La Paciencia, Fruto Del Espíritu
La Paciencia, Fruto Del Espíritu
La Paciencia, Fruto Del Espíritu
El reto es imposible ya que, aunque el hombre sin Cristo pueda aparentar tener tiempos o
temporadas momentáneas de control sobre sus reacciones, el problema radica en el
corazón. Así que, no importa qué método se use, el problema siempre estará ahí.
La palabra griega para "paciencia" usada en Gálatas 5:22 es makrothumia, significa
"templanza" o "longanimidad". La palabra griega es un compuesto de dos palabras que
significan "largo" y "temperamento". Tiene que ver con tolerancia frente a las ofensas y las
heridas infligidas por otros, la disposición serena para aceptar las situaciones que son
irritantes o dolorosas.
No hay espíritu de rencor, es un equilibrio de todos los temperamentos y pasiones,
completamente opuesto al enojo. Cuando hay paciencia hay constancia, firmeza y
perseverancia, el que es paciente es tolerante, clemente indulgente, Significa también:
Resistir con paciencia.
En el A.T. Bíblicamente es una sujeción ejercida por Dios, que se origina en el amor de Dios.
"AREK" en (gr.) Significa "LARGO". Se dice que Dios es largo, o lento para airarse, esta idea
se expresa exactamente en longanimidad, definida como por un prolongado aguante
mental antes de dar lugar a la ira.
El fruto que hoy nos ocupa longanimidad o paciencia. Es la actitud que no se irrita
fácilmente, sino que soporta tanto las adversidades de la vida como los rudos golpes que
nos asestan los hombres. Encuentra su perfecta manifestación en Cristo en el curso de su
ministerio terrenal, «quien cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando
padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente» (1 Ped. 2:23).
El testimonio y el servicio del cristiano han de realizarse frente a la oposición de Satanás, en
medio de la persecución de los enemigos del Evangelio y a pesar de la incomprensión de
muchos hermanos. Por eso es preciso que el Espíritu produzca en nosotros la
«longanimidad», pues de otra forma estropearemos nuestro testimonio por vernos
envueltos en luchas carnales, en la defensa propia y en la condenación acerba de otros.
Mejor es que recibamos la exhortación de Santiago: «Mas tenga la paciencia perfecta su
obra, para que seáis perfectos y cabales (en madurez espiritual), sin faltar en alguna
cosa» (Sant. 1:4).
Cuando la Biblia habla de paciencia, sobre todo como uno de los frutos del Espíritu, y como
una de las características del amor, habla de ella como una virtud que va mucho más allá de
la mera habilidad de esperar algún beneficio futuro. Se trata de más del descanso o la paz
del alma que confía en el tiempo perfecto de Dios.
La paciencia que está a la vista aquí se centra más en las relaciones interpersonales con
otras personas. Es la paciencia de la longanimidad y la tolerancia en medio de daños
personales. Esta es la paciencia más difícil de todas. Cuando somos heridos por otros,
anhelamos vindicación, una vindicación que sea rápida. Tememos que el axioma “la justicia
retrasada es justicia denegada” hará sus estragos en nuestras almas.
Pablo nos dice en 1 Corintios 13 que el amor es sufrido. Esta imperturbable, tolerante
paciencia debe ser el reflejo en los cristianos del carácter de Dios. Es parte del carácter de
Dios ser lento para la ira y rápido en misericordia.
La paciencia de Dios es larga pero no infinita. El advierte que hay un límite a Su paciencia,
que Él no extenderá. De hecho, Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo, y ese
día marcará el punto final de los esfuerzos de Dios con nosotros. También marcará el día de
la reivindicación por la paciencia de sus santos.
Dios mismo es “lento para la ira” (Sal. 86:15) y espera que sus hijos también lo sean. Así
como los creyentes nunca deben menospreciar “las riquezas de su benignidad, paciencia y
longanimidad” (Ro. 2:4), también deberían manifestar en sus vidas esos atributos de su
Padre celestial.
En los últimos días, incrédulos arrogantes afrontarán a los cristianos con esta pregunta:
“¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres
durmieron, todas las cosas permanecen, así como desde el principio de la creación” (2 P.
3:4). En sus mentes entenebrecidas por el pecado, los incrédulos no pueden ver que será
como en los días de Noé, cuando Dios retrasó con paciencia el diluvio para dar a los
hombres más tiempo de arrepentirse (1 P. 3:20).
Es también por causa de su paciencia y misericordia que Él demora la segunda venida de
Cristo y el juicio de los incrédulos que la acompaña, “no queriendo que ninguno perezca,
sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Pablo confesó que, a pesar de haber sido el primero entre los pecadores, halló misericordia
ante Dios “para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo
de los que habrían de creer en él para vida eterna” (1 Ti. 1:15–16).
Sin duda, una paciencia imperturbable es uno de los ejercicios más difíciles que podemos
lograr. Está sujeta a prueba todos los días. Tales pruebas pueden robarse nuestro amor,
nuestra esperanza y nuestra fe. Esta erosión puede dejarnos destrozados y amargados. En
este sentido, debemos atarnos al mástil y mirar a los múltiples testigos que la Escritura
ofrece del pueblo de Dios que sufrió tales pruebas y tribulaciones.
Vemos a Job, la clásica comparación de paciencia, que clamó desde el estercolero: “Aunque
él me mate, voy a confiar en él”. La paciencia de Job era meramente una pantalla externa
de la fe de Job, la esperanza de Job, y el amor de Job.
En Romanos 2:4, cuando Pablo nos habla sobre el justo juicio de Dios vemos que hemos
sido alcanzado por medio de Su benignidad y paciencia, las cuales son características que
le pertenecen exclusivamente a ÉL. La paciencia de un Dios justo que por amor espera por
aquellos que han de responder a su llamado es una muestra del carácter de Dios. Cuánta
misericordia puede mostrar un Dios Santo por aquellos que alcanza.
Esto le da una perspectiva correcta a la “paciencia” que debemos ejercer con otros.
Regularmente pensamos que la paciencia es el esfuerzo personal que debemos hacer
para entender a otros en su proceso de cambio, si es así, esto es un esfuerzo meramente
humano que, aunque a veces parezca espiritual, no lo es.
La verdadera paciencia es aquella que nace de Dios la cual nos guía en los momentos o
situaciones difíciles y nos da paz, ya que nos hace saber que Dios tiene el control de todo.
Dios va desarrollando en nosotros paciencia para otros mientras más nos dejamos guiar por
Él. Su poder y bondad para nuestras propias vidas son necesarias para que, así como las
otras virtudes del fruto del Espíritu, la paciencia cada día sea más visible en nuestras vidas.
Cuando nuestra perspectiva es clara sabemos que las pruebas son la manera de Dios para
perfeccionar la paciencia.
Mientras más crecemos en la fe, más la paciencia debe manifestarse en nuestras vidas y
reflejar el carácter de Cristo. Seamos agradecidos, busquemos sus propósitos y recordemos
sus promesas, las cuales son una extensión de su amor, la misma extensión que debemos
tener por otros.
Algunos dicen: “No pidas a Dios que te dé paciencia, porque seguro que te mandará una
prueba”. Pero de una manera u otra Dios permitirá que pasemos por su escuela para ir
formándonos a la imagen de Jesús.
Pidamos a Dios que se cumpla su Voluntad en nuestras vidas, todo depende de qué actitud
tomemos ante cada circunstancia; ante la impaciencia, las mentiras de Satanás y una mente
negativa, nuestra edificación y fe en Dios será destruida.
Pero ejercitando la paciencia, creyendo la verdad de Dios y una mente positiva seremos
edificados y el fruto irá madurando.
Recordemos que Dios es el ejemplo máximo de paciencia, así que esperará y dispondrá
todo hasta que cambiemos de actitud.
Probablemente has escuchado el dicho que dice: “La paciencia es una virtud”. Pero a juzgar
por la sociedad que nos rodea, pareciera que no es una virtud que muchos quisieran
desarrollar. A menudo escuchamos expresiones como “se me está acabando la paciencia” o
“!no tengo paciencia para la gente como usted!”
¡Hoy en día pocos consideran que la paciencia sea una virtud! ¡No queremos esperar, y
definitivamente no queremos sufrir!
Los creyentes tienen el mandato de imitar la paciencia de su Señor: “vestíos, pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de
humildad, de mansedumbre, de paciencia”, en especial con los hermanos en la fe,
“soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef. 4:2). Este versículo asocia la
paciencia con trabajar pacientemente con los demás, aunque no sea algo placentero para
nosotros.
Una parte en Colosenses 3:12-13 utiliza el mismo lenguaje, pero le agrega otro
componente. Se nos dice que debemos vestirnos como escogidos de Dios…. “de paciencia;
soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra
otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Esta escritura
nos indica que la paciencia está relacionada con el perdón. Estas dos escrituras vienen de
secciones que describen cómo debe actuar el “nuevo hombre” lleno del Espíritu Santo.
Después de ver tantos conceptos encontramos una nueva definición para la Paciencia.
¿Qué es paciencia? Es la paciencia divina y la misericordia que debemos mostrar a los
demás, que refleje lo más fielmente posible la paciencia y la misericordia que Dios tiene con
nosotros.
Es cuando toleramos a los demás, pasamos por alto sus errores y acciones desconsideradas
y sinceramente los perdonamos por sus ofensas reales o imaginarias contra nosotros.
¿Por qué quiere Dios que seamos pacientes?
De la misma manera que ocurre con los otros frutos del Espíritu, Dios quiere que seamos
como Él. Dios se preocupa por toda la humanidad; y lo hace con una compasión
impresionante, misericordia y paciencia.
En Salmos 130:7, dice: “Espere Israel al Eterno, Porque en el Eterno hay misericordia, Y
abundante redención con él”. Dios nos dio el ejemplo de misericordia y redención.
Él espera pacientemente (y ha esperado) que nosotros como seres humanos nos
arrepintamos y dejemos de destruirnos entre nosotros. Dios quiere que nos volvamos a él,
y cuando lo hacemos, incluso nos promete que nos va a ayudar a vencer.
El proceso de pasar de una naturaleza humana egoísta (lo que la Biblia llama “el antiguo
hombre”) a una nueva creación en Cristo puede ser lento y frustrante, pero Dios nos guía
con amor y nos ayuda con una increíble paciencia. Y Él quiere que seamos como Él y
seamos igual de pacientes con los demás.
En su definición más profunda y a la vez simple, la vida cristiana fiel es una vida que se
vive bajo la dirección y por el poder del Espíritu. Ese es el tema de Gálatas 5:16–26, pasaje
en el cual Pablo llama a los creyentes a “andad en el Espíritu” (vv. 16, 25) y ser “guiados por
el Espíritu” (v. 18).
El fruto del Espíritu Santo es el resultado de la presencia del Espíritu Santo en la vida de
un cristiano. Es la obra del Espíritu Santo conformarnos a la imagen de Cristo,
haciéndonos más parecidos a Él. La voluntad del hombre tiene un papel activo y su
compromiso diligente es requerido.
El fruto de la acción siempre debe proceder del fruto de la actitud, y esa es la clase de
fruto que constituye el enfoque de Pablo en Gálatas 5:22–23. Si tales actitudes
caracterizan la vida de un creyente, será inevitable la manifestación del fruto activo de
buenas obras.
En los versículos 22 y 23 que estamos compartiendo en esta semana, Pablo hace una lista
de nueve características representativas del fruto piadoso que el Espíritu Santo produce en
la vida de un creyente. Lo más importante que debe recordarse acerca del tema es que no
se trata de múltiples características espirituales sino de un solo fruto cuyas propiedades
son inseparables entre sí. Esas características no se pueden producir ni manifestar de
manera aislada.
Las nueve manifestaciones del fruto del Espíritu son mandadas a los creyentes en el
Nuevo Testamento. También en cada caso, Jesús puede verse como el ejemplo supremo y el
Espíritu Santo como la fuente.
Sólo en Cristo se ha manifestado plenamente el fruto del Espíritu, pues sólo en él se veían
siempre el amor, el gozo, la paz, la longanimidad, etc. Pero es el Espíritu de Cristo quien
toma posesión del corazón del creyente de modo que su semejanza puede ser
reproducida en quienes se han recreado en su imagen, siempre que la sumisión de la fe
permita que se desarrollen plenamente las operaciones del Espíritu. El que es guiado por el
Espíritu, andando por la ayuda del Espíritu, según las normas de la santificación que ya
hemos considerado también, llevará el fruto del Espíritu en su vida. El fruto de un árbol no
puede esconderse y por él la naturaleza del árbol es conocida, de modo que se trata de
mucho más que unas buenas intenciones. Nuestros familiares y compañeros han de percibir
las virtudes de Cristo en nuestras vidas.