Bolilla 1 Derecho Procesal Penal 23

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Bolilla 1

1 Política Criminal.
Introducción y concepto: Desde una perspectiva “política”, la política criminal
puede visualizarse como un conjunto de decisiones de la autoridad pública sobre el
delito.
Pero efectuando un análisis mas preciso, puede decirse que la Política Criminal es el
sistema de decisiones estatales, de todos los poderes públicos, incluido el
Constituyente que en procura de ciertos objetivos que deberán ser la protección de
los derechos reconocidos al individuo por su condición de tal o como miembro de
la sociedad, define los delitos y sus penas u otras consecuencias y organiza las
respuestas públicas tanto para evitarlos como para sancionarlos, estableciendo los
organismos y procedimientos a tal fin y los límites en que tales decisiones se
deberán encauzar.
Segmentos: se admite que algunas conductas puedan ser prohibidas y aun castigadas,
pero solo si se perjudican a terceros individualmente (integridad física) o en su
organización social (fe pública) y siempre que así se determine por ley, antes de su
acaecimiento. Por otro lado, organiza las funciones estatales de definir tales conductas,
investigar su posible acaecimiento, juzgarlas y aplicar las consecuencias jurídicas
previstas para su comisión (no siempre de son punitivas) a cargo de órganos públicos.
El sistema constitucional requiere un esfuerzo de autoridades que para que en el ámbito
de la competencia que a cada una le asigna, cumplan con la responsabilidad de
garantizar la vigencia de los derechos que reconoce al ciudadano, preservándolo a este
de que ocurran o se repitan los comportamientos privados o públicos, es decir de
particulares o de funcionarios; procurar activamente remover las causas que pueden
estimularlos y después desalentar su comisión mediante obstáculos materiales o
jurídicos a ello. E incumplimiento aquella responsabilidad, generará la obligación
estatal de reparar el perjuicio y de garantizar al ofendido el derecho de reclamar a la
justicia el enjuiciamiento y castigo del delito.
Las decisiones que integran la política criminal deberían tomarse dentro del mismo
marco ideológico-político. Ese marco lo proporciona el sistema constitucional donde
reconoce el poder penal del estado (prohibir y penar), lo concibe como extrema ratio
para la tutela de los bienes que protege, y le impone límites infranqueables a su ejercicio
que son derivados de la dignidad de la persona humana. Si bien estos límites en la
práctica muchas veces no se respetan, tal desvío también puede considerarse que integra
la política criminal práctica pues, aún cuando sea repudiable por ilegal, expresa
decisiones de la autoridad estatal, tanto formales(establecer un delito de simple
opinión), como informales(aprehensiones ilegales) que no pueden tolerarse y deben ser
denunciadas y corregidas-
Interrelaciones: el procurar evitar la existencia o el aumento del delito, es decir, su
prevención, debe ser parte de la política criminal; también la reparación de la víctima.
Si bien la amenaza de la pena, su imposición y su ejercicio deberían contribuir a evitar
delitos también se asigna una función preventiva a la tarea policial, cuya función sería la
de preservar el orden y la tranquilidad pública y en particular la de impedir que el delito
exista, evitando que se cometa, disuadiéndola, como un verdadero obstáculo material a
la comisión del delito (la presencia de un policía en la puerta de un banco)
el mundo enfrenta en estos tiempos un proceso de cambios profundos que afectan
sustancialmente las relaciones interpersonales, estas mutaciones están vinculadas con la
modificación de escalas de valores tradicionales, la crisis de los sistemas políticos, la
evolución de la tecnología, los fenómenos migratorios internos y externos, los cambios
de estructura de la economía, la globalización informativa. Entonces entendemos que no
puede concebirse la formulación de una política criminal de manera aislada o
indiferente de otras políticas públicas porque está relacionado el fenómeno delictivo con
los procesos históricos y políticos de un país. La experiencia histórica ha demostrado,
que la prevención del delito es siempre más eficaz que su represión para La Paz social
en tanto y en cuanto procure atacar sus verdaderas causas.
Ubicación del proceso penal: el delito cuya comisión no ha podido prevenirse (es
decir evitarse), por regla general debe ser perseguido por el estado salvo los casos de
acción privada, juzgado imparcialmente y si corresponde penado; todo con igual
resguardo de los intereses de la víctima y los derechos del acusado. Como un segmento
de la política criminal del estado, entonces, se ubica el proceso penal.
Por eso es bueno advertir desde ahora, que no siempre y en todo caso en que se admita
que una conducta es delictiva, no siempre será perseguible y punible, pues nuestro
derecho muchas veces sacrifica, total o parcialmente la potestad de represiva que emana
de la norma penal, cuando así lo exijan otros intereses que se consideran más atendibles
por diversas razones.
Las funciones del perseguir juzgar y penar el delito : desde que el estado
prohibió la justicia por mano propia y asumió la obligación de administrar justicia, se
fue apropiando de la realización de casi todas aquellas tareas, generando un sistema de
respuestas que se presenta, en general, como de dominio casi exclusivo de funcionarios
públicos, con muy poca cabida para el control o la participación ciudadana salvo los
limitados casos del ejercicio exclusivo o conjunto de la persecución penal por parte del
ofendido o la casi nula hasta ahora intervención de particulares en los tribunales
independencia entre la función de acusar y las de juzgar y penar: como se
hace dijo, la actividad acusatoria (de persecución penal) es una función estatal a cargo
del ministerio público fiscal, y la de juzgamiento e imposición de pena es otra función
estatal independiente, provocada por aquella, pero de naturaleza diferente, a cargo de
los tribunales imparciales del poder judicial.
Normas constitucionales: la constitución nacional acepta esa diferenciación. En el
campo de la responsabilidad política, pone la acusación a cargo de la cámara de
diputados y la de juzgamiento de los acusados a cargo de la cámara de senadores. Lo
mismo ocurre en materia de remoción de jueces inferiores: el consejo de la magistratura
acusa y el jurado enjuiciamiento juzga.
A los fines de la acusación, la constitución nacional ha instituido el ministerio público
que tiene la función de promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y
de los intereses generales de la sociedad, de promover y ejercitar la acción penal pública
lo que por cierto no excluye la posible participación de particulares en la acusación.
Para imponer la pena que las normas penales autorizan, la constitución exige un juicio
en el que se respetará la dignidad y se garantizará la defensa del acusado y que llevará
adelante un juez natural único que podrá juzgar y pena.
Entonces vemos que sea considerado que ambas son responsabilidades estatales, al
punto que instituyó 2 órdenes de funcionarios públicos distintos para ejercitarla y no
tolera ninguna confusión de roles. Los jueces no representan al pueblo o al estado para
ese objeto.
Legislación supranacional: la legislación internacional incorporada a la
constitución en el artículo 75 inciso 22 se enrola en estos mismos principios.
Así se establece con claridad que toda persona frente a una acusación penal formulada
contra ella tiene derecho a ser juzgada sin dilaciones indebidas por un juez o tribunal
independiente e imparcial ( artículo 8.1 cadh), el examen de cualquier acusación contra
ella en materia penal se ha realizado por un tribunal independiente e imparcial (artículo
10 dudh).
La diferenciación entre acusación, de un lado, y su juzgamiento o examen por un juez,
de otro, ratifican el modelo de enjuiciamiento de la constitución y le agregan
expresamente un componente (implícito en el artículo 18 de la constitución nacional) la
imparcialidad de quien debe examinar y decidir sobre la acusación, es decir el juez,
orientada a la igualdad procesal entre acusador y acusado como presupuesto de la
defensa de este. También tenemos el derecho a la tutela judicial efectiva (artículo 1.1
8.1 25 CADH)
Otra es que por graves que puedan ser ciertas acciones, y por culpables que puedan ser
los reos de determinados delitos, no cabe admitir que el poder puede ejercitarse sin
límite alguno o que el estado pueda valerse de cualquier procedimiento para alcanzar
sus objetivos, sin sujeción al derecho o la moral.
Justificación: la existencia de la acusación y separación de la actividad de
juzgamiento es exigida por la imparcialidad del juez, que es prenda de la igualdad entre
acusador y acusado y está en la base del derecho de defensa de este. A pesar de la
tajante separación tanto orgánica como funcional estatuida por la constitución nacional,
muchos códigos procesales acuerdan a los tribunales tareas propias de la persecución
penal ( el de procurar de oficios prueba sobre la verdad de la acusación sobre la que
deben juzgar) esta realidad debe ser corregida, pues afecta la imparcialidad del
juzgador la igualdad, el derecho de defensa, y confunde el verdadero rol de los jueces.
La actividad acusatoria oficial: la posición tradicional, partiendo de la existencia
de la potestad estatal abstracta de aplicar penas a quienes cometen delitos, y que aquella
solo puede ser reconocida previo juicio en una sentencia condenatoria, colige que debe
concedérsele al estado la posibilidad y los medios para intentar el reconocimiento en
juicio y por obra de los jueces, de la existencia concreta de su potestad represiva cuando
crea posible probar la comisión de un delito y de lograrlo cuando corresponda.
esta posibilidad se expresa generalmente en una actividad estatal que se suele titular
como requirente acusatoria, y también de persecución penal y que se denomina ejercicio
de las acciones penales en el código penal. Al establecer que deberán iniciarse todas las
acciones penales, el código penal consagra el llamado principio de legalidad pues, a
contrario sensu no podrá evitarse iniciar alguna. Y al agregar que eso debe hacerse de
oficio, es decir sin pedido de nadie de acuerdo a la acusación la nota de actividad estatal
( oficialidad), porque sólo el estado es capaz de actuar así
Concepto: consiste en la realización de actos materiales y jurídicos unas veces
tendientes a y otras veces configurativos de la preparación, formulación, sostenimiento,
y acreditación de una acusación contra una persona determinada, por la comisión de un
delito, buscando primero y proporcionando a los tribunales después, la fuente de
conocimiento, o sea las pruebas que estos necesitan para decir si corresponde o no
acoger a aquella y en caso afirmativo aplicar el derecho penal al caso planteado.
Alcances: la actividad acusatoria no es simplemente requirente(concepto tradicional
propio del sistema mixto) de la actividad jurisdiccional, porque su alcance no se reduce
a condicionar formalmente el ejercicio de la jurisdicción ni se acota a los requerimientos
de pruebas ni siquiera se agota con la responsabilidad de procurarlas a través de una
investigación. Sino que se le impone como un deber, para cuyo cumplimiento se
instituyen órganos y se disciplinan funciones públicas, con el fin de poder anoticiarse
sobre posibles violaciones a la ley penal e investigar sobre su posible existencia y
responsable, e intentar y lograr que estos sean penados por aquellos otros órganos
estatales, diferenciados e independientes.
La eficacia dejamos en Claro que la eficacia en la represión de los ilícitos penales ni
debe procurarse genéricamente con el proceso ni entenderse como responsabilidad
propia de tribunales de justicia. lo que debe ser eficaz a esos fines es la tarea de
investigación y obtención de las pruebas necesarias y argumentación a cargo del
ministerio público fiscal, para lograr que los jueces acojan favorablemente la acusación.
el logro de la eficacia en la persecución penal requerirá la concurrencia de varias
condiciones que no podrán nunca pensarse como afectaciones a las garantías
individuales.
Formas y límites de la intervención de los particulares : luego de la reforma
de 1994 la incorporación del ministerio público fiscal consagra, para el orden federal,
un acusador público, pero no de modo excluyente de otras formas posibles de acusación
no oficial. esto es así, no sólo porque no hay ninguna disposición limitativa expresa,
sino porque como veremos la incorporación a la constitución y a su mismo nivel de la
principal normativa supranacional sobre derechos humanos hacen extensivo el derecho
a la tutela judicial efectiva.
Si la víctima de cualquier delito es de ciudadano y teniendo el estado como única razón
de ser la protección de los derechos de este, es natural la ampliación del campo de los
posibles protagonistas de la actividad acusatoria y la visión sobre su fundamento último:
aquella aparece así también como una vía acordada a la víctima del delito para procurar
y lograr si corresponde la aplicación de la consecuencia penal prevista para su comisión,
en pro de una mejor protección de su derecho vulnerado por el acto ilícito
2 El Derecho Procesal Penal
Ubicado el proceso penal dentro de la política criminal, corresponde enfocarnos en el
derecho procesal penal por ser la rama jurídica que lo regula.
Concepto: Siguiendo a Julio Maier puede decirse que el Derecho Procesal Penal es la
rama del orden jurídico de un Estado, cuyas normas instituyen y organizan los órganos
públicos que cumplen la función judicial penal del Estado y disciplinan los actos que
integran el procedimiento necesario para imponer y actuar una sanción o medida de
seguridad penal, regulando así el comportamiento de quienes intervienen en él.
Contenido: De este concepto se desprende además el contenido del Derecho Procesal
Penal pues se ocupa esencialmente de dos aspectos: por una lado, de la organización
judicial, de la acusación y de la defensa estatales, y por el otro lado de los sujetos
procesales que deben actuar en él y de los actos que deben o pueden llevar a cabo esos
sujetos para la imposición de una pena o medida de seguridad por la participación en un
delito.
Este contenido encuentra su basamento en las normas constitucionales, pues el art. 75,
inc. 12 de la Const. Nacional atribuye al Congreso el dictado del Código Penal y
dispone que su aplicación corresponde a los Tribunales federales o provinciales, según
que los casos o las personas cayeren bajo sus respectivas jurisdicciones, a su vez el art.
18 de la Carta Magna dispone que la imposición de las penas que el Código Penal prevé
están condicionadas a que previamente se lleva a cabo un juicio, que basado en una
acusación (art. 60 Const. Nacional), no puede estar a cargo de cualquier tribunal, sino de
uno cuya competencia esté fijada por ley con anterioridad al “hecho del proceso” y que
sea independiente e imparcial, si la actuación del tribunal debe se promovida por el
Ministerio Público (art. 120 C.N.) que tendrá a su cargo la preparación y formulación de
la acusación, sin perjuicio de la actividad de la víctima, si durante el juicio es inviolable
la defensa del imputado (art. 18 CN) quien debe ser respetado en su dignidad personal y
no puede ser considerado ni tratado como culpable antes de ser declarado tal (art. 18
CN) , surge evidente la necesidad de un conjunto de normas jurídicas reglamentarias
que den vida práctica a estas disposiciones constitucionales y a los principios jurídico-
políticos que las inspiran.

3 Caracteres del derecho procesal penal:


a) Derecho Público: No es motivo de discusión que el Derecho Procesal Penal es una
rama del Derecho Público. Tanto si se define al Derecho Público como aquél que regula
intereses comunitarios, por oposición a los intereses privados de los individuos (teoría
de los intereses), como si, según su concepto más moderno, se lo identifica por la
naturaleza de la relación jurídica que regula, en la que los órganos del Estado o los
individuos calificados de ese modo ejercen sus funciones, ocupan una posición
supraordinada respecto de los demás sujetos de derechos (subordinados) a los que
vinculan y obligan con su sola declaración de voluntad (teoría de los sujetos), la
clasificación es aparentemente correcta porque el Derecho Procesal Penal regula la
actividad de órganos estatales (sobre todo del tribunal y el ministerio público) que obran
guiados por un interés social (la persecución penal de los delitos), y esos órganos se
supraordinan a los particulares que intervienen en el procedimiento, hecho que se nota,
sin más, en el imperio jurisdiccional que, con la declaración de voluntad del órgano
estatal (juez), somete a los particulares a la solución que adopta en su decisión
(específicamente: la sentencia).
Menos discutible aparece esta clasificación cuando se observa que el Derecho Procesal
Penal tiene por misión realizar el Derecho Penal o material sustantivo, del que también
se predica que pertenece al Derecho Público.
b) Derecho interno y local: Rige en este tema el principio de lex fori, es decir que los
tribunales aplican al enjuiciamiento penal el Derecho Procesal Penal que rige en el
ámbito del poder soberano que los inviste. La razón de esta reserva reside en la
consideración de que la administración de justicia, más aún cuando se trata de la
actuación del Derecho Penal, es un atributo esencial de las soberanías nacionales. No
existe un Derecho Procesal Penal Internacional ni reglas de Derecho interno que tornen
aplicables las normas vigentes en otras naciones, por remisión y aun en el caso de
aplicación interna de normas penales internacionales el enjuiciamiento se regiría por
nuestro Derecho Procesal Penal. La única excepción se encuentra en los tratados
bilaterales o multilaterales sobre extradición que obligan a nuestro país. En definitiva,
nuestra doctrina unánime afirma, por razones constitucionales, que nuestro Derecho
procesal penal es Derecho Local. Por ende, el principio de aplicación de la ley
expresado bajo el aforismo lex fori rige más allá de las relaciones de nuestro derecho
con el de otros estados nacionales y mantiene su vigor en las mismas relaciones de los
diversos derechos procesales penales de las provincias argentinas entre sí y con el de la
Nación.
3) Derecho formal o adjetivo: La división entre Derecho material o sustantivo y
Derecho formal o adjetivo es clásica. El Derecho material es aquél que proporciona el
fundamento para la solución de los conflictos sociales, o simplemente, para la
valoración de las acciones que las personas llevan a cabo en la vida de relación común u
ordinaria. El Derecho formal, en cambio, es aquél que regula la vía por la cual esos
conflictos se solucionan, fijando también los parámetros de valoración de ciertos actos
que se llevan a cabo en una situación muy particular de vida: el procedimiento que el
Derecho Procesal regula para dar solución a un conflicto social al que debe aplicarse el
Derecho Material. El Derecho Procesal Penal pertenece a este segundo tipo de
regulaciones jurídicas.
La distinción es válida y útil porque muestra con relativa claridad la diferente índole de
los valores que presiden las regulaciones respectivas, y además, la función secundaria,
auxiliar, sirviente o realizadora del Derecho material, que cumple el Derecho Procesal.
El orden de valores que establece el Derecho material o sustantivo es, por lo menos a
partir del consenso con una ideología fundamental, fácilmente comprensible para los
miembros integrantes de una sociedad determinada, porque se trata, en gran medida, de
las valoraciones sociales comunes con las que ellos entienden el significado o integran
el contenido de la justicia o de lo justo en la solución de los conflictos sociales, incluso
por razones extrajurídicas. Se trata de parámetros que, de ordinario, integran la manera
de ver lo justo en un momento de la vida de una sociedad determinada. Así, por ej.: es
fácil entender que el homicidio está prohibido, que la agresión de otro, sin provocación
propia, autoriza la defensa, que quien pide algo en préstamo (mutuo o comodato) debe
restituirlo a su dueño en las condiciones pactadas. En cambio el Derecho Procesal, tiene
como meta mediata esos valores, en tanto cumple su función de realizar el Derecho
Material cada vez que se requiere su actuación ante la autoridad competente para
imponerlo, pero, inmediatamente, se guía por otro orden de valores, entre los cuales
sobresalen la seguridad jurídica y la organización de un método de discusión que se
asiente sobre la piedra basal de la oportunidad efectiva para la defensa de los intereses
del justiciable y de la imparcialidad del tribunal frente al caso.

4 Fuentes del Derecho Procesal Penal.


Por “fuente del Derecho” se entiende, genéricamente, la identificación de la forma
institucional de donde “mana” el Derecho vigente (Congreso, legislatura). En primer
término se encuentra la ley procesal penal como fuente principalísima de conocimiento
del derecho procesal penal objetivo, cualquiera sea la función asignada a esa ley y el
origen que tenga. No es necesaria una mayor fundamentación para expresar que la ley
es la fuente del derecho procesal penal, porque es claro que nuestro sistema jurídico,
con indudable influencia del derecho continental europeo, tiene como punto de partida
la legislación -el derecho legislado por escrito- en el sentido de que las normas jurídicas
sancionadas por ciertas autoridades pública, según reglas de competencia y constan por
escrito. Aquí se agrega, sin embargo, que, en el caso, se trata de una ley en sentido
formal aquello que la Constitución llama ley- y no tan sólo del significado material de
ley, que incluye los reglamentos del Poder Ejecutivo, los reglamentos judiciales y, en
general, todo cuerpo de reglas jurídicas, cualquiera que sea su origen. Muchos autores,
valiéndose del concepto de ley en sentido material, incluyen como fuentes del derecho
procesal penal a la Constitución, a los reglamentos -judiciales o administrativos- y, en
general, a todo tipo de normación abstracta de comportamientos procesales.
En cuanto a la jurisprudencia, entendida como la regularidad de las proposiciones sobre
la vigencia de normas jurídicas y su sentido significativo que afirman los tribunales en
los casos que deciden, en especial los tribunales de mayor jerarquía en la organización
judicial, cumple una función anticipatoria similar a la que le atribuimos a las normas
jurídicas, pero es claro que este cálculo anticipatorio tiene fundamento meramente
empírico y no normativo. No obstante la validez de la jurisprudencia obligatoria -que
está reconocida por ley- de las sentencias casatorias dictadas por el Superior Tribunal de
Justicia de la provincia.
Falta analizar la costumbre o también conocida como prácticas judiciales o práctica del
foro o usos tribunalicios, no es fuente del derecho procesal penal, salvo cuando la
misma ley remite a ella, remisión que sólo existe en casos de excepción.
Por último debemos analizar la doctrina de los autores que se ocupan del derecho
procesal penal que tienen una influencia decisiva en la formación e interpretación de la
ley procesal y al igual que la jurisprudencia, formulan proposiciones acerca de las
normas, su vigencia y su significado. Por ello les son aplicables los mismos criterios
que empleamos respecto de la jurisprudencia para negarle el carácter de fuente del
derecho procesal penal.

5 Función del Derecho Procesal Penal:


El conjunto de actos que constituye el proceso tiene por finalidad inmediata la
determinación de los hechos y el pronunciamiento de la sentencia y, en forma mediata,
la actuación de la ley para lograr un fin supremo de justicia y paz social que puede
considerarse en la idea de seguridad jurídica, dado que la misión del derecho penal
precisamente es la protección de la convivencia humana en la comunidad.
También se ha dicho que el Estado no tiene “derecho” a incriminar ni a penar, sino que
tiene del deber de hacerlo, porque es un deber que surge de su función misma, es decir,
de la propia razón de su existencia. El Estado existe porque es necesario para posibilitar
la coexistencia y para cumplir esta función le resulta imprescindible incriminar y penar,
porque de otro modo no puede tutelar adecuadamente ciertos bienes jurídicos contra
ciertos ataques.
De tal modo, la importancia de la actividad jurisdiccional radica en su objetivo de
asegurar la tranquilidad social, manteniendo el orden jurídico y asegurando los derechos
de las víctimas que en último extremo se reestablecen por medio de la sentencia que
dicta el juez y que resuelve el conflicto suscitado entre las partes, determinando el
derecho que se debe aplicar al coso concreto.
Función constitucional:
La fundamentación constitucional del procedimiento penal se relaciona con la
legitimidad del sistema político que depende de la tutela y efectividad de los principios
y derechos fundamentales determinados en la carta magna que los instituye. El proceso
penal y el derecho penal son el sector del ordenamiento jurídico en que mayores poderes
se conceden al Estado para la restricción de los derechos fundamentales que la
constitución reconoce a los ciudadanos, por esta circunstancia es que esos poderes
deben ser limitados en la medida de respetar las garantías individuales de todos los
ciudadanos.
6 Relación del Derecho Procesal Penal con otras ramas y disciplinas
jurídicas y no jurídicas:
Dentro de las diversas ramas del derecho aparece y se fortifica el derecho procesal
penal, separándose de las otras ramas hasta obtener sus rasgos propios. No obstante,
esas ramas jurídicas influyen el contenido debido a la similitud de identidad ya sea por
el objeto o por la finalidad que persiguen. En consecuencia tanto la ley como la doctrina
y jurisprudencia, deben acudir frecuentemente a los principios, instituciones o normas
de otras disciplinas jurídicas para explicar, regular e interpretar en forma más adecuada
los fenómenos procesales penales. Pero a ello contribuyen también otras disciplinas no
jurídicas en cuanto aportan bases lógicas, empíricas o técnicas para los distintos
aspectos del desarrollo procesal penal.
Relación con el Derecho Penal: La principal relación se encuentra con el derecho
penal, toda vez que el poder del Estado es puesto en acto por el derecho procesal penal,
en atención a que las normas integradoras penales son realizadas por las normas
procesales penales en su efectividad y aquellas en muchos casos se implantan como
garantía de esa efectiva realización, por lo tanto ninguna duda cabe acerca de que con
gran reiteración ha de ser indispensable acudir a normas penales sustantivas para la
debida solución de los problemas de nuestra disciplina, máxime cuando las leyes
procesales dan muchas veces por sentado, como es lógico, la existencia y contenido de
esas normas sustanciales al proporcionar la construcción procesal.
Relación con el Derecho Constitucional: Se ha observado con razón a “proceso penal
de una Nación” como “el termómetro de los elementos corporativos o autoritarios de
la Constitución” o, con idéntico significado, “como sismógrafo de la Constitución
estatal”, metáforas que describen con propiedad la estrecha unión entre el Derecho
Constitucional y el Derecho Procesal Penal. Es por ello que se piensa que el Derecho
Procesal Penal de en día es, desde uno de los puntos de vista principales, Derecho
Constitucional reformulado o reglamentado, en el sentido del art. 28 de nuestra
Constitución Nacional debido a que la ley procesal penal reglamenta la necesidad del
Estado de llevar a cabo un procedimiento antes de aplicar su poder penal material (nulla
poena sine iuditio), ante la autoridad judicial competente (juez natural), durante el cual
quien es perseguido penalmente no debe ser considerado culpable y por tanto, debe ser
tratado como un inocente (principio de inocencia), y goza de oportunidades suficientes
para una defensa eficaz (inviolabilidad de la defensa), su regulación consiste en
establecer las formas prácticas de actuación de las garantías previstas por la
constitución, para tornarlas eficaces en el procedimiento judicial. A la par de las
garantías citadas, la ley procesal penal reglamenta otras más específicas, también
contenidas en la ley fundamental, tales como la autoridad competente, casos y forma
para la privación de la libertad preventiva, para el allanamiento de domicilio, para el
secuestro de correspondencia y su apertura, las decisiones que prohíben una persecución
penal ulterior (non bis in idem), el remedio del habeas corpus para las detenciones
ilegítimas, de manea tal que las metáforas y apelativos citados al comienzo de este
punto se justifican plenamente.
Relación con el Derecho Procesal Civil: Como ya se ha aclarado para el Derecho
Procesal Penal, también para el Derecho Procesal Civil y los demás derechos procesales
(laboral, contencioso-administrativo) son ramas del Derecho cuya función principal
consiste en realizar los respectivos derechos materiales. Esta función real atribuida al
Derecho Procesal ha alentado en general -sin mucho rigor crítico- la proposición
doctrinaria de tratar al llamado Derecho Procesal como una unidad mediante la creación
de una teoría unitaria del proceso o del Derecho Procesal, a pesar de las diferencias
políticas abismales entre las denominadas ramas del Derecho Procesal, provenientes del
Derecho material al cual sirven y con el que se vinculan profundamente.
Por último cabe decir que nuestra materia mantiene relación con el Derecho Público
Provincial, como así también con el Derecho Internacional, debiendo aclarar que sin
perjuicio de estar vigente el principio lex fori por el cual el tribunal debe aplicar la ley
de enjuiciamiento penal vigente en el ámbito espacial del poder soberano que lo inviste,
existe una rama del Derecho Internacional de los Derechos Humanos que tiene
influencia sobre el Derecho Procesal Penal.
Relación con otras disciplinas no jurídicas:
Varias otras disciplinas, hayan o no adquirido el carácter de ciencia, son también
utilizadas por el Derecho Procesal Penal, ya sea en su estudio teórico, ya en sus
aplicaciones prácticas. Muchos de los aspectos de ellas le prestan valiosos aportes en
una u otra de sus manifestaciones. Por un lado contribuyen a la mejor interpretación de
las instituciones procesales penales, permitiendo advertir su formación, la razón de ser
de ellas mismas o de cada uno de sus elementos, como también la esencia y valor de
cada concreta actividad ante su repercusión en el proceso. Esas disciplinas pueden
favorecer un mayor desarrollo en la efectiva realización del orden jurídico penal,
contribuyendo a la mejor averiguación de la verdad por la adopción de sus métodos
específicos o a la mas justa aplicación de la ley por un superado orden en el
razonamiento. En este orden de ideas podemos mencionar a la Historia y a la Filosofía,
como así también a la lógica, la psicología, la medicina legal en sus diversas
manifestaciones: físico, químico, biológico y experimental.

7 Límites o aplicación de las leyes procesales.


Corresponde ahora ingresar al estudio de la aplicación de la ley procesal penal, con
extensión a los tres aspectos generalmente considerados por la doctrina, o sea, al
espacial o local, al temporal y al personal o subjetivo.
Eficacia Espacial: Con respecto al derecho argentino, la eficacia espacial de la ley
procesal penal se manifiesta desde tres puntos de vista: 1) aplicación de toda ley
procesal penal argentina en su proyección al extranjero o viceversa; 2) aplicación de la
ley procesal penal federal o nacional proyectada en todo el país, y 3) aplicación de la ley
procesal provincial en su proyección hacia otros ordenamientos procesales. En general
estos tres puntos de vista se vinculan con problemas territoriales de la ley penal de
fondo y con lo relativo a la competencia de los tribunales penales.
Al primer aspecto se lo distingue de los otros dos, llamándosele “externo”, y plantea, en
forma general, el problema de la territorialidad o extraterritorialidad de la ley procesal
penal un país frente a los otros países. Los otros dos, plantean problemas internos, pero
éstos no son idénticos. La eficacia espacial de la ley nacional o federal dictada para que
rija en todo el territorio de la Nación, se presente frente a las autonomías provinciales, y
en cuanto esa ley sea local, se proyecta sobre los territorios federales en los cuales las
provincias no gobiernan. La eficacia de la ley procesal penal de las provincias
argentinas se asienta también en el principio de las autonomías locales, pero no ya de
frente a la Nación como entidad integral, sino frente a las demás provincias o a los
territorios federales extraños al gobierno provincial.
Veamos a continuación por separado la consideración externa y la interna.
1º) Ley procesal penal argentina.
Territorialidad: El análisis de la eficacia territorial de la ley procesal penal argentina
considera el conjunto de la legislación procesal penal vigente en el país como una
unidad, a pesar de sus diversas manifestaciones locales, frente a la ley procesal penal
extranjera. El principio a regir, no cabe duda, debe ser el de la territorialidad, por cuanto
el poder de un Estado para actuar la ley penal no puede ir más allá de los límites de la
soberanía. Nuestro Código Penal es actuado por todos los jueces argentinos
competentes, y a tal fin éstos deben aplicar las leyes procesales argentinas, sea la
nacional, sean las provinciales, conforme a los criterios internos de distinción.
Este principio de la territorialidad tiene como fundamento la razón de ser la ley
expresión de la soberanía, y, por lo tanto, esa ley se extiende a todo el territorio donde
esa soberanía se ejercita efectivamente. Por otra parte, trae como consecuencia la
afirmación de la autoridad de la ley procesal penal argentina, federal o provincial, en el
sentido de que solamente ella puede ser aplicada por nuestros jueces, con exclusión
absoluta de toda ley procesal extranjera.
Ni la sentencia penal extranjera ni otro acto procesal penal cumplido fuera del país,
pueden producir eficacia jurídica en nuestro territorio, y tampoco pueden ser ejecutados
válidamente, salvo convenio internacional que expresamente lo autorice. Aquí se
advierte una de las tantas diferencias que existen entre el derecho procesal civil y
nuestra disciplina.
El derecho de asilo está eliminado en nuestro derecho penal y por lo tanto, ningún
espacio del territorio argentino está excluido de la aplicación de la ley procesal penal.
Esto nada tiene que ver con la aspiración o intento de unificar internacionalmente
algunas normas procesales penales, aun cuando más no sea con respecto a la sentencia y
a la ejecución de la condena frente a determinados tipos o categorías de delitos, pues
esto no es extensión de la ley nacional en el extranjero o viceversa, sino uniformidad de
la legislación.
Excepciones al principio territorial: Ahora debemos preguntarnos si en nuestro país
este principio de la territorialidad tiene algunas excepciones. Estas excepciones existirán
si ocurre que para el juzgamiento de un hecho violatorio de la ley penal captado por el
ámbito espacial de su aplicación (art. 1 del Cód. Penal), no se permitiera intervenir a
tribunales argentinos pudiendo hacerlo tribunales extranjeros, o cuando se autoriza a los
tribunales argentinos a aplicar la ley procesal penal extranjera, ya sea para el
juzgamiento de delitos cometidos dentro del territorio argentino o fuera de él.
Ya se ha negado la existencia en nuestro derecho penal del llamado derecho de asilo.
Todo el territorio argentino está sometido a la ley procesal penal argentina, cualquiera
sea el orden procesal que integre, entendiendo territorio en sentido jurídico: comprende
lo encerrado dentro de las fronteras limítrofes, las aguas jurisdiccionales, el espacio
aéreo y las naves nacionales. En general, parece aquí imposible encontrar excepciones,
aun cuando los tribunales argentinos deban aplicar en sus sentencias la ley penal
extranjera.
Con respecto a las naves extranjeras de mar y aire, sin embargo, pueden encontrarse
excepciones provenientes de convenios o de principios de derecho internacional.
Cuando la nave es pública (o de guerra) la excepción es amplia; si fuere privada
(mercante) se autoriza la excepción cuando el hecho no afecta el orden público interno
del país. En estos casos, en realidad, el juez penal extranjero aplica la ley penal del
ordenamiento jurídico al cual pertenece, conforme a la ley procesal penal de su país. Lo
mismo ocurre con los jueces argentinos ante hechos cometidos en naves extranjeras.
Adviértase que hablamos de excepción en estos casos, cuando en el momento de
cometerse el hecho la nave se encuentra en aguas jurisdiccionales de otro Estado o surta
en puertos de éste; pero si incluimos las naves dentro del territorio jurídico del Estado al
cual pertenecen, como lo hemos hecho antes, el planteamiento debe ser inverso: sólo
existiría la excepción cuando la nave privada está en nuestros puertos o en nuestras
aguas jurisdiccionales y el hecho afecte el orden público interno del país.
A estos casos se asimilan aquellos en que, por regir el principio real o de defensa y el
principio universal, debe aplicarse la ley penal argentina por nuestros jueces, actuándola
conforme a nuestras leyes procesales. Esto nos permite sentar el principio de la
territorialidad de una manera más generalizadora: en todo caso que nuestros jueces
penales deban actuar el derecho penal argentino, corresponde proceder conforme a la
ley procesal penal argentina del ordenamiento interno al cual dicho juez pertenezca.
Extradición internacional: Pero esta regla de la territorialidad, que en su
planteamiento procesal absorbe también el principio real o de defensa y el universal
concernientes a la ley penal, trae sin embargo consecuencias internacionales que los
Estados se han preocupado en solucionar para una mejor administración de justicia. Se
tiende a facilitar el juzgamiento, por la ley que en virtud de esos principios corresponda,
de imputados que no se encuentren en el territorio del país o al alcance de sus
autoridades, cuando esas autoridades judiciales son las que deban someterlo a proceso o
ejecutar la pena si se trata ya de condenados. A tal fin entre los Estados se signan
tratados de extradición, sin perjuicio de aplicar la regla de la reciprocidad o los
principios del derecho de gentes. Pero la extradición, tanto activa como pasiva,
trasciende la esfera propiamente procesal penal, siendo más acertado ubicarla en el
derecho penal internacional, por cuanto sus normas fundamentadoras son de naturaleza
sustantiva aunque sean de realización; hacen al poder penal del Estado, ya en cuanto le
imponen su ejercicio en su trayectoria extranacional, ya en cuanto lo impiden.
2º) Ley interna de cada ordenamiento procesal.
Principio territorial: Los otros dos aspectos que hemos mencionado, están referidos a
nuestro derecho interno. Existen como consecuencia del régimen federal de gobierno
pero muestran diversas proyecciones, lo cual nos ha puesto en la necesidad de
distinguirlos, aun cuando concentremos su tratamiento bajo un mismo rubro para
advertir con más claridad los puntos comunes que son muchos.
La unidad de la legislación de fondo en el país, o sea, la vigencia de un único código
penal para ser aplicado por todos los tribunales de la República, muestra un panorama
distinto del anterior. Sin embargo, se mantiene la uniformidad entre la ley de carácter
procesal penal actuante, nacional o provincial, y el tribunal que por medio de ella ha de
actuar el derecho sustantivo.
El principio que rige como criterio general es el de la territorialidad: las provincias y la
Nación tienen determinado un territorio dentro del cual el gobierno se desempeña sin
interferencias de las autoridades de las otras entidades, en lo que respecta sus intereses
locales (supremacía); y discriminadas así las distintas fracciones del territorio argentino,
los tribunales penales de cada provincia o de la Nación deben aplicar como regla la ley
procesal penal que rige en el respectivo Estado provincial o nacional. Peor como los
ordenamientos procesales argentinos no coinciden en realidad con el fraccionamiento
territorial, ya que la justicia nacional se extiende también por todo el territorio de las
provincias, la regla podría ser planteada como lo hicimos frente al derecho externo: los
jueces argentinos deben aplicar la ley procesal penal que rige para el ordenamiento
procesal al cual cada juez pertenece.
Ley procesal penal nacional: Hemos dicho que la justicia nacional sobrepasa los
límites locales de su absoluta y exclusiva legislación, distribuyéndose en todo el
territorio de la República. Por lo tanto, además de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
y territorios nacionales (Antártida y algunas islas), la ley procesal penal de la Nación ha
de ser aplicada también dentro de los límites territoriales de las provincias y por los
jueces federales, en los casos expresos que la Constitución nacional establece.
Mirada esta cuestión con respecto al tribunal que debe intervenir, sería un problema de
determinación de competencia, fundada en el respeto de las autonomías locales y en la
supremacía del gobierno central; pero como los jueces nacionales, cuando deben
proceder dentro del territorio de las provincias, han de hacerlo conforme a la ley
procesal penal nacional, colocados ahora desde el punto de vista de la actuación del
tribunal, es evidente que se está también frente a una cuestión de ley aplicable.
Presentado así este aspecto interno, conforme a nuestro sistema federal de gobierno ha
de concluirse que, como regla, dentro del territorio de cada provincia rige la ley procesal
penal provincial, y por excepción la ley procesal penal nacional a aplicarse por los
tribunales federales. Por lo tanto corresponde determinar cuándo se presenta la
excepción, o sea, cuándo dentro del territorio de las provincias se aplicará la ley
procesal penal de la Nación. La respuesta más clara y al mismo tiempo simple es la
siguiente: en el territorio de las provincias ha de aplicarse sólo en los casos en que, por
exigencia de la Constitución nacional, corresponde intervenir a la justicia federal. De
esta manera el problema se traslada al deslinde entre la competencia común y la
nacional. Con buen criterio la mayoría de los códigos establecen que la jurisdicción
penal de la provincia, y por lo tanto la aplicación del código procesal penal, se extiende
al conocimiento de los delitos o faltas cometidos en el territorio de la provincia, excepto
los de jurisdicción federal o militar. Esa norma es un desarrollo legal del principio
sentado en las respectivas constituciones provinciales, respetuosas de la Constitución
nacional.
Leyes procesales penales provinciales: En cambio, salvo excepciones extremadamente
reducidas, una ley provincial de carácter procesal penal no puede ser aplicada dentro del
territorio de otra provincia considerada como circuito similar. Esta regla se fundamenta
en la garantía del juez natural y está expresamente sentada en el art. 118 de la
Constitución nacional, según la cual “la actuación de estos juicios se hará en la misma
provincia donde se hubiera cometido el delito”, regla que generalmente es ratificada en
forma expresa por los códigos procesales. Sin duda que esta norma constitucional es
determinadora de competencia por razón del territorio y en salvaguarda de las
autonomías locales, pero penetra más allá todavía contemplando la eficacia espacial de
las leyes procesales penales de provincia, lo que se advierte al utilizar la expresión “la
actuación de estos juicios” criminales ordinarios. La voz “juicio” está tomada en el
sentido actual de “proceso”, y si esa “actuación” del proceso penal debe hacerse ne la
provincia donde se cometió el delito, ninguna duda cabe que la Constitución exige la
aplicación de la ley procesal penal de la misma provincia.
Las excepciones a esta regla se encuentran previstas en forma expresa en la misma
Constitución nacional, y pueden también tener vida por medio de tratados parciales
interprovinciales, mientras con ellos no se viole el principio de juez natural. El art. 125
de la Constitución nacional prevé la posibilidad de “celebrar tratados parciales para
fines de administración de justicia”, y ellos podrían prescribir que en ciertos casos la ley
procesal penal de una provincia se aplique en otra, para la cual no sea ley vigente.
El problema discutible sobre extraterritorialidad provincial es el referente a las normas
procesales penales, aplicables por vía de delegación en caso de exhortos entre jueces de
distintas provincias. Estas cuestiones deben resolverse por aplicación del art. 7 de la
Constitución nacional y su reglamentación. Gozar de entera fe significa no poder negar
la autenticidad del acto, y esto no es lo mismo que aceptar sus efectos. Sin embargo,
ante la autenticidad del acto no cabría negar su eficacia mientras con ella no se afecte la
jurisdicción local. Si la medida solicitada, por ejemplo, debe cumplirse conforme a un
trámite que contradiga la ley procesal penal del lugar del juez exhortado o que no está
prevista en ella, si no se afecta la jurisdicción local o el principio del juez natural, el
juez exhortado no tendrá impedimento para cumplir la medida conforme a la ley
procesal penal del juez exhortante.
En el derecho interno es un ejemplo de excepción la ley Nº 22.172, en cuanto permite
que el juez exhortado aplique, a pedido del exhortante, la ley procesal de este último,
esto es, aquélla por la cual tramita el juicio, en lugar de la ley propia del juez que lleva a
cabo el acto, quien, en ese caso, aplica una ley extraña, que no procede del poder
soberano que lo invistió como tal.
Extradición interprovincial: Por último debemos hacer ligera referencia a la
extradición interprovincial de criminales, impuesta obligatoriamente por el art. 8 de la
Constitución nacional. Si bien se trata de un tema de derecho sustancial, sus
proyecciones procesales son muy importantes, pues responde, “sin duda alguna, al
loable propósito de afianzar la justicia en el país”. De ello se deriva, entre otras
posibilidades, la necesidad de cumplir actos procesales ordenados conforme a una ley
provincial por otra provincia cuya ley no la autoriza, como podría ocurrir en casos de
detención. La Corte Suprema de la Nación ha podido legítimamente sostener que los
jueces de una provincia están obligados a cumplir los exhortos en los cuales los jueces
de otra provincia requieran la detención de otras personas “contra quienes se haya
dictado auto de prisión o de simple detención”, porque la extradición de criminales,
como obligación recíproca entre todas las provincias, “es un deber constitucional
ineludible”
Eficacia temporal:
Vigencia de la ley: Considerada la eficacia de la ley procesal penal en cuanto al tiempo,
debemos conocer hasta dónde esa ley se extiende una vez que haya entrado en vigencia
o haya cesado, con respecto al pasado y al futuro. Esto significa resolver si la nueva ley
procesal penal debe atrapar en su formulación las atribuciones, imposiciones o
actividades realizadas conforme a la ley anterior que sustituyó, o solamente las que se
produzcan después, y también si la ley procesal penal sustituida debe o no atrapar
situaciones y actividades posteriores a su derogación.
Como toda ley, la vigencia de la ley procesal penal comienza una vez que ha sido
promulgada y publicada, o una vez fenecido el período de vacación legislativa, cuando
al sancionarla se ha fijado un plazo después del cual recién debe entrar en vigor. El
Código Civil (art. 5) no sólo ha marcado rumbos en este asunto sino que, en ausencia de
previsiones especiales en las otras ramas del derecho, actúa como norma supletoria para
fijar el momento en que la ley debe entrar en vigor y ser, por lo tanto, obligatoria, en
nuestro caso para los tribunales penales y para las personas que actúan ante ellos.
Por el citado art. 5 del Código Civil, la publicación de la ley procesal penal es un
requisito esencial para su vigencia, la que se produce cuando la misma ley lo determine,
por cuanto depende de la voluntad manifestada en ella. El Código Civil no impone esta
norma; simplemente la reconoce como contenido propio de la función legislativa
nacional o provincial. Lo común es que los códigos procesales penales establezcan el
período de vacación, lo cual es indispensable para organizar los tribunales que deben
aplicarlo. La vigencia de la ley desaparece cuando es derogada en forma total. Pueden
existir supresiones o reformas parciales, en cuyo caso pierde su vigor en parte. Como
todo cuerpo sistemático de legislación, los códigos procesales penales son raramente
sustituidos en su totalidad; en cambio son muy frecuentes las reformas parciales. La
derogación se produce cuando entra en vigor la ley derogatoria o si se trata de
derogación tácita, cuando entra en vigor la ley de cuya materia puede inferirse la
derogación de la otra. En materia de sucesión de leyes procesales penales, que existe
con frecuencia, es donde se plantea principalmente el problema de la eficacia temporal
de la ley frente a las atribuciones y sujeciones de los sujetos procesales, al acto
concluido, a la actividad realizada y a los distintos criterios de garantía individual y
social vinculados con el orden público.
Nuestro actual Código de procedimientos penales, establece en su art. 342 que las
disposiciones contenidas en el presente Código se aplicarán desde el 1º de febrero de
2022, para las causas cuyos hechos ilícitos se hubieran cometido a partir de dicha fecha.
Luego en el art. 343 regula la situación de las causas en trámite, disponiendo que: Se
garantiza el derecho al Juez natural y al debido proceso legal, para las causa en trámite
iniciadas con anterioridad a la entrada en vigencia de la presente ley En estos casos los
imputados y procesados podrán optar entre la tramitación del procedimiento previsto en
la Ley Nº VI-0152-2004 (5724 R) Código Procesal Criminal de la provincia de San Luis
o de la presente Ley. Por último establece la ultraactividad del C.P.Crims. al establecer
que para las causas cuyo hecho ilícito se hubiera cometido con anterioridad a la entrada
en vigencia de esta Ley, se prorrogan las disposiciones contenidas en el Código
derogado, por el término de tres (3) años; debiendo concluirse la tramitación de las
mismas en el plazo referido.
Eficacia personal: La ley procesal penal debe ser aplicada a todo aquel contra quien
puede iniciársele proceso, conclusivo en sentencia, por los tribunales correspondientes
al orden procesal en el cual dicha ley está vigente. Por lo tanto, han de quedar excluidos,
en primer término, aquellos a quienes no les alcanza la ley penal, permanente o
transitoriamente, aun cuando habiten dentro del territorio en el cual la ley procesal penal
rige. Así encontramos en primer lugar a las personas que a la fecha de comisión de un
hecho delictivo no han alcanzado la edad de 16 años (inimputables iuris et de iure), pero
no obstante en estos casos puede aplicarse un régimen sancionador correctivo conforme
las previsiones de la Ley penal de minoridad Nº 22.278 y su modificatoria 22.803.
Inmunidades y privilegios: Por razones de orden político institucional o de derecho
internacional público, ciertas personas gozan de inmunidades o de privilegios: los
primeros, absolutos y frente a cualquier ley procesal penal; los segundos, relativos o
temporarios, ya frente a cualquier ley procesal penal o sólo frente a la ley local, por
deber someterse a la ley nacional.
Con respecto a las personas que indicamos en segundo término, en realidad no puede
decirse que estén exentos de los efectos de la ley procesal penal; pero circunstancias
temporales y objetivas fundadas en la investidura pública que ostentan, las apartan de un
determinado ordenamiento procesal o impiden la aplicación de cualquier norma
procesal penal tendiente a una sentencia condenatoria mientras no desaparezca la
investidura.
Investidura pública es algo más que la posesión de cierto cargo o dignidad; es la
cualidad de la persona, reconocida en el orden internacional o político, que la distingue
de los demás habitantes y le permite prevalerse de ciertos privilegios e inmunidades de
orden público. Es forma y medida indispensable para que la función pública se pueda
hacer efectiva. Nace con la recepción del cargo o su reconocimiento, y termina con el
apartamiento voluntario o impuesto de la función. Se comprenden como tales a las
autoridades superiores de los distintos poderes del Estado nacional o de los Estados
provinciales, y a los dignatarios y representantes de soberanías extranjeras recibidos
oficialmente o acreditados en nuestro país. Las prerrogativas de que goza en los
regímenes monárquicos el jefe del Estado, ha sido repudiada por las repúblicas
democráticas. En nuestro país el presidente de la República o los gobernadores de
provincia no gozan de inmunidad, en el sentido de estar exentos de responsabilidad
penal, aun cuando no pueden ser penalmente perseguidos mientras desempeñen el
mandato.
Cuando se trata de autoridades públicas que emanan de la Constitución, nos referimos a
los legisladores, a los jueces y al presidente y vicepresidente de la República o
gobernadores y vicegobernadores de provincias y sus ministros. Sólo puede hablarse de
inmunidad en cuanto a un aspecto de los primeros; en otro matiz de ellos y con respecto
a las demás autoridades, sólo ha de mencionarse la existencia de un privilegio de no
persecución penal temporaria.

8 Sistemas procesales de enjuiciamiento penal: Sistema inquisitivo,


inquisitivo mitigado o mixto y acusatorio.
El proceso penal, como así también el derecho penal, se encuentra íntimamente
relacionado con el modelo político en el que se exterioriza y con el sistema de valores
que lo nutre a éste. Según sea el rol que una sociedad le asigne al Estado, el valor que
reconozca al individuo y la regulación que haga de las relaciones entre ambos, será el
tipo de proceso que admita. En el decurso de la historia, la primacía del Estado dio lugar
a un paradigma llamado “inquisitivo”; posteriormente la primacía del individuo dio
lugar a otro llamado “acusatorio”. Con fundamento en la convivencia de una síntesis
entre las virtudes de ambos, se desarrolló el proceso o sistema mixto.
El “inquisitivo” y el “acusatorio” son bastante más que modelos procesales. En verdad,
representan manifestaciones abiertas o encubiertas de una cultura, pues expresan una
determinada escala de valores, vigente en una sociedad en un momento o en un lapso
histórico determinado.
En el paradigma inquisitivo (que presupone la culpabilidad del acusado), el proceso es
un castigo en sí mismo; la prisión preventiva se dispone por regla general y como un
gesto punitivo ejemplar e inmediato, la pre-suposición de culpabilidad que lo caracteriza
es “preservada” de “interferencias” de cualquier posibilidad defensiva. En lo orgánico
funcional, concentra en una sola persona (un órgano oficial) las funciones
fundamentales del proceso, que son la de acusar, la de defensa y la de decisión; es el
inquisidor, que so pretexto del “triunfo de la verdad” no sólo juzga, sino que también
usurpa los roles del acusador y del defensor. Naturalmente, y según todo lo expuesto, el
imputado es considerado como un objeto de persecución al que se lo desconoce en su
dignidad, no se le respeta ningún derecho, y se pone a su cargo la obligación de
colaborar con la investigación, que se exige aun a la fuerza (v.gr., tortura).
En el paradigma acusatorio que presupone la inocencia del acusado hasta que se prueba
lo contario, el proceso es una garantía individual frente al intento estatal de imponer
una pena; admite la posibilidad excepcional de privar al imputado de su libertad antes
de la condena, pero sólo como una medida cautelar de los fines del proceso y nunca
como una sanción anticipada. Como parte de presuponer la inocencia, no admite ningún
otro medio que no sea la prueba para acreditar la culpabilidad; las funciones de acusar,
defender y juzgar se encomiendan a sujetos diferenciados e independientes entre sí; el
imputado es considerado un sujeto del proceso, a quien se lo respeta en su dignidad y se
le garantiza el derecho de defensa, prohibiéndose obligarlo a colaborar con la
investigación.
Habiendo efectuado una caracterización de ambos sistemas, podemos referirnos al
sistema mixto que cabe agregar, no es autóctono, pues surge con el modelo de Estado
centralizado napoleónico. Su caracterización más adecuada sería la de “inquisitivo
mitigado”, por reflejar más fuertemente las notas, los defectos y las desviaciones
sobresalientes del paradigma inquisitivo que las del acusatorio. Este sistema ha regido
hasta el año 2022 en nuestra provincia.
El sistema acusatorio adversarial que nos rige, se caracteriza esencialmente por
profundizar las características del acusatorio tradicional puro con el aditamento de lo
adversarial en cuanto a la actividad de los sujetos procesales (fiscal y defensa), en el
cual el Juez se el receptor imparcial del trabajo efectuado por las partes en la producción
de la prueba incorporadas durante el debate oral, además cumple la función de dirigir el
proceso, en tanto debe resolver todos los planteos, objeciones, impugnaciones y
peticiones que formulen las partes.

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