1.las Ataduras Del Pecado

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Las ataduras del pecado

La semana pasada iniciamos esta serie en la que comencé hablando de la trampa del
pecado y usé la historia de David y Betsabé como un ejemplo de las consecuencias que
el pecado trae a nuestras vidas. También compartí acerca de la importancia del
arrepentimiento y la gracia de Dios que restaura nuestras vidas.

Sin embargo, muchas veces repetimos lo malo. ¿Nunca se preguntaron por qué caigo
una y otra vez en el mismo pecado? A menudo, aunque sabemos que algo está mal, nos
encontramos repitiendo los mismos errores. Esto puede ser debido a la tentación, la
debilidad de la carne o la falta de fortaleza espiritual, entre otras posibles causas.

En los días de Sansón, a Israel le sucedía algo como esto. Al comienzo de Jueces 13,
la Biblia dice que los israelitas habían vuelto a hacer lo malo ante los ojos del Señor y,
como consecuencia, fueron entregados a manos de los filisteos. Un pueblo enemigo que
representaba una amenaza constante.

En medio de esta situación, el Señor envió un ángel a un matrimonio estéril de su


pueblo para anunciarles que de ellos nacería un libertador que pelearía con los filisteos.

JUECES 13:3-5 (RVC)


3
El ángel del Señor se apareció a ella y le dijo: «Eres estéril y no tienes hijos, pero vas a
concebir y tendrás un hijo. 4 Cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fermentada,
y tampoco comas nada impuro, 5 pues concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la
navaja sobre su cabeza porque el niño va a ser nazareo, consagrado a Dios desde antes de
nacer. Él comenzará a librar a Israel del poder de los filisteos».

Sansón fue un hombre escogido por Dios para un propósito especial: liberar a Israel.
Fue dotado de una fuerza sobrehumana y consagrado como nazareo desde su nacimiento,
lo que significaba que estaba apartado para Dios para un propósito divino. Pero la manera
en que condujo su vida, atada al pecado, atentó contra esa misión.

Y hoy vamos a aprender cómo el pecado puede convertirse en una atadura que nos
impide cumplir con el propósito de Dios para nuestras vidas. Usaremos la historia de
Sansón para ilustrar cómo las tentaciones y las recaídas pueden atraparnos en un ciclo
destructivo. Y también veremos cómo podemos encontrar libertad a través de los medios
que Dios nos ha proporcionado en Cristo.

I. Ataduras de pecado
a. Definición

Una atadura de pecado es diferente de cometer un pecado ocasional o circunstancial.


Todos pecamos, pero una atadura de pecado implica estar sometido a un pecado de
manera recurrente y persistente. Sucede cuando un pecado se convierte en un patrón de
comportamiento del que parece imposible liberarse.
Un ejemplo claro es la diferencia entre el rey David y Sansón. Como compartí la
semana pasada, David cometió un grave pecado con Betsabé y eso lo quebrantó a punto
tal que no reincidió en ese terrible error. En cambio, Sansón tuvo una constante debilidad
por las mujeres, especialmente las que eran filisteas o tenían vínculo con este pueblo. Lo
cual lo llevó a atarse al pecado de codiciar las mujeres de sus enemigos.

b. Estrategia

Como corrobora esta historia, a menudo las tentaciones juegan un papel crucial en el
origen de las ataduras de pecado porque son las que le abren la puerta al enemigo. Y por
"abrir la puerta" me refiero a permitir que el pecado entre en nuestra vida sin oponer una
verdadera resistencia, dejando expuesta nuestra relación con Dios y alejándonos del
propósito para el cual fuimos creados.

Esto puede suceder por diversas situaciones como ceder a los deseos y pasiones de la
carne o quebrantar nuestros valores espirituales por defectos del carácter, entre otros. Y
cada vez que Sansón cedía a la tentación, repetía en su pecado.

Cuando somos seducidos a repetir algo malo y no podemos romper conductas de


pecado, aunque sabemos que es para peor, seguramente estaremos experimentando una
atadura. Y detrás de esta estrategia que nos seduce, está el enemigo.

JUECES 16:4-5 (NVI)


4
Pasado algún tiempo, Sansón se enamoró de una mujer del valle de Sorec, que se
llamaba Dalila. 5 Los gobernantes de los filisteos fueron a verla y le dijeron: «Sedúcelo,
para que te revele el secreto de su tremenda fuerza y cómo podemos vencerlo, de modo
que lo atemos y lo tengamos sometido».
Más literal esto de las ataduras y el sometimiento no podía ser. El pecado recurrente
de Sansón era su debilidad por las mujeres de los filisteos. Eso lo llevó a un punto que
jamás habría imaginado con esta mujer que, finalmente, descubrió el secreto de su
fortaleza luego de manipularlo a diario.
JUECES 16:16-17 (NTV)
16
Día tras día lo estuvo fastidiando hasta que Sansón se hartó de tanta insistencia.
17
Entonces finalmente Sansón le reveló su secreto: «Nunca se me ha cortado el cabello—
le confesó—, porque fui consagrado a Dios como nazareo desde mi nacimiento. Si me
raparan la cabeza, perdería la fuerza, y me volvería tan débil como cualquier otro
hombre».

II. ¿Cómo nos atamos al pecado?


Con una paciencia asombrosa, nuestro enemigo trabaja en dejarnos lentamente a su
merced, atándonos al pecado. ¿Y qué sucede cuando estamos atados al pecado?

a. Cedemos a los deseos de la carne

Cedemos a impulsos y pasiones que provienen de nuestra naturaleza pecaminosa que


buscan satisfacción inmediata, ignorando las consecuencias espirituales y personales.
Algunos ejemplos comunes son la avaricia, el enojo desmedido o la lujuria, como en el
caso de Sansón con las mujeres filisteas.

A veces puede ser algo tan explícito como la pornografía, la infidelidad o la violencia.
Pero también opera en conductas que en apariencia son más inofensivas como
recompensarse con comida, pasar todo el día mirando el celular, estar tirado mirando la
tele o jugando videojuegos.

b. Ocultando nuestros pecados

Otra manera en que el pecado nos ata tiene que ver con la tendencia a ocultarlo. Este
patrón se refleja en varios ejemplos bíblicos.

Lo vemos en Caín, quien mató a su hermano Abel y luego intentó esconder su acción
de Dios (Génesis 4:8-9). En Saúl, quien desobedeció a Dios al no destruir completamente
a los amalecitas y luego intentó justificar sus acciones (1 Samuel 15:13-15). También con
Ananías y Safira, quienes mintieron sobre el precio de una propiedad vendida, intentando
engañar a los apóstoles y a Dios (Hechos 5:1-10).

Ocultamos nuestros pecados por vergüenza, miedo al juicio o porque creemos que
podemos evitar las consecuencias si nadie más se entera. Sin embargo, ocultar el pecado
solo agrava la situación, porque desestima el sentir, el conocimiento y la justicia de Dios,
sobre todas las cosas.

c. Aislándonos de los demás

El pecado no solo nos ata internamente, sino que también nos lleva al aislamiento.
Ejemplos de esto es Moisés, quien huyó al desierto después de matar a un egipcio,
aislándose de su pueblo y su llamado (Éxodo 2:15) por la culpa. También Jonás, quien
intentó huir de la misión que Dios le había encomendado y terminó encerrado en el vientre
de un gran pez (Jonás 1:3) por su desobediencia.

Yo creo que, si del enemigo dependiera, quedaríamos igual de aislados que el


gadareno endemoniado, viviendo entre las tumbas, apartado de todos y en condiciones
deplorables (Marcos 5:1-5). Amado, los demonios quieren aislarte de la familia de la fe
para alejarte de Dios. Evitando la comunidad de fe, se fortalecen las cadenas que nos atan.

III. Velados por el pecado


a. El esclavo africano

Hace un tiempo escuché la historia del primer esclavo africano. No puedo asegurar su
veracidad, pero deja una reflexión interesante para el mensaje de hoy.

La narración dice que un navío de colonizadores europeos llegó a las costas de África
y fue recibido por una gran tribu. Los colonizadores decidieron llevarse al hombre mejor
educado y conservado de ellos, prometiéndole conocer un nuevo mundo. Así fue como
llevaron consigo al rey de esta tribu y lo convirtieron en el primer cautivo africano.
Para recuperar su libertad, el rey negoció con ellos y les ofreció a diez hombres de su
tribu. Los esclavistas aceptaron y regresaron, lo devolvieron a su tierra y se fueron con
diez de los más fuertes hombres. Los esclavistas volvían cada año exigiendo cada vez
más personas, hasta que empezaron a incluir mujeres, niños y ancianos. Finalmente,
cuando ya no quedaba casi nadie, el rey también fue subido al último barco que zarpó de
su tierra y terminó siendo un esclavo por el resto de su vida.

El pecado opera de manera similar. El hombre cree que puede sobrellevar aquello que
lo está esclavizando cada día un poco más y negocia progresivamente su libertad
espiritual. Sin darse cuenta de que el próximo barco podría ser el último en zarpar.

b. Perder la visión

Cuando el pecado nos ata somos velados a extremos sorprendentes, a veces hasta
ridículos. Como Sansón, que con tal de estar con Dalila toleraba que ella le preguntara
cómo hacer para que él pierda su fuerza. Dice la Biblia que en tres ocasiones Dalila le
preguntó a Sansón cómo lograr vencer su fortaleza, y a lo que él respondía, o casualidad,
ese mismo día le acontecía.

Primero la engañó diciendo que perdería su fuerza si lo ataban con siete mimbres. El
tipo se despertó con siete mimbres encima. Después, la volvió a engañar diciendo que
tenían que atarlo con cuerdas nuevas. ¿Cómo despertó Sansón? Rodeado de siete cuerdas
recién estrenadas. Luego le dijo que tenían que trenzar su pelo con un telar y clavarlo con
una estaca. Y Sansón amaneció con un tienda en la cabeza. A ver querido Sansón, ¿qué
parte no estás entendiendo de que estás durmiendo con el enemigo?

Después de estos engaños, Dalila continuó presionando a Sansón hasta que, como
leíamos antes, él se cansó de su insistencia y le dijo que su fuerza residía en que nunca
había sido cortado su cabello debido a su voto nazareo. Y mirá lo que le terminó
sucediendo.

JUECES 16:21,25 (NVI)

Entonces los filisteos lo capturaron, le sacaron los ojos y lo llevaron a Gaza, donde lo
ataron con cadenas de bronce y lo pusieron a girar el molino de la cárcel. 25 Y cuando
estaban en pleno jolgorio, gritaron: “¡Que nos traigan a Sansón para divertirnos!” Así que
sacaron a Sansón de la cárcel, y él los entretuvo.

Sansón nació para ser un juez de Israel. Su propósito era terminar con el asedio de los
filisteos, pero terminó siendo su bufón por una atadura de pecado. Hermano, cada vez que
se repite ese pecado interminable, el propósito de Dios para tu vida se aleja y tu identidad
se distorsiona y quedas enajenado.

Tenés que mirar lo que está sucediendo. Sansón perdió los ojos porque apenas los tenía
para ver. Y no es lo mismo ver que mirar. Hay personas que ven su pecado, pero hace
rato no miran todo lo que le está haciendo. Amado, el Diablo busca someterte a través de
aquello en lo que sos débil, en lo que no ofrecés más resistencia a pesar de que la situación
es obvia.
IV. Medios de liberación
Nosotros podemos resistir al pecado, tenemos medios para liberarnos de sus ataduras.
Y para eso, como dice Colosenses 3:2, tenemos que concentrar nuestra atención en las
cosas de arriba, no en las de la tierra.

a. La Palabra
SALMO 119:11 (NTV)
He guardado tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti.

La Palabra de Dios nos guarda de no pecar. El enemigo no puede tender fácilmente


sus lazos en un corazón arraigado en la Palabra, no puede seducir a lo malo a un corazón
que se renueva en lo que Dios dice.

Dice Santiago 4:7 que, si resistimos al Diablo, a sus tentaciones y sus artimañas, él
huye. Como hizo Jesús en el desierto, podemos resistir a Satanás con la Palabra de Dios.
Amado, esforzate en guardar la Palabra en tu corazón y esas cadenas se van a romper.

b. La oración

La oración es otro medio de resistencia y liberación cuando sentimos flaquear y el


enemigo quiere tomar control de nuestras vidas. Incluso, la oración nos permite renunciar
a este yugo de maldición aún en los peores momentos.

Jesús estaba en Getsemaní, a momentos de ser entregado, ¿y qué hizo? Venía el peor
momento de la prueba y oró para obedecer la voluntad del Padre. Y le dijo a sus discípulos
que ellos también “velen en oración” para que no caigan en tentación (Mateo 26:41).
Tenés que blindarte con la oración y mantenerte conectado con Cristo.

c. La comunión

Solo manteniendo una relación constante con Jesús tenemos una vida fructífera. Él es
la vid, nosotros los pámpanos.

JUAN 15:5 (RVC)


5
(…) el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
ustedes nada pueden hacer.

El secreto no es ningún secreto. Solo mantenernos en comunión con Cristo nos quita
de una vida estéril. Solo estando en comunión con Cristo dejamos de ser seducidos por lo
malo y somos seducidos a lo bueno. Solo contemplar la belleza de Su santidad nos atrae
a una vida santa.

d. La confesión

Y así como la semana pasada hice hincapié en el arrepentimiento, hoy quiero hacerlo
en la confesión.
En el capítulo 38 del libro de los Salmos, nos encontramos con un salmo de lamento
en el que David reconoce la situación a la cual lo condujo el pecado y halla en la confesión
una salida a su dolor.

SALMO 38:17-18 (RVC)


17
En realidad, estoy a punto de caer, y mi dolor no me abandona. 18
Por eso, voy a
confesar mi maldad; pues me pesa haber pecado.

Cuando nos sentimos a punto de caer, confesarnos es un acto poderosísimo y redentor.


Es algo que creo que debemos practicar a diario con el Señor, porque nos reconcilia con
Dios y permite que seamos ministrados por el Espíritu Santo.

Sin embargo, hay quienes no saben o pueden llevarla a cabo, y muchas veces es por
ataduras de pecado. Ataduras que les hacen sentir vergüenza o culpa, porque el enemigo
los acusa diariamente. Ataduras de orgullo, porque no son capaces de admitir sus faltas.
Ataduras de temor a consecuencias tales como pérdida de confianza o reputación.
Ataduras incredulidad, porque piensan que Dios no puede perdonar ese pecado tan terrible
que cometió en contra de su ley.

IV. Libres en Cristo


a. De condenación

Para que una persona que es hallada culpable ante la ley pueda recuperar su libertad
debe ser indultada. La definición de indulto es “gracia excepcional que concede una
autoridad por la cual perdona la pena”. Eso es precisamente lo que nos ofrece Dios, una
gracia excepcional por la cual, si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para
perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.

ROMANOS 8:1-2 (NTV)


1
Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús. 2 Y porque
ustedes pertenecen a él, el poder del Espíritu que da vida los ha libertado del poder del
pecado que lleva a la muerte.

Jesús pagó el precio por nuestros pecados con su propia vida, asegurándonos el perdón
y la reconciliación con Dios. Él se llevó cautiva la cautividad, y ahora nosotros somos
libres de toda condenación

b. De yugo
ROMANOS 6:6 (RVC)
6
Sabemos que nuestro viejo ser pecaminoso fue crucificado con Cristo para que el pecado
perdiera su poder en nuestra vida. Ya no somos esclavos del pecado.

No solo fuimos liberados de la condena, también en Cristo somos nuevas criaturas


capaces de vivir libres del yugo del pecado. Esto quiere decir que no solo tenemos una
libertad simbólica, sino que en Cristo hemos roto con las ataduras de pecado que nos
quieren sujetar a maldición. Ahora nosotros llevamos el yugo de Cristo, que es fácil y
ligero. Y no porque no habrá problemas, sino porque siempre tendremos gracia suficiente
para hacerle frente a lo que venga por delante.

Conclusión
No importa en qué momento de tu vida estés, podés sentirte que estás en las últimas,
y aun así Dios te dará nuevas fuerzas para cumplir con tu propósito.

Al final de su vida, Sansón estaba ciego, sin fuerzas y esclavizado. Pero él clamó al
Señor y le dijo “acuérdate de mí. Oh Dios, te ruego que me fortalezcas una vez más”. Y
dice la Biblia que Sansón, que estaba haciendo de bufón de los filisteos, puso sus manos
sobre unas columnas del edificio donde estaban todos y ajustició a los filisteos.

JUECES 16:30 (NVI)


30
(…) Luego empujó con toda su fuerza, entonces el templo se vino abajo sobre los
gobernantes y sobre toda la gente que estaba allí. Fueron muchos más los que Sansón
mató al morir que los que había matado mientras vivía.

Esta historia nos enseña que, aunque hayamos caído profundamente en el pecado y
estemos atados por nuestras propias equivocaciones, siempre hay esperanza y
posibilidades de redención en Dios.

Vemos la vida de Sansón, pero nos miramos en Cristo. Aprendemos de la vida de


Sansón, pero nos identificamos con Cristo. Ambos fueron anunciados antes de su
nacimiento, ambos fueron consagrados por una misión, ambos tenían una fortaleza
sobrenatural provista por Dios, ambos supieron lo que duele una traición, ambos
conocieron el sacrificio final del propósito, pero solo uno vivió una vida santa, venció al
pecado y nos dio Su victoria.

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