El Apaciguamiento Británico A Hitler Entre 1933 y 1939
El Apaciguamiento Británico A Hitler Entre 1933 y 1939
El Apaciguamiento Británico A Hitler Entre 1933 y 1939
Grado en Relaciones
Internacionales
El apaciguamiento
británico a Hitler
entre 1933 y 1939
Causas de la política aplicada por
Reino Unido ante el expansionismo
de la Alemania nazi
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RESUMEN
El apaciguamiento de las potencias democráticas europeas a Hitler fue el proceso
mediante por el cual estas fueron permitiendo a Alemania sus objetivos expansionistas
entre el año 1933 y 1939. Tanto por la naturaleza del régimen nazi como por conducir al
mayor conflicto de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial, el
apaciguamiento a Hitler resulta para muchos incomprensible hoy en día.
Este trabajo busca explicar las causas que condujeron a Reino Unido en particular a
optar inequívocamente por el apaciguamiento frente a Hitler, y razonar en qué medida
dichas causas validan esa decisión.
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DEDICATORIA
Me gustaría hacer uso de este espacio en el que ha sido el trabajo de investigación más
complejo de mi vida y con el que culmino una de las etapas de la vida para agradecer
sinceramente a todos aquellos que me han apoyado para que me haya sido posible llegar
hasta aquí.
En primer lugar, quiero agradecer a mis padres todo lo que han hecho por mí y que no
soy capaz de poder encapsular en esta dedicatoria. Su amor incondicional y todo lo que
han hecho para facilitar mi desarrollo ha sido condición necesaria de logros como este.
A mi hermana Marita por quererme tanto y por siempre confiar en mí. Es para mí un
orgullo haber seguido tus pasos en ADE. Y a mi tía, que se ha interesado más que nadie
en que acabara este trabajo y del resto de mi familia a quienes les agradezco su cariño.
A los amigos de siempre que han tenido que aguantarme en los peores momentos y con
los que pretendo seguir disfrutando de los buenos que nos deparan: Álvaro, Antonio,
Fernando, Ignacio, Javier, Jorge, Marco, Nacho, Pablo y Pedro.
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1. INTRODUCCIÓN
Desde nuestra perspectiva contemporánea es complicado entender la estrategia
apaciguadora que el Reino Unido adoptó para con la Alemania de Hitler, a la postre
retratada como uno de los peores regímenes totalitarios de la historia, que además buscó
la proyección exterior mediante una agresiva política de expansión. El presente trabajo
busca investigar las distintas causas que contribuyeron a esta estrategia hoy
generalmente considerada un grave error y comprobar en qué medida cada una de ellas
justifica la adopción de esta posición.
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Posteriormente, se detalla cronológicamente la evolución de la política expansionista
exterior alemana de los años 30, y la respuesta que esta fue teniendo por la comunidad
internacional en general y por Reino Unido en particular. Reconociendo la importancia
de los antecedentes, el trabajo recorre el período comprendido entre 1919 y 1939, pero
se centra en los hechos acaecidos a partir de 1933, por ser el período esencial de
expansionismo alemán y contestación apaciguadora británica.
Después, se agrupan en una serie de causas principales muchos de los elementos que
empujaron a la clase política británica y fundamentalmente al primer ministro Neville
Chamberlain a adoptar sin ambages una política de apaciguamiento con Alemania. Cabe
apuntar que, por la severa complejidad de toda decisión relacionada con la gestión de un
posible conflicto internacional entre las mayores potencias de la época, elaborar una
lista exhaustiva que abarque todos los condicionantes del apaciguamiento y las
múltiples formas de analizarlo es imposible. Esta ha sido una de las dificultades de este
trabajo, en el cual ha sido fundamental discernir y priorizar algunos elementos sobre
otros. El impacto social de la Primera Guerra Mundial, la interpretación sobre los
objetivos de Hitler, el cálculo militar y la preservación del imperio, entre otras
cuestiones, serán objeto de análisis.
Es importante volver a remarcar que este trabajo no busca dar una respuesta a la
pregunta de si el apaciguamiento fue o no una estrategia acertada, habitualmente
vinculada a la noción de que podría haber potencialmente permitido a las potencias
aliadas ganar tiempo en su rearme. En lugar de ello, se parte de la base de que la política
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fue un fracaso, en el sentido incuestionable de que falló en el objetivo primordial de
evitar un gran conflicto a nivel internacional y lo que se trata de dirimir es hasta qué
punto la adopción de dicha estrategia estaba justificada en función de la información de
la cual los líderes políticos británicos disponían al tomar sus decisiones. Evidentemente
esto no es ápice a que la creencia por parte de los gobernantes británicos de que la
política apaciguadora pudiera ser beneficiosa sí pueda suponer una validación de las
causas de su actuación.
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2. METODOLOGÍA
La metodología seguida para la realización del trabajo ha consistido en la lectura de una
multitud de fuentes relevantes que han explorado con anterioridad el apaciguamiento
británico a Hitler y más en general el período de entreguerras y la escalada de tensión
que terminó culminando en la Segunda Guerra Mundial. De manera muy mayoritaria las
fuentes utilizadas han sido secundarias, pues estas ya sintetizan de manera mucho más
eficiente de lo que sería posible para un TFG las propias fuentes primarias de los años
30 del pasado siglo.
Por ser un tema ampliamente estudiado y haber sido objeto de diversos cambios en sus
corrientes de pensamiento principales es necesario y se procede a realizar en este
apartado metodológico un repaso a la historiografía del apaciguamiento, para poder así
sentar el marco teórico en el que se sustenta este trabajo. Por último, se procederá a
comentar las principales fuentes utilizadas para la elaboración del mismo.
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Múnich es considerada el gran hito del despropósito apaciguador y a Hitler como el
gran vencedor de esta (Record, 2005).
Desde 1940 y en los primeros años de la posguerra, el dominio del campo fue para las
tesis que ponían el énfasis en la culpabilidad de un grupo de políticos británicos,
encabezados por el primer ministro Neville Chamberlain, cuya supuestamente torpe y
negligente gestión fue clave en la fracasada política de apaciguamiento. La obra Guilty
Men, de los periodistas Michael Foot, Frank Owen y Peter Howard, publicada tan
pronto como julio de 1940, en pleno inicio de la guerra, ha servido como obra referencia
de esta corriente de pensamiento (Aster, 2008, pág. 445). Si bien se escribió en pleno
hervor de los hechos, con poca estructura y con una clara intención de atacar a políticos
aún en activo o justo retirados, el libro fue un éxito. Independientemente de su calidad,
el valor de Guilty Men está en haber fijado desde el principio una posición clara sobre
lo que sucedió en la década anterior y en haber creado una fuerte corriente de opinión en
favor de sus argumentos. El libro se enmarcaba además en un contexto histórico en el
que era mucho más conveniente para el esfuerzo bélico la noción de que Gran Bretaña
hubiera sido capaz de plantar cara a Alemania mucho antes y con efectividad y que la
decisión de unos hombres lo impidiera frente a la admisión de que el país estuviera
genuinamente incapacitado para detener a Hitler (Finney, 2000, pág. 2).
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Los defensores de esta corriente consideran que una estrategia de rearmamento y de
fuerza para mantener los equilibrios podría haber disuadido a Hitler, o en el caso de no
hacerlo, exponerle como un temerario ante sus propios militares y colaboradores,
alentando un posible cambio de régimen. Incluso aquellos que consideran que ante
Hitler la disuasión era inútil y la guerra inevitable defienden que un comportamiento de
firmeza de las democracias occidentales hubiera resultado en una guerra anterior, más
reducida y local que la catástrofe bélica que acabó siendo la Segunda Guerra Mundial
(Ripsman & Levy, 2008, pág. 149). La interpretación condenatoria tradicional dominó
completamente la discusión en los años 40 y 50, cuando la experiencia de la propia
guerra y las conclusiones de los posteriores juicios de Núremberg confirmaban la
extensión, premeditación y maldad de los planes del régimen nazi para librar una guerra
total (Finney, 2000, pág. 2).
Sin embargo, a partir de la década de los 60, con la controvertida publicación de A.J.P.
Taylor The Origins of Second World War emerge con fuerza el revisionismo del
fenómeno, aunque su obra contaba con elementos incoherentes con los de una postura
netamente revisionista (Beck, 1989, pág. 165). Si bien cuestionaba que fuera posible
conocer con exactitud los planes de Hitler y reconocía la importancia de las limitaciones
estructurales, el propio autor había sido contrario al apaciguamiento y todavía
consideraba su posición acertada por haberse cimentado esta política en “ceguera y
dudas morales” (Finney, 2000, pág. 3). Sea como fuere, Taylor y su obra supusieron el
primer cuestionamiento de la muy establecida posición ortodoxa y el inicio de un
período de revisión.
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enfrentamiento entre tesis centradas en las decisiones tomadas y políticas aplicadas por
una serie de personas como principalmente responsables y otras defensoras del
determinismo y estructuralismo: poco podrían haber hecho los actores clave ante las
restricciones presentadas por el contexto tanto doméstico británico como internacional,
y el apaciguamiento era la única respuesta posible, sin alternativa real (Aster, 2008, pág.
444).
En los años 90, entró en escena la corriente contrarrevisionista, que huyendo del juicio
personal que la doctrina ortodoxa había sostenido, vuelve a criticar las acciones de
Chamberlain y los apacigadores. Liderada por la obra de 1993 de R. A. C. Parker,
Chamberlain and Appeasement, esta tendencia acepta parcialmente el determinismo
estructuralista, pero mantiene que los actores implicados podrían haber aplicado
mejores soluciones o gestionado mejor la situación (Beck, 1989, pág. 168). Parker
introduce una nueva variable que es la de distinguir entre el apaciguamiento amplio
llevado a cabo durante la década y la “variante Chamberlain”, considerando esta última
más nociva (Finney, 2000, pág. 7). El estudio del apaciguamiento de los años 30 ha sido
extenso a lo largo de las décadas y parece tener ante sí todavía bastante futuro (Aster,
2008, pág. 469). La aparición todavía frecuente de obras que afrontan directamente el
tema como la de Tim Bouviere, Appeasing Hitler. Chamberlain, Churchill and the
Road to War, tan recientemente como en 2019 apuntan efectivamente en la dirección de
que el estudio y debate sobre el apaciguamiento no se ha agotado todavía.
Como en todo análisis historiográfico y más en particular en uno relativo a un tema tan
estudiado y con tanta vinculación con decisiones de política internacional actual, existe
debate incluso sobre la propia historiografía. Aster (2008, p.443) critica la proyección
linear de ortodoxia, revisionismo, contrarrevisionismo por simplificar en exceso,
mientras que Finney (2000) advierte durante todo su artículo del vínculo entre las
tendencias historiográficas y la identidad nacional británica en cada determinado
momento. En cualquier caso, lo esencial es comprender la evolución general de la
cuestión que este trabajo pretende abordar.
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que defiende que las circunstancias aplicables en el momento del apaciguamiento
impedían una solución distinta o que pudiera haber sido plausiblemente considerada
mejor y que por tanto exculpa a Chamberlain y el resto de apaciguadores; y la de la
agencia, es decir la que considera que una gestión distinta por parte del gobierno
británico hubiera podido conducir a una solución sustancialmente mejor al conocido
advenimiento de la Segunda Guerra Mundial.
Los estructuralistas apelan a las complejas circunstancias en las cuales los británicos
tuvieron que tomar decisiones, con multitud de factores a tener en cuenta. Estos,
sostienen, son frecuentemente ignorados en los análisis de los detractores que
convierten la adopción o no de una política de apaciguamiento en cualquier caso en una
simple decisión entre el mal y el bien. Además, estos pensadores denuncian el efecto de
la falacia del historiador en el análisis de las decisiones del apaciguamiento, es decir,
que desde el prisma actual el apaciguamiento se ve como la condición que condujo a la
Segunda Guerra Mundial y no como una estrategia que se aplicaba en tiempos de paz
para preservar la paz (Record, 2005, pág. v).
Los autores de esta corriente retiran en gran parte la culpa de los líderes de las
democracias europeas, encabezadas por el Reino Unido, apelando a la imposibilidad de
lograr una paz duradera planteada por la situación y en particular por el enemigo.
Defienden esencialmente que Hitler no pudo ser apaciguado porque era inapaciguable.
Hitler no pretendía encontrar acomodo o mejorar la posición alemana dentro del sistema
de equilibrios de poder europeo, sino que su objetivo, que “desbordaba con mucho la
mera revisión del Tratado de Versalles” y era en última instancia “la conquista del
mundo” (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 388) requería necesariamente del
desmantelamiento frontal de dicho sistema. El dictador nazi buscaba la guerra de
manera inequívoca porque necesitaba la guerra para poder lograr sus objetivos. Por
tanto, estos autores postulan que la guerra no podía ser evitada si Hitler permanecía,
como así hizo, al frente del gobierno alemán (Record, 2005, pág. v).
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Bouviere (2019), estas tesis en su forma original parecen esencialmente reprobadas,
pues son numerosos los documentos oficiales y privados que descartan sus premisas.
El punto de partida inicial fue la lectura completa del libro de Tim Bouviere, Appeasing
Hitler. Chamberlain, Churchill and the Road to War. Esta obra permite tener una
imagen bastante completa de todo el período del apaciguamiento desde la perspectiva
británica y en particular de su clase gobernante en aquel momento. Además de permitir
aproximar el tema en un inicio, la obra realiza un recorrido cronológico completo y
contiene numerosas referencias a documentos originales. Los otros libros completos
utilizados han sido The Dark Valley: A Panorama of the 1930s de Piers Brendon y The
Road to War: The Origins of World War II de Richard Overy y con la participación de
Andrew Wheatcroft, lecturas imprescindibles que terminan de redondear una visión
completa de todo el proceso de escalada bélica.
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y otras que se han planteado de forma distinta.
Cabe mencionar además el uso del libro coordinado por Pereira, Historia de las
relaciones internacionales contemporáneas. Aunque el libro es de naturaleza general
para la disciplina de Relaciones Internacionales, los capítulos de Martínez Lillo,
Miralles, Neila Hernández y, sobre todo, Eiroa San Francisco, han sido fundamentales
para comprender el contexto histórico en el que se desarrollan los hechos y para
discernir la importancia de los mismos.
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3. DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS
Antes de entrar a considerar y analizar las distintas causas y la medida en que estás
podrían haber justificado la política de apaciguamiento conviene exponer los principales
hitos del expansionismo alemán y de la respuesta británica al mismo.
Gran parte de los esfuerzos internacionales en los años 20 buscaron corregir los defectos
principales de Versalles, pero en lo esencial este siguió imperando (Bouviere, 2019,
15
pág. 13). El punto álgido de la esperanza pacifista y del sistema de seguridad colectiva
tuvo lugar con la firma del Tratado de Locarno, que incluyó a Alemania en la toma de
decisiones, aceptando esta sus fronteras a cambio, principalmente, de entrar en la
Sociedad de Naciones y de la desmilitarización por parte de los aliados de la zona de
ocupación impuesta por Versalles cerca de Colonia (Martínez Lillo, 2009, pág. 357).
No obstante, los cimientos de la paz eran frágiles y a partir de 1929, con el hundimiento
de la bolsa de Nueva York y la consiguiente catástrofe económica el sistema comenzó a
deteriorarse y el propio entramado institucional mostró su incapacidad de lidiar con la
primera gran crisis internacional: la ocupación japonesa de la región China de
Manchuria (Martínez Lillo, 2009, pág. 361).
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para obrar maliciosamente” (The National Archives, 1933, pág. 10). Ya en mayo de
1933, Simon tenía el convencimiento de que Hitler preparaba un rearme ilegal para la
captura de territorios perdidos tras la Primera Guerra Mundial y llegó a recomendar al
gobierno planificar un escenario de guerra preventiva iniciada por Francia y otro, si
Hitler y sus postulados lograban avanzar, para una guerra de ámbito europeo en cuatro o
cinco años (Ripsman & Levy, 2008, pág. 160).
La política británica en este primer período buscaba atar a Alemania dentro de un marco
internacional de desarme en el cuál Francia les permitiese algunas concesiones
controladas. No obstante, el gobierno británico no buscaba que estas concesiones fueran
excesivas ni supusieran un peligro real para Francia y envió numerosos avisos al
gobierno alemán en relación con violaciones unilaterales cometidas por este contra
cláusulas de desarme contempladas en los Tratados de Versalles y de Locarno. El Reino
Unido empezó a buscar ya en este momento mantener una buena relación con la Italia
de Mussolini para alejarla en lo posible de Hitler (Ripsman & Levy, 2008, pág. 161).
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En marzo de 1935, Hitler decretó el refuerzo de las fuerzas armadas alemanas, en
violación flagrante del Tratado de Versalles, provocando una respuesta en serie a nivel
internacional. Por un lado, las otras tres grandes potencias europeas occidentales: Reino
Unido, Francia, y notablemente, Italia, se opusieron en abril al rearme alemán y se
comprometieron con el Tratado de Locarno, formando el denominado Frente de Stresa
(Eiroa San Francisco, 2009, pág. 392). Por otro lado, en mayo Francia y la Unión
Soviética consumaron un acuerdo para reforzar la asistencia mutua en caso de agresión.
Pese a ser originalmente ambicioso, el asesinato del ministro de exteriores francés
Barhout, promotor del acuerdo, desembocó en la conclusión de un acuerdo más
reducido. Finalmente, las presiones de la derecha francesa impidieron la constitución de
una convención militar entre altos mandos soviéticos y franceses, impidiendo desplegar
los efectos prácticos del acuerdo (Record, 2005, pág. 38).
Además, el frente de Stresa se debilitó en junio de ese mismo año cuando Gran Bretaña
optó finalmente por pactar bilateralmente con Alemania un acuerdo naval que permitía a
esta aumentar su producción de barcos y submarinos y se derrumbó definitivamente en
octubre tras la invasión italiana de Abisinia – actual Etiopía, con la oposición de Reino
Unido y Francia (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 392).
Durante estos primeros años de su mandato, Hitler trató de acercarse al Reino Unido, al
que consideraba un socio propicio con el cual poder repartirse en un futuro la influencia
continental y la presencia colonial de ambas potencias. Sus intentos, múltiples hasta
1937; no obstante, terminaron siendo un fracaso (Overy, 2012, pág. 1516).
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Pese a la denuncia internacional y a la constatación por parte la Sociedad de Naciones
de que lo sucedido constituía una violación de las obligaciones internacionales
contraídas por Alemania, no se tomó medida efectiva alguna para impedir el hecho o
contestar ante el mismo. No obstante, se produjeron movimientos internacionales como
la firma de un acuerdo de garantía territorial mutua entre Reino Unido, Francia y
Bélgica. En el contexto alemán, la remilitarización contó con un apoyo incuestionable y
la figura de Hitler y sus aspiraciones internas quedaron reforzadas (Eiroa San Francisco,
2009, pág. 395).
Este hecho supuso también la definitiva defunción del Tratado de Locarno, pues fue en
el que Hitler se amparó – argumentando que el pacto Franco-soviético lo vulneraba –
para lanzar la ofensiva, esgrimiendo que este no era ya de aplicación y procediendo a
vulnerarlo él de manera aún más flagrante. Además, redobló la tensión sobre Reino
Unido, que estaba obligado por dicho tratado a defender la zona desmilitarizada pero
que quería evitar involucrarse militarmente a toda costa (Bouviere, 2019, pág. 84)
3.4. El Anschluss
Tras haber expresado su preocupación por la escasez de materias primas y afirmado la
necesidad de una expansión del territorio a finales del año anterior, Hitler optó por
poner fin a la relativa tranquilidad que había imperado durante 1937 centrando su
atención en los Sudetes y Austria. Si bien el plan original contemplaba comenzar por la
región checa, las circunstancias favorecieron un cambio de plan. La presencia de nazis
en el gobierno austriaco y el esfuerzo propagandístico, así como el beneplácito de los
poderes económicos a la unión se añadieron a lo que ya era una coincidencia cultural,
racial y lingüística para hacer de Austria el objetivo que más sentido tenía perseguir en
ese momento (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 396).
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El 12 de marzo de 1938 las tropas alemanas marchan hacia Austria consumando
rápidamente la anexión de dicho país al imperio alemán. El propio Hitler recorrió el
camino hasta Viena aclamado por los austriacos y decretó al día siguiente la
incorporación de Austria al Reich como una provincia más (Eiroa San Francisco, 2009,
pág. 397). Efectivamente, la apuesta estratégica alemana había sido exitosa pues
consumó la anexión sin necesidad de utilizar la fuerza, en un brevísimo espacio de
tiempo y en general con una amplia aceptación popular (Brendon, 2002, pág. 539).
20
suponían para Checoslovaquia y pidiendo la creación de los ministerios de suministro y
de defensa1, en definitiva, pidiendo prepararse para la guerra (Roberts, 2018, pág. 423).
Durante el año 1938, Hitler animó al líder pro-nazi del Partido de los Sudetes alemanas
para que fuera planteando peticiones inaceptables por Praga para ir quebrando la unidad
del estado checoslovaco. En cambio, el gobierno checo fue incapaz de que el Reino
Unido extendiese una garantía a su territorio y de que Francia, que anteriormente se
había comprometido a salvaguardar la integridad checoslovaca se reafirmara en este
compromiso, indicando esta sin embargo que no estaría dispuesta a batallar contra
Alemania sin el concurso de Londres. Los gobiernos de ambas democracias
occidentales pidieron a los checos que negociaran y aceptaran las peticiones alemanas
para evitar el conflicto (Overy, 2012, pág. 2522).
21
estado centroeuropeo con retirar toda garantía a su territorio (Eiroa San Francisco, 2009,
pág. 398).
22
de Downing Street que creía haber logrado la “paz para nuestro tiempo” (Bouviere,
2019, pág. 289).
La opinión pública y los gobiernos occidentales, que habían recibido con opiniones
divergentes y en muchos casos positivas el desmembramiento parcial inicial del país
centroeuropeo tras la Conferencia de Múnich, viraron en este punto ya a una condena
inequívoca de la agresión alemana. La indignación se propagó por Reino Unido y la
noción de que el apaciguamiento había fracasado y no era ya viable como estrategia se
extendió por toda la sociedad británica. La actitud optimista posterior a Múnich había
dado paso a un convencimiento de que Chamberlain debería transformar su política o
abandonar el cargo y toda la atención se centró en la gestión, en términos muy distintos,
de la respuesta ante el probable próximo objetivo de Hitler, Polonia (Bouviere, 2019).
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Pese al descontento alemán en relación a las consecuencias del Tratado de Versalles
relativas a Dánzig y el denominado corredor polaco, las relaciones entre Berlín y
Varsovia no habían sido de excesiva tensión. No obstante, para finales de 1938 una serie
de incidentes producidos en zonas de minoría alemana de Polonia y la petición de
retorno de Dánzig a Alemania por parte de Ribbentrop elevaron la presión y
confirmaban que Alemania estaba decidida entonces a ir a por su vecino del Este (Eiroa
San Francisco, 2009, pág. 400).
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firma y sin apenas aviso, impactó y desanimó a la opinión pública en Reino Unido e
hizo a la guerra parecer ya inevitable (Hucker, 2016, pág. 229).
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4. ANÁLIS DE LAS CAUSAS DEL APACIGUAMIENTO
Se procede en este capítulo al análisis de las diversas causas que pudieron conducir al
gobierno británico a optar de manera sostenida, desde el año 1933 a una política de
apaciguamiento con Hitler. Es necesario realizar antes un apunte básico, relativo a la
distribución del poder en Reino Unido en la década de los 30.
Durante el período objeto de estudio, el Reino Unido estuvo comandado por el llamado
“Gobierno Nacional”, un gobierno principalmente formado y liderado por miembros del
Partido Conservador. En lo que se puede considerar una anomalía en los sistemas
parlamentarios, entre 1931 y 1935 el gobierno estuvo liderado por el nacional-laborista
Ramsay McDonald, pero la influencia de los conservadores hacía de su líder Stanley
Baldwin una figura de enorme influencia en el gabinete (McKercher, 2008). Baldwin
fue precisamente su sucesor, ejerciendo la máxima autoridad entre junio de 1935 y
mayo de 1937, cuando el hasta entonces canciller de la hacienda Neville Chamberlain
asumió el cargo que ocuparía hasta mayo de 1940, entrada la Segunda Guerra Mundial.
Es pertinente señalar también que el gobierno británico, desde las elecciones de 1935,
contaba en la Cámara de los Comunes con una amplísima mayoría de 243
parlamentarios y que Chamberlain, que se llevaba erigiendo en primer ministro desde
hacía varios años gracias a su labor como máximo responsable económico, contaba con
un amplísimo control del gobierno y del partido. Rodeado de afines y apoyado por las
bases, gobernó además en un período de extraordinaria debilidad de la oposición,
incapaz de plantear, incluso junto con los diputados más díscolos del Partido
Conservador, alternativa real alguna a su mandato (Hucker, 2016, pág. 24). Esta
situación debe ser tenida en cuenta a la hora de considerar las diferentes causas, pues en
todo caso tiende a reforzar la noción de que Chamberlain, en lo relativo al proceso
político interno, tenía una amplia capacidad de decisión.
Finalmente, es necesario señalar que las diversas causas no pueden ser tomadas como
compartimentos estancos, sino más bien todo lo contrario, están profundamente
relacionadas y los límites entre una y otra causa son difusos, permitiendo diversas
posibles categorizaciones de estas. En todo caso, he optado por distinguir entre ocho
causas principales. La lista, además, no es exhaustiva, aunque desde luego sí pretende
cubrir las principales y más relevantes motivaciones detrás del apaciguamiento.
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4.1. El impacto social de la Primera Guerra Mundial y la opinión
pública
A la hora de valorar las decisiones tomadas por el gobierno británico entre 1933 y 1939,
es imprescindible comprender la influencia de la entonces conocida como la Gran
Guerra en la opinión pública y en la clase política de Reino Unido. La noción de que la
Primera Guerra Mundial fue la última guerra que la población civil de las potencias
beligerantes celebró es ciertamente representativa del cambio de mentalidad que se
produjo con respecto a dos décadas después (Record, 2005, pág. 11). Las celebraciones
públicas con motivo del inicio de las hostilidades en 1914 no tuvieron réplica alguna en
1939.
Esta realidad sociológica tenía su reflejo en la clase dirigente del país, que tanto por
motivos de conveniencia electoralista pero también por principios y recuerdos
traumáticos del conflicto, consideraban que la guerra vivida fue una absoluta calamidad
27
con costes humanos, económicos y materiales que debía evitarse a toda costa.
Chamberlain se manifestó en innumerables ocasiones en un sentido antibelicista y
afirmaba que la guerra era siempre la peor solución y que merecía la pena detener,
invocando directamente las horrorosas estadísticas de muertos y heridos y defendiendo
la idea de que en las guerras solo había perdedores (Bouviere, 2019, pág. 224).
La posibilidad de adoptar sanciones económicas supondría un alto coste para los propios
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británicos, cuya economía aún estaba en proceso de recuperación tras los devastadores
efectos de la Gran Depresión (Overy, 2012, pág. 1410). En particular hay que tener en
cuenta que había todavía deudas a cobrar a Alemania fruto de las reparaciones de la
Gran Guerra y que estas eran imprescindibles a su vez para afrontar la deuda todavía a
pagar a Estados Unidos.
Desde luego, la situación económica fue un factor importante por dificultar al gobierno
británico poder tomar las decisiones oportunas para dañar a Alemania tanto por la vía
económica como para prepararse para poder hacerlo llegado el caso, por la militar.
Puede considerarse pues que invitó al gobierno británico a aproximarse al
apaciguamiento.
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La capacidad militar del reino Unido estaba seriamente comprometida por el hecho de
tener que afrontar un exceso de obligaciones en el ámbito de la seguridad con respecto a
su capacidad para gestionarlas. En la época, el imperio británico aún controlaba una
cuarta parte del mundo, pero con tan solo entre un 9 y un 10 por ciento de la capacidad
productora tanto general como militar (Record, 2005, pág. 21).
El Reino Unido tenía que lidiar simultáneamente con la creciente amenaza alemana en
Europa, con una Italia expansionista en el mediterráneo – clave para Londres, por ser un
lugar de tránsito y comunicación con India y su imperio oriental – y con la irrupción
imperialista de Japón en el extremo oriente (Beck, 1989, pág. 175). A consecuencia de
esta abundancia de potenciales focos de conflicto, el Comité de Defensa Imperial, en
1935, recomendó en términos inequívocos tomar aquellas acciones de política
internacional que lograran reducir el número de actores hostiles hacia Reino Unido y
maximizara sus alianzas (Ripsman & Levy, 2008, pág. 168).
Debemos tener en cuenta además que en la década de los 30, una parte importante del
imperio británico, en particular sus cuatro principales dominios – Canadá, Sudáfrica,
Australia y Nueva Zelanda – contaban ya con una elevada capacidad de autogobierno. A
diferencia de en la Primera Guerra Mundial, su involucración en una futura guerra no
podía darse por descontada ni aun cuando así lo requiriera Londres (Beck, 1989, pág.
175). En tal caso, Australia y Nueva Zelanda tenían mucho más temor al expansionismo
japonés y priorizaban, junto al resto de los dominios, el fortalecimiento de la Royal
Navy – la armada – por encima de la preparación militar terrestre para combatir una
guerra en Europa. El interés de estos actores en una guerra por Checoslovaquia era
inexistente (Record, 2005, pág. 23).
La situación de declive imperial de Reino Unido en los años 30 aconsejaba con claridad
evitar la aparición de un conflicto internacional de primer orden y era, por tanto, otra
fuente de apoyo contundente en favor del apaciguamiento que puede contribuir a la
justificación de esta política.
30
segunda mayor capacidad productiva solo tras los Estados Unidos. Siguiendo la lógica
de la triple entente en la Primera Guerra Mundial, una alianza férrea de estas tres
potencias hubiera podido cambiar significativamente el devenir de los acontecimientos.
Sin embargo, la realidad de los hechos es que semanas antes del inicio de la guerra,
quien llegaba a un pacto de no agresión con Moscú era precisamente el enemigo a
detener, Alemania (Record, 2005, pág. 39).
Parece seguro afirmar que, en gran medida, el fracaso a llegar a un entendimiento con
Rusia se debió a la naturaleza de su régimen político. No era infrecuente en círculos
británicos un mayor nivel de rechazo al comunismo que al nazismo y la consideración
del primero como una mayor amenaza a su sistema democrático y económico
(Bouviere, 2019, pág. 107). Si bien el nazismo es identitario y estaba confinado a la
supuesta raza aria alemana, el comunismo tenía una autoproclamada vocación
internacionalista y un proyecto económico que podía atraer a grandes segmentos de la
sociedad. El propio Chamberlain desconfiaba completamente de los comunistas
británicos que pedían un frente unido frente al fascismo y jamás consideró seriamente
incorporar a la Unión Soviética en la solución a problemas como el de Checoslovaquia
(Overy, 2012, pág. 1818).
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Pese a su alianza en la Primera Guerra Mundial, la relación entre Reino Unido y Francia
no era una de plena confianza. Para empezar, cabe destacar que los británicos, tanto a
nivel popular como en la élite, tendieron durante gran parte del período de entreguerras
a ser proalemanes y antifranceses, simpatizando con los primeros por el duro castigo
sufrido en Versalles y cada vez más frustrados ante la rigidez de los segundos
(Bouviere, 2019, pág. 14). Ambos países tenían numerosas e importantes diferencias a
la hora de lidiar con Alemania en general y con el desafío planteado por Hitler en
particular. Las diferencias se explican en parte por dos elementos: la diferente situación
geopolítica de fondo de ambos países y su distinta interpretación de cómo afrontar lo
pactado en 1919 en Versalles.
Durante todo el período objeto de estudio, la política francesa estuvo sumida en una
profunda época de inestabilidad, teniendo entre 1932 y 1940 hasta 16 coaliciones de
gobierno distintas. La división interna y la sensación de derrotismo minaron la
solidaridad nacional ante el enemigo exterior (Brendon, 2002, pág. 581), fraguando una
política de contención frente a Alemania fundamentada en torno a un sistema de
alianzas con el que amenazar a Hitler con la posibilidad de una guerra en dos frentes.
Pese a que los franceses estuvieron más frontalmente opuestos a Hitler como
consecuencia de su recelo habitual a Alemania y de su posición de vulnerabilidad ante
esta, fueron incapaces de sustentar su posición ideológica con una estrategia militar
adecuada. Francia renunció a tener la capacidad de atacar a Alemania y en su lugar
entró en una parálisis militar, alimentada por el temor que le infundía la creciente
inferioridad con respecto a Alemania tanto a nivel demográfico como de producción
industrial.
32
El mayor símbolo de la incapacidad operativa de Francia fue su nula respuesta efectiva
ante la reocupación militar en 1936 de Renania, limítrofe con su propio territorio y con
un importante valor estratégico, limitándose a reforzar la línea Maginot y a apelar a la
Sociedad de Naciones (Bouviere, 2019, pág. 86). Su nula voluntad de resistencia alguna
a un contingente más bien simbólico de tropas alemanas destapó a París como socio
militar poco fiable, infligiendo un daño irreparable a su prestigio y minando la
pretendida política de alianzas de Francia.
La inacción militar francesa fue claramente un error garrafal. Francia, vecina directa del
Estado agresor, no tenía compromisos coloniales que la comprometiesen al nivel de
Reino Unido, y contaba con un enorme ejército movilizable de Europa, pese a las
dificultades expuestas y optó por una estrategia disfuncional de defensa obsesionada en
las trincheras (Duroselle, 2004). No obstante, debemos tener en cuenta que la influencia
entre Reino Unido y Francia era de carácter bidireccional, es decir que no solo podemos
simplemente tomar la postura errática de Francia como variable independiente que
condiciona la actuación británica, sino que también debemos considerar el efecto de
decisiones británicas en la actitud francesa. En este sentido, es pertinente señalar que el
empuje británico hacia el apaciguamiento condujo a Francia en la misma dirección,
pues París se veía militarmente incapaz de actuar contra Hitler en solitario, sin el apoyo
directo de Reino Unido.
33
Francia, que en gran medida pasó a atar su política exterior a aquellas medidas a en las
que pudiesen contar con el Reino Unido. La estrategia de esperar y plegarse a Londres
de nuevo debilitaba la supuesta política proactiva de alianzas con países del Este, pues
no pasaba por los planes de Reino Unido entrar en acuerdos de seguridad con esos
países (Record, 2005, pág. 24).
Por tanto, la posición de Francia puede generalmente considerarse un factor que empujó
al gobierno británico hacia la posición apaciguadora. Ver como el vecino directo y
principal rival de Alemania permanecía impasible ante las afrentas alemanas, sumido en
una fortísima división interna, una debacle económica y un pesimismo militar, no hizo
sino empujar a Londres a buscar la solución que evitara una guerra. No obstante, como
está siendo el caso con otras causas no puede concluirse sencillamente que el Reino
Unido carecía de agencia ante la posición francesa, puesto que a su vez Francia miraba a
los británicos y podía percibir su mínimo interés en actuar con firmeza ante el
expansionismo alemán.
No obstante, como con otras causas, no es tan sencillo retirar toda capacidad de
maniobra de los líderes británicos y considerarles impotentes ante las circunstancias. En
enero de 1938, el presidente Roosevelt, consciente del deterioro de las relaciones
internacionales del momento, había tomado la iniciativa y lo hizo en la mayor medida
concebible teniendo en cuenta la fuerte tendencia aislacionista de la opinión pública
34
estadounidense. Su propuesta consistía en lograr un acuerdo internacional que
combinase el desarmamento de las principales potencias con la distribución mundial de
las materias primas. Chamberlain rechazó la idea, temiendo que interfiriera con sus
propios planes (Bouviere, 2019, pág. 152).
Para el fin de este trabajo no interesa tanto conocer si efectivamente el retraso mejoró
las posibilidades británicas sino si los líderes británicos creían que el retraso las
mejoraría. Dado que se trata de exponer e intentar ver si se pueden justificar las causas
que llevaron al apaciguamiento a los líderes políticos, la investigación en sí de posibles
fallos en la inteligencia militar, que efectivamente parecen haber sido múltiples y
siempre en sobreestimación de la capacidad alemana (Beck, 1989, pág. 183), es
irrelevante a los efectos de este TFG.
Ripsman y Levy (2008) defienden que efectivamente los líderes británicos tuvieron muy
en cuenta el cálculo estratégico militar a la hora de decidir sus políticas frente a
Alemania y no se basaron en creencias optimistas de que Hitler terminaría siendo
razonable y renunciando en algún momento a continuar su afrenta expansionista.
Aunque ciertamente tenían alguna esperanza, por lo general eran plenamente
conscientes de la naturaleza del personaje y de su capacidad destructiva, pero
consideraron no tener buenas opciones para hacerle frente. Sintiéndose militarmente
35
inferiores a Alemania, gran parte de su motivación era la de hacer tiempo mientras
Reino Unido se rearmaba y llegaba a una posición desde la cual poder combatir una
guerra con alguna garantía.
El cálculo militar fue esencial en la toma de decisiones británica ante la crisis surgida de
la remilitarización de Renania en marzo de 1936. El gobierno británico sospechaba ya
en febrero que este movimiento sería el próximo hito en la enmienda a la totalidad de
Versalles que Hitler pretendía. Tan solo dos días antes del movimiento alemán, tanto el
primer ministro Baldwin, el ministro de asuntos exteriores Eden y el propio
Chamberlain, entonces canciller de la hacienda se mostraron contrarios a medidas duras
por considerar insuficiente el nivel de preparación militar. Precisamente como
consecuencia de esta debilidad percibida, el gobierno optó por acelerar el programa de
rearme en las tres ramas de las fuerzas armadas (Ripsman & Levy, 2008, pág. 19).
En la siguiente gran crisis, la de los Sudetes, los británicos se guiaron de nuevo por el
cálculo de capacidad militar relativa más que por confianza en que el apaciguamiento
pudiera ser efectivo para lograr una paz duradera. Al considerar por un lado que
ninguna respuesta militar británica podría realmente proteger Checoslovaquia, la
posibilidad de actuación militar pasaba por entrar en una guerra general. En este
escenario, el gobierno se veía todavía escasamente preparado para vencer, en particular
frente a los bombarderos de la Luftwaffe, la fuerza área. (Beck, 1989, pág. 183).
El Reino Unido no se veía capacitado para proyectarse militarmente al este del Rin, con
la Royal Navy centrada en los ámbitos del mediterráneo y pacífico y la Royal Air Force
– las fuerzas aéreas – en pleno rearme. Tampoco estaban preparados para la defensa
terrestre de Francia o de los países del Benelux. La planificación estratégica del ejército
se centraba en la defensa imperial, no siendo hasta abril de 1939 cuando se reintroduce
el alistamiento forzoso al parecer ya la involucración en el continente inevitable. Hasta
ese mismo año, era común la noción de que en una futura guerra europea el papel del
Reino Unido podría circunscribirse a la menos costosa provisión de su poder naval y
aéreo – de manera semejante a como había contribuido principalmente mediante su
potencia naval y financiera a la derrota de Napoleón un siglo atrás (Record, 2005, pág.
22).
Este es, sin duda, uno de los factores que en mayor medida justifica la adopción del
apaciguamiento y en particular a Chamberlain, que defendió durante la mayor parte de
36
su mandato tanto como de canciller de la hacienda como de primer ministro el rearme,
titubeando solo ocasionalmente y nunca oponiéndose al mismo. Aunque la inteligencia
militar fuera pesimista, esta es con la que los líderes británicos tuvieron que tomar las
decisiones de respuesta ante el expansionismo alemán. Si consideraban, y parece
probado que así era, que en una guerra tendrían pocas posibilidades de vencer y
pondrían en un riesgo extremo su propio territorio y a su propia población, la opción del
apaciguamiento podía pasar a ser considerada la única racional y la única cauta.
La percibida inferioridad militar no parece poder desecharse como una excusa utilizada
por Chamberlain para desplegar su preferida política de apaciguamiento, pues los datos
demuestran que el Reino Unido se rearmó de manera espectacular entre los años 1935 y
1939, pasando el presupuesto militar de representar el 15% del presupuesto
gubernamental total en 1935 a un 48% el año de estallido de la guerra y habiendo ya
incrementado notablemente en los dos años intermedios (Ripsman & Levy, 2008, pág.
176). Como mucho, esta situación podría cargarse sobre las decisiones anteriores a
1935, cuando el gobierno estaba presidido por MacDonald, pero cuando los efectos de
la depresión económica eran más aparentes y cuando Alemania ni siquiera había
comenzado su campaña expansionista.
37
y a través un prisma favorable ser consideradas legítimas, en tanto en cuanto buscasen
desprenderse de los abusivos efectos del Tratado de Versalles y agrupar al demos
germano bajo un mismo Estado. Un líder así, si bien incómodo para las democracias
occidentales podría ser tolerable si el precio a detenerlo es una guerra mundial. La
segunda interpretación, y la que sin duda desde nuestra perspectiva contemporánea es
más acertada, supone que Hitler y su régimen estaban movidos por una ideología atroz y
moralmente aberrante que buscaba imponerse sin límites. Evidentemente y como
terminó siendo el caso, con un líder así no era factible la coexistencia, pues el nazismo
era una amenaza existencial para el mundo y en particular para las potencias
democráticas.
38
proclamas tenían vocación de ser un arma propagandística de consumo interno más que
una verdadera hoja de ruta de su política internacional (Record, 2005, pág. 14).
En todo caso es fundamental evitar deducir que los apaciguadores no detestaran, durante
to el período, las acciones de Hitler. Ni Chamberlain ni Halifax, los dos personajes más
favorables al apaciguamiento en el seno del gobierno británico consideraban legítimas
las acciones alemanas. Los documentos privados del primer ministro muestran, para
sorpresa de aquellos que infirieran su lógica interna en virtud de las decisiones políticas
que tomaba, que desde 1934 tuvo presente que la fuerza era fundamental para detener
las aspiraciones alemanas, pues era lo único que comprendían (Beck, 1989, pág. 172).
Sus recelos también eran también de índole moral, llegando a reconocer ante Daladier
que le “hervía la sangre ver como Alemania se salía continuamente con la suya,
aumentando su dominio sobre pueblos libres”. Por su parte el ministro Halifax se refirió
al régimen nazi como “lo más parecido al infierno” ante una delegación de sindicalistas
y en abril de 1938, hablaba ya de una guerra difícilmente evitable y explicaba que la
función de la diplomacia era retrasarla y optimizar las condiciones en que llevarla a
cabo (Ripsman & Levy, 2008, pág. 171).
Hasta la invasión en marzo de 1939 del resto de Checoslovaquia – más allá de los ya
ocupados Sudetes – existía todavía la posibilidad de asumir la argumentación de que la
política internacional de Hitler, pese a ser agresiva e ilegal, se limitaba a buscar la
reagrupación del espacio germánico y a la derogación fáctica del Tratado de Versalles,
que como hemos visto era ya de por si visto con recelo en multitud de círculos
británicos. Chamberlain creía efectivamente que Hitler podría ser saciado con
concesiones territoriales y confiaba en que este comprendía en última instancia los
límites del espacio de influencia alemán (Duroselle, 2004, pág. 282) y que evitaría ir
más allá y provocar una guerra de ámbito general. Tras su reunión el 15 de septiembre
39
de 1938 con el Führer, Chamberlain dijo ante su gabinete creer que Hitler decía la
verdad y que sus objetivos estaban estrictamente limitados (Beck, 1989, pág. 170). No
obstante, otros autores defienden que realmente el primer ministro no consideraba en
ningún caso las intenciones de Hitler pacíficas o de carácter limitado (Trubowitz &
Harris, 2015, pág. 44).
También parece probado, y ello supondría una cierta disculpa a Chamberlain que
cuando esa línea de razonamiento de los objetivos limitados quedo totalmente
desacreditada, su vacilación a la hora de tomar decisiones disminuyó drásticamente.
Siguiendo un principio clásico de la política exterior británica aplicado el siglo anterior
a Francia su oposición a una dominación general de Europa por parte de Alemania era
inequívoca. Tras la invasión del resto de Checoslovaquia, las garantías de seguridad a
Polonia por parte Reino Unido y Francia suponían, teniendo en cuenta la incapacidad de
realmente defender el territorio polaco, la adopción de una estrategia de disuasión
mediante la guerra general (Record, 2005, pág. 16). Bien es cierto que, para entonces, la
credibilidad de esta mucho más dura política, había sido minada por el historial de
pasividad y transigencia exhibido en los años anteriores ante cada afrenta de Berlín.
Esta es la causa clave porque cabe poca duda de que, si los actores pudieran ver el
asunto desde nuestra perspectiva, evidentemente un imposible, hubieran hecho frente a
40
todas las otras causas, por importantes que también fuesen, de manera completamente
distinta, entendiendo que no estaban ante una grave afrenta internacional, sino ante la
peor de la historia. Aun más claro hubiera sido este convencimiento si se introdujera en
la consideración las facetas hoy conocidas, pero entonces tan solo amagadas del
nazismo que cristalizaron en el terror del holocausto.
Es complicado; sin embargo, cargar a Chamberlain y los demás apaciguadores con una
excesiva responsabilidad por los motivos también expuestos en esta sección, siendo el
principal de ellos que hasta marzo de 1939 no se confirmó el carácter extra-germánico
de las ambiciones del Führer. No obstante, se vuelve a confirmar que era posible actuar
de otra forma y tener otra actitud distinta frente a Hitler para guiar las decisiones, como
probaba la existencia de una relevante minoría anti-apaciguadora liderada por Churchill.
El propio Chuurchill, con la guerra empezada fue tentado a seguir el camino del
apaciguamiento en 1940, y tenía numerosas causas para hacerlo, pero ignoró optar por
esta posibilidad.
41
5. EL APACIGUAMIENTO COMO CATEGORÍA EN
POLÍTICA INTERNACIONAL
Como se señaló en la introducción, el apaciguamiento a la Alemania de Hitler en los
años 30 del siglo XX ha sido, con cierta lógica en vista de su resultado, uno de los
acontecimientos más criticados de la historia contemporánea y ha dado paso a una
constante secuencia de analogías entre situaciones posteriores y el caso descrito en el
presente trabajo. No es ambición de este trabajo elaborar una teoría general sobre el
apaciguamiento, si es que incluso tal cosa fuese posible, pero sí es pertinente comentar
brevemente como el apaciguamiento ha adquirido una enorme importancia y hasta qué
punto puede el caso analizado en este trabajo justificar la actual posición de este término
en la política internacional.
Los estructuralistas se oponen a la repetida utilización del caso de los años 30 como
argumento en favor de otras intervenciones futuras con respecto a amenazas que una
parte pueda considerar comparables a la Alemania nazi. Consideran que la amenaza
hitleriana no ha sido igualada desde entonces, pues no se ha dado en este tiempo una
amenaza a la seguridad internacional de tal envergadura.
La realidad es que, si bien afirmar que ninguna lección puede extraerse del
apaciguamiento a Hitler, como Keith Robins sostiene en Munich 1938 (Beck, 1989, pág.
191), es algo exagerado, es innegable que cada caso es diferente y que en función de las
circunstancias el apaciguamiento estará más o menos justificado. El caso de Alemania
42
en los años 30 sí precisamente permite extraer la conclusión de que el apaciguamiento,
pese a poder tener semánticamente una aurea benigna y de virtud moral e incluso
cuando una multitud de elementos materiales aconsejen perseguir dicha política, puede
ser un error garrafal. El problema es que esta conclusión, lejos de aclarar la solución
óptima a implementar en casos sucesivos no hace más que advertir de la inherente
complicación a la hora de tomar decisiones de política internacional, más aún cuando
estás pueden desencadenar conflictos bélicos de primer orden.
De entre los varios análisis que se han hecho sobre las circunstancias bajo las cuales el
apaciguamiento puede estar justificado considero de especialidad utilidad el de
Hirshleifer (2000, pág. 7). Para que el apaciguamiento pueda estar justificado deben
darse tres condiciones, no siempre sencillas de discernir en casos reales: la primera, que
el enemigo tenga una capacidad suficiente de infligir daño; la segunda, que este sea
consciente de que infligir el daño también le generará un coste y; la tercera, que los
objetivos que el enemigo busca y que se trata de evitar disminuya en la medida en que
se le proporcione otro tipo de compensación. En el caso estudiado, sin duda se
verificaba la primera de las condiciones. En cuanto a la segunda y tercera; no obstante,
no eran de cumplimiento. La conciencia alemana de que su expansionismo le generaría
un coste era baja y fue disminuyendo según veía como lograba con impunidad sus
objetivos. Por su parte, es evidente, como se ha discutido ampliamente en la sección 4.8,
que los objetivos el régimen nazi no eran susceptibles a ser controlados o eliminados a
través de un proceso de negociación. La necesidad de concurrencia de varias y exigentes
circunstancias para que esta política pueda ser efectiva tienden a revelar que el
apaciguamiento no debería ser la norma sino más bien la excepción, particularmente en
la gestión de adversarios moralmente execrables.
43
6. CONCLUSIONES
El análisis de las diversas causas que motivaron el apaciguamiento a Alemania nazi
previo a la Segunda Guerra Mundial conduce, a mi juicio, a las siguientes conclusiones:
La difícil situación económica del Reino Unido y la frágil situación del imperio
aconsejaban claramente evitar la guerra a toda costa, pues hacer frente a un
conflicto de primer orden sería duro incluso en caso de victoria y devastador en
caso de derrota.
44
Por tanto, la responsabilidad ante el fatal desenlace debe ser aminorada con
respecto a los niveles que se manejan habitualmente fuera del mundo académico.
45
Muy notablemente, Chamberlain, sin haber sido por ello necesariamente
ingenuo, fue incapaz de comprender la incomparable naturaleza del régimen al
que se enfrentaba, tanto en términos morales, de estrategia exterior o de
maquinaria de guerra. Churchill, coetáneo suyo, entre otros, sí que fue capaz de
vislumbrar en mayor medida la amenaza existencial que suponía el régimen
nazi.
46
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