El Otro - Merged
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EXPRESIÓN CORPORAL
La Expresión Corporal es la forma más antigua de comunicación entre los seres humanos, anterior
al lenguaje escrito y hablado. Es el medio para expresar sensaciones, sentimientos, emociones y
pensamientos. De esta forma, el cuerpo se convierte en un instrumento irreemplazable de
expresión humana que permite ponerse en contacto con el medio y con los demás.
Una de las técnicas que más utilizo es la sensopercepción, tal como la concebía Patricia Stokoe.
Esta técnica parte del redescubrimiento de los sentidos kinestésico, visual, auditivo, térmico y
olfativo, para buscar una actitud consciente y sensible hacia uno mismo. Así se encuentra un
lenguaje corporal propio con el cual sentir, expresar y comunicar de una manera integrada,
auténtica y creadora.
EXPRESIÓN VOCAL
Las personas somos máquinas que hacemos ruido. Hemos desarrollado la anatomía para crear
significado mediante la vibración del aire. Es útil que un Actor entienda la mecánica de su voz para
entrenar de manera más efectiva.
Toda producción de sonido humano comienza con la respiración. Nuestro diafragma se estira hacia
abajo y nuestra caja torácica se expande hacia afuera, permitiendo que nuestros pulmones se
llenen de aire. Ese aire se puede canalizar hacia arriba para hacer vibrar nuestras cuerdas vocales.
Los Actores usan su voz para proyectar emociones, combinándolas con los movimientos del cuerpo
para interpretar el texto y presentar una historia. Debido a esto, la voz no puede considerarse una
habilidad aislada, sino una habilidad que requiere la coordinación de todo el cuerpo.
Respiración
Todos los sonidos vocales comienzan con una respiración, por lo que los buenos hábitos de
respiración son la base de una buena voz. Piensa en cada respiración como un viaje hacia el
interior de tus pulmones con cada inhalación, para luego empujar todo el aire hacia arriba cada vez
que exhalas. Los Actores deben permanecer relajados mientras respiran y hablan, buscando
reducir la tensión en el cuello, los hombros, la mandíbula, la espalda y el estómago.
Postura
La mejor voz se produce cuando el cuerpo se mantiene erguido pero relajado. Durante los
ejercicios de respiración y voz, la columna vertebral debe estar recta, la cabeza mirando hacia
adelante y la coronilla paralela al techo. Esta postura apoya el sistema respiratorio del cuerpo para
que pueda funcionar sin problemas.
TRAINING (Tarea)
Ezequiel de Olaso *
A
eso de las diez de la mañana de un día de febrero del ´69 un
argentino que enseña en Harvard está recostado en un banco
frente al río Charles, al norte de Boston. Escribe: “Yo había
dormido bien; mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, intere-
sar a los alumnos”.
Durante los tres años siguientes este profesor mantendrá en secreto el
episodio que ocurre entonces; primero, víctima del insomnio, quiere
olvidarlo “para no perder la razón”. Después decide escribirlo: de ese
modo todos lo leerán como un cuento y espera: “con los años, lo será
tal vez para mí”. Si bien, mientras duró, la experiencia fue “casi atroz”,
“esto no significa que su relato pueda interesar a un tercero”.
¿Por qué a un tercero y no a otro, al famoso “alter” que es “el amable
lector”?
El relato sigue: “Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos
corresponde a estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento”.
Creo que es Bergson quien ha dicho que la sensación de déjà vu, de ha-
ber vivido antes un episodio que nos ocurre ahora, es ilusoria: es el
cansancio el que nos lleva a imaginar que eso que nos ocurre ya nos ha
pasado antes, cuando en rigor no registramos una observación pasada
que es la que alimenta la sensación actual. ¡Qué casualidad que nos en-
contramos con Alicia justamente cuando estábamos pensando en ella!
La explicación racional es que vimos antes su coche y sólo lo notamos
con un mínimo de atención, casi sin memoria, y fue eso lo que nos hizo
pensar en ella (cf. la nota al final de este capítulo). La sensación del pro-
fesor de haber vivido aquel momento no puede proceder del cansancio
porque el relator nos acaba de confesar que la noche anterior “había
dormido bien”. Entonces hay que descartar el cansancio. Aquí hay una
señal de que realmente el relator ha vivido lo que ahora le pasa y acaso
también lo que le va a pasar. (¿Acaso también de que esta experiencia
retornará eternamente?).
En el otro extremo del banco se ha sentado un muchacho que comienza
a silbar. El relator dice: “Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca
he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regu-
les”
(Hay un detalle estilístico: las dos observaciones reveladoras están es-
critas entre paréntesis, como al pasar).
Enseguida el otro empieza a entonar la letra con una voz que quiere
imitar la voz del primo de ambos. (El Viejo no recuerda aquí, pero sa-
be, que él siempre detestó su tono de voz y que cuando fue joven quiso
imitar la de su primo Álvaro Melián Lafinur. Esta secreta coincidencia
familiar ahonda la experiencia y provoca el diálogo).
El relator dice: “–Señor, ¿usted es oriental o argentino?”, “–Argentino,
pero desde el catorce vivo en Ginebra.” Después de una pausa larga el
relator pregunta: “–¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la
iglesia rusa?” El otro asiente. “–En tal caso –le dije resueltamente– us-
ted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Es-
tamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.” “–No –me respondió con
mi propia voz un poco lejana. Al cabo de un tiempo insistió: –‘Yo estoy
aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que
nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.’”
Ahora están lado a lado, por momentos estarán frente a frente, dos
hombres que tienen el mismo nombre y que comienzan a luchar, in-
cruentamente. El viejo por demostrar que ambos son el mismo. El mu-
chacho por rebatir o ignorar las razones del viejo. Con temple diverso
los dos están tal vez dominados por el terror de admitir que su destino
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así como poder ofrecer las razones que me justifican para tener ese co-
nocimiento. En cambio, lo peculiar de las certezas, de las creencias, es
que son comunes a todos y que nadie sabe exactamente cómo las ad-
quirió. (Estoy empleando “creencia” en un sentido muy general, como
la creencia que tenemos de que el suelo de Buenos Aires no se va es-
tremecer con un terremoto. Esto nos parece la realidad misma y sin
embargo no es más que una creencia, por supuesto afianzada aunque
contingente: los habitantes de Lima, Acapulco y Los Angeles no la
comparten sin medulares estremecimientos). Dicho con brutalidad: los
conocimientos son racionales; las certezas, las creencias, son a-
racionales. Si yo dijera, en serio, que tal vez estoy soñando y que acaso
no estoy en el Teatro San Martín ante un público amable, Wittgenstein
haría notar que eso no sería un error o una falsedad (lo contrario de un
conocimiento) sino que indicaría que yo estaría loco, diciendo sinsenti-
dos, (esto es, lo contrario de una certeza común).
(Solemos emplear en español “saber” para referirnos a conocimiento y
a creencia, es decir que esa expresión es ambigua. Tal ambigüedad se-
ría juzgada fatal por Wittgenstein. Sin embargo, él consideraba que el
significado es el uso ordinario: si hubiera sido coherente con su obser-
vación metodológica tendría que admitir la ambigüedad del uso ordi-
nario y no introducir usos filosóficos que consideraba ruinosos. Esa
distinción es fértil y para respetarla empleo, algo artificiosamente, “te-
ner conocimiento” para referirme al saber de conocimiento y “tener
certeza” o “estar seguro” o “tener una creencia” para referirme al saber
de la segunda índole).
En una de las reflexiones de ese libro, Wittgenstein se imagina sentado
en el césped junto a Moore; periódicamente Moore levanta la mano,
apunta a un árbol y dice cuidadosamente: “Sé que ése es un árbol”. Pa-
sa una persona que ve la escena y Wittgenstein le comenta: “No se pre-
ocupe, mi amigo no está loco, sólo está filosofando”. Es decir, está em-
pleando el lenguaje en un contexto especial, fuera del contexto del uso
ordinario; está inventando un juego del lenguaje diferente de los juegos
de lenguaje en que la expresión tiene un sentido asignable. (Aquí apa-
rece esa idea de la filosofía que no vamos a analizar).
Lo que nos importa es que todos sabemos que ése es un árbol pero lo
sabemos de una manera muy especial: tenemos la certeza absoluta y la
tenemos todos. (La escena recuperaría normalidad si, por ejemplo, en-
tráramos en la famosa discusión argentina –donde ponemos a prueba
nuestro acendrado criollismo– acerca de si el ombú es un árbol o una
planta). Pero en el caso de que apuntemos a un árbol inequívoco el sen-
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II
III
El joven rebate por primera vez las razones del viejo: “Esas pruebas no
prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé.
Su catálogo prolijo es del todo vano”.
El uso elusivo que hacemos los argentinos del castellano no nos ayuda
mucho. Digámoslo en el castellano de los españoles: si yo lo estoy so-
ñando a usted, es natural que usted, en mi sueño, sepa lo mismo que sé
yo de usted en la vigilia. Y no es imposible que el chico esté soñando.
El seguidor de Berkeley tiene que admitir ese reparo. Responde “Si esta
mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que
pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nues-
tra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como
hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los
ojos y respirar.” “-¿Y si el sueño durara?- dijo con ansiedad”. El Viejo
inventa una respuesta, “para tranquilizarlo y tranquilizarme.” “–Mi
sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay
persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasan-
do ahora, salvo que somos dos”. (Aquí tenemos para “despertarse”, la
antigua expresión criolla “recordarse” que sugiere que el sueño es co-
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IV
Súbitamente el Joven presenta su segundo intento de rebatir al Viejo:
“–Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro
con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?”
Para salir del paso, el Viejo inventa que trató de olvidar un hecho tan
extraño y añade esta reflexión posiblemente para calmarse: “Nuestra
conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.” Re-
cordemos que cuando ambos decidieron admitir que estaban soñando
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VI
VII
Nota
Ezequiel de Olaso