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de 1811 a 1820
Escribe: ANDRES SORIANO LLERAS
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Entre l os hechos que demuestran su popularidad, se cita el haber vi s-
to a l dictador Del Corral, m omposino, p orque su m édico, el fra ncés, no ha-
bía podido m ejorarlo. Llegó a ser profesor de m edicina en la extinguida
provincia de Antioquia.
No veía n'lás enferm os que aquellos que iban a consultarle. A los de-
más los recetaba por informe; todo el examen clínico estaba reducido a
ver Ja orina que se llevaba, por fa lta de vasijas de v idrio, en pequeñas
calabazas, a preg-untar si había o no sarr o en la len gua, si la saliva era
escasa o abundante, s1 el paci ente estaba sedi en to, y últim amente, como
punto capit al, si tenía "causón" (fiebr e) . Con ello el diagnóstico era hecho
de repente y la receta expedida a letra vista".
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El señor de Villa no cobraba honorarios "y a veces, continúa UTibe
Angel, m ontaba en cólera cuando se le pedía la cuenta. Recibía en raras
ocasiones algún regalo como manifestación de gratitud; pero entre los
obsequios de esta clase estimaba mucho más que cualquiera otra cosa, un
gallo o una gallina de raza inglesa para cría, o bien un ternero o una
nov1' 11 a. . . " .
"Una vez consultado por una sencilla campesina le decía:
- Pues bien explique usted lo que tiene.
La pobre mujer con algún embarazo respondía:
- E s una cosa aquí en el vientre y en el pecho, que como que me
sube y que como que me baja.
- Perfectam ente; haga como que pone y com o que no pone unas gotas
de nitro dulce en una pulcetilla de agua de azúcar, y después haga como
que toma y como que no toma, y quedará buena".
El señor de Villa y •r irado u saba entre su arsenal terapéutico " mal-
va, malvisco, bledos, perejil, hinojo, toronjil, gram a, espadilla, borraj a,
celaja, poleo, h ierbabuena, naranjo, quina, zarza, china, vendea gua, boton-
cillo, eneldo, etc. E stos recursos eran auxiliados por los que brindaban
otros de m ás alta jerarquía, como el nitro, el maná, el cremor, la miel
de abejas, la raicilla, la jalapa, el ruibarbo, el tártaro y el espíritu .de
nitro".
.
No demoraba mucho en hacer su diagnóstico y recetaba de inmediato.
"A todo tabar dillo administraba "frescos" en su principio y "calientes" al
fin. P or m edicina fresca se entendía todo lo que hoy es aperitivo y emo-
liente, y por medicina caliente todo lo que hoy conocemos como reconfor-
tante y tónico.
Había en eso el principio de la clara visión de que en todo movi-
miento inflamatorio se debe buscar la calma del organismo, y de qu e en
toda debilidad or gánica se debe tratar de levantar la fue1·za. E so era ya
algo; pero se chocaba con el tropiezo de que los agentes curativos eran
empleados a di estro y siniestro con poquísimo discernimiento y malísimo
criterio.
En las fieb1·es tifoideas, el señor de Villa había notado que una de
ellas a sumía forma lenta, con altos y bajos, con veleidades diarias de gra-
vedad y m ejoría, y a esta dio en llamar "la fullerita", calificación un poco
pintoresca, pero de errónea etimología, por cuanto la fiebre no hace ni
puede hacer trampas al juego, que sería en rigor el verdadero sentido de
la palabra ...
Del rico acopio de hierbas de que podía disponer hacía uso y abuso
en gTande y prodigiosa escala. Algunas de sus fórmulas tenían como in-
gredientes indispensables hasta veinte plantas distintas, por manera que,
llegado el papel a casa de los dolientes, necesario era que una falange de
comisionados anduviese por huertas y jardines, por prados y rastrojos, por
bosques y colinas, por cerr os y breñas; este en busca de la aristoloquia,
aquel de la cascarela y el otro en indagación de la zarzaparrilla.
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Al paso que sucedía lo anterior, el cuerpo de domésticos quedaba ínte-
gramente ocupado en la preparación de las medicinas . Multitud de vasi-
jas eran puestas en la lumbre. Aquí clarificaban suero, allí preparaban
almíbar, allá hervían una tiza na, acullá sazonaban un caldo y m ás allá
confeccionaban un clisterio. Todo era m ovimiento y actividad, todo ocu-
pación y lid ia , todo laboriosida d y fatiga; y en cuanto al infeliz enferm o,
su suerte era desastrosa: apósi tos por cent enares , emplastos p or decenas,
f ricciones, unturas, lava tivas, vomitivos, purgantes y sobre todo bebidas
en cantidades monstruosas, y tan complicada esta polifarmacia, que los
dolientes daban con frecuencia en terminar sus penas bajo la siniestra
influencia de la hidropesía.
Fatigado por la práctica, como todo médico a nciano, pero si n di smi-
n uír la multiplicidad de sus drogas, nuestro doctor había terminado por
uniformar su s prescripciones y por no cambiarl as ni modificarlas sin o en
oca siones que él miraba com o solemnes".
P or la misma época ejercían en Antioquia los dos hermanos del señor
de Villa, que eran don Francisco y muy probablemente don Lucio, que
era sacerdote, don Juan de Carrasquilla en Ríonegro, don Joaquín Tirado,
el doctor Pantaleón de Arango, que era abogado y don José María Lalin-
de; y com o curanderas famosas doña Carmen Peñ a y doña Bárbara V élez.
El dictador Juan del Corral dictó en 1813 una disposición sobre ex-
terminio de perros, en vista de la propagación de la hidrofobia en ellos.
Fue la primera medida que para controlar el problema de la rabi a, se
tom ó en el país .
En 1814 hubo epidemia de tos ferina en Bogotá y por entonces se
reanudaron los estudios de medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Se-
ñora del Rosario y en el Seminario de San Bartolomé, con los mi smos
profesores que h abían dictado esos cursos en dichos colegios, pero al poco
tiempo la cátedra del doctor Osorio tuvo que ser suspendida por razones
políticas, mientra s que la del doctor Merizalde se con servó un poco m ás,
al parecer hasta 1816.
En 1815 hubo epidemia de viruela en di stintas regiones del t erritorio
ele la Nueva Gr anada. El ejército español que sitiaba a Cartagena, lo
mismo q ue los sitiados, fueron ademá s víctimas de fiebres, disenterías y
lepra. La viruela llegó a Bogotá con las tropas española s provenientes de
la costa atlántica y don Antonio María Ca sano, gobernador entonces de
la capi ta l, "de acuerdo con los consejos de L orenzo Bandini y F ernández
de la Reguera, m édicos del ejérci to expedicionario, dictó providencias de
sanidad y remitió fl uído vacuno a diversas partes del país". (Ibáñez).
Además fue necesario fundar hospitales destinados exclusivamente a los
vi rolen tos.
La enseñanza de medicina en Bogotá se su spend ió defi nitivamente
cuando la entl·ada de Morillo y la situación de t odos los m édicos del país
se hizo muy difícil: algunos fueron desterrados, otros apresados y la ma-
yoría obligados a prestar servicios gratuitos a los hospitales, entre estos
últimos los doctores Manuel María Quijano, quien los prestaba en calidad
de preso y J osé J. García, Merizalde, J osé C. Zapata y Santos González,
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con nombramientos de cil·ugía médka; Benito Osorio con nombramiento de
ayudante de medicina y Domingo Hernández, con nombramiento de ayu-
dante de farmacia.
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Los primeros integrantes de la academi a fueron F'c1·nández de la
Reguera como director de ella, Vicente Gil de Tejada como censor, J osé
Joaquín García como primer secretario, Crisóstomo Zapata como segundo
secretario, Benito de Os01·io como contador, Antoni o Gonaez como tesore-
ro, los doctores Merizalde, Santos González y Manu el Moya; los señores
J ulián Torres y Domingo Herrera; los padres de San Juan de Dios Ma-
nuel Lorenzo Amaya, Mariano Barroeta, J osé Antonio Bohórquez, Ag us-
tín Silva y Agu stí n U scátegui y los bachilleres Juan Gua lberto Gutiérr ez
y Francisco Trespalacios.
Fue esta la primera sociedad científica de orden médico organizada
en el país y prestó valiosos servicios al cohesionar a los médi cos gradua-
dos y no graduados de la capital y al establecer entre ellos un i mpor-
tante cambio de conocimientos para el mejor desempeño de sus funciones
profesionales.
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to del aire frío y penetrante fue fatal para muchos soldados; en la m ar-
cha caían repentinamente enfe1·mos muchos de ellos y expiraban a los po-
cos minutos. La flagelación se empleó con buen éxito en algunos casos
para reanimar a los "emparamados". . . Las tropas estaban sin vestidos,
los hospitales llenos y el enemigo se encontraba a pocas jornadas". Al lle-
gar a la población de Socha se organizó un hospital de emergencia para
atender a los enfermos más necesitados de ayuda médica. Después de la
batalla de Boyacá, Bolívar ordenó que en Tunja se organizara un hospi-
tal militar.
El ejército patriota tenía varios médicos, especialmente de la Legión
Británica, como el doctor Thomas Foley que asistió a la batalla del Pan-
tano de Vargas, al terminarse la cual, y previa consulta con sus colegas ,
procedió a hacer la amputación de un brazo destrozad o por una bala, Rl
coronel J ames Rook e.
Los españoles, por el contrario, disponían de muy pocos facultativos
pues solamente los acompañaban don José Fernández de Boceda, como
cirujano mayor y don Domingo Acosta como cirujano del 3Q de Numan-
cia. Ante el avance de los patriotas Barreiro pidió al gobierno de San-
tafé que le enviaran a l doctor Merizalde como cirujano del batallón Tam-
bo; además los sargentos J osé Lorenzo Rodríguez y Ramón Ca1·dozo, fue-
ron nombrados practicantes de cirugía.
Al terminarse la campaña Merizalde fue nombrado in spect or genera l
de h ospitales.
El 22 de octubre Bolívar firm ó en Angostura el decreto que creaba
el cargo de director general de hospitales de la Nueva Granada y l'lom-
bró para desempeñarlo al doctor J ohn R oberton, cirujano escocés.
A f ines de 1819 se reiniciaron las dos cátedras de medicina en la ca-
pital, con los mismos catedráticos que las habían regentado años a trás,
gracias a la confirmación de sus nombramientos hecha por Bolívar. Tam-
bién fue nombrado catedrático el doctor J osé J oaquín García, que había
sido uno de los discípulos graduados por el p adre Isla.
Se dictaron cursos de anatomía, cir ugía, patología inte1·na y fisiología.
E l doctor Manuel María Quij ano fue nombrado médico del hospital
de San Juan de Dios de Bogotá; el doct or Merizalde m édico mayor del
ejército, cargo que desempeñó durante once años.
En julio de 1820 hubo epidemia de fiebre amarilla en Mompós y
otros sitios del norte, y causó muchas víctimas. En ese año hubo también
una fuerte epidemia de sarampión, de la cual no se conservan ma yor es
datos.
En octubre el doctor Merizalde fue nombrado ca pitán, pero con fun -
ciones de médico.
El congreso de Angostura hizo fijación de los sala rios para alg unos
de los profesionales entre ellos para los cirujanos, a cada uno de los cua-
les se fijó la suma de $ 50 mensuales; a los boticari os se les a signó suel-
do de subtenientes, que era de $ 30 mensuales.
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En septiembre hubo epidemia de fiebre amarilla en la reg10n de Sa-
banalarga y una columna del ejército que se encontraba en esa región y
compuesta de 400 hombres, perdió más de la mitad de sus efectivos por
esta causa. También hubo fiebre amarilla en la zona de Santamarta, en
donde murió de esa enfermedad en el mes de diciembre el obispo de la
diócesis.
Por entonces se preparaban drogas en el Hospital de San Juan de
Dios de Bogotá, para enviarlas a los ejércitos que combatían en Venezue-
la y el médico escocés Thomas Foley se quejó desde allá de la mala calidad
de los productos, a lo que contestó Santander que ello se debía a que no
había muchos médicos que enseñaran cómo debían prepararse.
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.