Testigos Del Reino
Testigos Del Reino
Testigos Del Reino
Introducción
“Un amigo mío me contó que en una ocasión pasó varios días en un suntuoso hotel noruego.
Había muchos huéspedes que buscaban allí descanso y placentera vacación. Todo era ideal, si
no fuese por una niñita que, empezando a estudiar música, insistía en ocupar el piano con
frecuencia. Tocaba el piano con un dedo: una nota y un discorde. Con el natural resultado que
cuando los otros huéspedes veían a esta niña acercarse al piano, de un acuerdo salían a gozar
del aire libre, dejándola dueña del salón.
Llegó a este mismo hotel un renombrado músico, que enseguida se dio cuenta de la situación.
En vez de ausentarse como los otros, un día él se sentó al lado de la niña, y cada vez que ella
tocaba una nota, él atacaba un acorde de música exquisita. Ella tocaba otra nota, y otra y otra,
mientras él continuaba introduciendo un acompañamiento encantador. La música alcanzó a los
huéspedes, que, por primera vez, oían sonidos armoniosos emanar del piano, e, intrigados,
volvieron. La niña siguió su ejercicio y el músico prodigando su acompañamiento y, cuando ella
hizo un discorde más terrible, él improvisó un arranque de armonía más sublime.
Así siguieron durante veinte minutos, y luego el pianista, tomando la mano de la niñita, dijo:
«Señoras y señores, deseo presentarles a la señorita a quien ustedes deben el concierto de esta
tarde».
La niña sabía perfectamente que ello no era quien había producido la música, pero todos dieron
muestras de agradecimiento al músico.
No puedo describir cómo me ha servido este relato, animándome durante largos años. Yo he
sido esa criatura en el piano de la providencia de Dios. He hecho todo lo posible para producir
música con un dedo, y vez tras vez he tenido la conciencia de haber fracasado, produciendo solo
discordes. Mas, ¡oh!, he hallado al Espíritu Santo a mi lado, y Él ha convertido cada una de mis
notas discordantes en noble armonía.”
De esta misma manera, los discípulos querían tocar una sola tecla del piano y de manera
insuficiente al querer saber en qué momento Dios implementaría el poderío político con el
reino de Israel, mientras que el Señor envió al “pianista profesional” para desplegar todas
las hermosas y poderosas melodías del Reino de Dios inaugurado por su venida a esta
tierra.
1) ¿Qué es el Reino?
2) ¿quiénes son los testigos de este Reino?
Cuerpo
1. ¿Qué es el Reino?
En Hechos 1:3 nos muestra que el Señor Jesucristo les habló del Reino de Dios, sin
embargo, sus intereses eran el querer saber cuándo es el momento preciso de la
implementación del Reino de manera terrenal. Esta inquietud la tenían porque eran judíos
expectantes de esa realidad (cf. Lucas 24:21), incluso, en el ministerio de Jesús antes de
resucitar tuvo que responder a esas preguntas. El Reino al que ellos apelaron eran en Israel,
geográficamente hablando, debido a que en el AT se mostraba esa asociación del
derramamiento de Espíritu con la restauración del Reino de Israel (cf. Ezequiel 37:14; Joel
2:25-3:2), sin embargo, el Reino de Dios iba a ser expandido por testigos desde Jerusalén
(capital de Israel) hasta lo último de la tierra, por ende, es de escala mundial. Ya casi
finalizando el libro de los Hechos nos muestra un episodio interesante con el apóstol Pablo
en Roma testificando acerca del Reino de Dios (cf. Hechos 28:23). La centralidad de
Jesucristo en la proclamación del Reino es fundamental (cf. Hechos 8:12; 28:31). El
empoderamiento del Espíritu Santo es clave para ejercer este testimonio.
Esto quiere decir que iban con la autoridad del Rey Jesucristo y con el poder del Espíritu
Santo a proclamar el mensaje del Reino de Dios. Se debe ser fiel a lo que Lucas en el libro
de Hechos hace referencia como testigo, varios pasajes nos muestran que los testigos
debieron ser oculares a su resurrección (cf. Hechos 2:32; 10:41), a esto hay que agregarle
que el Espíritu Santo también es Testigo (cf. Hechos 5:32). Esto último hace eco a las
palabras de nuestro Señor Jesucristo: Él dará testimonio acerca de mí (Juan 15:26b). No
bastando esto, extiende este testimonio (la misma raíz de la palabra testigo) a sus discípulos
(Juan 15:27). La pregunta que resulta es ¿solo los apóstoles eran testigos? ¿Nosotros no
podemos serlo? La respuesta es un rotundo sí. En nosotros mora el Espíritu Santo y
nosotros debemos anhelar el empoderamiento del Espíritu Santo para ser testigos fieles.
1
F.F. Bruce – Hechos de los Apóstoles. Grand Rapids, Michigan. Libros Desafío, 2007. Pág. 49
3. Del poder político al poder de lo Alto
El reino de Israel debía ser instaurado, desde la perspectiva de un judío del primer siglo,
con el poder político/militar, pero el Reino de Dios se instaura con el poder del Espíritu
Santo. Un poder más grande y más noble. Seguidamente a esta proclamación del Señor en
Hechos 1:8 los apóstoles empezaron a testificar con gran poder (cf. Hechos 4:33). Ese
mismo poder que obró en la resurrección también obra en sus testigos para resucitar de la
muerte espiritual a los hombres (cf. Romanos 1:4).
En Hechos 1:11 los varones con vestiduras blancas les dicen a los discípulos que, así
como lo vieron ir, asimismo volverá. La responsabilidad de ellos no es saber en qué
momento sucederá, sino que deben proclamar las buenas nuevas del Reino de Dios con el
poder del Santo Espíritu.
Conclusión
Muchas veces nuestras expectativas son muy distintas a las del Señor. Los primeros
discípulos querían poder político porque pensaban que así se podía instaurar el Reino de
Dios. Pero es el poder del Espíritu que lo hace en nosotros. Ese poder es el que debemos
desear. Ese es el poder que el Señor nos entrega.
Debemos estar preparados para que nuestras expectativas sean frustradas por el Señor y
que Su expectativa y propósito a través del poder Espíritu Santo nos lleve a ser testigos
fieles de Su Reino.
2
Joseph Fitzmyer – Los Hechos de los Apóstoles vol. I. Salamanca, España. Ediciones Sígueme, 2003. Pág.
170.