Monologo Alex-Smiley
Monologo Alex-Smiley
Monologo Alex-Smiley
Acto
seguido coge el fijo y marca un número que consulta en el móvil. Le salta el contestador.
ÁLEX
Ya lo ves, al final he decidido llamarte.
Tanto rato decidiendo si hacerlo o no, para que al final me salte el buzón de voz.
Hace una semana que no sé nada de ti y he pensado... mira, llama.
No debe haber visto mis mails.
O los mensajes de Facebook.
O los de Twitter.
Sé que tienes mucho trabajo, y que no puedes estar por todas estas cosas.
A veces me olvido que no todo el mundo está pendiente del celular como yo, que recibo un mail y lo veo
enseguida .
Yo soy así, pero supongo que tú no. Debes ser de aquellos que abre el gmail y tiene 340 mensajes sin leer.
Que lo respeto, ¿eh? Cada uno es como es
Por eso te he mandado los whatsapps.
Y esos sí los has leído, porque por más que hayas ocultado aquello de “última hora en línea” tienes
palomita azul en todos los mensajes.
En los veintitrés.
Es decir que los has leído seguro.
Y aún así, no me dices nada.
Y se me hace raro,. Quiero decir que las últimas semanas no ha sido así, ¿verdad?
Yo te mandaba un mensaje en Facebook y al cabo de nada ya estábamos los dos en el chat por horas.
Claro que siempre era por la noche, y supongo que entonces no tenías tanto trabajo.
O con el whatsapp. Me hacía gracia cuando me mandabas una foto y me hacías adivinar donde estabas.
Yo te hacía preguntas y tú sólo podías responder sí o no.
En los lavabos del Museo de Arqueología. En el claustro de la catedral.
Nos podíamos tirar una hora con el juego. Y yo encantado de la vida.
A ti no te hacía falta nada más que decir sí o no para tenerme enganchado.
Sobre todo con la última pregunta, cuando finalmente acertaba donde estabas y yo te preguntaba: ¿quieres
que vaya? …Y tú siempre respondías que sí.
...
Recuerdo el día que me mandaste la pared blanca. Una pared cualquiera, sin ninguna otra pista. Y tú me
preguntaste “dónde estoy”. Y yo, sin dudarlo, escribí “en tu casa”. Y lo acerté. A la primera. Había
reconocido la pared de tu habitación y tú me respondiste: “esto es magia”.
Esto es magia, me dijiste.
Y pasamos nuestra primera noche juntos.
Al día siguiente me habías preparado el desayuno. Y yo me comí el muffin con mermelada (yo, que no
como nada con azúcar y soy más de tostadas), porque no quería romper la magia que todavía estaba ahí.
A pesar de no haber dormido, a pesar de las legañas y la cara hinchada, a pesar del café soluble que usas,
aún así, la magia seguía ahí, y yo no quería arruinarlo diciendo que prefiero desayunar salado.
Y recuerdo que pensé en todas las cosas que podías haber dicho entonces, en todas las cosas que todos
hemos hecho al día siguiente cuando no queremos que alguien se quede.
“Si quieres puedes tomarte el café en el bar de abajo”.
“Tengo una comida familiar y tengo de ordenar el depa”.
Todo lo que habías decidido no hacer, de repente era más importante que los muffins con mermelada. Y
mientras me los comía intentando disimular la cara de asco pensaba: “esto es magia”.
...
También recuerdo perfectamente el primer mensaje que no me respondiste. La gente normalmente
recuerda el último, o el más importante, o vete a saber.
Yo recuerdo la primera vez que recibí el silencio como respuesta.
El mensaje era muy sencillo: dos puntos, paréntesis cerrado.
Un smiley.
Una sonrisa.
Te lo mandé desde la puerta de tu casa, una mañana después de pasar la noche juntos, antes de volver al
mundo exterior.
Con un emoticono te decía gracias por otra noche perfecta, te decía que quería repetir mañana mismo, te
decía que ya te echaba de menos, que después de mucho tiempo había encontrado a alguien con quien
encajaba, con quién podía reír, con quien no me da vergüenza llorar en el cine, con quien me siento sexy,
gracioso, inteligente, a alguien que tiene ganas de ver fotos mías de cuando tenía ocho años, y reír, y decir
“has mejorado con el tiempo”, y pensar “esto también me lo dirá en cinco años, en diez, en veinte”. Todo
esto te decía con dos puntos, un guión y un paréntesis cerrado.
Te lo mandé y salí a la calle. Llovía y no llevaba paraguas, pero no me importaba. Sólo pensaba en tu
respuesta.
El teclado de tu iPhone te ofrece combinaciones infinitas de caracteres para decir una sola cosa: “sí, yo
siento lo mismo que tú”.
Pero llegué al metro, y nada.
Y cuando salí del tren, tampoco.
Ni cuando llegué a casa.
Y de eso ya hace una semana.
...
Evidentemente, primero no me preocupé. Pero iban pasando los días... y claro, ¿qué iba a pensar? Lo más
lógico: que habías tenido un accidente grave. De repente visualizaba una escena horrible con tu moto
destrozada por un camión y tu cuerpo desangrándose en la calle
Por eso te escribí el primer mail. simple. Conciso. Nada amenazante. “Hey, ¿estás bien?”.
Pero yo no quería preguntarte si estabas bien. Yo ya sabía que estabas bien, que estabas perfectamente,
porque justo antes habías actualizado tu estatus de Facebook y te habías hecho amigo de un tal José
Acuña que sale sin camiseta en su foto de perfil.
Y claro, no me respondiste.
Ni a ese mensaje ni a ningún otro.
Y yo no sé por qué coño te llamo, si veintitrés silencios son una respuesta como una casa. Asumámoslo.
Y lo peor... ¿sabes qué es? Que en un tiempo nos encontraremos por la calle, o en un bar, o en el
gimnasio, y se supone que te tendré que hacer buena cara. Y te la haré, porque no querré parecer
rencoroso, y tú me saludarás con un piquito, y me contarás que te vas a Sydney de vacaciones, y me
hablarás como si fuera uno de tus amiguitos de la puta clase de spinning, y me saldrás con el rollo de
quiero que seamos amigos, que prefiero tenerte para siempre en mi vida y no estropearlo con una relación
que se acabará un día u otro y toda esa mierda que te inventas para tener una excusa de meterte con un
tipo, y a otro, y a otro, y a otro, y para después lamentarte de porque no encontráis al hombre ideal, lo del
hombre ideal no lo sé, pero a un hombre que podía quererte lo tenías aquí delante y lo has tratado como
una mierda porque el muy imbécil se creyó por unos momentos que sí, que todo esto realmente era
magia!
...
Porque yo me lo creí. Quería creerlo por más que tú y la gente como tú se empeñe en que deje de creerlo.
Y eso... eso es lo que no te perdono. No, no te lo perdono. O sea que por mí te puedes ir a tomar por culo,
tú, tu iPhone, tu magia y tus putas madalenas con mermelada que no hay quién se trague, desgraciado!