Cristo en Salmos
Cristo en Salmos
Cristo en Salmos
INTRODUCCIÓN:
Durante todo este mes nos enfocaremos en Cristo, como el fundamento de la alabanza y la
sabiduría en los libros de los Salmos, Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los cantares, para
descorrer el velo y descubrir a nuestro Señor en diferentes facetas en cada uno de ellos.
Los Salmos, llamados también Tehilim que en hebreo significa “Alabanzas” fueron escritos por
David, Salomón, Moisés, Asaf, los hijos de Coré, de Ethan, de Hernán y otros autores cuyos
nombres no conocemos desde tiempos inmemoriales. Los Salmos, que son 150, están compuestos
por 5 secciones o colecciones de cánticos que los israelitas utilizaban en sus cultos de adoración y
alabanza.
Para Jesús los Salmos fueron inspirados por el Espíritu Santo, es decir, Dios habló por medio
de ellos. En Marcos 12:36 Jesús dijo “Porque el mismo David dijo por el Espíritu Santo: Dijo el Señor
a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”, que es
la cita exacta del Salmo 110:1; y después que resucitó y se reunió con sus discípulos les habló
diciendo: “Estas son las palabras que os hablé estando aún con vosotros, que era necesario que se
cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lucas
24:44).
Más aún, para el apóstol Pablo, por medio de los Salmos podemos ser llenos del Espíritu
Santo. En Efesios 5:18-19 escribió “…sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos,
con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones…” Es decir,
podemos ser llenos del Espíritu “hablando” o “recitando” salmos, y también cantando.
Y no solamente podemos ser llenos del Espíritu por medio de los salmos, sino que podemos
desatar el poder de Dios orando y cantando como ocurrió en la cárcel de la ciudad de Filipos. En el
libro de Hechos 16:25-26 se nos dice: “Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a
Dios y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los
cimientos de la cárcel se sacudían y al instante se abrieron todas la puertas y las cadenas de los
presos se soltaron”. Todo esto ocurrió mientras Pablo y Silas oraban y cantaban himnos.
Por eso, nosotros, los que creemos en Cristo cantamos en nuestras reuniones. Porque no se
trata solamente de una liturgia o de un programa de un culto donde se incluye el canto
congregacional, sino que se trata de la manifestación del poder sobrenatural en nuestras vidas que
puede abrir puertas y romper cadenas como ocurrió con Pablo y Silas. Así que al saber esto, es
probable que cambie totalmente nuestro concepto del canto en la iglesia, o en un grupo familiar o
simplemente a solas en la presencia de Dios, porque mientras cantamos puede descender el
Espíritu Santo sobre nosotros. Mientras cantamos pueden ocurrir milagros e incluso los mismos
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cimientos pueden ser sacudidos y temblar cuando el pueblo de Dios canta con la unción del cielo. Y
cantar los salmos no es lo mismo que cantar cualquier cosa, porque cantar salmos es cantar la
Palabra de Dios, es cantar lo que el Espíritu Santo habló, es cantar con el corazón y el sentir de
Dios.
Salmos 2:7-8 “Yo publicaré el decreto, Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú, yo te engendré
hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra”.
Este es un salmo claramente referido a Cristo, es decir, es un salmo mesiánico, que fue
recordado por los apóstoles y toda la iglesia cuando fueron amenazados y se les prohibió predicar
que Cristo había resucitado, entonces toda la iglesia unida de manera unánime, a una sola voz
oraron diciendo “Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que
en ellos hay, que por boca de David tu siervo dijiste ¿Por qué se amotinan las gentes y los pueblos
piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra y los príncipes se juntaron en uno contra el
Señor y contra su Cristo” (Hechos 4:24-26). Toda la iglesia repitió de memoria el salmo 2, porque lo
había cantado muchas veces, y ahora repetían palabra por palabra en su oración. Porque cuando
uno se llena de la Palabra de Dios cuando ora lo que ora es Palabra de Dios.
Es mismo Salmo por medio del cual unánimes oraron, también dice “Jehová me ha dicho: Mi
hijo eres tú, yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya
los confines de la tierra”. Esta es una promesa para todos los que fueron engendrados por Dios, es
decir, es una promesa para todos los que recibieron a Jesucristo, porque en el evangelio de Juan
1:13 dice “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios”. En consecuencia, fuimos engendrados de Dios en el momento que recibimos a
Cristo. En ese momento Dios nos dijo “Mi hijo eres tú, yo te engendré hoy”, y allí mismo nos dio esta
promesa “pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la
tierra”.
Y como toda promesa de Dios, está sujeta a una condición, y la condición es “pídeme”.
“pídeme y te daré”. Somos hijos de Dios, y por ser hijos de Dios, Dios nos dio su herencia, y su
herencia es “y te daré las naciones”. “Pídeme y te daré”, no un terreno, no una casa o una propiedad
o un campo, sino “te daré las naciones”. Y cuando pedimos las naciones como herencia debemos
recordar que estamos en Cristo, y Cristo en nosotros, y lo que pedimos es en nombre de Cristo y
para Cristo, para que todas las naciones, pueblos y lenguas sean salvas en él.
Podríamos preguntarnos ¿Por qué debemos pedir por las naciones? Y la respuesta es:
porque Dios nos pide que lo hagamos. Pedir como herencia a las naciones escapa de nuestra
imaginación la dimensión de lo que Dios quiere que pidamos, pero cobra sentido cuando es para
Cristo. Las naciones para Cristo.
Y para esto debemos creerle a Dios, debemos creer en esta promesa de Dios, y proclamarla
en nuestra oración. “Señor, te pido las naciones por herencia y los confines de la tierra como
posesión de Cristo para que sean salvas, para que tu reino venga y tu voluntad sea hecha”. Te
animo hermano que oremos para que los reinos del mundo lleguen a ser de nuestro Señor.
El salmo 22 comienza así “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?” Estas son las
mismas palabras que Jesús pronunció Jesús cuando estuvo clavado en la cruz, de lo que deducimos
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que estuvo recitando este salmo de memoria mientras estaba agonizando. Al repetir este salmo
Jesús estaba cumpliendo todo lo que de él decía. Es una profecía que se estaba cumpliendo.
Todo lo que los evangelios describieron al relatar la crucifixión de Cristo estaba escrito en el
salmo 22 que anticipó o profetizó su sufrimiento en la cruz. Este salmo dice “Todos los que me ven
me escarnecen, estiran la boca, menean la cabeza diciendo: Se encomendó a Jehová, líbrele él,
sálvele, puesto que en él se complacía”. En el evangelio según san Mateo 27:39 dice “Y los que
pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo y en tres días lo
reedificas, sálvate a ti mismo si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz…Los fariseos y ancianos
decían “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar, si es el Rey de Israel, descienda ahora de la
cruz, y creeremos en él. Confió en Dios, líbrele ahora si quiere porque ha dicho: Soy Hijo de Dios”
(43).
Como vemos, los salmos no sólo se cantaban sino se recitaban del mismo modo como lo hizo
Moisés en Deuteronomio 32:44 “Vino Moisés y recitó todas las palabras de este cántico a oídos del
pueblo,…” Moisés no cantó sino que recitó el canto. De igual modo lo hizo Jesús desde la cruz,
recitó el salmo 22 a modo de oración, y lo hizo en lugar de todos los hasta el día de hoy dicen “Dios
mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?” porque en la cruz Jesús llevó los sufrimientos y
dolores de la humanidad, cargó sobre sí mismo todo el desamparo, la soledad, las enfermedades,
las angustias junto con el pecado, las transgresiones y toda maldición. Todo lo cargó en su cuerpo
porque nos amó hasta la muerte, y muerte de cruz. Como dice Isaías “más él herido fue por nuestras
transgresiones, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros curados”.
Si en tu angustia dijiste “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” mira un
momento a Cristo diciendo las mismas palabras desde la cruz, sintiendo lo que sientes, para que
pongas tu fe en él, quien llevó sobre tus angustias y pecados, tal como está escrito en 1 Pedro 2:24
“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia, y por cuya herida fuisteis sanados”. Porque Dios sana
nuestra alma en Cristo Jesús. Así que al recitar un salmo en ocasiones podrás sentir que Dios te
está sanando, alentando, consolando, fortaleciendo y llenando tu vida de esperanza y fe, porque lo
que estás recitando viene del Espíritu de Dios.
De pronto, en el mismo salmo 22 el panorama cambia a partir del versículo 22. El grito de
angustia del que horadaron sus manos y sus pies se apaga y desaparece. Nace un nuevo día y la
tristeza y el dolor ya no están más. El que comenzó con la frase “Dios mío, Dios mío ¿por qué me
has desamparado? Ahora está diciendo que va a anunciar el nombre de Dios a sus hermanos.
“Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te alabaré”.
Los primeros cristianos entendieron que el que dijo “anunciaré tu nombre a mis hermanos” fue
Cristo Jesús. Porque cuando las mujeres que fueron corriendo llenas de gozo y temor para decir a
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los discípulos que Jesús había resucitado, en el camino se encontraron con Jesús, y según Mateo
28:10: “…Jesús les dijo: No temáis, id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y
allí me verán”. Jesús no dijo “dad las nuevas a mis discípulos” o “a los apóstoles”, sino dijo “dad las
nuevas a mis hermanos”. Aquellos que lo abandonaron, aquellos que lo negaron y juraron que no lo
conocían, Jesús no tuvo vergüenza de ellos por lo que hicieron, sino que los llamó “hermanos” como
dice Hebreos 2:11-12 “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos, por lo
cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en
medio de la congregación te alabaré”.
Y el apóstol Pablo fue más lejos al escribir en Romanos 8:29 “Porque a los que antes conoció,
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos”. Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Unigénito significa
“único hijo”, y Dios no tenía otros hijos, solamente Jesucristo, y amó tanto al mundo “que dio a su
Hijo unigénito para que todo aquel que en el crea no se pierda mas tenga vida eterna”. Pero después
de morir en la cruz y resucitar de los muertos Cristo Jesús se convirtió en “primogénito”. Primogénito
significa “primer hijo”, y Cristo fue el primer hijo que Dios resucitó entre muchos hermanos que
también resucitará como resucitó a Cristo. Por eso, todos los que recibimos a Cristo nos convertimos
en sus hermanos. Somos hermanos de Cristo y él no se avergüenza de nosotros. Al ser hermanos
de Cristo somos miembros de la familia real, tenemos un linaje glorioso y miembros de la familia de
Dios. ¿Puedes imaginar esto? ¿Sabes lo que es ser hermano de Jesucristo y coheredero con él?
Significa que tanto Cristo como nosotros recibimos la misma herencia, como dijo Pablo en Romanos
8:17 “Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Así que si piensas
que eres un “don nadie”, o que no vales nada, o te sientes inferior ante otros, déjame decirte que
estás equivocado. Si recibiste a Cristo eres hijo de un rey, eres hermano de Cristo y coheredero con
él.
Y de pronto el Salmo 22 abre un portal para que veamos el futuro diciendo: “Se acordarán y
se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán
delante de ti, porque de Jehová es el reino y él regirá las naciones. Comerán y adorarán todos los
poderosos de la tierra, se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo. Aun el que no
puede conservar la vida a su propia alma. La posteridad le servirá…” (y concluye) “Vendrán y
anunciarán su justicia, a pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto”. Ese pueblo “no nacido
aún” somos todos nosotros, porque Dios nos hizo su pueblo.
CONCLUSIÓN:
Después de saber todo esto ¡cómo no cantar y alabar a nuestro Dios! Si por medio de los
salmos podemos ser llenos del Espíritu Santo, si por medio de la oración y el canto la tierra puede
temblar y las puertas de las cárceles abrirse y las cadenas caer. Si por los Salmos podemos oír a
Dios que nos dice “Pídeme”, “pídeme y te daré por herencia las naciones”, por los Salmos sabemos
que las manos y los pies de Cristo serían horadados en la cruz desde hace más de mil años. Si por
medio de los Salmos se nos revela que pertenecemos a la familia de Dios y reinaremos con él por la
eternidad.
¿Cómo podríamos, entonces, negarnos a recibir a Cristo? ¿Cómo podríamos rechazar su
invitación cuando él solo quiere hacernos bien?