Muerte Por Suicidio
Muerte Por Suicidio
Muerte Por Suicidio
mayoría de los sobrevivientes, como ya he mencionado en otro apartado del libro. Pero
si hay una muerte que provoca un shock intenso y duradero, con sentimiento de culpa,
puede ser más complejo que en otro tipo de fallecimientos, porque surgen preguntas que
que estaba pasando? ¿Cómo ha podido hacer esto y hacernos sufrir de esta manera? ¿Por
muy difícil llegar a una conclusión convincente sobre los motivos que le han llevado a
terminar con su vida. Estas conjeturas provocan una afectación emocional muy intensa
sienten señaladas por los demás y tienen vergüenza a la hora de explicar la muerte de su
ser querido. ¿Qué le digo a los que me pregunten de qué ha muerto? Se sienten
estigmatizados. Siempre les digo que no estén pendientes de esta circunstancia, lo más
adecuado es que cada uno decida qué respuesta dar y, en todo caso, no tienen que
sentirse obligados a dar ninguna explicación de lo sucedido, pero si quieren darla, que la
ansiedad y tristeza. No hay que hacer nada, no hay que luchar contra esta imagen,
simplemente hay que aceptarla y entender que, en ocasiones, puede venir el recuerdo y
sentirnos incómodos. Hay que hacer vida normal, retomar las actividades cotidianas y
importante que el doliente exprese sus emociones, que hable de la persona fallecida, que
llore. Ya he comentado que estas reacciones emocionales no son una psicopatología, son
normales y así debe entenderlo la persona afligida. Por eso la mayoría de las veces no es
necesario tomar medicación, salvo en los casos en los que se esté cronificando un estado
emocional que impide hacer una vida normal a la persona doliente, es decir, si no
soporta los sentimientos intensos después de varios meses, siente ansiedad elevada,
vacío, si piensa en su propio suicidio, solo en estos casos, tiene que acudir a una ayuda
mayoría de los casos. Por eso, el sentimiento de culpabilidad tiene que ir desapareciendo,
ya que es muy difícil prevenir e impedir una acción suicida. Aunque deje una nota
escrita, normalmente no explica los motivos reales. Con el paso del tiempo, los
familiares y amigos tienen que asumir la pérdida y aceptar que tenemos que hacer una
vida compatible con las emociones de tristeza, pena, añoranza del fallecido… realizando
poco a poco las actividades que hacíamos antes del fallecimiento. Es muy duro, pero
EL INFIERNO DE ALBERTO
Esto me comentaba Alberto en mi despacho, llorando, con muchas dificultades para articular
palabra, los ojos cansados, con expresión de tristeza en la cara y postura encorvada, encogida.
Hacía cinco meses que había enterrado a su hijo, de diecisiete años. Estaba de baja laboral por
depresión. Alberto trabaja en una multinacional en el departamento de contabilidad y desde lo
ocurrido no volvió a la oficina. También refiere en el despacho que su mujer falleció a
consecuencia de un cáncer cuando su hijo, Javier, tenía cinco años. A duras penas fue
normalizando su vida para sacar adelante al niño, y pensaba que las cosas marchaban bien, con
trabajo estable, con salud y su hijo estudiando. Todo estaba bien y no entiende por qué su hijo
hizo lo que hizo. Me explica que es muy creyente, colabora en su parroquia en labores
administrativas y participa en grupos de padres cristianos. A pesar de todo el sufrimiento, dice que
nunca ha pensado en el suicidio y necesita reconducir todo esto. Tiene el apoyo de su familia y sus
amigos, pero le gustaría recibir tratamiento psicológico.
Le expliqué a Alberto que, aunque hubieran pasado cinco meses, el tiempo cronológico no tiene
nada que ver con el tiempo emocional, y que su afectación era un proceso normal, pero que tenía
que aprender a convivir con el dolor mientras normalizaba su vida. Le aconsejé que volviese a
trabajar lo antes posible, le facilitaría tener la atención dirigida a estímulos que nada tenían que
ver con los acontecimientos vividos; cumplir con sus responsabilidades laborales y relacionarse en
ese entorno era necesario. Diseñamos objetivos realistas y la forma para conseguirlos.
Supervisábamos la ejecución de dichos objetivos. Aprendió a centrarse en el presente y retomar
sin ayuda las tareas de casa. Planificamos actividades gratificantes, aunque las viviera con menos
intensidad. Era importante retomarlas y facilitar momentos para desconectar y estar tranquilo.
Trabajamos la aceptación de la realidad, de no resistirse ante lo que había pasado ni intentar
comprenderlo, simplemente aceptar sus emociones y convivir con lo que ocurrió, lo que llamamos
desensibilización a sus propios sentimientos negativos. Le enseñé a relajarse para disminuir la
sintomatología de ansiedad, lo que aplicaba para dormir mejor. Fortalecimos pensamientos
positivos, realistas, y aprendió a controlar los pensamientos automáticos. También trabajamos
sobre cómo canalizar su ira, expresar su indignación en un contexto íntimo con familia o amigos.
Alberto retomó su actividad cotidiana, rodeado de su gente.