El Angel de Ebano Final 21 09 2021
El Angel de Ebano Final 21 09 2021
El Angel de Ebano Final 21 09 2021
El recuento físico alcanzó una cifra de trece heridos, con diferentes tipos de lesiones corporales,
doce jóvenes estudiantes y un guardián de las instalaciones, dos muertos, entre ellos un
estudiante y otro de los vigilantes.
Como sucede con todos los hechos de violencia en este país, la narrativa alcanza hasta donde las
consecuencias físicas o materiales son evidentes. Las otras secuelas, las de orden psicológico
asociadas a las emociones negativas que viven las personas y familias afectadas por un trauma,
como los miedos, temores, pesadillas, angustia y otros conflictos son simplemente ignoradas, no
interesan ni importan, aun cuando estos tengan enormes costos emocionales para quienes los
sufren, muchas veces con repercusiones económicas y sociales.
Los jóvenes afectados directamente y quienes estuvieron presentes en aquel fatal acto, no
tuvieron el apoyo oportuno y adecuado de orden psicológico, como tampoco económico, de parte
de las autoridades del centro educativo o de instancias superiores del Gobierno Central. Cuando se
trata de autoridades que tienen la responsabilidad y obligación del cuidado y formación de
jóvenes, estos descuidos y desatenciones tienen también su dosis de maldad, ya sea por
negligencia o incompetencia en el ejercicio de un cargo público. Aunque durante la emergencia,
inmediatamente se dio atención en el sistema hospitalario nacional a los lesionados que se fueron
recuperando de sus lesiones corporales, algunos en pocos días y otros tras largos meses.
No ha de haber sido fácil para los estudiantes que vivieron aquella madrugada de terror enfrentar
este enorme trauma, en los días posteriores, sin un oportuno apoyo psicosocial. En estas
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condiciones es de admirar la capacidad de resiliencia de casi todos los afectados, que poco a poco
se fueron adaptando de nuevo a la vida escolar, a pesar de esas situaciones adversas y sin duda
estresantes, al punto que varios de ellos, después de egresar con éxito del establecimiento
continuaron estudios universitarios y alcanzaron títulos profesionales, no solo en agricultura sino
en otras áreas profesionales.
Pero la resiliencia no funciona igual en todas las personas, en la actualidad, hay quienes relatan
aquellos hechos con detalles de lo sucedido, sin aparente incomodidad, otros evaden hablar sobre
estos hechos y llegan a incomodarse. Ante tan terrible tragedia son comprensibles estas actitudes,
particularmente de aquellos que tienen razones suficientes para seguir sintiéndose agraviados.
La manera de interpretar nuestras experiencias pasadas puede producir cierto relajamiento o bien
traernos al presente estímulos estresantes. Cada quien acorde a su propia personalidad se adaptó
como pudo de nuevo al ambiente escolar y asumió una manera particular de reaccionar ante
dichos recuerdos.
La Escuela Nacional Central de Agricultura cuenta entre sus glorias, el haber formado a cientos de
líderes nacionales que han dirigido importantes instituciones a nivel público y privado, en sus ya
casi 100 años de existencia. Varios de sus egresados han sido Ministros de Agricultura, Rectores
Universitarios, Decanos de Facultades, Directores de Escuelas de Educación Superior, Directores
de Institutos de Investigación, Gerentes de grandes empresas agroindustriales y catedráticos
universitarios. Todo un historial que la ha legitimado para ejercer la rectoría en el ciclo de
educación diversificada agrícola del nivel de educación media en Guatemala, por mandato de la
Constitución Política de la República, que la faculta a tener representación en la administración de
algunas instituciones públicas vinculadas a la gestión agrícola y forestal del país.
Pero como dice la sabiduría popular con las glorias se olvidan las memorias. Ya que, pese al buen
desempeño de la ENCA en la formación de los cuadros técnicos, sin menoscabo del enorme aporte
de algunos de ellos, el anhelado desarrollo agrícola del país sigue sin concretarse,
Mientras otros de sus egresados que han llegado a formar parte de las elites de algunas
instituciones del Estado, como el Congreso de la República, conspiran en contra de los intereses de
la misma ENCA, en estos aciagos días y por supuesto en contra de los intereses de la sociedad. En
varios reportajes de la prensa nacional, en recientes años se ha ventilado las pugnas entre el
diputado Fidel Reyes Lee y varias instituciones de la comunidad educativa de la ENCA, por el
control de la Escuela y su representación en órganos de dirección de instituciones agrícolas del
país. (García, E. 06/11/2018. Reyes, S. 06/11/2018 y 08/9/2020).
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La creación de identidad y el ingreso de Basilio a la ENCA, en los años 1970
En todo caso, en la década de los años de l970 y todavía en la época actual, ingresar a la más
importante escuela de agricultura de Guatemala ha sido un deseo de cientos de jóvenes que
buscan en la educación una movilidad social. Una aspiración que era más fuerte a mediados de la
segunda mitad del siglo pasado, cuando las oportunidades eran más escasas en un país que por
años ha dejado fuera del sistema escolar formal a millones de jóvenes entre los 15 y 20 años de
edad. Mucho mejor si los estudios son gratuitos y van acompañados de los beneficios de
hospedaje y alimentación
Basilio fue un joven que ingresó a la ENCA por esfuerzo propio, cumpliendo los requerimientos de
ingreso que la institución exigía, en el año 1971. Compartía con el resto de alumnos la mayoría de
atributos de una identidad muy propia de dicha institución: jóvenes, varones, con la ocupación de
estudiar a tiempo completo, en un contexto de vida estudiantil que fomenta estilos muy
particulares como una estricta disciplina para el estudio, cumplimiento de horarios
preestablecidos para iniciar actividades, comer, dormir, salud e higiene personal, actitud positiva
hacia el trabajo de campo, hasta formas de vestir que identifican a técnicos y profesionales de la
agricultura.
Además, dentro de esa comunidad escolar, de las pocas en Guatemala que cuentan con su propio
internado, la identidad también se consolida en el marco de ceremonias de iniciación, donde los
nuevos o iniciados deben superar pruebas dolorosas, “pequeñas” maldades porque van cargadas
de violencia, institucionalmente permitidas, que facilitan la internalización del orden dominante y
el paso a una nueva forma de vida que será transcendental para aquellos estudiantes.
Como recuerda, en un blog publicado en la red mundial, un exalumno de una promoción posterior
en una década a la cohorte del año de 1971.
“... y todos celebrando allá, en aquel bosque que nos vio pasar una madrugada de 1981, cuando
íbamos descalzos, a empujones a "nuestro glorioso bautizo!". Recuerdo que nuestro bautizo fue
"especial", nos habían "rapado" la cabeza unos días antes y el primer sábado que pasamos en la
escuela nos despertaron "los antiguos" con cohetes en los dormitorios y nos llevaron a oscuras
hasta las piscícolas, donde después de pasar -en calzoncillos- bajo la bandera, fuimos lanzados
hacia el agua lodosa... para después cantar el Himno Nacional y Luna de Xelajú, metidos en el
agua... hoy recordamos todo eso con orgullo! jeje! es alegre recordar eso, que al final de cuentas
nos fue construyendo la identidad de agrónomos que nos ha acompañado durante estos 30 años
y que seguirá con nosotros hasta que nuestras vidas terminen...” (Mora, O. 27/05/2013)
A lo largo de la formación, también se dan por aceptadas otras formas de violencia psicológica
durante la convivencia escolar, como los apodos y otros tratos que se mencionan en la misma
fuente citada anteriormente:
“…los apodos, los chistes, las anécdotas, las "palabrotas", me hicieron sentir que estaba en
medio de aquel mismo grupo de patojos que llegamos a "la escuela" en enero de 1981... “(Mora,
O. 27/05/2013).
En ese contexto, un solo atributo identitario no compartía Basilio con la casi totalidad de alumnos
de dicha casa de estudios: la identidad étnica; Basilio era un joven perteneciente a una de las
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comunidades negras de Guatemala, en su caso a la población garífuna. Se sabe que no era el
único, que había otros dos estudiantes con identidades procedentes de comunidades negras de
Guatemala.
Una identidad que en Guatemala expone a sus portadores a recorrer por caminos de vida
rodeados de acciones de maldad, desde bromas, chistes, burlas y otras formas de violencia
cotidiana, construidas por una sociedad repleta de prejuicios y estereotipos que no permiten la
comprensión del valor humano y cultural de las comunidades negras, desde la época colonial
hasta nuestros días.
Estas actitudes de rechazo hacia las personas que provienen de la población garífuna,
afrojamaiquinas y afrodescendientes en el país nunca han sido objeto de debate y discusión. Son
comportamientos humanos de los que no se habla, ni en los actuales tiempos mucho menos en
aquella época. Eran más fuertes los vientos del conflicto armado, que estremecían la vida socio-
política del país en esos años.
En efecto, la década de los años de 1970 se inicia en Guatemala con un nuevo Gobierno,
encabezado por el General Carlos Arana Osorio, devoto de violentos métodos de gobierno
basados en mano de hierro, Estados de sitio y toques de queda. Los cateos a viviendas por las
fuerzas de seguridad del gobierno, secuestros de personas, desaparecidos, asesinatos y
enfrentamientos armados en zonas urbanas de la capital eran los estertores de la maldad, el pan
de cada día, limitando las libertades ciudadanas y alimentando el miedo y el terror.
De tal manera que aún en Estado de Sitio, en la segunda semana del mes de noviembre de 1971,
los estudiantes del primer año de la ENCA realizaron una gira de campo, con una duración de una
semana, por fincas de la costa sur del país.
Con la experiencia ganada por esta escuela, la gira alcanzó los objetivos educativos planificados.
Un incidente que no mereció mayor atención por parte de los responsables y que no tuvo ningún
impacto negativo en el éxito de las visitas se había presentado.
Un día antes de terminar la gira de una semana, el joven Basilio, destacado por su dedicación a los
estudios y “un muchacho muy educado”, según lo calificó Jorge Leonel Díaz Ruiz, estudiante
originario de Puerto Barrios, Izabal y uno de los heridos, sorprendió a sus compañeros por algunas
actitudes nunca vistas en él.
Enrique Piox, otro estudiante lesionado, compañero de dormitorio de Basilio y miembro del grupo
de la gira de estudios, entrevistado en el hospital, declaró a la prensa: “el día jueves cuando
estábamos en Retalhuleu, empezó a dar muestras de que no estaba bien, principio a molestar
cosa que no es habitual en él. Se notó que no estaba bien de la cabeza y lo llevamos al hospital
donde se le dio un ligero tratamiento y tranquilizantes. Los médicos informaron que no era nada
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grave. Cuando veníamos de regreso, nos detuvimos un momento en el puente Pantaleón.
Martínez salió del carro y se acostó en la mitad de la carretera, pero lo introducimos al carro,
donde siguió con las molestias que denotaban claramente que se encontraba padeciendo
trastornos mentales. Pero al llegar al Instituto se había calmado y parecía normal otra vez”
(Saavedra, A. 1971: 14-83).
¿Cómo explicar aquella tragedia? ¿Qué estímulos impulsaron toda aquella energía humana que se
volcó violentamente sobre la integridad de otros compañeros de escuela? ¿Cómo un estudiante
catalogado de un ejemplar comportamiento, casi angelical, puede cambiar inesperadamente y
cruzar la línea entre el bien el mal? En otras palabras ¿Cómo ese ángel de ébano paso a
convertirse en un arcángel de la maldad? Son preguntas que nadie supo responder con precisión
en aquellos días y que hasta la fecha siguen siendo incógnitas cuya dificultad crece en la medida
que pasa el tiempo y las evidencias alrededor del caso se van perdiendo. La subjetividad contenida
en los relatos de algunas víctimas y testigos, ayuda un poco. Los familiares del estudiante agresor
no aportan datos y el centro hospitalario, hoy llamado Hospital de Salud Mental Dr. Federico
Mora, adonde fue referido el estudiante por orden de juez, después de estar detenido en la cárcel
del municipio de Villanueva, ya no tiene a disposición para consulta el expediente correspondiente
por el tiempo transcurrido.
Para los medios de comunicación que cubrieron aquel episodio, las primeras interrogantes
apuntaron al abuso en el consumo de alcohol o alguna droga como detonantes de aquel violento
comportamiento. Al parecer la indagación se refería al consumo de cannabis u otra similar. Las
respuestas del personal docente y alumnos interrogados por la prensa fueron negativas a ese tipo
de suposiciones. El profesor Mario Guerra fue enfático al responder a la pregunta del reportero de
Prensa Libre “¿si cabe la posibilidad de que los muchachos hubieran bebido?”. De ninguna
manera. La disciplina se mantiene en forma estricta y los mismos estudiantes cooperan
observando buena conducta, indicó el profesor Guerra. A lo que el reportero insistió en
preguntar: Algunas personas se preguntan si el estudiante no estaba bajo los efectos de alguna
droga. ¿Qué opina usted? “No lo creo, continúo el profesor Guerra. No solo por la disciplina sino
porque se trataba de un alumno ejemplar y de intachable conducta, cuyo comportamiento en el
plantel había sido excelente. Fu la fatalidad y el acceso de locura del muchacho tuvo esa
característica lamentable” (Saavedra, M. 1971:14-83)
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Aunque se reconoció por parte de orientadores del Instituto, que ocasionalmente algunos
estudiantes, sin mencionar un nombre en particular, eso sí, quebrantando normas institucionales,
escapaban para consumir licor en un bar del municipio de Villanueva a escasos tres kilómetros de
su instituto. Aunque el entrevistado justificaba aquellas salidas no autorizadas como propias de la
edad de los estudiantes. En una especie de “confesión” sobre irregularidades esporádicas o quizás
pequeñas maldades socialmente aceptadas. Vale mencionar que en aquella época no había una
edad límite para el ingreso, contándose entre el alumnado a jóvenes por arriba de los 18 años de
edad.
Ricardo Ortega Johnson, orientador del Instituto señalaba, a casi una semana del suceso, lo
siguiente:
“Nos llaman orientadores, pero en realidad somos inspectores; velamos por la disciplina. Que los
estudiantes no tengan mala conducta. Que se porten bien. Que estén en sus camas a las 9 de la
noche. …… Escapan al Bar Oakland, en Villanueva. ……Ellos son hombres y van a casas de citas
……” (Diario el Gráfico 19/11/1971, pág. 3)
Lo que queda claro es que no era práctica común el consumo de licor en el plantel educativo, ni
durante la gira de estudios, como tampoco aquella fatídica noche, mucho menos que el estudiante
agresor recurriera a este tipo de consumo.
En cuanto al consumo de drogas, los estudiantes y profesores entrevistados por la prensa local
negaron esta situación como una causa de la tragedia, ya que no se consumían dentro del plantel
educativo ni tenían conocimiento de su uso por parte de algún estudiante. No obstante, por parte
de algunos estudiantes si se aceptó el consumo de drogas energizantes, en época de exámenes
para resistir el ciclo normal de sueño y robarle más horas a la noche para dedicarlas al estudio.
De acuerdo con el estudiante Oscar Alberto Flohr Groegen, también lesionado y convaleciente en
un hospital, a la pregunta si Basilio había tomado alguna droga, respondió: “pienso que no.
Porque no lo hacemos los estudiantes en el plantel. Aunque es posible que haya tomado alguna
para no dormir…. algunos estudiantes para la época de los exámenes y para sacar mayor
aprovechamiento del tiempo consumen pastillas para no dormir. Como la beca está en juego es
una preocupación grande no perderla” (Saavedra, A. 1971: 14-83).
Recordemos que, en las comunidades estudiantiles, hay una costumbre socialmente aceptada y
todavía muy común en épocas de seminarios, tesis y exámenes finales de curso, el consumo de
efedrinas, benzedrinas y sus derivados, así como el alegril, la tiamina, hasta el exceso de bebidas
conteniendo cafeína, como el café cargado, refrescos de cola y otras bebidas energizantes de
venta libre en farmacias y supermercados.
Posteriormente, a menos de una semana de los sucesos, el director del Hospital Neuropsiquiátrico
se extendió en una amplia información sobre las apreciaciones técnicas de las causas del trágico
suceso de aquel 13 de noviembre de 1971 y las primeras observaciones medicas psiquiátricas del
estado mental del estudiante agresor. Las cuales conviene matizar y comentar en la búsqueda de
la verdad, de algo más que la pura simplificación y tergiversación de la historia.
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Así comienza la nota de prensa sobre lo informado por el director del hospital neuropsiquiátrico:
“Tara hereditaria y el uso de drogas para activar sus estudios son algunos de los factores que
incidieron en la crisis de locura del estudiante Basilio Martínez Ávila…… fue informado por el Dr.
Rodolfo Gándara V. Director del Hospital Neuropsiquiátrico. El padre estuvo internado en ese
centro hace mucho tiempo por padecer trastornos mentales, también se comprobó que otro
miembro de la familia padeció enfermedad mental. Otro factor predominante…. Es un
sentimiento de inferioridad por su condición de raza y su manifiesto afán de ser el mejor
estudiante… se detectó el uso de Benzedrina (derivado de las anfetaminas) para accionar su
capacidad de estudio; todo esto unido a otros factores mencionados, contribuyó el
aparecimiento de su reacción maníaco depresivo. El paciente se encuentra recuperado, con
completa lucidez y franca orientación en tiempo y espacio con una mejoría en su estado mental”
(Saavedra, A. 1971:22).
En términos generales las observaciones del Doctor Gándara hacían referencia a un coctel de
condiciones que combinadas entre sí influyeron en las acciones violentas del joven Basilio con las
trágicas consecuencias ya mencionadas. Aquel profesional no se refirió a una sola causa si no que
a varias circunstancias de acuerdo a las tendencias técnico científicos que dominaban el mundo de
las ciencias de la salud mental y de otras ciencias sociales en aquellos años. Hoy, medio siglo
después del trágico suceso, varias de aquellas tendencias han sido superadas o desechadas,
aunque en el terreno del conocimiento popular sigan vigentes. Conviene entonces un análisis a
aquellas declaraciones médicas, sin dejar de considerar el contexto técnico científico de hace 50
años no es el mismo que en la época actual.
Veamos en primer lugar que, la mención de una crisis de locura derivada de una tara hereditaria
parece haber satisfecho las dudas de la población que con atención seguían el desenlace de lo
sucedido. El director del hospital psiquiátrico fundamentaba su dictamen con las referencias
obtenidas de otros familiares del joven Basilio con antecedentes de trastornos mentales. En esa
época, uno de los enfoques de orden sociológico del modelo de psiquiatría prevaleciente, en
efecto, situaba a la enfermedad mental como una marca o mancha genética que se heredaba de
donde surgió esa arcaica tendencia de considerar que “la locura era una tara hereditaria”
(Ventura. 2003:213).
Sin embargo, hasta la fecha, en pleno siglo XXI, a pesar de los avances de la psiquiatría como
disciplina de las ciencias médicas, hace falta más investigación para llegar a determinar que las
enfermedades mentales tengan una causa exclusiva en un factor genético o heredado. Hasta
ahora solo se puede afirmar que en el desarrollo de los trastornos mentales intervienen una
combinación de varios componentes tanto biológicos, ambientales, psicológicos, como genéticos
(NIHM. 2020. Mis genes:20).
Pero volvamos a las declaraciones de El Doctor Gándara, quien continuo con su dictamen,
afirmando que “se detectó el uso de Benzedrina (derivado de las anfetaminas) para accionar su
capacidad de estudio; todo esto unido a otros factores mencionados, contribuyó el
aparecimiento de su reacción maníaco depresivo. El paciente se encuentra recuperado, con
completa lucidez y franca orientación en tiempo y espacio con una mejoría en su estado mental”
(Saavedra, A. 1971:22).
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En esta parte de su declaración, el Doctor Gándara se refirió a la acción concreta de violencia por
parte del joven Basilio como una reacción maníaco depresivo, otra añeja denominación para lo
que hoy se conoce como trastorno bipolar. Un padecimiento mental que puede ser crónico o
episódico, es decir que puede ocurrir ocasionalmente y que “puede ocasionar cambios inusuales,
a menudo extremos y fluctuantes en el estado de ánimo, el nivel de energía y de actividad…”
(NIHM 2019. Trastorno Bipolar:19)
Tampoco en el trastorno bipolar, la herencia es determinante, o el único factor para que esta
condición se desarrolle en las personas. Según los estudios revisados por el NIMH hay muchas
personas que no sufren de dicho trastorno mental aun cuando existan antecedentes dentro de sus
familias: “……. la mayoría de las personas con antecedentes familiares de trastorno bipolar no
presentan la enfermedad” (NIHM 2019. Trastorno Bipolar:19).
En todo caso, hay varios tipos de trastorno bipolar y quienes lo padecen, en la época actual,
pueden encontrar ayuda en varias clases de tratamientos entre los que sobresalen la medicación,
la terapia psicológica o una combinación entre ambos tratamientos, entre otros.
Desde luego que las condiciones para el tratamiento del joven Basilio hace 50 años no son las que
prevalecen en la actualidad. El ingreso al hospital neuropsiquiátrico en aquellos años, era
prácticamente una condena al hacinamiento y al olvido, a la reclusión en un ambiente de una
extrema precariedad, en donde deambulaban cientos de personas en harapos y malolientes
condiciones, abandonados por sus familias y la sociedad. Como estudiante de psicología,
prestamos servicio social en dicho hospital, por las tardes que teníamos libre de nuestras
actividades laborales o bien buscando a los profesores de la Facultad que nos pedían llevar
nuestras tareas académicas a sus oficinas. Teníamos que caminar por los pabellones que
albergaban a los internados que nos rodeaban, a veces para abrazarnos, otras extendiéndonos las
manos en señal de petición de alguna caridad indescifrable o bien simplemente para saludar. Eran
breves minutos los que se tomaban para atravesar los 3 o 4 pabellones de pacientes. Pero las
primeras veces de nuestro acercamiento, eran toneladas de adrenalina que se disparaban en
nuestros cuerpos poniéndonos en una actitud de alerta, dispuestos a salir corriendo o para
defendernos, según nosotros, de algún ataque de aquellas desdichas humanas.
Era un establecimiento que se enmarcaba en los principios del tradicional modelo de atención
psiquiátrica prevaleciente en aquella época de institucionalización en un centro hospitalario -asilo
de alienados fue su primer nombre en Guatemala y manicomio su nombre popular- por considerar
el trastorno mental como una enfermedad crónica que demandaba el aislamiento del paciente de
su medio. (Ventura R.2003:212).
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Una observación psiquiátrica sesgada de racismo.
Finalmente, una de las observaciones del Doctor Gándara que dejo más sospechas que certezas
sobre el suceso fue la alusiva al sentimiento de inferioridad del estudiante por su condición de
raza, según afirmó, como otra de las causales de las reacciones de violencia y agresión del joven
Basilio: “Otro factor predominante…. Es un sentimiento de inferioridad por su condición de raza
y su manifiesto afán de ser el mejor estudiante…” (Saavedra, A. 1971:22).
Esta frase emitida por el médico llevaba todo un sesgo racista, al afirmar que el sentimiento de
inferioridad del estudiante agresor provenía del hecho simple de ser de “raza” negra,
sentenciando de esta manera que aquel tipo de sentimiento era inherente a un grupo humano en
este caso a la población garífuna o garínagu, de donde procedía Basilio.
Si bien una autoestima baja pudo estar presente en el joven garífuna, según las evaluaciones
psiquiátricas realizadas, este sentimiento en el caso de los miembros de pueblos negros, no es
congénito, ni distintivo de estos pueblos. Cuando en algunos de ellos se presenta un sentimiento
de inferioridad, casi siempre es causado por prejuicios y estereotipos que reciben de otras
personas en el contexto de sus interacciones sociales, como será demostrado más adelante.
Ni siquiera el médico y psicoterapeuta, austriaco, Alfred Adler (1870-1937), creador de la tesis del
complejo de inferioridad en las personas, lo atribuyó a un grupo humano en específico. Según este
médico “sentirse inferior es una experiencia humana universal que hunde sus raíces en la
infancia…. (lo cual) motiva para hacer y lograr cosas…. el éxito alivia los sentimientos de
inferioridad y se desarrolla la confianza” (AA.VV. 2012:100).
La sesgada observación del director del hospital neuropsiquiátrico era perfectamente congruente
con una antiguo paradigma académico e ideológico sobre la clasificación racial de nuestra especie,
el cual jerarquizaba a los grupos humanos, en función de diferencias de rasgos visibles,
fenotípicos, como el color de la piel y ciertas fisonomías faciales, en cuya escala superior se
ubicaba a las personas de piel blanca y supuesto origen caucásico, estimadas como superiores.
Desde mediados del siglo pasado, estas clasificaciones humanas han sido desechadas en el mundo
científico, por su falsedad, de acuerdo con Juan Ignacio Pérez, catedrático de fisiología y
coordinador de la catedra de cultura científica de la Universidad del País Vasco “…. y carecer de
sentido. Porque desde un punto de vista biológico, las razas humanas no existen” (Pérez, J.I.
2019:12/5). Además de haber dado sustento a una ideología política causante de la mayor
expresión de la maldad humana hasta ahora conocida durante la segunda guerra mundial, el
nazismo; no obstante, el termino raza y su ideología, el racismo, sigue vigente en las
interrelaciones humanas, a nivel local y global.
En Guatemala, dicha ideología campea a todo nivel y se manifiesta con mucha maldad en contra
de la población afrodescendiente desde los tiempos de la colonia. El premio Nobel de literatura
(2001) V. Naipaul, relata con cierta crueldad, al mundo de sus lectores que no son pocos, una
broma que era común en la Guatemala de la primera mitad del siglo pasado, respecto a su
reclamo fallido por la recuperación de Belice: “Los guatemaltecos dicen una broma que
Guatemala debería recuperar la Honduras Británica y Gran Bretaña a los negritos. También los
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mexicanos dicen una broma parecida que México se lleve a la Honduras Británica y Guatemala a
los negritos” (Naipaul, V.2019:123)
De manera solapada en este tipo de bromas, comunes en aquella época, se pretendía esconder
esa enorme carga de violencia que conlleva el desprecio y la intención de ridiculizar a las personas
que pertenecen a las comunidades negras. Pero fuera de esas maldades socarronas, el segundo
más alto funcionario del poder ejecutivo de Guatemala no tenía empachos al referirse a los
llamados “negritos” de Belice, incluso a los indígenas, otras víctimas de discriminación,
recurriendo a esa vieja connotación de raza en su sentido más biológico y despreciativo. Como lo
cuenta, en ese texto escrito en el año 1969, el Nobel de literatura después de una conversación,
sin mencionar su nombre, con Clemente Marroquín Rojas, a la sazón vicepresidente de la
República, sobre Belice o la llamada Honduras Británica:
“No tenemos un problema negro. Un negro no tiene más que ponerse derecho para que diez de
nuestros indios salgan corriendo. Somos una raza débil. Los británicos trajeron a esos negros del
Congo, Angola y Sudan. Pueden trabajar bien con el calor; nuestros indios, no. Los negros no
enferman fácilmente. La malaria no les afecta. Cuando el negro se aparea con el indio sale el
zambo. Es una raza que degenera fácilmente” (Naipaul, V.2019:123).
Esta pieza textual es una muestra que ilustra sobre el añejo racismo hacia los indígenas, además
de exponer abiertamente uno de los estereotipos más comunes sobre la población negra, que los
retrata como personas duras para soportar largas hora de trabajo, como que todavía se viviera en
aquellos infaustos días de la esclavitud a que fueron sometidos. Una visión que infravalora su
condición humana y los coloca en una posición casi animalesca, al punto de que también asustan y
generan temor y miedo. Estos prejuicios son el caldo de cultivo de donde brotan dichos y frases,
cargados de un desprecio solapado, que se repiten cotidianamente, como el de “trabajar como
negro para vivir como blanco”.
Solo quienes portan aquella identidad en el centro de esa frase aparentemente inocente perciben
la ofensa que lleva implícita. Por eso en Uruguay, en el año 2013, la casa de la cultura
Afrouruguaya, por medio de una gran campaña publicitaria y a través una petición escrita firmada
por cientos de personalidades del país, pidió a la RAE eliminar de su diccionario, la expresión
“trabajar como un negro”, en tanto constituye una forma de discriminación a través del lenguaje
(BBC news mundo. 2013:24/01).
Todas estas expresiones fluyen en todos los niveles de la sociedad. La escuela no se queda atrás.
Siendo un espacio de encuentro de jóvenes de diversas procedencias, da lugar a que se abra un
escenario relevante para que chispeen los prejuicios y estereotipos contra los miembros de los
grupos subalternos y marginados del país. Ha sido muy común, desde hace muchos años que,
contra los estudiantes pertenecientes a las comunidades negras, en las escuelas de la cabecera del
departamento de Izabal, de donde era originario Basilio, se multipliquen los apodos y
denominaciones burlescas por la forma del cabello o algunas características de su fisonomía
corporal. En un sondeo telefónico informal, con un pequeño número de personas de aquella
localidad, realizado a finales del año 2020, se mencionan entre los apodos más comunes, los
siguientes: mono, gorila, chorro de humo, shinola, orilla de zanja, mico sin cola, murusho, esclavo,
etc. Se reconoce que estos sobrenombres son formas de molestarlos, de ridiculizarlos y burlarse
de ellos.
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En cambio, existe la creencia de que las personas que pertenecen a las comunidades negras,
independientemente de su origen, no se molestan al ser llamados negros o negras, si quien lo
hace es parte de su círculo de relaciones cercanas o amistades y si además priva una actitud de
confianza mutua. Otros inclusive se atreven a recomendar como alternativa el vocablo morenos o
morenas, términos también muy coloquiales que se consideran menos negativos.
No se pudo establecer, si en la ENCA, el joven Basilio fuera objeto de este tipo de denominaciones
agresivas por su origen étnico, aunque uno de sus excompañeros entrevistados indicó que, él si lo
llamaba negro o negrito en oportunidades por cierta amistad y el buen trato mutuo, confirmando
el credo popular de la supuesta aceptación o inacción ante aquel sobrenombre asignado por
alguien de reconocida afecto y confianza.
Las ciencias de la mente y la conducta humana han tenido muy poco interés en el estudio de los
efectos emocionales que se derivan de la maldad humana, que de formas violentas como las
discriminaciones, desprecios y toda clase de humillaciones directas o solapadas se ensañan contra
el alma o la psique de aquellas personas que provienen de comunidades negras. Las adversidades
y calamidades de orden psicosocial como el sentimiento de inferioridad detectado en el
estudiante Basilio Martínez no tenía una fuente interna u orgánica por su condición étnica o racial,
como se oficializó por la autoridad medica en aquel suceso. A diferencia de estas erróneas
creencias hay que enfocarse en las frías evidencias que demuestran lo contrario.
Los pocos estudios psicológicos y psiquiátricos sobre dichos infortunios proceden de profesionales
de las ciencias sociales y de la salud de los Estados Unidos (Du Bois, W. 1897) desde hace más de
cien años y actualmente de investigaciones psicosociales en la región de América Latina (Da Silva,
ML. 2004; Pineda, E.2018).
Uno de los pioneros en este campo fue el sociólogo afroamericano W.E. Du Bois, que en 1897
publicó el ensayo Strivings of the Negro People, en el cual describe la esforzada lucha en la mente
de las personas de las comunidades negras norteamericanas, cuyas personalidades pueden estar
al borde de la fragmentación, con una doble conciencia en conflicto, en búsqueda de una
identidad coherente, ante la mirada siempre acosadora de los otros. Los que los llegan a considera
que no son parte del grupo socio cultural hegemónico porque las personas negras no llenan las
expectativas de dicho grupo dominante y no los aceptan totalmente dentro de la sociedad. En un
acto de autoconciencia, Du Bois confiesa:
“Es una sensación peculiar, esta doble conciencia, este sentido de mirarse siempre a través de
los ojos de los demás, de medir el alma con la regla de un mundo que mira con divertido
desprecio y lástima. Uno siente su doble personalidad, un americano, un negro; dos almas, dos
pensamientos, dos luchas no reconciliadas; dos ideales en conflicto en un cuerpo oscuro, cuya
fuerza obstinada por sí sola impide que se desgarre (Du Bois, W. 1897).
Por años esa situación de conflicto se ha mantenido, a pesar de los avances en materia de
legislación relacionada a los derechos civiles y ciudadanos a favor de la población negra en los
Estados Unidos. Actualmente, Erlanger Turner, psicólogo y director del Laboratorio de
Investigación Raza y Experiencias Culturales, en aquel país, sostiene que existe lo que denomina el
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trauma racial derivado de formas agudas o crónicas de racismo y discriminación, una condición,
según explica, muy similar en sus reacciones al estrés postraumático (País, A. 2020: 11/06).
Esther Pineda en el año 2018 realizó un estudio con el objetivo de acercarse a las subjetividades y
emociones de personas afrodescendientes de varios países de América Latina, con respecto a sus
experiencias de discriminación racial. Para el efecto aplicó a un grupo cien voluntarios un
cuestionario denominado “Los efectos psicosociales del racismo en afrodescendientes de
América Latina”.
Según los resultados de la encuesta mencionada, el 98% de los consultados afirmó haber tenido
efectos psicoemocionales en su vida, derivados de los actos de racismo que reciben. Son varios los
sufrimientos emocionales que se viven según los entrevistados, entre otros, los siguientes:
Cuantos tormentos de los ya descritos anteriormente pudieron estar agobiando la esfera mental
del joven Basilio Martínez que socavaban su integridad emocional. Una condición psicológica que
pudo debilitarse aún más ante los desafíos académicos que resultaban vitales para su futuro.
Como la posibilidad de fallar en su desempeño académico, su miedo al fracaso, de perder una
beca de estudios, de volver posiblemente a un mundo de marginación y de quedar en ridículo ante
la mirada acosadora que él pudo haber imaginado en su entorno inmediato.
El viaje de estudios por fincas y granjas del suroccidente del país, con una duración de una
semana, que simbolizaba una de las etapas que culminaban el primer año de estudios de aquellos
jóvenes, previo a los exámenes finales que daban lugar a pasar al grado inmediato superior o el
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retiro definitivo del establecimiento, fue para Basilio una significativa derrota emocional que
finalmente lo expuso con sus miedos y debilidades ante sus compañeros y maestros.
Durante el viaje como fue narrado con anterioridad, explotaron sus fantasmas internos, en forma
de excitación y euforia, combinados con tristeza y depresión, evidencia que ya no controlaba la
lucha de fuerzas mentales en oposición. Al tiempo de quedar al descubierto su fragilidad
emocional, con sus debilidades expuestas públicamente y exteriorizada su impotencia para
gestionar adecuadamente sus emociones, simultáneamente explotaba en añicos su imagen de
bondad y comportamiento ejemplar que se cuidó de cultivar, mereciendo un aprecio y cariño que
también ha de haber imaginado se esfumaba para nunca más volver.
Esta exhibición obligadamente debió haber sido considerada como una alarma para que las
autoridades de aquel centro educativo tomarán precauciones inmediatas ante el descontrol
emocional del estudiante, pero nadie estaba en capacidad de entender cómo aquel joven se
jugaba la vida en cada una de las decisiones que debía asumir, ya no hubo tiempo para detener el
desastre que pocas horas después del fin de aquel viaje vendría como tragedia.
Embargado por la tristeza, en busca de la soledad y el aislamiento, el joven Basilio, sin asistencia ni
orientación profesional, se retiró al dormitorio, poco después de arribar a la escuela al término de
la gira de campo. Ocupaba una cama en la parte baja de una litera compartida, de dos piezas,
junto a la pared, en el centro del dormitorio general, que hospedaba a los 70 estudiantes del
primer año, mientras sus compañeros lo seguirían más tarde, inmediatamente después de tomar
los alimentos de la cena.
Mientras Basilio avanzaba por el interior del dormitorio general, blandiendo el machete que se
estrellaba contra los cuerpos de los jóvenes que apenas atinaban a despertarse, otros muchachos
se escapaban de dicho espacio como podían, invadiendo a gritos los corredores del
establecimiento, imponiendo un desconcierto generalizado en los cerca de 250 estudiantes de la
ENCA. Nadie se explicaba lo que sucedía y la sangre, los gritos, las carreras sin sentido de los
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jóvenes, algunos heridos, por todos los corredores del establecimiento, hizo que el pánico se
instalará aquella madrugada en todo el internado.
Así como Basilio estaba dominado por las emociones de la ira, la cólera y la furia, los otros
estudiantes se sometían al miedo, al terror y al espanto. Basilio continúo con su furia y pasó al
dormitorio uno, en donde los estudiantes apenas alcanzaron a poner llave en la puerta principal, la
cual no resistió la furia de estudiante agresor quien logro ingresar, hiriendo gravemente a uno de
los estudiantes que permaneció dentro del dormitorio, en tanto el resto salía por las ventanas que
quebraban para dejar libre su paso. La masacre continua en el dormitorio 2, en donde tres
estudiantes decididos se parapetaron detrás de la puerta principal, que al final también fue
superada por la fuerza del agresor. En este último dormitorio, moriría el único estudiante víctima
de los machetazos. Con la ira en su máxima expresión, el agresor salió de las instalaciones del
centro educativo y se enfrentó con otro vigilante que portaba un arma de fuego, lo que tampoco
evito que continuara la desgracia, en las afueras de aquel centro educativo.
En un momento de aquella arremetida sin límites, Basilio se dirigió a los potreros, el único lugar en
donde había calma y tranquilidad, con el ganado y otros animales ajenos a la erupción de
emociones que conmocionaba a todo personal a sus alrededores; por instantes el joven pareció
calmarse ante aquella quietud, pero no por mucho tiempo, todavía regreso a los dormitorios en
donde volvió a agredir a los estudiantes malheridos imposibilitados físicamente para salir de sus
camas.
Dentro de aquel contexto de pánico generalizado, cuando la vida de cada uno está en un riesgo
extremo de perecer, nadie o casi nadie hace uso de su función cognitiva, orientada a un objetivo o
a una estrategia de sobrevivencia, entendible desde luego por el predominio de las reacciones
puramente emotivas, de huir o atacar instintivamente, ante sucesos jamás experimentados. Es el
caso de esta tragedia donde cerca de 250 estudiantes, personal docente y de otros servicios
presentes aquella noche en el establecimiento no alcanzaron a coordinar acciones racionales que
permitieran controlar la agresión de aquel joven blindado con aquella cortante herramienta
metálica. Uno de los estudiantes, hoy ingeniero agrónomo, funcionario académico y de
organismos internacionales, en medio de aquel desastre, tuvo un pequeño destello que le ilumino
un camino, aunque no era una solución inmediata, decidió correr con la energía que le daban sus
piernas, hasta la sede de la policía del municipio de Villa Nueva a unos 3 kilómetros de distancia
del lugar de los hechos para solicitar ayuda. Con la presencia de la policía, una hora después del
inicio del drama, se logró, a fuerza de golpes de fusil, contener la desenfrenada energía del joven
Basilio, quien fue finalmente sometido y trasladado a la cárcel de aquel municipio, de donde
llegaron los elementos de la fuerza pública.
En declaraciones del policía Rene García Quiñonez a la prensa escrita, a la vez que exponía a los
ojos de los reporteros, una mordida en un brazo y arañazos en el rostro, causadas por Basilio
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Martínez, aseguró haber tenido un dialogo con el joven detenido en la prisión municipal, el día
sábado varias horas después de la tragedia. Se deduce de estas declaraciones que el joven se
encontraba en calma y en aparente control total de sus impulsos, aunque seguramente sumido en
la miseria del desconsuelo, del aislamiento y la soledad en medio de cuatro sombrías paredes.
Según el policía, le comentó no recordar nada de lo sucedido esa madrugada. Al tiempo de
mostrarle las lesiones corporales, el policía lo increpó diciéndole “mira cómo me dejaste”. La
reacción del joven fue pedirle perdón y terminó con la siguiente frase: “así somos los humanos”
(Prensa Libre. 1971:22).
Esta expresión del joven Basilio, quedaría registrada en la prensa escrita, aunque fuera
proporcionada en voz de otra persona. Prácticamente se despedía de la vida pública con ese breve
juicio que posiblemente pasó desapercibido para la opinión pública o quizás fue captado como
una muestra más, del descontrol que prevalecía en la mente de aquel muchacho para seguir
incentivando el desprecio popular, ya que para muchas personas resulta inadmisible esa expresión
de que los seres humanos seamos malos, que tengamos esa disposición de hacer el mal a otras
personas.
No obstante, aquella frase abre un importante espacio para acercarnos a las principales ideas y
teorías sobre la maldad humana e intentar comprender mejor aquel hecho trágico y cómo la
sociedad observa, interpreta y reacciona ante tales acciones.
Para dar más luz sobre esta brecha, en este caso que analizamos, es claro que mientras Basilio, ya
sin el peso de las enormes angustias que lo llevaron a su descontrol emocional, había ganado una
relativa tranquilidad, aunque sin memoria de la tragedia causada y aferrado a la idea de que los
seres humanos somos agresivos y malos, no sucedía lo mismo con las víctimas, sus familias y la
comunidad educativa en su conjunto, que en esos mismos momentos pasaban angustias y
enormes dolores. Daños inconmensurables, varios de los cuales aún no han sido reparados o
sanado, a pesar de tantos años.
Sin ánimo de menoscabar ese dolor, observemos que las palabras de Basilio no eran ajenas a lo
que sobre la maldad humana han planteado distinguidos filósofos. Hace más de trecientos años,
en el siglo XVII, el filósofo inglés Thomas Hobbes planteaba que el hombre es malo por naturaleza,
lo cual afirmaba con aquella frase muy conocida de que el hombre es el lobo del hombre.
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Es tan amplio el tema de la maldad humana que no hay hasta la fecha un acuerdo entre los
estudiosos, que se mueven dentro de dos tendencias, una que se enmarca en un determinismo o
inclinación individual hacia el mal. Lo que Philip Zimbardo denomina la teoría de la mala semilla,
según la cual ciertos individuos nacen con una predisposición al mal (Sanchez:2020). Mientras
otros estudiosos se enfocan en la perspectiva situacionista. Que considera la maldad como
producto de la influencia del medio sobre el individuo. Esto significa que cualquiera es susceptible
de actuar de manera malvada si se le sitúa en las condiciones adecuadas y se le da la oportunidad
(Sánchez: 2020, citando a Zimbardo, 2016).
Actualmente son muy abundantes y diversas los estudios y publicaciones que evidencian con
datos empíricos hasta donde pueden llegar las personas haciendo daño a otras personas.
La psicóloga criminalista J. Shaw, con mucha propiedad, basada en datos empíricos muy robustos
afirma que la especie humana es superdepredadora y que nos gusta tanto matar (incluyendo
humanos desde luego) que “matamos más especies en términos de cantidad y diversidad que
cualquier otro depredador” (Shaw, J. 2019:56).
En su libro “Hacer el mal”, un análisis que se centra en nuestra imperecedera capacidad para
hacer daño, describe con detalle, causas y características de esos trastornos humanos e
institucionales que se presentan tanto en la historia más reciente como en la vida cotidiana, entre
otros: genocidas, asesinos en serie, perpetradores de masacres escolares, terroristas que hacen
daño a seres inocentes, pedófilos, violadores sexuales, psicópatas, sádicos, masoquistas, adictos a
la pornografía, mercaderes de la esclavitud moderna, como la prostitución, la trata de personas y
la explotación del trabajo infantil, la tortura animal, los negocios de la agricultura que impacta el
cambio climático, empresas farmacéuticas que hacen dinero del sufrimiento humano, así como
grandes empresas donde ejecutivos toman decisiones para hacer dinero poniendo en venta
productos con defectos de ingeniera (como el caso del carro Ford Pinto, de la década de los años
1970, en donde se calculó que era más barato pagar la compensación por la muerte de personas
derivada de dichas fallas, que corregir el error humano de la desacertada producción) hasta
políticos corruptos que hacen dinero de la pobreza humana.
Parece entonces que el joven Basilio lo tenía bien claro, cuando pronunció la frase sobre que “así
somos los humanos”, respecto a sus reacciones violentas ya descritas anteriormente.
Ahora bien, dentro de toda esta maldad humana, uno de los aspectos que los psicólogos,
psiquiatras y especialistas de la conducta tratan de resaltar es el hecho de que, tras todo acto de
maldad, por muy pequeño o enormemente trágico que este sea, siempre hay que considerar que
quienes los cometen son personas, son humanos, como cualquiera de nosotros, que tienen una
historia familiar, un contexto en donde interactúan, que puede facilitar o provocar estas acciones
malévolas. No son monstruos, demonios, ni personas poseídas por otros demonios. Que hay
circunstancias de orden social que pueden afectar a cualquier persona, incluso a nosotros mismos
a cometer un desorden trágico.
De acuerdo con Shaw, deberíamos de reconocer que todos podemos provocar enormes daños a
otras personas, según esta especialista: “A todos solo nos separa una mala decisión de dañar de
manera trágica a los otros. Un momento de locura en nuestros coches, un cuchillo que se desliza,
un empujón…. Eso no significa que sea probable que todos actuemos igualmente de manera
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horrible, pero significa que todos debemos asumir que somos capaces de causar un gran daño a
los demás” (Hernández Velazco, I. 2019:08).
Si ese momento de locura, como llama Shaw, puede sucederle a cualquier persona, habrá que
considerar la vulnerabilidad del joven Basilio que se asentaba en varias carencias como la de un
apoyo familiar cercano, la falta de una oportuna orientación escolar o consejería de salud mental,
la ausencia de confianza en un compañero o amistad estrecha, con quien poder desahogarse sus
temores, sus miedos y fantasmas, facilitó su debilidad para controlar aquellas reacciones
maniacas, como se mencionó en el ya mencionado dictamen psiquiátrico del Dr. Gándara.
No se trata de justificar las acciones de aquel joven, aquella madrugada del 13 de noviembre de
1971, ni dejar de lado el dolor irreparable de muchas víctimas, sino de intentar explicar la
naturaleza de aquellas reacciones de un ser humano, que no era un demonio ni un monstruo,
como se le ha tratado y se continúa señalando hasta nuestros días.
Hurgando en las redes sociales que ata vínculos de estudiantes y exestudiantes de aquella escuela
uno puede encontrarse con una serie de mensajes que promueven datos inexactos de manera
maligna y falsedades en relación a los hechos sucedidos.
Una de las primeras publicaciones encontradas en Facebook es la que corresponde al señor Julio
Hernández Estrada, un profesional egresado de dicha escuela, con varios aportes académicos y
publicaciones sobre la historia y logros de aquella institución. A pesar de su manifiesta intención
de ser objetivo con el tratamiento de la información sobre este hecho, no escapa a la subjetividad
y prejuicios maliciosos sobre la historia del caso.
Su publicación en Facebook se titula “La fascinación por lo sobrenatural” (Hernández, J.: 2020).
Un título que parece fabricado con la intención de atraer audiencia, pero que al mismo tiempo
simboliza esa creencia sobre el mal, como resultado de un hecho ajeno a la realidad o a la
comprensión humana.
En esa categoría sobrenatural caben una enorme cantidad de situaciones que bien pueden ir
desde fenómenos mágicos, adivinaciones, contactos extraterrestres hasta posesiones diabólicas.
Lo cual suele ser fuente de diversidad de producciones artísticas de ficción, como en la literatura,
la televisión y desde luego en ciertos géneros fílmicos que suelen fascinar a grandes audiencias.
Algo que Hernández menciona en su publicación al referirse a que le han sugerido la realización de
una película sobre este caso, dado el hecho de ser padre de un reconocido director de cine. No se
explica en su publicación cual podría ser el propósito de realizar una película sobre el suceso que
nos ocupa ahora.
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Quizás la motivación de un film provenga de la fascinación que provoca un hecho trágico que ha
sido perversamente deformado con datos falsos o engañosos que se reproducen con intenciones
de sorprender y engañar a los jóvenes estudiantes que año con año ingresan a la actual ENCA,
como lo evidencia el señor Julio Hernández: “Cuenta la leyenda, que, por las noches, los
estudiantes de nuevo ingreso, les cuentan la historia de Basilio, y que, además, sale por las
noches, se aparece. Algunos, dicen haberlo visto, otros, ven sus sombras, como fantasmas que
deambula por los pasillos” (Hernández, J.: 2020).
En otras redes sociales también se utilizan estos mensajes cargados de información errónea y
malintencionada, con aderezos mágicos y sobrenaturales. En un tweet, el señor Jorge García,
quien se identifica como médico, escritor de cuentos, con el nombre de usuario Geo D'Incau
@Yosh_G, en su cuenta de twitter presenta un relato cargado de falsedades, según dice que lo
escucho de un agricultor relacionado con la ENCA. “Hay distintas versiones, según nos contó
aquel agricultor aquella tarde lluviosa en Suchitepéquez, Basilio planeó todo muy bien, incluso
antes de comenzar hizo algo para que no pudieran encender la luz y así fue como en medio de la
oscuridad el terror se hizo presente en la ENCA. Aquel señor habló de muchos, muchos muertos y
más heridos. Incluso habló de una posesión diabólica y de cómo Basilio caminó en los pasillos de
la escuela con la cabeza de uno de los guardias (que aún gritaba) en la mano. Una noche
aterradora sin duda” (García, J: 2020).
Al leer las respuestas de algunos jóvenes que en el año 2020 aún eran estudiantes activos de la
ENCA es fácil observar el negativo impacto que la desinformación tiene sobre sus mentes y darnos
cuenta de que ellos son un campo fértil para la diseminación de un hecho verídico pero sesgado
de falsedades, con la intención de crear terror y miedos absurdos. Melida Elizabeth Estrada
manifiesta: “Creí que era solo una historia solo para asustarnos” (Hernández, J.: 2020); mientras
que Cesar Garrido, al tiempo de confesar su miedo revela actitudes de animadversión hacia el
protagonista de la leyenda: “por ese maje no dormí un par de noches” (Hernández, J.: 2020).
A diferencia de los conceptos positivos que vertieron sobre el estudiante Basilio, sus profesores en
aquel momento, tal y como se consignó en capítulos anteriores, para seguir sorprendiendo a su
audiencia, el señor Hernández Estrada no vacila en desacreditar al joven Basilio, a quien invalida
de competencias y habilidades para estudiar en la ENCA, cuando afirma que:
“Parece que lo crearon unas monjas en Puerto Barrios, venía de una familia muy pobre, y desde
luego, no tenía las calificaciones para estudiar una carrera. Imagino, que las monjas, queriendo
hacer un bien, les resulto el tiro por la culata. Seguramente, presionaron para que ingresara a la
ENCA”. (Hernández, J.: 2020).
Según revela el propio Hernández Estrada, sus fuentes de información no son muy certeras:
“He escuchado muchas versiones, he entrevistado a varios egresados que estuvieron presentes
esa noche, cada quién da una versión distinta, vio cosas diferentes, porque estuvo parado en
lugares alejados uno de otro” (Hernández, J.: 2020).
A pesar de los contradictorios relatos que recogió Hernández Estrada se atreve a emitir un juicio
acusatorio sobre el desventurado Basilio, afirmando que sus acciones estuvieron motivadas por su
deseo de asesinar a un trio de los mejores estudiantes de la ENCA.
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“Dicen, los entrevistados que envidiaba y odiaba a la vez, a César Azurdia, Laureano Figueroa y
Chonay Panzay, por buenos estudiantes. Ellos se burlaban de él, porque le costaba mucho
aprender. Eso, desde luego, le dolía mucho. En cierta manera, fue bullying. A pesar que les imitó,
nunca alcanzo los niveles de rendimiento de los mejores estudiantes de la época. Si los hubiera
encontrado, esa noche, los hubiera matado a los tres. No los encontró, a pesar que su objetivo
era ese (Hernández, J.: 2020).
No hay ninguna evidencia, ni datos precisos que sostengas estas últimas afirmaciones y es urgente
que la ENCA haga frente a esta persistente incomprensión de lo sucedido, que estos relatos falsos
no sigan causando confusión y daño a la comunidad educativa, decidiendo detener estos
prejuicios con la fuerza de la verdad.
A mediados del año 2020, en medio de las restricciones de bioseguridad que se mantenían en el
país, derivado de la pandemia del Covid-19, no era oportuno realizar visitas de campo y de
investigación a hospitales por lo que únicamente se realizaron consultas por medio de teléfono.
De esta manera, el triste final de Basilio fue relatado (vía WhatsApp) por un profesional del
Hospital de Salud Mental Doctor Carlos Federico Mora, que solicitó no hacer público su nombre.
De acuerdo con información proporcionada, en el año de 1981, diez años después de la tragedia
de la ENCA, los dos hospitales públicos que atendían pacientes con problemas mentales, se
unifican, pasando los internados del hospital mental de la zona 7, al más reciente Hospital de
Salud Mental Carlos Federico Mora, ubicado en la zona 18, de la ciudad capital. Según la fuente
consultada, entre los pacientes del hospital de la zona 7 llegó Basilio Martínez Ávila, al Hospital
Carlos Federico Mora, de la zona 18. Su deterioro era muy evidente y necesitaba silla de ruedas.
Por su condición deteriorada, el juzgado que atendió el caso le concedió perdón y con
evaluaciones psiquiátricas y neurológicas, le permitió el egreso para que lo atendiera la familia.
Según el informante, el paciente presentaba un tumor cerebral y trastorno mental orgánico.
Falleció al poco tiempo de su egreso, al parecer en el seno familiar, en el año de 1983. Hasta aquí
lo informado vía electrónica.
A 100 años de la creación de la institución rectora de la formación agrícola del ciclo diversificado
del nivel de educación media en todo el territorio nacional, cuesta comprender que sus
autoridades permitan que los dolores de una grave herida en una noche funesta, siga todavía
abierta y no cese de afectar la formación integral de su alumnado.
Después de 50 años, aquella herida amerita una intervención de las autoridades educativas para
cerrarla con dignidad al tiempo de recuperar su memoria en base a la verdad para bien de toda
esa comunidad educativa. Se trata de terminar con la maldad y los abusos de la desinformación.
Reconocer con justicia a los estudiantes y sus familias que fueron víctimas de aquel horrible
suceso, honrando su capacidad de resiliencia y reparar no solo los daños morales, sino hasta
donde sea factible los privaciones materiales y económicos que tuvieron en detrimento de su
derecho a la educación y a la vida plena. Lo cual debe incluir una explicación real de los hechos
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sucedidos, evitando seguir mancillando la memoria del victimario, sus familiares y demás víctimas
inocentes de la comunidad educativa de la ENCA.
Congruente con su política curricular de promover una formación técnica y humanista, la ENCA
debe poner fin a la desinformación y el daño moral a sus estudiantes y egresados.
La ausencia de una política de reparación de daños, debe cambiar, para promover programas y
acciones que interrumpan la desinformación sobre aquellos hechos, los abusos, las mentiras y
engaños a los nuevos estudiantes. Es hora de reconstruir la memoria, basada en la verdad y la
justicia. Esto implica sanar heridas, reconociendo la resiliencia de los sobrevivientes. Reparando
hasta donde sea posible los daños a los sobrevivientes que no han tenido la oportunidad de sanar
aquella herida. De hablar con la verdad.
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