El Apaciguamiento Británico A Hitler Entre 1933 y 1939

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Facultad de Ciencias Humanas y Sociales

Grado en Relaciones
Internacionales

Trabajo Fin de Grado

El apaciguamiento
británico a Hitler
entre 1933 y 1939
Causas de la política aplicada por
Reino Unido ante el expansionismo
de la Alemania nazi

Estudiante: Gonzalo Fernández Valverde

Director: Emilio Sáenz-Francés San Baldomero

Madrid, junio de 2022


ÍNDICE DE CONTENIDOS
RESUMEN.................................................................................................................................... 3
DEDICATORIA ........................................................................................................................... 4
1. INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 5
1.1. Objetivos y preguntas ......................................................................................................... 6
2. METODOLOGÍA ................................................................................................................. 8
2.1. Estado de la cuestión .......................................................................................................... 8
2.2. Marco teórico ................................................................................................................... 11
2.3. Fuentes principales utilizadas........................................................................................... 13
3. DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS ................................................................................... 15
3.1. Antecedentes: El Tratado de Versalles y la Seguridad Colectiva .................................... 15
3.2. El ascenso de Hitler al poder: los primeros 3 años........................................................... 16
3.3. La remilitarización del Renania ....................................................................................... 18
3.4. El Anschluss ..................................................................................................................... 19
3.5. La crisis de los Sudetes y la Conferencia de Múnich ....................................................... 20
3.6. La caída de Checoslovaquia ............................................................................................. 23
3.7. El camino hacia la invasión de Polonia ............................................................................ 23
4. ANÁLIS DE LAS CAUSAS DEL APACIGUAMIENTO ................................................. 26
4.1. El impacto social de la Primera Guerra Mundial y la opinión pública............................. 27
4.2. La delicada situación económica del Reino Unido .......................................................... 28
4.3. La compleja situación geoestratégica del Reino Unido y su imperio .............................. 29
4.4. El anticomunismo y los recelos hacia la Unión Soviética ................................................ 30
4.5. La debilidad de Francia .................................................................................................... 31
4.6. El aislacionismo de Estados Unidos................................................................................. 34
4.7. El factor militar y el afán de retrasar el comienzo de la guerra ........................................ 35
4.8. La fallida interpretación de los objetivos de Hitler .......................................................... 37
5. EL APACIGUAMIENTO COMO CATEGORÍA EN POLÍTICA INTERNACIONAL ... 42
6. CONCLUSIONES .............................................................................................................. 44
7. BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................. 47

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RESUMEN
El apaciguamiento de las potencias democráticas europeas a Hitler fue el proceso
mediante por el cual estas fueron permitiendo a Alemania sus objetivos expansionistas
entre el año 1933 y 1939. Tanto por la naturaleza del régimen nazi como por conducir al
mayor conflicto de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial, el
apaciguamiento a Hitler resulta para muchos incomprensible hoy en día.

Este trabajo busca explicar las causas que condujeron a Reino Unido en particular a
optar inequívocamente por el apaciguamiento frente a Hitler, y razonar en qué medida
dichas causas validan esa decisión.

En primer lugar, se hace un repaso a la historiografía del apaciguamiento para entender


como han ido evolucionando el análisis académico de este fenómeno y poder fijar el
marco teórico desde el cual se puede interpretar. Después, se exponen cronológicamente
los hechos relativos al expansionismo alemán de los años 30 y la correspondiente
británica a los mismos.

Una vez conocido el desarrollo básico de los acontecimientos, se procede a la


presentación de las diversas causas que condujeron al Reino Unido y, en concreto, a su
primer ministro Neville Chamberlain a apostar por el apaciguamiento, valorando
además si dichas causas justificaban efectivamente su decisión.

Finalmente, se comenta la posición del apaciguamiento como concepto recurrente en la


política internacional, valorando brevemente hasta qué punto las concusiones que se
puedan extraer del caso sobre el que versa este trabajo son extensibles a otras
coyunturas.

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DEDICATORIA
Me gustaría hacer uso de este espacio en el que ha sido el trabajo de investigación más
complejo de mi vida y con el que culmino una de las etapas de la vida para agradecer
sinceramente a todos aquellos que me han apoyado para que me haya sido posible llegar
hasta aquí.

En primer lugar, quiero agradecer a mis padres todo lo que han hecho por mí y que no
soy capaz de poder encapsular en esta dedicatoria. Su amor incondicional y todo lo que
han hecho para facilitar mi desarrollo ha sido condición necesaria de logros como este.
A mi hermana Marita por quererme tanto y por siempre confiar en mí. Es para mí un
orgullo haber seguido tus pasos en ADE. Y a mi tía, que se ha interesado más que nadie
en que acabara este trabajo y del resto de mi familia a quienes les agradezco su cariño.

A los amigos de siempre que han tenido que aguantarme en los peores momentos y con
los que pretendo seguir disfrutando de los buenos que nos deparan: Álvaro, Antonio,
Fernando, Ignacio, Javier, Jorge, Marco, Nacho, Pablo y Pedro.

A mis compañeros de la universidad a los que ahora puedo ya llamar compañeros de


vida: Elena, Fio, Gabri, Íñigo y Jorge, pese a lo bien que lo hemos pasado en clase
hemos conseguido graduarnos, y lo mejor está por llegar.

Al Colegio Montessori y a la Universidad Pontificia Comillas y a todos los profesores


que en ambas etapas me han formado. En particular a Mr. Simpson, profesor de Historia
en secundaria sin cuya clase este trabajo hoy no existiría. El profundo estudio que
hicimos entonces del período de entreguerras es lo que me dio la confianza y las ganas
para afrontar este trabajo. Y como no a Emilio, que en 1º de carrera me reintrodujo a la
Historia y del que ha sido un placer recibir consejo en la elaboración de este TFG.

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1. INTRODUCCIÓN
Desde nuestra perspectiva contemporánea es complicado entender la estrategia
apaciguadora que el Reino Unido adoptó para con la Alemania de Hitler, a la postre
retratada como uno de los peores regímenes totalitarios de la historia, que además buscó
la proyección exterior mediante una agresiva política de expansión. El presente trabajo
busca investigar las distintas causas que contribuyeron a esta estrategia hoy
generalmente considerada un grave error y comprobar en qué medida cada una de ellas
justifica la adopción de esta posición.

No es sorprendente, pues que el apaciguamiento sea un tema primordial en el campo de


las relaciones internacionales tanto intrínsecamente como por las conclusiones que se
pueden extraer del mismo. En sí mismo, toda comprensión de las causas que
desencadenaron en el conflicto más sanguinario de la historia de la humanidad, la
Segunda Guerra Mundial, guarda un valor histórico fundamental. Pero adicionalmente,
las muy frecuentes apelaciones que se hacen desde la política, principalmente pero no
exclusivamente internacional, a este fenómeno como ejemplo maestro de lo que no se
debe hacer con un adversario que se teme que vaya ganando fuerza, dotan a la
investigación de lo sucedido de un valor práctico atemporal.

Efectivamente, el apaciguamiento de la década de los 30 ha sido utilizado en


innumerables ocasiones como argumento en contra de repetir una política similar con
nuevos actores. Los proponentes de esta línea de pensamiento asumen la tesis de que las
democracias pudieron haber parado a Hitler si hubieran actuado con contundencia y
celeridad ante la amenaza de seguridad, defendiendo pues esta misma receta para otros
líderes y regímenes amenazantes. La gran lección sería que la cesión a las demandas de
dictaduras con afán de expansión territorial hace inevitable una guerra posterior y mayor
en términos más desfavorables.

El trabajo parte de la asunción razonable de que la política de apaciguamiento fue un


fracaso incuestionable, sin entrar a valorar la posibilidad contrafactual de que esta
brindase una solución mejor que la de sus alternativas, pero sí aceptando que dicho
convencimiento podía ser causa justificante de la adopción del apaciguamiento en su
momento histórico.

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Posteriormente, se detalla cronológicamente la evolución de la política expansionista
exterior alemana de los años 30, y la respuesta que esta fue teniendo por la comunidad
internacional en general y por Reino Unido en particular. Reconociendo la importancia
de los antecedentes, el trabajo recorre el período comprendido entre 1919 y 1939, pero
se centra en los hechos acaecidos a partir de 1933, por ser el período esencial de
expansionismo alemán y contestación apaciguadora británica.

Después, se agrupan en una serie de causas principales muchos de los elementos que
empujaron a la clase política británica y fundamentalmente al primer ministro Neville
Chamberlain a adoptar sin ambages una política de apaciguamiento con Alemania. Cabe
apuntar que, por la severa complejidad de toda decisión relacionada con la gestión de un
posible conflicto internacional entre las mayores potencias de la época, elaborar una
lista exhaustiva que abarque todos los condicionantes del apaciguamiento y las
múltiples formas de analizarlo es imposible. Esta ha sido una de las dificultades de este
trabajo, en el cual ha sido fundamental discernir y priorizar algunos elementos sobre
otros. El impacto social de la Primera Guerra Mundial, la interpretación sobre los
objetivos de Hitler, el cálculo militar y la preservación del imperio, entre otras
cuestiones, serán objeto de análisis.

Finalmente, se reflexionará brevemente sobre la posible el apaciguamiento como


concepto en la política internacional, explorando su utilidad en la aversión o gestión de
conflictos internaciones a través de lo aprendido con la investigación de este caso y
mencionando otros casos en los que ha sido invocado de una u otra forma.

1.1. Objetivos y preguntas


El objetivo principal del trabajo es explicar los motivos que condujeron al Reino Unido
a implementar una política de apaciguamiento con Alemania y analizar de manera
crítica hasta qué punto dichos motivos justificaban la adopción de esta política, para
terminar dirimiendo en qué medida el fatal desenlace en la Segunda Guerra Mundial fue
fruto de la responsabilidad de los líderes británicos.

Es importante volver a remarcar que este trabajo no busca dar una respuesta a la
pregunta de si el apaciguamiento fue o no una estrategia acertada, habitualmente
vinculada a la noción de que podría haber potencialmente permitido a las potencias
aliadas ganar tiempo en su rearme. En lugar de ello, se parte de la base de que la política

6
fue un fracaso, en el sentido incuestionable de que falló en el objetivo primordial de
evitar un gran conflicto a nivel internacional y lo que se trata de dirimir es hasta qué
punto la adopción de dicha estrategia estaba justificada en función de la información de
la cual los líderes políticos británicos disponían al tomar sus decisiones. Evidentemente
esto no es ápice a que la creencia por parte de los gobernantes británicos de que la
política apaciguadora pudiera ser beneficiosa sí pueda suponer una validación de las
causas de su actuación.

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2. METODOLOGÍA
La metodología seguida para la realización del trabajo ha consistido en la lectura de una
multitud de fuentes relevantes que han explorado con anterioridad el apaciguamiento
británico a Hitler y más en general el período de entreguerras y la escalada de tensión
que terminó culminando en la Segunda Guerra Mundial. De manera muy mayoritaria las
fuentes utilizadas han sido secundarias, pues estas ya sintetizan de manera mucho más
eficiente de lo que sería posible para un TFG las propias fuentes primarias de los años
30 del pasado siglo.

Combinando mi bagaje de conocimientos teóricos y técnicos como estudiante de quinto


año de Relaciones internacionales con el análisis crítico de las diversas fuentes ofrezco,
por un lado, una descripción concisa pero completa de los principales hitos del
expansionismo alemán y el consiguiente apaciguamiento británico que permita al lector
tener un buen conocimiento de todo el proceso que condujo al estallido de la guerra. Por
otro, y partiendo ya de la narración histórica, se busca cumplir los objetivos detallados
en el apartado anterior, es decir, analizar las causas de la política apaciguadora y valorar
su justificación.

Por ser un tema ampliamente estudiado y haber sido objeto de diversos cambios en sus
corrientes de pensamiento principales es necesario y se procede a realizar en este
apartado metodológico un repaso a la historiografía del apaciguamiento, para poder así
sentar el marco teórico en el que se sustenta este trabajo. Por último, se procederá a
comentar las principales fuentes utilizadas para la elaboración del mismo.

2.1. Estado de la cuestión


En la opinión pública mundial e incluso entre dirigentes políticos de toda índole, el
tratamiento que se da al apaciguamiento a Hitler es de rotundo fracaso. Se considera que
las políticas llevadas a cabo por Reino Unido y Francia permitieron al dictador alemán
ir logrando sus ambiciones territoriales y además incrementar su sensación de fuerza e
impunidad a la hora perseguir nuevos objetivos. Como resultado último de esta – según
la sabiduría popular – desastrosa política se llegó a la guerra más atroz de la historia de
la humanidad. Chamberlain y por extensión las clases políticas británicas y francesas
son ilustrados como poseedores de una mezcla de cobardía, ingenuidad y traición – este
último calificativo esencialmente en relación con Checoslovaquia. La conferencia de

8
Múnich es considerada el gran hito del despropósito apaciguador y a Hitler como el
gran vencedor de esta (Record, 2005).

No obstante, en el ámbito académico el estudio del apaciguamiento ha pasado por


diversas fases. La posición ortodoxa formulada en el transcurso de la Segunda Guerra
Mundial fue replicada a partir de los años 60 por el revisionismo que a finales del siglo
XX dio paso también a interpretaciones contrarrevisionistas (Finney, 2000, pág. 1).

Desde 1940 y en los primeros años de la posguerra, el dominio del campo fue para las
tesis que ponían el énfasis en la culpabilidad de un grupo de políticos británicos,
encabezados por el primer ministro Neville Chamberlain, cuya supuestamente torpe y
negligente gestión fue clave en la fracasada política de apaciguamiento. La obra Guilty
Men, de los periodistas Michael Foot, Frank Owen y Peter Howard, publicada tan
pronto como julio de 1940, en pleno inicio de la guerra, ha servido como obra referencia
de esta corriente de pensamiento (Aster, 2008, pág. 445). Si bien se escribió en pleno
hervor de los hechos, con poca estructura y con una clara intención de atacar a políticos
aún en activo o justo retirados, el libro fue un éxito. Independientemente de su calidad,
el valor de Guilty Men está en haber fijado desde el principio una posición clara sobre
lo que sucedió en la década anterior y en haber creado una fuerte corriente de opinión en
favor de sus argumentos. El libro se enmarcaba además en un contexto histórico en el
que era mucho más conveniente para el esfuerzo bélico la noción de que Gran Bretaña
hubiera sido capaz de plantar cara a Alemania mucho antes y con efectividad y que la
decisión de unos hombres lo impidiera frente a la admisión de que el país estuviera
genuinamente incapacitado para detener a Hitler (Finney, 2000, pág. 2).

La imagen popular del apaciguamiento se ha visto reflejada en el trabajo de numerosos


historiadores tradicionales, como Wheeler-Bennett, Namier, Gilbert o el propio Winston
Churchill, que condenaron el apaciguamiento de Alemania por parte de Reino Unido
como un acto ingenuo y de corrupción moral (Ripsman & Levy, 2008, pág. 148). La
corriente de condena tradicional acusa a los británicos de haber creído erróneamente que
Hitler tenía objetivos limitados que podían ser objeto de una negociación que evitase la
guerra. Las sucesivas concesiones territoriales no apaciguaron a Hitler, sino que le
envalentonaron, acrecentando su ambición y restaron credibilidad a la eventual garantía
a la seguridad de Polonia en 1939.

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Los defensores de esta corriente consideran que una estrategia de rearmamento y de
fuerza para mantener los equilibrios podría haber disuadido a Hitler, o en el caso de no
hacerlo, exponerle como un temerario ante sus propios militares y colaboradores,
alentando un posible cambio de régimen. Incluso aquellos que consideran que ante
Hitler la disuasión era inútil y la guerra inevitable defienden que un comportamiento de
firmeza de las democracias occidentales hubiera resultado en una guerra anterior, más
reducida y local que la catástrofe bélica que acabó siendo la Segunda Guerra Mundial
(Ripsman & Levy, 2008, pág. 149). La interpretación condenatoria tradicional dominó
completamente la discusión en los años 40 y 50, cuando la experiencia de la propia
guerra y las conclusiones de los posteriores juicios de Núremberg confirmaban la
extensión, premeditación y maldad de los planes del régimen nazi para librar una guerra
total (Finney, 2000, pág. 2).

Sin embargo, a partir de la década de los 60, con la controvertida publicación de A.J.P.
Taylor The Origins of Second World War emerge con fuerza el revisionismo del
fenómeno, aunque su obra contaba con elementos incoherentes con los de una postura
netamente revisionista (Beck, 1989, pág. 165). Si bien cuestionaba que fuera posible
conocer con exactitud los planes de Hitler y reconocía la importancia de las limitaciones
estructurales, el propio autor había sido contrario al apaciguamiento y todavía
consideraba su posición acertada por haberse cimentado esta política en “ceguera y
dudas morales” (Finney, 2000, pág. 3). Sea como fuere, Taylor y su obra supusieron el
primer cuestionamiento de la muy establecida posición ortodoxa y el inicio de un
período de revisión.

Ante la proliferación de memorias de los involucrados en el proceso y de nueva


documentación desclasificada, muchas voces comienzan a argumentar que el
apaciguamiento pudo haber la única respuesta lógica a la situación a la que se
enfrentaba el Reino Unido. En definitiva, sostienen que múltiples circunstancias de
distinto tipo limitaban amplísimamente las alternativas de Chamberlain y le empujaron
en la dirección del apaciguamiento (Beck, 1989, pág. 167). Además, sucede en una
época en la cual la propia disciplina de la historia, en particular de la política
internacional, estaba viviendo un cambio de paradigma, con la revalorización de la
consideración de factores estructurales, incluyendo de ámbito doméstico, económicos,
culturales y sociales frente a la más estrecha concepción previa focalizada en las
decisiones políticas de unos pocos individuos (Finney, 2000, pág. 4). Surge pues el

10
enfrentamiento entre tesis centradas en las decisiones tomadas y políticas aplicadas por
una serie de personas como principalmente responsables y otras defensoras del
determinismo y estructuralismo: poco podrían haber hecho los actores clave ante las
restricciones presentadas por el contexto tanto doméstico británico como internacional,
y el apaciguamiento era la única respuesta posible, sin alternativa real (Aster, 2008, pág.
444).

En los años 90, entró en escena la corriente contrarrevisionista, que huyendo del juicio
personal que la doctrina ortodoxa había sostenido, vuelve a criticar las acciones de
Chamberlain y los apacigadores. Liderada por la obra de 1993 de R. A. C. Parker,
Chamberlain and Appeasement, esta tendencia acepta parcialmente el determinismo
estructuralista, pero mantiene que los actores implicados podrían haber aplicado
mejores soluciones o gestionado mejor la situación (Beck, 1989, pág. 168). Parker
introduce una nueva variable que es la de distinguir entre el apaciguamiento amplio
llevado a cabo durante la década y la “variante Chamberlain”, considerando esta última
más nociva (Finney, 2000, pág. 7). El estudio del apaciguamiento de los años 30 ha sido
extenso a lo largo de las décadas y parece tener ante sí todavía bastante futuro (Aster,
2008, pág. 469). La aparición todavía frecuente de obras que afrontan directamente el
tema como la de Tim Bouviere, Appeasing Hitler. Chamberlain, Churchill and the
Road to War, tan recientemente como en 2019 apuntan efectivamente en la dirección de
que el estudio y debate sobre el apaciguamiento no se ha agotado todavía.

Como en todo análisis historiográfico y más en particular en uno relativo a un tema tan
estudiado y con tanta vinculación con decisiones de política internacional actual, existe
debate incluso sobre la propia historiografía. Aster (2008, p.443) critica la proyección
linear de ortodoxia, revisionismo, contrarrevisionismo por simplificar en exceso,
mientras que Finney (2000) advierte durante todo su artículo del vínculo entre las
tendencias historiográficas y la identidad nacional británica en cada determinado
momento. En cualquier caso, lo esencial es comprender la evolución general de la
cuestión que este trabajo pretende abordar.

2.2. Marco teórico


Partiendo del estado de la cuestión, es posible ya explicar con cierta brevedad cual es el
prisma teórico desde el cual afrontar un análisis de las causas del apaciguamiento
británico a Hitler. Estamos en definitiva ante dos grandes corrientes: la estructuralista,

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que defiende que las circunstancias aplicables en el momento del apaciguamiento
impedían una solución distinta o que pudiera haber sido plausiblemente considerada
mejor y que por tanto exculpa a Chamberlain y el resto de apaciguadores; y la de la
agencia, es decir la que considera que una gestión distinta por parte del gobierno
británico hubiera podido conducir a una solución sustancialmente mejor al conocido
advenimiento de la Segunda Guerra Mundial.

Los estructuralistas apelan a las complejas circunstancias en las cuales los británicos
tuvieron que tomar decisiones, con multitud de factores a tener en cuenta. Estos,
sostienen, son frecuentemente ignorados en los análisis de los detractores que
convierten la adopción o no de una política de apaciguamiento en cualquier caso en una
simple decisión entre el mal y el bien. Además, estos pensadores denuncian el efecto de
la falacia del historiador en el análisis de las decisiones del apaciguamiento, es decir,
que desde el prisma actual el apaciguamiento se ve como la condición que condujo a la
Segunda Guerra Mundial y no como una estrategia que se aplicaba en tiempos de paz
para preservar la paz (Record, 2005, pág. v).

Los autores de esta corriente retiran en gran parte la culpa de los líderes de las
democracias europeas, encabezadas por el Reino Unido, apelando a la imposibilidad de
lograr una paz duradera planteada por la situación y en particular por el enemigo.
Defienden esencialmente que Hitler no pudo ser apaciguado porque era inapaciguable.
Hitler no pretendía encontrar acomodo o mejorar la posición alemana dentro del sistema
de equilibrios de poder europeo, sino que su objetivo, que “desbordaba con mucho la
mera revisión del Tratado de Versalles” y era en última instancia “la conquista del
mundo” (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 388) requería necesariamente del
desmantelamiento frontal de dicho sistema. El dictador nazi buscaba la guerra de
manera inequívoca porque necesitaba la guerra para poder lograr sus objetivos. Por
tanto, estos autores postulan que la guerra no podía ser evitada si Hitler permanecía,
como así hizo, al frente del gobierno alemán (Record, 2005, pág. v).

En cuanto a la corriente de la agencia, como ya se ha explicado, esta comenzó siendo


esencialmente una teoría de la culpabilidad, pues imponía a los apaciguadores una
inequívoca tacha moral, centrándose en su cobardía o su maldad. Hoy en día, con toda
la evidencia disponible y constatada, mismamente pero no únicamente en la obra de

12
Bouviere (2019), estas tesis en su forma original parecen esencialmente reprobadas,
pues son numerosos los documentos oficiales y privados que descartan sus premisas.

No obstante, la corriente de la agencia en el sentido amplio sí debe ser considerada


plenamente como una posibilidad a lo largo de este trabajo, pues está ampliamente
fundamentada. La idea de que los líderes británicos obraron incorrectamente, bien por
incompetencia, por una falta de comprensión de la situación o por el diseño deficiente
de sus políticas cuentan con cuantioso respaldo académico. Sus defensores, como
Bouviere (2019) o McKercher (2008), apelan al catastrófico e históricamente inigualado
conflicto bélico que resultó de la política del apaciguamiento y al reconocimiento de
que también existían motivos que justificaban una actuación distinta que fuese efectiva,
sobre todo si se hubiese hecho a tiempo y ponderando adecuadamente el equilibrio de
fuerzas.

2.3. Fuentes principales utilizadas


Procede ahora elaborar un breve comentario de las principales fuentes que han inspirado
este trabajo. En un tema que ha sido tan habitualmente objeto de estudio durante
prácticamente el último siglo, la abundancia de fuentes ha permitido contar con diversas
perspectivas sobre el apaciguamiento y distintas formas de afrontar el asunto.

El punto de partida inicial fue la lectura completa del libro de Tim Bouviere, Appeasing
Hitler. Chamberlain, Churchill and the Road to War. Esta obra permite tener una
imagen bastante completa de todo el período del apaciguamiento desde la perspectiva
británica y en particular de su clase gobernante en aquel momento. Además de permitir
aproximar el tema en un inicio, la obra realiza un recorrido cronológico completo y
contiene numerosas referencias a documentos originales. Los otros libros completos
utilizados han sido The Dark Valley: A Panorama of the 1930s de Piers Brendon y The
Road to War: The Origins of World War II de Richard Overy y con la participación de
Andrew Wheatcroft, lecturas imprescindibles que terminan de redondear una visión
completa de todo el proceso de escalada bélica.

Un artículo académico de gran importancia para el presente trabajo ha sido el de Jeffrey


Record Appeasement Reconsidered: Investigating the Mythology of the 1930s, pues
hace un recorrido a diversas causas por las cuales los británicos se inclinaron por la
política del apaciguamiento, algunas de las cuales se han tomado aquí de forma similar

13
y otras que se han planteado de forma distinta.

También merece reconocimiento especial el artículo de Ripsman y Levy, Wishful


Thinking ot Buying Time?, pues afronta una causa esencial del apaciguamiento y que es
extensamente analizada en este trabajo, la de la motivación de los dirigentes británicos
de retrasar, más que detener, la guerra por considerar que de esta manera la afrontarían
en mejor condiciones de lograr vencer en la misma. Además, ofrece una narración
cronológica tanto de los esfuerzos de rearme como de eventos clave de la época.

Por su parte, Munich’s Lessons Reconsidered, de Robert J. Beck, centrándose en la


conferencia de septiembre de 1938 en Múnich, extrae cuatro conclusiones
fundamentales sobre las cuales existe un amplio consenso académico a la hora de
valorar el apaciguamiento y lidia con las implicaciones modernas que este momento
histórico ha tenido desde entonces.

Cabe mencionar además el uso del libro coordinado por Pereira, Historia de las
relaciones internacionales contemporáneas. Aunque el libro es de naturaleza general
para la disciplina de Relaciones Internacionales, los capítulos de Martínez Lillo,
Miralles, Neila Hernández y, sobre todo, Eiroa San Francisco, han sido fundamentales
para comprender el contexto histórico en el que se desarrollan los hechos y para
discernir la importancia de los mismos.

Por último, el artículo de Finney, The Romance of Decline: The Historiography of


Appeasement and British National Identity, ha sido la piedra angular sobre la cual se ha
realizado el análisis historiográfico del apaciguamiento en este mismo capítulo del
trabajo.

14
3. DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS
Antes de entrar a considerar y analizar las distintas causas y la medida en que estás
podrían haber justificado la política de apaciguamiento conviene exponer los principales
hitos del expansionismo alemán y de la respuesta británica al mismo.

3.1. Antecedentes: El Tratado de Versalles y la Seguridad Colectiva


Al término de la Primera Guerra Mundial, las potencias victoriosas forzaron a la gran
derrotada, Alemania a aceptar términos impuestos por ellos para la paz en el Tratado de
Versalles de 1919. Los potenciales efectos desastrosos de un tratado que situaba toda la
culpa de una guerra multicausal en Alemania y que diezmaba con severidad su
territorio, su industria, su viabilidad financiera futura y su capacidad militar fueron ya
previstos por algunos de sus más notables firmantes. Alemania perdía una séptima parte
de su territorio de 1914 y ocho millones de habitantes. Además, su ejército era limitado
a 100.000 hombres, se prohibió el servicio militar obligatorio, se le impedía disponer de
fuerza aérea y se reducía la naval a la mínima expresión. Adicionalmente, se le
impusieron gravosas reparaciones económicas (Neila Hernández, 2009, pág. 337).

El presidente Wilson de Estados Unidos y, en menor medida, el primer ministro


británico Lloyd George trataron de disuadir sin éxito a Clemenceau, primer ministro
francés, que terminó imponiendo su visión de castigar con dureza a Alemania
(Bouviere, 2019, pág. 13). El Tratado de Versalles, “Diktat” para los alemanes por su
carácter impositivo, fue tan severo que generó en Alemania una sensación de profundo
agravio y que incluso entre la opinión internacional se previese y hasta se pudiese
entender un incumplimiento de algunas de sus cláusulas (Overy, 2012, pág. 545).

Junto al establecimiento de los términos de paz, Versalles supuso el establecimiento de


un sistema de seguridad colectiva que superaba ampliamente cualquier intento
semejante anterior y que supuso una revolución en el Derecho Internacional. La
Sociedad de Naciones, impulsada por Wilson – pese a la no ratificación y entrada de
EE. UU. en la misma – y más adelante por Lloyd George, tenía como objetivo esencial
“fomentar la cooperación entre las naciones y garantizarles la paz y la seguridad” (Neila
Hernández, 2009, pág. 332).

Gran parte de los esfuerzos internacionales en los años 20 buscaron corregir los defectos
principales de Versalles, pero en lo esencial este siguió imperando (Bouviere, 2019,

15
pág. 13). El punto álgido de la esperanza pacifista y del sistema de seguridad colectiva
tuvo lugar con la firma del Tratado de Locarno, que incluyó a Alemania en la toma de
decisiones, aceptando esta sus fronteras a cambio, principalmente, de entrar en la
Sociedad de Naciones y de la desmilitarización por parte de los aliados de la zona de
ocupación impuesta por Versalles cerca de Colonia (Martínez Lillo, 2009, pág. 357).

El Tratado de Locarno incluía además numerosas disposiciones que vinculaban a Reino


Unido, Francia, Alemania, Italia y Bélgica en una compleja red de compromisos. Fue
sin duda el entendimiento más ambicioso del período de entreguerras y logró que
durante unos años imperase el denominado “espíritu de Locarno” de colaboración
internacional (McKercher, 2008, pág. 401). Otros hitos importantes en la segunda
mitad de la década de los 20 fueron el Pacto Kellogg-Briand que reafirmó la prohibición
de la guerra como mecanismo de resolución de disputas internacionales y los planes
Dawes y Young de alivio a las reparaciones alemanas (Bouviere, 2019, pág. 13).

No obstante, los cimientos de la paz eran frágiles y a partir de 1929, con el hundimiento
de la bolsa de Nueva York y la consiguiente catástrofe económica el sistema comenzó a
deteriorarse y el propio entramado institucional mostró su incapacidad de lidiar con la
primera gran crisis internacional: la ocupación japonesa de la región China de
Manchuria (Martínez Lillo, 2009, pág. 361).

3.2. El ascenso de Hitler al poder: los primeros 3 años


El punto de partida del período propiamente objeto de estudio es necesariamente el
nombramiento de Adolf Hitler como canciller de Alemania el 30 de enero de 1933. En
plena recesión económica bajo los efectos todavía de la Gran Depresión, Hitler accedió
al poder en coalición con los conservadores católicos, cuyo concurso en el gobierno
limitó la sensación de peligro que Hitler transmitía ya en aquel entonces (Bouviere,
2019, pág. 7). Pese a que las principales proclamas nazis eran ya conocidas en Europa,
la sensación era de expectación recelosa ante un líder peculiar más que de preocupación
galopante.

Ya desde su ascensión al poder, la reacción en el seno del gobierno británico no fue ni


ingenua ni optimista. El entonces ministro de asuntos exteriores Sir John Simon dibujó
en un informe en marzo de 1933 a un Hitler cuya administración “militante, altamente
peligrosa e incompetente se mantendrá al mando del centro de Europa entrenándose

16
para obrar maliciosamente” (The National Archives, 1933, pág. 10). Ya en mayo de
1933, Simon tenía el convencimiento de que Hitler preparaba un rearme ilegal para la
captura de territorios perdidos tras la Primera Guerra Mundial y llegó a recomendar al
gobierno planificar un escenario de guerra preventiva iniciada por Francia y otro, si
Hitler y sus postulados lograban avanzar, para una guerra de ámbito europeo en cuatro o
cinco años (Ripsman & Levy, 2008, pág. 160).

La política británica en este primer período buscaba atar a Alemania dentro de un marco
internacional de desarme en el cuál Francia les permitiese algunas concesiones
controladas. No obstante, el gobierno británico no buscaba que estas concesiones fueran
excesivas ni supusieran un peligro real para Francia y envió numerosos avisos al
gobierno alemán en relación con violaciones unilaterales cometidas por este contra
cláusulas de desarme contempladas en los Tratados de Versalles y de Locarno. El Reino
Unido empezó a buscar ya en este momento mantener una buena relación con la Italia
de Mussolini para alejarla en lo posible de Hitler (Ripsman & Levy, 2008, pág. 161).

Cuando los franceses lograron convencer a Reino Unido y Estados Unidos de su


propuesta de limitación armamentística alemana, Berlín se retiró de la conferencia y el
19 de octubre de 1933, Alemania abandonó la Sociedad de Naciones (Eiroa San
Francisco, 2009, pág. 390). Además de por el mensaje internacional claro que Hitler
enviaba con estos movimientos, este hito es significativo por la reacción que tuvo en
Reino Unido. Aunque de manera tímida, supuso el inicio de un proceso que se preveía
lento de rearme británico, poniendo fin a la denominada ten-year-rule, la política de
financiación militar mínima y basada en supuestos pacifistas que había regido desde el
final de la Primera Guerra Mundial (Brendon, 2002, pág. 221).

Ante la evidencia a finales de 1934 de que Alemania se estaba rearmando a un ritmo


vertiginoso, los británicos redoblaron su apuesta por el apaciguamiento, concretamente
tratando de acordar con Berlín un rearmamento controlado y limitado en lugar de
permanecer impasibles ante el rearmamento clandestino pero feroz de los alemanes. El
intento británico de que Alemania aceptara los principios de Washington y retornara a la
Sociedad de Naciones se vio truncado de entrada por la negativa francesa a lo que de
facto supondría violar cláusulas del Tratado de Versalles (Ripsman & Levy, 2008, pág.
163).

17
En marzo de 1935, Hitler decretó el refuerzo de las fuerzas armadas alemanas, en
violación flagrante del Tratado de Versalles, provocando una respuesta en serie a nivel
internacional. Por un lado, las otras tres grandes potencias europeas occidentales: Reino
Unido, Francia, y notablemente, Italia, se opusieron en abril al rearme alemán y se
comprometieron con el Tratado de Locarno, formando el denominado Frente de Stresa
(Eiroa San Francisco, 2009, pág. 392). Por otro lado, en mayo Francia y la Unión
Soviética consumaron un acuerdo para reforzar la asistencia mutua en caso de agresión.
Pese a ser originalmente ambicioso, el asesinato del ministro de exteriores francés
Barhout, promotor del acuerdo, desembocó en la conclusión de un acuerdo más
reducido. Finalmente, las presiones de la derecha francesa impidieron la constitución de
una convención militar entre altos mandos soviéticos y franceses, impidiendo desplegar
los efectos prácticos del acuerdo (Record, 2005, pág. 38).

Además, el frente de Stresa se debilitó en junio de ese mismo año cuando Gran Bretaña
optó finalmente por pactar bilateralmente con Alemania un acuerdo naval que permitía a
esta aumentar su producción de barcos y submarinos y se derrumbó definitivamente en
octubre tras la invasión italiana de Abisinia – actual Etiopía, con la oposición de Reino
Unido y Francia (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 392).

Durante estos primeros años de su mandato, Hitler trató de acercarse al Reino Unido, al
que consideraba un socio propicio con el cual poder repartirse en un futuro la influencia
continental y la presencia colonial de ambas potencias. Sus intentos, múltiples hasta
1937; no obstante, terminaron siendo un fracaso (Overy, 2012, pág. 1516).

3.3. La remilitarización del Renania


La remilitarización de la región occidental alemana de Renania, zona rica de elevada
producción industrial y de incalculable valor estratégico para fines defensivos u
ofensivos con respecto a Francia, supuso el primer gran paso de Hitler con el fin de
anular los efectos del Tratado de Versalles y acometer sus fines expansionistas. Molesto
por la ratificación en la cámara francesa, el 27 de febrero, del ya mencionado pacto
franco-soviético (Bouviere, 2019, pág. 83) y aprovechando la debilidad aparente de
Reino Unido y Francia, el 7 de marzo de 1936 22.000 soldados traspasaron el río Rin y
cubrieron el territorio alemán al Oeste de su cauce (Overy, 2012, pág. 342).

18
Pese a la denuncia internacional y a la constatación por parte la Sociedad de Naciones
de que lo sucedido constituía una violación de las obligaciones internacionales
contraídas por Alemania, no se tomó medida efectiva alguna para impedir el hecho o
contestar ante el mismo. No obstante, se produjeron movimientos internacionales como
la firma de un acuerdo de garantía territorial mutua entre Reino Unido, Francia y
Bélgica. En el contexto alemán, la remilitarización contó con un apoyo incuestionable y
la figura de Hitler y sus aspiraciones internas quedaron reforzadas (Eiroa San Francisco,
2009, pág. 395).

Este hecho supuso también la definitiva defunción del Tratado de Locarno, pues fue en
el que Hitler se amparó – argumentando que el pacto Franco-soviético lo vulneraba –
para lanzar la ofensiva, esgrimiendo que este no era ya de aplicación y procediendo a
vulnerarlo él de manera aún más flagrante. Además, redobló la tensión sobre Reino
Unido, que estaba obligado por dicho tratado a defender la zona desmilitarizada pero
que quería evitar involucrarse militarmente a toda costa (Bouviere, 2019, pág. 84)

El ministerio de exteriores británico, el Foreign Office, se basó -mientras tuvo el control


sobre la estrategia global británica hasta finales de 1937- en el equilibrio de poder como
estrategia de protección de los intereses británicos en el exterior. El 28 de mayo de 1937
Neville Chamberlain se convierte en primer ministro del Reino Unido y asume a los
pocos meses el liderazgo completo de la política exterior. Su llegada a Downing Street
supuso un viraje en la estrategia británica, que pasó a centrarse en lograr “mejores
relaciones” con los rivales de Reino Unido (McKercher, 2008, pág. 392).

3.4. El Anschluss
Tras haber expresado su preocupación por la escasez de materias primas y afirmado la
necesidad de una expansión del territorio a finales del año anterior, Hitler optó por
poner fin a la relativa tranquilidad que había imperado durante 1937 centrando su
atención en los Sudetes y Austria. Si bien el plan original contemplaba comenzar por la
región checa, las circunstancias favorecieron un cambio de plan. La presencia de nazis
en el gobierno austriaco y el esfuerzo propagandístico, así como el beneplácito de los
poderes económicos a la unión se añadieron a lo que ya era una coincidencia cultural,
racial y lingüística para hacer de Austria el objetivo que más sentido tenía perseguir en
ese momento (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 396).

19
El 12 de marzo de 1938 las tropas alemanas marchan hacia Austria consumando
rápidamente la anexión de dicho país al imperio alemán. El propio Hitler recorrió el
camino hasta Viena aclamado por los austriacos y decretó al día siguiente la
incorporación de Austria al Reich como una provincia más (Eiroa San Francisco, 2009,
pág. 397). Efectivamente, la apuesta estratégica alemana había sido exitosa pues
consumó la anexión sin necesidad de utilizar la fuerza, en un brevísimo espacio de
tiempo y en general con una amplia aceptación popular (Brendon, 2002, pág. 539).

Gran Bretaña y Francia no proporcionaron ayuda alguna al gobierno austriaco y se


mantuvieron impasibles ante la anexión. La reacción británica ante los métodos de
Hitler, que había amenazado al canciller austriaco Schuschnigg con un ultimátum si no
detenía el plebiscito que había convocado (Overy, 2012, pág. 984) y que en definitiva
había violado principios internacionales básicos para anexionar un Estado soberano a su
territorio, fue de manifiesta indignación. Sin embargo, la visión generalizada era que la
anexión de Austria era esperable, no suponía una amenaza a los intereses británicos y no
era, de fondo, inmoral (Bouviere, 2019, pág. 183).

3.5. La crisis de los Sudetes y la Conferencia de Múnich


Una vez consumado el Anschluss, la región checoslovaca de los Sudetes pasó a ser la
prioridad de Hitler. La zona, de mayoría étnica y lingüística alemana se entregó al
estado centroeuropeo de nueva creación como parte de los términos del Tratado de
Versalles, con el fin de asegurar a este una zona montañosa para protegerse de futuros
ataques alemanes. Al efectuar sus crecientes reclamaciones sobre la región, el Führer
esgrimió de nuevo argumentos relativos a la protección e integración de la mayoría
alemana residente en la zona (Roberts, 2018, pág. 425).

Durante la escalada de tensiones en primavera de 1938, desde Reino Unido, donde


prevalecía la intención de evitar la guerra, se veía además con cierto respeto que los
sudetes pudieran decidir su futuro en referéndum, incluyendo su incorporación al Reich.
El propio embajador británico en Berlín, Henderson, era defensor de la
autodeterminación. Todo ello se produce en un contexto de poco conocimiento británico
de Checoslovaquia o incluso de cierto desdén hacia este Estado, por su carácter algo
artificial, surgido del denostado Tratado de Versalles (Bouviere, 2019, pág. 222). No
obstante, la predisposición apaciguadora no era compartida por todos, con Winston
Churchill, advirtiendo ya en marzo de 1938 de la mayúscula amenaza que los nazis

20
suponían para Checoslovaquia y pidiendo la creación de los ministerios de suministro y
de defensa1, en definitiva, pidiendo prepararse para la guerra (Roberts, 2018, pág. 423).

Durante el año 1938, Hitler animó al líder pro-nazi del Partido de los Sudetes alemanas
para que fuera planteando peticiones inaceptables por Praga para ir quebrando la unidad
del estado checoslovaco. En cambio, el gobierno checo fue incapaz de que el Reino
Unido extendiese una garantía a su territorio y de que Francia, que anteriormente se
había comprometido a salvaguardar la integridad checoslovaca se reafirmara en este
compromiso, indicando esta sin embargo que no estaría dispuesta a batallar contra
Alemania sin el concurso de Londres. Los gobiernos de ambas democracias
occidentales pidieron a los checos que negociaran y aceptaran las peticiones alemanas
para evitar el conflicto (Overy, 2012, pág. 2522).

En septiembre de 1938, Hitler pasó de pedir en sus discursos la autonomía y el respeto a


los Sudetes dentro de Checoslovaquia a hablar ya directamente de anexión (Eiroa San
Francisco, 2009, pág. 397). Checoslovaquia decretó la movilización general de sus
reservistas ante la previsión de una ofensiva alemana, momento a partir del cual se
produjeron acciones violentas entre sudetes y checos que la facción pro-alemana utilizó
para agitar aún más la situación. En este punto, el asunto adquirió una escala de
problema internacional de primer orden y Londres reaccionó con la petición de una
reunión entre Chamberlain y Hitler, el denominado “Plan Z” (Bouviere, 2019, pág.
244). En el encuentro, el Führer le “manifestó claramente su intención de que los
Sudetes se integrasen en el Reich y se mostró dispuesto a emprender una guerra si fuera
necesario” (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 398).

Chamberlain, convencido ya desde hace varias semanas de que no quedaría más


remedio que un futuro en el que Alemania incorporase a los Sudetes (Bouviere, 2019,
pág. 243), se mostró de acuerdo con la cesión de aquellas zonas con mayoría alemana,
suponiendo, además de una enmienda total al derecho internacional y a la soberanía e
integridad territorial de Checoslovaquia, la introducción en entorno un millón de checos
y judíos a la Alemania nazi. Londres y París reafirmaban su postura de que Praga debía
renunciar a una parte sustancial de su territorio en pro de la paz, llegando a amenazar al

1 Lo que habitualmente conocemos como ministerio de defensa ya existía en Reino Unido en


forma del War Office. Churchill proponía la creación de un ministerio adicional específico para
la defensa de las islas británicas.

21
estado centroeuropeo con retirar toda garantía a su territorio (Eiroa San Francisco, 2009,
pág. 398).

El 29 de septiembre de 1938 dio comienzo, a propuesta de Daladier, Chamberlain y


Mussolini, la conferencia de Múnich con el fin evitar una guerra que parecía entonces
inminente. Al día siguiente se alcanzó un acuerdo por el cual la región de los Sudetes
pasaba a formar parte del Reich en los primeros días de octubre y por el que se creaba
una comisión para la supervisión de la toma de poder. Además, las cuatro potencias se
comprometieron a salvaguardar el menguado territorio de Checoslovaquia (McKercher,
2008, pág. 424).

El presidente checo Beneš se resignó a aceptar lo acordado en Múnich y presentó


después su dimisión. Por un lado, Alemania había logrado hacerse con la región de los
Sudetes sin utilizar la fuerza, con la autorización de las democracias occidentales y sin
haber necesitado convencer al país de cuyo territorio se estaba apropiando. Además, con
respecto a los países del este de Europa, Múnich “lanzaba a estas naciones la percepción
de que su única salida era la de conseguir acuerdos con la gran Alemania en los mejores
términos, si querían evitar acciones violentas” (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 398).
Por otro lado, Múnich puede considerarse una victoria diplomática de Chamberlain, en
tanto en cuanto evitaba una guerra que parecía inminente y obligaba a Hitler a operar
dentro del marco impuesto por las potencias occidentales y sin recurrir a la violencia
(Overy, 2012, pág. 1790).

Desde el punto de vista británico, la renuncia a optar por disuadir a Alemania y la


renovada insistencia apaciguadora tuvo un amplio apoyo popular y todavía mayoritario
entre la clase política, pese a la creciente organización de los anti-apaciguadores en
torno a personajes como Churchill, Eden o Amery que ya venía dándose desde el
Anschluss (Bouviere, 2019, pág. 211). La idea de que lo que estaba sucediendo era “una
disputa en un país lejano entre personas que no conocemos” (BBC, 2022), en palabras
del propio Chamberlain, fue la dominante en Reino Unido en otoño de 1938.

A su retorno a Londres, Chamberlain fue recibido como en Londres como un héroe,


ante una opinión pública aliviada por haber evitado la guerra y que pareció inicialmente
encantada con el compromiso logrado (Hucker, 2016, pág. 63). Tras ser aclamado en el
balcón del palacio de Buckingham, en un acto sin precedentes, proclamó a las puertas

22
de Downing Street que creía haber logrado la “paz para nuestro tiempo” (Bouviere,
2019, pág. 289).

3.6. La caída de Checoslovaquia


En noviembre de 1938, Alemania e Italia avanzaron en el desmembramiento de
Checoslovaquia, entregando, en el denominado arbitraje de Viena, 12.000 km2 de
territorio y un millón de habitantes a Hungría y dotando de autonomía a Eslovaquia y a
la Rutenia subcarpática. El estado checoslovaco y sus capacidades defensivas
continuaron pues debilitándose, perdiendo la mayoría de su capacidad industrial puntera
(Eiroa San Francisco, 2009, pág. 399).

El 15 de marzo de 1939 Alemania invade el resto de Checoslovaquia. Las fuerzas


alemanas entraron en Praga sin resistencia, tras la amenaza formulada por Hitler al
presidente checo el día anterior (Bouviere, 2019, pág. 323) y colocaron al país bajo la
autoridad del Reich en forma de protectorado. Eslovaquia se constituyó como Estado
formalmente independiente, pero títere de Alemania. Checoslovaquia había
desaparecido.

La aniquilación del resto de Checoslovaquia supuso un salto cualitativo en el carácter de


la agresión nazi, pues por primera vez esta tenía lugar contra un territorio no poblado
mayoritariamente por personas de raza y lengua germana (Brendon, 2002, pág. 546) y
suponía pues el desenmascaramiento de Hitler como un invasor insaciable y cuyos
objetivos trascendían sobradamente al de la reunificación del espacio germánico.

La opinión pública y los gobiernos occidentales, que habían recibido con opiniones
divergentes y en muchos casos positivas el desmembramiento parcial inicial del país
centroeuropeo tras la Conferencia de Múnich, viraron en este punto ya a una condena
inequívoca de la agresión alemana. La indignación se propagó por Reino Unido y la
noción de que el apaciguamiento había fracasado y no era ya viable como estrategia se
extendió por toda la sociedad británica. La actitud optimista posterior a Múnich había
dado paso a un convencimiento de que Chamberlain debería transformar su política o
abandonar el cargo y toda la atención se centró en la gestión, en términos muy distintos,
de la respuesta ante el probable próximo objetivo de Hitler, Polonia (Bouviere, 2019).

3.7. El camino hacia la invasión de Polonia

23
Pese al descontento alemán en relación a las consecuencias del Tratado de Versalles
relativas a Dánzig y el denominado corredor polaco, las relaciones entre Berlín y
Varsovia no habían sido de excesiva tensión. No obstante, para finales de 1938 una serie
de incidentes producidos en zonas de minoría alemana de Polonia y la petición de
retorno de Dánzig a Alemania por parte de Ribbentrop elevaron la presión y
confirmaban que Alemania estaba decidida entonces a ir a por su vecino del Este (Eiroa
San Francisco, 2009, pág. 400).

Tras rechazar en primavera de 1939 la exigencia alemana de unirse al pacto


Antikomintern y de entregar Dánzig, Polonia recibió, el 31 de marzo, la garantía
británica de asistencia inmediata en caso de que Alemania atacara la independencia del
país (Overy, 2012, pág. 380). Esta se formuló con velocidad y sin considerar las
capacidades militares relaes de ejercer dicha garantía y fue seguida por sendos
compromisos con Grecia y Rumanía (Bouviere, 2019, pág. 330). La determinación de
las dos principales democracias europeas, pues Francia apoyó dichas garantías, a evitar
una nueva Checoslovaquia parecía clara.

El 23 de agosto de 1939 Alemania y la Unión Soviética llegan a un pacto de no


agresión, conocido como el Pacto Ribbentrop-Mólotov. Ante el temor de que una nueva
conferencia al estilo Múnich diese vía libre a Hitler para irrumpir en Polonia y acercarse
a la Unión Soviética, Stalin optó por tratar de controlar el avance alemán mediante este
pacto y de lograr avanzar la propia posición de su país (Brendon, 2002, pág. 680). En
efecto, el pacto daba reconocimiento a demandas soviéticas en los Estados bálticos y en
la propia Polonia, e impedía de hecho que Reino Unido o Francia pudieran ayudar a
Varsovia (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 400). Además, en una cláusula secreta,
Alemania y la Unión Soviética procedieron directamente al reparto prospectivo de toda
Polonia y demás partes de Europa del Este (Miralles, 2009, pág. 428).

El pacto nazi-soviético supuso el final de las relaciones internacionales en Europa


fundamentadas en equilibrios y en el concierto de las naciones delimitaba las zonas de
influencia de cada uno de los Estados, quebrantando sin miramientos todas las normas y
principios del sistema internacional que salvaguardaban en primer término la seguridad
e independencia de los países (Miralles, 2009, pág. 430). El pacto, alcanzado con una
impresionante celeridad habiéndose celebrado tan solo dos reuniones el mismo día de la

24
firma y sin apenas aviso, impactó y desanimó a la opinión pública en Reino Unido e
hizo a la guerra parecer ya inevitable (Hucker, 2016, pág. 229).

Tras la culminación del pacto los acontecimientos se precipitaron. El plan original de


Hitler preveía la invasión de Polonia para el día 26 de agosto. Mussolini fracasó en su
intento de detener el conflicto, pues el dictador alemán exigía ya en este punto la
destrucción de Polonia (Eiroa San Francisco, 2009, pág. 400). Por su parte, el día 25 de
ese mismo mes el Reino Unido firmó un tratado de alianza con Polonia, reafirmándose
en el compromiso ya adquirido anteriormente de asistirla en caso de ataque. Con esta
decisión, Londres despejaba las dudas sobre lo que sucedería en caso de ataque alemán
(Miralles, 2009, pág. 428). En efecto, el 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió
Polonia y dio comienzo la Segunda Guerra Mundial.

25
4. ANÁLIS DE LAS CAUSAS DEL APACIGUAMIENTO
Se procede en este capítulo al análisis de las diversas causas que pudieron conducir al
gobierno británico a optar de manera sostenida, desde el año 1933 a una política de
apaciguamiento con Hitler. Es necesario realizar antes un apunte básico, relativo a la
distribución del poder en Reino Unido en la década de los 30.

Durante el período objeto de estudio, el Reino Unido estuvo comandado por el llamado
“Gobierno Nacional”, un gobierno principalmente formado y liderado por miembros del
Partido Conservador. En lo que se puede considerar una anomalía en los sistemas
parlamentarios, entre 1931 y 1935 el gobierno estuvo liderado por el nacional-laborista
Ramsay McDonald, pero la influencia de los conservadores hacía de su líder Stanley
Baldwin una figura de enorme influencia en el gabinete (McKercher, 2008). Baldwin
fue precisamente su sucesor, ejerciendo la máxima autoridad entre junio de 1935 y
mayo de 1937, cuando el hasta entonces canciller de la hacienda Neville Chamberlain
asumió el cargo que ocuparía hasta mayo de 1940, entrada la Segunda Guerra Mundial.

Es pertinente señalar también que el gobierno británico, desde las elecciones de 1935,
contaba en la Cámara de los Comunes con una amplísima mayoría de 243
parlamentarios y que Chamberlain, que se llevaba erigiendo en primer ministro desde
hacía varios años gracias a su labor como máximo responsable económico, contaba con
un amplísimo control del gobierno y del partido. Rodeado de afines y apoyado por las
bases, gobernó además en un período de extraordinaria debilidad de la oposición,
incapaz de plantear, incluso junto con los diputados más díscolos del Partido
Conservador, alternativa real alguna a su mandato (Hucker, 2016, pág. 24). Esta
situación debe ser tenida en cuenta a la hora de considerar las diferentes causas, pues en
todo caso tiende a reforzar la noción de que Chamberlain, en lo relativo al proceso
político interno, tenía una amplia capacidad de decisión.

Finalmente, es necesario señalar que las diversas causas no pueden ser tomadas como
compartimentos estancos, sino más bien todo lo contrario, están profundamente
relacionadas y los límites entre una y otra causa son difusos, permitiendo diversas
posibles categorizaciones de estas. En todo caso, he optado por distinguir entre ocho
causas principales. La lista, además, no es exhaustiva, aunque desde luego sí pretende
cubrir las principales y más relevantes motivaciones detrás del apaciguamiento.

26
4.1. El impacto social de la Primera Guerra Mundial y la opinión
pública
A la hora de valorar las decisiones tomadas por el gobierno británico entre 1933 y 1939,
es imprescindible comprender la influencia de la entonces conocida como la Gran
Guerra en la opinión pública y en la clase política de Reino Unido. La noción de que la
Primera Guerra Mundial fue la última guerra que la población civil de las potencias
beligerantes celebró es ciertamente representativa del cambio de mentalidad que se
produjo con respecto a dos décadas después (Record, 2005, pág. 11). Las celebraciones
públicas con motivo del inicio de las hostilidades en 1914 no tuvieron réplica alguna en
1939.

Las brutales consecuencias sufridas por la población en la guerra tuvieron un profundo


impacto en la opinión pública, que recordaba los horrores del conflicto y la pérdida de
familiares, amigos y conocidos (Timmins, 2020). El efecto práctico fue la de un
electorado mucho más tendente al pacifismo o en todo caso al uso controlado de la
fuerza en el marco de la legalidad internacional entonces encarnada por la Sociedad de
Naciones. La población demandó a sus gobiernos que apostasen por el desarme y
abandonasen las políticas militaristas que condujeron a la anterior guerra (Ripsman &
Levy, 2008, pág. 159).

La condición de democracia consolidada que Reino Unido tenía ya sobradamente


adquirida en la época supone la introducción de la opinión pública como variable
importante en las decisiones de un gobierno que aspira a ser reelegido en las urnas. La
opinión pública británica fue, en cierta medida variando su posición a lo largo del
período, pero apostó de manera clara y sostenida por el pacifismo y por evitar
involucrarse en un conflicto internacional, poniendo en valor la seguridad colectiva
(Overy, 2012, pág. 1380). El denominado “peace ballot”, una masiva encuesta pública
realizada en octubre de 1934 por defensores de la Sociedad de Naciones logró casi 12
millones de respuestas, con impresionantes resultados a favor de las propuestas
antibelicistas y fue la muestra más clara de un sentimiento inequívoco en pro de la paz
(Bouviere, 2019, pág. 75).

Esta realidad sociológica tenía su reflejo en la clase dirigente del país, que tanto por
motivos de conveniencia electoralista pero también por principios y recuerdos
traumáticos del conflicto, consideraban que la guerra vivida fue una absoluta calamidad

27
con costes humanos, económicos y materiales que debía evitarse a toda costa.
Chamberlain se manifestó en innumerables ocasiones en un sentido antibelicista y
afirmaba que la guerra era siempre la peor solución y que merecía la pena detener,
invocando directamente las horrorosas estadísticas de muertos y heridos y defendiendo
la idea de que en las guerras solo había perdedores (Bouviere, 2019, pág. 224).

En definitiva, el impacto de los horrores de la Gran Guerra fue indudablemente elevado


y puede justificar parcialmente a Chamberlain, desde un punto de vista moral, aunque
no puede menoscabar su responsabilidad última como gobernante de obrar en base a la
realidad y no solo a sus deseos idealizados.

No obstante, descargar la responsabilidad de la clase dirigente británica en la opinión


pública es una opción problemática. Un buen gobernante debe ser capaz de explicar sus
decisiones y obrar en ocasiones puntuales contra el sentimiento mayoritario si considera
que es imprescindible, más aún con la amplia mayoría parlamentaria que le respaldaba
en este caso. El gobierno británico tenía además un control impresionante de las líneas
editoriales de los medios de comunicación – que utilizó sistemáticamente para restringir
el debate sobre políticas alternativas al apaciguamiento (Finney, 2000, pág. 6).

Tuvo pues la capacidad de intentar liderar un proyecto alternativo si tal voluntad


política se hubiese dado en lugar de escudarse en una tendencia de la opinión pública
que su propio gobierno amparaba y promovía (Timmins, 2020). Aunque la opinión
pública sí fue antibelicista durante gran parte del período e incluso si Chamberlain
creyese estar obrando por respetar dicha opinión popular, la realidad es que no puede
constituir un condicionante crucial e inevitable que le abocase hacia la política del
apaciguamiento (Beck, 1989, pág. 182). Por tanto, es un factor no exime al gobierno
británico de su responsabilidad a la hora de optar por apaciguar.

4.2. La delicada situación económica del Reino Unido


La delicada situación económica del Reino Unido durante la década de los años 30 fue
otro factor que pudo empujar al gobierno hacia posiciones apaciguadoras, por limitar
por un lado la capacidad de imponer sanciones económicas a Alemania ante sus afrentas
internacionales y por constreñir severamente el potencial militar con el que disuadir a
Alemania o a partir del cual saber que dispondría de superioridad en un conflicto.

La posibilidad de adoptar sanciones económicas supondría un alto coste para los propios
28
británicos, cuya economía aún estaba en proceso de recuperación tras los devastadores
efectos de la Gran Depresión (Overy, 2012, pág. 1410). En particular hay que tener en
cuenta que había todavía deudas a cobrar a Alemania fruto de las reparaciones de la
Gran Guerra y que estas eran imprescindibles a su vez para afrontar la deuda todavía a
pagar a Estados Unidos.

La ya mencionada aversión de la opinión pública a la inversión militar y las dificultades


económicas derivadas de la Gran Depresión, llevaron a mínimos la inversión británica
en sus defensas. La ten-year-rule era la muestra más evidente de la situación pues
recomendaba al gobierno financiar las fuerzas armada bajo la asunción de que estas no
participarían en ningún conflicto a gran escala en la próxima década. Esta política
adoptada en 1919 se mantuvo vigente hasta la llegada de Hitler al poder en Alemania
(Beck, 1989, pág. 175).

En los primeros meses tras la llegada de Chamberlain al poder en 1937, el gobierno


mantuvo su intención de continuar el rearme, pero dilatando los plazos y adaptándolos a
las capacidades de la economía británica. Convencido por el ministerio de hacienda,
Chamberlain optó por una estrategia que evitase un rearme tan agresivo y cortoplacista
que pudiera deteriorar el tejido económico del país (Trubowitz & Harris, 2015, pág. 25)
e incluso a medio y largo plazo la propia capacidad total de rearme. No obstante, a raíz
del Anschluss, el primer ministro asumió que no quedaba otra que acelerar el rearme a
toda costa (Ripsman & Levy, 2008, pág. 169).

Desde luego, la situación económica fue un factor importante por dificultar al gobierno
británico poder tomar las decisiones oportunas para dañar a Alemania tanto por la vía
económica como para prepararse para poder hacerlo llegado el caso, por la militar.
Puede considerarse pues que invitó al gobierno británico a aproximarse al
apaciguamiento.

4.3. La compleja situación geoestratégica del Reino Unido y su imperio


En la década de los 30, la estrategia general británica se guiaba por los dos mismos
principios que la vertebraban desde el siglo XVII: la seguridad de las islas y la
capacidad de protección del imperio. Con el fin de asegurar la consecución de ambos, la
estabilidad internacional era para toda la clase política británica un bien a preservar
(McKercher, 2008).

29
La capacidad militar del reino Unido estaba seriamente comprometida por el hecho de
tener que afrontar un exceso de obligaciones en el ámbito de la seguridad con respecto a
su capacidad para gestionarlas. En la época, el imperio británico aún controlaba una
cuarta parte del mundo, pero con tan solo entre un 9 y un 10 por ciento de la capacidad
productora tanto general como militar (Record, 2005, pág. 21).

El Reino Unido tenía que lidiar simultáneamente con la creciente amenaza alemana en
Europa, con una Italia expansionista en el mediterráneo – clave para Londres, por ser un
lugar de tránsito y comunicación con India y su imperio oriental – y con la irrupción
imperialista de Japón en el extremo oriente (Beck, 1989, pág. 175). A consecuencia de
esta abundancia de potenciales focos de conflicto, el Comité de Defensa Imperial, en
1935, recomendó en términos inequívocos tomar aquellas acciones de política
internacional que lograran reducir el número de actores hostiles hacia Reino Unido y
maximizara sus alianzas (Ripsman & Levy, 2008, pág. 168).

Debemos tener en cuenta además que en la década de los 30, una parte importante del
imperio británico, en particular sus cuatro principales dominios – Canadá, Sudáfrica,
Australia y Nueva Zelanda – contaban ya con una elevada capacidad de autogobierno. A
diferencia de en la Primera Guerra Mundial, su involucración en una futura guerra no
podía darse por descontada ni aun cuando así lo requiriera Londres (Beck, 1989, pág.
175). En tal caso, Australia y Nueva Zelanda tenían mucho más temor al expansionismo
japonés y priorizaban, junto al resto de los dominios, el fortalecimiento de la Royal
Navy – la armada – por encima de la preparación militar terrestre para combatir una
guerra en Europa. El interés de estos actores en una guerra por Checoslovaquia era
inexistente (Record, 2005, pág. 23).

La situación de declive imperial de Reino Unido en los años 30 aconsejaba con claridad
evitar la aparición de un conflicto internacional de primer orden y era, por tanto, otra
fuente de apoyo contundente en favor del apaciguamiento que puede contribuir a la
justificación de esta política.

4.4. El anticomunismo y los recelos hacia la Unión Soviética


Una de las alternativas más probables al apaciguamiento hubiese sido la formación de
una gran alianza que contuviese en alguna forma a Reino Unido, Francia y la Unión
Soviética. Esta última contaba con el mayor ejército permanente del continente y la

30
segunda mayor capacidad productiva solo tras los Estados Unidos. Siguiendo la lógica
de la triple entente en la Primera Guerra Mundial, una alianza férrea de estas tres
potencias hubiera podido cambiar significativamente el devenir de los acontecimientos.
Sin embargo, la realidad de los hechos es que semanas antes del inicio de la guerra,
quien llegaba a un pacto de no agresión con Moscú era precisamente el enemigo a
detener, Alemania (Record, 2005, pág. 39).

Parece seguro afirmar que, en gran medida, el fracaso a llegar a un entendimiento con
Rusia se debió a la naturaleza de su régimen político. No era infrecuente en círculos
británicos un mayor nivel de rechazo al comunismo que al nazismo y la consideración
del primero como una mayor amenaza a su sistema democrático y económico
(Bouviere, 2019, pág. 107). Si bien el nazismo es identitario y estaba confinado a la
supuesta raza aria alemana, el comunismo tenía una autoproclamada vocación
internacionalista y un proyecto económico que podía atraer a grandes segmentos de la
sociedad. El propio Chamberlain desconfiaba completamente de los comunistas
británicos que pedían un frente unido frente al fascismo y jamás consideró seriamente
incorporar a la Unión Soviética en la solución a problemas como el de Checoslovaquia
(Overy, 2012, pág. 1818).

El anticomunismo y el recelo a la Unión Soviética pueden ser considerados factores que


legítimamente empujaran al Reino Unido hacia el apaciguamiento, al reflejar una
situación internacional nada sencilla en la Alemania no era el único régimen totalitario
que podía amenazar la estabilidad europea. Pero, por otro lado, debemos reconocer de
nuevo la agencia de los británicos en este aspecto, pues por fundados que estuvieran sus
recelos hacia Moscú y la ideología que propugnaba, podrían haber entendido el carácter
de amenaza secundaria que en ese momento suponía en comparación a Alemania y
haber tomado medidas encaminadas a formar un frente amplio. Esto hubiera supuesto
adelantar lo que de todas formas acabó sucediendo en la Segunda Guerra Mundial y que
no fue luego ápice para confrontar con la URSS en la Guerra Fría.

4.5. La debilidad de Francia


No es objeto de este trabajo entrar a valorar la responsabilidad francesa en el devenir de
los acontecimientos, pero es importante en la medida en la que constituye un factor más
a tener en cuenta por el Reino Unido en su propia toma de decisiones.

31
Pese a su alianza en la Primera Guerra Mundial, la relación entre Reino Unido y Francia
no era una de plena confianza. Para empezar, cabe destacar que los británicos, tanto a
nivel popular como en la élite, tendieron durante gran parte del período de entreguerras
a ser proalemanes y antifranceses, simpatizando con los primeros por el duro castigo
sufrido en Versalles y cada vez más frustrados ante la rigidez de los segundos
(Bouviere, 2019, pág. 14). Ambos países tenían numerosas e importantes diferencias a
la hora de lidiar con Alemania en general y con el desafío planteado por Hitler en
particular. Las diferencias se explican en parte por dos elementos: la diferente situación
geopolítica de fondo de ambos países y su distinta interpretación de cómo afrontar lo
pactado en 1919 en Versalles.

Durante todo el período objeto de estudio, la política francesa estuvo sumida en una
profunda época de inestabilidad, teniendo entre 1932 y 1940 hasta 16 coaliciones de
gobierno distintas. La división interna y la sensación de derrotismo minaron la
solidaridad nacional ante el enemigo exterior (Brendon, 2002, pág. 581), fraguando una
política de contención frente a Alemania fundamentada en torno a un sistema de
alianzas con el que amenazar a Hitler con la posibilidad de una guerra en dos frentes.

Pese a que los franceses estuvieron más frontalmente opuestos a Hitler como
consecuencia de su recelo habitual a Alemania y de su posición de vulnerabilidad ante
esta, fueron incapaces de sustentar su posición ideológica con una estrategia militar
adecuada. Francia renunció a tener la capacidad de atacar a Alemania y en su lugar
entró en una parálisis militar, alimentada por el temor que le infundía la creciente
inferioridad con respecto a Alemania tanto a nivel demográfico como de producción
industrial.

El Estado Mayor francés, en un ambiente de depresión ante los continuados recortes en


el presupuesto militar, tenía el convencimiento de no estar preparado para si quiera
arriesgar la posibilidad de entrar en guerra con Alemania (Bouviere, 2019, pág. 85).
Adoptó sin ambages una estrategia estrictamente defensiva, esperando, si se diese el
caso, un ataque alemán detrás de la línea Maginot de fortificaciones, momento en que se
movilizaría a la totalidad de su ejército (Overy, 2012, pág. 2253). Esta estrategia militar
no se correspondía con su estrategia diplomática, a la cual además debilitaba. La acción
diplomática francesa se basaba en buscar aliados en el Este, además de la alianza con
Bélgica, para mantener siempre a Alemania preocupada por los dos frentes.

32
El mayor símbolo de la incapacidad operativa de Francia fue su nula respuesta efectiva
ante la reocupación militar en 1936 de Renania, limítrofe con su propio territorio y con
un importante valor estratégico, limitándose a reforzar la línea Maginot y a apelar a la
Sociedad de Naciones (Bouviere, 2019, pág. 86). Su nula voluntad de resistencia alguna
a un contingente más bien simbólico de tropas alemanas destapó a París como socio
militar poco fiable, infligiendo un daño irreparable a su prestigio y minando la
pretendida política de alianzas de Francia.

La incapacidad y falta de voluntad de Francia de plantear cualquier movimiento


ofensivo se volvió a hacer patente cuando participó en la disolución y entrega de un
estado soberano con el que había contraído la obligación de defenderlo si era atacado,
Checoslovaquia y que había defendido sus intereses sistemáticamente en la escena
internacional (Duroselle, 2004, pág. 283). Daladier acudió a Múnich con tantas o más
ganas que Chamberlain de evitar una hipotética guerra que describió ante su gabinete
como “absurda y por encima de todo imposible” a cualquier precio (Brendon, 2002,
pág. 595). Francia reiteró su renuncia a ser una gran potencia y terminó de sacrificar su
honor en la conferencia de Múnich.

La inacción militar francesa fue claramente un error garrafal. Francia, vecina directa del
Estado agresor, no tenía compromisos coloniales que la comprometiesen al nivel de
Reino Unido, y contaba con un enorme ejército movilizable de Europa, pese a las
dificultades expuestas y optó por una estrategia disfuncional de defensa obsesionada en
las trincheras (Duroselle, 2004). No obstante, debemos tener en cuenta que la influencia
entre Reino Unido y Francia era de carácter bidireccional, es decir que no solo podemos
simplemente tomar la postura errática de Francia como variable independiente que
condiciona la actuación británica, sino que también debemos considerar el efecto de
decisiones británicas en la actitud francesa. En este sentido, es pertinente señalar que el
empuje británico hacia el apaciguamiento condujo a Francia en la misma dirección,
pues París se veía militarmente incapaz de actuar contra Hitler en solitario, sin el apoyo
directo de Reino Unido.

La superioridad demográfica e industrial alemana se sumaba a la formidable máquina


propagandística nazi capaz de movilizar a su población de una manera inalcanzable en
la entonces dividida y debilitada sociedad francesa. El empuje de gran parte de la élite
británica a favor de la revisión fáctica de Versalles minaba aún más las posibilidades a

33
Francia, que en gran medida pasó a atar su política exterior a aquellas medidas a en las
que pudiesen contar con el Reino Unido. La estrategia de esperar y plegarse a Londres
de nuevo debilitaba la supuesta política proactiva de alianzas con países del Este, pues
no pasaba por los planes de Reino Unido entrar en acuerdos de seguridad con esos
países (Record, 2005, pág. 24).

Por tanto, la posición de Francia puede generalmente considerarse un factor que empujó
al gobierno británico hacia la posición apaciguadora. Ver como el vecino directo y
principal rival de Alemania permanecía impasible ante las afrentas alemanas, sumido en
una fortísima división interna, una debacle económica y un pesimismo militar, no hizo
sino empujar a Londres a buscar la solución que evitara una guerra. No obstante, como
está siendo el caso con otras causas no puede concluirse sencillamente que el Reino
Unido carecía de agencia ante la posición francesa, puesto que a su vez Francia miraba a
los británicos y podía percibir su mínimo interés en actuar con firmeza ante el
expansionismo alemán.

4.6. El aislacionismo de Estados Unidos


El aislacionismo de los Estados Unidos fue otro elemento que empujó a Chamberlain a
priorizar a toda costa evitar cualquier conflicto con Alemania, pues como es evidente,
las posibilidad de victoria en una eventual guerra total variaría significativamente según
la posición adoptada por la que ya se erigía, aunque todavía no se había confirmado,
como gran superpotencia militar mundial.

La reunión en septiembre de 1938 entre el presidente Roosevelt y el embajador


británico en Washington ejemplifica bien la situación que se percibió durante el período
prebélico. Roosevelt explicó que, si bien el personalmente detestaba el régimen de
Hitler, el aislacionismo continuaba ampliamente extendido entre el pueblo
norteamericano y dudaba que incluso si él lo propusiera pudiera realmente lograr enviar
tropas a Europa para batallar en una guerra (Beck, 1989, pág. 178).

No obstante, como con otras causas, no es tan sencillo retirar toda capacidad de
maniobra de los líderes británicos y considerarles impotentes ante las circunstancias. En
enero de 1938, el presidente Roosevelt, consciente del deterioro de las relaciones
internacionales del momento, había tomado la iniciativa y lo hizo en la mayor medida
concebible teniendo en cuenta la fuerte tendencia aislacionista de la opinión pública

34
estadounidense. Su propuesta consistía en lograr un acuerdo internacional que
combinase el desarmamento de las principales potencias con la distribución mundial de
las materias primas. Chamberlain rechazó la idea, temiendo que interfiriera con sus
propios planes (Bouviere, 2019, pág. 152).

En definitiva, es aislacionismo norteamericano puede considerase una causa de peso que


limitaba las alternativas británicas a apaciguar, en tanto en cuanto el respaldo militar
estadounidense en una hipotética guerra, especialmente si esta se limitaba a Europa, era
cuanto menos dudoso. Pese a ello, nos permite observar cómo, incluso en una condición
aparentemente externa al control británico, Chamberlain sí tenía cierto margen de
maniobra para tomar decisiones y siempre se inclinaba en el sentido del
apaciguamiento.

4.7. El factor militar y el afán de retrasar el comienzo de la guerra


Uno de los puntos contenciosos habitualmente discutidos en el debate del
apaciguamiento es el relativo al de los tiempos: cuándo convenía más una guerra a
Reino Unido o a Alemania y si el apaciguamiento, con el retraso que supuso para el
inicio de la contienda de 1936 o 1938 a septiembre de 1939, pudo estar justificado al
mejorar las opciones de los aliados en la guerra.

Para el fin de este trabajo no interesa tanto conocer si efectivamente el retraso mejoró
las posibilidades británicas sino si los líderes británicos creían que el retraso las
mejoraría. Dado que se trata de exponer e intentar ver si se pueden justificar las causas
que llevaron al apaciguamiento a los líderes políticos, la investigación en sí de posibles
fallos en la inteligencia militar, que efectivamente parecen haber sido múltiples y
siempre en sobreestimación de la capacidad alemana (Beck, 1989, pág. 183), es
irrelevante a los efectos de este TFG.

Ripsman y Levy (2008) defienden que efectivamente los líderes británicos tuvieron muy
en cuenta el cálculo estratégico militar a la hora de decidir sus políticas frente a
Alemania y no se basaron en creencias optimistas de que Hitler terminaría siendo
razonable y renunciando en algún momento a continuar su afrenta expansionista.
Aunque ciertamente tenían alguna esperanza, por lo general eran plenamente
conscientes de la naturaleza del personaje y de su capacidad destructiva, pero
consideraron no tener buenas opciones para hacerle frente. Sintiéndose militarmente

35
inferiores a Alemania, gran parte de su motivación era la de hacer tiempo mientras
Reino Unido se rearmaba y llegaba a una posición desde la cual poder combatir una
guerra con alguna garantía.

El cálculo militar fue esencial en la toma de decisiones británica ante la crisis surgida de
la remilitarización de Renania en marzo de 1936. El gobierno británico sospechaba ya
en febrero que este movimiento sería el próximo hito en la enmienda a la totalidad de
Versalles que Hitler pretendía. Tan solo dos días antes del movimiento alemán, tanto el
primer ministro Baldwin, el ministro de asuntos exteriores Eden y el propio
Chamberlain, entonces canciller de la hacienda se mostraron contrarios a medidas duras
por considerar insuficiente el nivel de preparación militar. Precisamente como
consecuencia de esta debilidad percibida, el gobierno optó por acelerar el programa de
rearme en las tres ramas de las fuerzas armadas (Ripsman & Levy, 2008, pág. 19).

En la siguiente gran crisis, la de los Sudetes, los británicos se guiaron de nuevo por el
cálculo de capacidad militar relativa más que por confianza en que el apaciguamiento
pudiera ser efectivo para lograr una paz duradera. Al considerar por un lado que
ninguna respuesta militar británica podría realmente proteger Checoslovaquia, la
posibilidad de actuación militar pasaba por entrar en una guerra general. En este
escenario, el gobierno se veía todavía escasamente preparado para vencer, en particular
frente a los bombarderos de la Luftwaffe, la fuerza área. (Beck, 1989, pág. 183).

El Reino Unido no se veía capacitado para proyectarse militarmente al este del Rin, con
la Royal Navy centrada en los ámbitos del mediterráneo y pacífico y la Royal Air Force
– las fuerzas aéreas – en pleno rearme. Tampoco estaban preparados para la defensa
terrestre de Francia o de los países del Benelux. La planificación estratégica del ejército
se centraba en la defensa imperial, no siendo hasta abril de 1939 cuando se reintroduce
el alistamiento forzoso al parecer ya la involucración en el continente inevitable. Hasta
ese mismo año, era común la noción de que en una futura guerra europea el papel del
Reino Unido podría circunscribirse a la menos costosa provisión de su poder naval y
aéreo – de manera semejante a como había contribuido principalmente mediante su
potencia naval y financiera a la derrota de Napoleón un siglo atrás (Record, 2005, pág.
22).

Este es, sin duda, uno de los factores que en mayor medida justifica la adopción del
apaciguamiento y en particular a Chamberlain, que defendió durante la mayor parte de
36
su mandato tanto como de canciller de la hacienda como de primer ministro el rearme,
titubeando solo ocasionalmente y nunca oponiéndose al mismo. Aunque la inteligencia
militar fuera pesimista, esta es con la que los líderes británicos tuvieron que tomar las
decisiones de respuesta ante el expansionismo alemán. Si consideraban, y parece
probado que así era, que en una guerra tendrían pocas posibilidades de vencer y
pondrían en un riesgo extremo su propio territorio y a su propia población, la opción del
apaciguamiento podía pasar a ser considerada la única racional y la única cauta.

La percibida inferioridad militar no parece poder desecharse como una excusa utilizada
por Chamberlain para desplegar su preferida política de apaciguamiento, pues los datos
demuestran que el Reino Unido se rearmó de manera espectacular entre los años 1935 y
1939, pasando el presupuesto militar de representar el 15% del presupuesto
gubernamental total en 1935 a un 48% el año de estallido de la guerra y habiendo ya
incrementado notablemente en los dos años intermedios (Ripsman & Levy, 2008, pág.
176). Como mucho, esta situación podría cargarse sobre las decisiones anteriores a
1935, cuando el gobierno estaba presidido por MacDonald, pero cuando los efectos de
la depresión económica eran más aparentes y cuando Alemania ni siquiera había
comenzado su campaña expansionista.

4.8. La fallida interpretación de los objetivos de Hitler


La incapacidad de los líderes británicos de entender las motivaciones de Hitler en su
campaña expansionista de la segunda década de los años 30 es uno de los factores clave
que explican la adopción de la política de apaciguamiento. La distinción principal a la
hora de valorar las intenciones de Hitler que se podía realizar era si eran las de un líder
esencialmente pragmático en el ámbito exterior y cuyos objetivos se enmarcaban dentro
de la búsqueda de inclinar el reparto de poder hacia Alemania mediante el dominio del
espacio germánico centroeuropeo; o si bien Hitler se situaba fuera de una posición
internacional realista y directamente buscaba la expansión indiscriminada del territorio
alemán en la búsqueda del espacio vital necesario sustentar sus ambiciones ideológicas
más exacerbadas.

Evaluar correctamente cual de ambas descripciones respondía mejor a Hitler es crítico


por dos motivos esenciales. El primero, para calibrar el nivel de aberración y maldad
política inherente al liderazgo de Hitler. Con la primera interpretación seguiríamos ante
un líder nacionalista autocrático, pero cuyas intenciones podrían ser en última instancia

37
y a través un prisma favorable ser consideradas legítimas, en tanto en cuanto buscasen
desprenderse de los abusivos efectos del Tratado de Versalles y agrupar al demos
germano bajo un mismo Estado. Un líder así, si bien incómodo para las democracias
occidentales podría ser tolerable si el precio a detenerlo es una guerra mundial. La
segunda interpretación, y la que sin duda desde nuestra perspectiva contemporánea es
más acertada, supone que Hitler y su régimen estaban movidos por una ideología atroz y
moralmente aberrante que buscaba imponerse sin límites. Evidentemente y como
terminó siendo el caso, con un líder así no era factible la coexistencia, pues el nazismo
era una amenaza existencial para el mundo y en particular para las potencias
democráticas.

El segundo motivo por el cual comprender ambas interpretaciones es fundamental es de


carácter mucho más práctico y es comprensible en términos de realismo internacional,
no requiriendo de valoración moral alguna. Esto es porque en caso de asumir la primera
posible interpretación se podía después deducir que a través de la concesión de los
territorios que Alemania podía reclamar con algún atisbo de legitimidad sus objetivos
quedarían resueltos y la guerra se podría evitar. La segunda interpretación, no obstante,
hacía de la guerra un mal inevitable en tanto en cuanto Hitler continuara en el poder. La
guerra no sería, en ese caso, una medida de última instancia para Hitler sino parte
necesaria de su plan de dominación (Record, 2005, pág. 13). Fuera del espacio
germánico ya no iban a darse casos como la anexión austriaca cuya población dejara
marchar, incluso animando, a las tropas alemanas, sino que la guerra era medio
consustancial a una política que pretendía someter a las poblaciones de los territorios
conquistados. En definitiva, “la comunidad racial germana necesitaba un espacio mayor
que otros pueblos y su conquista sólo podía resolverse mediante acciones violentas”
(Eiroa San Francisco, 2009, pág. 394).

La obsesión de Hitler por las teorías de raza se traducía en el ámbito internacional en la


búsqueda de un espacio vital agrícolamente rico para la supuestamente superior raza
aria mediante la apropiación y sometimiento de terroritorios entonces poblados por
razas inferiores, como sostenían que eran los eslavos. La naturaleza perversa de la
ideología nazi e incluso su posible proyección internacional en forma del lebensraum
era públicamente conocida desde que Hitler había publicado Mein Kampf en prisión
(Overy, 2012, pág. 697) y era por lo tanto bien conocida por parte de los gobernantes
británicos. Pese a ello, era ampliamente generalizada la sensación de que este tipo de

38
proclamas tenían vocación de ser un arma propagandística de consumo interno más que
una verdadera hoja de ruta de su política internacional (Record, 2005, pág. 14).

En todo caso es fundamental evitar deducir que los apaciguadores no detestaran, durante
to el período, las acciones de Hitler. Ni Chamberlain ni Halifax, los dos personajes más
favorables al apaciguamiento en el seno del gobierno británico consideraban legítimas
las acciones alemanas. Los documentos privados del primer ministro muestran, para
sorpresa de aquellos que infirieran su lógica interna en virtud de las decisiones políticas
que tomaba, que desde 1934 tuvo presente que la fuerza era fundamental para detener
las aspiraciones alemanas, pues era lo único que comprendían (Beck, 1989, pág. 172).
Sus recelos también eran también de índole moral, llegando a reconocer ante Daladier
que le “hervía la sangre ver como Alemania se salía continuamente con la suya,
aumentando su dominio sobre pueblos libres”. Por su parte el ministro Halifax se refirió
al régimen nazi como “lo más parecido al infierno” ante una delegación de sindicalistas
y en abril de 1938, hablaba ya de una guerra difícilmente evitable y explicaba que la
función de la diplomacia era retrasarla y optimizar las condiciones en que llevarla a
cabo (Ripsman & Levy, 2008, pág. 171).

Además, la realidad es que el punto de vista de Chamberlain no fue ni constante ni


consistente, habiéndose recabado evidencia directa que demuestra tanto que el primer
ministro confiaba en Hitler como que lo consideraba un líder desequilibrado y
peligroso. Por inapropiado que sea para el análisis histórico, estamos pues ante un ser
humano, no siempre seguro y con cambios de parecer, entrelazando momentos de
mayor esperanza en que la paz fuese posible con muchos otros de clara suspicacia y
recelo hacia las intenciones del Führer (Beck, 1989, pág. 173).

Hasta la invasión en marzo de 1939 del resto de Checoslovaquia – más allá de los ya
ocupados Sudetes – existía todavía la posibilidad de asumir la argumentación de que la
política internacional de Hitler, pese a ser agresiva e ilegal, se limitaba a buscar la
reagrupación del espacio germánico y a la derogación fáctica del Tratado de Versalles,
que como hemos visto era ya de por si visto con recelo en multitud de círculos
británicos. Chamberlain creía efectivamente que Hitler podría ser saciado con
concesiones territoriales y confiaba en que este comprendía en última instancia los
límites del espacio de influencia alemán (Duroselle, 2004, pág. 282) y que evitaría ir
más allá y provocar una guerra de ámbito general. Tras su reunión el 15 de septiembre

39
de 1938 con el Führer, Chamberlain dijo ante su gabinete creer que Hitler decía la
verdad y que sus objetivos estaban estrictamente limitados (Beck, 1989, pág. 170). No
obstante, otros autores defienden que realmente el primer ministro no consideraba en
ningún caso las intenciones de Hitler pacíficas o de carácter limitado (Trubowitz &
Harris, 2015, pág. 44).

El posicionamiento a tomar en este debate depende, a mi juicio, de una cuestión


semántica. Si con “limitado” consideramos que Chamberlain creyese que Hitler
idealmente quisiera detenerse por sí solo una vez lograda una serie de objetivos
relativamente aceptables, es lo más probable que efectivamente no considerara sus
objetivos limitados. Ahora bien, parece también claro que el primer ministro no
consideraba los objetivos, junto a su determinación para ejecutarlos y los medios que
estaba dispuesto a comprometer para satisfacerlos tan excepcionales, ilimitados,
irracionales y moralmente execrables como hoy son juzgados y como los
antiapaciguadores como Churchill advirtieron, al menos en parte, a tiempo.

También parece probado, y ello supondría una cierta disculpa a Chamberlain que
cuando esa línea de razonamiento de los objetivos limitados quedo totalmente
desacreditada, su vacilación a la hora de tomar decisiones disminuyó drásticamente.
Siguiendo un principio clásico de la política exterior británica aplicado el siglo anterior
a Francia su oposición a una dominación general de Europa por parte de Alemania era
inequívoca. Tras la invasión del resto de Checoslovaquia, las garantías de seguridad a
Polonia por parte Reino Unido y Francia suponían, teniendo en cuenta la incapacidad de
realmente defender el territorio polaco, la adopción de una estrategia de disuasión
mediante la guerra general (Record, 2005, pág. 16). Bien es cierto que, para entonces, la
credibilidad de esta mucho más dura política, había sido minada por el historial de
pasividad y transigencia exhibido en los años anteriores ante cada afrenta de Berlín.

Para concluir, esta es a mi juicio, la causa que mejor recoge la esencia de la


problemática del apaciguamiento a Alemania de los años 30. Parece claro que, a nivel
moral, la oposición a Hitler era frontal, pero también que la comprensión de la maldad
inherente y peligro resultante de sus objetivos fue aun así insuficiente, especialmente en
comparación a lo hoy en día sabido.

Esta es la causa clave porque cabe poca duda de que, si los actores pudieran ver el
asunto desde nuestra perspectiva, evidentemente un imposible, hubieran hecho frente a
40
todas las otras causas, por importantes que también fuesen, de manera completamente
distinta, entendiendo que no estaban ante una grave afrenta internacional, sino ante la
peor de la historia. Aun más claro hubiera sido este convencimiento si se introdujera en
la consideración las facetas hoy conocidas, pero entonces tan solo amagadas del
nazismo que cristalizaron en el terror del holocausto.

Es complicado; sin embargo, cargar a Chamberlain y los demás apaciguadores con una
excesiva responsabilidad por los motivos también expuestos en esta sección, siendo el
principal de ellos que hasta marzo de 1939 no se confirmó el carácter extra-germánico
de las ambiciones del Führer. No obstante, se vuelve a confirmar que era posible actuar
de otra forma y tener otra actitud distinta frente a Hitler para guiar las decisiones, como
probaba la existencia de una relevante minoría anti-apaciguadora liderada por Churchill.
El propio Chuurchill, con la guerra empezada fue tentado a seguir el camino del
apaciguamiento en 1940, y tenía numerosas causas para hacerlo, pero ignoró optar por
esta posibilidad.

41
5. EL APACIGUAMIENTO COMO CATEGORÍA EN
POLÍTICA INTERNACIONAL
Como se señaló en la introducción, el apaciguamiento a la Alemania de Hitler en los
años 30 del siglo XX ha sido, con cierta lógica en vista de su resultado, uno de los
acontecimientos más criticados de la historia contemporánea y ha dado paso a una
constante secuencia de analogías entre situaciones posteriores y el caso descrito en el
presente trabajo. No es ambición de este trabajo elaborar una teoría general sobre el
apaciguamiento, si es que incluso tal cosa fuese posible, pero sí es pertinente comentar
brevemente como el apaciguamiento ha adquirido una enorme importancia y hasta qué
punto puede el caso analizado en este trabajo justificar la actual posición de este término
en la política internacional.

Las lecciones aprendidas de los años 30 han influido notablemente en la política


exterior de la que ha sido superpotencia indiscutible después, Estados Unidos. La
práctica totalidad de los presidentes norteamericanos, de ambos partidos, se han
apoyado en el supuesto fracaso del apaciguamiento a Hitler para justificar una
determinada decisión de política internacional (Ripsman & Levy, 2008, pág. 1). Uno de
los casos más sonados fue el de Bush y Blair utilizaron el argumento de las “lecciones
aprendidas” en el contexto de la segunda guerra del Golfo (Aster, 2008, pág. 443). Otros
ejemplos notorios son Kennedy en la crisis de los misiles de Cuba, Johnson y
posteriormente Nixon con respecto Vietnam e incluso Clinton en relación al dictador
serbio Milosevic (Record, 2005). Es inevitable mencionar las referencias que se han
hecho al apaciguamiento a Hitler tras la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022,
siempre por los proponentes de adoptar posiciones más duras (Bond, 2022).

Los estructuralistas se oponen a la repetida utilización del caso de los años 30 como
argumento en favor de otras intervenciones futuras con respecto a amenazas que una
parte pueda considerar comparables a la Alemania nazi. Consideran que la amenaza
hitleriana no ha sido igualada desde entonces, pues no se ha dado en este tiempo una
amenaza a la seguridad internacional de tal envergadura.

La realidad es que, si bien afirmar que ninguna lección puede extraerse del
apaciguamiento a Hitler, como Keith Robins sostiene en Munich 1938 (Beck, 1989, pág.
191), es algo exagerado, es innegable que cada caso es diferente y que en función de las
circunstancias el apaciguamiento estará más o menos justificado. El caso de Alemania

42
en los años 30 sí precisamente permite extraer la conclusión de que el apaciguamiento,
pese a poder tener semánticamente una aurea benigna y de virtud moral e incluso
cuando una multitud de elementos materiales aconsejen perseguir dicha política, puede
ser un error garrafal. El problema es que esta conclusión, lejos de aclarar la solución
óptima a implementar en casos sucesivos no hace más que advertir de la inherente
complicación a la hora de tomar decisiones de política internacional, más aún cuando
estás pueden desencadenar conflictos bélicos de primer orden.

De entre los varios análisis que se han hecho sobre las circunstancias bajo las cuales el
apaciguamiento puede estar justificado considero de especialidad utilidad el de
Hirshleifer (2000, pág. 7). Para que el apaciguamiento pueda estar justificado deben
darse tres condiciones, no siempre sencillas de discernir en casos reales: la primera, que
el enemigo tenga una capacidad suficiente de infligir daño; la segunda, que este sea
consciente de que infligir el daño también le generará un coste y; la tercera, que los
objetivos que el enemigo busca y que se trata de evitar disminuya en la medida en que
se le proporcione otro tipo de compensación. En el caso estudiado, sin duda se
verificaba la primera de las condiciones. En cuanto a la segunda y tercera; no obstante,
no eran de cumplimiento. La conciencia alemana de que su expansionismo le generaría
un coste era baja y fue disminuyendo según veía como lograba con impunidad sus
objetivos. Por su parte, es evidente, como se ha discutido ampliamente en la sección 4.8,
que los objetivos el régimen nazi no eran susceptibles a ser controlados o eliminados a
través de un proceso de negociación. La necesidad de concurrencia de varias y exigentes
circunstancias para que esta política pueda ser efectiva tienden a revelar que el
apaciguamiento no debería ser la norma sino más bien la excepción, particularmente en
la gestión de adversarios moralmente execrables.

En definitiva, la cuestión del apaciguamiento como categoría de la política internacional


parece destinada a continuar siendo objeto de intenso debate. Debemos desde luego
anotar las lecciones aprendidas en el caso del apaciguamiento a Hitler, es decir, que el
apaciguamiento puede ser un error independientemente de sus buenas intenciones e
incluso de que pueda estar parcialmente fundamentado en consideraciones estratégicas.
Cuestión distinta es la aplicación de brocha gorda que se ha realizado sistemáticamente
de dichas lecciones a diversos conflictos en función de lo que interesara al que apela a
los años 30 de siglo pasado. El apaciguamiento sí puede estar justificado, las lecciones
extraídas no son que nunca deba aplicarse.

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6. CONCLUSIONES
El análisis de las diversas causas que motivaron el apaciguamiento a Alemania nazi
previo a la Segunda Guerra Mundial conduce, a mi juicio, a las siguientes conclusiones:

1- El Reino Unido en general, y el primer ministro Neville Chamberlain en


particular, estaban ante una serie de circunstancias que aconsejaban la adopción
la política apaciguadora:

El impacto social de la Primera Guerra Mundial infundió en el primer ministro y


en los británicos en general una sensación de deber histórico de evitar la
repetición de una atrocidad semejante.

La difícil situación económica del Reino Unido y la frágil situación del imperio
aconsejaban claramente evitar la guerra a toda costa, pues hacer frente a un
conflicto de primer orden sería duro incluso en caso de victoria y devastador en
caso de derrota.

La presencia en el escenario internacional de una Francia debilitada que


mostraba poco interés y todavía menor capacidad en hacer frente a Alemania se
unió a una Estados Unidos aislacionista recelosa a intervenir ante un eventual
conflicto y a la Unión Soviética, otro régimen totalitario con el que asociarse
podía legítimamente acarrear sus propios peligros. Esta indeseable situación
internacional empujó también a Reino Unido a adoptar primero e insistir
después en el apaciguamiento.

Además, los líderes británicos se valieron del apaciguamiento para, según su


propia percepción, retrasar el estallido de la eventual guerra e ir ganando tiempo
para rearmarse, como así hicieron. El apaciguamiento, por tanto, tuvo también
una vertiente de estrategia militar, con independencia de que la información
militar de fondo fuera correcta.

Finalmente, los apaciguadores tuvieron, hasta la invasión del resto de


Checoslovaquia en marzo de 1939 la parcialmente razonable noción de que las
ambiciones de Hitler se limitaban al espacio germánico y, por tanto, que un
entendimiento que facilitase la paz era posible.

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Por tanto, la responsabilidad ante el fatal desenlace debe ser aminorada con
respecto a los niveles que se manejan habitualmente fuera del mundo académico.

2- Las tesis de culpabilidad, cobardía o severa negligencia inicialmente propuestas


en Guilty Men deben ser finalmente desechadas, pues ignoran la fuerte presión y
los múltiples motivos, ya expuestos, que empujaron a los líderes británicos hacia
la decisión de apaciguar.

3- Eximir de toda responsabilidad a los apaciguadores, sugiriendo esencialmente


que no tenían capacidad de obrar de manera distinta ante las condiciones
sistemáticas que afrontaban, no está justificado.

Chamberlain pecó de tener poca predisposición y habilidad de ejercer una


diplomacia inteligente que le permitiera agrandar su posición ante lo que sin
duda era una complicadísima situación con multitud de factores en su contra y
con un rival en frente dispuesto a todo por lograr sus objetivos. Como sugiere
Beck (1989, pág. 188) es posible que incluso con una estrategia de firmeza,
Chamberlain no hubiese logrado parar el empuje invasor de Hitler, pero sí que
hubiera generado más dudas internas en Alemania o en el peor de los casos
conducidos a una guerra anterior y en circunstancias más favorables.

El gobierno británico contó durante los años estudiados con un amplísimo


margen de actuación, ostentando una holgada mayoría absoluta en el parlamento
y siendo capaz de influenciar los editoriales de los principales medios. Se escudó
y apoyó en la tendencia pacifista de la opinión publica para reforzar su propia
preferencia para el apaciguamiento y si utilizó su poder mediático fue para
consolidar dicha posición. No existió voluntad alguna por ni siquiera discutir
otras posibilidades.

El contexto internacional no era propicio para armar un gran frente de actuación


frente a la amenaza alemana, pero los líderes británicos tomaron decisiones que,
lejos de permitir lidiar con la complicada coyuntura, terminaron de empujar a
Francia hacia su rol disminuido, cortaron de lleno cualquier posibilidad de
entendimiento si quiera instrumental con la Unión Soviética e ignoraron los en
todo caso escasos esfuerzos intervencionistas estadounidenses.

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Muy notablemente, Chamberlain, sin haber sido por ello necesariamente
ingenuo, fue incapaz de comprender la incomparable naturaleza del régimen al
que se enfrentaba, tanto en términos morales, de estrategia exterior o de
maquinaria de guerra. Churchill, coetáneo suyo, entre otros, sí que fue capaz de
vislumbrar en mayor medida la amenaza existencial que suponía el régimen
nazi.

4- En definitiva, Chamberlain estuvo fuertemente condicionado por las


circunstancias. Muchos hubieran actuado como él, aunque desde hoy en día casi
nadie hiciera lo propio. Fue aun así responsable de no haber visto, como unos
pocos fueron capaces de ver entonces, y como casi todos vemos ahora, que pese
a todos los impedimentos materiales el apaciguamiento era un error.

5- La justificación del apaciguamiento en sentido amplio debe valorar la casuística


de cada coyuntura. En todo caso, el apaciguamiento de los años 30 prueba que
apaciguar puede ser nocivo incluso si está bien justificado y que, por ser
necesarias una estricta serie de condiciones para que esta política triunfe, debería
ser reservada para una minoría de los casos en los que se plantee como
posibilidad.

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