Derecho Colectivo Del Trabajo P1

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Unidad 1.

El derecho colectivo del trabajo

Introducción

La importancia del derecho colectivo del trabajo radica en los


derechos que surgen de las relaciones colectivas en el trabajo,
los cuales buscan el equilibrio de fuerzas entre empleadores y
trabajadores, regulando sus relaciones y evitando la inferioridad
de estos últimos frente a los dueños de los medios de producción;
derechos que son reconocidos tanto a nivel internacional como en
el ámbito interno. De otro lado, como explica Monereo Pérez, el
llamado derecho colectivo del trabajo «siempre ha estado sujeto a
debate, lo que no hace más que traducir su carácter fuertemente
político, al inscribirse como regulador fundamental de las
relaciones entre capital y trabajo y creador de una
institucionalidad particular de esas relaciones»

El progresivo desarrollo de las fuentes formales que sustentan el


denominado derecho colectivo del trabajo ha dado lugar al
reconocimiento de un conjunto de derechos relativos a la
sindicación, la negociación colectiva y la huelga. A causa del
amplio contenido de dichos derechos, resulta difícil dar una
definición que los englobe, lo que no impide al autor aportar la
suya propia con la finalidad de abarcar al conjunto de normas
jurídicas que regulan las relaciones colectivas laborales.

1.1 Antecedentes en México

Los sindicatos surgieron por la lucha de clases y la unión de los


trabajadores en la defensa de sus intereses comunes, con el
objeto de evitar las violaciones y explotaciones que sufrían por
parte de la clase patronal. En primera instancia, el movimiento
obrero se vería verdaderamente representado si se lograba la
existencia de un sindicalismo unilateral. Es decir, se consideró
que si toda la clase trabajadora tenía un mismo ideario,
reflejado en las mejoras a las condiciones laborales, ello
produciría la necesidad de que únicamente existiera una
organización que agrupara a toda la clase trabajadora, ya que así
realmente se buscaría el interés común y la unión de los
trabajadores.

No obstante, dicha idea se vio rechazada, pues las necesidades y


situaciones de los trabajadores no eran las mismas. De esta
manera, el movimiento obrero buscó como fin primordial el
mejoramiento de las condiciones laborales, dependiendo de las
actividades, la zona geográfica e incluso del patrón, ya que los
trabajadores se enfrentaban a condiciones diferentes haciendo que
sus necesidades varíen. Por este motivo, se procuró pugnar por la
existencia un sindicalismo plural, cuya finalidad es buscar el
objeto común de todo sindicato, el mejoramiento, estudio y
defensa de los intereses de sus agremiados, pero tomando en
consideración las condiciones particulares que guarda cada
trabajador y centro de trabajo, representando así la libertad
sindical. En tanto el sindicalismo plural rompía con la teoría
del interés profesional de la clase trabajadora, ya que con la
existencia de diversos sindicatos se dividía a la misma, por ello
que se buscó la titularidad del contrato colectivo de trabajo,
esto es, aun cuando existieran diversos sindicatos en una misma
empresa, el que tuviera a la mayoría de los trabajadores sería el
titular del contrato, con lo cual se lograba proteger el interés
común y unificar a la clase trabajadora, respetando también la
libertad sindical.

El movimiento obrero en México se originó en la segunda mitad el


siglo XIX y tuvo sus primeras manifestaciones a principios del
siglo XX, durante las huelgas de trabajadores. Estas fueron la
huelga de los tabacaleros de 1905, la huelga de los mineros de
Cananea en 1906 y la huelga de los trabajadores textileros de Río
Blanco en 1907.
Los antecedentes del movimiento obrero mexicano se remontan a los
primeros intentos de industrialización del país, después de la
Guerra de Independencia y la finalización de la intervención
francesa en México en la segunda mitad del siglo. Nació
justamente en los sectores industriales más poderosos del país:
el minero y el textil.

Desde estos sectores emergieron los primeros grupos organizados


de obreros. Fue un tipo de organización de naturaleza mutualista
no reivindicativa; es decir, tenía el propósito de apoyarse
mutuamente en caso de necesidad pero no de luchar por mejoras
salariales o laborales.

El movimiento obrero mexicano alcanzó a ser uno de los más


poderosos e influyentes del país entre los años 40 y 60 del siglo
pasado, debido a sus vínculos políticos. Sin embargo, en las
últimas del siglo XX y principios del XXI ha perdido poder de
negociación y apoyo popular.

Los primeros brotes anarquistas en 1865, de grupos de


trabajadores que luchaban aisladamente por reivindicaciones,
fueron neutralizados.

Los sucesivos gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo y


Porfirio Díaz combatieron de manera férrea cualquier tipo de
organización sindical o lucha reivindicativa.
Como antecedente más importante de la organización sindical está
el Gran Círculo Nacional de Obreros de México, que se formó en
1872.

Este gremio obrero integró a la mayoría de sociedades de


trabajadores en todo el país, pero rápidamente el régimen
porfirista actuó para penetrar y dividir al naciente movimiento
laboral.

Para ilustrar mejor la historia del movimiento obrero mexicano,


se puede dividir en los siguientes períodos con sus respectivas
características más importantes:

Primeras organizaciones (1860-1906)

Durante este período se crearon las primeras organizaciones de


artesanos y fue prohibido el sindicalismo. Debido a la
persecución de las organizaciones sindicales como tal, solo
existieron gremios de artesanos de carácter mutualista o
anarquista.

Sin embargo, el Estado no intervino en la estructuración de las


relaciones laborales. Durante este período los trabajadores
comenzaron a demandar mejores condiciones laborales y
emprendieron pequeñas luchas.

Nacimiento del movimiento obrero (1906-1910)

Comienza la conformación y organización del movimiento obrero


propiamente, a pesar de las prohibiciones y la fuerte represión
gubernamental. El Estado mexicano asumió un papel más activo en
el plano laboral para impedir el crecimiento de las agrupaciones
sindicales.

No obstante, las huelgas y las luchas sindicales crecieron y


lograron sus objetivos con el fin del porfiriato.

Primeras organizaciones sindicales (1910-1917)

Se crearon las primeras organizaciones sindicales que crecieron


de la mano de la Revolución, sentando sus bases jurídicas y
sociales. Se estableció una alianza entre la Casa del Obrero
Mundial (COM), con sede en ciudad de México, y el gobierno de
Venustiano Carranza.
Durante este período también se alcanzaron importantes
reivindicaciones laborales consagradas en la Constitución de
1917.

Sindicalismo político (1918-1928)

El movimiento obrero adquirió otra dimensión. Las luchas obreras


se vincularon con la acción política además de la económica. El
fortalecimiento de los sindicatos y su peso político los llevó a
ingresar en los partidos políticos, o incluso a formar
organizaciones propias.

En este período se comenzó a definir un marco jurídico-laboral y


cada central sindical tomó partido por su ideología afín.

Reorganización sindical (1928-1937)

Fue una etapa de reconstrucción del país y relativa calma en la


lucha obrera, en la cual se produce una reorganización sindical.
Surgieron nuevas centrales sindicales que desplazaron a otras más
antiguas, y se crearon los sindicatos nacionales de industria.

Hubo una suerte de entente o entendimiento con el


presidente Lázaro Cárdenas; su gobierno abrió el compás de
participación a los trabajadores en las reformas laborales
introducidas. Además, se creó la primera Confederación de
Trabajadores de México (CTM) en 1936.

Subordinación sindical (1938-1947)

Fue en este período cuando se fortaleció la CTM, que nació con


una ideología marcadamente socialista, proclamando posiciones
nacionalistas y antimperialistas. El sector avanzado fue
desplazado por conflictos internos.

Sin embargo, la necesidad de atraer la inversión extranjera llevó


al Estado a adoptar una política que beneficiaba dicha inversión
pero no los salarios. Entonces, nuevamente el sindicalismo fue
subordinado.

Represión y “charrismo” sindical (1947-1951)

Durante este período la burocracia sindical se consolidó en el


poder y asumió una actitud antiobrera en casi todas las centrales
y sindicatos del país. Quienes no se sometieron o intentaron
crear nuevas organizaciones fueron duramente reprimidos.
Hegemonía de la burocracia sindical (1952-1957)

El llamado “charrismo” se consolidó en las direcciones de las


centrales obreras pero, al mismo tiempo, el sindicalismo entró en
una fase de reorganización.

En 1954 nació el Bloque de Unidad Obrera, que congregó a la mayor


parte de las organizaciones sindicales; sin embargo, la crisis
económica produjo nuevos conflictos.

La emergencia obrera (1958-1962)

Al movimiento de los telegrafistas y los ferrocarrileros se unió


el movimiento magisterial y otros sectores para reclamar mejoras
salariales.

Algunos de estos, como el de los maestros, fueron brutalmente


reprimidos. En este período se creó la Central Nacional de
Trabajadores Electricistas.

Estabilidad sindical (1963-1970)

Debido al crecimiento económico alcanzado entre los años 50 y 60,


la economía junto con el movimiento obrero entraron en una fase
de estabilidad. Además, se produjo una reorganización en el
movimiento obrero que trajo una relativa tranquilidad social.

Si bien se suscitaron algunos conflictos aislados en algunos


sectores, fue un período tranquilo desde el punto de vista
sindical. En 1966 fue creado el Congreso del Trabajo.

Conflictividad obrera (1971-1977)

Este período estuvo marcado por una constante conflictividad del


movimiento obrero mexicano. Los sindicatos de electricistas,
mineros y ferrocarrileros, junto con otros pequeños sindicatos
independientes, protagonizaron una serie de huelgas y paros.

Entonces, el Estado nuevamente intervino como árbitro en las


luchas sindicales para tratar de disminuir la conflictividad
laboral.

Declive (1978-actualidad)
Desde los años 80 hasta la actualidad el sindicalismo entró en
una nueva fase, como ocurrió en el mundo entero. El desgaste
producido por su participación en la actividad política junto con
la corrupción disminuyó su poder.

1.2 Artículos constitucionales relacionados con el derecho


colectivo del trabajo

Artículo 9o. No se podrá coartar el derecho de asociarse o


reunirse pacíficamente con cualquier objeto lícito; pero
solamente los ciudadanos de la República podrán hacerlo para
tomar parte en los asuntos políticos del país. Ninguna reunión
armada, tiene derecho de deliberar. No se considerará ilegal, y
no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto
hacer una petición o presentar una protesta por algún acto, a una
autoridad, si no se profieren injurias contra ésta, ni se hiciere
uso de violencias o amenazas para intimidarla u obligarla a
resolver en el sentido que se desee.

Por otra parte, el artículo 123 constitucional, prevé el derecho


de asociación profesional, que es exclusivo de los componentes de
las relaciones de trabajador, es decir, sólo los trabajadores o
los patrones pueden hacer uso de estas asociaciones.

Artículo 123.

XVI. Tanto los obreros como los empresarios tendrán derecho para
coaligarse en defensa de sus respectivos intereses, formando
sindicatos, asociaciones profesionales, etc.

XVII. Las leyes reconocerán como un derecho de los obreros y de


los patronos, las huelgas y los paros.

XVIII. Las huelgas serán lícitas cuando tengan por objeto


conseguir el equilibrio entre los diversos factores de la
producción, armonizando los derechos del trabajo con los del
capital.

1.3 Definición de Derecho Colectivo del Trabajo

Todo aquel que se inicie en el estudio de determinada rama del


derecho encontrará como primera dificultad establecer una
definición que realmente refleje su contenido. Aunque sabemos que
en el derecho toda definición puede resultar inexacta y siempre
es temporal, nos atrevemos a definir el derecho colectivo del
trabajo como el conjunto de normas jurídicas que tiene por objeto
la regulación de las relaciones entre los trabajadores
colectivamente organizados en defensa de sus intereses y un
empleador o una entidad representativa de los empleadores. Estas
relaciones se desarrollarán buscando llegar a acuerdos o
decisiones que den nacimiento a nuevos derechos, o que mejoren o
conserven los existentes, pudiendo, de ser el caso, recurrir los
trabajadores a la suspensión del contrato de trabajo, cumpliendo
previamente los requisitos exigidos por la ley.

En la doctrina existe discusión sobre si esta disciplina jurídica


debe denominarse derecho sindical o derecho colectivo del
trabajo.
La expresión derecho sindical obedece al papel trascendente que
le corresponde desempeñar al sindicato en las relaciones
colectivas de trabajo. Son partidarios de esta denominación
reconocidos tratadistas, entre los cuales cabe resaltar a Ojeda
Avilés, Mascaro Nascimiento, Martins Catarino, Russomano, Giugni,
Napoli, Cabanellas, Deveali, Pérez Botija, entre otros. Por su
parte, otro sector de la doctrina, donde encontramos a
Krotoschin, De la Cueva, Plá, Gómez Valdez y Rendón, prefiere
utilizar la denominación derecho colectivo del trabajo, pues
considera que la expresión derecho sindical resulta insuficiente
para expresar el contenido de esta disciplina jurídica, ya que no
comprende la negociación colectiva ni la huelga. Por nuestra
parte, nos adherimos a la segunda línea de pensamiento, ya que
estimamos que la expresión derecho colectivo del trabajo es la
que mejor refleja el verdadero contenido de esta disciplina
jurídica como reguladora de la libertad sindical, la negociación
colectiva y la huelga.

El Derecho Colectivo del Trabajo es una disciplina que refiere a


aquellos derechos y obligaciones que se otorgan a los componentes
de las relaciones laborales: trabajadores y patrones, pero que a
diferencia de las relaciones individuales de trabajo, las estudia
en su afectación colectiva, es decir, en lo referente a las
asociaciones, tanto de trabajadores como de patrones, su
integración, organización, funcionamiento y regulación. Esto
implica que, el Derecho Individual se refiere al trabajador y el
Derecho Colectivo del Trabajo a la clase trabajadora. Sobre este
segundo Derecho, no sólo se comprende el estudio de la
asociaciones de trabajadores y patrones como entes autónomos, ya
que implica también el estudio de las relaciones generadas en
estas agrupaciones, las conquistas que se pueden obtener a través
de la unión de los trabajadores, así como los conflictos que, a
nivel colectivo, pueden surgir entre los componentes de las
clases que integran la relación laboral y que a partir de esta
disciplina, se busca el equilibrio entre los factores de la
producción.

1.4 El Derecho colectivo como derecho de clase


Todo derecho social se le ha considerado como derecho de clase.
El derecho social implica otras disciplinas delimitadas a la
perfección como el derecho agrario y el de la seguridad social.
Se considera una denominación muy amplia, ya que todo derecho
tiene el carácter de social, sin embargo, existe una nueva
corriente que considera que el derecho social es una rama
independiente del derecho público y del privado, siendo en
consecuencia el derecho social el género y el derecho del trabajo
la especie.

La idea del derecho social del trabajo materializada en un


concepto entraña los elementos de relación del trabajo, el
esfuerzo humano aplicado a la producción de la riqueza. Además de
que el trabajo supone una actividad humana social, el trabajo
tiende a la producción de riqueza, pero ésta debe de ser social;
es decir que debe beneficiar a la clase más desprotegida que es
la clase trabajadora.
El derecho colectivo, corresponde al grupo de trabajadores como
clase social constituido mediante asociaciones para la defensa de
sus intereses laborales, por lo que la ley reconoce a diversas
instituciones o formas en que los trabajadores harán valer sus
derechos frente al dueño del capital o patrón.

El Derecho Colectivo del Trabajo representa la mayor adquisición


de los trabajadores en la lucha de clases, pues con este derecho
se logró su reconocimiento como unidad, conquistando derecho
laborales de afectación general para toda la clase trabajadora.
Por tal motivo, para el Derecho Colectivo del Trabajo lo que
importa es el interés profesional, es decir, el bien común, la
protección de las clases; incluso llega a sacrificarse el interés
individual por el de la mayoría.

1.5 El contenido del derecho colectivo del trabajo

Con base en lo anterior, el Derecho Laboral Colectivo estudia y


regula de manera pormenorizada las siguientes instituciones y/o
elementos.
∙ Coalición (a tratar en esta sesión).

∙ Sindicato: (a tratar en esta sesión).

∙ Contrato colectivo de trabajo

Se encuentra conformado por la normativa nacional, así como


también por la internacional, como es el caso de tratados sobre
derechos humanos, convenios y recomendaciones de la Organización
Internacional del Trabajo, sentencias de la jurisdicción
internacional a la que se han sometido los Estados, entre otros.

1.6 Los fines colectivos del trabajo


a) Tiene como sujeto principal a la organización sindical, la
cual, a través de su accionar, persigue lograr nuevos
beneficios para los trabajadores, aunque, en algunas
oportunidades, solo logre defender los ya reconocidos,
evitando su supresión.
b) Busca el equilibrio de fuerzas entre los sujetos laborales
(trabajadores y empleadores), logrando reducir las
desigualdades existentes entre los propietarios de los
medios de producción y quienes solo tienen su fuerza de
trabajo.

Conforme a lo anterior, los fines del Derecho Colectivo del


Trabajo son:
∙ Cumplir las normas del Derecho del Trabajo y de la seguridad
social.
∙ Mejorar las condiciones laborales.

∙ Alcanzar la justicia social.

∙ Nivelar las clases sociales de la relación laboral (trabajador y


patrón).
∙ Reconocimiento por parte del Estado de la autodefensa del
proletariado.

1.7 La autodefensa de los trabajadores

Desde el momento en que una parte de los hombres tuvieron que


trabajar en la producción de riquezas para otros hombres, la
violencia de la sociedad dividida en clases se instaló en la
historia humana.

Con el nacimiento del sistema capitalista, la esclavitud del


trabajo toma una nueva forma: la del trabajo asalariado para el
beneficio de los dueños de las empresas.

Para subsistir, el obrero se vio obligado a vender su fuerza de


trabajo a los propietarios de las máquinas, los edificios, las
tierras y todos los medios de producción.

A cambio de su trabajo recibe un salario que es sólo una parte de


la riqueza que produce, la parte necesaria para sobrevivir y
reproducirse, mientras que la otra parte se la apropia el patrón
bajo la forma de ganancia y pasa a engrosar su capital y a
solventar sus gastos personales.

La injusticia de este régimen hizo que sólo pudiera sostenerse en


la violencia cotidiana y organizada de los burgueses sobre el
proletariado, y ya Carlos Marx decía que el nuevo sistema, el
capitalismo, “nacía con las manos tintas en sangre”.
Frente a esta realidad, la clase obrera, en el curso de su
historia, ha utilizado permanentemente la violencia para imponer
sus exigencias, y para defenderlas contra la burguesía,
beneficiaria de su trabajo.

Desde las luchas de los obreros ingleses de los siglos XVII y


XVIII hasta las actuales contiendas, los trabajadores han
demostrado que la fuerza de su número, el lugar que ocupan en la
producción, la solidaridad de clase, y el ejemplo acumulado de
sus propias luchas, les ha permitido dar batalla a los
explotadores.

Comparemos por ejemplo, la lucha ejemplar de los obreros de Villa


Constitución, que derrotaron a la burocracia metalúrgica,
utilizando la violencia de masas, con estas citas históricas: “Ya
en 1783, los tejedores y esquiladores de Wiltshaire logran
imponer sus posiciones luego de atacar los domicilios de los
patronos…”; “Los marineros de Liverpool desfilan esgrimiendo
cañones, pistolas, mosquetes, garrotes, palos, piedras, ladrillos
y otras armas ofensivas…” (Historia del Movimiento Obrero, No. 4,
Centro Editor).

Y esa tradición de lucha también la tienen los obreros


argentinos. Desde las primeras huelgas ferroviarias de 1872 hasta
el Cordobazo, pasando por las históricas jornadas de la Semana
Trágica de 1919, hay cien años de combates proletarios, de
violencia y de lucha en las calles, que son una rica experiencia
histórica de la clase que derrotará al capitalismo imperialista.

LA AUTODEFENSA

Vemos pues, que con o sin organizaciones sindicales, y en


cualquier época de su historia la clase obrera ha sabido apelar a
todos los métodos y en especial a la violencia, aún en las peores
condiciones de represión y explotación.

Cuando esa violencia es aplicada organizadamente por los obreros


en el curso de sus luchas sindicales por mejores condiciones de
vida, o como consecuencia de esas luchas, estamos en presencia de
la autodefensa de masas.

Sería imposible precisar cuántas formas distintas tiene de


expresarse la autodefensa: desde el sabotaje hasta la
manifestación violenta; desde la represalia contra los carneros
hasta las acciones ejemplares contra los patrones y sus
guardianes armados. Permanentemente, cada realidad va creando
nuevas formas, y los obreros llegar a utilizar los mismos medios
que el patrón les entrega para producir, en contra de los
explotadores y sus sirvientes.

Sin embargo, ya podemos hacer una primera división dentro del


concepto de autodefensa:
a) La violencia aplicada en forma masiva por todos o la mayoría
de los obreros de una fábrica, pueblo o región (manifestación
violenta, ocupación con rehenes, etc.) y
b) La violencia aplicada por un número reducido de obreros,
organizados previamente, capaces de dar golpes duros contra la
clase enemiga en el curso de una lucha que así lo requiere por
sus características sociales.

Ambas formas de autodefensa no se contrapone, sino que, por el


contrario, se complementan. No siempre la violencia de masas
surge espontáneamente; casi siempre debe ser estimulada por una
vanguardia.

Por otra parte la forma de actuar de las masas está condicionada


a cómo actúe su enemigo de clase. T muchas veces hemos visto que
la patronal prepara provocaciones para que los enemigos se
desgasten en una lucha espontánea, fulminante y desorganizadora,
para luego golpear sobre el desconcierto y la desorganización. En
muchos de estos casos, los obreros tendrán que responder a la
provocación de distintas maneras, entre las que la autodefensa
clandestina va a jugar un papel muy importante.

¿Y por qué hay que utilizar la violencia, existiendo la ley, los


sindicatos legales, etc? Porque, en primer lugar, la ley es una
de las formas de violencia que usa la burguesía contra los
obreros. La ley dictada por el Estado patronal (aún cuando se
afirme en los votos del pueblo, como está ocurriendo hoy en la
Argentina), para legalizar el sistema de explotación. Por eso es
una falsedad decir que la ley es “igual para todos”.

En la injusticia del sistema de explotación, legalizada por el


estado patronal está la razón que justifica la violencia en manos
de los obreros.

En segundo lugar, porque a medida que el Estado se sirve de los


sindicatos burocratizados para estatizar al movimiento obrero,
los trabajadores ven que ese instrumento de lucha, que fue una
conquista histórica, se aleja cada día más de las bases. Pero aún
cuando el sindicato sea combativo y clasista, su único accionar
no alcanza, porque en ese caso el Estado burgués se “olvida” de
la “igualdad ante la ley”, del derecho de huelga, etc… y envía a
sus fuerzas armadas a reprimir con la mayor dureza las luchas
obreras.

Nos basta recordar el ejemplo de SITRAC y SITRAM dirigidos por


obreros clasistas y antiburocráticos, que luchaban “dentro de la
ley” contra el monopolio de Fiat y contra la dictadura, y
recibieron como respuesta la intervención militar, la clausura
del sindicato y la prisión de sus dirigentes, todo en nombre de
la ley y el respeto de la libertad de trabajo.

EL ACTUAL CONTENIDO DE LA AUTODEFENSA


Pero desde las primeras formas de la autodefensa, espontánea, más
elementales, aplicada en los principios de la historia obrera,
hasta nuestros días, la experiencia de la clase enemiga se ha
acrecentado, porque tiene mucho que perder si le es arrebatado el
dominio de sus fábricas y de sus campos.

Hoy la burguesía pretende organizar la explotación más


científicamente. Desde la forma de construir las fábricas
–alejadas de las veredas-, tabicadas las secciones, etc, hasta la
utilización de médicos, sociólogos y psicólogos, así como formas
más refinadas de represión. Se trata de “limar” la resistencia
obrera, a fin de que los trabajadores “no se den cuenta” que
están siendo explotados. La patronal quiere que los obreros
“crean” que este sistema es el mejor y además inmodificable. De
tal modo, la explotación que cada vez es mayor (ver en este
número el artículo “Algo más sobre el fifty-fifty”), es revestida
de apariencias menos duras.

Esta situación obliga a los obreros a ver más en profundidad y


adaptar sus medios de lucha y sus formas organizativas a la nueva
realidad. El contenido de la autodefensa se hace más complejo, y
las formas de llevarla a cabo deben mejorarse a fin de no caer en
las trampas que tiende el enemigo de clase y sus aliados.

Los trabajadores enfrentan a una patronal más organizada, a una


policía altamente especializada, a la vigilancia interna –muchas
veces disfrazada de obrero-, y, en la mayoría de los casos, a la
violencia de los matones de la burocracia, alimentada con la
cuota sindical que la ley burguesa le permite al burócrata
sacarle a los trabajadores sin derecho a queja.

Esta verdadera asociación de intereses (Estado, patronos, fuerzas


represivas, burocracia estatal) utiliza los resortes legales para
frenar la democracia de las bases y restar fuerzas a las luchas
obreras. Por eso se ha sancionado la nueva ley de Asociaciones
Profesionales que prácticamente elimina el derecho de expresarse
“legalmente” de los obreros. Es decir, una ley que pretende
borrar una conquista lograda por las bases en la lucha.

Sin embargo, ni el estado ni los patrones que la dictaron, ni los


burócratas que la impulsaron, confían en que los obreros la
cumplan voluntariamente. Por el contrario, están seguros que
lucharán contra ella. Por eso es que, lejos de desarmar el
aparato represivo, la patronal y la burocracia lo acrecientan a
través del aparato del Estado y de las bandas de matones armados.

De tal modo que no sólo en esta asociación entre los enemigos de


la clase obrera está la justificación de la necesidad de la
violencia de las masas, sino que también está la razón por la que
los obreros deben hallar nuevos medios de lucha y mejores formas
organizativas para responder a sus enemigos en mejores
condiciones. De allí deberán extraer la forma de combinar, por
ejemplo, la violencia de masas generalizada, siempre necesaria
pero no siempre posible, con la violencia clandestina y
organizada en sus lugares de trabajo, capaz de apuntalar las
luchas del conjunto de dar golpes a la patronal y a sus aliados y
de preservar la seguridad de los compañeros contra los zarpazos
de quienes no vacilan en matar activistas para mantener sus
privilegios.

LOS LÍMITES DE LA AUTODEFENSA

Pero la autodefensa de masas, la violencia organizada por los


propios obreros, no sólo debe servir para acompañar las luchas
reivindicativas o para tomar represalias contra los burócratas.

Si nos quedáramos en este punto, con la mayor buena fe, podríamos


eternizar las luchas obreras en un plano puramente defensivo, que
sólo respondería al ataque de sus enemigos. Sería una lucha
dentro del sistema que podría ser contrarrestada y aplastada con
cierta facilidad por la burguesía, el imperialismo y sus aliados.
Por el contrario, así como la lucha de la clase obrera debe ir
más allá de los límites de las fábricas para cuestionar la base
misma de la sociedad de explotadores y explotados, del mismo modo
las formas de organización y los medios de lucha deben ser
adecuados, porque de lo contrario las masas estarán en una
relación de fuerzas desfavorables frente al enemigos de clase.

Si los trabajadores se quedan dentro de los límites de las luchas


sindicales aceptan reducir sus exigencias al mejoramiento de su
situación dentro del sistema capitalista. Por ese camino, si no
pasa a la lucha política por el poder, la clase obrera no podrá
nunca derrotar definitivamente a la burguesía. Del mismo modo los
medios solamente defensivos, que sirven para las luchas
defensivas, no son suficientes para vencer en el enfrentamiento
de clase, en el combate político militar para destruir a los
burgueses como clase y al Estado capitalista que le sirve para
controlar y dominar a los explotados.

Entonces habrá llegado el momento de ver cómo la autodefensa de


masas debe servir también como una escuela de aprendizaje para
los futuros combates por el poder político entre las clases
enemigas.

Porque la sola espontaneidad de las masas ni las formas


organizadas de autodefensa sindical alcanzarán para responder a
la represión organizada y aceitada en años por el enemigo, sino
que se necesitarán formas más perfectas de organización.

Formas de organización capaces de nuclear a los obreros más


conscientes y decididos que, enriquecidos por una mayor formación
política y militar, organicen a las masas proletarias en la
perspectiva de esa lucha final por la construcción de la sociedad
socialista.

1.8 La naturaleza jurídica del derecho colectivo del trabajo

Naturaleza del derecho del trabajo

Cuando se habla sobre la naturaleza del derecho del trabajo se


evoca al mismo tiempo su origen. El artículo 123 constitucional
es el umbral del derecho laboral en México, que tiene su punto de
partida en la explotación del hombre quien intercambia su fuerza
de trabajo
para mantener su existencia: lucha consigo por su libertad
económica con el objetivo de transformar la sociedad capitalista.
La naturaleza del derecho del trabajo también versa sobre su
ubicación dentro del derecho público, privado o social.
Del derecho público y privado: se dice que se ésta frente a un
derecho público cuando se tutela un derecho no patrimonial, y
cuando se tutela un derecho patrimonial, se está frente a normas
del derecho privado. Aunque hay que recordar que no todos los
derechos patrimoniales son de derecho público.
Hay autores que sostienen, entre ellos José Dávalos, que es
necesario ver el plano en que se encuentran los sujetos de la
relación jurídica, para poder distinguir si la norma que los rige
es de derecho público o privado; si los sujetos se encuentran en
el mismo plano, se ésta frente a una norma de derecho privado; es
decir una relación de coordinación; si uno de los sujetos de la
relación está en un plano de superioridad, se está frente a una
norma
de derecho público.
Pero puede ocurrir que los sujetos de la relación estén en un
plano de igualdad y sin embargo, las normas que los rigen son de
derecho público, por ejemplo los tratados internacionales.
Otro criterio importante, es el de la naturaleza de la norma
porque si una de las partes impone a la otra las condiciones del
contrato, se está frente a normas del derecho público; pero si
las partes tienen dificultades para discutir las condiciones o
normas reguladoras del contrato, se está frente al derecho
privado.
Mientras que la ubicación del derecho laboral se encuentra en el
derecho social puesto que éste último es producto de una moral
colectiva.
Corresponde a un distinto tipo de hombre: la imagen del hombre
sujeto a vínculos sociales; el hombre colectivo es la base del
derecho social. “Para Radbruch la idea central que sustenta al
derecho social no es la idea de la igualdad de las personas, sino
la nivelación
de las desigualdades que entre ellas existen; la igualdad deja de
ser, así, punto de partida del derecho, para convertirse en meta
o aspiración del orden jurídico”

Artículo 5 Constitucional
El artículo 5to. de la Constitución de los Estados Unidos
Mexicanos funda y origina la regulación del trabajo en sí, al
determinar su autorización y libertad de realización.
Entendido a su vez como la mejor manera en la que todo individuo
puede desarrollar sus capacidades con el afán de procurar
satisfacer sus necesidades primarias y, de tal manera, contribuir
al desarrollo económico de México.

Unidad 2. El derecho de asociación profesional

La libertad de asociación profesional se traduce, en la práctica,


en una doble finalidad: en el derecho que tiene un grupo de
individuos de organizar o estructurar asociaciones, en defensa de
sus intereses profesionales; y en el derecho que tiene toda
persona de afiliarse o no afiliarse a una asociación profesional.

La libertad de asociación es un derecho humano inalienable. El


ejercicio democrático requiere que todas las personas puedan
tener diferentes recursos para manifestar sus opiniones y
participar en la vida pública.
La libertad de asociación es el derecho que tenemos todas las
personas a organizar reuniones pacíficas y/o a crear
organizaciones con otras personas, o integrarnos a las ya
existentes, para trabajar en favor de nuestros intereses y el
ejercicio de nuestros derechos. Nadie puede obligar a alguien más
a pertenecer a un grupo o asociación mediante represalias o por
el temor a ser amedrentado, hostigado, lesionado, sexualmente
agredido, golpeado, detenido o recluido de manera arbitraria,
torturado, asesinado u objeto de desaparición forzada.

La libertad de reunión y de asociación pacífica me ofrece la


posibilidad de expresar mis opiniones políticas, participar en
proyectos artísticos y otras actividades culturales, económicas y
sociales, además de tomar parte en cultos religiosos, fundar
sindicatos y afiliarme a ellos, y elegir representantes para
defender mis intereses. En otras palabras, permite la convivencia
de personas y grupos diversos.

Las manifestaciones pacíficas me permiten mostrar oposición al


desempeño del gobierno, las leyes o políticas. Las
manifestaciones pacíficas contribuyen al desarrollo, al
fortalecimiento y la efectividad de los procesos democráticos, en
particular a las elecciones y los referendos, favoreciendo el
pleno disfrute de los derechos civiles, políticos, económicos,
sociales y culturales, pues posibilitan el diálogo abierto,
incluyente y fructífero.
Cuando existen personas cuyas convicciones políticas o creencias
religiosas son minoritarias o disidentes, por ejemplo, las
personas defensoras de los derechos humanos, las personas
afiliadas a sindicatos o las personas migrantes, la libertad de
asociación les permite ejercer o promover sus derechos, evitando
incidentes de discriminación, amenazas de uso de la fuerza,
lesiones, acoso, persecución, intimidación o represalias por
ejercer este derecho.

2.1 La tendencia del hombre a la asociación

La sociabilidad humana es un hecho de experiencia común. Lo


social aparece como una característica de la vida humana que
implica pluralidad, unión y convivencia. El hombre histórico se
concreta en comunidades y asociaciones. La familia, la nación y
el Estado constituyen algunas de esas entidades sociales. La
evidencia del hecho de que el hombre vive y convive en sociedad
se impone por sí misma. Ahora bien, ¿cuál es la causa eficiente o
que está en el origen de esa sociabilidad humana? Básicamente nos
encontramos con tres tipos de respuesta: la teoría
contractualista, la conocida como teoría naturalista y la teoría
de la naturaleza social del hombre (o teoría del derecho
natural).

La teoría del pacto o contrato social afirma que la sociedad


humana tiene su origen y fundamento en un pacto o libre acuerdo
entre los individuos. Esta teoría, que está en la base del
liberalismo clásico, ha sido defendida por autores como Hobbes,
Locke y Rousseau. Así, Hobbes considera que la naturaleza humana
es esencialmente egoísta y antisocial. En esa situación de
inseguridad y temor en la que el hombre es un lobo para el
hombre, los hombres renuncian al interés personal y a su derecho
absoluto sobre los bienes materiales mediante un pacto en el que
se constituye el Leviathan: un poder fuerte, absoluto, pero más
amable que el poder del hombre, capaz de formar las voluntades, y
que surge del pacto de cada uno con todos los demás. Por su
parte, Rousseau supone que el estado primitivo del hombre era
asocial y que, en aras de un mayor perfeccionamiento, la sociedad
se constituye gracias a un contrato social por el que los
individuos ceden sus derechos en favor de la comunidad y del
poder civil que representará la voluntad general. En lo que se
refiere a la teoría naturalista, que tiene en Hegel a uno de sus
máximos exponentes, considera la sociedad como un todo orgánico
que se constituye como la última fase conocida de un proceso
evolutivo de la realidad (materia o espíritu), que se rige por
las rígidas e inflexibles leyes del determinismo universal. Esta
tesis está en el substrato de los planteamientos políticos
totalitarios. Por último, la tercera respuesta -sostenida por
Aristóteles y Tomás de Aquino, entre otros- afirma que el hombre
es social por naturaleza; es decir, que el origen, causa
eficiente o fundamento de la sociedad radica en la propia
naturaleza humana que tiene en la sociabilidad una de sus
características esenciales. Existe, pues, una inclinación natural
del hombre a vivir en sociedad.

Ya a los griegos les resultaba imposible concebir al hombre en


estado de aislamiento. Aristóteles señaló que el hombre es por
naturaleza politikón zôion, animal social y político. El ser
humano nace ubicado en una familia y en una sociedad civil
determinada por necesidad natural. Los hombres necesitan de los
demás para alcanzar sus propias perfecciones individuales. Esta
perfección, desde el punto de vista finalista, no puede lograrse
en la soledad, puesto que el hombre aislado no puede bastarse a
sí mismo. La comunidad es el espacio donde puede sobrevivir el
hombre en cuanto hombre. De ahí que el Estagirita insista en la
idea de que un hombre que fuera incapaz de formar parte de una
comunidad política sería o un animal inferior o bien un dios.

Tomás de Aquino apunta tres razones por las cuales se constata


que el hombre tiende naturalmente a vivir en sociedad: el hombre
no se basta a sí mismo para atender a las necesidades de la vida;
precisa de la ayuda de los otros para conocer lo que necesita
para su subsistencia y procurárselo; es esencialmente
comunicativo, como lo demuestra el hecho del lenguaje. La natural
dependencia recíproca de los hombres en la consecución de sus
finalidades específicas, así como la existencia en todos los
individuos de una fuerte tendencia a la unión con sus semejantes,
prueban el carácter social de la naturaleza humana. De hecho, los
hombres ya nacen en el seno de la sociedad; al principio de su
vida la necesitan ineludiblemente, y cuando llegan a la edad
adulta no se pueden separar de ella totalmente, sino con grave
perjuicio para su bienestar físico y espiritual. La constitución
corporal y anímica del hombre condiciona su propia supervivencia
a la ayuda de los demás durante un tiempo incomparablemente más
largo que en los demás animales. Incluso el despertar y el
desarrollo de sus facultades espirituales dependen estrechamente
de la ayuda y enseñanza de sus congéneres. En este sentido, la
madurez psicológica del entendimiento y de la voluntad está
condicionada por la ayuda de los demás, por lo que sería muy
difícil distinguir de un irracional al individuo humano que
hubiese crecido en soledad. Gracias al lenguaje podemos heredar
los conocimientos, técnicas y valores que la humanidad ha ido
perfeccionando durante siglos y que ningún individuo podría
alcanzar partiendo en solitario de cero. Pero este instrumento
natural que es el lenguaje únicamente se actualiza como tal, como
lenguaje humano, en el marco de la sociedad. Por consiguiente,
más allá de la propia supervivencia, la existencia digna, la
existencia humana en cuanto tal, implica la satisfacción de una
serie de necesidades materiales y espirituales (morales y
culturales) que exigen naturalmente la sociabilidad.

El origen de la sociedad es, pues, natural. Además, el hombre no


sólo necesita recibir de los demás, sino también dar, comunicar,
compartir. La propia condición del ser humano hace de él un ser
naturalmente social y nacido para la convivencia. La persona es
un ser que siente la necesidad de relacionarse con los otros
hombres, de mantener con ellos relaciones interpersonales. De
este modo, la sociedad es una exigencia de la persona no sólo en
razón de sus necesidades materiales y espirituales, que no podría
satisfacer en soledad, sino, más profundamente, en razón de su
propia perfección y plenitud, que se comunica y expande en la
mutua comprensión y amistad. El ser humano no está hecho para la
soledad, ni tampoco para únicamente coexistir con los demás o
ser-con-otro. Si la situación humana es la de ser-con-otro,
entonces la persona únicamente "coexiste" con sus prójimos, que
siente muy lejanos, como mera "contigüidad física". La
sociabilidad humana implica la convivencia, el ser-para-otro.
Siendo ésta la realidad del ser humano en cuanto tal, y no
habiendo nadie probado (sino simplemente supuesto) ni la
existencia de un determinismo universal, ni el carácter egoísta,
antisocial o asocial de la naturaleza humana, no parece que el
nacimiento de la sociedad se deba a un pacto más o menos
explícito, ni al mutuo consentimiento entre los hombres, sino más
bien a una imperiosa inclinación de la naturaleza y a una
necesidad ineludible para la inmensa mayoría de los hombres.

Ahora bien, no existe oposición entre el carácter natural de la


sociedad y el papel de la libertad en su formación. La sociedad
humana en general es una institución natural, fundamentada en la
naturaleza humana. La naturaleza explica la sociabilidad, es
decir, la exigencia necesaria de la sociedad por parte del
hombre. Pero, libremente y por mutuo acuerdo o convención, los
hombres fundan o establecen sociedades concretas y particulares
que tienen elementos esenciales, geográficos, culturales o
históricos específicos. Por consiguiente, el fundamento natural
de la sociedad humana permite comprender lo que la sociedad tiene
de libre y de necesario, es decir, aquellos elementos que
dependen de la libertad humana y los que se fundamentan en la
propia naturaleza del hombre

2.2 Antecedentes de la asociación profesional

Las asociaciones profesionales constituyen en la actualidad una


de las instituciones más importantes del Derecho Colectivo del
Trabajo, •cuya evolución, partiendo de las formas primitivas, aún
está muy lejos de haberse completado y aparecen, cada vez con
mayor precisión, principalmente en los países más adelantados
industrialmente, como auténticos factores reales de poder según
la conocida expresión de Lassalle 5. Están llamadas a representar
un papel cada vez más importante en la vida de la sociedad
contemporánea. La asociación profesional moderna es producto de
las nuevas formas de producción impuestas por la revolución
industrial que, incorporando la máquina de vapor, reemplazó el
taller familiar por la fábrica y la producción limitada —cuya
característica está dada por las corporaciones— por la producción
en serle. Diversas instituciones de la Antigüedad y Edad Media
han sido señaladas como antecedentes, más o menos inmediatos, de
las actuales asociaciones profesionales. Sin referirnos a
posibles coaliciones accidentales que llegaron a provocar
rebeliones, en el antiguo Egipto hombres de la misma profesión se
reunían en tiempos de Ramsés II, aunque en forma transitoria, en
la defensa de comunes intereses; además, el historiador Máspero6
describe una huelga de albañiles, efectuada como protesta por el
mal alimento recibido de parte del Estado, realizada en la ciudad
de Tebas durante el mismo reinado, la que demostraría la
existencia de alguna organización de carácter obrero.

La antigua Roma, en los llamados collegia, los que se dividieron


o distinguieron en dos grandes categorías: profesionales y
religiosos. Como lo expresa Plutarco 8 el rey Numa Pompilio
dividió al pueblo romano por artes y oficios, agrupándolos en
collegias o colegios, regidos por sus dioses tutelares, los que
aumentaron posteriormente en forma notable dado que se
desenvolvían libremente sin intervención del Estado, en cuanto a
su número, adquiriendo preponderante influencia en la vida
política de la comunidad. Los de carácter profesional se
distinguieron en colegios de comerciantes, artesanos, artistas,
etc. Para eliminar su influencia, el Senado abolió los collegia,
dejando subsistentes los fundados por Numa Pompilio, únicamente.
La ley Clodia, en el año 59 A. C., volvió a reconocerlos para ser
de nuevo abolidos por la ley julia del 56 A. C., dictada por
Augusto. Esta reguló el derecho de asociación, debiendo obtenerse
para su constitución la autorización previa; concedíase la misma
cuando se llenaban determinados requisitos, entre los cuales
figuraban la utilidad publica9, medida ésta que los llevó a
convertirse, prácticamente, en instrumentos del Estado. La
transformación de los collegia en este último período se hace más
evidente cuando algunos de ellos se convierten en corpora,
abarcando a las profesiones que se consideraban necesarias para
la seguridad del Estado y el abastecimiento del pueblo10, los que
sucumbieron junto con el imperio.

Las primeras guildas de artesanos hacen su aparición en


Inglaterra aproximadamente en el año 1100, correspondiendo a los
tejedores. El rasgo característico de las guildas de artesanos,
como de las de mercaderes fue, ante todo, la fusión de intereses,
la comunidad de esfuerzos, la estrecha alianza del trabajo con el
trabajo. Es visible el espíritu cristiano de las guildas en la
asistencia recíproca exigida y obtenida por una reglamentación
rigurosa y tendiente a lograr la armonía de sus miembros13. Las
guildas de artesanos tuvieron, en España, derivación en las
cofradías gremiales, esto es, una especie de integración entre
cofradías —unión de artesanos con fines religiosos y mutuales— y
gremios —oficio organizado y reglamentado— cuya importancia como
antecesora de las actuales asociaciones es relativa14. Como una
derivación de la cofradía gremial15 surgieron también en España
las hermandades, que tuvieron más bien un fin mutual, con
caracteres religiosos y predominio de la Iglesia. Pero no fueron
las corporaciones, durante la segunda mitad de la Edad Media las
que constituyen un antecedente, en un sentido importante, de
nuestras asociaciones. En las ciudades de la Edad Media, los
comerciantes y los trabajadores organizan las corporaciones,
formadas por artesanos del mismo oficio y de la misma ciudad, que
detentan un monopolio de fabricación y venta, en un mercado
restringido y que dirigen artesanos que ellos mismos eligen.

Existió, pues, un orden jerárquico en las corporaciones, ya que


llegar a maestro resultaba un elevado escalón en el rango, al
cual aspiraban los compañeros, pero al cual no se llegaba
fácilmente. Las corporaciones fueron, indudablemente,
organizaciones de tipo patronal, monopolistas, de producción
limitada, que no pudo resistir el progreso industrial, iniciado a
partir de la revolución industrial. Por eso, no obstante, luego
del Edicto de Turgot en 1776 y de la declaración de la Asamblea
de los Estados Generales en 1789 —de no reconocer más privilegios
a las corporaciones y de que el trabajo era libre— que llevaban a
la liquidación de este régimen, éstas se mantuvieron dado la
fuerza que aún representaban, hasta la sanción de la Ley
Chapelier del 14 de julio de 1791, que las disolvió
definitivamente, incorporándose los compañeros al proletariado
industrial. Por extensión, aparte de la supresión de las
corporaciones fue prohibida toda coalición o asociación de
trabajadores. Lo que hoy denominamos asociaciones profesionales
han pasado sucesivamente por tres etapas: a partir de la Ley
Chapelier fueron totalmente prohibidas no solamente las
incipientes agrupaciones obreras sino también y, principalmente,
toda forma de coalición, e incorporada como figura delictiva en
todos los códigos penales. La segunda etapa fue de tolerancia y,
sin que fueran expresamente permitidas, las asociaciones fueron
toleradas en un limitado funcionamiento. La tercera, corresponde
al período de su expreso reconocimiento y legalización por medio
de la ley.

2.3 Asociación en general y asociación profesional

En consecuencia, las asociaciones profesionales son agrupaciones


o uniones permanentes, sea de trabajadores o empleadores,
destinadas a la defensa de los intereses profesionales de sus
integrantes, a travésr principalmente, de la regulación de las
condiciones de trabajo. La asociación profesional se distingue,
por lo tanto, de la coalición, dado que aquélla tiene el carácter
de permanente, mientras es temporaria o accidental la segunda;
acción concertada de trabajadores o empleadores, destinada a la
concreción de una finalidad inmediata. Personalidad jurídica
Desde luego que al plantear este problema presumimos la
personalidad jurídica de las asociaciones profesionales; esto es,
que se trata de sujetos del derecho, la que se ha ido imponiendo
paulatinamente en el derecho positivo de todos los países. Si
bien al asegurarse la libertad de asociación profesional, las
mismas existieron como asociaciones de hecho, la necesidad de
influir como institución en el medio social necesitó de su
personificación, elaborando la doctrina de su naturaleza y los
efectos que dicha personalidad traduce. Las teorías sustentadas
como fundamento de las personas jurídicas, en general, y de las
asociaciones profesionales, en particular, tienen caracteres
doctrinarios e históricos que escapan a la índole de este
trabajo, pero podemos dejar expresamente aclarado que, como se ha
expresado, la personalidad jurídica corresponde a una realidad
social que se impone al orden jurídico y estatal.

Las legislaciones diversas reconocen expresamente o presumen la


personalidad de las asociaciones, de acuerdo con las
características o índole de sus ordenamientos jurídicos o su
tradición. En realidad, en la sociedad contemporánea, la
personalidad de las asociaciones surge no del acto concreto del
Estado que la reconoce sino que repetimos, la misma se impone al
orden jurídico como una realidad social. No se trata de una
concesión que otorga el Estado, sino que la asociación se impone
al derecho, no obstante que esté obligada a someterse a la ley en
lo que hace a los requisitos para su constitución; produciendo
esa personalidad sus efectos en el derecho privado en cuanto
puede adquirir derechos y contraer obligaciones, esto es, protege
un patrimonio; como lo produce igualmente en el derecho del
trabajo al representar los intereses colectivos de trabajadores o
patrones. Pero el problema de la naturaleza pública o privada de
la personalidad jurídica de las asociaciones profesionales ha
motivado posiciones diversas y una división de los autores en lo
que respecta al punto de partida para considerarlo y a las
soluciones dadas. Las asociaciones profesionales son asociaciones
de derecho común y no pierden dicho carácter aunque se les
conceda una personería específica —personería gremial—, puesto
que ella tiene derecho a formarse de un modo que lo hace
independiente de la administración pública, en la cual no está
incorporada, y a vivir libre de su ingerencia o de su contralor,
en principio18. Concluye que las asociaciones profesionales se
rigen, en principio, por el derecho común, si bien las
respectivas normas generales están reforzadas, muchas veces, por
disposiciones especiales, que responden a su situación y
funciones específicas19. Es decir, pertenece al derecho de
coordinación.

2.4 Asociación profesional y sindicato

Las asociaciones profesionales se distinguen de los sindicatos de


clase en que éstos giran no solo alrededor del ejercicio de la
misma profesión, sino de la pertenencia a igual clase, y su
finalidad fundamental es la defensa de los intereses de clase.
El término sindicalismo ha sido considerado de formas muy
diversas y ha tenido también diversas significaciones o
acepciones. Ha servido para designar una concepción económica
encaminada a lograr la transformación de la sociedad y del
Estado, considerando que la organización social actual es injusta
y deben propender los trabajadores al logro de cambio.

La otra acepción se refiere al movimiento que, comenzando en la


segunda mitad del siglo pasado, se concreta en el hecho de
agruparse los trabajadores en organizaciones permanentes que
esgrimieron la defensa de sus derechos y de sus intereses de
trabajadores, de productores y de hombres libres Si consideramos
la primera acepción, el sindicalismo mantiene un fondo ideológico
formado principalmente por el pensamiento socialista,
sosteniéndose por sus ideólogos que ello significa un retorno a
claros principios iniciales del socialismo, que fue,
principalmente, un movimiento de clase. Significa, en síntesis,
la entrega de la representación de los intereses proletarios a
las organizaciones sindicales o sindicatos.

La historia del sindicalismo, como movimiento aglutinador de los


trabajadores —lo hemos dicho en otras oportunidades—, es la
historia de la lucha del proletariado del mundo entero por lograr
cada vez una mayor nivelación económica y una mayor posibilidad
de oportunidades para el desarrollo de su personalidad integral.
Nació con las características de local, para ser luego nacional y
convertirse, posteriormente, en internacional; quizás, por
influjo del Manifiesto de 1848, de Marx y Engels, cuyo último
párrafo —convertido en símbolo de lucha— convocaba a la unión de
todos los trabajadores del mundo. Pero este agrupamiento de los
trabajadores no se realizó para la búsqueda de privilegios, sino
que tuvo como finalidad a la vez inmediata y permanente, la
elevación de la persona humana, representada por el hombre que
trabaja. Como repite el maestro de la Cueva, el fondo ideológico
del sindicalismo, en esta acepción, es la dignidad humana.
Es en suma, la elevación constante y permanente del trabajador,
primero, y del hombre, finalmente, fundada sobre los principios
de la justicia social.

En concreto, el sindicalismo acusa una doble finalidad: como


doctrina ideológica significa la aspiración de diversos núcleos
tendientes a modificar las estructuras económicas y jurídicas,
nacionales e internacionales, de acuerdo con la doctrina que
dicho movimiento profesa. Como movimiento que tiende a agrupar a
los trabajadores, lleva como finalidad elevar las condiciones de
vida de los obreros.

El movimiento sindical —o agrupamiento de trabajadores destinado


a la defensa de sus intereses de clase— se ha visto
influenciadocontemporáneamente, por diversas corrientes que lo
han individualizado como sindicalismo revolucionario o
sindicalismo reformista, principalmente; luego la división en
sindicalismoo cristiano, comunista, etc. El sindicalismo
revolucionario ha estado inspirado, primordialmente, por el
anarquismo, el que considerando innocua, ineficaz, toda acción
política, ve en la huelga general y en todo medio de acción
directa los únicos medios eficaces para la destrucción del
régimen capitalista. Considera al Estado —de quien es
decididamente adversario— la expresión del dominio de una clase
social, por lo que su gestión debe ser reemplazada por la acción
del sindicato, inspirado por dos principios : la constitución
universal del Sindicato por industria y por profesión y la
centralización o sindicato único.

El sindicalismo de orientación cristiana, desarrollado


considerablemente en algunos países, se basa en los principios
sustentados por las encíclicas papales, especialmente la Rcrum
Novarum, que a la tesis marxista de la lucha de clases opone la
colaboración y cooperación de las directivas impuestas a la
política rusa. constitución de sindicatos mixtos, de trabajadores
y patrones, para resolver en su propio seno las diferencias que
surjan, evitando los conflictos entre ambas partes. El
sindicalismo de orientación comunista nace luego de la aparición
del comunismo como movimiento político, al producirse la
revolución de octubre.

El surgimiento del comunismo, ante la formulación de los 21


puntos de Moscú, produjo la división del movimiento socialista e,
igualmente, del movimiento obrero. El sindicalismo de orientación
comunista, desarrollado considerablemente en el mundo, se
caracteriza por propiciar el apoyo del movimiento obrero.

La finalidad de toda asociación es la defensa de los intereses


profesionales de sus miembros, o de la categoría profesional de
que se trate. Por ello, la cuestión radica en resolver legalmente
cómo puede ser ejercida con eficacia esa defensa sin coartar la
libertad; esto es, si debe por eso aceptarse el principio de la
pluralidad, o si dicha libertad no se desvirtúa mediante la
implantación de un régimen de unidad. Por sobre todo,
consideramos que sin que signifique violar el principio de
libertad la unidad sindical resulta más eficaz, puesto que como
ha sido ya advertido otorga más fuerza a la asociación y le permi
te una mayor y mejor defensa de los intereses profesionales.
Consideramos que un régimen de unidad no está reñido con la
libertad de asociación, cuando dentro de éstas existe libertad de
expresión y la posibilidad de que se formen entre sus asociad is
las corrientes de opinión en que se sustentan las instituciones
dentro de la democracia.

La existencia de un régimen de pluralidad da lugar a una serie de


problemas cuya solución se ha pretendido concretar a través de
tres posiciones: la primera, en reconocer la representación de
una asociación predeterminada; la segunda, en reconocérsela a la
que resulte más representativa, criterio éste que debe definir la
ley y, en último término,, crear un organismo integrado
proporcionalmente, que resuelva las cuestiones más importantes de
la profesión.

La otra cuestión radica, como lo hemos apuntado, en la


obligatoriedad o no de la afiliación. Se ha sostenido que en un
régimen de democracia existe el derecho de toda persona de
afiliarse o no afiliarse a una asociación profesional.

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