Reporte Ipbc 2024 Final

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Reporte del instituto promotor del bien común

Edición 2024

El auge del populismo


y el futuro de la democracia en América Latina

Mathias Nebel | Editor


UPAEP
Emilio José Baños Ardavín, Rector
Mariano Sánchez Cuevas, Vicerrector Académico
Jorge Medina Delgadillo, Vicerrector de Investigación
Javier Taboada, Director Editorial

Reporte del Instituto Promotor del Bien Común/ El auge del populismo y el futu-
ro de la democracia en América Latina.
Primera edición, 2024

Derechos reservados® de los textos, Matthias Nebel, Lorenzo Córdova, María Es-
peranza Casullo, Israel Covarrubias, Fernando Rodriguez, Herminio Sánchez, Juan
Pablo Aranda, María del Rosario Andrade.
D.R.® Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.

Comité Editorial
Dr. Mathias Nebel, Editor
Mtra. Olivia Verónica Ponce Xelhua, Ayudante de edición

ISBN Volumen: 978-607-8631-83-4


ISBN Obra Completa: 978-607-8631-71-1
Hecho en México

Diseño: Isabel Ponce

This work is licensed under the Creative Commons Attribution - Non Commecial-No Derivatives
4.0 International License. To view a copy of this license, visit http://creativecommons.org/licenses/by-
nc-nd/4.0/ or send a letter to Creative Commons, PO Box 1866, Mountain View, CA 94042, USA.
El auge del populismo
y el futuro de la democracia en América Latina
Comité Científico Instituto Promotor del Bien Común
Dr. Mathias Nebel, Director
Dr. Clemens Sedmak
Dr. Paul Dembinski
Dra. María Luisa Aspe Asmella
Dr. Ignacio Cosidó Gutiérrez
Dr. José Ramón Amor Pan
Reporte del instituto promotor del bien común

Edición 2024

El auge del populismo


y el futuro de la democracia en América Latina

Mathias Nebel | Editor


Editorial: Populismo y democracia
Mathias Nebel 9

Capítulo uno: Populismo, sus riesgos y la resiliencia democrática

Lorenzo Córdova Vianello 18

Capítulo dos: El populismo, ¿tumba de la democracia en Latinoamérica?


María Esperanza Casullo 26

Capítulo tres: El debate democrático: posibilidades y límites


Israel Covarrubias 34

Capítulo cuatro: Democracia, políticas identitarias y populismo


Fernando Rodríguez Doval 41

Capítulo cinco: La universidad y la formación de una cultura política democrática


Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo 48

Capítulo seis: Resentimiento, democracia y populismo


Juan Pablo Aranda 56

Capítulo siete: El bien común: ¿A qué se parecería un país para todos?

María del Rosario Andrade Gabiño 62


9

Editorial: Populismo y democracia.


Mathias Nebel*
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla

Introducción

C omo lo menciona su título, este Reporte investiga la relación existen-


te entre populismo y democracia en América Latina. A diferencia de
la experiencia europea y estadunidense, el populismo en la región se carac-
El populismo en la re-
gión se caracteriza por
ser tanto de izquierda
teriza por ser tanto de izquierda como de derecha y de estar estrechamente
como de derecha y ser
ligado a las injusticias estructurales que plagan sus sociedades. Hay, por lo estrechamente ligado a
mismo, una peculiaridad latinoamericana en la relación entre populismo y las injusticias estruc-
democracia que este Reporte intenta desplegar. Lo que sigue funge como turales que plagan sus
introducción al mismo y corresponde a una reflexión personal, propiciada sociedades.
por las diversas intervenciones del Congreso IPBC 2023.
Características centrales de los movimientos populistas en América Latina

E l concepto de populismo, al igual que el de democracia, es comple-


jo y ambiguo. Abordar este antiguo fenómeno, ya investigado por
Aristóteles, es hoy en día nuevamente pertinente para poder plasmar a las
diversas fuerzas políticas que trabajan las democracias liberales actuales.
Estas fuerzas políticas «nuevas», aquí como en el resto del mundo, alteran
el marco institucional democrático surgido al final de la Segunda Guerra
Mundial y modifican el espectro de la representación partidista clásica.
Se trata de una transformación compleja, multiforme, pero que comparte
rasgos principales identificables, como:

*De nacionalidad Suiza, Mathias Nebel es Profesor investigador de tiempo completo de Ética Social
y Pensamiento Social Cristiano en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP:
Mexico). También es director del Instituto Promotor del Bien Común en la misma Universidad. Fue
anteriormente Profesor asociado de Teología moral y Chaire Jean Rodhain al Institut Catholique de
Paris. Entre 2011 y 2016 fungió como director creador de la Fundación Caritas in Veritate en Ginebra.
10 Editorial

1. Polarización del espectro político. Una polarización del espectro políti-


co según un antagonismo entre élite y pueblo, entre poderosos y descartados,
entre ricos y pobres, entre representantes del sistema y personas que buscan
la ruptura y remplazo de este sistema. De manera crucial, la categoría del
conflicto llega a ser, en los populismos, no sólo el eje central de toda políti-
ca, sino el valor fundante que estructura la política. El conflicto es el origen
y la redención de la esfera política.
2. Líderes carismáticos. Del mismo modo, se observan el surgimiento
de nuevos líderes políticos que se asumen como defensores de los pequeños,
olvidados y humillados, o como parangones de identidades marginales
que el sistema político tradicional ha oprimido y no reconoce. Estos lí-
deres carismáticos, según la vieja categoría de Weber, son la cara de su
movimiento; encarnan la voluntad popular, al pueblo y sus aspiraciones,
y le dan un rostro y una voz.
El electorado está
3. Auge de las pasiones políticas colectivas. También es característico de
legítimamente enojado
e impaciente por la me- los populismos el abandono de la racionalidad y de la objetividad como ele-
diocridad e ineficiencia mento estructurante del debate público y de las políticas públicas. La racio-
del sistema político nalidad y objetividad de la esfera pública se ven remplazadas por el carácter
tradicional y su incapa- estructurante de emociones colectivas, peculiarmente la legitimación y movi-
cidad para representar lización del resentimiento y del odio hacia el adversario político, y un desdén
y atender las necesida- para un conocimiento fáctico de la realidad como base de la política pública.
des y exigencias de la 4. Voluntad de ruptura del sistema existente. Una voluntad de ruptura y
población. El populis- transformación radical del sistema social y político viene, así, a reorganizar
mo corresponde así a la
el espectro político. Lo que está en juego no es únicamente un cambio de
transformación posmo-
derna de la sociedad. políticas sociales o económicas del gobierno de turno, sino un cambio del
marco institucional mismo de la política como tal, cambio presentado, a su
vez como un regreso a una forma más auténtica y real de democracia.
5. Colapso de los partidos tradicionales. A la par con los elementos
anteriores, se da un colapso de las diferencias entre partidos tradicionales.
Las diferencias ideológicas entre estos partidos se esfuman y parecen ser
ahora irrelevantes frente al movimiento populista que las denuncia, pre-
cisamente, como un mero metadiscurso que encubre la dominación de
«unas élites» sobre «el pueblo».
Estos cinco rasgos característicos permiten capturar el fenómeno populis-
ta, pero ciertamente no lo agotan. Sin lugar a dudas, la reorganización que
estos movimientos políticos opera actualmente en el continente latinoa-
mericano tiene ramificaciones más profundas, que todavía no entendemos
bien o no sabemos descifrar. Pero, a pesar de su carácter esquemático, esta
lista tiene el mérito de esclarecer lo que se entiende por populismo y así
abrir la cuestión de su relación con la democracia.
Mathias nebel 11

Claves de lectura del populismo en su relación con la democracia

D e manera esquemática, tres comprensiones de la relación entre po-


pulismo y democracia pueden ser avanzadas. La primera diverge de
las dos anteriores y corresponde a una legitimación democrática de los mo-
vimientos populistas, mientras que las dos últimas son convergentes al leer
los populismos como formas de una subversión profunda o, incluso, de una
perversión radical de la democracia.
a) El populismo: profundización y radicalización de la democracia liberal
Para esta primera línea de interpretación representada principalmente por
los trabajos de Laclau, Mouffe y Errejón1, el populismo corresponde a una
trasformación del electorado. Este se hubiera vuelto, en la posmodernidad,
más consciente y educado, por lo mismo, más exigente. El electorado está
legítimamente enojado e impaciente por la mediocridad e ineficiencia del
sistema político tradicional y su incapacidad para representar y atender las
necesidades y exigencias de la población. El populismo corresponde así a
la transformación posmoderna de la sociedad: su aceleración, su pluralismo
y ausencia de consenso duro, sus minorías que revindican reconocimien-
to, etcétera. Desde esta óptica, el populismo es sano. Corresponde a una
evolución de la representatividad ciudadana que exige ser más adecuada a
nuestro tiempo. Los movimientos populistas irrumpen y transforman un
marco institucional político anquilosado e inadecuado, infundiendo una
renaciente exigencia ciudadana y democrática en la política. El reto po-
lítico, es por lo mismo, el siguiente: acompañar estas nuevas formas de
democracia consideradas como una profundización y radicalización de los
procesos democráticos, ahora devueltos a una ciudadanía activa y responsa-
ble. Quienes desconfían de estos movimientos, recelan, de hecho, la repre-
sentatividad popular real y democrática. Y si bien ésta puede ser excesiva,
incluso violenta, sin embargo, representa la reintroducción del principio
democrático en el sistema político. Sus excesos mismos son lamentables,
pero fundamentalmente legítimos. Deben ser encaminados al diálogo, pero
ciertamente no reprimidos.
Esta primera línea de interpretación de la relación entre democracia y
populismo corresponde a la racionalización de una postura partisana. Pue-
de ser considerada como una justificación intelectual de los movimientos
populistas. Implica unos postulados que se toman como autoevidentes e
indiscutibles: existencia de una dialéctica histórica de índole neo-marxista,
la lucha como elemento central de liberación, una opresión real e injusta
de las élites del sistema, una ciudadanía más culta e informada; una renova-
ción democrática que pasa por una transformación de la representatividad,
asumida como representación de las identidades plurales que conforman
una sociedad. Cada uno de estos presupuestos corresponde a un constructo
más ideológico que factual: la dialéctica histórica y la lucha son postulados
12 Editorial: Populismo y democracia

filosóficos; si bien existe opresión e injusticias en América Latina, estos


no son mayores hoy que ayer, sino lo contrario; la ciudadanía no es más
culta e informada, sino menos, y sus reacciones mucho más irracionales;
nunca fueron las poblaciones tan homogéneas en sus conductas, consumos
y reflexiones como hoy (monismo de prácticas que exalta, en realidad, la
ausencia de identidad propia que se expresa por reivindicaciones de nuevas
identidades tribales). Sea como sea, la base de esta propuesta corresponde
a una visión muy particular, partisana y contestable, de la democracia. Lo
que queda en realidad desdibujado es el rol del marco institucional demo-
crático que parece ser identificado como el mayor obstáculo a una represen-
tatividad popular autentica.
b) El populismo: perversión de la democracia
El populismo conforma
así un maniqueísmo Esta segunda corriente, cuyo representante puede ser, por ejemplo, Urbi-
político que erige una nati2, entiende el populismo como una perversión de la democracia. Aquí
parte del pueblo como se hace énfasis en la reducción de la noción de pueblo a una parte de la
totalidad y postula que ciudadanía, identificada como el pueblo auténtico o verdadero y la otra,
la voluntad mayori- que corresponde al anti-pueblo, que vive de la opresión del primero (dema-
taria de los votantes gogia; resentimiento). El populismo conforma así un maniqueísmo político
revela y legitima la que erige una parte del pueblo como totalidad y postula que la voluntad
voluntad del pueblo y mayoritaria de los votantes revela y legitima la voluntad del pueblo y por
por lo mismo conforma lo mismo, conforma el interés general (Urbinati llama pars pro toto esta
el interés general. reducción del interés general a la voluntad política de la mayoría). Esta vo-
luntad popular tiene, además, rostro y encarnación en un líder carismático
que encarna este maniqueísmo y lo absorbe en su figura. La política es aquí
entendida como una lucha escatológica permanente que tiene como obje-
tivo la erradicación del enemigo y la liberación del pueblo auténtico (po-
larización). Como tal, el populismo implica, por lo tanto, un colapso del
marco institucional democrático que distingue entre la función democrá-
tica de representación y discusión plural (el legislativo y la determinación
de la voluntad popular), y la función de gobierno democrático (el ejecutivo
y la realización de tal voluntad popular); colapso obviamente a favor de
este último (el ejecutivo determina, representa y ejecuta la voluntad popu-
lar). Desde esta perspectiva, el populismo corresponde a una ruptura del
ethos democrático. Afecta y debilita el marco institucional y constitucional
democrático y termina por transformarlo. Es el camino hacia formas de
gobierno autocráticas que concentran el poder en su líder, conservando
quizás el andamiaje democrático, siempre y cuando se someta a la voluntad
hegemónica del líder y de su movimiento.
Esta perspectiva me parece ciertamente más realista que la anterior, pero
también singularmente estéril. Apela a un fortalecimiento de las institucio-
nes democráticas, de la educación y del ethos republicano como respuesta al
populismo. Si bien reconoce la inadecuación del funcionamiento democrá-
Mathias nebel 13

tico actual, sólo le opone el funcionamiento ideal o normativo de la misma.


No logra responder al populismo y suele sustentar el status quo. Es una
posición intelectualmente confortable, frecuente y precisamente asociada a
una cierta élite intelectual.
c) El populismo: una narrativa específica de la esfera política Un héroe encarna al
Una tercera línea interpretativa sitúa el populismo como una reducción pueblo y asume su
narrativa de la democracia, seminalmente siempre posible en toda demo- tragedia y sus deseos, y
cracia. Este enfoque lingüístico y hermenéutico representado por Casullo3, lleva una lucha escato-
se desmarca de los dos anteriores al focalizarse en la narrativa de los regí- lógica contra quienes lo
menes populistas, es decir, cómo estos expresan y anudan, en un relato oprimen. Una forma de
particular el fenómeno político. El presupuesto aquí es que existen varias salvación por la lucha
despiadada contra el
meta-narraciones posibles de la esfera política. La que domina hoy en día
enemigo del pueblo has-
en América Latina, y que en su tiempo remplazó la narrativa colonial, es la
ta que este quede venci-
del contrato social. Esta narración ilustrada de la esfera política se construye do y que se haga plena
sobre un mito: el de individuos libres, aislados y salvajes; de sus deseos e in- justicia.
tereses fundamentalmente egoístas; de la escasez de bienes y de la violencia
que lleva a un miedo universal. La «solución narrativa» a esta violencia sur-
ge, como es conocido, por el «contrato social» que, a cambio de una renun-
cia a la plenitud de la libertad individual, garantiza a todos un conjunto de
derechos fundamentales. Según Casullo, el populismo sustituye esta narra-
tiva por otra, igualmente mitológica, sobre la cual reformula el valor de la
esfera política. Los elementos de esta narrativa populista son los siguientes:
Un pueblo, bueno, pobre e indigente, es víctima de la avaricia, violencia y
corrupción de una élite; un villano, representado por esta élite (nacional
o internacional), cuyo modo de vida se sustenta en la miseria del pueblo
al que mantienen en una situación de desgracia. Un héroe que encarna al
pueblo, asume su tragedia y sus deseos, y lleva una lucha escatológica contra
quienes lo oprimen. Una forma de salvación por la lucha despiadada contra
el enemigo del pueblo hasta que quede vencido y que se haga plena justicia.
Esta narrativa maniquea es más convincente cuando existen, efectivamente
en una población, injusticias estructurales o asimetrías de poder que, a su
vez, generan una gran desigualdad en términos de oportunidades. Es atrac-
tiva por su simplicidad. Explica la situación actual, señala el culpable e indi-
ca la única solución posible a la desgracia: la adhesión al líder y a su lucha.
Esta trama narrativa «heroica» es tan antigua como la política. Se puede
incluso advertir que constituye una de sus formas más arcaicas y poderosas,
a la cual los estados modernos, en su voluntad de crear una determinada
identidad nacional, recurrieron con frecuencia. De manera implícita, toda
democracia presupone la existencia de un pueblo-nación, subyacente al
contrato social. Por lo mismo, las dos narrativas no son exclusivas, sino que
la primera completa algo implícito en la segunda. La narrativa populista es,
así siempre posible en el marco de la narrativa democrática moderna, expli-
14 Editorial: Populismo y democracia

cando la gesta por la cual un nuevo pueblo surge en una población.


Estas tres claves de lectura del populismo no son sino distintas tipificacio-
nes de un fenómeno complejo y diverso. Permiten, sin embargo, dar claves
de comprensión del fenómeno y de lo que está en juego. Según la lectura que
se asuma, las conclusiones son diametralmente diferentes, pero igualmente
tajantes: aceptar u oponerse a un movimiento populista. Este reporte asume
una postura clara, que se sustenta en las dos últimas posturas presentadas.
Los populismos representan una regresión hacia formas de política ancestra-
les, basadas en el conflicto permanente contra un enemigo real o imaginario.
Tienden a socavar y vaciar la institucionalidad democrática y concentran
el poder en el héroe o líder carismático. Pervierten la noción de pueblo,
reduciéndola a una categoría vacía y utilizan el resentimiento popular para
legitimar la lucha maniquea de su líder. Pero quizás el punto más dramático
de los populismos sea su incapacidad de dar solución a las situaciones de
injusticia estructurales sobre las que se apoya su narrativa. Son falsas soterio-
logías. Empíricamente, históricamente, los regímenes populistas fracasan: la
lucha no resuelve la desgracia; el líder falla, el pueblo sigue pobre. El popu-
lismo no es solución. Habitualmente, incrementa el problema.
Universidad, intelectuales y populismo
El maniqueísmo sim-
plón del discurso
populista, la intransi-
gencia de su lucha, las
L os populismos tendrían que ser antitéticos con el mundo académico.
No lo son, y esto constituye algo extraño. Las universidades resguar-
dan, transmiten e incrementan la complejidad del saber humano; son un
soluciones inmediatas lugar de investigación objetiva, de diálogo, de diferenciación y de respeto
e unilaterales que éste mutuo. El maniqueísmo simplón del discurso populista, la intransigen-
propone, contradicen el cia de su lucha, las soluciones inmediatas e unilaterales que éste propone,
ethos universitario.
contradicen el ethos universitario y erigen naturalmente a los intelectuales
como un grupo de resistencia a todo tipo de populismos. Pero fácticamente
esto no se comprueba, o al menos no se comprueba siempre. Al contrario,
parece ser que el discurso populista puede ser legitimado bajo ciertas formas
elaboradas de justificación, como se vio en el párrafo anterior con Laclau,
Mouffe y Errejón. En América Latina, la herencia de una dialéctica histó-
rica de índole marxista facilita visiblemente esta adhesión de intelectuales a
los movimientos populistas. De aquí el interés de este apartado. ¿Cuál son
las reacciones de los académicos a los movimientos populistas?
La más típica es aquella de un rechazo confortable y sin peligro, algo alta-
nero y soberbio, del carácter simplista y maniqueo de la retórica populista.
Se denuncia la ingenuidad y simplicidad de sus soluciones; se critican a
sus líderes y su retórica toda de blanco y negro; se investigan sus alcances,
resultados y se desvelan sus contradicciones. El populismo es descartado
como no científico y contraproducente. Otra postura abraza al populismo
como un movimiento auténticamente popular que los intelectuales han de
Mathias nebel 15

integrar para guiarlo hacia la plenitud de lo que significa, haciendo excusas


para sus elementos burdos y violentos en nombre del fin, alto y noble, de
la lucha para la justicia. Sin embargo, a medida que crece la capacidad de
control y represión del régimen populista sobre la academia, se observa
una mutación rápida de estas dos actitudes. La primera encoge, se calla y
se refugia en el carácter apolítico de su ciencia, mientras que la segunda es
premiada, accede a posiciones de poder y «purga» —desde estas mismas—
los elementos y políticas que se oponen al movimiento populista. Por ende,
la academia es altamente sensible a un régimen populista, ya que representa
uno de sus adversarios naturales.
Efectivamente, el ethos académico no se limita a las epistemologías es-
pecíficas de sus diversos saberes. No hay conocimiento científico que sea
totalmente neutro al punto de vista político. Los académicos resguardan
así, como parte integrante del ethos universitario, tres actitudes cruciales al
buen funcionamiento de toda esfera política. La primera es un apego a la
realidad y a la verdad, como base de la política. La política pública no debe
de construirse sobre fantasías o deseos piadosos, sino sobre un conocimien-
to objetivo de la realidad. De esto depende nada menos que la eficiencia de
toda acción pública. La segunda es el reconocimiento de la complejidad de
toda acción social / política. La realidad no es sencilla ni uniforme, sino plu-
ral y compleja. Si la política pública quiere ser pertinente a nivel local y ser
así, no sólo eficiente, sino también enraizada, necesita integrar la pluralidad
y la complejidad. La tercera es un apego a los valores frontales que estructuran
toda esfera política, independientemente del tipo de régimen político parti-
cular. Existe, anteriormente a todo régimen político específico, un conjunto
de valores que ningún régimen debe o puede violar sin perder su legitimidad
última. Son valores como la libertad, la dignidad, la interioridad inviolable
de cada persona, la vulnerabilidad compartida, la renuncia a la violencia, el
diálogo, el bien común, etcétera. Este límite moral a todo régimen político,
hoy en día expresado como derechos humanos, corresponde al umbral de lo
humano. Más allá de este, un régimen termina destruyendo la humanidad
de su población, transformándose en una sociedad de esclavos, de insectos
o de ángeles, pero ciertamente no en una sociedad humana.
El rol político de un intelectual es, por lo mismo exigente y requiere va-
lor. Debe de dar testimonio del ethos académico y denunciar la falacia de
las narrativas mitológicas sobre las cuales los distintos regímenes políticos
construyen su legitimidad particular. Debe recordar la meta-narrativa mo-
ral que sostiene la existencia misma de toda esfera política. Esta narración es
antropológica. Hablan de la dignidad de la persona y su vulnerabilidad.
Recuerda que la libertad, el saber, la cultura, el trabajo son bienes comunes
básicos, que sólo se incrementan en la medida que son más compartidos.
Sostiene, contra todo tipo de ideología, que ningún régimen político debe
construirse en contra de la humanitas compartida de una población.
16 Editorial: Populismo y democracia

¿So what? Hacer frente al populismo

P ara terminar esta breve introducción, quisiera exponer aquí tres elemen-
tos que me parecen centrales para hacer frente al auge de los populis-
mos. Son fruto del congreso y recalcan de manera positiva lo que correspon-
de hacer frente al surgimiento de la retórica populista. Estos tres puntos no
pretenden ser más que una reflexión personal que ojalá pueda ser útil a otros.
El primer punto es el reconocimiento duro y completo tanto de las injus-
ticias estructurales que plagan el continente como resentimiento social que
destilan en la población latinoamericana. Toda política tendría que tener,
como fin, la superación de las dimensiones estructurales del subdesarrollo,
lo que en gran parte implica, efectivamente, cuestionar el funcionamiento
social y político normalizado, que permite y legitima las injusticias estruc-
turales. Esto implica aceptar que nuestros sistemas políticos, económicos
y sociales necesitan cambiar de manera profunda, promoviendo y modifi-
cando el marco institucional de nuestros países. Estos cambios son difíciles,
peligrosos, y van a requerir esfuerzos por parte de toda la ciudadanía.
El segundo punto o actitud es la siguiente: mantenerse en la realidad. Re-
saltar los problemas reales que afronta el país o la población. Ser concreto
y proponer soluciones tangibles y eficientes a estos problemas reales, a dife-
rencia de las elucubraciones y ocurrencias populistas. No retomar ni entrar
en la narrativa populista. Denunciarla como un mito, una fabulación, una
forma infantil de solventar los problemas reales del país.
El tercer punto es la necesidad de desarrollar una narrativa de futuro co-
mún, de un futuro compartido que lograremos juntos. Es decir, desarrollar
una narrativa no de lucha, ni de equidad mitológica, sino de un futuro
común como base de la esfera pública. Un país no seguirá existiendo si no
existe un proyecto de nación: un proyecto de largo plazo, un proyecto ela-
borado en común y para todos. Las instituciones democráticas actuales no
fueron pensadas para esta discusión, ni son capaces de implementarla. Son
pensadas como gestores del orden constitucional, ratificando, sin embargo
la legitimidad del conflicto político en cuanto a su implementación. Las
instituciones democráticas actuales no son capaces de elaborar una narrativa
de bien común. Presuponen que esta discusión ya fue resuelta de manera de-
finitiva en las constituciones. Necesitamos renovar la forma de hacer política;
el fin y la forma en que funciona el marco institucional democrático. Me atre-
vo a proponer aquí los elementos que me parecen centrales para tal reforma:
a. Discutir políticamente los comunes que nos han de congregar como
nación a largo plazo.
b. Fomentar la agencia colectiva necesaria para alcanzar este proyecto
(participación, valoración colectiva de los comunes, aceptación de los hábi-
tos colectivos imprescindibles a su existencia).
c. Planificar cuidadosamente cómo estos comunes pueden llegar a ser
Mathias nebel 17

realizados, con atención particular al marco institucional y de políticas pú-


blicas necesarias a su consecución.

Notas
1 Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical
Democratic Politics. Londres – New York: Verso, 1985; Chantal Mouffe, The Democratic
Paradox. Londres – New York: Verso, 2000; Íñigo Errejón & Chantal Mouffe, Construir
pueblo: Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria Editorial, coll. « Más Madera »,
2015 ; Chantal Mouffe, Pour un populisme de gauche. Paris : Albin Michel, 2018.
2 Nadia Urbinati, Me the People: How Populism Transforms Democracy. Harvard: Harvard
University Press. 2019; Nadia Urbinati, Democracy Disfigured: Opinion, Truth and the
People. Harvard: Harvard University Press, 2014.
3 Maria Esperanza Casullo, ¿Por qué funciona el populismo? El discurso que sabe construir
explicaciones convincentes de un mundo en crisis, Buenos Aires, Siglo XXI, 2019.
CAPÍTULO UNO

Populismo, sus riesgos y la resiliencia


democrática
19

Populismo, sus riesgos y la resiliencia


democrática
Lorenzo Córdova Vianello*
Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM

Breves anotaciones sobre el concepto de populismo

E l de «populismo» es un concepto complejo que ha sido utilizado a lo


largo el tiempo, —y sobre todo en las últimas décadas—, de manera
ambigua. Se trata de un concepto relativamente reciente (su origen y uso
inicialmente circunscrito data de finales del siglo xix) que ha servido, a lo
largo de su relativamente breve historia, para designar realidades muy dife-
rentes. Algunos autores sostienen que el populismo tiene una fuerte carga
contextual,1 y que su uso ha estado condicionado, histórica y regionalmen-
te, a partir de tres momentos y tres contextos geográficos. Cuando muere la demo-
El primero de ellos es el movimiento narodniki (Rusia) y el surgimiento
cracia, muere también el
del People’s Party (Estados Unidos de América) a fines del siglo xix y princi-
populismo que se nutre
pios del xx; el segundo en América Latina con el peronismo, primero, y con
de ella, y se convierte en
otras expresiones degenerativas del proceso de transición democrática (o, si
dictadura.
se quiere, de franca involución democrática) como es el caso de Venezuela,
Bolivia y Ecuador a finales del siglo xx y las primera décadas del siglo xxi;
y, por último, el surgimiento de expresiones chauvinistas, nacionalistas y
anti inmigratorias en Europa en las últimas dos décadas (tales como las
que demandaron y sostuvieron el Brexit en Gran Bretaña, el surgimiento
y posterior fortalecimiento del Front National mutado en Rassemblement
National en Francia, el fenómeno del berlusconismo, y el surgimiento de
partidos de derecha o de izquierda como la Lega Nord o el Movimento 5
Stelle en Italia, la aparición de Vox en España, etcétera).2

* Lorenzo Córdova Vianello es licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de


México, tiene un doctorado en Teoría Política por la Universidad de Turín, Italia. Es profesor de la
facultad de derecho de la UNAM, especializado en derecho constitucional y derecho electoral. Desde
2014 y hasta 2023, se desempeñó como presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), electo por la
Cámara de Diputados para un período de nueve años.
20 Populismo, sus riesgos y la resiliencia democrática

Frente a la ambigüedad del concepto de populismo, Michelangelo Bove-


ro sugiere distinguir tres dimensiones:
a) Como un estilo o estrategia política (y en cuanto tal evoca el concepto
de demagogia).
b) Como una ideología (utilizada por partidos o asociaciones con orien-
taciones políticas muy diversas), fundada en la reivindicación de la au-
téntica voluntad del pueblo contra la voluntad o intereses de una clase
política parasitaria, usurpadora y abusiva.
c) Como un tipo de régimen político caracterizado por una relación entre el
«pueblo» (entendido como un macro-sujeto colectivo y homogéneo) y
un jefe (o líder) casi siempre carismático (como propone Max Weber).3
En ese último sentido, el populismo suele presentarse como una varian-
te o una subclase de la autocracia, caracterizada por formas de gobierno
abiertamente verticalizadas. Sin embargo, Nadia Urbinati hace un sugeren-
te planteamiento: el populismo no es una forma de ejercicio del gobierno
contraria a la democracia, sino que es parasitaria de la democracia. Cuando
muere la democracia, muere también el populismo que se nutre de ella, y
se convierte en dictadura. Para Urbinati, el populismo puede nacer y repro-
ducirse sólo en democracia, pero –a la vez– implica una gradual erosión de
ésta en la medida en la que contradice algunos de sus principios y postula-
dos centrales, como la horizontalidad del poder, la tolerancia como base de
Por un lado, el populismo las relaciones políticas, el pluralismo, etcétera.4
demanda una reinterpre-
tación y redefinición de El populismo y la democracia constitucional
los principios e institu-
ciones de la democracia;
por el otro, implica una
L as democracias constitucionales son las formas más acabadas del Estado
moderno, entendido como la forma de organización política que se ges-
tó y evolucionó gradualmente durante el periodo que conocemos como Mo-
descalificación y una dernidad. Su característica como régimen político es que integra dos dimen-
negación de los meca- siones que no son iguales, y que no están exentas de tensiones recíprocas: por
nismos y procedimientos un lado, encontramos el elemento democrático, que supone la existencia de
de limitación del poder las determinadas reglas procedimentales que definen a los sistemas políticos
que supone la dimensión democráticos (y por lo tanto los distinguen de las autocracias) y que recogen
constitucional, contra los a los que podríamos definir como mecanismos democráticos de acceso y ejer-
cuales dirige abierta y cicio del poder (que, en cuanto tales, constituyen la dimensión democrática
directamente sus obuses. de las democracias constitucionales). Por otro lado, está el elemento consti-
tucional, que implica la existencia de una serie de técnicas, procedimientos e
instituciones encaminadas a controlar, regular, acotar y vigilar el ejercicio del
poder político (mismas que constituyen la dimensión constitucional de las
democracias constitucionales). En este sentido, los Estados constitucionales
están definidos y caracterizados por la existencia de ese conjunto de técnicas,
procedimientos e instituciones de limitación del poder político (en primera
instancia, aunque los modernos Estados constitucionales suponen también
la limitación y el control de los poderes privados).
Lorenzo Córdova Vianello 21

La relación del populismo con las democracias constitucionales es de una


total contraposición e incompatibilidad. Por un lado, por lo que hace a la
mencionada dimensión democrática, el populismo demanda una reinter-
pretación y redefinición de los principios e instituciones de la democracia;
por el otro, implica una descalificación y una negación de los mecanismos
y procedimientos de limitación del poder que supone la dimensión consti-
tucional antes mencionada, contra los cuales dirige abierta y directamente
sus obuses. Veamos brevemente cómo ocurre lo anterior.
Como hemos mencionado retomando a Nadia Urbinati, el populismo
necesita de la democracia y de su premisa básica: la realización de elecciones
periódicas, pero utiliza y distorsiona la institucionalidad democrática y su
sentido. En los regímenes populistas, las elecciones, no son ya un meca-
nismo para que, a partir la expresión de la voluntad ciudadana a través del
voto, pueda conformarse la representación política a imagen y semejanza
(dependiendo del sistema electoral adoptado) de la composición del cuerpo
social, sino que son asumidas como un mero instrumento para refrendar el
respaldo al liderazgo carismático del líder y para redefinir y darle cuerpo a
la mayoría, expresada en las urnas, que se autodenomina «pueblo». En ese
sentido, a diferencia de lo que ocurre en las democracias auténticas, en el
populismo se niega la vocación representativa del pluralismo que supone El populismo niega la va-
esa forma de gobierno, porque se contrapone con su pretensión de repre- lidez de todas las técnicas
sentar, en la figura del «jefe» (o de la mayoría), la voluntad auténtica del sobre las que se ha cons-
«pueblo» (entendido no ya como la suma de los diversos puntos de vistas y truido la idea de Estado
posturas políticas e ideológicas, sino como un ente compacto, homogéneo constitucional, entendido
y, por lo tanto, indistinto).
como un régimen político
Como puede verse, existen dilemas inevitables entre el populismo y la
en donde el ejercicio del
concepción moderna de democracia, pues, en realidad, lo que la democra-
poder está limitado, regu-
cia significa en la redefinición que hace de ella el populismo, poco o nada
lado y controlado.
tiene que ver —al menos en su esencia— con la visión liberal-constitucio-
nal, que es el resultado de la construcción civilizatoria de la modernidad, y
que se expresa en la larga tradición conceptual de la teoría política moder-
na. La relación entre el populismo y la democracia es, pues tensa, ya que el
populismo necesita (porque su naturaleza y esencia requiere de ello) de una
redefinición de los conceptos y premisas básicas en las que se ha construido
la idea moderna de democracia. En ese sentido, el populismo requiere de:
1. Una necesaria redefinición del concepto de «pueblo» entendido no
ya como la suma de los ciudadanos (en su diversidad y pluralidad) —
tal como lo planteó el inventor del concepto en su sentido moderno,
Juan Jacobo Rousseau–, sino como un ente (un súper-ente) compacto,
homogéneo y único en el sentido planteado por uno de los precursores
conceptuales del nazismo, Carl Schmitt.5
2. El pluralismo (que ha sustentado la definición moderna de demo-
cracia y su lógica de funcionamiento) se convierte en un solvente de
22 Populismo, sus riesgos y la resiliencia democrática

la identidad política que necesita la idea de pueblo y, por lo tanto, su


validez es negada por las posturas populistas.
3. La política adquiere una necesaria lógica polemológica; no se trata ya
de la superación (pacífica) de los conflictos (tal como lo sugiere Bernard
Crick),6 sino de la exaltación y exacerbación misma del conflicto (en el
sentido y lógica de Carl Schmitt, precisamente).7
4. La representación política pierde sentido (o al menos se diluye) ante la
lógica de vinculación directa entre el líder y el pueblo. De hecho, el po-
pulismo implica una redefinición de la representación política, centrada
en dos ejes: la relación directa entre el líder y el «pueblo» y la autoridad
superlativa de la audiencia, que va en contra de toda intermediación.
5. El control del poder, como condición básica del Estado constitucio-
nal democrático de derecho, se convierte en un freno para la expresión
auténtica de la voluntad del pueblo; por lo tanto, apelando a la sobe-
ranía popular, los populismos centran –ineludiblemente– sus baterías
discursivas y la acción política en contra de todos las instituciones con-
cebidas por el constitucionalismo moderno para acotar, controlar, vigi-
lar y regular al poder político, comenzando por los tribunales constitu-
cionales, el Poder Judicial y los órganos técnicos dotados de algún tipo
de autonomía respecto de las instancias ejecutivas o legislativas (en don-
de se expresan las mayorías asumidas, bajo la redefinición previamente
enunciada, como la expresión genuina de la voluntad del pueblo).
6. Los populismos suponen también una necesaria redefinición del sen-
tido y lógica de lo que conciben como «democracia» respecto de los asu-
midos por la Modernidad bajo la idea de «democracia constitucional».
• Así, democracia ya no es sinónimo de inclusión, sino, más bien,
de exclusión de todos aquellos que se apartan de la mentalidad y
de la voluntad dominante.
• Apelar directamente al pueblo (l’appello al popolo como uno de
los ejes del fascismo italiano) constituye el recurso y la salida legi-
timadora frente a toda decisión compleja.
• La democracia representativa gradualmente se diluye en una de-
mocracia plebiscitaria.
• La multiplicación de los mecanismos de democracia directa, no
como instrumentos de rendición de cuentas, sino de confirma-
ción de la voluntad del pueblo expresada por el líder.
• El papel del «pueblo» se reduce a la confirmación de las decisio-
nes y a aclamar al jefe o líder.
7. Finalmente, el conjunto de partidos políticos (así, en plural) —y,
en consecuencia, el sistema de partidos como tal—, en los que se fun-
Lorenzo Córdova Vianello 23

dan las democracias constitucionales como una manera de encauzar


institucionalmente el natural pluralismo político de una sociedad, deja
de tener sentido. Si acaso, la existencia de partidos se tolera como un
mecanismo de «comparsa (fachada) democratizadora». Así, el sistema
pluralista de partidos, propio de las democracias, es sustituido por un
único partido-movimiento (o, en el mejor de los casos en un partido
hegemónico, (en el sentido de la clasificación de Giovanni Sartori)8 que
estructura, compacta y expresa la voluntad del pueblo.
Por otra parte, el populismo niega la validez de todas las técnicas sobre
las que se ha construido la idea de Estado constitucional, entendido como
un régimen político en donde el ejercicio del poder está limitado, regulado
y controlado. El constitucionalismo moderno, en lo que se refiere a su di-
mensión constitucional, ha ideado a lo largo de su evolución histórica seis
técnicas para limitar el poder: 1) los Derechos Humanos como un ámbito
de protección frente a la acción del poder político y que constituyen un Las cinco vertientes sobre
«coto vedado» para las decisiones de la autoridad estatal;9 2) la división las que esos constantes
de poderes inspirada en la idea de que el «poder controle al poder»; 3) el ataques a los órganos de
principio de legalidad, que implica la premisa de que las autoridades sólo control ocurren son:
pueden hacer aquello que les esté expresamente facultado en las normas; 4) 1. Las descalificaciones
la supremacía constitucional, como premisa de que todas las normas y los verbales públicas. 2. Las
actos de autoridad tienen que estar subordinados a los mandatos y princi- amenazas y las agresiones
pios de la Constitución; 5) la rigidez constitucional, que supone que sólo verbales. 3. La asfixia
las mayorías agravadas pueden modificar los contenidos de la Constitución, presupuestal. 4. Intentos
y 6) el control de constitucionalidad, como un mecanismo de garantía ins- de reforma constitucional
titucional de vigilancia de la congruencia de las leyes y las decisiones de o legal con el fin de incre-
autoridad con lo dispuesto en la Constitución. mentar el control del go-
Todas esas seis técnicas suelen ser rechazadas —sin excepción— por las bierno. 5. La cooptación de
políticas populistas que, prácticamente siempre, apuestan por la concentra- dichos órganos de control
ción del poder y por la descalificación y, frecuentemente, por el desmante- desde el proceso de nom-
lamiento de las instituciones de regulación y de control del poder mismo. bramiento de titulares.

El acoso desde la lógica populista a los órganos de control del poder

L os gobiernos populistas, siguiendo esa redefinición de la noción de la


democracia, así como la de sus conceptos, valores y principios funda-
mentales, por un lado, y del desmantelamiento o captura de los órganos de
control —y, de manera particular, de los órganos encargados de organizar,
calificar los procesos electorales, y arbitrar la contienda por el poder polí-
tico—, por otro lado, se han traducido en una serie de acciones de acoso y
hostigamiento en contra de esas instituciones.
Sin una pretensión de exhaustividad, me permito aquí señalar los ejes
sobre los que ese hostigamiento y acoso transita en la lógica de someter a
dichos órganos de control del poder o bien, de desnaturalizarlos o de pro-
piciar su captura y subordinación política. Las cinco vertientes sobre las que
24 Populismo, sus riesgos y la resiliencia democrática

esos constantes ataques a los órganos de control, ocurren son:


1. Las descalificaciones verbales públicas provenientes, particularmente,
el ámbito gubernamental o desde los circuitos políticos del oficialismo.
2. Las amenazas y las agresiones verbales (en ocasiones, incluso, llegando a
la violencia física) que atentan contra la integridad personal y el prestigio
público de los funcionarios que encabezan a dichos órganos de control.
3. La asfixia presupuestal, como una manera de minar la autonomía y
la capacidad operativa de los organismos de control del poder, llegando
incluso a imposibilitarlos materialmente para el cumplimiento de sus
funciones constitucionales.
4. Intentos de reforma constitucional o legal con el fin de incrementar el
control del gobierno y la captura política de esas instituciones de control.
5. La cooptación de dichos órganos de control desde el proceso de
nombramiento de titulares, que terminan fungiendo como correas de
transmisión de los intereses de las instancias gubernamentales y, en ese
sentido, anulando sus funciones de revisión o de limitación del poder,
o alineándolas a la agenda de los gobiernos que deberían vigilar y acotar
(lamentablemente en nuestro país hay ejemplos que dan cuenta de esta
vertiente, como es el caso de la captura franca y abierta de la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos, convertida prácticamente en un
órgano de defensa y justificación de las políticas gubernamentales, en
Debemos recordar per- vez de ser una instancia de garantía, o como el caso de los nombramien-
manentemente que, así tos de algunas ministras de la SCJN que, como el propio presidente de
como la democracia es la República ha confesado, han recaído en personas comprometidas con
una construcción colecti- la agenda política del gobierno federal).
va que no cayó de lo alto, Para terminar
sino que se edificó desde
abajo a partir de muchas
luchas y esfuerzos sociales,
su defensa ante los graves
A pesar de los riesgos que sufre la democracia constitucional, y los claros
ejemplos de regímenes que se han deslizado hacia formas cuando no
claramente autocráticas de gobierno, sí con un fuerte componente autori-
desafíos que enfrenta es tario (como son los casos de Venezuela, Nicaragua, Polonia, Hungría, Tur-
también una responsabili- quía o El Salvador), en varias ocasiones, la institucionalidad democrática
dad de todas y todos. ha resistido los embates disruptivos de las tendencias populistas que las
aquejan. Así lo demuestra la resiliencia institucional que han demostrado
países como Estados Unidos, luego del peligroso punto de quiebre que re-
presentó el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2020; Brasil, en donde las
instituciones resistieron el intento de revuelta que implicó la toma de las
sedes de los tres Poderes, al cabo de la segunda vuelta presidencial a fines
de 2022, y de cara a la toma de posesión presidencial de Lula a inicios de
2023; y también México, durante las inéditas manifestaciones públicas del
13 de noviembre de 2022 y del 26 de febrero de 2023 en defensa del INE
y de la institucionalidad electoral. Se trata de ejemplos alentadores que
evidencian que, a pesar de los avances del populismo antidemocrático en
Lorenzo Córdova Vianello 25

el mundo, aún existen fortalezas sociales e institucionales para salvaguardar


nuestras democracias constitucionales.
Pero no es algo que haya que dar por sentado, al contrario. Debemos re-
cordar permanentemente que, así como la democracia es una construcción
colectiva que no cayó de lo alto, sino que se edificó desde abajo, a partir de
muchas luchas y esfuerzos sociales, su defensa ante los graves desafíos que
enfrenta es también una responsabilidad de todas y todos.
Notas
1 Tal es el caso de Urbinati, Nadia, Yo el pueblo, INE-Grano de Sal, México, 2020,
pp. 37 y ss.
2 Cfr. Salmorán, Guadalupe, Populismo. Historia y geografía de un concepto, IIJUNAM,
México, 2021, pp. 13 y ss.
3 Cfr. Bovero, Michelangelo, «En busca del populismo. Una guía conceptual», prefacio a
Salmorán, Guadalupe, Populismo, cit., pp. XVI y ss.
4 Urbinati, Nadia, cit., pp. 19 y ss.
5 Cfr. Schmitt, Carl, El concepto de lo político, Alianza, Madrid, 1999, pp. 79 y ss.
6 Cfr. Crick, Bernard, En defensa de la política, IFE-Tusquets, México, 2001, pp. 15 y ss.
7 Cfr. Schmitt, Carl, cit., pp. 49 y ss.
8 Cfr. Sartori, Giovanni, Partidos y sistema de partidos, Alianza Editorial, 1994, p. 158.
9 Sobre la idea de «coto vedado», véase Garzón Valdés, Ernesto, «Representación y
democracia», en Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, Universidad de Alicante, Núm. 6,
1989, pp. 143-163, e ídem., «Algo más acerca del «coto vedado», en Doxa. Cuadernos de
Filosofía del Derecho, Universidad de Alicante, Núm. 6, 1989, pp. 209-213.
CAPÍTULO DOS

El populismo, ¿tumba de la democracia en Latinoamérica?


27

El populismo,
¿tumba de la democracia en Latinoamérica?
María Esperanza Casullo*
Universidad Nacional de Río Negro-CONICET, Argentina

Introducción

E ste joven siglo veintiuno ha sido definido como el siglo del populismo.
Sin dudas, el populismo está en ascenso en todo el mundo: ejemplos
como los de Donald Trump en Estados Unidos, Giorgia Meloni en Italia,
El populismo no viene a
destruir la democracia
desde afuera, sino que
o Recep Tayyip Erdogan en Turquía, muestran que elegir partidos o movi- nace de las propias diná-
mientos encabezados por el tipo de líderes personalistas y antisistema (que, micas generadas por la
hasta hace sólo algunas décadas, muchos imaginaban que era sólo patrimo- vida democrática. Puede
nio de la política latinoamericana) está de moda. ser caracterizado entonces
Frente a este estado de cosas, aparece una pregunta, ¿populismo significa, como un «hijo no desea-
necesariamente, la tumba de la democracia? do» de la democracia, o,
Las ideas presentadas brevemente en estas páginas responden a casi veinte como sostienen algunos,
años de estudio comparado de los populismos latinoamericanos, europeos, y su fantasma o su espectro
estadounidenses. Estos estudios comenzaron con mi tesis doctoral (iniciada que siempre la acompaña.
en el año 2010 y defendida en la Universidad de Georgetown en 2015) y se
continuaron, entre otros, en el libro ¿Por qué funciona el populismo? (2019).
A partir de esto, no caben más posibilidades que responder:
• No necesariamente.
• A veces.
• Bajo ciertas condiciones.
En lo que sigue, buscaremos precisar estas ideas. El punto de vista elegido
es el siguiente: primero, se buscará comprender al populismo como una lógi-

* María Esperanza Casullo es Doctora en Gobierno por la Georgetown University. Es investigadora


del CONICET y profesora de la Universidad Nacional de Río Negro en Argentina. Sus libros más
recientes son El Populismo en América Central: la pieza que falta para comprender un fenómeno global
(co-editado con Harry Brown Araúz del CIEPS de Panamá) y ¿Por qué funciona el populismo? El
discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis, ambos publicados por Siglo
XXI Editores.
28 El populismo, ¿tumba de la democracia en latinoamérica?

ca política que genera su propia legitimación; es decir, se buscará compren-


derlo fenomenológicamente antes de iniciar un análisis normativo (primero
entender por qué y cómo funciona, antes de decidir si es bueno o malo).
Para esto, será necesario presentar una definición sintética y fácilmente ope-
racionalizable del populismo. Segundo, se buscará evaluar las raíces de su
resiliencia. Finalmente, discutiré las estrategias más efectivas para construir
una oposición eficaz a gobiernos populistas y para lograr la reconstitución
Defino el populismo como
un movimiento que co- de las instituciones políticas.
necta un líder y un colec- Los hallazgos sintéticos que presentaré para cada uno de estos puntos son:
tivo movilizado llamado • El populismo es un fenómeno inherente a la política democrática,
«pueblo», alrededor de un y, por lo mismo, un fenómeno antiguo y potencialmente presente en
mito centrado en el daño cualquier democracia.
común que un adversario • El populismo no viene a destruir la democracia desde afuera, sino que
llevó adelante contra el nace de las propias dinámicas generadas por la vida democrática. Pue-
pueblo.
de ser caracterizado entonces como un «hijo no deseado» de la demo-
cracia o, como sostienen algunos, su fantasma o su espectro que siempre
la acompaña.
• No existe un diseño institucional que pueda servir como vacuna o
anticuerpo antipopulista, que sea vigente de una vez y para siempre.
Ningún diseño constitucional, régimen de gobierno —ya sea parla-
mentario o presidencialista, sistema de partidos, o diseño de régimen
electoral– garantiza que no aparezca, de manera súbita, un partido o un
líder populista.
• Los populismos son sorprendentemente resilientes. Una vez que un
candidato o candidata con características populistas gana una elección,
resulta notoriamente difícil sacarlo del poder. A pesar de las críticas que
los consideran poco racionales, los gobiernos populistas tienen capa-
cidad de superar crisis, de generar movilización de sus seguidores y de
constituir su propia forma de gobernabilidad.
• Las experiencias populistas tienden a darse en forma de «olas», en
las cuales uno o varios países eligen gobiernos con algunas caracterís-
ticas similares. Estas olas son facilitadas por condiciones estructurales,
pero también por un efecto imitación, en el cual entrepreneurs políticos
adaptan repertorios y discursos que han funcionado en otros lados a sus
propias realidades, para llegar al poder.
• Sin embargo, otro hallazgo importante es que ningún populismo, ni
siquiera los más exitosos, dura para siempre. Si bien, como dije ante-
riormente, los gobiernos populistas son sorprendentemente resilientes
María Esperanza Casullo 29

en el poder, también es cierto que la lógica populista tiende a agotarse


por su propia dinámica.
Definición de populismo

P ara comenzar, es necesario presentar —sintéticamente— una defini-


ción de populismo. En una definición de sentido común del término,
es habitual relacionarlo con un liderazgo fuerte y personalista, con la cons-
trucción de un discurso antagonista y movilizante, y con fuertes críticas al
status quo. Estos elementos han sido refinados en mi concepción del térmi-
no. En ¿Por qué funciona el populismo? (2019), defino el populismo como
un movimiento que conecta un líder y un colectivo movilizado llamado
«pueblo», alrededor de un «mito populista» centrado en el daño común que
un adversario llevó adelante contra el pueblo. En esta definición, la iden-
tificación entre líder y pueblo se produce por el hecho de que el colectivo
inviste al (o la) líder con la autoridad «performativa» necesaria para expli-
carles quién es el villano que los ha dañado, y en qué ha consistido el daño.
En esta perspectiva, el «pueblo» no está definido por ninguna caracterís-
tica preexistente: no es lo mismo que una clase, ni una etnia. El «pueblo»
se forma a partir de grupos heterogéneos que tal vez, comparten muy poco
entre sí salvo dos cosas: una identificación positiva hacia el líder, y el an-
tagonismo contra un otro que, entienden, los ha dañado. Es esta lógica
política de los populismos la que permite generar una identidad política
unificada, a partir de heterogeneidades preexistentes. Es la que explica su
potencia política. Mientras que las teorías modernas de la representación
suponen que ésta se construye a partir de «clivajes» objetivos, los populis-
mos tienen la capacidad de generar identidades narrativas novedosas de
manera desprejuiciada.
A continuación, dividiré los hallazgos en malas y buenas noticias. Mala noticia: si bien,
como dije antes, el popu-
Mala noticia: el populismo es tan antiguo como la democracia lismo es una posibilidad

N o es casualidad que la primera obra de pensamiento político siste-


mático, la República de Platón, incluya advertencias sobre el poder
instituyente del demos; lo mismo sucede con la Política de Aristóteles, con
siempre presente en una
democracia de masas, las
sociedades actuales son
los Discursos sobre Tito Livio de Maquiavelo, y con los Federalist Papers de aún más propensas al
Hamilton. Es decir, no puede ser casual que, en los momentos en los que populismo.
se instaura la idea de la soberanía popular como principio fundamental de
la política aparezca también –en la historia– una advertencia sobre los po-
sibles desvíos o excesos de esa misma soberanía.
La democracia, aún en sus variantes republicanas –con limitaciones y con-
trapesos–, depende de la aceptación del principio de soberanía popular: su
premisa más básica es que quien gobierna es el «pueblo»; sin embargo, las
condiciones sociales, económicas e institucionales de la propia democracia
de masas genera mediaciones y barreras hacia esa (pretendida) autoridad. Esa
30 El populismo, ¿tumba de la democracia en latinoamérica?

tensión entre soberanía y racionalización genera una grieta, en donde anida


¿Cómo se crea una iden- la posibilidad —siempre presente— de la aparición de un líder carismático.
tidad política unificada
a partir de tanta hetero- Mala noticia: no hay institucionalidad perfecta que sea «vacuna»
geneidad? Una respuesta antipopulista
posible es: ofreciendo un vi-
llano en común, y un líder
con quien identificarse.
U n supuesto de la ciencia política del último siglo es que ingresar a la
modernidad política implica construir una institucionalidad política
racional, impersonal, burocrática, y que la misma actúa como vacuna o an-
ticuerpo antipopulista. Según esta idea, las democracias avanzadas tendrían
defensas contra líderes carismáticos y ambiciosos, y el populismo sería una
patología o un atavismo sólo propio de las áreas subdesarrolladas.
Esta creencia se ha revelado falsa. Por un lado, la lectura weberiana que
presentamos en el párrafo anterior deja en claro que la propia instituciona-
lidad (por más razonada que sea) existe en tensión con las pretensiones de
soberanía del demos, que puede –cíclicamente– buscar la afirmación de su
potencia instituyente. Por otra parte, empíricamente hoy existen ejemplos
populistas en todas las democracias del mundo, antiguas y recientes, tanto
de alta institucionalización como de baja. Europa y EE. UU. comparten
la «patología» latinoamericana, e incluso lo hacen de manera más radical.
Mala noticia: si bien, como dije antes, el populismo es una posibilidad
siempre presente en una democracia de masas, las sociedades actuales son
aún más propensas al populismo. Vivimos un momento histórico en el
cual la desigualdad, la heterogeneidad, la polarización social y la multipli-
cación de puntos de apoyo para identidades posibles (de género, étnicas, de
diversidad sexual, regionales, etarias y muchas más) es la norma. En estas
condiciones, los viejos «clivajes» de representación, como la clase, ya no son su-
ficientes para organizar un sistema de identidades políticas. ¿Cómo se crea una
identidad política unificada a partir de tanta heterogeneidad? Una respuesta
posible es: ofreciendo un villano en común, y un líder con quien identificarse.
En él, se relata una histo-
ria invariable: existe un Mala noticia: el mito populista funciona

S
pueblo, que debería vivir egún mi análisis comparado de discursos presidenciales, todos los po-
una vida de felicidad y
pulistas «hablan» parecido. No len cuanto a su contenido, sino sobre
abundancia, pero que sin
todo en su forma. Privilegian un tipo de discurso que construye sentido
embargo sufre injusticias
narrativamente: el «mito populista». Un mito es un relato que presenta
y privaciones por culpa de
hechos que se suceden en el tiempo, con un inicio, un medio y un final.
un villano que lo traicionó.
Todas las comunidades humanas se cuentan a sí mismas mitos, que son
un tipo especial de narración que explica un origen común, por qué so-
mos hermanos y no enemigos.
El «mito populista» es una estructura formal, vacía de contenido, que
puede ser llenada con una infinidad de sentidos posibles. En él, se relata
una historia invariable: existe un pueblo que debería vivir una vida de feli-
cidad y abundancia, pero que, sin embargo, sufre injusticias y privaciones
María Esperanza Casullo 31

por culpa de un villano que lo traicionó. El «mito populista» está centrado


en las tribulaciones de un «héroe» dual (líder y pueblo, que se necesitan
mutuamente) en una lucha épica contra un «antagonista» también dual
(villano externo y traidor interno). El «pueblo», entonces, no es una clase
o un grupo determinado, sino el conjunto de todos aquellos que han sido
dañados por un adversario común. Quién es el villano externo, eso puede
variar según el momento y el lugar: puede ser el «imperialismo yanqui», o la
«burocracia de Bruselas» de la Unión Europea, o el «lobby transnacional de
la ideología de género». Es el líder quien selecciona al antagonista, y en esta
elección es donde se expresan las preferencias ideológicas: se puede optar
por elegir antagonizar con la banca o con los migrantes, con los dueños de
los grandes medios de comunicación o con las mujeres feministas.
En este esquema, la identificación con el líder no es con un programa de-
terminado de gobierno, sino, sobre todo, con la promesa de luchar, derrotar
y castigar a ese adversario.
Mala noticia: los populismos son resilientes

C uando un populista logra ser elegido para gobernar un país, sus críti-
cos se apresuran a decretar que su paso por el poder será efímero. Es
irracional, dicen; no tiene experiencia de gobierno, su discurso es demasiado
extremo, sus bases electorales poco sólidas. Sin embargo, una y otra vez esos
mismos populistas logran desafiar esas predicciones y durar más en el poder
de lo que todo el mundo (incluso a veces sus propios votantes) esperan.
La duración promedio de las presidencias de los populistas de la última
ola de izquierda (Hugo Chávez, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales,
Rafael Correa y Fernando Lugo) fue de doce años, es decir, completaron
ciclos largos. Los populistas más recientes no han sido tan longevos en el
poder: Jair Bolsonaro tuvo que dejar el poder luego de cuatro años, y Ma-
nuel Zelaya fue derrocado, por ejemplo. Aun así, siguen, o bien teniendo
presencias importantes en la política de su país (Bolsonaro), o bien regre-
sando al poder vía la elección delegada en su esposa (Zelaya).
Los populistas, además, generan cambios en las estructuras políticas y del Ningún sistema de parti-
Estado y muchas veces superan amenazas a su autoridad. No sólo eso, sino dos permanece intocado
luego de la aparición de
que, muchas veces los intentos de derrocamiento directo (o incluso golpes
un populismo y, lo que
de estado) terminan solidificando su relación con las masas, que reaccionan
es más importante aún,
con lealtad a su líder, como sucedió con Hugo Chávez en 2002, con Rafael cuando este deje el poder,
Correa en 2010, y con Evo Morales en 2019. es imposible regresar al
Un último punto, que se sigue de todo lo anterior: los populismos —una estadio anterior.
vez llegados al poder— «resetean» los sistemas de alianzas y la representación
partidaria. Ningún sistema de partidos permanece intocado luego de la apa-
rición de un populismo y, lo que es más importante aún, cuando el mismo
deje el poder, es imposible regresar al estadio anterior. Nuevos partidos, nue-
vas coaliciones y nuevos liderazgos son inevitables (y pueden ser positivos).
32 El populismo, ¿tumba de la democracia en latinoamérica?

Es importante, sin embargo, dejar en claro que no todo es malo, hay


también buenas noticias.
Buena noticia: la lógica populista se agota en el tiempo

E l antagonismo populista está basado en un principio: presentarse


como el «perdedor», el «desfavorecido», el «excluido» que va a dar
la pelea contra los poderosos y la élite. Esto genera una gran corriente de
energía, de solidaridad, incluso de alegría por participar en un movimien-
to «épico» en un primer momento (sobre todo si hay algunas victorias po-
líticas tempranas). Pero, inevitablemente el antagonismo cansa. Además,
cada día que pasa con el populismo en el poder se vuelve más difícil con-
vencer a la sociedad de que el culpable de los problemas es un adversario
poderoso: llegado cierto punto, el populismo se convierte, simplemente,
en el establishment a los ojos de la gente.
Buena noticia: la sucesión siempre son los pies de barro de los
populismos

L os populismos son extremadamente dependientes del líder. No porque


exista una creencia en su divinidad, o porque se piense que su carácter
excepcional le impide equivocarse. El líder es, ante todo la única voz autori-
zada para determinar quién es el antagonista en cada momento determina-
do. Por eso mismo, ningún gobierno populista latinoamericano ha podido
solucionar, de buena manera, su sucesión. En algunos casos, el líder simple-
mente se negó a aceptar las limitaciones constitucionales e intentó continuar
en el poder (Evo Morales en 2019); en otros, pudo elegir a su sucesor, pero
entró en conflicto rápidamente con él (Rafael Correa y Lenin Moreno; Evo
Morales y el actual presidente Luis Arce Catacora); en otros más, no pudo
transferir su autoridad al sucesor y éste fue derrotado (Cristina Fernández
de Kirchner y Daniel Scioli en 2015). Entonces, es difícil que un populismo
se convierta en un régimen hegemónico de muy larga duración sin transfor-
marse en un autoritarismo pleno (como el caso de Venezuela).
Buena noticia: ser oposición funciona

E s importante señalar que tener una oposición fuerte, decidida y políti-


camente astuta y paciente, hace una gran diferencia. Las instituciones,
los partidos de la oposición y la sociedad civil movilizada pueden, y deben,
limitar externamente a los populismos. Sin embargo, esto requiere de una
dosis de paciencia estratégica, de reconocimiento de las demandas muchas
veces legítimas de las bases de apoyo de los populistas y, sobre todo, de la
construcción de nuevos liderazgos.
Los populismos ocupan todo el espacio político que pueden, y les es más
fácil hacerlo si enfrente tiene a una oposición desarticulada, débil, o apre-
surada. Si la oposición es fuerte, organizada y estratégica, la experiencia
María Esperanza Casullo 33

muestra que es posible ir construyendo movimientos apoyados en la socie-


dad civil e ir limitando, progresivamente, a esos gobiernos. La llamada «cri-
sis del campo» en Argentina, por ejemplo, fue el primer revés político de
importancia que tuvo el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner. En el año
2008, el intento de aumentar los impuestos a las exportaciones agrícolas fue
resistido con grandes movilizaciones ciudadanas, y por el voto negativo de
los partidos de oposición en el Congreso. El proyecto de ley fue finalmente
rechazado, pero la oposición no intentó forzar un cambio de gobierno aún
en ese momento de debilidad. Mauricio Macri, el entonces jefe de gobier-
no de la Ciudad de Buenos Aires, construyó pacientemente un liderazgo
novedoso y una serie de alianzas estratégicas que le permitieron ganar la
presidencia en 2015. La «paciencia estratégica» no es fácil, pero resulta más
sustentable apostar a nuevas alianzas y nuevos discursos que sean capaces
de acompañar y narrar el proceso de desencanto social que (como se dijo
antes) es inevitable. Es estratégico, asimismo, apostar a la construcción de
nuevos liderazgos, ya que muchas veces el ascenso de los populismos es
consecuencia del hartazgo ciudadano con una dirigencia que no ha sabido
dar respuesta a las demandas. La decisión de eliminar el «desafío populista»
y reconstruir el orden anterior puede ser tentadora, pero los mejores resul-
tados se obtienen apostando a la política y la innovación.
Conclusión

E l camino frente a la irrupción de una ola populista no puede ser la


nostalgia por un pasado mítico, ni el intento restauracionista de un
viejo orden que ya no existe. En todo caso, requiere repensar nuestras ideas
de democracia, de comunidad, de justicia, e imaginar nuevas y mejores
instituciones. El desafío es construir democracias con capacidad de escu-
cha, responsivas y resilientes, con nuevas definiciones sustantivas de bienes
públicos disponibles para las mayorías. No alcanza con denunciar el popu-
lismo en abstracto, si esa denuncia no viene acompañada de la imagina-
ción política para construir una nueva comunidad en la heterogeneidad. El
actual momento populista no necesariamente tiene que ser la tumba de la
democracia, puede ser la cuna de un orden mejor y más inclusivo.
CAPÍTULO TRES
El debate democrático: posibilidades y límites
35

El debate democrático:
posibilidades y límites
Israel Covarrubias*
Universidad Autónoma de Querétaro

Democracia y temporalidades

U
La democracia ha prome-
no de los desafíos que las democracias tienen que resolver hoy son las
tido mucho, su nombre en
dislocaciones que producen los tiempos de la política, así como las in-
sí representa una esperan-
terpretaciones que subyacen en ellas, tanto de parte de la ciudadanía como de
za, pero a menudo no con-
las propias élites. En ocasiones, los tiempos de la democracia aparecen como
experiencias que irrumpen de manera inmediata en el espacio político, esto sigue honrar sus promesas.
es, se nos presentan a la experiencia sin mediaciones. Algunos ejemplos son las
protestas sociales, los «plantones», el cierre de avenidas principales, las huelgas
de hambre, pero también las tendencias virales que modelan a la opinión pú-
blica a través de las redes sociales, etcétera. En otros momentos, los tiempos
van lento, casi imperceptibles, hasta que aparece un disparador que empuja
a la superficie un conjunto de acciones que, dadas las condiciones de su apa-
rición, se vuelven incluso esperables por los medios que utilizan, no por los
fines que persiguen y que pretenden alcanzar. Aquí, hablamos de fenómenos
políticos de largo aliento como revoluciones, guerras civiles, o cambios de
régimen político, que no son fenómenos que ocurran de un día para el otro:
evolucionan a un ritmo pausado.
En este sentido, para discutir el populismo y el futuro de la democracia,
es importante considerar el tiempo, ya que los vaivenes que hemos vivido
en los últimos años podrían ser comprendidos si pensamos, siguiendo una
sugerencia de Pierre Rosanvallon, que los «tiempos de la democracia apare-
cen […] demasiado inmediatos para una preocupación de largo plazo, [pero]
demasiado lentos para la gestión de lo urgente».1 Así, entre el largo plazo y la
urgencia, se entrecruza lo que sí y lo que no es razonablemente esperable en la

* Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia, Italia. Profesor de Teoría Política en la
Universidad Autónoma de Querétaro. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel II).
Autor de La fascinación del populismo. Razones y sinrazones de una forma política actual (Debate, 2023).
Email: israel.covarrubias@uaq.mx
36 El debate democrático: posibilidades y límites

democracia. En el caso de los populismos, señala Chantal Delsol, «[…] hay


que comprender que [los populismos] aparecen justamente en los déficits
de la democracia. Obtienen su éxito a la medida de la decepción: la de-
En vez de identificar y mocracia ha prometido mucho, su nombre en sí representa una esperanza,
reconocerse, en sus yux- pero a menudo no consigue honrar sus promesas».2 Esperanzas y promesas
taposiciones y pérdidas, que sólo pueden realizarse en el plano temporal de la política democrática.
el ciudadano percibe el Sobre esto versa mi contribución.
tiempo como un constante
presente, termina anclado Aceleración del tiempo
en un régimen de histori-
cidad basado en un orden
temporal definible como
Q uisiera comenzar abordando, de manera breve el fenómeno de la
aceleración del tiempo, ya que modula, directa o indirectamente, la
arquitectura de las democracias, y del cual derivan algunas cuestiones rele-
presentismo. vantes para nuestro tema. Como lo experimentamos a diario, hoy el tiempo
no alcanza, de hecho, nos falta. El sociólogo alemán Hartmut Rosa sostiene
que la dimensión más evidente de la aceleración es la revolución de las tec-
nologías de la información, pero también de la movilidad: el barco y el tren
ceden su lugar al avión y a las autopistas digitales.3 Es en esta manifestación
donde el fenómeno de la «velocización» es espectacular, pues la vida social,
existencial, psíquica, económica, incluida la vida democrática, no tienen
reposo, están en continuo cambio. Le subyace, dice Rosa, que «la idea [de]
que la misma velocidad del cambio está cambiando. Esto significa que las
actitudes y los valores, además de las modas y los estilos de vida, las relacio-
nes y las obligaciones sociales, además de los grupos, clases, entornos, len-
guajes sociales, formas de práctica y hábitos, están cambiando con rapidez
cada vez mayor».4 La aceleración del tiempo produce un cortocircuito en la
conexión lógica de los tiempos. En vez de identificar y reconocerse en ellos,
en sus yuxtaposiciones y pérdidas, el ciudadano percibe el tiempo como un
constante presente, termina anclado en un régimen de historicidad basado
en un orden temporal definible como presentismo,5 una concepción del
tiempo donde el inmediatismo pesa más que la proyección de largo plazo,
marginada al igual que aquel pasado concomitante a la idealización de la
«gran política» del siglo pasado. En la concepción inmediatista, el pasado
es una mera construcción retórica que permite la invención de un origen
ad hoc a la coyuntura. En un contexto de presentismo y comunicación ex-
ponencial, donde el deseo de vivir en la actualidad provoca que olvidemos
los desatinos de la semana pasada, de los meses y los años pasados, todo
se vuelve posible en la democracia, tanto que pueden llegar al poder no
los mejores, sino, al contrario, los peores. Hartmut Rosa llama a esto la
«contracción del presente»,6 en tanto «lapso de tiempo en que coinciden
los espacios de la experiencia y de horizonte de expectativas».7 Finalmente,
aparece la necesidad del «hambre de tiempo». Esta hambre no consiste en
una necesidad de tener más tiempo a disposición para desarrollar las ac-
tividades sociales ordinarias —trabajo, familia, amigos, ocio, etcétera—,
sino un deseo por incrementar el número de episodios de acción o de ex-
Israel Covarrubias 37

periencias por unidad de tiempo; «[…] consecuencia del deseo o necesidad


sentida de hacer más cosas en menos tiempo».8 Esto se traduce en una serie
de mutaciones antropológicas, subjetivas y sociales, incluso fisiológicas, de
nuestro modo de presenciar al mundo, así como nuestras formas de habitar
nuestro entorno, apropiarnos de él y reconfigurarlo. De aquí, pues, que la
comunicación política actual se vuelva comunicación exponencial, ya que
es una mezcla de aceleración con superficialidad que no para nunca. De este
modo, los políticos participan una y otra vez en los turnos electorales, pasan
por el pantano que ellos mismos han provocado como si éste último no
existiera, o no fuera relevante a la hora de que el ciudadano vierta su juicio
sobre ellos. El deseo de desmemoria es tan fuerte como el de las políticas de
la memoria; no es un proceso residual.
Génesis de las democracias de posguerra

A hora bien, si miramos en términos temporales de larga duración,


y nos colocamos en el contexto de la posguerra, observaremos una
suerte de largo génesis de la democracia actual. El problema aparece en el
horizonte de la salida de la Segunda Guerra Mundial: se redefinen de las
fronteras territoriales, se educa para la democracia, se sedimenta la espe-
ranza política, y se crean las instituciones esenciales a la legitimación de
toda política democrática.
El crecimiento acelerado (1945-1975) vivido en Europa, Estados Unidos
y, con menor intensidad, en el subcontinente latinoamericano — llamado
«los treinta años gloriosos»—, tuvo diversas consecuencias; entre ellas, el
conflicto de clase, el conflicto generacional, la disputa por los llamados
valores posmateriales, así como la introducción de un mecanismo estructu-
rado económicamente, pero usado en la arena política, y que devino central
en la dinámica de los regímenes democráticos: la mecánica de la esperanza
política, que implica una dimensión estructural y otra biográfica.
Según Alessandro Pizzorno (2003), el mecanismo de la esperanza política
corresponde a la idea concebida, inculcada al ciudadano desde joven, de
que el Estado se encargará del mejoramiento de sus condiciones socioeco-
nómicas y las de la sociedad en general. A partir de los años cincuenta, el
desarrollo de las democracias liberales de masas puso en movimiento esta
concepción. El «Estado de bienestar» expande así la idea de un Estado que
se preocupa de la sociedad (en alguna medida, esto es consecuencia de la
llamada educación para la democracia). Este mecanismo indujo a pensar
que el Estado podía contribuir a la transformación de la sociedad, pero
también sugiere la formación de un mecanismo de producción de identida-
des políticas, mediatizadas por partidos políticos de masas, para las ciuda-
danías que habían padecido la guerra y sus consecuencias.9
En la dimensión estructural, se pone en marcha el desarrollo de la triada
compuesta por el sistema de expectativas (de aquí la idea de «esperar»), los
38 El debate democrático: posibilidades y límites

medios para alcanzarlas (estructuras territoriales) y los resultados obtenidos


(satisfacción con los productos que las agencias de provisión de «servicios»
estatales ofertaban). La paradoja es que todo este mecanismo fue delegado
al mercado, es decir, dependía del crecimiento económico, y no de las deci-
siones políticas. Así se generó el entredicho entre lo que se espera que la de-
mocracia pueda ofrecer en términos de bienestar, y los resultados, cada vez
menos consistentes, que ofrece realmente. Entredicho que es el detonante
de la crisis del «Estado de bienestar». Estos fenómenos pueden ser definidos
como «anomia estructural». En cambio, cuando los ciudadanos comienzan
a manifestar una creciente insatisfacción con las instituciones democráticas,
sobre todo con el advenimiento de la sociedad posindustrial, podemos de-
cir que estamos frente a una «anomia biográfica». Ésta no puede desligarse
de la esperanza política generada por los regímenes democráticos: por una
parte, el Estado y sus servicios y, por otra, el mercado y su efectividad fue-
ron presentados como los agentes de conversión y transformación de la so-
ciedad, centralizando, en una sola entidad la representación pública (voto),
representación privada (recursos) y la administración pública (servicios).
El declive de la esperanza democrática
Las masas de sujetos
activados políticamente
por el populismo son
A hora bien, esta breve nota «histórica» es importante porque la espe-
ranza política declinará con la clausura del siglo xx. De ser la base
de la política del reconocimiento, su agotamiento permite el desarrollo
todo menos «ignorantes», de una política del resentimiento, que también puede ser referida como
«denigrables», «dóciles», «política negativa». Los síntomas actuales están a la vista: padecimiento
«perdidos», «incapaces de biográfico y social de la exclusión, divorcio entre élites y sociedad a cau-
hacer política» o «raciali- sa de la comunicación exponencial, relevancia política de los invisibles,
zados» desconfianza en el mercado, depreciación de la representación política y
liberalización total de las diferencias.
En estas coordenadas, el populismo introduce uno de los cambios recien-
tes más significativos en la contienda democrática, ya que su advenimiento
supone la habilitación de la «politización negativa», donde el ciudadano
que vota al partido populista no puede ser pensado como un ciudadano
pasivo, desinformado, mal educado o antiilustrado.10 Todo lo contrario,
nuestra época tiene todos estos rasgos, y no son exclusivos de una clase
social. Mucho menos pueden ser identificados solo en los seguidores de los
populistas. Las masas de sujetos activados políticamente por el populismo
son todo menos «ignorantes», «denigrables», «dóciles», «perdidos», «incapa-
ces de hacer política» o «racializados».11 En realidad, son ciudadanos que,
con un estilo completamente atrabiliario en cuanto a la apropiación de lo
público, exigen márgenes cada vez más amplios de visibilización, acepta-
ción y reconocimiento. Surgen de una experiencia de la libertad que alcanza
a nuevos sectores sociales que se movilizan para crear momentos históricos
de cambio. Esta es la creciente realidad de las democracias actuales.
Israel Covarrubias 39

Lo anterior anuncia la revigorización del debate sobre la ampliación de los


canales de participación, comenzando con el replanteamiento de la función
que han cumplido los partidos políticos dentro de las democracias como
canales de mediación, no de inmediatez. Esto no sugiere su aniquilamiento,
sino atender el impacto que, en ellos, ha tenido la precarización de la fun-
ción de representación y, en general, de la vida pública democrática como
exigencia para la construcción de nuevas formas de integración política.
Los partidos, los sindicatos, pero también las diversas formas de asociacio-
nes, son ya insuficientes para responder a la proliferación de las expresiones
de desasosiego en el contexto de la nueva aceleración del tiempo, en la que
muchos segmentos poblacionales viven como los menos favorecidos por la
situación económica y política. De hecho, es una de las razones de peso por la
que aún es necesaria la promesa de la política, su vinculación con la lucha par-
tidista, así como una nueva relación con el Estado y la sociedad en su conjunto.
Conclusiones

E n el contexto democrático latinoamericano, el populismo ha sido


siempre una opción política recurrente para incluir a los sectores
menos beneficiados por el desarrollo económico y por la modernización
política, a pesar de que, en ocasiones, el populismo se presente como un
fenómeno de modernización política. En este sentido, me gustaría subrayar
el rol que juegan tres dimensiones de lo previamente discutido, y que nos
pueden permitir avanzar una explicación del ascenso y la fascinación que el
populismo provoca en las sociedades latinoamericanas actuales.
La primera, es la aceleración del tiempo que expresa nuestra época, y que
nos lleva continuamente a la confusión de los diversos niveles sociales y
políticos donde el populismo despliega sus promesas de un presente mejor,
respecto a los gobiernos que los han precedido. Esto provoca una confusión
respecto a las respuestas que los gobiernos populistas ponen en marcha, en-
tre lo urgente y el largo plazo. Por ello, el populismo no puede prescindir de
una dimensión ilusoria, quizá negativa, respecto a los límites y alcances que
expresa como forma de organización del poder político dentro del juego
democrático. De hecho, es importante no perder de vista la relación entre
aceleración temporal y populismo, relación donde diversas experiencias po-
líticas identificables con esta forma política han logrado socavar algunos de
los cimientos de la democracia.
La segunda es la insistencia sobre la creación de una plataforma política
populista, basada en el espoloneo de las expectativas sociales frente a lo que
la política puede lograr en relación con la mejoría estructural de la situación
general de la población. Si la democracia se presenta históricamente como
esperanza política y el Estado como palanca de inclusión social, con lo que
se tiene con el populismo es la convicción ideológica de que los rezagos y
las enormes brechas (entre los sectores poblacionales más beneficiados por
40 El debate democrático: posibilidades y límites

la globalización y el status quo, y los sectores mayoritarios menos beneficia-


dos), pueden acortarse o disolverse en un futuro próximo.
La tercera es insistir en el ascenso de la llamada «política negativa», cuya
expresión más palpable es la aparición del fenómeno del resentimiento y, en
general, el de las emociones políticas, como motor del desarrollo de las for-
maciones partidistas populistas. En este sentido, el resentimiento presiona
a las estructuras de representación y participación tradicionales de la demo-
cracia, desplazándolas por la participación directa, que establece una relación
inmediata entre el liderazgo populista y el conjunto de ciudadanos que se
cobijan bajo la noción de «pueblo». En el caso de que este mecanismo llegue
a intensificarse, podríamos, incluso, estar hablando del ascenso de la negación
de la política democrática, y no solo del desarrollo de la «política negativa».

Notas
1 Pierre Rosanvallon, La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza, Buenos
Aires, Manantial, 2007, p. 55.
2 Chantal Delsol, Populismos. Una defensa de lo indefendible, Ciudad de México, Ariel,
2016, p. 42.
3 Hartmut Rosa, Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la
modernidad tardía, Madrid, Katz Editores, 2016, p. 21.
4 Ibid, p. 24.
5 Cf. François Hartog, Regímenes de historicidad, México, UIA, 2007.
6 Rosa, op. cit., p. 25.
7 Ibid, p. 26.
8 Ibid, pp. 30-31.
9 Alessandro Pizzorno, Su alcune trasformazioni della democrazia occidentale, Seminar
paper, Florencia, European University Institute, 2003.
10 Sobre la politización negativa, vid. Rosanvallon, La contrademocracia, op. cit., p. 183.
11 Éric Fassin, Populismo de izquierdas y neoliberalismo, Barcelona, Herder, 2018, pp. 36-37.
CAPÍTULO CUATRO

Democracia, políticas identitarias y populismo


42

Democracia, políticas identitarias y populismo


Fernando Rodríguez Doval*
Instituto Tecnológico Autónomo de México

Definiciones de la democracia
Una democracia no se
reduce a la elección de los
gobernantes, sino a un
A l hablar de democracia nos encontramos con uno de los términos más
utilizados, no solamente en la filosofía y la ciencia política, sino también
en la política cotidiana. La palabra «democracia» tiene una carga emotiva posi-
conjunto de condiciones tiva, por lo que prácticamente cualquier político, partido o régimen, asegura ser
institucionales que deben democrático, aun cuando las evidencias muestren abiertamente lo contrario.1
existir para garantizar Por lo tanto, vale la pena fijar unos elementos mínimos para entender de
derechos y libertades. qué hablamos cuando hablamos de democracia. En su definición mínima de
democracia, el teórico italiano Norberto Bobbio se refiere a dos elementos
indispensables: 1) un conjunto de reglas que establecen quién está autorizado
para tomar las decisiones colectivas, y bajo qué procedimientos; y 2) que aque-
llos que están llamados a decidir, o a elegir a quienes deberán decidir, se plan-
teen alternativas reales y están en condiciones de seleccionar entre una u otra.2
Robert Dahl, por su parte, considera como democrático a aquel gobier-
no que se caracteriza por su aptitud para responder a las preferencias de sus
ciudadanos, y para ello, es indispensable que ellos puedan: 1) formular sus
preferencias; 2) manifestar públicamente dichas preferencias; 3) recibir, por
parte del gobierno, igualdad de trato. Para que se puedan cumplir estas tres
condiciones, se requieren múltiples garantías institucionales, como la diver-
sidad de fuentes de información, elecciones libres e imparciales, o libertades
como las de asociación, expresión y voto.3
Por lo tanto, retomando las definiciones de Bobbio y Dahl, así como apor-
taciones del liberalismo, el republicanismo y el constitucionalismo, podemos

*Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México, Maestro en


Gobierno y Políticas Públicas por la Universidad Panamericana, Maestro en Democracia y Parlamento
por la Universidad de Salamanca (España), y Doctor en Historia del Pensamiento por la Universidad
Panamericana.
Fernando Rodríguez Doval 43

afirmar que una democracia no se reduce a la elección de los gobernantes, Estos autores proponen
sino a un conjunto de condiciones institucionales que deben existir para deconstruir el concepto de
garantizar derechos y libertades. Entre ellas, podríamos incluir la existen- lucha de clases para incor-
cia de un Estado de Derecho, el reconocimiento del pluralismo político y porar a más grupos que
la división de poderes. consideran históricamente
Ahora bien, todo régimen democrático debe tener muy presente que hay excluidos, dislocados y dis-
materias que, por su propia naturaleza, no pueden ser decididas a partir del persos por la desigualdad
principio de mayoría. Joseph Ratzinger las denominaba «los fundamentos ocasionada por el proce-
so modernizador y que
prepolíticos de la democracia», porque no pueden estar sometidos a la de-
buscan su emancipación,
cisión de las mayorías, y porque sustentan a las instituciones y los meca-
así como las nuevas luchas
nismos democráticos. Entre estas verdades prepolíticas están las cuestiones políticas que se han pre-
fundamentales en las que se pone en juego la dignidad de la persona, como sentado en las sociedades
es el caso de los derechos humanos.4 postindustriales.
Por eso, en una democracia se salvaguardan también los derechos de las mi-
norías, que no pueden ser decididos por lo que dicten las mayorías. A partir
de la defensa de las minorías y de grupos considerados como potencialmente
vulnerables, ha surgido, en las últimas décadas, una tendencia filosófica y
política a la que vale la pena referirse, la llamada «política de la identidad».5
Democracia e identidades minoritarias: ¿radicalizar la democracia?

E ste enfoque prioriza aquellos rasgos particulares de los individuos que


los llevan a formar parte de ciertos colectivos que se consideran, a sí
mismos, históricamente agraviados y marginados. De esta manera, la polí-
tica de la identidad busca articular sentimientos de sufrimiento y opresión,
a través de procesos de concientización y acción colectiva y, toda vez que
se parte de la premisa de que los individuos que pertenecen a estos grupos
históricamente oprimidos son más vulnerables que el resto, es necesario
que existan todo tipo de acciones afirmativas y derechos diferenciados para
compensar su situación de desventaja. Así, grupos minoritarios acaban im-
poniendo su agenda sobre la sociedad, a partir de la premisa de la necesidad
de una reparación o marginación histórica.
Hay diversos orígenes académicos de esta aproximación filosófica. Varias
corrientes de pensamiento se entrecruzan, entre ellas la de los teóricos del
posmodernismo y la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Ahondar en
ellos sería materia de otro estudio. Quiero hacer referencia, simplemente,
a una de las aproximaciones que me parece más relevante, la expresada por
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
Laclau y Mouffe buscan —expresamente— renovar el pensamiento de
la izquierda posmarxista en la década de los ochenta, cuando se cuestio-
naban los métodos totalitarios de los regímenes comunistas. Estos autores
proponen deconstruir el concepto de lucha de clases para incorporar a
más grupos que consideran históricamente excluidos, dislocados y dis-
persos por la desigualdad, ocasionada por el proceso modernizador, y que
44 Democracia, políticas identitarias y populismo

buscan su emancipación, así como las nuevas luchas políticas que se han
La política de la identi- presentado en las sociedades postindustriales. Estos nuevos antagonismos
dad fragmenta a la pobla- son, entre otros, el feminismo, el racismo, el indigenismo, la diversidad
ción en compartimentos sexual o el ecologismo, y la articulación de esas luchas conduce a una
estancos y la segmenta en redefinición del proyecto socialista en términos de lo que ellos llaman «la
identidades cerradas que radicalización de la democracia».6
no suelen dialogar entre Para la nueva izquierda posmoderna ya no hay una gran causa socialista,
ellas, esto conduce tam- sino diferentes causas autónomas debidamente articuladas, en donde pre-
bién actitudes dogmáticas
dominan las identitarias. Esta articulación de causas conducirá, a la izquier-
y da origen a la correc-
da, a la hegemonía, en el sentido de que estas causas terminarán siendo
ción política como nueva
forma de ortodoxia. aceptadas por todos –también por la derecha—, en tanto que culturalmen-
te serán vistas como correctas. Así, todo aquel que discrepe de esta aproxi-
mación será tachado inmediatamente de «discriminador» y potencialmente
será sometido a la «cancelación».
Criticas liberales a las políticas identitarias en democracia

E sta visión no ha estado exenta de críticas. Desde las fronteras del li-
beralismo, el escritor español Ricardo Dudda asegura que la política
de la identidad fragmenta a la población en compartimentos estancos, y la
segmenta en identidades cerradas que no suelen dialogar entre ellas, y que,
si bien es cierto que detrás de esas demandas hay un «interés legítimo por
reducir la crueldad contra las minorías», lo preocupante es que «estas rei-
vindicaciones a menudo se convierten en un mandato moral irrenunciable»
que desemboca en una cultura del victimismo, en donde «ser víctima está
bien reconocido», porque es una manera de pedir una reparación. Y esto con-
duce también actitudes dogmáticas, y da origen a la corrección política como
nueva forma de ortodoxia que se vuelve incuestionable e, incluso, asfixiante.7
La historiadora y política española, Cayetana Álvarez de Toledo, por su
parte, asegura que las políticas identitarias atentan contra la idea de ciuda-
danía, sobre la cual están construidas las democracias modernas, al conside-
rar que solamente el miembro de un educativo identitario puede represen-
tar —políticamente— a quienes, al parecer, forman un todo homogéneo
al interior de esa identidad, sean indígenas, migrantes, mujeres, personas
de la tercera edad, jóvenes, o miembros de la diversidad sexual. Frente a la
«implosión identitaria», Álvarez de Toledo sostiene que los derechos son in-
dividuales, y no colectivos ni territoriales; y no duda en afirmar que la batalla
ideológica de nuestro tiempo es la que se da, de igual manera entre la libertad
y el colectivismo, la igualdad y la identidad, la razón o la reacción.8
Para Helen Pluckrose, pensadora liberal también, el posmodernismo y
sus políticas de identidad «amenazan con llevarnos de vuelta a una cultura
irracional, tribal y premoderna», por lo que está en juego la consistencia, la
razón, la igualdad y la justicia frente a la inconsistencia, el irracionalismo,
las certidumbres fanáticas y el autoritarismo sectarios.9
Fernando Rodríguez Doval 45

Hay que añadir que, en no pocas ocasiones, esta corrección política ha aten-
tado claramente contra la libertad de expresión, al pretender establecer un
conjunto de verdades oficiales de las que nadie puede disentir. Esto ha gene-
rado preocupación en escritores y profesores de todo el mundo. Muy notable
al respecto fue el manifiesto que hace tres años publicaron ciento cincuenta
intelectuales, la mayor parte de ellos identificados con posiciones de izquier-
da, en la revista Harper’s, en Estados Unidos. En él se quejan de que el libre
intercambio de información e ideas se está volviendo cada vez más restringi-
do, por culpa de una censura que se ha convertido en intolerancia hacia los
puntos de vista opuestos, o que se salgan de un cierto consenso ideológico.10
Una democracia requiere deliberación y debate entre posturas antagónicas e,
incluso, contradictorias. Una democracia pierde calidad cuando hay temas pro-
hibidos o dogmas que no puedan cuestionarse de forma racional y civilizada.
Decía George Orwell que si algo significa la libertad de expresión es, pre-
cisamente, el decir lo que los demás no quieren escuchar.11 Una sociedad en
donde todos piensen igual, en donde no quepa el disenso, en donde —con
el pretexto de proteger a determinados grupos o minorías— se censuren
contenidos enteros, es una sociedad totalitaria.
Integrar grupos vulnerables sin caer en una política identitaria:
la propuesta del humanismo cristiano

D ebe ser posible, hacer frente a la posible vulnerabilidad de ciertos gru-


pos, sin caer en estos excesos. El humanismo cristiano apela a la noción
de «bien común», como integradora de diferencias identitarias. El filósofo es-
pañol, Alejandro Llano, creador del concepto de «humanismo cívico», consi-
dera que una visión exclusivamente individualista de los derechos humanos
lleva a concebirlos como un título de reivindicaciones «frente a otros», de
ahí que, con frecuencia, ese rótulo termine yendo en contra de la auténtica
dignidad de la persona, y desconozca que cada hombre y cada mujer es un
ser personal, consciente y libre, promotor nato del bien común social.12
A través de la promoción de la cultura del encuentro, el humanismo cris-
tiano ha propuesto entablar un diálogo amplio con sectores diversos, que
permita la conciliación de intereses y visiones. Este concepto de «cultura
del encuentro» ha sido muy repetido por el papa Francisco durante todo
su pontificado. Podríamos afirmar, incluso, que es una de sus principales
aportaciones al magisterio social de la Iglesia. Quizá en donde mejor lo ha
explicado es en la carta encíclica Fratelli Tutti, en donde expone que
«hablar de cultura del encuentro significa que como pueblo nos apasiona intentar
encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya
a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura
es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos
profesionales y mediáticos».13
46 Democracia, políticas identitarias y populismo

Esta visión del papa Francisco está en plena sintonía con la de Juan Pablo
II, quien insistía en la construcción de comunidades que, con fundamento
en el amor y a través de la participación, superen las diferencias en el origen
y en la relación entre las personas.
En Centesimus Annus, Juan Pablo II introduce el concepto de «subjeti-
vidad social», el cual se refiere a las múltiples relaciones que cada persona
establece debido a su socialidad, y que no se agotan en el Estado, sino que
se realizan en diversos grupos intermedios que, al provenir de la misma
naturaleza humana, tienen su propia autonomía.14 De esta forma, podrá
integrarse, progresivamente, un sistema de bienes comunes para que crezca
la humanidad en la convivencia social. El reto, entonces, consistirá en crear
dinámicas de bien común que integren la pluralidad de bienes comunes en
un sistema que sea, a la vez, eficiente, justo, estable, libre y humano.15
Así, vemos que, frente al riesgo para la democracia que puede suponer
una visión revanchista y canceladora de quienes dicen defender —desde
visiones identitarias— los derechos de las minorías, el humanismo cristiano
contemporáneo propone la cultura del encuentro, introduce el concepto de
subjetividad social para entender las comunidades en las que se desarrolla la
persona, y retoma la noción de «bien común».
Conclusión: el paralelismo entre políticas identitarias y populismos

P uede encontrarse un vínculo entre las políticas identitarias y el populis-


mo contemporáneo. La politóloga Nadia Urbinati argumenta que uno
de los elementos característicos de todo populismo es la reducción de la to-
talidad del pueblo a una de sus partes, identificada como «el verdadero pue-
blo». Utiliza la expresión latina pars pro toto para designar esta reducción.16
Las políticas identitarias a menudo apelan a la movilización emocional de la
población. Constituyen, así ,una suerte de populismo, en tanto que priorizan
el sentimiento sobre la razón. El intelectual español, José María Lassalle ase-
gura que el populismo es el rechazo a la racionalidad instrumental de la mo-
dernidad ilustrada, y su reemplazo por la política de la emoción y los senti-
mientos;17 en este sentido, políticas identitarias y populismo se dan la mano.
Tanto el populismo como las políticas identitarias tienden a simplificar la
realidad política y social, presentando problemas complejos como enfrenta-
mientos entre «nosotros» y «ellos». Esto puede llevar a la polarización de la
sociedad, y a la demonización de aquellos que se perciben como «otros». En
algunos casos, los líderes populistas pueden adoptar políticas identitarias
como parte de su plataforma, para movilizar a ciertos grupos de votantes.
Al abandonar la razón, el hombre posmoderno privilegia sus sentimien-
tos y emociones como únicos referentes éticos. Piensa que su voluntad es
ilimitada, y que la comunidad política debe respetar e, incluso, garantizar
cualquier deseo que ahora se presenta como derecho. Esa visión está susten-
Fernando Rodríguez Doval 47

tada en la creencia de que la existencia precede a la esencia, y no al revés. En


ocasiones las políticas identitarias y el populismo caen en estas patologías.
Notas
1 Esto no siempre fue así. En la Grecia antigua, la democracia comúnmente se asociaba
con la demagogia, debido a que se consideraba que las masas eran ignorantes.
2 Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, México, Fondo de Cultura Económica,
1996, segunda edición, pp. 24 y 26.
3 Robert A. Dahl, La poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1997, segunda
edición, pp. 14 y 15.
4 Jürgen Habermas / Joseph Ratzinger, Entre razón y religión. Dialéctica de la secularización,
México, Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 39 y 40.
5 Véase Heyes, Cressida, «Identity Politics», Stanford Encyclopedia of Philosophy, en: https://
plato.stanford.edu/entries/identity-politics/#LibeIdenPoli).
6 Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una
radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987, pp. 5 y 6.
7 Ricardo Dudda. La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos, Barcelona,
Penguin Random House, 2019, pp. 16, 17 y 77.
8 Cayetana Álvarez de Toledo, Políticamente indeseable, Barcelona, Penguin Random
House, 2021, pp. 24 y 25. Ídem, p. 24.
9 Helen Pluckrose, «Cómo los intelectuales franceses arruinaron Occidente: la explicación
del posmodernismo y sus consecuencias», en Letras libres, 19 de julio de 2019, en:
https://letraslibres.com/cultura/como-los-intelectuales-franceses-arruinaron-occidente-la-
explicacion-del-posmodernismo-y-sus-consecuencias/.
10 «A Letter on Justice and Open Debate», en Harper’s, 7 de julio de 2020, en: https://
harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate/
11 George Orwell, Rebelión en la Granja, Barcelona, Destinolibro, 1999, trigésimotercera
edición, p. 46.
12 Alejandro Llano, Humanismo Cívico, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2015, p. 167.
13 Francisco, Carta encíclica Fratelli Tutti, 3 de octubre de 2020, Numeral 216 y
217, en https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-
francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.htmL
14 Juan Pablo II, Carta Encíclica Centesimus Annus, Numeral 13, en https://www.vatican.
va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_01051991_centesimus-
annus.html
15 Mathias Nebel et al, A Common Good Approach to Development. Collective Dynamics
of Development Processes, Open Book Publishers, 2022.
16 Nadia Urbinati, Me the People. How populism Transforms Democracy, Harvard
University Press, 2019.
17 José María Lassalle, Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo posmoderno,
Barcelona, Debate, 2017, p. 24.
CAPÍTULO CINCO

La universidad y la formación de una


cultura política democrática
49

La universidad y la formación
de una cultura política democrática
Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo*
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla

Introducción

« La democracia no es simplemente una píldora que nos den por las maña-
nas para estar curados por las tardes. No puede ser impuesta a ningún pue-
blo desde afuera. La democracia es una cultura que en una sociedad necesita
crecer desde abajo, y que debe fomentarse desde arriba». Estas palabras, del
escritor marroquí Tahar Ben Jelloun (1944), ilustran la imperiosa necesidad
de comprender que nadie nace siendo un demócrata, por lo que debemos
aprender la democracia y educar para la misma. La educación cívico-política
es un elemento imprescindible de una cultura política democrática.
Podemos definir a la cultura política como el patrón de distribución de
todas las orientaciones de una población hacia el sistema político, entendido
como la suma de todas las instituciones políticas. Dicha orientación política
incluye opiniones, actitudes, afectos y valores, pero también considera cam-
pos que —inicialmente— parecen no propios de lo político, tales como las
actitudes hacia el trabajo y el ocio, ideas religiosas, estilos y objetivos educati-
vos, etcétera. (Greiffenhagen, 2021). El término «cultura política» se utiliza en
el mundo académico como un concepto libre de valores, al contrario del uso
coloquial, que suele considerarlo como sinónimo de un «buen» estilo político.
Para entender este concepto de cultura política, es, por lo tanto, menester
partir de un concepto amplio de cultura, más allá de nuestra relación con las
bellas artes o con las humanidades, para adentrarnos en los difíciles terrenos
de la convivencia humana, de las interrelaciones y costumbres sociales y polí-
ticas, y de los complejos mecanismos de la toma de decisiones. ¿Cómo vemos
a la política?, ¿qué valores nos guían en el desempeño de las actividades políti-
*Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg (Alemania). Profesor investigador en
la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla
(UPAEP); correo electrónico: herminio.sanchezdelabarquera@upaep.mx. Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores (SNI). Clave ORCID: 0000-0002-9766-3403.
50 La universidad y la formación de una cultura política democrática

Los valores para la acción cas?, ¿qué actitudes guardamos frente a la política?, ¿cómo nos comportamos
política es, por ejem- cuando actuamos en escenarios públicos y políticos?, ¿qué tanto nos interesa
plo: amor por la liber- informarnos de los acontecimientos políticos?, etcétera. Entonces, según esta
tad, la justicia y la paz, definición, todas las personas tienen una cierta cultura política. Pero la dife-
compasión, confianza, rencia estriba en que esta cultura puede ser tendiente a fortalecer los valores
constancia, cooperación, de la democracia o puede, por el contrario, ser opuesta o indiferente a ellos.
disposición al diálogo,
En esta formación y conformación de la cultura política proclive a la
generosidad, honesti-
democracia juega un papel esencial la educación recibida en casa, en la
dad, optimismo, orden,
paciencia, prudencia, familia, fundamentalmente; pero también en otros grupos de la sociedad,
respeto, responsabilidad, como las iglesias y asociaciones intermedias de distintos tipos. El mecanis-
sinceridad, transparencia, mo para educarnos en la política se llama «formación política» o «forma-
tolerancia y urbanidad ción cívico-política», y forma parte indispensable de una cultura política
más bien común. democrática. Es necesario hacer hincapié en que la conciencia política de
una población, y las instituciones de un sistema político no necesariamente
están siempre en armonía, sino que pueden contraponerse.
La democracia y sus valores

L os valores pueden entenderse como una idea explícita o implícita de


lo que es deseable, que caracteriza a una persona o a un grupo y que
influye en la selección de modos, medios y objetivos de acción disponibles,
como afirma Kluckhohn (cit. por Wurthmann, 2021). Los valores son ob-
jetivos deseables para un individuo, aunque también pueden relacionarse
con un contexto social más amplio. Los seres humanos y los grupos actúan
como portadores de valores a los que, por un lado, moldean y cambian,
pero, por otro lado, también son moldeados y cambiados por ellos. Así que,
en última instancia, los valores influyen en las acciones de las personas, lo
cual podemos advertir, por ejemplo, en su comportamiento electoral y en
otras formas de participación política y social. Por eso, podemos concluir
que los valores son criterios que guían nuestras acciones.
Los valores que, en general y de manera ideal, podríamos considerar para
guiar u orientar la acción política son, por ejemplo, el amor por la libertad,
la justicia y la paz, la compasión, la confianza, la constancia, la cooperación,
la disposición al diálogo, la generosidad, la honestidad, el optimismo, el or-
Podemos decir que la for- den, la paciencia, la prudencia, el respeto, la responsabilidad, la sinceridad,
mación política es, preci- la transparencia, la tolerancia y la urbanidad, más el bien común.
samente, la herramienta El barón de Montesquieu (Charles Louis de Secondat, 1689-1755) con-
que tenemos para fomen- sideraba que el principio de la democracia es la virtud, pero que esta virtud
tar y cuidar a la democra- sólo es alcanzable por la gran mayoría de las personas —si lo que se quiere
cia, pues esta requiere de es establecer un gobierno republicano— por «el poder de la educación»,
un mínimo de formación es decir, de la formación política. Su argumentación es muy interesante: el
política, sin la cual sim- principio de la monarquía es el honor, lo cual es algo natural, es decir, dado
plemente no existiría. por la naturaleza, en vista de las pasiones favorecidas por el honor; el prin-
cipio de la tiranía es el miedo, que también es algo natural ante los castigos
Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo 51

y las amenazas que caracterizan al régimen de un tirano. La virtud —enten-


dida como amor por las leyes y por la patria—, por el contrario, no es sim-
plemente algo dado por la naturaleza, sino que es voluntario, es el producto
de la decisión, de la abnegación y de la renuncia, o sea: decidirse por el bien
común y postergar el bien propio. A esto se debe que la democracia sea algo
especial e incomparable, pues exige de los ciudadanos más que cualquier otro
tipo de régimen; exige y requiere de su compromiso para defender sus valores
y para asumir una responsabilidad propia. Montesquieu llega a hablar inclu-
so del amor, el que sólo existe en la democracia: «…para conservarla, hay que
amarla», afirma en el libro IV de su célebre De l’esprit de lois.
La democracia, para nacer, consolidarse y sobrevivir, necesita, en primer
lugar, de demócratas, pero estos no caen del cielo ni se crean por genera-
ción espontánea; su tarea es primordial, pues una democracia necesita de
su cuidado constante. De ahí la complejidad de la tarea de formar, conso-
lidar y proteger a la democracia. Podemos decir que la formación política
es, precisamente, la herramienta que tenemos para fomentar y cuidar a la
democracia, pues esta requiere de un mínimo de formación política, sin la
cual simplemente no existiría. Esto nos lleva a considerar que, si la forma-
ción política se debilita o desaparece, estaríamos en un momento de crisis
que podría, incluso, hacer peligrar a la democracia.
Los fundamentos colocados por la formación política en una sociedad son
necesarios para que haya participación política, reflejo de una democracia
funcional. Ya desde la década de los años 60 del siglo xx comenzaba a dis-
cutirse en torno a la participación política, subrayando, a la vez, conceptos
como calidad de vida, emancipación, progreso, solidaridad internacional y
democratización. Por eso podemos entender la frase de Willi Brandt (1913-
1992) de «atreverse a más democracia», pues la democracia es el único tipo
de régimen que permite, fomenta y necesita de la participación política y
social, particularmente para los más desprotegidos y marginados. De ahí
que no nos extrañe que, en lo que va del siglo xxi, se hable cada vez más de
términos considerados «positivos», tales como participación política, buen
funcionamiento del gobierno, bien común, multiculturalidad, sociedad La universidad, como
plural, subsidiariedad, pero también de conceptos «negativos»: hartazgo de institución de educación
la política, xenofobia, populismo y racismo. superior y como parte de
la sociedad civil, es una
Las responsabilidades de las universidades frente a la democracia protagonista importante

L a universidad no es un sistema político, por lo que no podemos pensar en la formación política


de los ciudadanos, es decir
en simplemente transladar las costumbres —democráticas o no— del
que, siguiendo a Montes-
sistema político de un país a una institución educativa. Podemos enten-
quieu, es una herramien-
der por «sistema político» al conjunto de estructuras, procesos y acciones
ta para ayudar a formar
a través de los cuales se preparan, se toman y se hacen cumplir decisiones
las virtudes que sirvan de
que son vinculantes para la sociedad en su conjunto; forma un contexto de
base a la democracia
acción coherente con papeles para las personas involucradas como votantes,
52 La universidad y la formación de una cultura política democrática

miembros de asociaciones y partidos, manifestantes, representantes, etcéte-


ra. Por un lado, el sistema político incluye más que el Estado, en el sentido
del sistema de gobierno, y, por otro lado, menos que la sociedad. En un
sistema político se generan las decisiones vinculantes para todo el sistema
social; en una universidad, no.
La universidad, como institución de educación superior y como parte de
la sociedad civil, es una protagonista importante en la formación política de
los ciudadanos; es decir que, siguiendo a Montesquieu, es una herramienta
para ayudar a formar las virtudes que sirvan de base a la democracia. Creo
que, en México, donde la formación política no es particularmente fuerte
en la familia, un papel crucial recae en instituciones como la escuela y la
universidad. Pero es claro que la educación y la formación de una persona
no comienzan en la universidad, sino en su familia, en otros grupos sociales
y en la escuela. Esto significa que la universidad empieza a jugar su papel
en la formación de los estudiantes en una fase relativamente avanzada de
su desarrollo, por lo que podríamos decir que la universidad colabora para
llevarlos a la mayoría de edad. Pero, para poder analizar el papel de esta ins-
titución en el fortalecimiento de una cultura política democrática, tenemos
que preguntarnos —primero— si existe una exigencia social en este sentido
y, —en segundo lugar—, si la universidad está en condiciones de asumir
una responsabilidad de tal naturaleza.
En nuestro país, la institución universitaria está bien colocada en el áni-
mo de la gente; es decir, la gente confía en ella, como nos lo indican los
Estudios de Percepciones Sociales que, por encargo del INEGI (Instituto Na-
cional de Estadística y Geografía), realiza periódicamente la UNAM. En
el más reciente de ellos, las universidades públicas se encuentran en el se-
gundo lugar de las instituciones que mayor confianza generan en la pobla-
ción, solamente detrás de la familia (Milenio, 2023). La Encuesta Nacional
de Cultura Cívica 2020 (ENCUCI) arroja resultados similares: en ella, las
universidades públicas se encuentran a la cabeza de las instituciones que
gozan de mayor confianza entre la población, seguidas por los sacerdotes
(INEGI, 2020). Sin embargo, desconozco si hay algún estudio que analice
la postura de las personas con respecto a la responsabilidad universitaria
para formar una cultura política democrática. Empero, creo que sí existe un
amplio sentido de responsabilidad política entre los universitarios mexica-
nos, pues en nuestra historia han demostrado estar dispuestos a participar
activamente en ella, y a defender los derechos fundamentales. Debemos ver
que la universidad es una institución educativa de nivel superior, no ajena
a los avatares sociales, políticos y económicos, encuadrada en un contexto
cultural determinado; en ella, confluyen profesores —por definición, pen-
santes y críticos, amantes de la libertad— y estudiantes —generalmente,
con mucho empuje e, igualmente, de pensamiento crítico y rebelde—. De
ahí que uno de los valores que más se aprecia en la vida universitaria —des-
de su origen— sea la libertad.
Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo 53

Lo anterior quiere decir que los profesores universitarios no solamente


imparten clases, no realizan nada más tareas de investigación, y no sólo
se concentran en sostener una vinculación social fuerte, sino que también
deben ser conscientes de los problemas y de las actitudes que caracterizan a
la sociedad, y que se reflejan en el salón de clases: egoísmo, individualismo,
materialismo, deterioro de la consciencia de pertenencia colectiva, apatía
frente a los grandes problemas sociales, indiferencia política, agresividad,
deterioro del ámbito familiar y tendencia a ejercer la violencia. La univer-
sidad no debe preparar profesionistas que desconozcan estas condiciones
contextuales y que salgan a la calle a trabajar como si todo estuviera en
orden, sino que debe formar estudiantes capaces no solamente de enfren-
tarse a una realidad cruda, sino que también sean capaces de verla con ojos
críticos y sepan que pueden contribuir a cambiarla, en una especie de in-
conformidad permanente, constructiva y, por ello, sana.
Así que no solamente debemos preguntarnos para qué está la universidad,
sino que debemos cuestionarnos cómo podemos, desde la universidad, contri-
buir de mejor manera a fortalecer una cultura política democrática, con sentido
de responsabilidad social o, mejor dicho, con sentido de corresponsabilidad.
Más que en procesos y ejercicios de elección y representación democrá-
ticas, la universidad puede contribuir a la educación política de su comu-
nidad valiéndose, por ejemplo, de la función de modelo que los docentes
representan para los alumnos, pues son ellos, los profesores, quienes tienen
un contacto más estrecho con los estudiantes, por lo que su conducta aca- Dentro de los muros
démica y personal, honesta y ejemplar, es un factor formativo fundamental. universitarios debemos
Por su parte, la institución —como un todo— tiene también un papel que aprender el valor de la
cumplir: los procesos administrativos y académicos deben ser transparen- representatividad, debe-
tes, con objetivos claros, comunicando e informando —oportunamente mos contribuir a formar
—acerca de los objetivos que se persiguen, de los problemas que se buscan ciudadanos responsables,
evitar, de los beneficios que se pretenden lograr, de los diagnósticos que a enseñar a debatir ideas
sirven de orientación, del papel que cada quien jugará en los procesos, y de y a confrontarlas esgri-
miendo argumentos.
quiénes son las personas responsables de las acciones emprendidas. El fo-
mento de la discusión y del diálogo respetuoso e informado son, así mismo,
elementos esenciales en la formación universitaria democrática.
Es por esto que los universitarios tenemos un compromiso con el respeto
a la libertad, a la diversidad y a las diferencias que caracterizan a la sociedad
e, incluso, a las comunidades universitarias. Ciertamente no podemos, en
las universidades, elegir a los ocupantes de todos los cargos, ni podemos as-
pirar a tener representantes en todas las instancias, pero dentro de los muros
universitarios debemos aprender el valor de la representatividad, debemos
contribuir a formar ciudadanos responsables, a enseñar a debatir ideas y a
confrontarlas esgrimiendo argumentos. Aunque no se viva a plenitud la de-
mocracia en una universidad (como sí debe vivirse en un sistema político),
allí podemos aprender sus valores, y cómo aquilatarlos y defenderlos. La
apatía, enemigo de las democracias actuales, también debe ser combatida
en los recintos universitarios.
54 La universidad y la formación de una cultura política democrática

Otra parte de la respuesta está en las actitudes que los docentes y los en-
cargados de la gestión demuestren frente a la comunidad universitaria en su
trabajo diario: en un país en el que muchos políticos no se muestran gene-
ralmente muy dados a argumentar, sino que buscan descalificar, ofender y
La universidad debe ser,
hacer a un lado a quien piensa distinto, la universidad debe ser el sitio don-
entones, un refugio de
de la cultura del argumento y de la discusión abierta, honesta, informada
civilidad, de discusión
informada, de aceptación y transparente, se privilegie, se fomente y se viva. La universidad debe ser,
de la pluralidad y reconoci- entones, un refugio de civilidad, de discusión informada, de aceptación de
miento de la diversidad. la pluralidad y reconocimiento de la diversidad.
Conclusiones

E n una institución de educación superior, la mejor forma que tenemos


de fomentar la cultura política democrática es tratar de vivirla since-
ramente dentro de los muros universitarios, no tanto en sus mecanismos
de elección y toma de decisiones, sino en el cultivo de los valores de una
cultura política democrática, de tal manera que esta vivencia en el ámbito
universitario colabore a que no se presente una contradicción entre la con-
ciencia política de la población y las instituciones democráticas del sistema
político. Si mostramos respeto frente a quienes piensan diferente, si hui-
mos de la idea de que un pueblo o una comunidad universitaria son entes
monolíticos, si buscamos la virtud y el amor en el sentido de Montes-
quieu, si privilegiamos el argumento y el respeto, será más probable que
nuestros mismos estudiantes lleven esa forma de ser, de pensar y de actuar
a su vida cotidiana. En la universidad debemos transmitir a los estudian-
tes —y a la sociedad en general— la idea de que, aún con sus imperfec-
ciones, la democracia es un tipo de régimen que permite la coexistencia
entre personas que son desiguales, que no necesariamente piensan igual,
y que se asumen como diferentes, pero a quienes debe unir la convicción
de que vale la pena defender la democracia con energía y entregaz, pues
es el único tipo de régimen que nos permite administrar la diversidad y la
pluralidad que encontramos en la sociedad.
La universidad debe guardar y fomentar el sentido crítico y autocrítico,
el pensamiento innovador y creativo, la reflexión científica profunda y pro-
positiva y el diálogo que permita confrontar ideas dentro de un espíritu de
respeto y de inclusión. La apertura frente a los demás es, por lo tanto, una
condición esencial de toda universidad democrática; no es en vano que el
lema de la universidad más antigua de Alemania, la Universidad de Heidel-
berg, fundada en 1386, sea precisamente: Semper apertus!
Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo 55

Notas
Greiffenhagen, Sylvia. 2021. «Politische Kultur», en: Andersen, Uwe / Wichard Woyke
(editores) 2021. Handwörterbuch des politischen Systems der Bundesrepublik Deutschland.
8ª edición actualizada. Heidelberg: Springer Verlag.
INEGI. 2020. Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020. Disponible en:
https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/encuci/2020/doc/ENCUCI_2020_
Presentacion_Ejecutiva.pdf
Milenio. 2023. «Inegi (sic.) se posiciona en tercer lugar como institución con mayor
confianza», en: diario Milenio, lunes 11 de diciembre de 2023. Disponible en: https://
www.milenio.com/politica/inegi-tercera-institucion-con-mayor-confianza
Wurthmann, Lucas Constantin. 2021. «Werte und Wertewandel», en: Andersen, Uwe /
Wichard Woyke (editores) 2021. Handwörterbuch des politischen Systems der Bundesrepublik
Deutschland. 8ª edición actualizada. Heidelberg: Springer Verlag.
CAPÍTULO SEIS
Resentimiento, democracia y populismo
57

Resentimiento, democracia y populismo


Juan Pablo Aranda*
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla

I magine un niño. Dieciocho meses de vida. Incapaz de hablar, pero ya con


una importante capacidad para afirmarse en un mundo que va conociendo
a gran velocidad. Freud habla de «su majestad el bebé» para referirse a este
Una democracia sola-
mente puede funcionar
cuando los ciudadanos
momento donde el infante es «naturalmente» narcisista: su relación con el son capaces de salir de la
mundo sigue siendo unidireccional, de forma que es la apropiación de este esfera primitiva del miedo
por el niño y no, al contrario, la inserción del niño en la compleja red de rela- para generar relaciones
ciones, normas y perspectivas de lo humano, lo que domina esta etapa. El pe- tendientes al bien público.
queño soberano es un yo todavía incapaz de deshacerse de la costra narcisista
para ir al encuentro del tú, única relación capaz de convertir al ser humano en
lo que es más auténticamente.
La educación es, en este contexto, un proceso por el cual se niegan ciertos
rasgos naturales—primitivos, si se quiere—en aras de construir un ser huma-
no capaz de generar relaciones armónicas y productivas en sociedad. Este tipo
de educación es un proceso «doloroso», pues, en dicha negación se da por
sentada una transformación del yo, a fin de pasar, de un «yo-mónada», a un
yo capaz de entrar en una relación con un tú, es decir, un «ser-con», un ser que
entra en el espacio de la relacionalidad. No es fortuito, en este sentido, que
Platón insista, en el célebre libro VII de su República, en el carácter doloroso
de la educación, pues esta implica poner a la persona de frente a lo descono-
cido, rasgar el velo de lo familiar, a fin de crear una tensión, una dialéctica a
través de la cual la doxa pueda convertirse en lógos.
En su libro, The Monarchy of Fear, Martha Nussbaum ofrece una provo-
cadora reflexión respecto de los rasgos psicológicos que se transmiten desde

* Profesor-investigador en UPAEP, donde también funge como director de Formación Humanista.


Doctor y maestro en Ciencia Política por la Universidad de Toronto, licenciado en Ciencia Política
por el ITAM.
58 Resentimiento, democracia y populismo

la autoridad hacia los gobernados. Mientras que a un monarca absoluto


le basta el miedo de los súbditos para reinar, una democracia solamente
puede funcionar cuando los ciudadanos son capaces de salir de la esfera
primitiva del miedo para generar relaciones tendientes al bien público. La
democracia aparece, aquí, estructuralmente análoga al proceso educativo
temprano: parafraseando a Rousseau, busca reemplazar el egoísmo natural
del ser humano, a fin de dotar —a cada ciudadano— de herramientas que
pueda utilizarse únicamente en «conjunto con» el todo. Dos importantes
consecuencias se siguen de aquí: primero, que la democracia es, como in-
dica Alexis de Tocqueville, un arreglo social antes que un entramado de
instituciones; y, segundo, que la democracia, a fin de funcionar, debe ser
capaz de, —por así decirlo—, transformar al ser humano, superando al
mero individuo para encontrar a una persona, esto es, al «ser con» capaz de
ir al otro en aras de la creación de bienes comunes.
II
El populismo se erige,
pues, sobre una lógica de
“nosotros contra ellos”,
donde los primeros son
D e acuerdo con Freedom House (Freedom in the World, 2023), la de-
mocracia en el planeta se encuentra en un estado de crisis sostenida,
alcanzando una racha de diecisiete años consecutivos en la que los países
entendidos como ciuda- que empeoran su calificación democrática son más que los que la mejoran.
danos morales, patrióticos Los factores que han conducido a esta situación son varios, incluyendo la
y comprometidos con el creciente desigualdad económica —creada por los procesos de desregulación
destino nacional, mientras del sistema financiero que comenzaron entre 1970 y 1980 en Occidente— el
que los otros son reducidos progresivo distanciamiento entre tecnocracias y ciudadanías —que generan
al nivel de enfermedad, de presiones en las nociones de representación y legitimidad (cf. Yascha Mounk,
elemento exógeno que debe The People vs. Democracy: Why Our Freedom Is in Danger and How to Save
ser contenido y cuyo poder It)—, la erosión de las éticas públicas a manos de procesos hiperindividuali-
debe ser contrarrestado. zantes —que convierten a los ciudadanos en narcisistas incapaces de entrar en
relación con los demás—, la hiperplasia de la esfera económica —que quiere
transformarlo todo en un proyecto dominado por la lógica de la utilidad— así
como un creciente desencanto de las sociedades con los sistemas democráticos
que se han mostrado incapaces de dar respuesta a sus necesidades acuciantes.
Lejos de poder entenderlo como la base, a partir de la cual es posible cons-
truir un pueblo—tal como asevera Ernesto Laclau en On Populist Reason—,
el populismo es un indicador, un síntoma de la enfermedad democrática.
De acuerdo con Nadia Urbinati (Me the People: How Populism Transforms
Democracy), el populismo surge de una mutación en el nivel simbólico, a
partir de la cual una facción (pars) se autodenomina «Pueblo» (toto), do-
tando de representatividad no al total de los ciudadanos que conforman
una sociedad, sino simplemente a una parte de la misma, que se constitu-
ye como «pueblo-bueno», «pueblo-legítimo» o «pueblo-auténtico», y que
convierte, en contraparte, a todo aquel que no pertenece a dicho grupo en
«traidor», «enemigo» o «amenaza». El populismo se erige, pues, sobre una
Juan Pablo Aranda 59

lógica de «nosotros contra ellos», donde los primeros son entendidos como
ciudadanos morales, patrióticos y comprometidos con el destino nacional,
mientras que los otros son reducidos al nivel de enfermedad, de elemento
exógeno que debe ser contenido, y cuyo poder debe ser contrarrestado. Un
segundo elemento que caracteriza al populismo es la necesidad de que la
energía política converja en la figura de un líder carismático que actúa, de
acuerdo con el propio Laclau, como el punto visible que da cohesión al
«significante vacío» que surge de la conjugación de demandas populares.
Contra la ingenuidad de Laclau, Urbinati reconoce, en el liderazgo caris-
mático, la amenaza perenne del autoritarismo. Lejos, pues, de representar
una crítica a una democracia descarrilada, a través del populismo se hace
visible la enfermedad democrática.
III

A hora bien, ¿qué relación existe entre democracia, resentimiento y po-


pulismo? Propondría aquí, partiendo de la lógica desarrollada arriba,
que el populismo implica una suerte de «contraeducación», a partir de la
cual, el sentimiento predominante para las democracias, (a saber, la ca-
pacidad de «ser-con» el «otro» para construir comunidades basadas en el
reconocimiento de la igual dignidad de todos, así como de la necesidad de
construir bienes comunes a partir del diálogo y la negociación) es negado
y sustituida por un sentimiento tribalista y harto primitivo, a partir del
cual «mi» grupo, y solamente «mi» grupo, posee la verdad sobre la nación,
y todo aquel que se le opone, o lo cuestiona, o quiere acentuar algo aquí y
atenuar algo allá, es un enemigo que debe ser resistido.
El resentimiento, dice Nietzsche, es un producto de la debilidad. Surge La democracia, por su pro-
pia lógica, está impedida
de la incapacidad del sufriente para reaccionar a una ofensa. Al ser agre-
para ver blancos y negros,
dido, el débil reconoce su incapacidad de respuesta, guardando la afrenta
ampliando su visión a una
y dejando que germine en su interior, desarrollando sentimientos de una gradación de grises que
venganza que se producirá a nivel lingüístico y semántico, de forma tal que impiden bendecir a unos y
aquellos valores enarbolados por el fuerte son ahora definidos como «vi- maldecir a otros.
cios», y sus vicios como «virtudes»; consecuentemente, el espacio valorativo
social aparece completamente de cabeza, con el «débil-resentido» encima
del «fuerte-autónomo».
Sin querer entrar aquí en una crítica al pensamiento nietzscheano —que
excedería los objetivos de este breve escrito—, Nietzsche identifica un rasgo
importante del mundo moderno, a saber, la tensión existente entre el fun-
cionamiento, en sociedad, entre ganadores y perdedores, por un lado, y la
construcción moral de dicha sociedad , por el otro. El resentimiento puede
siempre tratar de disimular su carácter destructivo, presentándose como ge-
neroso, humilde o reivindicativo. Y, sin embargo, su lógica es necesariamente
destructiva: el resentido no quiere su felicidad, sino la miseria de su enemigo;
no entiende otra razón más que el antagonismo y la sospecha respecto del di-
60 Resentimiento, democracia y populismo

ferente; ignora la complejidad de las sociedades, apostando por un simplismo


de blancos y negros; en resumen, el resentimiento desdibuja a la sociedad,
convirtiéndola en campo de batalla, en gesta cósmica donde se enfrentan los
puros contra los impuros, ángeles contra demonios, Dios y el anticristo.
IV

B ajo este vulgar reduccionismo, la democracia se vuelve imposible. Pues


la democracia, por su propia lógica, está impedida para ver blancos y
negros, ampliando su visión a una gradación de grises que impiden ben-
decir a unos y maldecir a otros, reconociendo siempre la imposibilidad de
todo juicio definitivo, (esto es, asumiendo la contingencia de todo pen-
samiento humano, contingencia que, no obstante, no implica un abrazo
al relativismo, sino simplemente la negación de toda infalibilidad) o, si se
quiere, la imposibilidad de un juicio realizado desde ningún lado, de un
juicio absolutamente libre de subjetividad. El mundo se convierte, bajo
la lupa democrática, en una batalla perenne entre formas más elevadas y
menos elevadas de vida (cf. Charles Taylor, The Ethics of Authenticity), un
caminar humano en el que ciertos principios van adquiriendo una luz axio-
mática —pensemos en la abolición de la esclavitud, la igualdad entre hom-
bres y mujeres, los derechos de los niños—, sin que por ello conduzcan a
una sociedad petrificada. Todo lo contrario: la democracia encuentra, en
el diálogo, la «única» herramienta disponible a los seres humanos para la
construcción de bienes comunes.
El populismo, como sugerí en el apartado anterior, echa mano del re-
sentimiento para operar una burda simplificación del problema social y
político, a fin de convertirlo en un juego «suma cero», donde lo que gana
el grupo de los «puros», lo pierde el grupo de los «impuros», y vicever-
sa. Piénsese en la retórica de Trump en 2016, presentando a los WASP,
(varones anglosajones protestantes), como víctimas de grupos culturales y
étnicos —mexicanos y árabes encabezando la lista— que, en su vorágine,
se habían apropiado del país; recuérdese el mecanismo que López Obrador
ha mantenido sistemáticamente en su sexenio, dividiendo al país en «chai-
ros» y «fifís», tropicalización de los have y have-nots que mezcla elementos
El populismo habla de
económicos, religiosos y culturales, a fin de crear la ilusión de dos grupos
ceros y unos, blancos y
ideológicamente compactos y bien definidos, ilusión que solamente puede
negros, ángeles y demonios,
ofreciendo a las sociedades calificarse de invención de una mente perversa.
un camino para liberar rá- El resentimiento presta un caro servicio al populismo, a saber, mantiene
pida, aunque inauténtica- un clima de antagonismo permanente, convirtiendo el choque entre estos
mente, algo de las desilusio- bandos ficticios en el combustible con el que el sistema funciona, mante-
nes y molestias que nuestro niendo, fuera de foco, los problemas sociales causados por regímenes ca-
tiempo nos hereda. racterizados por su irresponsabilidad y autoritarismo, a fuerza de mostrar,
todo el tiempo, el enfrentamiento de ambas facciones como «el» problema
fundamental que habrá de dar resolución a todos los demás problemas. El
Juan Pablo Aranda 61

populismo, sin embargo, no quiere terminar con el antagonismo; contrario


a la lógica totalitaria, el populismo no busca exterminar a su enemigo, pues-
to que la enemistad misma es la condición de posibilidad del régimen. Ter-
minado el antagonismo, el populismo tendría que demostrar su capacidad
para gobernar, (algo que la historia reciente se ha encargado de refutar), o
bien emprender el camino hacia la consolidación de un sistema totalitario,
lo que en nuestros días se antoja en exceso difícil.
El antagonismo eterno del populismo se presenta, entonces, como suce-
dáneo de la discusión perpetua de la democracia; el binomio buenos-ma-
los sustituye a la infinidad de facciones y grupos que se dan cita en una
sociedad democrática con la intención de discutir y negociar espacios de
representación (cf. Madison, The Federalist #10), sin que ningún grupo
pueda nunca volverse tan fuerte como para tiranizar al resto. El populismo
vuelve, de esta forma, operativo al resentimiento, presentándolo como una
opción que simplifica el exigente set de valores que exige la democracia para
funcionar adecuadamente. En lugar de capacidad crítica, empatía, disposi-
ción al diálogo y el contraste de argumentos, y de una saludable mezcla de
patriotismo y cosmopolitismo (cf. Martha Nussbaum, Not for Profit: Why
Democracy Needs the Humanities, 25-26), el populismo habla de ceros y
unos, blancos y negros, ángeles y demonios, ofreciendo a las sociedades un
camino para liberar rápida, aunque inauténticamente, algo de las desilusio-
nes y molestias que nuestro tiempo nos hereda.
Oponerse al populismo y su lógica reduccionista aparece hoy como la
tarea política más importante para todos aquellos que reconocemos a la
democracia como la única forma de gobierno digna de personas libres e
iguales que, lejos de querer ver al otro sumido en desesperación, cree que
la dignidad de cada uno obliga a la sociedad a velar por un bienestar gene-
ralizado en una sociedad donde la justicia, y no la ideología y propaganda,
rijan los destinos de la comunidad.
CAPÍTULO SIETE
El bien común:
¿a qué se parecería un país para todos?
63

El bien común:
¿a qué se parecería un país para todos?
María del Rosario Andrade Gabiño*
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla

Enfoque de bien común


El bien común es todo

D entro del Congreso del Instituto Promotor del Bien Común 2023, ti-
tulado El auge del populismo y el futuro de la democracia en América La-
tina, se buscó tener un momento de reflexión ante las diversas problemáticas
aquello que es valorado
por la sociedad y que
además genera beneficio
que representa el populismo para las democracias, y sobre la construcción de social.
un país para todos, por medio del bien común.
Para poder reflexionar alrededor de la interrogante ¿a qué se parecería un país
para todos? partiendo desde el bien común, es fundamental acudir, primero,
a las bases teóricas desarrolladas por Clemens Sedmak, Mathias Nebel, Jorge
Medina y Oscar Garza-Vázquez, para la construcción de un enfoque que ha
permitido identificar los elementos necesarios para la construcción y genera-
ción de dinámicas de bien común.
En el libro titulado Generar un porvenir compartido, se desarrollan las primeras
bases para sustentar que el bien común es todo aquello que es valorado por la
sociedad y que, además, genera beneficio social; pero para poder realmente in-
cluir la característica de «común», debe presentar elementos que conlleven a una
interacción entre las personas, es decir que la generación de bien común sólo es
posible a través de la colaboración humana (Nebel, 2020). En la obra A common
good approach to development, los autores, partiendo de la propuesta de Elinor
Ostrom sobre los bienes comunes, reafirman las bases teóricas sobre el alcance
del concepto del bien común, siempre ligado a las acciones que crean comunidad
por medio de prácticas comunes (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022).

* Profesora de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP); coordinadora


académica del Instituto Promotor del Bien Común de la misma universidad y miembro de la Junta de
Gobierno del IMPLAN Puebla.
64 El bien común: ¿a qué se parecería un país para todos?

Ante la claridad y lógica de las afirmaciones anteriores, también se re-


conoce la siguiente realidad: las interacciones entre los seres humanos son
vulnerables. Las personas son únicas e irrepetibles, por lo que es perfec-
tamente normal que piensen de maneras tan diversas, y que sus interac-
ciones sean amenazadas por la fragilidad del compromiso humano; por
estas fragilidades se hace necesario que las interacciones sean ordenadas y
gobernadas, para así garantizar la generación de bien común (Nebel, Gar-
za-Vázquez, & Sedmak, 2022).
Es necesario señalar la siguiente reflexión para el desarrollo del enfoque
sobre dinámicas de bien común: toda comunidad necesita un orden (Nebel,
Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022), ya que, por medio de la organización,
surgen las responsabilidades, roles y los procesos necesarios para producir
los bienes valorados por la comunidad; es decir, los bienes comunes. Todos
los bienes comunes parten de una racionalidad colectiva, ya que, para poder
hablar de bienes comunes, estos bienes deben tener un significado común,
de lo contrario serían otro tipo de bienes o realidades. La obra A common
good approach to development, plantea cómo la sociedad se va construyendo
a través de las relaciones generadas entre los bienes comunes y que, dentro
de dichas relaciones, es que los bienes pueden complementarse o reforzarse
entre sí. Por ejemplo, en cualquier comunidad existen relaciones e interac-
ciones entre la generación de fuentes de empleo, el fomento de la paz y la
seguridad, el acceso a la educación, el acceso a la salud (por mencionar sólo
algunos bienes comunes), interacciones que producen dinámicas constan-
tes, conexiones o nexos entre bienes comunes; y éstas le dan coherencia
social a la comunidad (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022).
Dimensiones necesarias para el bien común

Cinco dimensiones verte-


P ara lograr que las interacciones o los nexos de la dinámica descrita an-
teriormente, sean más humanos, se han identificado cinco dimensio-
nes vertebrales, necesarias e indispensables, para la generación de dinámi-
brales, necesarias; para la
cas de bien común: agencia, gobernanza, justicia, estabilidad y humanidad
generación de dinámicas
(Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022).
de bien común: agencia,
La agencia se refiere a la capacidad que tienen las personas para generar;
gobernanza, justicia, esta-
una capacidad, surgida desde la libertad, para actuar de manera individual
bilidad y humanidad.
y en conjunto; para interactuar, cooperar y organizarse con otros seres hu-
manos y generar bienes. Por lo tanto, la agencia es el motor de las diná-
micas generadoras de bien común; es decir, entre más agencia, la energía
de la dinámica será mayor (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022). La
agencia será más efectiva cuando la existencia de instituciones democráticas
permita, y fomente, la participación de los miembros de la sociedad (Nebel,
Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022, pág. 72).
La gobernanza es, por expresarlo de una manera simbólica, el «volante»
que guía a las dinámicas de bien común, y que propicia la integración de los
María del Rosario Andrade Gabiño 65

elementos necesarios —y presentes— en la generación de bienes comunes.


Se refiere a la capacidad de las dinámicas y de las estructuras sociales, para
cuidar lo que pueda ser vulnerado, para estar abiertas a las personas; a la
capacidad de enfrentar retos, los procesos de toma de decisiones, los acuer-
dos y normas, y a la capacidad de resolver conflictos y liderar a la sociedad
hacia un futuro común (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022). En esto
se fundan las razones e importancia de la existencia y el funcionamiento de
las instituciones en cualquier sociedad para la generación de bien común.
La tercera dimensión es la justicia, que hace referencia a todos los proce-
sos que se necesitan para compartir los bienes comunes que la comunidad
produce. Esta es una dimensión que va en dos sentidos: primero, en la
capacidad de que todos los miembros participar en la generación y produc-
ción de los bienes comunes, y, segundo, que todos los miembros tengan El populismo es un pro-
acceso a los beneficios generados; es decir, que haya un beneficio común y ducto del desencanto
un uso compartido (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022). Además de político en el siglo xxi.
los puntos anteriores, la justicia debe velar porque el nexo no se desinte-
gre, y porque desaparezcan realidades negativas como: exclusión, pobreza y
violencia (generadoras de injusticia). La justicia establece normas y hábitos
colectivos necesarios para el disfrute de los bienes comunes, y la promoción
de la dignificación de la vida de las personas.
La estabilidad tiene como objetivo el mantenimiento, la continuidad, y
la duración, a largo plazo, de las dinámicas de bien común (Nebel, 2020).
Busca que, por medio de las instituciones, los nexos de las dinámicas de
bien común logren preservarse, transmitirse y reinventarse, a través de la
resiliencia y la sustentabilidad. La estabilidad es la encargada de valorar las
raíces sociales y la memoria colectiva de las personas, para poder proyectar
las dinámicas de bien común hacia un futuro común en una continuidad
de tiempo (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak, 2022).
Finalmente, la humanidad es el logro sistémico de las dinámicas de bien
común; es decir, es el resultado general de la relación e interacción entre las
dimensiones anteriores, pero, además de ser resultado, es el horizonte al que
las dinámicas están llamadas a alcanzar (Nebel, Garza-Vázquez, & Sedmak,
2022). La humanidad se refiere a la forma en cómo nos relacionamos como
seres humanos dentro de la sociedad, a la generación de las condiciones
para vivir en un mundo realmente humano (Nebel, 2020), por lo que, más
que un concepto, es una realidad dinámica necesaria para la coexistencia
humana, que se renueva, reinventa, está en permanente reconquista, y que
sólo es alcanzada mediante la interacción con «el otro».
El populismo y el bien común

L as primeras ponencias del Congreso El auge del populismo y el futuro de


la democracia en América Latina abordaron la descripción y análisis de
66 El bien común: ¿a qué se parecería un país para todos?

lo que implica el fenómeno del populismo, retomaron algunos elementos


esenciales. Para Nadia Urbinati, el populismo es un producto del desencan-
to político en el siglo xxi, es un fenómeno mundial que no es exclusivo de
ninguna ideología o grupo social, en donde existe una élite, que deseando
el poder bajo el pretexto de representar a la mayoría, va transformando las
instituciones y procedimientos democráticos, enquistándose y controlando
los accesos al poder (Arellano, 2021). De manera complementaria, se en-
tiende al populismo como una forma particular de hacer política, en donde
existe un liderazgo fuerte con un discurso —llamado el mito del populista—
que, a través del resentimiento, divide al pueblo y sus supuestos enemigos.
María Esperanza Casullo identifica, dentro de este mito, una política vacía,
basada en distintas problemáticas que son explicadas de manera simple, en
una narrativa de héroes y villanos, verdadero pueblo y traidores, nosotros y
ellos, redención y daños. Como señala Israel Covarrubias, también se pue-
de entender al populismo «(…) como una degradación de la democracia en
un modo dominante de relación entre ciudadanos en democracias que han
En el caso de la participa-
perdido el sentido de la deliberación pública, de la consulta popular y del
ción social genuina, ésta
bien común (Covarrubias, 2023; pág. 71)».
suele ser minimizada,
Partiendo de las cinco dimensiones necesarias para la generación de
amenazada, desinhibida o
dinámicas de bien común (descritas en el apartado anterior), a continua-
incluso enfrentada por los
ción, se relatan algunas de las afectaciones que el populismo ha provocado
liderazgos populistas, para
en las dinámicas sociales.
así lograr deshacerse de
En primer lugar, el populismo afecta directamente a la agencia, ya que los
cualquier tipo de vulnera-
gobiernos o liderazgos populistas terminan por construir un monopolio de
ción a sus proyectos.
ella. Es decir, la capacidad para generar posibles bienes comunes se encuen-
tra constantemente manipulada por los manejos de los programas sociales,
que producen efectos clientelares en las personas y, por consiguiente, logran
estructurar «maquinarias sociales» que se mueven en función de las necesi-
dades o caprichos de los gobiernos así, el populismo se convierte en un per-
manente estado de movilización y campaña electoral (Urbinati, 2020). En
los populismos pueden presentarse simulaciones de la participación social,
que no nacen genuinamente de las necesidades de la comunidad, sino que
responden a otro tipo de intereses; puede que las plazas y calles se llenen de
personas, pero son acontecimientos suscitados por el llamado del populis-
ta, motivados por discursos polarizadores o por amenazas de la pérdida de
apoyos sociales. En el caso de la participación social genuina, ésta suele ser
minimizada, amenazada, desinhibida o incluso enfrentada por los lideraz-
gos populistas, para así lograr deshacerse de cualquier tipo de vulneración a
sus proyectos. Por lo tanto, se reflexiona que el fenómeno populista es, en
realidad, una mala escuela de participación, que se dedica a violar derechos
políticos básicos, excluyendo cualquier posibilidad de generar nuevas ma-
yorías políticas o sociales (Arellano, 2021).
María del Rosario Andrade Gabiño 67

En segundo lugar, el populismo se adjudica el monopolio de la gober-


nanza que termina convirtiéndose en un monopolio de mala gobernanza.
Los populismos suelen generar desconfianza hacia los mecanismos sociales
institucionales, y poco a poco, suelen generar estrategias hasta transformar-
se en un cúmulo de acciones directas, sustituyendo los mecanismos estables
con los que la comunidad contaba. El populismo transforma la representa-
ción por mandato en una especie de representación por encarnación —el
líder encarna la voluntad del pueblo (Arellano, 2021)—, la imagen del
«líder salvador» genera todo un discurso que justifica la necesidad de que
sólo éste actúe y resuelva los problemas sociales. Además, los gobiernos
populistas, bajo supuestas acciones contra la corrupción del pasado, optan
por eliminar los programas de gobiernos previos y generan proyectos nue-
vos con el argumento de dar recursos a las personas en pobreza que, en la
mayoría de los casos, terminan por fortalecer la manipulación de la agencia
y la intensidad de la corrupción.
En tercer lugar, a pesar de que los populismos utilizan discursos en torno a
la justicia social, la realidad es que sus liderazgos o gobiernos terminan por ge-
nerar una simulación de justicia que, en realidad, se convierte en una vengan-
za, persiguiendo y castigando a las élites económicas, políticas o de la sociedad
civil, consideradas como sus enemigos. En lugar de una verdadera vivencia de
la justicia, el líder populista es el asignado para indicar, de manera arbitraria,
quiénes pertenecen al pueblo y quiénes son los enemigos del pueblo, no con
el objetivo de generar solidaridad política, sino de restringir quiénes forman
parte de la comunidad (Casullo, 2019). En los populismos, usualmente, los
beneficios generados por la sociedad terminan por ser repartidos entre la élite
populista, y los recursos manejados para la asistencia social (que les permitirá
seguir en el poder) generando, así más, realidades de injusticia.
En cuanto a la estabilidad, encontramos que los populismos se manifies-
tan como movimientos que buscan supuestas transformaciones sociales —
usualmente por medio de la lucha contra un orden anterior— prometiendo
estabilidad futura en cuanto logren el poder. La realidad es que, cuando
llegan al poder, los populismos mantienen batallas permanentes contra
todos aquellos que no son considerados dentro de su lógica del «pueblo
bueno»; además, se dan a la tarea de ir destruyendo todas las instituciones
que, constituidas como autónomas, se escapan de cualquier posible control
y se convierten en obstáculos para sus proyectos. La destrucción de las ins-
tituciones se provoca mediante de la deslegitimación, conseguida gracias
a la desconfianza que se logra generar hacia ellas, y que, finalmente, se
traduce en la desvalorización de la comunidad a la existencia de las mismas
(Covarrubias, 2023). En resumen, se vulneran a todos los intermediarios
políticos de las democracias —partidos políticos, sindicatos, organizaciones
civiles—, colocándolos en la frontera de la democracia (Arellano, 2021).
En quinto lugar, respecto a la humanidad, se puede señalar que los po-
68 El bien común: ¿a qué se parecería un país para todos?

pulismos al generar polarizaciones en la comunidad y reducir cualquier


pensamiento a la lógica de las dicotomías entre «pueblo» y «enemigos» o
«traidores del pueblo», consiguen ir deshumanizando a todos estos supues-
tos adversarios internos o externos del pueblo. Un ejemplo de lo anterior,
son las agresivas políticas en contra de los migrantes que suelen implemen-
tar los gobiernos populistas, y que terminan por justificar cualquier trato
inhumano y la violación de sus derechos humanos. Además de las acciones
para ir deshumanizando a los supuestos enemigos del pueblo, en general,
los fenómenos populistas deshumanizan a las comunidades que gobiernan,
al cosificarlas como masas necesarias para su permanencia en el poder, y no
como realmente seres humanos.
Conclusiones

D espués de mencionar algunas de las afectaciones directas que pro-


ducen los populismos en las dimensiones requeridas para la gene-
ración de dinámicas de bien común, podemos concluir que el fenómeno
del populismo va produciendo realidades que, lejos de generar verdaderos
bienes comunes y sociedades disfrutables y vivibles para todos, se generan
entornos disfrutables sólo para algunos cuantos.
Para Pierre Rosanvallon, los populismos construyen una soberanía de tipo
negativa en la que, gracias a la politización negativa, se da la participación en
la vida pública, pero esta participación es hostil y en rechazo a todo lo que no
emane del líder; lo que en realidad provoca que el populismo funcione como
una paradoja —al generar incertidumbre en las democracias y siendo inca-
paz de responder a todos los problemas que genera (Covarrubias, 2023)—.
Intentando responder a la pregunta ¿a qué se parecería un país para to-
dos?, el enfoque de bien común, propuesto en la obra A common good
approach to development, es una posible hoja de ruta, que, sin agotar las
Un país para todos se pa-
posibles respuestas, puede proporcionar una guía de primeros pasos para
recería a un país en el que
construir un país para todos; es decir, un país para todos es un país en el
sus miembros se vinculen
que la agencia sea fuerte, motivada y fomentada constantemente; en el que
los unos con los otros como
se construyan liderazgos responsables capaces de guiar a toda la sociedad y
verdaderos seres humanos.
abrir caminos hacia la consecución de más y mejores bienes comunes; en
el que se profundice la consciencia ciudadana y de los gobernantes sobre la
necesidad de la participación en la generación y disfrute de los elementos
que la sociedad necesita para vivir bien; en el que se fortalezcan institu-
ciones democráticas o se generen las necesarias para poder vivir y convivir
de manera estable como seres humanos; y finalmente, un país para todos
se parecería a un país en el que sus miembros se vinculen los unos con los
otros como verdaderos seres humanos, y no como actores para la obtención
del poder o permanencia en él.
María del Rosario Andrade Gabiño 69

Notas
Arellano, M. 2021. Nadia Urbinati (2020). Yo, el pueblo. Cómo el populismo transforma a
la democracia. México, INE/Grano de Sal. Estudios Políticos, (54).
Casullo, E. 2019. ¿Por qué funciona el populismo? Buenos Aires: Siglo XXI
Covarrubias, I. 2023. La fascinación del populismo. Razones y sinrazones de una forma
política actual. México: Debate.
Nebel, M. (Ed.) 2020. Generar un porvenir compartido. Cómo crear dinámicas de bien
común en México. México: Tirant Humanidades.
Nebel, M., Garza-Vázquez, O., & Sedmak, C. (Eds.) 2022. A common good approach
to development. Collective dynamics of development processes. Cambridge: Open Book
Publisher.
Urbinati, N. 2020. Yo, el pueblo. Cómo el populismo transforma a la democracia.
México: INE-Grano de Sal
La presente obra analiza el auge de los populismos
en América Latina y sus impactos en las democracias.
Desde el comienzo del siglo xxi, a nivel global se com-
prueba el preocupante regreso de los gobiernos auto-
cráticos, en nombre de una mal llamada «democracia
popular». Sin embargo, en América Latina, este fenó-
meno se nutre y se matiza con elementos específicos:
marcos institucionales frágiles o ineficientes, corrup-
ción sistémica, altos índices de marginación y pobreza,
impunidad y deficiencia del estado de derecho. Este
reporte argumenta que los populismos no abonan a la
democracia sino todo lo contrario: promueven la rápi-
da deconstrucción de su marco institucional, la polari-
zación social y la ineficiencia gubernamental.
Este reporte del IPBC presenta, por medio de textos
imprescindibles, un análisis de los riesgos y consecuen-
cias del populismo, y los debates en torno del estado
de las democracias actuales y sus marcos institucio-
nales. El auge del populismo y el futuro de la democracia
en América Latina invita a repensar la urgencia de la
democracia, y su inminente necesidad de compromiso
con el bien común.

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