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La medicina en la Nueva Granada

de 1811 a 1820
Escribe: ANDRES SORIANO LLERAS

Habiéndose suspendido la enseñanza médica en Santafé en 1810, quiso


N ariño reanudarla a l año siguiente, con el mismo cated1·ático Gil de T e-
jada que había estado ocupándose de tal actividad hasta la iniciación de
la guerra de la independencia. Para ello solicitó del clero una contribu-
ción en dinero y el cabildo eclesiástico ofreció doscientos pesos con la con-
dición de que el citado profesor fuera el encarga~o de la cátedra, pero
este no quiso aceptar y entonces se presentó como opositor el doctor Be-
nito Osorio, quien recibió el nombramiento de catedrático del Colegio Ma-
yor de Nuestra Señora del Rosario. Al año siguiente el doctor José Félix
Merizalde resolvió abrir una nueva cátedra en el Colegio Mayor y Semi-
nario de San Ba1·tolomé, siendo él el profesor. Ambas cátedras hubieron
de cerrarse a finales de 1812, como consecueFlcia de la guerra entre fede-
ralistas y centralistas .

Cuando Nariño derrotó a las fue1·zas federali stas en la batalla de


Bogotá, g1·an número de presos fue localizado en el H ospital de San Juan
de Dios.

En esa época se inició en Antioquia lo que muchos años más tarde


consideró el doctor Manuel Uribe Angel como el " lazo de unión entre el
dogmatismo empírico e ignorante de un pueblo bárbaro, y el criterio ra-
zonado y filosófico de un pueblo que se civiliza". Para Uribe Angel la
personalidad más not able de ese tiempo en la m edicina a ntioqueña fue la
de don José Nicolás de Vill~ y Tirado, quien ej erció con gran clientela
en el valle del A burrá, por m ás de cincuenta años, ha biendo dejado un
g ran recuerdo. No había hecho estudios de medicina en ninguna escuela
y dice Uribe que "atacado por un "cancroide", que amenazaba la inte-
gridad de la nariz, se sustraj o de todo contacto soci a l, se encerr ó en una
habitación de sus padres, leyó con atención los poquísimos libros que don
Casimiro poseía, emprendió su curación propia, y salió, tres años después,
no solo enteramente sano, de su dolencia, sino también doctor y perito en
el arte de curar. Por lo menos a sí lo dijo a la gente.

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Entre l os hechos que demuestran su popularidad, se cita el haber vi s-
to a l dictador Del Corral, m omposino, p orque su m édico, el fra ncés, no ha-
bía podido m ejorarlo. Llegó a ser profesor de m edicina en la extinguida
provincia de Antioquia.

Después de la m uerte del señor D el Corral, en lu gar de regresar a


Medellín, volvió directam ente a encerrarse en la casa de una propiedad
rural de la familia, distante a una legua al s ud-este de Medellín, en un
p unto denominado (tGuayabal", donde terminó s us días dedicado a m ejora r
las dolencias de la humanidad.

No veía n'lás enferm os que aquellos que iban a consultarle. A los de-
más los recetaba por informe; todo el examen clínico estaba reducido a
ver Ja orina que se llevaba, por fa lta de vasijas de v idrio, en pequeñas
calabazas, a preg-untar si había o no sarr o en la len gua, si la saliva era
escasa o abundante, s1 el paci ente estaba sedi en to, y últim amente, como
punto capit al, si tenía "causón" (fiebr e) . Con ello el diagnóstico era hecho
de repente y la receta expedida a letra vista".

Además practicaba la pequeña cirug ía de la época, consisten te en ha-


cer sangrías y extraer muelas. L as amputaciones de Jos miembros inferio-
res las h acía casi exclu sivam ente en Antioquia don J osé María Upegu i.

Uribe Angel describe de la siguiente m anera el sitio en donde recetaba


el señor de Villa y Tirado a su n um er osa clientela: (tEl edificio no estaba
circun scrito sino por sus paredes y por un corredor al frente, sin baran-
das y sin defensa alguna. El pi so de todo él era el pi so natural del terreno
sobre el cual descansaba, y eso en tal manera, que seca la gTama y pisado
el suelo por los pies de los concurrentes, habia sobrada cantidad de polvo.
Traspasada la puerta principa l, se entraba a lo que en nuestras antig uas
habitaciones era llamado sala, y a la derecha de esta sala, por una puer-
ta lateral, se entraba a una a lcoba, igualmente empolvada y paupérri ma
de mu ebles. Una ancha ventana y dos puertas daba n hastante claridad a
este gabin ete de estudi o, pero com o ni el suelo ni la ventana tuviesen cu-
bierta al guna, y com o no h ubiera bancos ni silletas, los clientes, recosta-
dos contra las paredes, en pie o en cuclillas espe1·aban pac ientemente el
turno de su despacho, sie ndo tanto en ocasiones el número de los solicitan-
tes, que no solo el sa loncito de trabajo, sino también la sala , el corredor y
loR alrededores estaban colmados por numerosos grupos.

En la alcoba había una vieja mesa . .. Enfrente de la mesa había una


silla forrada en cuero de vaca con todo el pelo, silla que servía de asiento
al escribiente, que venía por turno, pues el secretario era tomado entre
los concurrentes. En alto, sobre la cabeza del escribiente, colgado de un
clavo metido en la pared, había un cuerno de res lleno de agua hasta la
mitad, y entre ella puestas las plumas para que la ~equedad del aire no
las alterase ni rompiese. De entre esas plumas cada amanuense iba to-
mando una para escribir la fórmula dictada, sobre el pedacito de papel
que cada peti cionario tenía obligación de llevar, pues el médico no se obli-
gaba a ese gasto que, por aquellos tiempos, no dejaba ele ser impor-
tante ... ".

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El señor de Villa no cobraba honorarios "y a veces, continúa UTibe
Angel, m ontaba en cólera cuando se le pedía la cuenta. Recibía en raras
ocasiones algún regalo como manifestación de gratitud; pero entre los
obsequios de esta clase estimaba mucho más que cualquiera otra cosa, un
gallo o una gallina de raza inglesa para cría, o bien un ternero o una
nov1' 11 a. . . " .
"Una vez consultado por una sencilla campesina le decía:
- Pues bien explique usted lo que tiene.
La pobre mujer con algún embarazo respondía:
- E s una cosa aquí en el vientre y en el pecho, que como que me
sube y que como que me baja.
- Perfectam ente; haga como que pone y com o que no pone unas gotas
de nitro dulce en una pulcetilla de agua de azúcar, y después haga como
que toma y como que no toma, y quedará buena".
El señor de Villa y •r irado u saba entre su arsenal terapéutico " mal-
va, malvisco, bledos, perejil, hinojo, toronjil, gram a, espadilla, borraj a,
celaja, poleo, h ierbabuena, naranjo, quina, zarza, china, vendea gua, boton-
cillo, eneldo, etc. E stos recursos eran auxiliados por los que brindaban
otros de m ás alta jerarquía, como el nitro, el maná, el cremor, la miel
de abejas, la raicilla, la jalapa, el ruibarbo, el tártaro y el espíritu .de
nitro".
.
No demoraba mucho en hacer su diagnóstico y recetaba de inmediato.
"A todo tabar dillo administraba "frescos" en su principio y "calientes" al
fin. P or m edicina fresca se entendía todo lo que hoy es aperitivo y emo-
liente, y por medicina caliente todo lo que hoy conocemos como reconfor-
tante y tónico.
Había en eso el principio de la clara visión de que en todo movi-
miento inflamatorio se debe buscar la calma del organismo, y de qu e en
toda debilidad or gánica se debe tratar de levantar la fue1·za. E so era ya
algo; pero se chocaba con el tropiezo de que los agentes curativos eran
empleados a di estro y siniestro con poquísimo discernimiento y malísimo
criterio.
En las fieb1·es tifoideas, el señor de Villa había notado que una de
ellas a sumía forma lenta, con altos y bajos, con veleidades diarias de gra-
vedad y m ejoría, y a esta dio en llamar "la fullerita", calificación un poco
pintoresca, pero de errónea etimología, por cuanto la fiebre no hace ni
puede hacer trampas al juego, que sería en rigor el verdadero sentido de
la palabra ...
Del rico acopio de hierbas de que podía disponer hacía uso y abuso
en gTande y prodigiosa escala. Algunas de sus fórmulas tenían como in-
gredientes indispensables hasta veinte plantas distintas, por manera que,
llegado el papel a casa de los dolientes, necesario era que una falange de
comisionados anduviese por huertas y jardines, por prados y rastrojos, por
bosques y colinas, por cerr os y breñas; este en busca de la aristoloquia,
aquel de la cascarela y el otro en indagación de la zarzaparrilla.

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Al paso que sucedía lo anterior, el cuerpo de domésticos quedaba ínte-
gramente ocupado en la preparación de las medicinas . Multitud de vasi-
jas eran puestas en la lumbre. Aquí clarificaban suero, allí preparaban
almíbar, allá hervían una tiza na, acullá sazonaban un caldo y m ás allá
confeccionaban un clisterio. Todo era m ovimiento y actividad, todo ocu-
pación y lid ia , todo laboriosida d y fatiga; y en cuanto al infeliz enferm o,
su suerte era desastrosa: apósi tos por cent enares , emplastos p or decenas,
f ricciones, unturas, lava tivas, vomitivos, purgantes y sobre todo bebidas
en cantidades monstruosas, y tan complicada esta polifarmacia, que los
dolientes daban con frecuencia en terminar sus penas bajo la siniestra
influencia de la hidropesía.
Fatigado por la práctica, como todo médico a nciano, pero si n di smi-
n uír la multiplicidad de sus drogas, nuestro doctor había terminado por
uniformar su s prescripciones y por no cambiarl as ni modificarlas sin o en
oca siones que él miraba com o solemnes".
P or la misma época ejercían en Antioquia los dos hermanos del señor
de Villa, que eran don Francisco y muy probablemente don Lucio, que
era sacerdote, don Juan de Carrasquilla en Ríonegro, don Joaquín Tirado,
el doctor Pantaleón de Arango, que era abogado y don José María Lalin-
de; y com o curanderas famosas doña Carmen Peñ a y doña Bárbara V élez.
El dictador Juan del Corral dictó en 1813 una disposición sobre ex-
terminio de perros, en vista de la propagación de la hidrofobia en ellos.
Fue la primera medida que para controlar el problema de la rabi a, se
tom ó en el país .
En 1814 hubo epidemia de tos ferina en Bogotá y por entonces se
reanudaron los estudios de medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Se-
ñora del Rosario y en el Seminario de San Bartolomé, con los mi smos
profesores que h abían dictado esos cursos en dichos colegios, pero al poco
tiempo la cátedra del doctor Osorio tuvo que ser suspendida por razones
políticas, mientra s que la del doctor Merizalde se con servó un poco m ás,
al parecer hasta 1816.
En 1815 hubo epidemia de viruela en di stintas regiones del t erritorio
ele la Nueva Gr anada. El ejército español que sitiaba a Cartagena, lo
mismo q ue los sitiados, fueron ademá s víctimas de fiebres, disenterías y
lepra. La viruela llegó a Bogotá con las tropas española s provenientes de
la costa atlántica y don Antonio María Ca sano, gobernador entonces de
la capi ta l, "de acuerdo con los consejos de L orenzo Bandini y F ernández
de la Reguera, m édicos del ejérci to expedicionario, dictó providencias de
sanidad y remitió fl uído vacuno a diversas partes del país". (Ibáñez).
Además fue necesario fundar hospitales destinados exclusivamente a los
vi rolen tos.
La enseñanza de medicina en Bogotá se su spend ió defi nitivamente
cuando la entl·ada de Morillo y la situación de t odos los m édicos del país
se hizo muy difícil: algunos fueron desterrados, otros apresados y la ma-
yoría obligados a prestar servicios gratuitos a los hospitales, entre estos
últimos los doctores Manuel María Quijano, quien los prestaba en calidad
de preso y J osé J. García, Merizalde, J osé C. Zapata y Santos González,

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con nombramientos de cil·ugía médka; Benito Osorio con nombramiento de
ayudante de medicina y Domingo Hernández, con nombramiento de ayu-
dante de farmacia.

Entre los p1·esos r ecluídos en el hospital de San Juan de Dios de Bo-


gotá, estuvo el teni ente José H ilario López, a quien ayudó mucho el doc-
tor Quijano; L ópez estaba en la sala de febricitantes y el doctor Quijano
ordenó que le exprimieran en la boca, de cuando en cuando, naranjas
d ulces y se le dieran piñas y ciruelas, lo que ejecutaba una sirvient a de
una tía del preso, quien entraba al hospital ayudada por fray Agustín
Uscátegui, quien, además de sus funciones de religioso, actuaba como mé-
dico. López duró mes y medio enfermo, víctima de una fiebre tifoidea.

En el H ospital Militar de Bogotá "quedaron empleados el doctor


Lasso de la Vega y como practicantes l os señores Lui s Lozano Moya y
Rafael Mendoza". (lbáñez) . Otros médicos, en fin, a pesar de sus sim-
patías por la independencia, fueron obligados a prestar servicios en los
ejércitos del rey; tal fue el caso del doctor Juan Gualberto Gutiérrez.

Algunos hospitales fueron destinados parcialmente a cárceles, entre


ellos el de San Juan de Dios de Bogotá, en el cual trabajaba como mé-
dico el hermano Pedro Agustín Silva. La botica era atendida por fray
Domingo Lezaca.

El gobernador de Antioquia, Sánchez de Lima, dictó en 1816 una


disposición sobre destrucción de perros, con el fin · de controlar la rabia,
que seguía siendo un problema entre esos animales, pero sin que se hubie-
ra conocido ningú n caso humano.

En 1816 el doctor Pablo Fernández de la Reguera, químico y botica-


r io mayor del ejército expedicionario, y para final es de ese año inspector
de los h ospitales, tuvo la idea de fundar la '"Real Academia de Nuestro
Monarca el Señor don Fernando VII y de Nuestra Señora D ~ I sabel Fran-
ci sca de Braganza". Martínez Briceño y Hernánd ez de Alba transcriben
al respecto lo siguiente: "Para cumplir en debida forma con el encargo
que vuestra señoría se ha servido conferirme fecha 7 del presente, he dis-
puesto entre varias cosas a beneficio de la humanidad en general, que los
facultativos, tanto Regulares como Seculares, destinados a los Hospitales
Militares de San Fernando, San Juan de Dios, Convalescencia, Huerta
de Jaime y cárceles de la referida Plaza, se reúna n en la casa del señor
Intendente de la R eal Hacienda don Martín de Urdaneta, los jueves del
inmediato año de 1817, y que no sean festivos, desde las 9 hasta las 12
de la mañana y de 4 a 7 de la noche, con objeto de conferenciar de
los dif erentes ramos que abrazan a las Facultades científicas de Medici-
na, Cirugía, Farmacia y Química, para que por tan precioso m ed io se
per feccionen en el modo posible de los conocimientos de todos los indivi-
duos que componen la R eal Academia Médico-quirúrgica, y Farmacéutico
química, quienes disertarán en el próximo mes de febrero públicamente en
la forma que se expresa y ejecutaron en el pasado mes de enero según lo
ofrecido en el plan respectivo, y esperan que el público instruído, por ser
el objeto tan sagrado, les favorezca con sus luces y asistencia".

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Los primeros integrantes de la academi a fueron F'c1·nández de la
Reguera como director de ella, Vicente Gil de Tejada como censor, J osé
Joaquín García como primer secretario, Crisóstomo Zapata como segundo
secretario, Benito de Os01·io como contador, Antoni o Gonaez como tesore-
ro, los doctores Merizalde, Santos González y Manu el Moya; los señores
J ulián Torres y Domingo Herrera; los padres de San Juan de Dios Ma-
nuel Lorenzo Amaya, Mariano Barroeta, J osé Antonio Bohórquez, Ag us-
tín Silva y Agu stí n U scátegui y los bachilleres Juan Gua lberto Gutiérr ez
y Francisco Trespalacios.
Fue esta la primera sociedad científica de orden médico organizada
en el país y prestó valiosos servicios al cohesionar a los médi cos gradua-
dos y no graduados de la capital y al establecer entre ellos un i mpor-
tante cambio de conocimientos para el mejor desempeño de sus funciones
profesionales.

I~ nA niioquia don P antaleón A rango elaboró el decreto que fu e san-


cionado por el gobernador V icent e Sánchez de Lima, el 10 de junio de
1816, en virtud del cual el cabildo de Medellín se hacía cargo del virus
de la vacuna e imponía la vacunación obligatoria, además del aislamiento
de los virolentos en sitios especiales.

Un documento fechado en diciembre de 1817 y titulado " La Junta del


H ospital de S. Lázaro", dice que la lepra no es hereditaria y que en
consecuencia no se justifica el que se deje a los hij os de los leprosos e n
el hospital hasta la edad de cinco años, como se venía haciendo, pues du-
rante ese tiempo pod rían adquirir la enfermedad, especialmente en el caso
de que fueran cr iados por las madres.

Para 1818 los empleados del H ospital de San Lázaro de Cartagena


eran un administrador con su eldo anual de $ 1.200; un primer con tralor
con $ 360 ; un segundo contralor con $ 180; un cirujano con $ 480; un
practicante con $ 180; un a guador con $ 120; un patrón con $ 180; dos
marin os con $ 96 cada uno; un capellán con $ 90 y un sacri stán con $ 72.

En relación con la situación médica del ejército libertador en la


campaña de 1819 que culminó en Boyacá, Fortique trae la sigui ente cita
de un leg·ionario autor de la obra Campai gns and Cruises ·in V enezuela
f'rom 1827 to 188 0 : " La fatiga y el frío, sumados a l débil estado en que
los hom bres se encontraba n por la falta de a limentación, empezó a h acer
sentir sus efectos. Les entraba una especie de modorra y se recostaban
sin caminar; esta modor ra en muchos casos era la precursora de la muer-
te. En vano los oficiales nos esforzábamos por levantarlos; aquellos que
estaban tumbados pronto se ponían lívidos y morían en medio de un in-
sensi ble estupor, como si hubieran sido derribados por la apoplejía. La
intensa rarif icación del aire posiblemente contri buía para que se llegara
al falta! desenlace. En aquellas alturas a cada in spiración parecía que los
pulmones n o se expan dí an suficientemente, produciéndose entonces u na
sen sación asmáti ca , acompañada de palpitaciones cardíacas". Y O'Leary
a su turno, dice: " Lloví a día y noche incesantemente, y el frío aumen-
taba en proporción del ascenso. El agua fría a que no estaban acostum -
bradas las tropas, produjo en ellas la diarrea". Y más adelante: "El efec-

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to del aire frío y penetrante fue fatal para muchos soldados; en la m ar-
cha caían repentinamente enfe1·mos muchos de ellos y expiraban a los po-
cos minutos. La flagelación se empleó con buen éxito en algunos casos
para reanimar a los "emparamados". . . Las tropas estaban sin vestidos,
los hospitales llenos y el enemigo se encontraba a pocas jornadas". Al lle-
gar a la población de Socha se organizó un hospital de emergencia para
atender a los enfermos más necesitados de ayuda médica. Después de la
batalla de Boyacá, Bolívar ordenó que en Tunja se organizara un hospi-
tal militar.
El ejército patriota tenía varios médicos, especialmente de la Legión
Británica, como el doctor Thomas Foley que asistió a la batalla del Pan-
tano de Vargas, al terminarse la cual, y previa consulta con sus colegas ,
procedió a hacer la amputación de un brazo destrozad o por una bala, Rl
coronel J ames Rook e.
Los españoles, por el contrario, disponían de muy pocos facultativos
pues solamente los acompañaban don José Fernández de Boceda, como
cirujano mayor y don Domingo Acosta como cirujano del 3Q de Numan-
cia. Ante el avance de los patriotas Barreiro pidió al gobierno de San-
tafé que le enviaran a l doctor Merizalde como cirujano del batallón Tam-
bo; además los sargentos J osé Lorenzo Rodríguez y Ramón Ca1·dozo, fue-
ron nombrados practicantes de cirugía.
Al terminarse la campaña Merizalde fue nombrado in spect or genera l
de h ospitales.
El 22 de octubre Bolívar firm ó en Angostura el decreto que creaba
el cargo de director general de hospitales de la Nueva Granada y l'lom-
bró para desempeñarlo al doctor J ohn R oberton, cirujano escocés.
A f ines de 1819 se reiniciaron las dos cátedras de medicina en la ca-
pital, con los mismos catedráticos que las habían regentado años a trás,
gracias a la confirmación de sus nombramientos hecha por Bolívar. Tam-
bién fue nombrado catedrático el doctor J osé J oaquín García, que había
sido uno de los discípulos graduados por el p adre Isla.
Se dictaron cursos de anatomía, cir ugía, patología inte1·na y fisiología.
E l doctor Manuel María Quij ano fue nombrado médico del hospital
de San Juan de Dios de Bogotá; el doct or Merizalde m édico mayor del
ejército, cargo que desempeñó durante once años.
En julio de 1820 hubo epidemia de fiebre amarilla en Mompós y
otros sitios del norte, y causó muchas víctimas. En ese año hubo también
una fuerte epidemia de sarampión, de la cual no se conservan ma yor es
datos.
En octubre el doctor Merizalde fue nombrado ca pitán, pero con fun -
ciones de médico.
El congreso de Angostura hizo fijación de los sala rios para alg unos
de los profesionales entre ellos para los cirujanos, a cada uno de los cua-
les se fijó la suma de $ 50 mensuales; a los boticari os se les a signó suel-
do de subtenientes, que era de $ 30 mensuales.

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En septiembre hubo epidemia de fiebre amarilla en la reg10n de Sa-
banalarga y una columna del ejército que se encontraba en esa región y
compuesta de 400 hombres, perdió más de la mitad de sus efectivos por
esta causa. También hubo fiebre amarilla en la zona de Santamarta, en
donde murió de esa enfermedad en el mes de diciembre el obispo de la
diócesis.
Por entonces se preparaban drogas en el Hospital de San Juan de
Dios de Bogotá, para enviarlas a los ejércitos que combatían en Venezue-
la y el médico escocés Thomas Foley se quejó desde allá de la mala calidad
de los productos, a lo que contestó Santander que ello se debía a que no
había muchos médicos que enseñaran cómo debían prepararse.

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