Holocausto
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Este artículo trata sobre el genocidio de judíos en Europa durante la Segunda Guerra
Mundial. Para el concepto religioso, véase Oblación.
Holocausto
El Holocausto1 —también conocido por su término hebreo, Shoá (traducido como «La
Catástrofe»)— es el genocidio realizado por el régimen de la Alemania nazi contra
los judíos de Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.2 Los
asesinatos tuvieron lugar en todos los territorios ocupados por Alemania en Europa. 3
Sería el desenlace de un concepto racista alemán puesto en práctica por los nazis,
conocido por ellos como la solución final a la cuestión judía, o sencillamente la
«solución final» (en alemán: Endlösung).4
La decisión nazi de llevar a la práctica el genocidio fue tomada entre finales del verano
y principios del otoño de 19415 y el programa genocida alcanzó su punto culminante en
la primavera de 1942 —desde finales de 1942, las víctimas eran transportadas
regularmente en trenes de carga, especialmente conducidos a campos de exterminio
donde, si sobrevivían al viaje, la mayoría eran asesinados sistemáticamente en
las cámaras de gas—.6 A cargo de su planificación, organización administrativa y
supervisión estuvo Heinrich Himmler.7 Por lo demás, fue la repetida
retórica antisemita de Adolf Hitler la que incentivó la ejecución de las matanzas, que
además contaron directamente con su aprobación.8 De esta forma, entre 1941 y 1945,
la población judía de Europa fue perseguida y asesinada sistemáticamente, en el
mayor genocidio del siglo XX. Sin embargo, este exterminio no se limitó sólo a los
judíos, sino que los actos de opresión y asesinato se extendieron a otros grupos
étnicos y políticos.9 Cada brazo del aparato del Estado alemán participó en la logística
del genocidio, convirtiendo al Tercer Reich en un «Estado genocida».10 Las víctimas no
judías de los nazis incluyeron a millones de polacos, comunistas y otros sectores de
la izquierda política, homosexuales, gitanos, discapacitados físicos y mentales
y prisioneros de guerra soviéticos.
Por otro lado, a lo largo del Holocausto se produjeron episodios de resistencia armada
contra los nazis. El ejemplo más notable fue el levantamiento del gueto de Varsovia de
1943, cuando miles de combatientes judíos mal armados se enfrentaron durante cuatro
semanas a las SS. Se estima que entre 20 000 y 30 000 judíos participaron en Europa
del Este en los movimientos partisanos creados durante la Segunda Guerra Mundial en
los países ocupados por Alemania, que contaron con millones de guerrilleros.16 Los
judíos franceses también tuvieron gran actividad en la Resistencia francesa. En total,
se produjeron alrededor de un centenar de levantamientos judíos armados.
Los primeros en usar el término «Holocausto» fueron los historiadores judíos de finales
de la década de 1950; la generalización de dicho término se produjo a finales de los
años sesenta.22
En cuanto a la historia del uso del término «holocausto», desde el siglo XVI se empleó
la expresión holocaust en el idioma inglés para catástrofes extraordinarias de incendios
con gran cifra de víctimas. En el siglo XVIII la palabra adquiere un significado más
general de muerte violenta de gran número de personas.28
Antes del genocidio judío perpetrado por los nazis, Winston Churchill usó la
expresión holocaust en su publicación El mundo en crisis en referencia al genocidio
armenio en Turquía.29 En relación con el uso de la palabra holocausto para referirse
al genocidio de aproximadamente seis millones de judíos europeos durante la Segunda
Guerra Mundial,30 en la entrada «Holocaust» de la Encyclopaedia Britannica (2007), la
definición es la siguiente:
La imperfección de las fuentes, que en buena medida es un reflejo del secretismo de las
operaciones de asesinato y de la deliberada falta de claridad en el lenguaje empleado para
referirse a ellas, ha llevado a los historiadores a extraer conclusiones muy diversas, aun a partir
de las mismas evidencias, en cuanto al momento y la naturaleza de la decisión o decisiones de
exterminar a los judíos.34
En el estado actual de conocimientos, parece asentada la idea de que el Holocausto no
se desarrolló siguiendo las directrices de ningún plan perfectamente definido; de hecho,
no se tiene constancia de ningún documento que recogiese un diseño específico para
el mismo. Así las cosas, se considera que
la Solución Final, tal y como surgió, era una unidad dentro de un número concreto de
«programas» organizativamente distintos, uno de los cuales, surgiendo de las condiciones
específicas del Warthegau y permaneciendo en todo momento bajo la dirección del mando de
la provincia más que bajo el control central de la oficina principal de la Seguridad del Reich, fue
el programa de exterminio de Chelmno.35
En cuanto al grado de responsabilidad directa de Hitler, Adolf Eichmann recordó, años
después de terminada la guerra, que Heydrich le había comunicado que tenía una
orden de Hitler para exterminar físicamente a los judíos.36 En esta línea, hasta la
década de 197037 se aceptaba que la «solución final» se había puesto en marcha a
partir de una orden directa de Hitler. Sin embargo, en 1977 el historiador Martin Broszat
dio un giro a esta visión de los hechos notando que Hitler no había dado ninguna
«orden exhaustiva de exterminio general», sino que habían sido los «problemas para
aplicar la deportación general», tras la invasión de la URSS, los que habían llevado a
los dirigentes nazis a iniciar los asesinatos en masa de judíos en las regiones que
estuviesen bajo su mandato. Solo retrospectivamente, esos asesinatos habrían sido
notados por la dirección nazi y reconvertidos en un programa de exterminio más
general y concienzudo.38 En concreto,
Con todo, ha habido historiadores, como Christopher R. Browning, que han mantenido
la idea de una decisión concreta de Hitler, que habría tenido lugar durante el verano de
1941 y cuyo reflejo habría sido la orden de Göring a Heydrich por la que le instaba a
preparar una solución total a la «cuestión judía» (otros historiadores, como Philippe
Burrin, no veían detrás de este mandato la orden de Hitler). La aprobación del plan de
exterminio por parte de Hitler habría ocurrido a finales de octubre o noviembre de ese
año, una vez paralizada la invasión a la URSS.41
Otras hipótesis al respecto han apuntado a enero de 1941 como fecha para una
decisión de Hitler de exterminar a los judíos (Richard Breitman); a agosto de 1941,
justo al conocerse la declaración de la Carta del Atlántico firmada por Roosevelt y
Churchill (Tobías Jersak); a diciembre de ese mismo año (Christian Gerlach); e,
incluso, a junio de 1942, justo después del asesinato de Reinhard Heydrich en Praga
(Florent Brayard).
En las dos últimas décadas, y dado que además de que no se ha encontrado ninguna
orden de Hitler relacionada con el Holocausto, «parece improbable que Hitler diera una
orden única y explícita para ejecutar la Solución Final»,43 la historiografía se ha
decantado por la idea de que nunca se tomó una decisión única y específica de matar a
los judíos de Europa.44 Con todo, durante su proceso en Jerusalén en 1961, Adolf
Eichmann confesó que durante la Conferencia de Wannsee (1942) «se estudiaron con
rigor los [más efectivos] métodos para exterminar a todo el pueblo judío que vivía en
Europa».45
Con relación a Hitler, cuyo papel principal habría sido el de una especie de árbitro entre
los líderes nazis que fueron tomando las decisiones que desembocaron en el
genocidio, el historiador Ian Kershaw ha hablado de su «autoridad carismática» como
fuente del mecanismo psicológico mediante el cual sus subordinados trabajaban con
la expectativa de que [sus deseos e intenciones] eran las «pautas para la acción», con la
certidumbre de que las acciones que estuvieran en consonancia con esos deseos e intenciones
merecerían su aprobación y confirmación.46
Así las cosas, su papel al respecto es menos evidente de lo que puede parecer a
simple vista. Los historiadores no han llegado a ningún acuerdo claro en relación con el
grado de intervención directa de Hitler para dirigir la política de exterminio, lo que
incluye el debate acerca de si hubo por su parte una orden o, incluso, si hubo
necesidad de la misma.47 Las dificultades al respecto radican, al parecer, en el estilo de
liderazgo de Hitler, muy poco burocrático y que, desde que comenzó la guerra, fomentó
el secretismo y el encubrimiento transmitiendo sus órdenes y deseos solo de forma
verbal y en aquellos casos, sobre todo los más sensibles, en que era algo
estrictamente necesario.48
En lo que se considera "un punto de inflexión" y "un antes y un después en la vida judía
en Europa", el discurso de Hitler en el Congreso alemán en 1939 (sobre el futuro de
Europa y en particular sobre el destino del judaísmo europeo) parece despejar toda
duda sobre quién ordenó el exterminio del pueblo judío: “Si los financieros judíos
internacionales de dentro o fuera de Europa vuelven a llevar a las naciones a una
guerra mundial…el resultado no será el triunfo del bolchevismo en el mundo y con ellos
el triunfo del judaísmo, sino la aniquilación total de la raza judía en Europa”.49
una ideología o Weltanschauung [concepción del mundo] milenarista que proclamaba que «el
judío» constituía el origen de todos los males, en especial del internacionalismo, el pacifismo, la
democracia y el marxismo, y que era el responsable del surgimiento del cristianismo, la
Ilustración y la masonería. Se estigmatizaba a los judíos como «un fermento de
descomposición», desorden, caos y «degeneración racial», y se los identificaba con la
fragmentación interna de la civilización urbana, el ácido disolvente del racionalismo crítico y la
relajación moral; se hallaban detrás del «cosmopolitismo desarraigado» del capital internacional
y de la amenaza de la revolución mundial. Eran el Weltfeind (el «enemigo mundial») contra el
cual el nacionalsocialismo definió su propia y grandiosa utopía racista de un Reich que duraría
mil años.50
Además de esta ideología, la ejecución del genocidio tuvo como soporte a la sociedad
alemana, la más moderna y con más nivel de desarrollo técnico de Europa, y que
contaba con una burocracia organizada y eficiente.51
El Partido nazi, que tomó el poder en Alemania en 1933, tenía entre sus bases
ideológicas la del antisemitismo, profesado por una parte del movimiento nacionalista
alemán desde mediados del siglo XIX. El antisemitismo moderno se diferenciaba del
odio clásico hacia los judíos en que no tenía una base religiosa, sino presuntamente
racial. Los nacionalistas alemanes, a pesar de que recuperaron bastantes aspectos del
discurso judeófobo tradicional, particularmente del de Lutero, consideraban que ser
judío era una condición innata, racial, que no desaparecía por mucho que uno intentara
asimilarse en la sociedad cristiana. En palabras de Hannah Arendt, se cambió el
concepto de judaísmo por el de judeidad.53 Por otro lado, el nacionalismo sólo creía en
el Estado nación caracterizado por la homogeneidad cultural y lingüística de su
población. Considerados como nación perteneciente a otra raza, extranjera, inferior e
inasimilable a la cultura alemana, los judíos solo podían ser segregados y excluidos del
cuerpo social. Frente a la raza judía, extraña al pueblo germánico, colocaban los nazis
a la raza aria, sosteniendo que solo esta última constituía la nación alemana, la única
llamada a dominar Europa.54
La primera cuestión era determinar quién era judío. Los nacionalistas alemanes no
habían logrado establecer una línea divisoria clara entre judíos y no judíos; había en
Alemania numerosas personas descendientes de judíos conversos que no tenían ya
ninguna relación con la cultura judía, así como numerosas familias mixtas y sus
descendientes. En este sentido, la primera preocupación de los nazis fue crear un
criterio para basar la posterior segregación.
Las primeras leyes dirigidas contra los judíos no incorporaban todavía una definición
del ser judío y se hablaba en general de «no arios». La definición finalmente adoptada
fue la siguiente: judío era quien tuviera al menos tres abuelos judíos, fuera cual fuera la
religión de la persona interesada. Quienes tuvieran dos o un solo abuelo judío,
eran Mischlinge, es decir, medio judíos. Los primeros, con dos abuelos judíos, eran
«Mischlinge de segundo grado» y podían ser reclasificados como judíos en función de
complejas consideraciones (su religión o la de su cónyuge, por ejemplo). Podían
también ser «liberados» de su condición y convertirse en arios en pago a los servicios
prestados al régimen, o podían seguir siendo Mischlinge, con lo que estaban sometidos
a ciertas restricciones en tanto que «no arios», pero no a las persecuciones dirigidas
contra los judíos. Los Mischlinge de primer grado eran los que tenían un único abuelo
judío y en general eran tratados como arios plenos. Los Mischlinge de uno u otro grado
abundaban en Alemania y a menudo lograban ocultar su condición. El dirigente de
las SS Reinhard Heydrich, El Carnicero de Praga, era Mischlinge de segundo grado,
dato que fue ocultado celosamente por sus superiores nazis.[cita requerida]
La República de Weimar
Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio alemán (Deutsches Reich) se dotó de
una Constitución que lo definía como una República, de ahí el nombre de República de
Weimar con el que habitualmente se conoce a Alemania en el periodo que va de 1919
a 1933.56
A lo anterior hay que añadir un considerable caos económico y político, todo lo cual
repercutió en que la derecha nacionalista empezase a perfilarse como enemiga de un
régimen al que hacía responsable de la situación, incidiendo especialmente en
determinadas consecuencias del tratado, como el reconocimiento por parte de
Alemania de su culpabilidad de guerra, la pérdida de territorios, la reducción del ejército
y la dependencia de préstamos extranjeros. Una inflación masiva en 1923 y el
consecuente colapso monetario, que afectaron duramente a las clases trabajadora y
media, redondearon un contexto ideal para el surgimiento de una oposición radical al
régimen.
Por otro lado, desde 1920 se experimentó una inmigración masiva de judíos polacos en
Berlín. Sin trabajo y con dificultades para adaptarse por el idioma, se convirtieron en
objetivo para las quejas xenófobas de muchos.
la ideología de la raza fue absorbida por una generación de alemanes cultos que alcanzaron la
madurez durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y que posteriormente
llegaron a destacar en el mando de las SS, la policía y el aparato de seguridad, es decir, la
fuerza ejecutiva ideológica del régimen y el motor más importante de la política racial.63
Por su parte, los nacionalistas de derecha, los monárquicos conservadores y las viejas
élites, atemorizados por la revolución de Octubre, asociaban el bolchevismo con el
judaísmo y creían en la posibilidad de una conspiración judía. En cuanto a las clases
medias y bajas, la creencia en que los judíos habían obtenido ganancias económicas a
costa de la guerra y las reparaciones posteriores era también frecuentes. En general,
existía un cierto malestar por la inmigración de judíos desde el Este (entre 1918 y 1933
la política antisemita del gobierno de Polonia había llevado a 60 000 judíos a emigrar a
Alemania) y por la convicción de que el capital estaba en manos de judíos (aun así, en
1925 los judíos constituían apenas un 0,9 % de la población alemana, 564 379
personas).67
Así las cosas, y teniendo en cuenta que justo tras la guerra ya se había convertido en
un éxito de ventas el panfleto antisemita ruso Protocolos de los sabios de Sion,
Las zonas de mayor antisemitismo (en el siglo XIX, la violencia antijudía era habitual en
ellas)71 y, por tanto, más receptivas a las ideas nazis al respecto
fueron Franconia, Hesse, Westfalia y otras partes de Baviera. Allí, los elementos de
hostilidad arcaica hacia los judíos, se fusionaron a finales del XIX con las nuevas
corrientes ideológicas del nacionalismo völkisch, el antisemitismo racial que fue la base
del racismo nazi.
Con todo,
cuando los no judíos se vieron confrontados, ante sus propios ojos, con la brutalidad y el
salvajismo nazi contra la minoría judía, o sintieron sus intereses económicos o incluso su medio
de vida amenazado por el estrecho boicot sobre los negocios judíos, reaccionaron a menudo
de forma negativa, incluso con rabia y repugnancia (aunque pocas veces, al parecer, por
compasión humanitaria hacia las víctimas).72
Posteriormente, cuando se vieron obligados a evitar el contacto social y económico con
ellos, los alemanes desarrollaron, según la interpretación del historiador Ian Kershaw,
una «indiferencia fatídica» hacia el destino de los judíos. Así, pues, la política antijudía
llevada a cabo en los años previos al comienzo de la guerra contó con una amplia
aprobación social por cuanto no afectaba a las experiencias diarias de la gran mayoría
de la población.73 Desde otro punto de vista, los historiadores Otto Dov Kulba y Aaron
Rodrigue han preferido calificar de «complicidad pasiva» a la actitud de la ciudadanía
alemana ante el trato dado a los judíos por parte del nazismo.
En general, la historiografía distingue entre la actitud durante los años anteriores a la
guerra y la actitud durante la misma. Así, en la época previa la sociedad alemana
mantuvo una amplia diversidad de puntos de vista sobre los distintos asuntos que la
afectaban, fiel reflejo de la pluralidad de influencias de muy diversa índole que la
afectaban. En este sentido, hubo variados obstáculos a la penetración ideológica nazi
generalizada, sobre todo en asuntos relacionados con las esferas de interés de las
iglesias de confesión cristiana y en las preocupaciones económicas del día a día,
especialmente las relaciones laborales, respecto de las cuales se produjeron protestas
colectivas y acciones de desobediencia civil. Respecto de la cuestión judía, se han
señalado cuatro actitudes básicas:74 violenta y agresiva, sobre todo por parte de los
radicales nazis; de aceptación de las normas legales de discriminación y exclusión;
crítica, por motivos morales, religiosos, humanistas, éticos, económicos e ideológicos,
por parte de diversos sectores sociales; y de indiferencia.
Con todo, un periódico como Der Stürmer (El atacante), que recordaba las acusaciones
medievales contra los judíos de asesinos rituales de niños cristianos y de utilizar la
sangre de estos para ritos religiosos, llegó a tener unos 600 000 lectores.75
fue prácticamente el único organismo libre del pensamiento nazi en Alemania y conservó tanto
una enorme influencia sobre la formación de opinión, como el potencial (...) para formar y
fomentar una opinión popular independiente y contraria a la propaganda y la política nazi,76
estuvo sujeta a la derrota reciente de Alemania en la primera guerra mundial, la
inestabilidad del gobierno, el temor al comunismo, la persecución política y el terror
desencadenados por los nazis y a la actitud ambivalente de algunos de sus líderes ante
el racismo, dada la tradición cristiana de antijudaísmo que aún conservaba fuerzas a
comienzos del siglo XX, por lo que las declaraciones públicas tajantes contra el
antisemitismo no fueron unánimes como debieron y las declaraciones explícitas sobre
los judíos fueron excepcionales. Así, en enero de 1933 el obispo de Linz, Gfollner, que
consideraba que no se podía ser un buen católico siendo nazi,77 indicaba en una de sus
pastorales que era deber de los católicos el adoptar una «forma moral de
antisemitismo».78 Esta consideración antisemita fue rechazada el mismo año por la
totalidad del episcopado católico austriaco, denunciando esa carta por despertar el odio
y el conflicto.79 En agosto de 1935 un pastor protestante conocido por su antinazismo,
Martin Niemöller, afirmaba que la historia judía era siniestra y que los judíos llevarían
por siempre una maldición por haber sido responsables de la muerte de Jesús;80 el
mismo pastor, recordaría en abril de 1937 la desgracia que suponía el que Jesús
hubiera nacido como judío. A pesar de su antisemitismo, fue detenido el 1 de julio por
su oposición al nazismo.
El rechazo de los nazis al origen semítico del cristianismo llevó a un choque con el
cristianismo y dentro de este, la mayor oposición surgió en el catolicismo. Los católicos
correspondían al 30 % de los habitantes de Alemania.81 Su posición ante los gobiernos
germanos no era favorable, incluyendo durante el Imperio Alemán que había caído al
perder la primera guerra mundial en 1918 y no existía ningún concordato que diera
estabilidad a las relaciones con el estado alemán. Las relaciones entre la Iglesia
católica y los nazis eran muy malas, pero esto iba más allá de una preocupación nazi
sobre la lealtad de los católicos al estado alemán que deseaban los nazis. El
antisemitismo nazi chocaba inevitablemente con un Jesús judío y en el caso de los
católicos con el papel de la Virgen María también judía, de los apóstoles, el primer
papa y los primeros santos, todos judíos.
Representados en imágenes por los católicos, Jesús, María, Pablo de Tarso, Pedro y
los apóstoles se convertían en un problema práctico para la idea nazi de que la raza
judía era maligna por sí misma y debía ser eliminada. Existía una contradicción entre la
idea de la supremacía de la raza aria y la enseñanza de que Israel es el pueblo de las
promesas y que Abraham (un judío) es el padre de la fe de todos los cristianos, peor
aún decir que un judío es el salvador del mundo y que su madre judía, es madre de
Dios, madre de los cristianos, intercesora ante su hijo, asunta al cielo y reina universal.
Esto llevó a los nazis a buscar una adaptación del cristianismo que pudiera ser
temporalmente tolerable para su ideología, por eso Hitler usó el término «cristianismo
positivo» en el artículo 24 de la Plataforma del Partido Nazi en 1920, afirmando que:
Exigimos la libertad de culto para todas las denominaciones religiosas dentro del Estado,
siempre y cuando no pongan en peligro su existencia o se opongan a los sentidos morales de
la raza germánica. El partido, como tal, defiende el punto de vista de un cristianismo positivo
sin unirse el mismo partido de forma confesional a ninguna denominación. Combate el espíritu
judeo-materialista dentro y alrededor de nosotros.82
El ideólogo nazi Alfred Rosenberg jugó un papel importante en el desarrollo del
cristianismo positivo para enfrentar al origen semítico del cristianismo tradicional.
Rosenberg era neopagano y notoriamente anticatólico. Para él, el catolicismo y el
judaísmo estaban fuertemente relacionados.83 Siguiendo a los teóricos del movimiento
racista völkisch, Rosenberg afirmaba que Jesús era un ario (específicamente un
amorreo o hitita) y que el cristianismo original era una religión aria, pero que había sido
corrompida y alterada (judaizada) por los seguidores de Pablo de Tarso y el
catolicismo.84 Enfatizaba que las enseñanzas antijudías de los marcionistas,
maniqueistas y cátaros eran las verdaderas enseñanzas del Jesús original, ario,
antijudío y sin la humildad que los católicos supuestamente le añadieron. Rosenberg
escribió:
La idea judía del «siervo de Dios», que recibe misericordia de un arbitrario y absolutista Dios,
ha pasado entonces a Roma y Wittenberg, y puede ser atribuida a Pablo como el verdadero
creador de esta doctrina, es decir, que nuestras iglesias no son cristianas, sino paulinas. Jesús,
sin duda, alcanzó el ser uno con Dios. Esta era su redención, su objetivo. Él no predicó una
concesión condescendiente de misericordia de un ser todopoderoso, en la cara del cual incluso
el alma humana más grande representa una pura nada. Esta doctrina de la misericordia es,
naturalmente, muy bien acogida en todas las iglesias. Con tal interpretación errónea, la iglesia y
sus líderes se presentan como los «representantes de Dios». En consecuencia, pudieron
adquirir poder mediante la concesión de la misericordia a través de sus manos mágicas.89
En su ideología antisemita, los partidarios del cristianismo positivo afirmaban que las
antiguas invasiones germánicas del imperio romano habían venido a «salvar» la
civilización romana, que se había corrompido por la mezcla de razas y por el
cristianismo «judaizado y cosmopolita». Pensaban que las persecuciones contra los
protestantes en Francia y en otras áreas representaron la aniquilación de los últimos
restos de la raza aria en esas zonas. Igualmente veían en las zonas del norte de
Europa que abrazaron el protestantismo lo más cercano al ideal racial y espiritual ario,
aunque no lo habían alcanzado al no haber roto totalmente el vínculo semítico.
Rosenberg escribió:
Ahora podemos ciertamente también decir que el amor de Jesucristo ha sido el amor de uno
que es consciente de su aristocracia de alma y de su fuerte personalidad. Jesús se sacrificó a
sí mismo como un maestro, no como un sirviente... y también Martín Lutero sabía muy bien, lo
que dijo, cuando poco antes de su muerte, escribió: «Estas tres palabras, libertad —cristiano—
alemán, son al papa y a la corte romana nada, sino mero veneno, muerte, diablo e infierno.
Ellos no pueden ni sufrir, ni ver ni oír. Nada más va a venir de esto, eso es seguro.90
Otro aspecto doctrinal del cristianismo positivo, consecuencia de la idea de
superioridad aria, fue lograr la unidad nacional, para superar las diferencias
confesionales, para eliminar el catolicismo y unir el protestantismo en una única iglesia
nacional socialista cristiana que fue llamada Iglesia Evangélica Germánica.91
Como consecuencia ocurrió una reacción del cristianismo, que provino especialmente
de los católicos. El cardenal Michael von Faulhaber estaba consternado por el
totalitarismo, el neopaganismo y el racismo del movimiento nazi y como arzobispo de
Múnich y Freising, contribuyó al fracaso en 1923 del intento de golpe de Estado de la
cervecería de Múnich organizado por los nazis.92
Hitler fue a la cárcel por el fallido intento golpista de Múnich y escogió a Rosenberg en
1924 para dirigir el movimiento nazi en su ausencia.93 En prisión, Hitler escribió Mein
Kampf (Mi lucha), libro en el que sostenía que la ética judeocristiana «afeminada»
había debilitando a Europa y que Alemania necesitaba un hombre de hierro para su
restauración y entonces construir un imperio.94 Así para el nazismo el vínculo
judeocristiano planteaba un dilema a ser superado y el catolicismo era el más
importante desafío.
Durante los años de 1920 a 1937, los líderes católicos hicieron diversos ataques
francos contra la ideología nazi y la principal oposición cristiana al nazismo y sus ideas
de la superioridad de la sangre surgieron de la Iglesia católica.95 Antes de la llegada de
Hitler al poder, los obispos alemanes advirtieron los católicos contra el racismo nazi.
Algunas diócesis prohibieron a los fieles la pertenencia al Partido Nazi y la prensa
católica condenó el nazismo.96
Este choque llevó a John Cornwell a escribir sobre el período nazi temprano:
En la década de 1930 el Partido del Centro alemán, los obispos católicos alemanes, y los
medios de comunicación católica había sido fundamentalmente sólidos en su rechazo del
nacionalsocialismo. Negaron a los nazis los sacramentos y los funerales en la iglesia y los
periodistas católicos atacaron al nacionalsocialismo diariamente en 400 periódicos católicos de
Alemania. La jerarquía instruyó a los sacerdotes para combatir el nacionalsocialismo en el
ámbito local.97
En 1930 y 1931, diferentes conferencias de obispos católicos condenaron el
nacionalsocialismo. Los obispos bávaros lo condenaron en cinco aspectos: colocar la
raza sobre la religión; rechazar el antiguo testamento y por lo tanto los diez
mandamientos; negar el primado del papa como autoridad externa a Alemania, querer
una iglesia nacional alemana sin dogmas y usar en el artículo 24 del programa del
partido la no oposición a los sentimientos morales de la raza germánica como criterio
de moralidad cristiana.98 Los obispos de Freising dijeron que el nazismo “adhiere a un
programa religioso y cultural irreconciliable con la enseñanza católica” y que “el
nacionalsocialismo contra nuestra esperanza adoptó los métodos de los bolcheviques,
por lo tanto nosotros no podemos asumir la existencia de buena fe”.99 Igual hicieron la
Conferencia de Obispos de Colonia, los obispos de Paderborn y Friburgo y la
conferencia de Fulda (agosto de 1931).100
Con la hostilidad permanente hacia los nazis por parte de la prensa católica y el partido
del Centro católico, pocos católicos votaron por los nazis en las elecciones de julio de
1932 que llevaron a la toma del poder por el partido nazi en Alemania. Las ciudades de
mayoría católica como Colonia, Düsseldorf y Múnich y las zonas rurales católicas
fueron inmunes al nazismo y el nacionalsocialismo logró sus votos fuera de las áreas
geográficas de mayor población católica como en las ciudades de Hanover, Wuppertal,
Chemnitz y Königsberg (votos de 40 % o más por los nazis).101102
En enero de 1934, Hitler nombró a Alfred Rosenberg como líder cultural y educativo del
Reich. El 7 de febrero, el Vaticano prohibió el libro de Rosenberg El mito del siglo
XX dando como razones que: «El libro desdeña todos los dogmas de la Iglesia
católica…» argumenta la necesidad de fundar una nueva religión o una iglesia
germánica y el libro proclama el principio: «hoy está surgiendo una nueva fe, el mito de
la sangre, la fe en defender con sangre el divino ser del hombre: esta fe encarna el
absoluto conocimiento de que la sangre norteña representa ese misterio que ha
remplazado y superado los viejos sacramentos».110111
En la llamada «noche de los cuchillos largos», del 30 de junio al 2 de julio de 1934, los
nazis asesinaron a los líderes de la acción católica, de la asociación católica de jóvenes
y del semanario católico de Múnich entre otros.112 Esto tuvo un enorme efecto
intimidatorio sobre la oposición política.
En julio de 1935 fue nombrado obispo de Berlín, Konrad von Preysing, uno de los
mayores adversarios del nazismo. Hitler decía de él: «lo más sucio de la carroña son
los que vienen vestidos con el manto de la humildad y el más sucio de estos es von
Presying».113 Von Preysing fue un decidido defensor de los judíos y algunos de sus más
cercanos colaboradores en esta tarea murieron a manos de los nazis durante la
segunda guerra mundial.114115 Von Preysing apoyó francamente a la resistencia
clandestina alemana y el intento de golpe de Estado contra Hitler de julio de 1944 que
fracasó y terminó con la ejecución de 4980 de los implicados.116
En septiembre de 1935 los nazis promulgan las leyes de Núremberg con medidas
discriminatorias sin precedentes contra los judíos, retirándoles la ciudadanía,
prohibiéndoles usar los símbolos patrios y casarse con personas no judías, entre otras
medidas terribles. La población y los clérigos católicos se mostraron descontentos. Un
reporte de la época trascribe: Aachen, septiembre de 1935. «Las nuevas leyes
aprobadas en Núremberg no fueron recibidos con entusiasmo por el público... Como
era de esperar conociendo la mentalidad de la población católica de la región, no hubo
reacción de simpatía por parte de la iglesia. La única parte que fue bienvenida es que
la legislación sobre la cuestión judía evitará las acciones ofensivas y la violenta
propaganda antisemita. Sería deseable que a partir de ahora estas acciones
antisemitas, a las que una gran parte de la población se opone, lleguen a su fin». 117