Tema para Control2
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MATERIA: MACROECONOMIA II
MSc. Lic. Carlos Rodríguez Ortega
Aun cuando el déficit fiscal tenga que ser reducido, hay un problema fundamental al hacer de los
recortes de gastos el único medio para lograrlo. Una reducción del déficit de ingresos o del déficit
fiscal puede ser efectuada de muchas maneras además de los recortes de gastos. El método más
obvio es un aumento de los ingresos tributarios directos, los cuales son preferibles en las
economías en desarrollo con altos niveles de desigualdad de ingresos y de activos, lo que puede
ocurrir a lo largo de lo expresado en líneas anteriores. Asimismo, los impuestos al comercio
deben ser seriamente tenidos en cuenta como medio de movilización de los recursos públicos,
otra vez de acuerdo a lo expresado en líneas anteriores.
Obviamente, esto no implica que tener un déficit fiscal sea siempre deseable, o que los gobiernos
puedan adoptar una política del tipo “gaste ahora, arrepiéntase después” al elegir la situación
fiscal. Más bien es un indicador de la necesidad de mayor flexibilidad respecto a los objetivos
fiscales, especialmente cuando el déficit sea el resultado del gasto público productivo, así como
durante recesiones económicas.
La sostenibilidad fiscal es un problema crucial a medio plazo. Pero se puede compatibilizar con
una mayor inversión pública productiva, en especial cuando se combina con mayores ingresos
tributarios (provenientes de los ciudadanos con más recursos) y con ciertos controles de los
movimientos de capital para impedir flujos de recursos desestabilizadores; las reglas rígidas sobre
el déficit fiscal reducen a corto plazo la efectividad de las políticas contra cíclicas de los
gobiernos, incluso en las economías abiertas en desarrollo. La habilidad, por ejemplo, para
recuperarse con relativa rapidez de la crisis de la deuda de fines de los años 90 en Malasia y
Corea del Sur estuvo directamente relacionada con la situación fiscal expansiva que los gobiernos
de esos países adoptaron luego de la fuerte recesión de 1998.
Así, es posible que un gran déficit público sea totalmente financiado por un superávit voluntario
de ahorro del sector privado. Este fue el caso de Italia durante más de una década, desde mediados
de los años 80, cuando un déficit fiscal del 9 por ciento del PIB fue alcanzado a través de saldos
positivos de inversión-ahorro privado de proporciones iguales.
Asimismo, puede haber un gran déficit de la balanza de pagos o una inflación más alta en países
con cuentas fiscales bajas, nulas o positivas, cuando el sector privado gasta más de lo que gana.
Este fue el caso de un gran número de economías en el sureste asiático antes de la crisis de fines
de la década de los 90, y es cierto en la actualidad en el caso de la economía estadounidense.
Desde 1990 en adelante, una de las características más interesantes de algunas “economías
emergentes” (Países en vías de desarrollo que comienzan a crecer con su propio nivel de
producción industrial y sus ventas al exterior), en el mundo en desarrollo ha sido que la estricta
disciplina fiscal y el bajo déficit público o superávit del presupuesto del gobierno han ido
asociados a grandes déficits externos, producto del despilfarro que permite la liberalización de la
economía.
Es obvio que el déficit fiscal creará inflación si el gasto público no crea efectos multiplicadores
que hagan que el producto se expanda, y ello es debido a los cuellos de botella de la oferta (Un
cuello de botella es un obstáculo para la productividad de la organización. Se produce cuando la
empresa está limitada por un recurso esencial, ya sea un insumo o una capacidad de producción,
Por ejemplo, si tienes un equipo de ventas que está al borde de su capacidad o una máquina
trabajando al máximo nivel, pero que no da más de sí, entonces tienes un cuello de botella que
está interfiriendo en tus procesos de producción y ventas). Tales restricciones de oferta existen
en muchos países en desarrollo, pero son menos evidentes en un mundo en donde las
importaciones se pueden utilizar para salvar la brecha temporalmente. Los países en desarrollo
pueden, en efecto, hacer uso de la situación fiscal para encarar situaciones de capacidad
excedente o caídas cíclicas, sin que ello conlleve efectos adversos. Obviamente, este no es un
argumento a favor de continuados o grandes déficit fiscales –se debería centrar la atención en
asegurar el balance fiscal a medio plazo, lo cual es posible si los déficits financian sobre todo el
gasto público productivo.
El segundo argumento –que la inversión pública “desplazará” a la inversión privada–se basa en
dos supuestos: que la demanda del gobierno de fondos prestados causará un aumento en tipos de
interés de mercado predominantes, y que un alza de tales tasas deprimirá, como consecuencia, la
inversión privada.
Ambos supuestos son problemáticos. Los tipos de interés son administrados por el gobierno a
través del banco central; la medida en la que aumentan refleja las opciones políticas del gobierno,
como es el caso cuando dicho aumento se considera necesario para atraer ahorro externo. En
economías liberalizadas financieramente, los tipos de interés tienden a elevarse no debido a la
demanda de crédito del gobierno, sino a la necesidad de atraer y mantener la confianza del
inversor. De manera que los países en desarrollo se ven afectados por los tipos de interés
internacional, en particular por los del mundo desarrollado. Tipos de interés más altos pueden ser
compatibles con niveles sustancialmente más bajos de déficit fiscal como parte del PIB.
Asimismo, cuando las expectativas de los inversores acerca de la rentabilidad futura están en alza
–por ejemplo, debido a una sustancial inversión de infraestructura hecha por el Estado, el cual da
lugar a eslabonamientos positivos de demanda y oferta con la industria privada, la inversión
aumentará, a pesar de los tipos de interés más altos. Además, es poco probable que el
desplazamiento sea un problema cuando haya capacidad excedente en la economía, ya que el
gasto público llevará a un producto superior en tales casos.
El caso del déficit fiscal es más complejo. No hay nada de malo en pedir préstamos para cubrir
los requerimientos de inversión. De hecho, se puede abogar por un déficit fiscal compuesto
totalmente de inversión en capital público, siempre que la tasa de retorno social de tal inversión
exceda el tipo de interés. Hay muchos sectores cruciales, por ejemplo, en infraestructura física y
social, en donde la inversión pública es esencial ya que la presencia de externalidades hace que
sea poco probable que el sector privado invierta a niveles socialmente óptimos. Por lo tanto, el
papel del gobierno en tanto que inversor es crucial. El gobierno puede y debe pedir prestado para
invertir en áreas socialmente necesarias, ya sea en infraestructura o servicios públicos. Otras
inversiones públicas que aumenten el déficit se pueden apoyar siempre y cuando los retornos
sociales proyectados sean más altos que el tipo de interés proyectado. Si estas inversiones son
socialmente productivas, supondrán mayores ingresos futuros para el gobierno, debido al
crecimiento generado a través del tiempo. Si tales inversiones suponen retornos sociales más
bajos que el tipo de interés proyectado, éstas deberán ser financiadas con los ingresos del
gobierno en lugar de hacerlo con préstamos.
Para los países en desarrollo, la cuestión se complica más debido al hecho de que la deuda pública
externa tiene efectos muy distintos a los de la deuda interna y, puede exponer a las economías en
desarrollo a crisis financieras que socaven el sistema financiero interno.
Si un país ya se encuentra en lo que podría percibirse como una situación de deuda insostenible,
diferentes cuestiones se ven implicadas al tratar de salir de la misma. La experiencia acumulada
acerca de las crisis financieras y de deuda de los países en desarrollo ha arrojado luz sobre cómo
continuar el proceso de reestructuración de la deuda pública cuando el peso de la deuda se hace
excesivo o simplemente se hace imposible de pagar.
(a) Debe haber una estabilidad de los niveles de la deuda a medio plazo, esto es, los países deben
posicionarse dentro de ciclos de deuda que entrañen períodos de ingreso neto o acumulación de deuda
seguidos de períodos de egreso neto o rescate de deuda. La extensión de esos períodos depende de la
naturaleza de la inversión financiada con la deuda y sus efectos.
(b) Los países deberían evitar niveles explosivos agregados de la deuda pública, es decir, niveles de deuda
que se incrementen progresivamente cada año, porque en tal caso la deuda se tornaría insostenible a medio
plazo.
(c) La deuda externa pública en particular, debería estar sesgada hacia bonos y préstamos con vencimientos
más largos que tengan tipos de interés más bajos. Una cuestión importante para muchos países en
desarrollo es la estructura de vencimientos de la deuda pública.
Como Stiglitz y Ocampo (2006) han señalado, la mayor parte de la deuda a largo plazo se encuentra
denominada en monedas extranjeras (lo que implica un riesgo cambiario) mientras que la deuda interna es
de corto plazo por naturaleza. Sin embargo, la mayor parte de la inversión pública implica retornos a largo
plazo, lo que crea una disparidad entre los cronogramas de amortización y la capacidad de pago.
(d) Debería evitarse una deuda pública por motivos meramente de consumo, salvo que por otras razones
(por ejemplo, cambios demográficos), se anticipe una recaudación impositiva mayor en el futuro.
(e) La distribución de la deuda pública entre fuentes internas y externas debería evitar una excesiva
dependencia del país respecto a los acreedores extranjeros. Idealmente, la mayor parte de la deuda pública
debería ser interna.
(f) Para la deuda externa, debería mantenerse una relación de igualdad a medio plazo (no necesariamente
en cada período) entre la tasa de interés y la tasa de incremento de los ingresos en divisas, ya sea a través
de exportaciones o de remesas de trabajadores.
Si estas condiciones no se cumplen, es importante pensar en medios alternativos para aumentar los
recursos públicos, tales como la movilización de los recursos internos, en lugar de depender de préstamos
externos adicionales que podrían llevar a una situación de deuda insostenible y hasta a una crisis. Tal crisis
puede ocurrir aún con bajos cocientes entre deuda pública y PIB si la mayor parte de la deuda es externa.
Hay que tener en cuenta estas condiciones más allá de la medida convencional de existencia – flujo.
La reestructuración de la deuda puede resultar muy útil al deshacerse del exceso de deuda,
permitiendo que los recursos públicos que estaban atados al servicio de la deuda se utilicen de
manera productiva, lo cual permite a su vez a los formuladores de políticas retomar el proceso
de crecimiento y desarrollo. Las condiciones de reestructuración de la deuda pueden variar desde
opciones muy cómodas y preferidas para los deudores, con alguna quita implícita de la deuda y
menores tipos de interés sobre la deuda reprogramada, hasta opciones muy dolorosas que
impliquen intereses mucho más altos sobre la deuda que se ha multiplicado por la inclusión de
todos los intereses no pagados en el capital. Sin embargo, que la reestructuración sea posible o
implique condiciones de políticas menos dolorosas que la imposición de “austeridad” para los
sectores más pobres dependerá de la habilidad para negociar con los acreedores del gobierno en
cuestión. También dependerá de mantener una postura firme para conseguir la mejor negociación
sin acordar condiciones que podrían ser potencialmente muy dañinas. Es incorrecto suponer que
los países deudores no tienen más opción que aceptar condiciones sumamente perjudiciales para
la reestructuración de su deuda. La reciente reestructuración fructífera de una parte significativa
de la deuda externa en Argentina sugiere que se puede lograr siempre y cuando exista voluntad
política para ello, e incluso en condiciones de una crisis prolongada e intensa.
La política monetaria era vista como parte de esta estrategia global de administración de demanda
agregada combinada con la administración del tipo de cambio. En esta estrategia, el control de la
inflación era sólo uno de sus muchos fines. En los países en desarrollo, la política monetaria
estaba dirigida no sólo a fines amplios, tales como el nivel de la actividad económica y el empleo,
sino también a fines específicos como asegurar la inversión en sectores particulares, o incluso la
reducción de la pobreza.
La política monetaria era, por lo tanto, una parte integral de las estrategias macroeconómicas y
de desarrollo global, y no se ocupaba únicamente de la estabilización de los precios y el control
de la inflación, mucho menos de la fijación de metas de inflación. Apuntaba a expandir la oferta
en sectores estratégicos, mejorando las condiciones de vida en sectores que empleaban a una gran
proporción de mano de obra como la agricultura, generando más empleo productivo al
proporcionar crédito institucional a los productores de pequeña escala en todos los sectores. Estas
continúan siendo características fundamentales de la política monetaria y fiscal, pero han sido
eclipsadas progresivamente por la obsesión por la estabilidad de precios como única
responsabilidad de la política monetaria.
Tales preocupaciones más amplias, junto con el papel vital de la banca de desarrollo, deben ser
rescatadas para que las economías en desarrollo alcancen un crecimiento sostenido generador de
empleo. Puesto que el resurgimiento de estas preocupaciones más amplias de la política
monetaria depende de que exista una postura más crítica frente a la estrechez de miras que supone
centrarse en las metas de inflación, examinaremos algunos de los fundamentos de esta limitada
postura a fin de reestablecer la validez de un enfoque más amplio y flexible.
La realidad es que a medida que las economías se hacen más sofisticadas, siempre es posible que
nuevos tipos de liquidez o “cuasi dinero” (cuasidinero, es una modalidad de pago con una
aceptación más restringida. Algunos ejemplos que pueden tomarse son los depósitos que las
entidades bancarias comerciales realizan, cuentas de ahorros, certificados de inversión, bonos del
estado, pagarés o las letras de cambio), emerjan. En un mundo de innovación financiera en el
cual puede crearse “cuasi dinero”, la liquidez total del sistema no puede ser controlada
rígidamente por las autoridades monetarias, tal y como fue reconocido por Nicholas Kaldor en
1982. Al contrario, la liquidez presente en el sistema está determinada de manera endógena. La
innovación financiera crea nuevas posibilidades de liquidez. Así, tanto las transacciones con
tarjetas de crédito como las letras de cambio, los pagarés y el contrato de compra a plazos
implican la creación de liquidez. En ocasiones, los bonos sociales han sido tratados como activos
líquidos. La emergencia de compraventa de futuros y derivados ha creado redes muy complejas
de creación de liquidez.
Dado que el dinero adopta formas tan complejas, muchas de ellas casi imposibles de calcular y
mucho menos de regular, es imposible que los gobiernos controlen la oferta monetaria. Más bien
la oferta monetaria está determinada por el funcionamiento del sistema, por el nivel de la
actividad económica y por los precios en que los bienes y servicios son comercializados. En este
caso está claro que la demanda crea la oferta.
En este punto surge la evidencia de que la verdadera variable monetaria en manos del gobierno
son los tipos de interés. Los intentos, por tanto, de controlar la oferta monetaria se traducen
generalmente en una política de los tipos de interés. La administración de los tipos de interés en
los países en desarrollo debe concentrase no sólo en la estabilidad, sino también en el crecimiento,
esto es, los tipos de interés deben mantenerse a niveles que fomenten una mayor inversión. Es
también aquí en donde las ventajas de cierto monto de crédito dirigido hacia sectores estratégicos
o prioritarios son significativas. Por supuesto que los tipos de interés y la política monetaria no
pueden funcionar por sí solas para crear la expansión interna; éstas deben estar acompañadas por
una política fiscal expansiva.
Esta estrategia ha sido criticada por diferentes razones (Epstein, 2002, 2005; Stiglitz, 2006). Los
principales argumentos son que:
1. Es una estrategia que conlleva altos costos económicos, sociales y políticos, dado que los altos
tipos de interés real inhiben (impiden) la expansión económica y la generación de empleo; dichos
tipos, en la práctica, han sido impuestos, aún en contextos de considerable desempleo y
persistencia de la pobreza.
2. Es una estrategia innecesaria, puesto que existe evidencia convincente alguna de que una
inflación moderada tenga efectos reales sobre las variables macro, y su impacto sobre la
distribución del ingreso depende de las condiciones institucionales de una economía. Sin duda,
los tipos de inflación muy altos no son deseables y resultan dañinos por las repercusiones que
genera en la distribución del ingreso y el crecimiento, tal y como la literatura empírica se ha
encargado de demostrar. Sin embargo, existen ejemplos en diferentes países que sugieren que
una cierta inflación tiene efectos insignificantes sobre las posibilidades de crecimiento. Así lo
han venido demostrando países con “crecimiento alto” como China e India durante las dos
pasadas décadas.
3. Los efectos negativos sobre la distribución del ingreso pueden ser manejados por políticas de
protección social apropiadas que aseguren a los ciudadanos con menos recursos el acceso a los
bienes básicos, o que provean amortiguadores de consumo que los proteja hasta cierto punto de
la erosión del ingreso real por la inflación. Tales políticas de protección social también pueden
cumplir un papel muy importante como estabilizadores automáticos en las recesiones, un tema
que será desarrollado en la siguiente sección sobre la administración de los ciclos.
Hay otros problemas relacionados con la estrategia de metas de inflación. Ésta no distingue entre
los casos en donde pueda haber inercia inflacionaria (es decir, donde las expectativas crean altas
tasas de inflación continuamente) y en donde pueda no haberla, por ejemplo, cuando el
incremento de precios se deba a algún factor específico como una perturbación en el precio de
las importaciones o un aumento en la tasa de del impuesto IVA.
De hecho, en los países en desarrollo es bastante común que los períodos de crecimiento
acelerado estén asociados a una inflación moderada porque se encuentran con restricciones de
oferta. En tales casos, el enfoque de los formuladores de política debe ser:
• Impedir que la inflación aumente de forma excesiva enfrentando cuellos de botella efectivos y
potenciales y corregir los desequilibrios sectoriales que puedan añadir presión inflacionaria, por
ejemplo, en la producción agrícola.
• Asegurarse de que el proceso de crecimiento no se vea perjudicado por las políticas de control
de la inflación.
• Contrarrestar los posibles efectos regresivos de la inflación a través de medidas específicas
dirigidas a los ciudadanos con menores ingresos, como la provisión pública de ciertas
necesidades básicas.
Una alternativa a las metas de inflación es una estrategia macroeconómica que formule metas de
las variables reales que sean importantes para cada país en particular (Epstein, 2005). Estos
objetivos no tienen por qué ser los mismos en todos los períodos, y, de hecho, no deberían serlo.
Los objetivos estándar serían obviamente crecimiento económico agregado, empleo e inversión.
Asimismo, las metas podrían hacer referencia a medios de vida adecuados para las personas, lo
cual se traduciría en una preocupación por asegurar la viabilidad de las actividades económicas
que sostienen la mayor parte de la fuerza de trabajo, como, por ejemplo, la agricultura y las
pequeñas empresas manufactureras y de servicios. Dichos objetivos podrían guardar relación con
la reducción de la pobreza, lo cual implicaría una preocupación por aumentar la oferta de trabajo
más productivo y mejor pagado para los trabajadores menos calificados o por reducir los precios
de las necesidades básicas como alimentación, agua, servicios de salud y vivienda básica. Estos
objetivos podrían asimismo incluir la reducción de los desequilibrios sectoriales o regionales, lo
cual comprendería paquetes especiales para los sectores o regiones rezagados o políticas para
aumentar los vínculos intersectoriales.
Esta estrategia obviamente tiene relevancia directa en las políticas fiscales adoptadas.
Pero implica también que la política monetaria debería ser diferente a la adoptada en un
paradigma de metas de inflación. El banco central, en particular, tendrá que considerar el uso de
otros instrumentos, además del tipo de interés, para alcanzar varias metas y, dichos instrumentos
tendrán que ser utilizados en consonancia con la política fiscal global en términos del nivel y
dirección del gasto público. Los elementos básicos de esta estrategia alternativa son:
• Los formuladores de políticas y el banco central deben identificar los objetivos de manera que
sea posible medirlos. Algunos, como el crecimiento agregado o la inversión, pueden ser medidos
con facilidad. Otros, como la generación de empleo o la reducción de la pobreza, pueden
presentar problemas en países en donde el sistema estadístico no esté equipado para calcular
ciertas variables de manera sistemática y periódica. En tales casos, se debe recurrir a
“representantes” confiables. Por ejemplo, si el objetivo es la reducción de la pobreza, pero las
grandes encuestas sobre el consumo tienen lugar sólo cada cinco o diez años, los factores que
afecten directamente a los ciudadanos más pobres –a saber, los salarios de los trabajadores
agrícolas y no cualificados comparados con los precios de las necesidades– podrían ser
monitoreados. Si la generación de empleo productivo es el objetivo a lograr, el empleo en las
pequeñas empresas podría ser monitoreado como representativo del proceso más amplio del
crecimiento del empleo.
• La política monetaria debe ser parte de una política macroeconómica global dirigida a estos
objetivos, en lugar de operar por un camino separado centrado únicamente en las variables
monetarias. Debería estar alineada con las políticas fiscales y cambiarias, y amoldarse a ellas.
• Puesto que el objetivo elegido debe satisfacerse en el marco de otras restricciones, la
administración de los tipos de interés no es suficientes, y el banco central deberá utilizar otros
instrumentos. Éstos pueden incluir el crédito dirigido y otros mecanismos que motiven a los
bancos a conceder préstamos a prestatarios generadores de empleo; garantías para ciertos tipos
de inversión deseada; ciertos controles sobre los flujos de capital para reducir el riesgo de
problemas en la balanza de pagos asociados con la estrategia; creación de paquetes específicos
para los sectores y regiones identificados como áreas prioritarias.
• Los formuladores de políticas deberían evitar la excesiva rigidez en relación con los objetivos
marcados y ser lo bastante flexibles como para adaptar los objetivos e instrumentos a los
requerimientos de cada situación.
• Cómo reducir la tendencia a que los ciclos económicos se originen no sólo en tendencias
internas, sino también en los mercados internacionales de productos y capital.
• Cómo reducir la vulnerabilidad a los choques externos a que se enfrenta la economía y que dan
origen a la volatilidad.
• Cómo diseñar “estabilizadores integrados”, que reduzcan automáticamente los efectos adversos
de los choques.
• Cómo administrar los ciclos económicos, sobre todo a fin de reducir la gravedad y duración de
las recesiones.
• Cómo reducir los peores efectos de una crisis y los ajustes subsiguientes minimizando dichos
efectos en los ciudadanos de bajos ingresos y en los más pobres.
• Cómo ayudar a las capas sociales más pobres y desprotegidas a enfrentar las repercusiones de
los choques y los ajustes posteriores.
• Cómo extraer crecimiento y estabilidad a largo plazo de auges económicos de duración
relativamente corta.
La mayor parte de los países en desarrollo enfrentan una volatilidad económica generada interna
o externamente. Los ciclos internos pueden provenir de colapsos en el producto como fracasos
en las cosechas en economías pequeñas con fuerte dependencia de algunos productos agrícolas
importantes, o ciclos industriales relacionados con desequilibrios sectoriales o intervenciones de
políticas. La volatilidad externa emana de una mayor vulnerabilidad de los mercados emergentes
a las crisis financieras, o el impacto de choques repentinos negativos en los términos de
intercambio en pequeñas economías en desarrollo. La distinción entre los dos tipos de ciclos se
hace cada vez más difícil de esbozar, pues tienden a fusionarse debido a la gran movilidad de
capital. Por ejemplo, la fuga de capital puede resultar no sólo de factores exógenos tales como
los cambios en los tipos de interés en Estados Unidos o problemas en un país fronterizo que
causen “contagio” en los mercados financieros, sino también de cambios internos de las políticas,
los procesos o hasta la situación política.
Entonces, ¿cómo pueden los formuladores de políticas de los países en desarrollo llevar a cabo
políticas contra cíclicas a fin evitar o mitigar las depresiones y recesiones en un mundo de alta
movilidad de capital y cuentas comerciales abiertas?
En el ámbito nacional, los instrumentos básicos continúan siendo los mismos, pero hora deben
ser combinados con medidas que regulen o minimicen la fuga de capitales. Ello significa que
algunas formas de control de capital son indispensables para que los gobiernos implementen
estrategias para contrarrestar las recesiones.
Dichas formas de control no deberían limitarse a controles administrativos de mano dura. Existen
en los países en desarrollo medidas que toman y otras que no toman al mercado como base;
medidas que deben ser utilizadas con flexibilidad y buen juicio en combinación con las políticas
macroeconómicas internas. Así, medidas basadas en el mercado como requisitos de reserva para
las inversiones de cartera, pueden ser combinadas con medidas fiscales como tasas impositivas
diferenciales para diferentes tipos de ingreso de capital y medidas administrativas como un
período mínimo de inmovilización del capital. Estas medidas no deben ser “permanentes”, sino
que deberían utilizarse de manera flexible en situaciones cambiantes.
“Estabilizadores automáticos”
Aunque las políticas fiscales y monetarias continúan siendo las palancas básicas para asegurar
cambios en la actividad económica agregada a lo largo del ciclo, hay otras medidas que pueden
resultar bastante efectivas. En particular, existen “estabilizadores automáticos” que los países en
desarrollo podrían y deberían utilizar tales como:
• Tributación progresiva, la cual reduce el impacto fiscal negativo en las capas sociales más
pobres (Nótese que algunas reformas económicas que se alejan de los sistemas de tributación
progresiva, incluido el cambio hacia un sistema del tipo IVA, pueden debilitar a los mencionados
estabilizadores automáticos).
• Ajustes automáticos de aranceles aduaneros a los precios externos, tal como el esquema de
arancel variable discutido en la sección III.
• Planes de jubilación que no impliquen una contribución definida, ya que tales programas
podrían conllevar una mayor volatilidad en el consumo en respuesta a una perturbación en el
mercado bursátil.
Estabilizadores discrecionales
Además de los estabilizadores automáticos –especialmente importantes en épocas recesivas– hay
maneras de responder a los auges que podrían amortiguar los procesos cíclicos. Entre estas
respuestas, cabe destacar:
• Un impuesto contra cíclico, como por ejemplo un impuesto a la exportación, que le permitiría
al gobierno generar más ingresos durante períodos de auge exportador. Estos podrían servir para
crear un fondo de estabilización de precios para las exportaciones futuras.
El problema ahora es cómo alcanzar un valor deseable del tipo de cambio, para alentar la
inversión en bienes comercializables sin dejar de proveer estabilidad de precios y evitar cambios
desestabilizadores agudos. Los países en desarrollo han aplicado una serie de estrategias que van
desde sistemas de fuerte fijación del tipo de cambio a regímenes “flotantes” flexibles. Ambos
extremos han mostrado sus inconvenientes. Los regímenes de tipo de cambio fijo son muy rígidos
y demoran movimientos finalmente necesarios del tipo de cambio, que terminan por quedar
sujetos a cambios muy bruscos asociados a crisis. Los tipos de cambio totalmente flexibles son
normalmente muy volátiles (inestables) y pueden deprimir la inversión a largo plazo dada la
considerable incertidumbre que generan.
En general, los tipos de cambio son administrados directa o indirectamente por los gobiernos y
no son dejados a la libre determinación de las fuerzas del mercado Para los países en desarrollo,
los regímenes intermedios tales como las flotaciones administradas o las paridades móviles
funcionan mejor al permitir que los gobiernos ajusten el nivel d l tipo de cambio a las condiciones
externas tanto como a las prioridades actuales de política para la economía interna. Estas
flotaciones administradas funcionan mejor a través de una combinación de medidas de la cuenta
de capital y de política bancaria, junto con las más frecuentes operaciones de mercado abierto del
banco central que incluyen compras o ventas en el mercado cambiario.
El argumento a favor de un tipo de cambio bajo es habitualmente presentado en términos de
promoción de los sectores de exportación. Ello se justifica no sólo por meras razones comerciales,
sino también porque se percibe que los sectores de bienes comercializables son más dinámicos
que los sectores de bienes no comercializables, y que las tasas de progreso técnico más altas se
van a desviar, como consecuencia, hacia otros sectores. Se argumenta, pues, que es más probable
que la expansión de los sectores de bienes comercializables conduzca a un mayor crecimiento
que la expansión del sector de la construcción. Un segundo argumento se centra en la pobreza.
Un alto nivel del tipo de cambio podría llevar a precios internos más bajos para sectores como la
agricultura, por ejemplo, lo cual a su vez podría perjudicar a los campesinos. En los países en
donde los campesinos conforman un segmento importante de la población y la economía, ello
llevaría directamente a la pobreza rural. En tales casos, el gobierno puede optar por mantener un
tipo de cambio bajo y combinarlo con algunos impuestos a las exportaciones: de este modo se
logra equilibrio externo a la par que protección para los agricultores y generación de ingresos
para los gastos de desarrollo.
Sin embargo, estas posibilidades están disponibles principalmente cuando existe alguna
posibilidad de contener los flujos de capital móvil más volátiles. Cuando los flujos de capital son
liberalizados, los tipos de cambio se hacen sumamente difíciles de manejar. Ello puede conducir
a procesos y resultados no deseados.
Ejemplos referentes a ingresos de capital y crisis posteriores sugieren que una vez el mercado
emergente “es elegido” por los mercados financieros como un destino atractivo, se ponen en
marcha una serie de procesos que con toda probabilidad conducirán a una crisis. Esto funciona
mediante los efectos de un aumento de los ingresos de capital sobre los tipos de cambio de la
siguiente manera: un tipo de cambio real que se aprecia, fomenta la inversión en sectores no
comercializables, siendo el más evidente el sector de bienes raíces y los mercados de activos
internos.
Este movimiento ascendente de la moneda, desalienta, al mismo tiempo, la inversión en bienes
comercializables y como consecuencia, contribuye a un proceso de relativo declive en los
sectores económicos reales, e incluso, desindustrialización en los países en desarrollo. Dados los
diferenciales del tipo de interés entre los mercados internos e internacionales y la falta de
prudencia por parte de los prestamistas e inversores internacionales, los agentes locales solicitan
numerosos préstamos del extranjero para invertir directa o indirectamente en los mercados de
propiedades y acciones.
Es importante recordar que los altos tipos reales de interés tienden a estar asociados con tipos de
cambio que se aprecian, lo cual genera a la vez las consecuencias negativas ya descritas. Las dos
condiciones –tipos de interés altos y tipo de cambio alto– van, por lo tanto, juntas y repercuten
de forma negativa en la inversión y el nivel de actividad de la economía.
Una conclusión importante es que, en la medida de lo posible, los tipos de interés en las
economías en desarrollo abiertas, todavía deben ser “administrados”, de preferencia dentro de
una banda en línea con una paridad móvil que se puede ajustar a cambiantes circunstancias
económicas internas y externas. Otra conclusión ligada a ésta es que los ingresos de capital
también deben ser “administrados” en términos de ingresos y egresos para prevenir una excesiva
volatilidad y una posible crisis.
Sin tener todo esto en cuenta, lo más probable es que los intentos de mantener los déficit fiscales
y externos dentro de límites “prudentes”, sin permitir que el tipo de cambio se aprecie, signifiquen
simplemente ahorrar los ingresos de recursos en lugar de usarlos para aumentar la inversión o el
consumo en la economía.
De hecho, eso es lo que está sucediendo actualmente en buena parte del mundo en desarrollo. En
la mayoría de los países en desarrollo, el aumento reciente del ahorro neto no ha provenido del
ahorro de los hogares o de ahorros corporativos privados altos, sino de déficit reducidos o grandes
superávit del sector público, principalmente debido a los recortes del gasto público. Ello denota
el carácter deflacionario de las políticas de los gobiernos de los países en desarrollo, y suprime
el consumo y la inversión internos con efectos evidentes en los niveles de actividad económica y
empleos actuales. Pero también afecta las perspectivas de futuro crecimiento a largo plazo de
manera negativa, debido a las potenciales pérdidas de inversión inadecua da en infraestructura.
Sin embargo, los ingresos de capital –ya sea de ayuda extranjera o inversores privados– no tienen
por qué ser adversos desde un punto de vista macroeconómico.
Dichos ingresos obviamente pueden cerrar una o más “brechas” de desarrollo y pueden contribuir
a reducir la brecha de ahorros al proporcionar recursos invertibles.
Si estos se utilizan como inversión productiva que opera para aumentar la demanda y la oferta,
conducen a un mayor crecimiento y empleo. Si mejoran las condiciones de productividad, se
puede fomentar un mayor volumen de exportaciones o producción interna de sustitutos a las
importaciones, reduciendo así la brecha de divisas.
Algunos controles sobre los flujos externos de capital y bienes ayudarán a alcanzar estos
resultados de manera más rápida y sostenible. Las políticas macroeconómicas coordinadas
pueden prevenir las consecuencias del tipo “enfermedad holandesa” de la liberalización
irrestricta de la cuenta de capital, y permitir que los ingresos de capital extranjero se utilicen de
forma efectiva para los propósitos para los cuales fueron concebidos.