puede ser atribuida a Pablo como el verdadero
creador de esta doctrina, es decir, que nuestras iglesias no son cristianas, sino paulinas. Jesús,
sin duda, alcanzó el ser uno con Dios. Esta era su redención, su objetivo. Él no predicó una
concesión condescendiente de misericordia de un ser todopoderoso, en la cara del cual incluso
el alma humana más grande representa una pura nada. Esta doctrina de la misericordia es,
naturalmente, muy bien acogida en todas las iglesias. Con tal interpretación errónea, la iglesia y
sus líderes se presentan como los «representantes de Dios». En consecuencia, pudieron
adquirir poder mediante la concesión de la misericordia a través de sus manos mágicas.89
En su ideología antisemita, los partidarios del cristianismo positivo afirmaban que las
antiguas invasiones germánicas del imperio romano habían venido a «salvar» la
civilización romana, que se había corrompido por la mezcla de razas y por el
cristianismo «judaizado y cosmopolita». Pensaban que las persecuciones contra los
protestantes en Francia y en otras áreas representaron la aniquilación de los últimos
restos de la raza aria en esas zonas. Igualmente veían en las zonas del norte de
Europa que abrazaron el protestantismo lo más cercano al ideal racial y espiritual ario,
aunque no lo habían alcanzado al no haber roto totalmente el vínculo semítico.
Rosenberg escribió:

Ahora podemos ciertamente también decir que el amor de Jesucristo ha sido el amor de uno
que es consciente de su aristocracia de alma y de su fuerte personalidad. Jesús se sacrificó a
sí mismo como un maestro, no como un sirviente... y también Martín Lutero sabía muy bien, lo
que dijo, cuando poco antes de su muerte, escribió: «Estas tres palabras, libertad —cristiano—
alemán, son al papa y a la corte romana nada, sino mero veneno, muerte, diablo e infierno.
Ellos no pueden ni sufrir, ni ver ni oír. Nada más va a venir de esto, eso es seguro.90
Otro aspecto doctrinal del cristianismo positivo, consecuencia de la idea de
superioridad aria, fue lograr la unidad nacional, para superar las diferencias
confesionales, para eliminar el catolicismo y unir el protestantismo en una única iglesia
nacional socialista cristiana que fue llamada Iglesia Evangélica Germánica.91

Como consecuencia ocurrió una reacción del cristianismo, que provino especialmente
de los católicos. El cardenal Michael von Faulhaber estaba consternado por el
totalitarismo, el neopaganismo y el racismo del movimiento nazi y como arzobispo de
Múnich y Freising, contribuyó al fracaso en 1923 del intento de golpe de Estado de la
cervecería de Múnich organizado por los nazis.92

Hitler fue a la cárcel por el fallido intento golpista de Múnich y escogió a Rosenberg en
1924 para dirigir el movimiento nazi en su ausencia.93 En prisión, Hitler escribió Mein
Kampf (Mi lucha), libro en el que sostenía que la ética judeocristiana «afeminada»
había debilitando a Europa y que Alemania necesitaba un hombre de hierro para su
restauración y entonces construir un imperio.94 Así para el nazismo el vínculo
judeocristiano planteaba un dilema a ser superado y el catolicismo era el más
importante desafío.

Durante los años de 1920 a 1937, los líderes católicos hicieron diversos ataques
francos contra la ideología nazi y la principal oposición cristiana al nazismo y sus ideas
de la superioridad de la sangre surgieron de la Iglesia católica.95 Antes de la llegada de
Hitler al poder, los obispos alemanes advirtieron los católicos contra el racismo nazi.
Algunas diócesis prohibieron a los fieles la pertenencia al Partido Nazi y la prensa
católica condenó el nazismo.96

Este choque llevó a John Cornwell a escribir sobre el período nazi temprano:

En la década de 1930 el Partido del Centro alemán, los obispos católicos alemanes, y los
medios de comunicación católica había sido fundamentalmente sólidos en su rechazo del
nacionalsocialismo. Negaron a los nazis los sacramentos y los funerales en la iglesia y los
periodistas católicos atacaron al nacionalsocialismo diariamente en 400 periódicos católicos de
Alemania. La jerarquía instruyó a los sacerdotes para combatir el nacionalsocialismo en el
ámbito local.97
En 1930 y 1931, diferentes conferencias de obispos católicos condenaron el
nacionalsocialismo. Los obispos bávaros lo condenaron en cinco aspectos: colocar la
raza sobre la religión; rechazar el antiguo testamento y por lo tanto los diez
mandamientos; negar el primado del papa como autoridad externa a Alemania, querer
una iglesia nacional alemana sin dogmas y usar en el artículo 24 del programa del
partido la no oposición a los sentimientos morales de la raza germánica como criterio
de moralidad cristiana.98 Los obispos de Freising dijeron que el nazismo “adhiere a un
programa religioso y cultural irreconciliable con la enseñanza católica” y que “el
nacionalsocialismo contra nuestra esperanza adoptó los métodos de los bolcheviques,
por lo tanto nosotros no podemos asumir la existencia de buena fe”.99 Igual hicieron la
Conferencia de Obispos de Colonia, los obispos de Paderborn y Friburgo y la
conferencia de Fulda (agosto de 1931).100

Con la hostilidad permanente hacia los nazis por parte de la prensa católica y el partido
del Centro católico, pocos católicos votaron por los nazis en las elecciones de julio de
1932 que llevaron a la toma del poder por el partido nazi en Alemania. Las ciudades de
mayoría católica como Colonia, Düsseldorf y Múnich y las zonas rurales católicas
fueron inmunes al nazismo y el nacionalsocialismo logró sus votos fuera de las áreas
geográficas de mayor población católica como en las ciudades de Hanover, Wuppertal,
Chemnitz y Königsberg (votos de 40 % o más por los nazis).101102

La sensación de que la concepción antisemita y racista de los nazis llegaba a la locura


fue expresada por Konrad von Preysing obispo de Eichstät y uno de los mayores
adversarios del nazismo, que al saber que Hitler había sido nombrado canciller dijo:
«Hemos caído en las manos de los criminales y los locos».103 Después del incendio del
Reichstag o parlamento alemán el 27 de febrero de 1933, Hitler suspendió la mayoría
de los derechos civiles (habeas corpus, libertad de expresión, de prensa, de
asociación, a reuniones públicas y de la reserva de las comunicaciones), arrestó a los
opositores e inició un proselitismo forzado con los paramilitares nazis para la elección
parlamentaria del 5 de marzo de 1933104 y el 23 de ese mes logró la aprobación de la
ley habilitante (Ermächtigungsgesetz) que le daba poderes dictatoriales totales.

Durante el invierno y la primavera de 1933, Hitler ordenó la destitución de los


funcionarios públicos católicos,105 el líder de los trabajadores católicos, Adam
Stegerwald, recibió una golpiza por parte de los camisas marrones pronazis, miles de
miembros del partido católico estaban en campos de concentración para junio de
1933.106 Bajo estas y otras fuertes medidas de presión por parte del gobierno nazi se
acalló a los católicos y se firmó el concordato con la Iglesia Católica el 20 de julio de
1933107 que entre otras imposiciones, forzó el reconocimiento de la disolución del único
partido católico de Alemania, en efecto desde la ley habilitante, Alemania era para
motivos prácticos un país con un único partido legal (el nazi).108

El punto de inflexión en las relaciones entre el cristianismo institucional y el nazismo se


produjo con la firma del concordato entre la Santa Sede y el Reich. Por un lado, se
daba un supuesto compromiso del nazismo con la Iglesia católica para respetarla
mientras sus actividades se limitasen estrictamente a lo religioso (abandonando la
política, la educación y la prensa); por otro, la Alemania nazi buscaba conseguir con el
mismo una importante legitimación internacional. Hitler tenía un «flagrante desprecio»
por el Concordato, escribió Paul O'Shea y su firma era para él no más que un primer
paso en la "supresión gradual de la Iglesia católica en Alemania”.109

En enero de 1934, Hitler nombró a Alfred Rosenberg como líder cultural y educativo del
Reich. El 7 de febrero, el Vaticano prohibió el libro de Rosenberg El mito del siglo
XX dando como razones que: «El libro desdeña todos los dogmas de la Iglesia
católica…» argumenta la necesidad de fundar una nueva religión o una iglesia
germánica y el libro proclama el principio: «hoy está surgiendo una nueva fe, el mito de
la sangre, la fe en defender con sangre el divino ser del hombre: esta fe encarna el
absoluto conocimiento de que la sangre norteña representa ese misterio que ha
remplazado y superado los viejos sacramentos».110111

En la llamada «noche de los cuchillos largos», del 30 de junio al 2 de julio de 1934, los
nazis asesinaron a los líderes de la acción católica, de la asociación católica de jóvenes
y del semanario católico de Múnich entre otros.112 Esto tuvo un enorme efecto
intimidatorio sobre la oposición política.

En julio de 1935 fue nombrado obispo de Berlín, Konrad von Preysing, uno de los
mayores adversarios del nazismo. Hitler decía de él: «lo más sucio de la carroña son
los que vienen vestidos con el manto de la humildad y el más sucio de estos es von
Presying».113 Von Preysing fue un decidido defensor de los judíos y algunos de sus más
cercanos colaboradores en esta tarea murieron a manos de los nazis durante la
segunda guerra mundial.114115 Von Preysing apoyó francamente a la resistencia
clandestina alemana y el intento de golpe de Estado contra Hitler de julio de 1944 que
fracasó y terminó con la ejecución de 4980 de los implicados.116
En septiembre de 1935 los nazis promulgan las leyes de Núremberg con medidas
discriminatorias sin precedentes contra los judíos, retirándoles la ciudadanía,
prohibiéndoles usar los símbolos patrios y casarse con personas no judías, entre otras
medidas terribles. La población y los clérigos católicos se mostraron descontentos. Un
reporte de la época trascribe: Aachen, septiembre de 1935. «Las nuevas leyes
aprobadas en Núremberg no fueron recibidos con entusiasmo por el público... Como
era de esperar conociendo la mentalidad de la población católica de la región, no hubo
reacción de simpatía por parte de la iglesia. La única parte que fue bienvenida es que
la legislación sobre la cuestión judía evitará las acciones ofensivas y la violenta
propaganda antisemita. Sería deseable que a partir de ahora estas acciones
antisemitas, a las que una gran parte de la población se opone, lleguen a su fin». 117

Con las nuevas leyes, el 15 de noviembre de

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