El Rosar

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De dónde viene y por qué es tan popular?

El Rosario ha existido por más de 600 años como una devoción importante en la vida católica, pero tal vez
mucho más tiempo.

La historia del Rosario es una aventura que cuenta con numerosos giros inesperados, vueltas, misterios y
milagros. Ya que esta es una “breve” historia del Rosario no hay espacio para compartir más que los hechos más
básicos.

Las fuentes antiguas del Rosario vienen de la temprana y nebulosa historia del Judaísmo y el Cristianismo: (1) los
150 Salmos en la Escritura Hebrea del Antiguo Testamento; (2) la casi universal práctica religiosa de dar
seguimiento a las oraciones contando con cuentas, piedrecillas o marcas en madera o piedra.

Los Salmos emergieron de la tradición Hebrea temprana oral y posteriormente escrita. Los Judíos practicantes
rezaban los Salmos especialmente en la liturgia y en la devoción privada cuando Jesús vivió (¡Jesús los rezaba
también!).

Esta práctica continuó en los primeros siglos del Cristianismo. Los monjes que escapaban de las distracciones
terrenas (o de las cosas que les hacían desconcentrarse) huían al desierto y su tranquilidad para crecer en su
silenciosa relación con Dios. Pronto comenzaron a rezar juntos en comunidad con Salmos escritos en
pergaminos.

Muchos monjes no podían leer o entender el Latín, Griego o Hebreo / Arameo, los lenguajes de los Salmos
cristianos primitivos. La mayoría de las personas ordinarias no eran letrados y no tenían acceso a los Salmos en
pergaminos.

Aún así ellos querían participar en la bella e inspiradora vida de oración de la Iglesia en sus inicios. En lugar de
memorizar los 150 Salmos, comenzaron a sustituirlos por otras oraciones más comunes, como el “Padre
Nuestro”. Agruparon las oraciones en grupos de 50 y contaban piedrecillas para tener presente cuántos habían
rezado

Entregado a Santo Domingo

Los recuentos más antiguos del Rosario que conocemos hoy en día vienen de la época de Santo Domingo (1170-
1221), fundador de la Orden de Predicadores. Él es llamado por muchos el “Padre del Rosario” porque fue clave
en su origen y creación. Fue el primero en implementar la enseñanza de esta sagrada devoción.

Los frailes dominicos y muchos Papas dan cuenta de una experiencia mística donde Santo Domingo recibe un
Rosario de las mismas manos de la Virgen María en el año 1208. Los mismos dominicos y muchos otros
cuestionan la autenticidad de esta historia mas no así el rol de Santo Domingo como padre de la devoción del
Rosario.
El rezo del Rosario continuó creciendo y evolucionando a través de los siglos. En 1571 la Iglesia lo reconoció
como una plegaria oficial tras un evento histórico. En ese año, el Papa San Pío V pidió a todos los cristianos rezar
el Rosario para ayudar a defender la Europa cristiana de ser invadida (o tomada) por los turcos Otomanos.

Durante un combate marítimo de gran proporción, llamado Batalla de Lepanto, el 7 de octubre, la armada
cristiana, más pequeña, triunfó inesperada y espectacularmente sobre la muy superior flota Otomana. Con esta
victoria, el pueblo cristiano reconoció el poder del Rosario. Desde entonces, todos los años se celebra el 7 de
octubre como la Fiesta del Santo Rosario.

El Papa Leo XIII (1810-1903), es el más grande campeón del Rosario que se haya sentado en la Cátedra de Pedro
(1878-1903). Durante su pontificado, escribió 11 encíclicas sobre el Rosario, promulgó numerosas cartas
apostólicas sobre el Rosario, y dio incontables mensajes sobre el Rosario a varias diócesis e institutos religiosos.
Sus encíclicas del Rosario contienen un resumen de todas las afirmaciones que los Papas anteriores habían
hecho acerca del rol de Santo Domingo como “Padre del Rosario” y fundador de la Confraternidad del Rosario.
1
Una moción divina me ha impulsado a escribir este artículo. Como
devoto del Santo Rosario por más de 10 años, sin dejar de acudir a él un
solo día, quiero compartir lo que más me ha llegado e integrado de
estas palabras del Santo Padre Juan Pablo II, emitidas al epicospado, al
clero y a los fieles el pasado 16 de octubre de 2002. No olvidemos que a
fines del siglo XII, en una visión, la Santísima Virgen le encargó a Santo
Domingo de Guzmán difundir el rezo del Santo Rosario.
La Carta Apostólica consta de tres capítulos y 43 números. El Papa Juan
Pablo II termina su carta (n. 43) con una oración del Beato Bartolomé
Longo, apóstol del Rosario, compuesta por él en 1883. Para que seamos
iluminados por la Santísima Virgen María en la asimilación de lo
propuesto por el Papa, la invoco en este momento con esa oración: “Oh
Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo
de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos
del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos
jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el
último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros
labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh
Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana
consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre,
en la tierra y en el cielo”.

2
En el capítulo I, se nos dice que en 1978 el Papa testimonió que el
Rosario es su oración predilecta por su sencillez y profundidad (n. 2),
expresando el concepto de que “el simple rezo del Rosario marca el
ritmo de la vida humana”, para armonizarla con el ritmo de la vida
divina en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo
de nuestra existencia (n. 25). Recitar el Rosario es, en realidad,
contemplar con María el rostro de Cristo (n. 3). El Rosario, comprendido
en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y
ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica
para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la
nueva evangelización (n. 3). Por eso, el Papa proclama el año que va del
16 de octubre de 2002 al 16 de octubre de 2003, Año del Rosario. Con
esta oración se invocará especialmente la paz amenazada en el mundo
y en la familia (n. 39).
3
A fin de evitar su infravaloración injusta y una disminución de su
importancia, el Papa considera que esta oración del Rosario no sólo no
se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la
recuerda (n. 4). El culto a la Madre de Dios es cristológico y el Rosario,
comprendido adecuadamente, es una ayuda, no un obstáculo para el
ecumenismo. El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida
tradición de la contemplación cristiana (n.5). Fomentar el rezo del
Rosario en las familias cristianas, es una ayuda eficaz para contrastar
los efectos desoladores de la actual crisis de la familia, amenazada
cada vez más por fuerzas disgregadoras (n. 6).
Las apariciones de Lourdes y Fátima, en los siglos XIX y XX, han hecho
notar de algún modo la presencia y la voz de la Santísima Virgen para
exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración
contemplativa (n. 7). Innumerables Santos han encontrado en el Rosario
un auténtico camino de santificación, como san Luis María Grignion de
Montfort, san Pío de Pietrelcina o el beato Bartolomé Longo, quien
difundía que “quien propaga el Rosario se salva”(n. 8). Con sus “Quince
Sábados”, Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del
Rosario, alentado y apoyado en particular por León XIII, el “Papa del
Rosario”.

4
La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable (n.
10). Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación
del rostro de Cristo. Su mirada no se apartará jamás de Él. Su mirada es
interrogadora (Lc 2,48), penetrante (cf. Jn 2,5), dolorida (cf. Jn 19, 26-
27), radiante y ardorosa (cf. Hch 1,14). María propone continuamente a
los creyentes los “misterios” de su Hijo (n. 11).
El Rosario es una oración marcadamente contemplativa (n. 12). Pablo VI
subrayó: “Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo
corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de
contradecir la advertencia de Jesús: “cuando oréis, no seáis charlatanes
como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su
locuacidad” (Mt 6,7). Por su naturaleza, el rezo del Rosario exige un
ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la
meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del
corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su
insondable riqueza”.

5
Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la “escuela” de
María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su
mensaje (n. 14). En el Rosario comprendemos a Cristo desde María y
nos configuramos a Cristo con María (n. 15), encomendándonos en
particular a la acción materna de la Virgen María. Siendo María, de
todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas
las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es
la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada
esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo (n.
15). En el Capítulo II, el Papa nos repite lo descrito por el Papa Pablo VI,
de que el Rosario, oración evangélica centrada en el misterio de la
Encarnación redentora es, pues, una oración profundamente
cristológica (n. 18). Y para resaltar el carácter cristológico del Rosario,
el Papa incorpora, dejando a la libre consideración de los individuos y
de la comunidad, contemplar también los misterios de la vida pública
de Cristo desde el Bautismo a la Pasión (n. 19). Durante la vida pública
es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como
misterio de luz: “Mientras estoy en el mundo, Soy luz del mundo”, (Jn
9,5). Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de
Jesús, la contemplación nos lleva a los “misterios de la luz” (n. 21). En
realidad, todo el misterio de Cristo es luz porque Él es “la luz del
mundo” (Jn 8,12). El Papa indica cinco momentos significativos –
misterios luminosos- de esta fase de la vida de Cristo: 1. su Bautismo
en el Jordán (Mt 3,13-16); 2. su auto revelación en las bodas de Caná (Jn
2,1-11); 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión (Mc
1,14-15); 4. su Transfiguración (Mt 17,1-8); 5. institución de la
Eucaristía, expresión sacramental del Misterio Pascual (Mt 26).
Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el
sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de
marcado carácter mariano, parece aconsejable –indica el Papa en el n.
38-trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios
gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda
así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz. No
obstante, no se limita una conveniente libertad en la meditación
personal y comunitaria según las exigencias espirituales y pastorales.
Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se
experimente cada vez más como un itinerario contemplativo (ibid).

6
En el Capítulo III, el Papa nos indica que para comprender el Rosario,
hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor (n.
26). Si la repetición del Ave María se dirige directamente a María, el
acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición
favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo,
verdadero ‘programa’ de la vida cristiana. El Rosario nos ayuda a crecer
en esta configuración hasta la meta de la santidad. A la luz del Ave
María, se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al
cristológico, sino que más bien lo subraya y exalta (n. 33). Repetir en el
Rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios. Pero es
precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo
que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario (ibid).

7
El Rosario no debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia
secular (n. 28). La experiencia de innumerables Santos aboga en su
favor. El Rosario no reemplaza la lectio divina, sino que la supone y la
promueve (n. 29). Meditando los misterios del Rosario debemos llegar a
“imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen” (n. 35). El
Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace
madre, maestra, guía y sostiene al fiel con su poderosa intercesión (n.
37).

El Rosario es una oración orientada, por su naturaleza, hacia la paz (n.


40), por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y
“nuestra paz” (Ef 2,14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el
Rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace
de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo,
con la serena sucesión del Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante
una acción pacificadora que lo dispone a difundir a su alrededor, paz
verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20,21).
El n. 40 continúa diciendo que es además oración por la paz, por la
caridad que promueve. Si se recita bien, el Rosario, favoreciendo el
encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de
Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. En
definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace
también constructores de la paz en el mundo.

8
El Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por
la familia (n. 41). Antes esta oración era apreciada particularmente por
las familias cristianas y ciertamente favorecía su comunión. Conviene
no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia
y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria. La
familia que reza unida, permanece unida. La Liturgia de las Horas y el
Rosario no son dos caminos alternativos, sino complementarios de la
contemplación cristiana. La Pastoral de las familias debe recomendar
con convicción el rezo del Rosario. El Rosario es el itinerario de la vida
de Cristo (n. 42). Hay que rezar con el Rosario por los hijos, y mejor
aún, con los hijos. Nada impide que para los jóvenes, el rezo del
Rosario –tanto en familia como en los grupos- se enriquezca con
oportunas aportaciones simbólicas y prácticas que favorezcan su
comprensión y valorización. El Papa afirma que si el Rosario se
presenta bien, está seguro de que los jóvenes mismos serán capaces
de hacer propia esta oración y de recitarla con el entusiasmo típico de
su edad.
Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece ser
recuperada por la comunidad cristiana (n. 43). El Papa confía en esta
Carta Apostólica, a los teólogos, para que ayuden a descubrir los
fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de
esta oración tradicional.
Finalmente, el Papa nos convoca a todos a tomar con confianza entre
las manos el Rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura,
en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana (n. 43).
“Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios”.

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