Via Crucis de La Mater Dolorosa
Via Crucis de La Mater Dolorosa
Via Crucis de La Mater Dolorosa
En la Pasión y Crucifixión hay dos personajes que pagaron con sus propias
vidas el precio de nuestra salvación: Cristo, nuestro Salvador y Redentor
que, con su Sangre preciosa, lavó nuestros pecados y nos abrió las puertas
del Cielo. Y María, la Mater Dolorosa, la Corredentora que, por su amor a
Jesús y a nosotros, padece la agonía cruel de su Hijo. Por esto, el Camino
del Calvario, no sólo fue recorrido por Cristo. La Vía dolorosa es también el
camino que recorre María, acompañando, sufriendo y consolando a Cristo.
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Para cada estación:
1. Se anuncia la estación.
2.Se dice:
U: ¡Te adoramos Cristo, y te bendecimos!
T: Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
3. Se hace la lectura correspondiente.
4. Se deja un breve silencio.
5. Se puede rezar un Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
6. Se. dice:
U: ¡Señor, ten misericordia de nosotros!
T: Porque hemos pecado contra Ti.
Primera Estación: "Jesús condenado a Muerte"
María, Mater Dolorosa... ¿Qué sintió tu Corazón al escuchar la sentencia de muerte que
imponían a tu Hijo? Tú que le diste vida, que con ternura lo alimentaste y lo viste dar sus
primeros pasos… ahora eres testigo de su crudelísima muerte...
¡Qué dolor inmenso para ti verlo agonizante, llagado, recorrer el áspero camino de la
cruz! Ha llegado el momento del sacrificio de tu Hijo amado. Y ofreces juntamente tu
corazón: ¡Fiat, hágase, Señor tu voluntad hasta el final!
María, no permitas que vuelva a abandonarte, te pido me aceptes a tu lado en este
camino doloroso.
Madre Dolorosa... ¿Quién podrá decir el dolor que traspasó tu Corazón al ver a tu Hijo
coronado de espinas, con su carne entera desgarrada por los latigazos? Ahora tienes que
ver cómo, sin ninguna consideración, le colocan bruscamente la cruz... Sientes en tu
corazón, el peso apremiante de ese madero que arrojan sobre sus hombros abiertos.
¡Cuánto desearías quitarle ese peso, cargar tú misma la cruz! Y el no poder aliviarlo hiere
más tu Corazón materno. ¡María, Madre Dolorosa, no hay dolor semejante a tu dolor!
Tercera Estación: "Jesús cae por primera vez"
Mater Dolorosa, tu vida fue amar y servir a Dios y a tu divino Hijo… ¡qué
duro para ti verlo ahora así indefenso, desfallecido, caer agobiado por el peso
de mis pecados! Ninguna mano compasiva lo ayuda a levantar, al contrario, lo
tratan como a un criminal…
Tu Corazón de Madre reacciona deseando correr hasta Jesús caído en tierra,
como en los años de su infancia. Pero ahora ya no puedes hacerlo, sólo orar y
pedir al Padre Celestial que le dé las fuerzas necesarias para llegar hasta el
final... ¡Perdona, Madre, al verdadero causante de tanto dolor! ¡Dame
fortaleza, te ruego, para levantarme pronto de mi vida de tibieza y de pecado!
María, ¡qué alivio sentiste al ver que un hombre ayudaría a tu pobre Hijo, a
cargar con esa cruz tan pesada! Sabes que no lo hace por amor o por
compasión pues lo obligan a llevar el madero. Pero, agradecida, jamás
olvidarás su rostro. Oras y pides a Dios que mientras carga la cruz, la Sangre
divina que llega hasta él toque su corazón y le haga comprender el misterio de
amor escondido en ella.
¡Con fervor pides que este doble sacrificio no sea en vano! Admíteme también
en tu Corazón, ¡que conozca el amor y la misericordia del Padre Celestial y
nunca lo vuelva a rechazar!
Madre Dolorosa, suplicas al Padre que mueva un corazón generoso para que
auxilie a tu Hijo. ¡Qué consuelo cuando ves a la Verónica acercarse para
limpiar su rostro desfigurado! Sabes que, ante una acción tan noble, Cristo no
se dejará ganar en generosidad: el rostro de Jesús, el más bello de los hijos de
los hombres, queda grabado en el velo blanco... así como está grabado en tu
Inmaculado Corazón. Madre de Misericordia, perdona tanto dolor que te causé
con mi cobardía y respeto humano, graba en mi corazón el rostro de tu amado
Jesús.
Séptima Estación: "Jesús cae por segunda vez"
Madre Dolorosa... tus lágrimas han ido humedeciendo el camino árido que
recorre tu Hijo; tus lágrimas de amor y sacrificio van mezclándose con la
Sangre divina, que cae sobre la tierra indigna. Sufres al ver la frialdad de unos,
la crueldad de otros, la obstinación en el pecado de tantos… Pero de pronto
encuentras unas mujeres que lloran de compasión al ver así herido a tu Hijo...
Jesús se detiene ante ellas... Les dice que no lloren por Él, sino más bien por
ellas mismas y por sus hijos... En medio de su gran sufrimiento, sigue siendo el
gran Maestro de los hombres...
¡Madre, yo también he pecado, dame arrepentimiento y lágrimas de dolor
verdadero que sean tu consuelo!
Novena Estación: "Jesús cae por tercera vez"
Ahora María ves cómo los soldados obligan a tu Hijo a apresurar el paso. Jesús
en su debilidad y agotamiento, tropieza y cae de nuevo. Enceguecidos por una
crueldad infernal, le gritan y lo golpean... y tú Madre sufriente, quisieras
detener tanta maldad, susurrar en su oído que todo pasará pronto, la cumbre
está cerca. ¡Madre, dame fortaleza en la prueba y el dolor, que recurra siempre
a Ti confiado, que no abandone la cruz!
Contemplo tu Corazón y el de Jesús casi sin vida. Sabes lo que te espera, y con
valor te abrazas con todo. Tu Hijo es tendido con violencia sobre el madero, le
toman una mano y descargan sobre ella el primer martillazo… Dos ríos, de
Sangre divina y lágrimas maternas, se elevan suplicantes al Padre eterno…
¿Qué te mantiene con vida en este momento? “Es por ti”, repites en mi
corazón. “Por ti sufro todo y lo ofrezco”. ¡Por mí! ¿Es posible que yo valga el
sacrificio de estos dos Corazones? ¡Aquí estoy yo también Madre! Quiero
darte consuelo, dame la gracia de hacer que muchas almas te conozcan y te
amen, y amen la Cruz.
Jesús, tu vida y tu todo, va a desaparecer para siempre en este mundo. “He ahí
a tu hijo”… ¡Qué estremecimiento de dolor! Aquellas palabras son el adiós
supremo. ¡Cuánto dolor, cuánta soledad de estos dos Corazones! Pero mayor
que tu dolor es tu fe, por ella renuevas tu sacrificio voluntario... Por tu fe
reinas con Jesús, en la cumbre del sacrificio.
Ahora escuchas: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” - ¡Soy
yo, Madre, es por mí que Jesús sufre este abandono! Yo lo he dejado solo
tantas veces en el Sagrario, y en mi alma, olvidando la vida de la gracia…
“Todo está consumado. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Cómo
guardarías sus últimas palabras en tu Corazón... Jesús, al igual que tú,
terminaba su vida habiendo cumplido hasta el final todo lo que el Padre
esperaba de Él. ¡Muerte gloriosa la de las almas santas! Feliz en esa hora el que
te dio consuelo rezando con frecuencia el Santo Rosario. ¡Madre mía, dame así
morir en tus brazos!
Décima tercera Estación: "Descienden el cuerpo del Señor y lo entregan a
su Madre”