Estos No Son Cuentos de Hadas PDF

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ESTOS NO SON CUENTOS


DE HADAS

ENRIQUE DE LA CRUZ

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ÍNDICE

PERDIDA /4

LA ESPERA /6

ÁNGELA /9

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PERDIDA

Esta noche hace mucho frío y presiento que será la última para
mí, cof, cof… Hace dos días, lejos de este callejón, yo conocí a
una dulce niña que me hizo creer en la amistad. Era de mañana,
y me encontraba sola y hambrienta en una esquina. Las
personas que pasaban por allí me miraban con asco. Tal vez mi
carita sucia o mi cuerpo extremadamente delgado les generaba
repugnancia, cof, cof… Al parecer ella había salido a jugar al
patio de su casa, pero al percatarse de mi presencia decidió
acercarse y preguntarme si estaba perdida. Le dije que sí y
enseguida me abrazó. Fue una sensación extraña, pero a la vez
cálida y reconfortante la que sentí en ese momento, cof, cof…
Después, como si una gran idea hubiera pasado por su mente,
entró en su casa y trajo una lata de sardinas que no dudé en
comer. Cuando terminé, le oí decir: «Papá y mamá no me
dejarán tenerte en casa. Pero si tú permaneces afuera yo puedo
traerte comida todos los días». Al terminar de decir estas
palabras, noté que se puso triste por no poder hacer más por mí.
Luego se fue prometiendo que volvería al mediodía para jugar
juntas. Y de hecho que pensaba quedarme ya que ella era la
primera persona que me había tratado tan bien en toda mi vida,
cof, cof… Sin embargo, el destino me tenía reservada una
sorpresa con menos dichas, porque unas horas más tarde pasó

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por aquel lugar un niño malvado que me llevó consigo. Y cuando
llegamos a su casa, empezó a maltratarme e incluso llamó a sus
amigos para que mi tormento fuera mayor. Me ahorcaban, me
arrojaban al aire sujetándome de la cola y me usaban de blanco
lanzándome piedras. Era horrible. Yo me preguntaba qué daño
les había hecho a esos niños para que me trataran con crueldad,
pero por más que lo pensaba no entendía aquel actuar, cof, cof…
De esta manera continuaron maltratándome a la tarde siguiente,
hasta que en un descuido intenté escapar para buscar a mi
protectora, pero no pude porque al cruzar la calle me atropelló
un auto y ya solo logré arrastrarme hasta aquí, cof, cof… Ahora
que la temperatura de la noche a descendido aún más y que
siento demasiado cerca la muerte, agradezco a aquella niña por
haberme tratado con amor al menos por un rato, cof, cof… Yo sé
bien que hubiéramos llegado a ser mejores amigas…

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LA ESPERA
Hay un viejo que visita este parque los mismos días que yo. Se
sienta en la banca de enfrente y permanece callado. Desde hace
unos días lo he visto sonreír y ponerse triste sin motivo, sin
embargo, no hemos cruzado palabras… Y hablando de él, aquí
viene otra vez. Se ha sentado y me mira como si quisiera
dirigirme la palabra. ¡Va! ¡Al diablo la timidez! Parece un buen
tipo. Le voy a hablar.

—Hola, ¿me puedo sentar a su lado?

—Hola. Por supuesto, siéntate.

—Gracias. Disculpe que sea tan curioso, pero me preguntaba:


¿a quién espera que nunca llega?

—Te equivocas, sí llega.

—Qué extraño. Podría jurar que no he visto a nadie. ¿Será que


es invisible?

—Ja, ja, ja… No. Es real. Tan real como esta banca y como esta
conversación.

—Y si este parque o nosotros no fuéramos reales. Quiero decir


que si todo esto solo fuera el sueño de alguien más.

—Mmm…, puede ser. Dime, ¿has estado leyendo a Descartes?

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—Pues sí. Verá, mi papá…

—¿Tu papá?

—Bueno, mi padrastro es profesor y tiene muchos libros de


filosofía en su biblioteca. Yo suelo pedirle prestados algunos
para leer en mi tiempo libre.

—¡Eso es bueno! ¿Y tu madre también comparte ese mismo


amor por los libros?

—No. Ella es más de negocios. Vende ropa en el mercado.

—Ah, comprendo.

—¿Y a usted le gusta leer?

—Sí, leo un poco de todo.

—¡Qué bien! ¿Y tiene hijos?

—Digamos que tuve uno.

—¿Por qué dice que tuvo? ¿Acaso murió?

—No. Él está vivo. Lo que pasó fue que no supe asumir mi


responsabilidad y lo perdí.

—Oh, entiendo. Bueno, tengo que irme. Debo ir a ayudar a


mamá en el mercado. Seguramente ya no tarda en llegar la
persona a quien espera.

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—No te preocupes, él siempre llega. Más bien, conversamos
otro día que puedas. Cuídate mucho.

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ÁNGELA

Viernes, a las 5:30 p. m.

Cuando el hombre pasó con su automóvil por el boulevard, la


reconoció al instante sentada sobre un banco y fue a su
encuentro.

—¿Se puede saber por qué te fuiste anoche de la discoteca sin


avisarme? —preguntó enojado.

Ella, tras mirarlo por unos segundos, le dijo:

—Disculpe, ¿lo conozco?

—¿Cómo? Ahora vas a fingir que no me conoces. ¡Esto es el


colmo! —dijo indignado y la sujetó del brazo.

—Usted se está confundiendo de persona, ¡suélteme! —forcejeó


tratando de liberarse, mas no lo logró.

—Vamos, tranquilízate. Mira, ¿qué te parece si conversamos


con calma en mi auto? —propuso mientras la arrastraba de a
poco.

—¡Auxilio, sálvenme de este loco! —gritó desesperada.

En ese preciso momento otro hombre llegó a la escena y empujó


al primero, haciendo que soltará a la chica.

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—¡Max! —dijo ella y se refugió en sus brazos.

—¡Imbécil! —insultó Max al agresor. —¿Qué te pasa con mi


enamorada?

—Por lo visto el único imbécil aquí eres tú por no querer abrir los
ojos.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que tu angelita es en realidad una diablita.

Max, entonces, hizo a un lado a su enamorada y le propinó un


derechazo al insolente. Este cayó al suelo por la fuerza del golpe
y se quedó allí algo atarantado.

5 minutos más tarde.

A medida que la pareja se iba alejando del boulevard, las


palabras que mencionó aquel sujeto resonaban en la cabeza de
Max con más intensidad. Hasta que al llegar a un semáforo ya
no pudo soportarlo y encaró a su enamorada, diciéndole:

—Ángela, dime la verdad. ¿Conocías a ese tipo?

—No. Jamás lo había visto. Yo… yo solo estaba sentada


esperándote, cuando de repente apareció y empezó a

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agredirme... ¡Fue horrible! —dijo tapándose la cara con las
manos.

Al escuchar esto, Max no pudo evitar sentirse culpable por lo que


había vivido su enamorada y la abrazó con fuerza, explicándole
que se había tardado por una reunión de último momento en el
trabajo.

—Entiendo. No es tu culpa —dijo ella al cabo de un rato. Y con


tono de niña consentida añadió: —Aunque si te sientes mal, me
lo puedes compensar comprándome algo en el centro comercial.

—Está bien, mi vida. Te compraré todo lo que quieras con tal de


que olvides esa desagradable experiencia —dijo Max.

Luego cruzaron la calle y se perdieron entre los peatones del


centro de la ciudad.

La noche anterior, a las 9:55 p. m.

Unos minutos antes de salir de su departamento, Ángela activó


los datos móviles de su iPhone y recibió muchos mensajes por
WhatsApp. La mayoría eran de su enamorado en turno que le
pedía encontrarse con ella para el día siguiente en el boulevard,
a lo cual ella respondió con un complaciente: «Está bien, mi
amor». Acto seguido metió el iPhone en su cartera y caminó con

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sensualidad hasta el enorme espejo del ropero. Allí se contempló
hermosa y provocativa como todas las noches en que dejaba
aflorar por completo su verdadera personalidad. ¡Ya estaba lista!
Afuera, otro iluso la esperaba en un automóvil.

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