CasPenNac Funicelli
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Reg. n° 1643/2018
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entre 1991 y 1992, durante un año y medio, y que fueron calificados
como constitutivos del delito de abuso sexual agravado por haber
mediado acceso carnal, por revestir el autor el carácter de encargado de
la guarda de la víctima y por tratarse de hechos cometidos contra un
menor de dieciocho años de edad, aprovechando la situación de
convivencia preexistente (art. 119 párrafos 2 y 3 incisos b y f CP).
Luego, tomó como plazo de prescripción el máximo de doce años
establecido en el art. 62 inciso 2 CP y lo contó entre la fecha en que
cesaron los sucesos y, ante la ausencia de comisión de otros delitos, el
llamado al imputado a prestar declaración indagatoria, que data del 27
de enero de 2016 –que se reconoció como primer acto con entidad para
interrumpirlo, como indica el art. 67 CP según la reforma introducida
por Ley n° 25.990–.
Señaló, además, que la Ley n° 26.705 –que incorporó el segundo
párrafo del artículo 63 CP y establecía que en los delitos como el aquí
tratado: “cuando la víctima fuere menor de edad la prescripción de la
acción comenzará a correr desde la medianoche del día en que ésta haya
alcanzado la mayoría de edad”– fue sancionada y promulgada en 2011;
mientras que la Ley n° 27.206 –que derogó esa reforma, modificó el
artículo 67 CP, y determina que en este tipo de delitos “se suspende la
prescripción mientras la víctima sea menor de edad y hasta que
habiendo cumplido la mayoría de edad formule por sí la denuncia o
ratifique la formulada por sus representantes legales durante su minoría
de edad”– lo fue en 2015.
En consecuencia, sostuvo que tales normas no deben ser
aplicadas pues los hechos denunciados son anteriores, y fundó la
conclusión en la garantía de prohibición de aplicación retroactiva de la
ley penal en perjuicio del imputado –que integra el principio
fundamental de legalidad (art. 18 CN)–, afirmó que alcanza a todos los
presupuestos de punibilidad del derecho material, estableció su
reconocimiento en instrumentos internacionales de similar jerarquía
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“Funes” (CSJN, F. 294. XLVII. REX, rto. 14/10/2014) e “Ilarraz”
(CSJN 4284/2015/CS001, rto. 7/6/2018).
Observó que en el primero de esos dos precedentes –en el que la
Corte falló con remisión a su dictamen– el representante de dicho
Ministerio dictaminó que más allá de que la Convención Americana
sobre Derechos Humanos no contempla la aplicación excepcional de la
regla de imprescriptibilidad para cualquier delito –aun cuando se ha
reconocido que en sí todo delito supone una violación de cierta
gravedad de los derechos humanos–, y que la prescripción en materia
penal es una garantía que debe ser observada debidamente por el
juzgador para todo imputado (cf. caso “Albán Cornejo y otros vs.
Ecuador” de la CIDH, serie C, n° 171, sentencia del 22/11/2007), “la
jurisprudencia del Tribunal ha admitido de modo constante el derecho
de los familiares de las víctimas a conocer completamente lo sucedido,
como así también ha declarado la obligación de los Estados de
investigar los hechos y sancionar a los responsables. Ante la omisión de
ello, en numerosos casos consideró que se había incumplido con el
mandato contenido en los artículos 8.1 y 25.1 de la Convención
Americana y responsabilizó al Estado; incluso ordenó que se investigue
o se informe si es posible hacerlo, aun cuando por haber prescripto la
acción no puedan aplicarse sanciones penales” (cf. casos “Vera Vera y
otra vs. Ecuador”, Serie C n° 226, sentencia del 19 de mayo de 2011, y
“Vélez Restrepo y familiares vs. Colombia”, Serie C, n° 248, sentencia
del 3 de septiembre de 2012, del mismo Tribunal regional).
Concretamente, señaló el Procurador General que “la extinción
de la pretensión penal no implica desentenderse de la obligación del
Estado de asegurar el derecho de los padres de la víctima –más aún
cuando en su calidad de damnificados intervienen en la causa como
acusadores particulares– a conocer la verdad de los hechos, con
prescindencia de que las conductas del caso puedan ser calificadas
como un delito de lesa humanidad. Ello, en aplicación de las garantías y
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víctimas a la tutela judicial efectiva –que fue el espíritu, señaló, que
guió las sucesivas reformas enunciadas precedentemente– y acordar al
régimen un significado y alcance compatible con los tratados de
derechos humanos que reconocen la protección y autonomía de aquella.
Opinó que ante la privación que deriva del incumplimiento de los
deberes de los padres de los niños víctimas no puede aplicarse de forma
automática un sistema general y abstracto, sino otro prolongado y
flexible, ajustado a la vocación de denunciar de la víctima.
Citó casos de las restantes Salas de esta Cámara, y de la Federal,
y sostuvo que de algunos de ellos podría derivarse la declaración de
inconstitucionalidad del régimen general ante la acreditación concreta
de tal situación. También aludió a casos del Máximo Tribunal de cuya
doctrina se deriva que bajo ciertas circunstancias pueden ponderarse
situaciones o casos específicos en los que las reglas generales de
prescripción sean conjugadas con los deberes internacionales del
Estado, y que no puede afirmarse que la jurisprudencia de la Corte
avale inexorablemente una interpretación rígida, unívoca, universal y
abstracta.
Por último, observó que la prohibición de aplicación retroactiva
de la ley penal no abarca de modo absoluto las reglas de prescripción:
afirmó que se circunscribe a la prohibición material –conducta pero no
a la totalidad de las reglas para su persecución. Aludió, en ese sentido,
al voto de la doctora Argibay en el precedente “Simón” (CSJN, Fallos:
328:2056).
En el mismo acto la defensa citó casos de la Sala I de esta
Cámara contrarios a la postura de la acusación –“M., P. S.” (Reg. n°
1128/17); “Balsa” (Reg. n° 1129/17) y “Rodríguez Massuh” (Reg. n°
343/18)– y afirmó, por un lado, que reconocerla importaría vulnerar el
principio fundamental de legalidad, pues a su modo de ver no se
circunscribe sólo a los supuestos de criminalización y agravamiento de
la pena. En ese sentido, citó el caso “Mirás” (CSJN, fallos 287:76) en el
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que el Máximo Tribunal estableció que si una ley que defina a la acción
penal como sujeta a prescripción es modificada por otras ulteriores, las
modificaciones se encuentran alcanzadas por la prohibición de
aplicación retroactiva de la ley penal más gravosa; y que la aplicación
de una disposición legal posterior al hecho más grave que suspende el
curso de la prescripción es contraria al art. 18 CN. En suma, afirmó que
el principio de legalidad se aplica a los casos de prescripción cuando la
interpretación de la ley es más gravosas para los intereses del imputado
–como la que aquí se pretende–, y no cuando es a la inversa.
Por otro lado, explicó la defensa que no los sucesos denunciados
no resultan caso de grave violación de los derechos humanos, pues más
allá de su gravedad, no involucran a un funcionario público ni pueden
ser categorizados como tortura; en consecuencia, como sucedieron en
un ámbito doméstico, no se encuentra justificada la imprescriptibilidad
de la acción en los términos del precedente “Bueno Alves” referido. En
la misma dirección, observó que los dictámenes del Procurador General
de la Nación citados por la fiscalía no avalan su postura; por el
contrario, allí se señaló expresamente que la interpretación debe ser
acotada y restringida y que correspondía rechazar el recurso de la
querella y confirmar la decisión, pese a que la situación era claramente
diferente: involucraba a un funcionario público, y a raíz de esa
circunstancia se había impedido la investigación. Todo ello sin
perjuicio de continuar la pesquisa para determinar la verdad de lo
ocurrido. Finalmente, puso de relieve que el otro caso –“Ilarraz”– fue
desestimado.
En conclusión, afirmó que la postura de los recurrentes importa
violar la garantía fundamental de legalidad y que no se encuentra
avalada por la doctrina del Máximo Tribunal.
IV. Considero conveniente, en este apartado y antes de examinar
el caso sometido a estudio, transcribir un excelente voto –cuyo
contenido comparto plenamente emitido por el doctor Carlos Mahiques
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como juez de la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal; con el
distinguido colega hemos conversado extensamente sobre esta
problemática y en la exposición que sigue ha analizado
exhaustivamente la cuestión desde la perspectiva que coincidimos.
Señaló el mencionado magistrado en la causa «Tocci, César Jesús» del
4 de diciembre de 2017 (CCC 14888/2007/2/CFC1, Reg. nº 1620/17)
que:
“Los agravios de la parte querellante denuncian una errónea
aplicación en el caso de los arts. 62, 63 y 67 del Código Penal. En la
cuestión planteada, va entrañada, sin embargo, no sólo el alcance de la
prescripción de la acción como mecanismo limitador del poder punitivo
del Estado (que determina hasta cuándo se extiende la punibilidad de un
ilícito y el derecho a ser juzgado en un plazo razonable), sino también
los límites que, para su aplicación, suponen las disposiciones contenidas
en el denominado bloque de derechos humanos, que integran las
Convenciones internacionales y las Cartas Constitucionales en relación
al creciente reconocimiento de los derechos de las víctimas de delitos y
abusos de poder”.
“Es en este campo donde suelen presentarse situaciones que
evidencian las contradicciones entre los principios y garantías
esenciales establecidas a favor de los imputados y los derechos
fundamentales reconocidos a las víctimas, planteándose para el juez de
la causa la difícil tarea de discernir el estándar prevalente en un
esfuerzo armonizador de normas del derecho nacional y del derecho
internacional humanitario (cfr. Tarditti, Aida, Delitos sexuales
Tensiones entre las Garantías del imputado y derechos fundamentales
de las Víctimas, artículo publicado en
http://ministeriopublico.jus.mendoza.gov.ar/capacitacion/material/3_Ai
da_TardittiDelitos_sexuales.pdf)”.
“En efecto, se afirma que el conflicto o colisión entre
principios no es un problema que se resuelve haciendo que un principio
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Fallos: 292:103; CNCC, fallo plenario “White Pueyrredon, Marcelo
sobre prescripción de la acción”, del 04/08/1998) y c) la falta de
voluntad de persecución o de actividad de los órganos encargados de
impulsar el procedimiento (Soler, S., Derecho Penal Argentino, T. II,
TEA, Buenos Aires, 1987, p. 541; D’ Alessio, A., Código Penal de la
Nación, Comentado y Anotado, La Ley, Buenos Aires, 2009, p.
652/653; Zaffaroni, E. Alagia, A. y Slokar, A, Derecho penal parte
general, Ediar, Buenos Aires, 2005, p. 898; Maier, J., Derecho procesal
penal I. Fundamentos, Editores del Puerto SRL, Buenos Aires, 2004, p.
119; Fiandaca G., Musco, E., Diritto Penale parte generale, Zanichelli
Editore, Nápoles, 2004, p. 764/66; Calvete, A., Prescripción de la
Acción Penal, Tomo 1, DIN Editora, Bs.As., 1989, p. 4 y ss.)”.
“La prescripción de la acción penal es, por antonomasia, la causa
extintiva del delito que «filtra» aquellos hechos que el sistema jurídico
debe conservar en su «memoria» como baliza de orientación del olvido
(no del perdón), de la Justicia penal. Como es notorio, en un contexto
epocal como el actual, caracterizado por una creciente demanda de
justicia, aquel olvido normativamente impuesto, aparece muchas veces
como una abdicación al sentido de justicia, y la prescripción como un
instituto que ha entrado en una suerte de degeneración operativa.
Particularmente, cuando se enfatizan los componentes retributivos de la
pena, todavía muy presentes en la percepción profana y emocional de
los fines del derecho punitivo”.
“En el contexto social en el cual es llamado a actuar el derecho
penal, la memoria del delito y de su disvalor, como presupuesto de su
punición, es esencial a la cohesión y a la estabilidad de la sociedad. La
consolidación, a su través, de los valores fundamentales de un conjunto
social es el núcleo de la función de la respuesta sancionatoria, que en
definitiva, se sustenta en la convalidación del significado preceptivo
ínsito en la norma violada”.
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esa actividad” (Dictamen del Procurador General de la Nación en la
causa «Torea, Héctor s/recurso de casación», S.C.T. 404; L.XLII,
noviembre de 2006; CSJN, “Egea, Miguel A.”, 09/11/2004, Fallos:
272:188)”.
“Ahora bien, la garantía del plazo razonable se encuentra prevista
en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (arts. 7.5 y 8.1)
y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (arts. 9.3 y
14.3.c). Implica el derecho que asiste a todo imputado de un delito a
obtener un pronunciamiento que ponga término a la situación de
incertidumbre y de restricción de la libertad que comporta el
enjuiciamiento penal del modo más breve. Como lo ha señalado la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso «Mattei» (Fallos:
272:188), luego reafirmado al resolver en los casos «Amadeo de Roth»
(Fallos: 323:982), «Firmenich» (Fallos: 310:1476), «Bramajo» (Fallos:
319:1840), y «Kipperband» (Fallos: 322:360), esta garantía tiene base
constitucional en la garantía de defensa en juicio que incluye el derecho
a obtener un pronunciamiento que, definiendo su posición frente a la
sociedad, ponga término del modo más breve, a la situación de
incertidumbre y de restricción de libertad que comporta el
enjuiciamiento penal”.
“El plazo razonable nace para el Estado desde el momento en que
un órgano del Estado enuncia la imputación formal contra el imputado,
notificándolo de los hechos de la imputación y en consecuencia, es ese
acto el que fija el comienzo del plazo de duración del proceso, a los
fines de controlar el respeto de la garantía”.
“En la misma línea argumental, el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos ha establecido diversos criterios para juzgar sobre el
agotamiento del plazo razonable y ha establecido un modelo de análisis
de la razonabilidad vinculado tanto con la duración del proceso como
de la prisión preventiva. La Corte Europea ha establecido en esa línea,
que el plazo de duración del proceso se debe computar desde que a la
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persecución penal alguna previo a que prescribiera la acción penal por
los delitos que se le atribuyeron en perjuicio de la menor denunciante”.
“Esta circunstancia resulta relevante y corresponde que sea tenida
en cuenta a la hora de balancear los derechos esenciales en juego. No
puede ser ajeno al análisis de esta causa que mientras la víctima, desde
muy corta edad, dijo haber sido gravemente afectada en sus derechos
humanos fundamentales (tales como la integridad física, psíquica y
moral; a la salud; a la dignidad; y a la autodeterminación) por los
abusos sexuales que habría sufrido, el imputado nunca se vio privado de
ninguno de los derechos que una persecución penal podría haberle
acarreado”.
“En este punto, cabe tener en cuenta que los hechos de abuso
sexual constituyen una experiencia significativamente traumática para
los niños que frecuentemente incluyen mecanismos psicológicos
defensivos que se desarrollan en diferentes etapas: secreto, indefensión,
acomodación y trampa, revelación diferida, contradictoria y poco
convincente, retractación. Siempre será una forma más de victimización
de la infancia, con secuelas similares a las generadas en casos de
maltrato físico o abandono (Summit, R. C., Child sexual abuse
accomodation syndrome, en Child Abuse & Neglect Vol 7, Pergamon
Press Ltd, usa, 1983, p. 177 a 193), pues generan una importante
confusión en la víctima, quien experimenta sentimientos de culpa, de
auto recriminación, violencia física, psíquica o psicológica”.
“Pero hay otra cuestión que va entrañada en el análisis que se
haga de la existencia o no de la afectación de la garantía sobre la cual se
apoya la prescripción. Y es cuando el juicio prudencial del juez debe
determinar si, en un caso concreto, corresponde priorizar aquel instituto
a fin de garantizar los motivos de política criminal que lo inspiran en
favor del imputado, o el derecho a la tutela judicial efectiva de la
víctima y a la protección del interés superior de los niños”.
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2011, caso «Gelman vs. Uruguay»; CSJN, caso «Mazzeo», sentencia
del 13 de julio de 2007, Fallos: 330:3248 y caso «Rodriguez Pereyra»,
sentencia del 27 de noviembre de 2012, Fallos: 335:2333)”.
“La Corte Interamericana, intérprete último de las normas
contenidas en la Convención Americana sobre Derechos Humanos, ha
expresado que «los tratados de derechos humanos son instrumentos
vivos, cuya interpretación tiene que acompañar la evolución de los
tiempos y las condiciones de vida actuales. Tal interpretación evolutiva
es consecuente con las reglas generales de interpretación consagradas
en el art. 29 de la Convención Americana, así como las establecidas por
la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados. En este
sentido, al interpretar la Convención debe siempre elegirse la
alternativa más favorable para la tutela de los derechos protegidos por
dicho tratado, según el principio más favorable al ser humano» (CIDH,
caso «Masacre de Mapiripán vs. Colombia», sentencia del 15 de
septiembre de 2005)”.
“En esta línea, cabe señalar que la Convención sobre los
Derechos del Niño establece la obligación de que todas las decisiones
que se adopten en el ámbito nacional de los países firmantes, deberán
guardar correspondencia con la finalidad principal de proteger al niño,
salvaguardar su posterior desarrollo y velar por su interés preeminente.
En efecto, el artículo 3 de la Convención establece que a la hora de
resolver sobre medidas concernientes a menores, el juez debe atender
de modo primordial al interés superior del niño y el artículo 19 de la
Convención especifica el deber de proteger a los niños víctimas de
abuso sexual, aun cuando se encuentren bajo la custodia de los padres,
de un representante legal o de cualquier otra persona que lo tenga a su
cargo”.
“La CIDH al respecto ha sostenido: «Este Tribunal ha señalado
que revisten especial gravedad los casos en que las víctimas de
violaciones a los derechos humanos son niños. La prevalencia del
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“La CIDH, en el caso «Bulacio», se ha expedido por el rechazo
del instituto de la prescripción en aras de asegurar el resguardo de los
derechos humanos del menor puestos en juego. En tal sentido ha
expresado: «115. El derecho a la tutela judicial efectiva exige entonces
a los jueces que dirijan el proceso de modo de evitar que dilaciones y
entorpecimientos indebidos, conduzcan a la impunidad, frustrando así
la debida protección judicial de los derechos humanos. 116. En cuanto a
la invocada prescripción de la causa pendiente a nivel de Derecho
interno (supra 106.a y 107.a), este Tribunal ha señalado que son
inadmisibles las disposiciones de prescripción o cualquier obstáculo de
derecho interno mediante el cual se pretenda impedir la investigación y
sanción de los responsables de las violaciones de derechos humanos. La
Corte considera que las obligaciones generales consagradas en los
artículos 1.1 y 2 de la Convención Americana requieren de los Estados
Partes la pronta adopción de providencias de toda índole para que nadie
sea sustraído del derecho a la protección judicial, consagrada en el
artículo 25 de la Convención Americana. 117. De acuerdo con las
obligaciones convencionales asumidas por los Estados, ninguna
disposición o instituto de derecho interno, entre ellos la prescripción,
podría oponerse al cumplimiento de las decisiones de la Corte en cuanto
a la investigación y sanción de los responsables de las violaciones de
los derechos humanos. Si así no fuera, los derechos consagrados en la
Convención Americana estarían desprovistos de una protección efectiva
(…) este caso reviste especial gravedad por tratarse la víctima de un
niño, cuyos derechos se encuentran recogidos no sólo en la Convención
Americana, sino también en numerosos instrumentos internacionales,
ampliamente aceptados por la comunidad internacional, entre los cuales
destaca la Convención sobre los Derechos del Niño, que hacen recaer
en el Estado el deber de adoptar medidas especiales de protección y
asistencia en favor de los niños bajo su jurisdicción.134. Cuando se
trata de la protección de los derechos del niño y de la adopción de
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Humanos» (CSJN, E. 224. XXXIX. “Espósito, Miguel Angel s/
incidente de prescripción de la acción penal promovido por su defensa”,
23 de diciembre de 2004, Fallos: 327:5668)”.
“Este mismo criterio fue seguido también en el caso «Derecho,
René Jesús s/incidente de prescripción de la acción penal», donde la
Corte Suprema dejó sin efecto la sentencia dictada por el tribunal que
declaraba la extinción de la acción por prescripción, en conformidad
con lo resuelto por la CIDH en su sentencia “Bueno Alves vs.
Argentina”. En este caso se había considerado que los hechos
denunciados por Bueno Alves –víctima del delito reprochado a
Derecho–, constituían un caso de torturas y, por ende, una vulneración a
derechos humanos. La Corte Interamericana entendió que el Estado
argentino debía realizar las investigaciones para determinar las
correspondientes responsabilidades que surgieran de ellas y aplicar las
consecuencias que la ley prevea (CSJN, «Derecho Rene Jesús
s/incidente de prescripción de la acción penal», causa n° 24079,
29/11/2011; Fallos: 334:1504)”.
“Esa es, por lo demás, la tendencia seguida en la interpretación
del derecho internacional europeo por el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos (TEDH) y el Tribunal de la Unión Europea (TUE). En el año
1985, el TEDH se pronunció en un caso donde condenó a Holanda a
pagar una indemnización a la víctima por considerar que sus normas
penales nacionales no habían asegurado la tutela judicial efectiva de la
menor –en el art. 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos
(CEDH)–, víctima de un delito contra su integridad sexual. En el caso,
no se había permitido a la menor, incapaz mentalmente, de recurrir ante
las autoridades judiciales mediante su representante legal (case of «X
and Y v. the Netherlands», Application nº. 8978/80, Judgment
Strasbourg, 26 March 1985). La misma Corte condenó en dos
oportunidades a Italia, conminando al gobierno de ese país a dotarse de
instrumentos jurídicos adecuados, ya que en el caso tratado se estimó
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se entiende por interés superior de la niña, niño y adolescente, la
máxima satisfacción, integral y simultánea de los derechos y garantías
reconocidos en esta ley. Debiéndose respetar: a) Su condición de sujeto
de derecho; b) El derecho de las niñas, niños y adolescentes a ser oídos
y que su opinión sea tenida en cuenta…Cuando exista conflicto entre
los derechos e intereses de las niñas, niños y adolescentes frente a otros
derechos e intereses igualmente legítimos, prevalecerán los primeros»”.
“Específicamente, en materia de prescripción se reformó en el
año 2011 (por ley 26.705, del 7 de septiembre de 2011) el artículo 63
del CP, estableciéndose que «en los delitos previstos en los artículos
119, 120, 124, 125, 125 bis, 128, 129 –in fine–, y 130 –párrafos
segundo y tercero– del Código Penal, cuando la víctima fuere menor de
edad la prescripción de la acción comenzará a correr desde la
medianoche del día en que éste haya alcanzado la mayoría de edad».
Luego, en el año 2015 (ley 27.206, sancionada el 28 de octubre de 2015
y promulgada el 9 de noviembre de ese mismo año), se derogó aquella
modificación del artículo 63 del CP y se incorporó al art. 67 del CP el
siguiente párrafo: «En los delitos previstos en los artículos 119, 120,
125, 125 bis, 128, 129 –in fine–, 130 –párrafos segundo y tercero–, 145
bis y 145 ter del Código Penal, se suspende la prescripción mientras la
víctima sea menor de edad y hasta que habiendo cumplido la mayoría
de edad formule por sí la denuncia o ratifique la formulada por sus
representantes legales durante su minoría de edad»”.
“En las exposiciones de motivos que acompañaron a ambos
proyectos de leyes se remarcó que éstas tenían por objeto dar
cumplimiento a las obligaciones a las que el Estado argentino se
comprometió al firmar la Convención sobre los Derechos del Niño –
incorporada a nuestra Constitución Nacional–, especialmente en cuanto
impone la adopción de medidas tendientes a asegurar al menor la
protección y el cuidado que sean necesarios para su bienestar. Se afirma
en ese contexto que «el interés superior del niño requiere la adecuación
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del Código Penal para quienes hayan sido víctimas de abuso sexual
infantil a efectos de que cuenten con normas que les permitan llevar a
juicio a sus agresores, en el momento en que tengan el poder propio de
hacerlo, así la víctima que no haya podido defenderse durante su niñez,
en la que dependía de una representación legal forzosa, podrá hacerlo
luego de alcanzada la mayoría de edad» (fundamentos del proyecto de
ley S2288, de Sigrid Kunath, Senado de la Nación, Secretaría
Parlamentaria)”.
“Análogo énfasis se advierte en otras legislaciones de estados
europeos y americanos. En el derecho comparado, en efecto, se han
venido ampliando desde hace tiempo los plazos de prescripción para los
delitos cometidos contra menores; en algunos países sólo con respecto a
delitos contra la integridad sexual del menor, y en otros, el catálogo de
delitos comprendidos por la norma especial se amplía desde el
homicidio hasta el aborto no consentido”.
“En Francia, por caso, en materia de delitos sexuales cometidos
contra menores de edad, la ley nº 2004204, de 9 de marzo de 2004,
amplió el término de prescripción (según su división tripartita) a 20
años para el caso de los crímenes y ciertos delitos agravados y hasta 10
años para el resto de los delitos. Asimismo, se estableció que el término
de prescripción comenzará a correr a partir de que la víctima cumpla 18
años (arts. 7 y 8 del CPP)”.
“En Alemania, por el §78b del StGB, originariamente, también se
suspendía hasta dicha edad el comienzo del cómputo de la prescripción,
con relación a los delitos contra la integridad sexual y de lesiones
graves cometidas contra menores. Luego de la última reforma se ha
ampliado dicho término de suspensión hasta que la víctima haya
cumplido 30 años de edad”.
“El art. 132.1 del Código Penal español de 1995, fue varias veces
modificado, y en el año 1999, a fin de «congelar» hasta la mayoría de
edad el inicio de los plazos de prescripción de varios delitos («tentativa
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de homicidio, delitos de aborto no consentido, lesiones, contra la
libertad, torturas y contra la integridad moral, la libertad e indemnidad
sexuales, la intimidad, el derecho a la propia imagen y la inviolabilidad
del domicilio»), cuando la víctima fuera menor de edad”.
“La legislación italiana, en junio de 2017, reformó también su
legislación y suspendió el comienzo del cómputo del plazo de la
prescripción hasta después de cumplidos los 18 años, con relación a
diferentes delitos que afectan a bienes jurídicos fundamentales (como la
libertad, integridad sexual y personalidad) cometidos contra menores de
edad. Se afirma, entre sus motivos, que el legislador ha querido cumplir
con el mandato que surge del art. 58 de la Convención del Consejo de
Europa sobre la prevención y lucha contra la violencia de las mujeres y
la violencia doméstica, reservando para la víctima menor de esos delitos
un tiempo apto para denunciar el hecho, una vez que ha superado la
propia situación de dependencia moral y material en relación al autor de
los abusos (cfr. Relazione della Commissione «Fiorella» per lo studio di
possibile riforma della prescrizione, 23 aprile 2013; Miccheletti, D., Il
progetto di reforma della prescrizione,
enhttp://www.parolaalladifesa.it/wpcontent/uploads/2017/06 /
6_Micheletti.pdf)”.
“En el ámbito regional, el artículo 369 quater del Código Penal
chileno, introducido por la ley 20.207 de 2007, determina que: «En los
delitos previstos en los dos párrafos anteriores, el plazo de prescripción
de la acción penal empezará a correr para el menor de edad que haya
sido víctima, al momento que cumpla 18 años». Asimismo, el artículo
83 del Código Penal colombiano establece que: «Cuando se trate de
delitos contra la libertad, integridad y formación sexuales, o el delito
consagrado en el artículo 237, cometidos en menores de edad, la acción
penal prescribirá en veinte (20) años contados a partir del momento en
que la víctima alcance la mayoría de edad»”.
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del C.P. implicaría desconocer el Superior Interés del Niño que se vería,
en definitiva, también desconocido en el caso presente, de considerarse
que la acción penal incoada respecto de la grave conducta de abuso
sexual a la que fue sometida la niña, y que ella denunció habiendo
alcanzado ya su mayoría de edad, se extinguió» (cfr. voto del doctor
Gustavo M. Hornos)”.
“No resulta, entonces, razonable la solución que brinda el
tribunal de la instancia anterior en punto a que la tutela judicial efectiva
se encontraba asegurada con la posibilidad de que la madre de la
víctima o cualquiera de las otras personas enumeradas en el art. 72 del
CP, hiciera la denuncia o que ella misma podría haberla concretado a
partir de los 18 años, cuando aún era considerada menor de edad según
la legislación vigente”.
“Es que, conforme surge de las normas citadas y las pautas
hermenéuticas brindadas por el Comité sobre los Derechos del Niño, en
la Observación General nº 12, del 18 de abril del 2011, «la realización
del derecho a la tutela judicial efectiva exige a los Estados Partes la
obligación jurídica de reconocer ese derecho y garantizar que el niño
sea efectivamente escuchado y sus opiniones sean debidamente tenidas
en cuenta en los procesos judiciales o administrativos (…)
[otorgándosele] en particular al niño oportunidad de ser escuchado en
todo procedimiento judicial o administrativo que [lo] afecte, ya sea
directamente o por medio de un representante o de un órgano
apropiado, en consonancia con las normas de procedimientos de la ley
nacional»”.
“Con respecto al derecho a «ser escuchado en todo procedimiento
judicial o administrativo que afecte al niño», el Comité recalca que esta
disposición es aplicable a todos los procedimientos judiciales
pertinentes que afecten al niño, sin limitaciones y con inclusión de
niños víctimas de violencia física o psicológica, abusos sexuales u otros
delitos. Si bien el menor, según el art. 12 de la Convención podrá ser
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D.N.G., según su propio relato y el de sus familiares, hasta que
finalmente pudo realizar la denuncia penal por sus propios medios”.
“Es lógico inferir de lo expuesto, que los intereses de la menor no
fueron mínimamente salvaguardados por su representante legal, lo cual,
obviamente, no puede ser interpretado en contra de aquella para
considerar que tuvo la posibilidad de hacer efectivo su derecho a una
tutela judicial efectiva”.
“Por lo demás, y desde otra perspectiva, como excepción al
principio de publicidad de la acción penal, el art. 72 del CP establece,
para este tipo de delitos, la obligación de que medie instancia privada.
Es decir, que lo que hace posible la investigación de los delitos
contemplados en los arts. 119, 120 y 130 del Código Penal –según lo
establecido en el inc. 1 de la norma citada–, es la denuncia o acusación
del agraviado o su representante. En el supuesto de que la víctima sea
menor o incapaz, el citado artículo 72 dispone que la instancia
corresponde a su tutor, guardador o representante legal”.
“Tradicionalmente, sólo eran los delitos vinculados con la
integridad sexual los contemplados por la norma atendiendo al strepitus
fori que podía causar el proceso, susceptible de agravar el daño ya
efectivamente sufrido por el damnificado. En este sentido, se afirmaba
que «a veces el delito cometido afecta tan hondamente la esfera íntima
y secreta de un sujeto, que la ley ha considerado conveniente, no
obstante la gravedad de aquél, respetar la voluntad de la víctima o de
quienes legalmente la representan, a objeto de que la intimidad herida
por el delito no lo sea nuevamente por el strepitus fori. Se advertía
(Frank) en estos casos, un conflicto de intereses entre la necesidad de
represión y el respeto a la intimidad personal; de ahí que el Estado
requiera, para que la acción se ejercite, una manifestación de voluntad
del damnificado o de sus legítimos representantes» (Soler, S., Derecho
Penal Argentino, T. II, TEA, Buenos Aires, 1987, p. 527. En este
mismo sentido, Zaffaroni, E. Alagia, A. y Slokar, A., Derecho penal
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parte general, Ediar, Buenos Aires, 2005, p. 124; Nuñez, R., Manual
de derecho penal, parte general, Marcos Lerner Editora, Córdoba,
1999, p. 203; D’ Alessio, A., Código Penal de la Nación. Comentado y
Anotado, La Ley, Buenos Aires, 2009, p. 722).
“Con la incorporación de otras hipótesis delictivas, se dieron
nuevos fundamentos a la previsión legal, afirmándose que en estos
supuestos el hecho se hallaba tan estrechamente vinculado con un
interés privado y limitado por éste, que el Estado consideraba
indispensable la manifestación de voluntad del agraviado para que la
acción sea válidamente promovida (Soler, S., ob. cit., T. II, p. 527, y
Núñez, R. ob. cit., p. 203). En este orden, otros sostienen que, dadas las
nuevas hipótesis incluidas en la norma –y la excepción que se consagra
con relación al delito de lesiones leves–, el fundamento se halla en la
necesidad de moderar la arbitrariedad confiscatoria de conflictos por
parte del Estado, procurando así que la acción procesal dependa de la
instancia de la afectada, como único juez de los perjuicios que ésta
pueda acarrearle (cfr. Zaffaroni, E. Alagia, A. y Slokar, A, ob. cit., p.
895)”.
“Todas las opiniones citadas encuentran como lugar común la
finalidad de protección de la víctima, por lo que si ésta ha demostrado
razonablemente un interés en que se investiguen los hechos que la
afectaron, no es adecuado interpretar el art. 72 CP en contra de sus
propios intereses, y así afirmar que, a pesar de que su madre no
promovió oportunamente la acción penal, ella contó a la posibilidad real
de hacer valer su derecho a una tutela judicial efectiva”.
“A la hora de equilibrar y armonizar los derechos de las víctimas
y las garantías de los imputados, los Estados deben evitar que se
produzca lo que se denomina «victimización secundaria», que se daría
como resultado de la tendencia existente en la justicia penal de llevar
adelante el proceso sin tener en consideración la perspectiva de la
víctima (cfr. Manual De Justicia para las Víctimas, ONU, 1996;
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Declaración de Principios de Justicia Básicos para las Víctimas del
Delito y Abuso de Poder, ONU, 1985). Hasta cabría considerar –a partir
de la doctrina de la CIDH antes citada– que una interpretación contraria
podría generar la responsabilidad internacional de nuestro país, por las
consecuencias de verse así dificultada o entorpecida la investigación de
delitos sexuales contra niños, y la vulneración del acceso a la justicia y
de una tutela judicial efectiva”.
“En tal sentido, en la búsqueda de una armonización entre los
principios antes indicados que convergen en este caso, conviene
recordar que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha sostenido
como principio que la primera regla de interpretación de las leyes es dar
pleno efecto a la intención del legislador (Fallos: 302:973); que la
primera fuente para determinar esa voluntad es la letra de la ley (Fallos:
299:167) y así es que los jueces no pueden sustituir al legislador sino
que deben aplicar la norma como éste la concibió (Fallos: 300:700); y
que las leyes deben interpretase conforme el sentido propio de las
palabras que emplean sin violentar su significado específico (Fallos:
295:376), máxime cuando aquél concuerda con la aceptación corriente
en el entendimiento común y la técnica legal empleada en el
ordenamiento jurídico restante y con los principios y garantías de la
Constitución Nacional (Fallos: 312:311, considerando 8o), evitando
darle un sentido que ponga en pugna sus disposiciones, destruyendo la
unas por las otras y adoptando, como valedero, el que las concilie y deje
a todas con valor y efecto (Fallos: 1:297, considerando 3º; 312:1614;
321:562; 324:876; entre otros). La exégesis de la ley requiere de la
máxima prudencia cuidando que la inteligencia que se le asigne no
conduzca a la pérdida de un derecho, o el excesivo rigor de los
razonamientos no desnaturalice el espíritu que ha inspirado su sanción
(Fallos: 303:578)”.
“En ese mismo orden de ideas, la doctrina judicial de nuestro más
Alto Tribunal ha decidido que las leyes deben interpretarse y aplicarse
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“La Corte reitera que la ineficacia judicial frente a casos
individuales de violencia contra la mujer propicia un ambiente de
impunidad que facilita y promueve la repetición de los hechos de
violencia en general y envía un mensaje según el cual la violencia
contra la mujer puede ser tolerada y aceptada, lo que favorece su
perpetuación y la aceptación social del fenómeno, el sentimiento y la
sensación de inseguridad de las mujeres, así como una persistente
desconfianza de estas en el sistema de administración de justicia3. Dicha
ineficacia o indiferencia constituye en sí misma una discriminación de
la mujer en el acceso a la justicia”.
“En este sentido, como se mencionó anteriormente, el Estado
debe reforzar las garantías de protección durante la investigación y
proceso penal, cuando el caso se refiere a la violación sexual de una
niña, máxime si esta violencia sexual fue ejercida en la esfera familiar,
es decir en el ambiente en el cual debió haberla protegido. En estos
supuestos, las obligaciones de debida diligencia y de adopción de
medidas de protección deben extremarse. Además, las investigaciones y
proceso penal deben ser dirigidos por el Estado con una perspectiva de
género y niñez, con base en la condición de niña de la víctima y
tomando en cuenta la naturaleza agravada de la violación sexual, así
como los efectos que podrían causar en la niña”.
“La Corte nota que el Estado se encontraba ante un hecho de
violación sexual, el cual es una manifestación de la discriminación
contra la mujer, por lo que debía adoptar medidas positivas para
garantizar un efectivo e igualitario acceso a la justicia, en los términos
de lo establecido por esta Corte en el capítulo sobre los componentes
esenciales del deber de debida diligencia y protección reforzada (supra
párrs. 158 a 170). Así, la Corte se refirió a la información sobre el
proceso y los servicios de atención integral disponibles; el derecho a la
participación y que las opiniones sean tenidas en cuenta; el derecho a la
3
Cfr. Caso González y otras (“Campo Algodonero”) Vs. México, supra, párrs. 388 y 400, y Caso Gutiérrez
Hernández y otros Vs. Guatemala, supra, párr. 176.
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de jure o de facto, los autores de actos de violencia, en particular
cuando se trata de agentes estatales”.
No es discutible que al momento de ocurrencia de los hechos
denunciados –hasta 1994– regía la vieja versión del art. 67 CP, según la
cual la acción penal estaría prescripta. También que por Ley n° 23.849,
del 20 de noviembre de 1990, se había incorporado al ordenamiento
interno la Convención sobre los Derechos del Niño –que a partir del
año 1994 tuvo jerarquía constitucional–. Desde la primera fecha, el
estado argentino tiene la obligación internacional de cumplir con el
deber de protección de la niñez proclamada en la Convención; en
nuestro caso, las derivadas del art. 19 que –posteriormente– fueron
remarcadas en la citada observación general 13.
También es cierto que el legislador se tomó su tiempo para
reglamentar el derecho de protección contra el abuso, en la medida en
que recién en 2011, mediante la sanción de la Ley n° 26.705, modificó
los tiempos de prescripción suspendiendo el plazo hasta que los y las
menores víctimas cumplieran los 18 años; como es sabido, poco tiempo
después volvió a modificar el criterio mediante la Ley n° 27.206,
actualmente vigente, que optó por un criterio subjetivo, es decir, el
plazo empieza a correr a partir de la denuncia. En el caso de autos, la
acción penal no estaría prescripta si se sostuviera que algunas de estas
dos leyes tienen incidencia en la resolución del caso.
Sentado ello, es menester recordar que en la Observación
General n° 14, relativa a la interpretación del concepto del interés
superior del niño prescripto en el art. 3 de la Convención sobre los
Derechos del Niño, además de señalar, en su apartado sexto, que el
concepto aludido constituye a la vez un principio jurídico interpretativo,
un derecho sustantivo que merece por parte de los operadores del
sistema, una “consideración primordial”, y una norma de
procedimiento, el Comité puso de resalto, con relación a todas las
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no lo hizo) y el derecho de protección estatal lo tenían al momento de
comisión de los hechos. No se trata solamente del deber del Estado
argentino de cumplir con sus obligaciones internacionales derivadas de
la Convención de Viena sobre Derecho de Tratados, mencionada más
arriba; como bien señaló la corte en “Ilarraz” citado por la fiscalía (cabe
señalar que la decisión del Alto Tribunal implicó que continuara el
trámite de la causa, ya que se trataba de un rechazo de prescripción y,
según noticias que pueden recabarse en internet, la causa terminó con
una condena por hechos que habrían sido cometidos también hace
muchos años), sino de una cuestión de estricta justicia: estaba tan
vigente el viejo art. 67 como el derecho de las niñas a una tutela judicial
efectiva. Negarles el derecho a que se investiguen esos sucesos y, en su
caso, a que sean juzgados y eventualmente sancionado su presunto
autor –para salvaguardar el principio de legalidad– implica desconocer
nuevamente el principio del interés superior del niño y, merced a la
demora del estado en reglamentar la garantía de tutela efectiva que
tenían las menores, consagrar la impunidad por el hecho, si se ha
cometido.
VI. Por las razones expuestas, considero que de acuerdo al
completo cuadro normativo que se debe aplicar al caso, y teniendo en
cuenta que el legislador reglamentó la garantía contra el abuso sexual
prevista en el art. 19 de la Convención sobre los Derechos del Niño, y
que según esa norma la acción penal no ha prescripto, corresponde en el
caso hacer lugar a los recursos de casación interpuestos por los
acusadores y, en consecuencia, revocar la decisión impugnada y
ordenar que continúe el trámite de la investigación.
No obstante la decisión a la que arribo, vencido durante la
deliberación en punto a la cuestión de la que se trata, he de adherir en lo
pertinente al voto del juez Huarte Petite en punto a otorgar a quienes
resultarían víctimas del delito denunciado la posibilidad de acceder a la
determinación de la verdad de los hechos denunciados (cf. art. 3 CDN y
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Nacional, artículo 9 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos y artículo 2 del Código Penal).
Según los recurrentes, las leyes penales vinculadas al régimen de
prescripción de la acción penal no se encuentran alcanzadas por la
prohibición derivada de ese principio, y ello permitiría concluir que es
posible aplicar al caso las modificaciones introducidas al artículo 67 del
Código Penal, primero por la ley 26.705 (publicada el 5 de octubre de
2011) y, luego, por la ley 27.206 (publicada el 10 de noviembre de
2015, derogatoria de la disposición introducida por la ley 26.705). En
consecuencia, en la medida en que aquella norma, tanto en la versión
introducida por la primera modificación, como en su actual redacción,
establece un régimen de prescripción diferente para los delitos como el
aquí denunciado, la acción penal no se encontraría prescripta.
Al exponer este argumento, el representante del Ministerio
Público Fiscal durante la audiencia en esta cámara comenzó su
razonamiento reconociendo que el alcance que le asigna al principio
referido no se corresponde con aquel que, en forma más amplia, y de
manera invariable, le ha asignado la Corte Suprema de Justicia de la
Nación en sus decisiones.
Efectivamente, lo afirmado por el recurrente no constituye objeto
de controversia y es lo que ha llevado a algunos autores a afirmar que,
al analizar el derecho argentino en este punto, la conclusión que se
desprende es que “si bien los tribunales argentinos han negado que este
[el principio de irretroactividad de la ley penal más gravosa] se aplique
al derecho meramente procesal, el régimen de prescripción ha sido
clasificado como parte del derecho penal no procesal, de modo que el
requisito de lex praevia le es de hecho aplicable. Así, en contraste con
las jurisprudencias norteamericana y europea mayoritarias, los
antecedentes judiciales de la Argentina muestran que el requisito de lex
praevia impide la extensión retroactiva de los plazos de prescripción”
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Sin embargo, el representante del Ministerio Público Fiscal
sostuvo que, aun frente a esa línea jurisprudencial estable, existe la
posibilidad de que la cuestión sea resuelta en forma favorable a su
pretensión. Concretamente, basó su argumento en la necesidad de
analizar el caso a la luz de aquello que, a su ver, constituye el
fundamento de la prohibición de aplicar retroactivamente leyes penales
en perjuicio del imputado: el cual reside, conforme opinó,
exclusivamente en la necesidad de que las personas conozcan, en forma
previa, qué conductas se encuentran prohibidas y, en esa medida,
puedan orientar sus comportamientos de conformidad con las normas
penales. Por esa razón, sostuvo que todo lo relativo a la prescripción de
la acción penal escapa a esa idea, pues no constituye una expectativa
con la que el autor de un delito pueda contar al momento del hecho, y lo
relevante, a fin de cuentas, sería considerar si las conductas que se le
atribuyen al imputado constituían un delito al momento de su presunta
comisión y si éste conocía su prohibición.
Frente a ese marco, la pretensión de los recurrentes puede ser
entendida como orientada a sostener que, con independencia de si las
decisiones de la Corte Suprema de Justicia de la Nación poseen carácter
vinculante por fuera de los procesos en los que fueron dictadas, éstas
pueden ser dejadas de lado en un caso concreto si se aportan nuevos
argumentos o si se ofrecen razones no consideradas en esa
jurisprudencia.
En este sentido, sabido es que, si bien las decisiones de la Corte
Suprema se circunscriben a los procesos concretos que le son sometidos
y sus fallos no resultan obligatorios para la resolución de casos
análogos por parte de los tribunales inferiores, los jueces tienen, sin
embargo, el deber de conformar sus decisiones a las de aquel tribunal,
en la medida en que carecerán de fundamento las sentencias que se
aparten de sus precedentes sin aportar nuevos argumentos que
justifiquen modificar las posiciones sustentadas en esos fallos, toda vez
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acto de la prórroga ha expirado el plazo como si no” (Derecho Penal.
Parte General, Marcial Pons, Madrid, 1995, 4/9).
Es por esa razón que, como enfáticamente ha resaltado el autor
citado al destacar el carácter problemático de argumentos como el aquí
planteado por los recurrentes, “el aspecto de confianza, de carácter
psicológico, extravía hasta llevar a la suposición de que la prescripción
no es objeto del principio de legalidad, dado que en el cálculo del autor
no desempeña papel alguno digno de protección. Pero no se trata de
eso. Más bien lo determinante es que el Estado, al prorrogar el plazo de
prescripción (o al establecer un cálculo de que la prescripción que
suponga prolongarla, o al facilitar la interrupción de la prescripción,
etc.) amplía su competencia para punir, y ello, en la retroactividad
deliberada, también bajo la impresión de hechos ya sucedidos, pero aún
por enjuiciar (¿para qué si no la retroactividad?)” (JAKOBS, op. cit., 4/9).
Del mismo modo, con referencia concreta a la particular forma en
que los recurrentes conciben el fundamento del principio de legalidad
penal, se ha explicado que ese razonamiento constituye “una
interpretación del principio de legalidad ceñido a la misma función del
principio de culpabilidad, a saber: que la previsión de los plazos de
prescripción no estaba dirigida a motivar al autor, de manera que él no
tendría por qué tener un derecho a confiar en un plazo no modificable”
y, a su vez, se ha advertido que presenta un defecto fundamental, pues
“si bien el principio de culpabilidad es deducible del principio de
legalidad –entendiendo que el requisito de la lex praevia tiene sentido
por la necesidad de que el autor pueda motivarse en la norma, acatarla–,
lo cierto es que esa función no agota el sentido del principio de
legalidad. Más allá de eso, se trata de poner un límite a la arbitrariedad
estatal, a que las sociedades no dicten normas motivadas en el deseo de
reaccionar contra cierto hecho que la conmueve coyunturalmente, es
decir, según motivos determinados por el ánimo vindicativo originado
por un caso concreto, y no según un criterio racional pensado en general
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imprescriptibles –pues no se trata de crímenes de guerra, torturas ni
delitos de lesa humanidad–, corresponde analizar el segundo argumento
introducido por los recurrentes, esto es, la posibilidad de entender que,
pese a ello, en función de la interpretación de algunas disposiciones de
la Convención Americana sobre Derechos humanos –la cual, de
conformidad con el artículo 75, inciso 22° de la Constitución Nacional,
posee su misma jerarquía– realizada por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, el instituto de la prescripción es inaplicable al
caso. A ello parece haberse referido la parte querellante al solicitar que
se aplique al caso el criterio establecido por ese tribunal en el
precedente “Bueno Alves vs. Argentina” (sentencia de 11 de mayo de
2007).
Sobre esa cuestión, es necesario recordar que, según lo ha
sostenido la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el precedente
“Giroldi” (Fallos: 318:514), la jerarquía constitucional de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos “ha sido establecida,
por voluntad expresa del constituyente, ‘en las condiciones de su
vigencia’ (art. 75, inc. 22, 2do. párrafo), esto es, tal como la
Convención citada efectivamente rige en el ámbito internacional y
considerando particularmente su efectiva aplicación jurisprudencial por
los tribunales internacionales competentes para su interpretación y
aplicación”. De allí la Corte concluyó que “la aludida jurisprudencia
deba servir de guía para la interpretación de los preceptos
convencionales” (el destacado se agrega), y es por ello que
corresponde, entonces, tomar en consideración para resolver el punto la
jurisprudencia del tribunal con competencia para conocer de todo caso
relativo a la interpretación y aplicación de las disposiciones
contempladas por la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
es decir, la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
En este sentido, lo decisivo para el caso consiste en determinar
si los episodios denunciados en este proceso pueden ser subsumidos en
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posibilidad de que, una vez consumados, una investigación estatal seria
los esclareciera, identificara a sus responsables y los sancionara.
A su vez, también resulta aplicable aquí lo desarrollado
posteriormente en el precedente “Naredo” –proceso n° 4193 del
Tribunal Oral en lo Criminal nº 23, resuelto el 11 de septiembre 2014–
(ver el apartado 6° del voto del juez Magariños).
En esa ocasión, luego de analizar los alcances otorgados a esta
categoría por la Corte Interamericana en los precedentes “Blake vs.
Guatemala” (sentencia de 24 de enero de 1998, párr. 15), “Barrios Altos
vs. Perú” (sentencia de 14 de marzo de 2001, párr. 41), “Bulacio vs.
Argentina” (sentencia de 18 de septiembre de 2003, párr. 137), “Vargas
Areco vs. Paraguay” (sentencia de 26 de septiembre de 2006, párr. 81),
“Bueno Alves vs. Argentina” (sentencia de 11 de mayo de 2007, párr.
87), “Vera Vera y otra vs. Ecuador” (sentencia de 19 de mayo de 2011),
“Nadege Dorzema y otros vs. República Dominicana” (sentencia de 24
de octubre de 2012, párr. 249), destaqué que un hecho delictivo
ejecutado en un contexto en el cual “la actuación delictiva excede el
significado de una actividad individual y aislada, para presentarse
ejecutada en el marco del desempeño de funciones estatales, a su vez
desarrolladas por agentes de una institución que, además, emplean el
poder y los recursos derivados del cargo para obstaculizar el
descubrimiento de la verdad sobre aquellos hechos delictivos que
importan vulnerar la libertad ambulatoria, la integridad corporal y la
vida de ciudadanos indefensos, que nada habían hecho para dar lugar o,
al menos, explicar de algún modo semejante accionar por parte de
quienes detentan el monopolio de la fuerza pública”, por esas razones
presenta, sin duda, signos de intensidad tal que determinan su
configuración como “grave violación de derechos humanos
fundamentales”.
Como se advierte, es la particular característica de los crímenes
cometidos desde el poder del estado, o al amparo de regímenes
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violaciones de derechos humanos, no procedería aplicar la
prescripción” (“Vélez Restrepo y familiares vs. Colombia”, sentencia
del 3 de septiembre de 2012, considerando 282, reiterado en “Suárez
Péralta vs. Ecuador”, sentencia de 21 de mayo de 2013, considerando
174).
En la misma dirección, corresponde también resaltar que esta
línea jurisprudencial, relativa a los alcances de esa doctrina, no ha sido
modificada por la Corte Interamericana en los casos resueltos con
posterioridad a las sentencias que analicé en los ya citados precedentes
“Paternoster” y “Naredo”.
Así, por ejemplo, el tribunal reiteró este criterio en un caso que
involucraba la desaparición forzada de una persona, y destacó que “por
tratarse de una violación grave de derechos humanos, y en
consideración del carácter permanente de la desaparición forzada cuyos
efectos no cesan mientras no se establezca el paradero de la víctima o se
identifiquen sus restos, el Estado debe abstenerse de recurrir a figuras
como la amnistía en beneficio de los autores, así como ninguna otra
disposición análoga, la prescripción, irretroactividad de la ley penal,
cosa juzgada, ne bis in idem o cualquier eximente similar de
responsabilidad, para excusarse de esta obligación” (“Tenorio Roca y
otros vs. Perú”, sentencia de 22 de junio de 2016, párr. 268; reiterado en
términos similares en “Vásques Durand y otros vs. Ecuador”, sentencia
de 15 de febrero de 2017, párr. 203).
Por otro lado, en un caso que involucraba crímenes como
esclavitud, servidumbre y trabajos forzosos, la Corte señaló que “la
prescripción en materia penal determina la extinción de la pretensión
punitiva por el transcurso del tiempo, y generalmente, limita el poder
punitivo del Estado para perseguir la conducta ilícita y sancionar a sus
autores. Esta es una garantía que debe ser observada debidamente por el
juzgador para todo imputado de un delito. Sin perjuicio de lo anterior,
la prescripción de la acción penal es inadmisible cuando así lo dispone
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penal determina la extinción de la pretensión punitiva por el transcurso
del tiempo y que, generalmente, limita el poder punitivo del Estado para
perseguir la conducta ilícita y sancionar a sus autores. En vista de lo
anterior, y siendo que los hechos del caso están prescritos de
conformidad con la legislación chilena, la Corte estima que, tomando
en cuenta el tipo de violación acreditada, no resulta procedente en el
presente caso ordenar al Estado una reapertura de las investigaciones
penales sobre hechos relacionados con el fallecimiento del señor
Vinicio Antonio Poblete Vilches” (“Poblete Vilches y otros vs. Chile”,
sentencia de 8 de marzo de 2018, párr. 219).
En definitiva, las consideraciones expuestas permiten advertir
que resulta correcto el razonamiento de la cámara de apelaciones al
destacar que los sucesos denunciados en este proceso, con
independencia de su gravedad, no reúnen aquellas características que,
de acuerdo a los criterios de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, permitirían incluirlos en la categoría de “graves violaciones
de derechos humanos”, frente a las cuales el instituto de la prescripción
de la acción penal no es aplicable.
Por esa razón, el agravio introducido con relación a este punto
también debe ser rechazado.
IV
En tercer lugar, resta analizar otro de los argumentos planteados
por los recurrentes, referido a la necesidad de analizar el caso desde una
perspectiva que, también con base en la interpretación de algunas
normas de la Convención Americana sobre Derechos Humanos –
artículos 25, inciso 1° y 8, inciso 1°–, pretende inferir de ellas la
existencia de determinados derechos que permitirían extender, más allá
de los límites fijados por la Corte Interamericana en los precedentes
reseñados en el apartado anterior, el campo de aplicación del criterio
según el cual la prescripción no puede constituir un obstáculo para la
persecución penal de hechos como los denunciados en este proceso.
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Constitución o de la ley invocadas dentro de él” (YMAZ, Esteban y REY,
Ricardo, El Recurso Extraordinario, editorial de la Revista de
Jurisprudencia Argentina S.A, Buenos Aires, 1943).
Dicho en otros términos y con finalidad explicativa más
detallada, el planteo de cuestiones federales demanda, por un lado,
determinar cuál es el principio fundamental que conculca una ley,
decreto, reglamento o resolución. Luego, corresponde exponer el
motivo por el que ello es así, lo que conlleva, de modo ineludible, la
realización de un análisis en torno al significado y alcance del precepto
constitucional de que se trate y, asimismo, de la ley, decreto,
reglamento o resolución cuya inconstitucionalidad se pretende, y esto
supone un examen en punto al significado y alcance del acto en
cuestión.
Cumplidos tales extremos, es además ineludible llevar a cabo un
análisis de la falta de coherencia normativa que se alegue entre el
precepto constitucional del cual se trate y la norma o acto que, según el
recurrente, aplicado al caso, ocasione agravio federal. Se trata, en
definitiva, de establecer una vinculación directa y concreta entre el caso
objeto de juicio y la cuestión federal alegada.
En síntesis: es evidente que el planteo adecuado de una cuestión
federal no se satisface con la mera alusión, mención o invocación de
principios o artículos de la Constitución Nacional o de tratados
internacionales que posean su misma jerarquía, pues ello, por sí, no
explica en absoluto la relevancia de ellas para resolver el pleito.
Lejos de ello, los recurrentes sólo se han limitado a afirmar que
la aplicación al caso del régimen de prescripción vigente al momento de
los hechos denunciados lesiona una serie de principios fundamentales,
sin cumplir adecuadamente con la demostración de la existencia de una
cuestión de carácter federal, ni con las exigencias propias de la
articulación de un planteo de tales características.
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Sobre esa base, es evidente que lo resuelto no guarda ninguna
vinculación con la pretensión presentada por los recurrentes en el marco
de este proceso, pues, como se advierte a partir de la simple lectura de
la decisión de la Corte Suprema, en el caso citado se descartó
expresamente la posibilidad de dejar sin efecto la prescripción
oportunamente dictada.
Por lo demás, las circunstancias del presente difieren
sustancialmente de aquellas que fueron consideradas por el Procurador
General de la Nación al dictaminar en el ya citado precedente “Funes”,
en cuanto postuló la continuación de la investigación pese a que la
acción penal se encontrase prescripta. Precisamente, esa diametral
diferencia que media entre las condiciones de cada uno de los casos
determina la inviabilidad de la aplicación de aquella solución al sub
judice.
En tal sentido, corresponde señalar que en el caso “Funes” se
precisó que lo postulado en el dictamen del Procurador General de la
Nación se basaba en que “pesa sobre las autoridades judiciales de la
provincia de Córdoba […] el deber de profundizar la investigación que,
iniciada en 1995, tomó mayor impulso luego del hallazgo de los restos
del menor Alejandro Víctor Flores, con el objeto de lograr el pleno
esclarecimiento de lo ocurrido a partir del accidente del 16 de marzo de
1991 como así también de lo acontecido durante el desarrollo del
proceso, que dilató durante años la pesquisa y condujo a la prescripción
que aquí se cuestiona. Por lo demás, no cabe descartar que de ese
avance de la investigación puedan surgir nuevas imputaciones aún
relevantes penalmente –sea respecto de los hasta ahora imputados o
hacia terceros– tal como prima facie surge de la lectura del dictamen
fiscal del 16 de junio de 2009, que da cuenta de diversas circunstancias
que afectaron el progreso de la investigación” (el destacado se agrega).
Asimismo, para sustentar esa solución, en el dictamen se afirmó
que resultaban aplicables las consideraciones expresadas por los jueces
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extraordinario fue desestimado por carecer de un requisito fundamental
de admisibilidad.
Por lo expuesto, los defectos de fundamentación señalados
tornan inadmisible el agravio vinculado a la interpretación del alcance
de las disposiciones contenidas en los artículos 8, inciso 1° y 25, inciso
1° de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (artículo
444, 2° párrafo, del Código Procesal Penal de la Nación).
V
Por último, corresponde analizar si, como lo propone el colega
Jantus, es posible arribar a la solución solicitada por los recurrentes a
partir de la interpretación del alcance de las obligaciones asumidas por
el estado al suscribir un tratado internacional que también se encontraba
vigente al momento de la presunta comisión de los episodios
denunciados en este proceso, esto es, la Convención sobre los Derechos
del Niño (incorporada al derecho argentino mediante ley 23.849,
publicada el 22 de octubre de 1990). Así parecen, en cierto modo,
haberlo entendido también los recurrentes al solicitar que el régimen de
prescripción vigente al momento de la presunta comisión de los hechos
sea interpretado “a la luz” de las disposiciones de la citada Convención.
De acuerdo con esta alternativa, lo decisivo para la resolución
del caso sería, en primer lugar, entender que el régimen de prescripción
de la acción penal introducido por las leyes 26.705 y 27.206 –cuya
aplicación retroactiva ya fue descartada–, constituye una
reglamentación de lo dispuesto en el artículo 19 de la Convención de
los Derechos del Niño, el cual establece que “1) Los Estados Partes
adoptarán todas las medidas legislativas, administrativas, sociales y
educativas apropiadas para proteger al niño contra toda forma de
perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos
tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se
encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o
de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo. 2) Esas medidas de
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Ello es así, pues, aun cuando pueda asumirse, tal como sostuve
en otra oportunidad, que “es un principio entendido en cuanto al
mandato de certeza, que en la descripción y regulación de los elementos
de la Parte General del Derecho penal es exigida una menor precisión
que la del standard reclamado como condición de validez para la
formulación de las figuras de la parte especial” y que, en punto a las
normas vinculadas, por ejemplo, al establecimiento de la
imprescriptibilidad de determinados delitos, “su propia formulación
excluye toda posibilidad de considerar algún margen de vaguedad o
ambigüedad que permita dudar acerca de su significado, en cuanto la
regla determina con precisión, que no hay límite temporal para la
reafirmación simbólica de la norma mediante la sanción penal a su
contradicción, expresada por el comportamiento del autor” (MAGARIÑOS,
Mario, “Imprescriptibilidad, legalidad y principio de justicia en el ‘caso
argentino’”, en Dilemas actuales de derecho penal, AdHoc, Buenos
Aires, 2012, pp. 3031), el problema que presenta el caso en estudio
radica en que no existe ninguna norma previa a los hechos bajo
juzgamiento, que además posea carácter escrito, que determine la
imposibilidad de aplicar el instituto de la prescripción de la acción
penal en casos de abuso sexual infantil.
Al respecto, basta con recordar que los textos normativos que
han establecido alguna regulación como aquella que, según se sostiene,
es posible inferir de las disposiciones de la citada Convención, lo han
realizado en términos que no dejan margen de duda alguno acerca de su
existencia como ley previa y escrita. En este sentido, es evidente que el
caso bajo análisis difiere por completo de la situación que se presenta,
por ejemplo, al examinar el marco jurídico aplicable al juzgamiento de
los delitos de lesa humanidad cometidos en Argentina durante el último
gobierno dictatorial, pues, mientras a su respecto la normativa aplicable
–el artículo I de la “Convención sobre la imprescriptibilidad de los
crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad”– cumple no
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sólo en apreciaciones valorativas del intérprete, carente, en
consecuencia, de cualquier tipo de sustento normativo.
Ese proceder, por loable que tal vez pueda resultar desde alguna
perspectiva –en particular, frente al carácter despreciable y vil que
poseen los actos criminales atribuidos en el caso–, olvida sin embargo
que al desinterés por los valores sociales elementales expresado por el
presunto autor, no debe responderse con la arbitrariedad del estado, tal
como lo supondría un actuar estatal llevado a cabo en abierta
contradicción con la garantía de legalidad y, más específicamente, con
el principio de seguridad jurídica que de allí se deriva; sin dejar de
advertir, además, la colisión que produciría con el imperativo de orden
institucional que determina la restricción del juzgador para operar de
ese modo, pues la jurisdicción, en virtud del mandato de sujeción
exclusiva y excluyente a la ley, sólo debe decidir los asuntos en función
de, y con base en, la letra de la norma, a fin de conjurar cualquier tipo
de discrecionalidad o capricho en la resolución de todo caso penal.
En la misma dirección, cabe agregar que también resulta
desacertado afirmar que la sanción de las leyes 26.705 y 27.206
constituyó la reglamentación de aquello que exige la letra del artículo
19 de la Convención sobre los Derechos del Niño. En efecto, ello
representaría una solución que no sólo no logra explicar cuál es el
sentido de sancionar mediante una ley algo que, a su vez, se afirma, se
encontraba ya expresamente previsto en un tratado internacional.
Además, esa lectura del artículo 19 de la Convención, por carecer en
absoluto de sustento en la propia letra de la norma, constituiría, en los
hechos, bajo el ropaje de la directa operatividad de una regla contenida
en un tratado internacional, la aplicación retroactiva de las
disposiciones de las leyes 26.705 y 27.206, y ello, como se concluyó en
el apartado II de este voto, se encuentra vedado por el principio de
legalidad penal.
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El juez Alberto Huarte Petite dijo:
I. Coincido con la solución propuesta por el colega Magariños, y
agregaré al respecto sólo algunas breves consideraciones.
II. No existe en el derecho constitucional argentino ninguna
norma que establezca que los delitos siempre deban prescribir. En tal
sentido, de la garantía de defensa en juicio no se desprende
necesariamente que se asegure a quien la procura ejercer que se lo
exima de responsabilidad por el mero transcurso de un determinado
lapso de tiempo fijado de antemano (Fallos: 193:326; 211:1684;
307:1466, entre otros).
Es por ello que, al momento de establecer la legislación penal
vigente en el orden nacional con arreglo al artículo 75.12 de la
Constitución Nacional, el legislador ha contado, y cuenta a la fecha, con
un apreciable margen discrecional para introducir en ella, o no, un
régimen general de extinción de las acciones penales por prescripción,
hallando sólo un límite en aquellas normas de Derecho Internacional de
los Derechos Humanos que se ha resuelto que formen parte del
ordenamiento jurídico vigente, que claramente establecen que
determinados delitos no pueden estar amparados por disposiciones
relativas a la prescripción (vg., la “Convención sobre la
Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de
Lesa Humanidad”, aprobada por la ley 24.584, y a la cual se le asignó
jerarquía constitucional por la ley 25.778).
Es claro que el legislador argentino, a partir de la entrada en
vigencia del actual Código Penal (sin perjuicio de las sucesivas
modificaciones que se efectuaron y de determinados límites que se ha
autoimpuesto en la materia), ha optado por establecer un régimen
general de extinción de la acción penal por prescripción, el cual se
encontraba vigente al momento de comisión de los hechos aquí
denunciados, y cuya aplicación al caso llevó a los jueces que
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La Corte ha señalado al respecto que el principio constitucional
contenido en la norma antes mencionada comprende “…la exclusión de
disposiciones penales posteriores al hecho infractor –leyes ‘ex post
facto’ que impliquen empeorar las condiciones de los encausados…”,
y que “…el instituto de la prescripción cabe sin duda alguna en el
concepto de ‘ley penal’, desde que éste comprende no sólo el precepto,
la sanción, la noción del delito y la culpabilidad, sino todo el complejo
de las disposiciones ordenadoras del régimen de la pretensión
punitiva…” (Fallos: 287:76, considerandos 5°. 6° y 7°).
Es así que en el mismo sentido que la doctrina citada en su voto
por el juez Magariños se ha dicho que “…la regulación de la
prescripción es una cuestión que pertenece a los presupuestos de la
penalidad, por lo que de acuerdo con lo que dispone el principio de
legalidad no puede modificarse retroactivamente en perjuicio del reo
(así Pawlowski, Die Verlängerung von Verjährungsfristen, NJW 1965,
287 ss. y Der Stand der rechtlichen Discussion in der Frage der
strafrechtlichen Verjährung, NJW 1969, 594 ss.; Lorenz, Strafrechtli
che Verjährung und Rückwirkungsverbot, GA 1968, 300 ss; Arndt, Zum
Problem der strafrechtlichen Verjährung, JZ 1965,148; Grünwald, Zur
verfassungsrechtlichen Problematik der rückwirkenden Änderung von
Verjährungsvorschriften, MDR ZStW 80 (1968), pág. 364; Wilms, Zur
Frage rückwirkender Beseitigung der Verjährung, JZ 1969, 61; graves
objeciones contra la retroactividad formula por razones generales
jurídicoconstitucionales, P. Schneider, NSVerbrechen und
Verjährung, Festschrift für O.A. Germann, 1969, pág. 221. Todos
citados por H. H. Jescheck en su Tratado de Derecho Penal, Parte
General, Volumen Segundo, trad. Mir PuigMuñoz Conde, ed. Bosch,
Barcelona, 1981, pág. 1239). En la doctrina española puede
encontrarse idéntica postura en Muñoz R., Campo Elías Guerra de
Villalaz, Aura E., Derecho Penal, pág. 152 y Morillas Cueva Lorenzo,
Curso de Derecho Penal Español, pág. 116. El profesor Jescheck
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por particulares, pero que hubiesen obrado en todos los supuestos con la
aquiescencia o bajo la dirección estatal.
No puede predicarse que en el reciente pronunciamiento “V., R.
P. y otros vs. Nicaragua”, del 8 de marzo de 2018, la Corte hubiese
establecido una doctrina distinta de la hasta aquí sostenida, toda vez
que, aun cuando allí se trató de la violación de una niña en un ámbito
familiar por un agente no estatal, la responsabilidad del Estado no
derivó de la aplicación al caso de normas relativas a la prescripción que
hubiesen llevado a la paralización de la actuación judicial, sino de la
inobservancia por parte de aquel de los deberes de debida diligencia
durante el procedimiento judicial en sí.
Por otra parte, es claro que la Convención Americana sobre
Derechos Humanos fue concebida, en especial, para proteger a las
personas respecto de actos de los Estados partes, llevados a cabo por
agentes estatales o que actúen bajo aquiescencia estatal, que impliquen
una afectación a los derechos y libertades reconocidos en ella o una
restricción a su libre y pleno ejercicio (art. 1, CADH), lo cual generará
en su caso la responsabilidad pertinente del Estado parte, a través de
una decisión de la Corte (art. 63, ibídem).
Por lo tanto, la exclusiva intervención de particulares en tal clase
de actos sí podrá generar responsabilidad individual, en su caso, para
aquellos, conforme a las reglas de derecho interno de cada país.
Pero la responsabilidad estatal sólo podría derivar en tales
supuestos, en lo que ahora interesa y es materia de recurso, de un
defecto de persecución de los delitos de abuso sexual, pero bajo la
condición de que estos últimos estuviesen sometidos a una regla de
imprescriptibilidad reconocida en el derecho internacional de los
derechos humanos.
Ello no se verifica en autos, pues los abusos sexuales habrían
sido cometidos en un ambiente familiar y de convivencia, y respecto de
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expuestas en el acápite IV de su voto, a los que cabe remitirse en
beneficio a la brevedad, en que los defectos de fundamentación allí
señalados tornan inadmisible el citado agravio.
Ello, sin perjuicio de lo que se dirá luego respecto de la
aplicación al caso, en lo pertinente, de la doctrina que emana del ya
aludido precedente “Funes, Gustavo Javier y otro” de la Corte Federal
(causa F.294, XLVII, sentencia del 14 de octubre de 2014).
V. En cuanto a la incidencia que para la suerte del recurso tiene la
Convención sobre los Derechos del Niño, incorporada al derecho
nacional a través de la ley 23.849 (B.O.: 22101990), y por lo tanto,
vigente al momento de comisión de los hechos aquí denunciados,
también hago propias las consideraciones efectuadas por el Dr.
Magariños en el acápite V de su voto, a las que me remito en beneficio
a la brevedad, a los fines de sostener la improcedencia de tal cuestión
para la revocación del fallo recurrido.
VI. Finalmente, entiendo que, conforme lo señaló el Dr. Jantus en
su ilustrado voto, no puede prescindirse de un análisis de las diferentes
aristas del caso sometido a examen desde el punto de vista del
parágrafo 97 de la Observación General nro. 14 (reproducido por dicho
Magistrado), del Comité de los Derechos del Niño de las Naciones
Unidas, órgano que supervisa la aplicación de la citada Convención por
los Estados partes.
Vinculándose la cuestión aquí tratada con presuntos delitos
cometidos contra niños, y a los fines de procurar demostrar que la
solución propuesta para el caso ha considerado de manera primordial,
con arreglo a la citada Observación General nro. 14, el interés superior
de aquellos, entiendo pertinente reproducir aquí algunos párrafos del
voto del juez García Ramírez en el caso “Albán Cornejo y otros vs.
Ecuador” de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Serie C, n°
171, sentencia del 22 de noviembre de 2007).
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los derechos humanos), y por el otro, los derechos fundamentales de la
persona que puede recibir una sanción penal, ambos amparados por la
Convención Americana (arts. 1, 2, 7, 8, 9 y 25), y el primero de ellos
garantizado adicionalmente por la Convención sobre los Derechos del
Niño.
Es así que encuentro que la solución más adecuada para el caso,
en consonancia con la jurisprudencia ya citada y los demás
fundamentos dados hasta aquí, es emitir mi voto en el mismo sentido
que el Juez Magariños.
No obstante ello, entiendo que la consideración primordial del
interés superior del niño lleva indefectiblemente, en el “sub lite”, a que
conforme al criterio jurisprudencial fijado por la Corte Federal en el
citado precedente “Funes” (a cuyos fundamentos, que remiten a su vez
a los del Sr. Procurador Fiscal –en especial, acápite IX, cabe remitirse
en beneficio a la brevedad), y según también lo propuso el Juez García
en el aludido fallo “M., P. S.” (acápite 8), deba habilitarse una instancia
jurisdiccional para que, quienes se presentan como víctimas en el “sub
lite”, puedan acceder a la determinación de la verdad de los hechos que
denuncian, aun frente al obstáculo para la persecución penal y castigo
del presunto autor derivado de la prescripción operada y correctamente
declarada.
Por último, y en cuanto a las costas, entiendo que debe eximirse
de ellas a las partes vencidas, por considerar que tuvieron razones
plausibles para litigar (arts. 530 y 531, CPPN). Ello, en función de los
derechos y garantías involucrados, y el alcance que pretendieron
asignarle, que aun cuando resultó perdidoso en esta jurisdicción, fue
receptado en anteriores pronunciamientos de la Cámara Federal de
Casación.
Tal es mi voto.
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MARIO MAGARIÑOS PABLO JANTUS
-en disidencia parcial- -en disidencia parcial-
Ante mí:
PAOLA DROPULICH
SECRETARIA DE CAMARA
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