Bronstein La Teoría Kleiniana Capítulo 8

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Capítulo 8

¿Qué son los objetos internos?


Catalina Bronstein

Hoy en día los términos de «objeto interno» y «objetos internalizados» son


abundantemente utilizados en psicoanálisis. Aunque el concepto de «objetos
internos» ya se hallaba en los escritos de Freud, fue Melanie Klein quien desarrolló
este concepto y lo situó en el centro de su teoría del funcionalismo psíquico. Klein, a
lo largo de toda su obra, se refiere a los objetos internos y a la relación con ellos y
entre ellos.
El concepto de «objetos internos» engloba una multiplicidad de fenómenos
psíquicos y por tanto se presta a confusión. Cuando pensamos en la palabra «objeto»
como aquello con que el sujeto se relaciona, descubrimos primordialmente a alguien
o algo que tiene una significación emocional para el individuo. Esto puede verse
incluido en las palabras de Segal: «casi la totalidad de nuestra experiencia
emocional» (Segal, 1999: 96). Con objeto de señalar las diferentes maneras de ser
utilizado este concepto, es importante ver ante todo su evolución en la obra de Freud.

Historia
El concepto de «objeto» en Freud va íntimamente ligado al concepto de «pulsión».
Freud ve primordialmente el objeto como la cosa a través de la cual la pulsión es
capaz de conseguir su objetivo. (Freud, 1915: 122). Freud distingue el objeto de la
pulsión sexual y su finalidad: «Llamamos objeto sexual a la persona de la cual
procede la gratificación sexual y finalidad sexual al acto hacia el cual tiende la
pulsión» (Freud, 1905b: 136-136).
El objeto es asignado a la pulsión solo porque coopera en particular a hacer posible
la satisfacción (Freud, 1915a: 122). El objeto es lo más variable de la pulsión y no
está conectado originalmente con ella. Freud considera probable que la pulsión sexual
sea, en primera instancia, independiente de su objeto (Freud, 1905b). Esto parece
implicar que, según él, la elección de objeto venga más determinada por la historia de
cada individuo que por factores constitucionales (Laplanche y Pontalis, 1973).
En su trabajo Sobre el narcisismo: una introducción (1914) Freud introduce una
idea importante: la del Yo convirtiéndose en el objeto de deseos libidinales. Describe
que ciertos individuos pueden escoger sus objetos de amor según un modelo basado
en ellos mismos, es decir, «buscándose a sí mismos como objeto de amor» (Freud,
1914: 88). En este punto, describe al Yo siendo a la vez un aparato funcional y un
objeto. En Duelo y melancolía (1917) Freud amplía los conceptos debatidos en su
trabajo sobre el narcisismo. Introduce una visión diferente de la relación de objeto, a
la vez que pone el énfasis más en el objeto que en la pulsión. Fueron sobre todo estos
desarrollos los que influyeron mayormente el pensamiento de Klein.
En 1911 Abraham publicó un trabajo donde describió algunas analogías entre el
proceso normal del duelo y la depresión grave. (Abraham, 1911). Freud amplió y
desarrolló aquellas ideas en su trabajo Duelo y melancolía (1917), al describir la

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importancia de la identificación en los estados melancólicos. Mientras que en el duelo
ordinario el mundo parece que se ha vuelto pobre y vacío, en los estados
melancólicos es el Yo quien sufre aquel destino. En el estado melancólico hay una
reacción a la pérdida de un objeto de amor, pero allí el objeto no ha muerto sino que
se ha perdido como objeto de amor. El melancólico esta lleno de autorreproches, y
Freud deduce que son reproches contra el objeto de amor, que ha sido colocado en el
lugar del Yo, identificado ahora con el objeto: «Y así la sombra del objeto cae sobre
el Yo» (Freud, 1917: 249).
Una de las preguntas que, al parecer, Freud trataba de contestarse hace referencia a
la manera de llevarse a cabo el mecanismo de la identificación. Freud relaciona el
mecanismo de identificación con el impulso pulsional oral de incorporación
(siguiendo a Abraham) y a la contrapartida mental del impulso oral o introyección
(siguiendo a Ferenczi) (Sandler, 1987). Piensa que la introyección forma la base de la
identificación, aunque no siempre mantiene separados los dos términos. Parece
importante advertir que nos indica que el proceso de identificación es la primera
forma de apego hacia otra persona.
Lo que llamamos «identificación», es decir, la asimilación de un Yo a otro Yo (esto es, a un objeto),
como resultante de la cual el primer Yo se comporta como el segundo, en ciertos aspectos lo imita y en
cierto sentido lo incorpora a sí mismo. La identificación se ha comparado adecuadamente con la
incorporación oral, canibalística, de otra persona. Es una forma muy importante de vinculación a
alguien, probablemente la primerísima, y no es lo mismo que la elección de objeto (Freud, 1933b: 63).

Ferenczi ya había introducido el concepto de introyección en 1909, en contraste


con el mecanismo de proyección utilizado por los pacientes paranoides.
Mientras que el paranoico expele de su Yo los impulsos que se han hecho desagradables, el
neurótico se ayuda incorporando en su Yo, cuanto más mejor, una parte del mundo externo, haciéndolo
objeto de sus fantasías inconscientes... En contraste con la proyección, se puede dar a este proceso el
nombre de introyección (Ferenczi, 1909: 47).

Más tarde lo describe como «una extensión al mundo externo de los intereses
autoeróticos originarios, mediante la inclusión de sus objetos en el Yo» (Ferenczi,
1912: 316).
Abraham describe de qué modo, en la melancolía, a la pérdida de una persona
querida le sigue un acto de introyección que tiene el carácter de una incorporación
física por la boca (canibalista) (Abraham, 1924), implicando que hay una regresión a
la fase oral. Esta conceptualización ejerció una importante influencia en las ideas de
Melanie Klein.
El uso del concepto de «objeto» no se limita tan solo al objeto externo real o a su
percepción sino que en la medida en que se produce una identificación del Yo con el
objeto, el objeto se vive formando parte del Yo. Podría decirse, por tanto, que el
proceso de internalización tiene un efecto organizador de la mente, un papel
estructurante (Merea, 1980) y que los procesos de introyección e identificación
forman parte integrante del desarrollo del Yo. En El Yo y el Ello Freud afirma:
Cuando sucede que una persona ha de renunciar a un objeto sexual, ello comporta muy a menudo
una alteración del Yo, que solo puede describirse como la instauración del objeto dentro del Yo, tal
como ocurre en la melancolía... Puede ser que esta identificación sea la sola condición bajo la cual el
Ello puede renunciar a sus objetos. De todos modos, el proceso es muy frecuente durante las primeras
fases del desarrollo y permite suponer que el carácter del Yo es un precipitado de las catexis de objeto

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abandonadas que contiene la historia de aquellas elecciones de objeto (Freud, 1923: 29-30).

Freud considera que en la melancolía, una vez que el objeto ha sido introyectado
por el Yo, es juzgado entonces por una instancia especial, como si fuera el objeto
abandonado. Los autorreproches melancólicos serían entonces reproches a la parte de
su Yo identificada con el objeto odiado. En consecuencia, el conflicto entre el Yo y la
persona amada que se ha perdido se transforma en un conflicto dentro del Yo. El Yo
queda escindido en dos trozos, uno es la instancia que Freud llamaba «consciencia»,
una instancia crítica dentro del Yo que él describe como «entre las grandes
instituciones del Yo» (Freud, 1917 [1915b]: 247), que clama con violencia contra la
parte del Yo identificada con el objeto perdido, que es el que se ha alterado por la
introyección y que contiene el objeto perdido (Freud, 1921: 109).
La instancia crítica ha venido a llamarse el «Superyó» en El Yo y el Ello, en donde
Freud afirma que aquellas tempranas identificaciones (que él relaciona con la
disolución del complejo de Edipo) pueden utilizarse para formar un precipitado en el
Yo, el Superyó (Freud, 1923: 34).

Los objetos internos, las pulsiones de vida y de muerte y la integración del Yo


La propuesta de que la identificación con los objetos internos afecta la estructura
del Yo fue adoptada por Klein. Sin embargo, el concepto de «objetos internalizados»
de Klein es más amplio que la idea de catexis de objeto. Cuando pensamos en el
concepto de «objetos internos», como parte de la metapsicología kleiniana, hemos de
hacerlo en el contexto de su interacción con otras hipótesis importantes, tales como la
existencia de las pulsiones de vida y de muerte, una teoría del funcionamiento mental
temprano que postula la existencia de un Yo capaz de percibir ansiedad, el desarrollo
por parte del Yo de mecanismos de defensa primitivos, la hipótesis de la fantasía
inconsciente y la teoría de las posiciones esquizo-paranoide y depresiva (Bianchedi,
1984). Podemos decir que la teoría kleiniana es, a la vez, una teoría pulsional y una
teoría de relaciones objetales.
En opinión de Klein, los mecanismos de proyección e introyección son básicos en
la constitución del Yo, y se da una conexión intrínseca entre ellos (véanse capítulos 3,
9 y 11). Esto quiere decir que si el bebé atribuye al pecho sus propios sentimientos de
amor y odio, la experiencia que recibe en retorno estará coloreada por aquellas
proyecciones.
Mediante la proyección que desvía la libido y la agresión hacia fuera e impregna con ellas al objeto,
se lleva a cabo la primera relación de objeto del bebé. Este es un proceso que, en mi opinión, subyace a
las catexis de objeto. Debido al proceso de introyección, este primer objeto se incorpora
simultáneamente en el self (Klein, 1952: 58).

Klein considera que la introyección es la actividad mental mediante la cual el niño,


en su fantasía, incorpora todo lo que percibe en el mundo externo. Siendo así que la
mayor satisfacción del niño la obtiene inicialmente por vía bucal, deduce que el niño
utilizará la boca, en su fantasía, para incorporar el mundo. Aunque la boca es el canal
principal, también otros canales sensoriales incorporan para él el mundo externo.
Klein pone de relieve el estado emocional que permite al bebé la incorporación de
una experiencia buena, como el placer por el pecho, en las dos cualidades

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satisfactorias de saciación del hambre y de placer sensual:
La primera gratificación que el niño extrae del mundo externo es la satisfacción experimentada al
ser alimentado. El análisis nos ha enseñado que solo una parte de su satisfacción resulta del alivio del
hambre y que otra parte no menos importante resulta del placer que el bebé experimenta cuando su
boca es estimulada por el chupeteo del pecho de la madre. Esta gratificación es una parte esencial de la
sexualidad del niño y es, en realidad, su expresión inicial. Al comienzo, el pecho de la madre es el
objeto de su deseo constante y, por tanto, es la primera cosa que se introyecta (Klein, 1936: 291).

El Yo, en la teoría kleiniana, está presente y es activo desde el comienzo de la vida,


y establece relaciones con los objetos desde los primeros contactos con el mundo
externo (véase capítulo 11). La idea de Klein del primer objeto, «el pecho de la
madre», no tendría que tomarse en un sentido estrictamente literal pues representa a
la madre tal como la siente el bebé en su primer contacto con ella, tanto si el bebé es
criado con el pecho como si no lo es. Klein considera que el bebé internaliza de un
modo concreto el pecho y la leche que le da. El bebé experimenta este proceso de una
forma primitiva, no mediatizada todavía por el lenguaje. Más adelante esto se
esclarece al darse cuenta de que el pecho no es un mero objeto físico. El pecho está
empapado de las fantasías y los deseos inconscientes del bebé, con cualidades
amorosas que van más allá del alimento que dispensa (Klein, 1957):
En los análisis de nuestros pacientes encontramos que el pecho, en su aspecto bueno, es el prototipo
de la bondad, de la paciencia y de la generosidad inagotable de la madre, así como de la creatividad.
Son estas fantasías y estas necesidades pulsionales las que tanto enriquecen el objeto originario que
seguirá siendo la base de la esperanza, la confianza y la creencia en la bondad. (Klein, 1957: 180).

Según Klein, las tareas de las pulsiones de vida y muerte incluyen su apego a los
objetos desde el comienzo de la vida del bebé. Advierte que los procesos de
introyección trabajan sobre todo al servicio de la pulsión de vida, capacitando al Yo
para incorporar algo vivificante y ligando así la pulsión de muerte, activa en el
interior (Klein, 1958). De todos modos, esta no es la única función que este
mecanismo tiene: el Yo introyecta tanto los objetos «buenos» como los «malos». El
objeto (el pecho de la madre como prototipo) se vuelve malo porque el bebé proyecta
su propia agresión en él. La reintroyección del pecho, que contiene la hostilidad
proyectada, lleva a la fantasía inconsciente de un pecho interno «malo» dentro del
Yo. Esto crea en el Yo del bebé una imagen distorsionada por la fantasía del objeto
real sobre el que se basa el objeto materno (Klein, 1935).
Los primeros objetos que el bebé experimenta son objetos parciales (tales como el
pecho) y están escindidos en «bueno» y «malo». Esto se corresponde con la
descripción de Klein de la posición esquizo-paranoide. El pecho malo se vive como
malo no solo porque frustra al bebé (por ejemplo, al no satisfacer su hambre) sino
también, como hemos dicho antes, porque el bebé proyecta en él su propia agresión
(Klein, 1935: 263). [Téngase en cuenta que «bueno» y «malo» siempre tendrían que
entenderse como términos relativos, escritos entre comillas, para indicar que sus
cualidades se han atribuido subjetivamente por el bebé (Laplanche, 1981).] El pecho
bueno llega a ser el prototipo de lo que se experimenta como benéfico, protector y
querido a lo largo de la vida, mientras que el pecho «malo» representa lo persecutorio
y odiado. La descripción de Klein de los precoces objetos internos —«buenos» y
«malos»— intenta captar la verdadera experiencia temprana que el bebé tiene del

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mundo y que no puede expresar en palabras. Esta experiencia tan primitiva se
experimenta concretamente de forma corporal. Money-Kyrle la describe como un
estadio en el que no se ha hecho la distinción entre la representación y el objeto
representado, estadio en el cual el bebé mantiene una creencia concreta en un objeto
físicamente presente (Money-Kyrle, 1968: 422). Por ejemplo, imaginamos un bebé
hambriento experimentando el objeto como «malo», localizado en su abdomen. Estos
«objetos parciales» se viven como «totales» por parte del bebé y se experimentan de
un modo concreto, a tenor de las sensaciones corporales, agradables o desagradables.
Este mundo de fantasías inconscientes de omnipotencia, de calidad concreta,
persisten en el individuo y pueden reaparecer, por ejemplo, en los sueños
(Hinshelwood, 1989: 73-74).
Hay que especificar que existe una cierta ambigüedad en el uso que hace Klein del
concepto de Yo. A veces lo utiliza para describir el conjunto de la personalidad, más
cercano a lo que describiríamos como «self»; en cambio, en otros momentos el
término «Yo» conserva el significado original en el sentido «estructural» como la
instancia de la personalidad encargada de un número de funciones particulares.
(Spillius, trabajo no publicado).
El papel de la ansiedad y su estrecha conexión con el estado de los objetos internos
(y por tanto del Yo) ocupa un lugar central en el pensamiento kleiniano. Klein
planteó la hipótesis de que la causa primaria de la ansiedad es el temor de
aniquilación de la vida, terror que surge, desde dentro, de la pulsión de muerte.
Siendo así que en el niño el Yo no ha alcanzado su pleno desarrollo, se halla en
mayor medida bajo la influencia de su inconsciente. Klein creía que la mayor o
menor cohesión del Yo al comienzo de la vida estaba en relación con su capacidad de
tolerar la ansiedad, que ella creía un factor constitucional (Klein, 1946: 4). La lucha
entre las pulsiones de vida y de muerte que emanan del Ello, implican al Yo, y el
peligro de ser destruido por la pulsión de muerte da lugar a los primeros mecanismos
de defensa (véase capítulo 3). Aunque Klein reconoce la influencia de la frustración
promoviendo la hostilidad del bebé, encuentra que la fuente principal de hostilidad
está en la pulsión de muerte:
Podemos asumir que la lucha entre las pulsiones de vida y de muerte operan ya durante el
nacimiento y acentúan la ansiedad persecutoria que surge de esta penosa experiencia. Diríase que esta
experiencia tiene por efecto promover que el mundo externo, incluyendo el primer objeto externo —el
pecho de la madre—, aparezca como hostil. A esto contribuye el hecho de que el Yo dirija sus impulsos
destructivos al objeto primario. El joven bebé siente que la frustración que el pecho le impone, que de
hecho supone un peligro de vida, es la retaliación por sus impulsos destructivos contra el pecho, y este
pecho frustrante le está ahora persiguiendo. Además, proyecta sus impulsos destructivos en el pecho, es
decir, desvía la pulsión de muerte hacia fuera y, de este modo, el pecho atacado se convierte en el
representante externo de la pulsión de muerte. El pecho malo es así introyectado y esto intensifica,
como podemos suponer, la situación de peligro interno, es decir, el miedo a la actividad de la pulsión
de muerte desde dentro (Klein, 1948: 31).

A partir de aquí podemos ver que entre las primeras actividades del Yo se
encuentran las defensas contra la ansiedad (experimentada inicialmente como
ansiedad persecutoria) mediante el uso de los procesos de escisión, proyección e
introyección (Klein, 1952a: 57); (véase también capítulo 3). No obstante parece
evidente que la introyección del buen objeto no es solo un mecanismo de defensa
contra la ansiedad sino también una parte intrínseca de la relación libidinal con el

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pecho.
La escisión del objeto (y del Yo) en bueno y malo es uno de los primeros
mecanismos de defensa que emplea el Yo para manejar la ansiedad, en tanto que la
proyección es el proceso primario de deflexión de la pulsión de muerte hacia el
exterior. En 1946 Klein introdujo el concepto de la identificación proyectiva como
mecanismo de defensa, en virtud del cual una parte del Yo es atribuida a un objeto y
es, por tanto, repudiada (Klein, 1946: 8). Los analistas postkleinianos han
profundizado en la comprensión de este mecanismo de defensa (véase capítulo 9). El
término de «identificación proyectiva» se ha generalizado y a menudo sustituye al de
«proyección» porque asocia el mecanismo defensivo con la fantasía inconsciente de
las consecuencias para el self y el objeto.
En la concepción de Klein, el objeto «bueno» primario forma el «núcleo del Yo»
(Klein, 1957: 180), «actúa como un punto focal del Yo» (Klein, 1946: 6). Este primer
objeto «bueno» internalizado se contrapone al proceso de escisión y dispersión, y
actúa en favor de la cohesión y la integración. Cuanto más catectizados sean la madre
y su pecho (y esto depende en parte de la capacidad de amor inherente al bebé), con
tanta mayor seguridad el pecho «bueno» internalizado se instaurará en la mente del
bebé (Klein, 1955a). Klein considera que el Yo se desarrolla principalmente en torno
al objeto materno «bueno», mientras que la identificación con los aspectos buenos de
la madre forman la base de ulteriores identificaciones provechosas (Klein, 1959b:
251). Esto ha sido subrayado por Rosenfeld al señalar que las fantasías y sentimientos
sobre el estado del objeto interno influencian sustancialmente la estructura del Yo
(Rosenfeld, 1983).
Una de las funciones primarias del Yo es su impulso hacia la integración. De un
modo análogo a la escisión, el concepto de integración incluye tanto la del objeto
como la del Yo. Esto implica un movimiento desde los objetos parciales a los objetos
totales de la posición depresiva (véase capítulo 4). Podemos asumir que el
movimiento desde los objetos parciales a los objetos totales, esto es hacia un Yo
integrado, no es invariable y que se ve influido por la fuerza de la pulsión de vida así
como por la internalización de los objetos buenos. Esto supone en alguna medida la
«aceptación por parte del Yo, del trabajo de la pulsión de muerte»:
Cuanto más pueda el Yo integrar sus impulsos destructivos y sintetizar los diferentes aspectos de sus
objetos, tanto más se enriquecerá; pues las partes escindidas y proyectadas del self y de los impulsos
rechazados, en razón de la ansiedad que despiertan y del sufrimiento que causan, contienen también
aspectos valiosos de la personalidad y de la vida de la fantasía, que queda empobrecida al ser
escindidos y expulsados (Klein, 1958: 245).

La fortaleza del Yo, en el sentir de Klein, reflejaba el estado de fusión entre las dos
pulsiones (que ella creía en parte determinado constitucionalmente), es decir, entre el
amor y el odio. Si en la fusión predomina la pulsión de vida hay una mayor capacidad
de amar y el Yo es más capaz de tolerar la ansiedad que emana de la pulsión de
muerte y la puede contrarrestar (Klein, 1958: 239).
Las vicisitudes que experimenta el objeto y el Yo dan lugar a los diferentes tipos
de identificación característicos de las dos posiciones: esquizo-paranoide y depresiva,
y a las fluctuaciones entre ellas (véanse capítulos 3, 4 y 5). Podemos ver un tipo de
identificación «narcisista» en la posición esquizo-paranoide en la cual el individuo

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siente que los objetos internos malos se han separado de él pero actúan como tiranos
u objetos perseguidores. Este es el caso de aquellos objetos internos que virtualmente
se asimilan al Yo. No obstante, también pueden ser experimentados por el self y
vistos por el analista como el Yo que reemplaza al objeto. En una experiencia de este
orden los límites entre el sujeto y el objeto se desdibujan y el sujeto (o parte de él) no
se distingue del objeto. En este caso, el sujeto podría sentirse confundido y atrapado
en un mundo interno hostil y podría intentar deshacerse compulsivamente de la
experiencia persecutoria. Encontramos un ejemplo de esto en una muchacha
adolescente de dieciocho años perturbada, a la cual llamaré Emma. Estaba
atormentada por pesadillas persecutorias en las que se sentía atrapada en una
habitación llena de espejos que reflejaban su imagen de diferentes edades, algunas de
las cuales no podía diferenciar de la imagen de su madre. Emma había intentado
varias veces suicidarse y, en una ocasión, atacó a su madre con un cuchillo. Buscaba
cierta sensación de alivio haciéndose heridas y continuaba hasta sangrar y sentir
dolor. Se explica su conducta autoagresiva como la única «solución» posible. Era la
única manera de lograr una sensación de ser «ella misma». Pero esta «solución»
estaba inspirada por el odio a sí misma (en identificación con la madre) y, en lugar de
apaciguar su sensación de maldad, aumentaba la culpa persecutoria y su sensación de
desespero.
Otro tipo de identificación se puede encontrar en la posición depresiva, en donde se
reconoce la independencia del objeto, y por eso la identificación es de calidad
diferente. En ella se reconoce la distinción entre objeto y self, y su relativa totalidad.
El sujeto deviene «como» el objeto en lugar de «ser» el objeto (I. Sodre, Quién es
quién, trabajo no publicado; E. Spillius, trabajo no publicado). Por ejemplo, una chica
adolescente puede verse como una futura madre en potencia, con buenas y cariñosas
dotes maternales, en identificación con aquellos mismos aspectos de su propia madre,
y todo eso sin tener que despojar a su madre real de aquellas cualidades ni tener que
confundirse con ella. Este tipo de identificación tiene en cuenta la existencia de un
Yo o «mí» distintos de los objetos internalizados y tiene igualmente noción de un
buen objeto maternal, con libertad para tener una vida sexual propia.

Los objetos internos y la fantasía inconsciente


En una de sus descripciones de la dinámica de los objetos internos en el Yo, Klein
afirma:
Según mi experiencia, hay además una profunda ansiedad debida a los peligros que acechan al
objeto dentro del Yo. El objeto no puede mantenerse a salvo porque este interior se vive como un lugar
peligroso y emponzoñado en que el objeto amado podría perecer. Aquí vemos una de las situaciones
que antes he descrito y que es fundamental para la pérdida del objeto amado; esta es la situación que se
ha creado cuando el Yo está plenamente identificado con un objeto internalizado y es, al mismo tiempo,
consciente de su propia incapacidad de protegerlo y preservarlo de los objetos persecutorios
internalizados y del Ello... Sabemos que en este estadio el Yo, como un mecanismo de defensa, hace un
mayor uso de la introyeccción del objeto bueno (Klein, 1935: 265).

Podemos ver ahí que Klein aborda el concepto de «objeto internalizado» de dos
maneras. En primer lugar, describe que el objeto interno forma parte del Yo gracias a
la introyección y que se utiliza como mecanismo de defensa. En segundo lugar, hace

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referencia a una fantasía inconsciente del interior como lugar peligroso y envenenado
donde los objetos buenos pueden sucumbir.
Parece útil, siguiendo a Baranger, continuar elaborando el uso que Klein hace de la
idea de objetos internos a partir de estas dos perspectivas diferentes. En la primera,
los objetos internos juegan un papel en el desarrollo del Yo y del Superyó, es decir,
en la estructuración de las instancias de la personalidad. Esto puede llamarse punto de
vista metapsicológico. En la segunda perspectiva, los objetos internos se consideran
en sentido descriptivo, lo que Baranger llama dimensión fenomenológica (Baranger,
1980). El aspecto fenomenológico puede apreciarse en las cualidades fantasmáticas
que pueden adquirir los objetos internos, tales como estar dotados de intención y de
una vida independiente propia, por ejemplo, en la fantasía de un pecho que ataca con
un veneno o en el poder destructivo de la orina del bebé. Hay, por tanto, una cierta
ambigüedad en el concepto de «objetos internos», que al mismo tiempo admite una
versatilidad mayor.
Según Baranger (1980), los objetos internos están en la base de una multiplicidad
de fenómenos y estados afectivos por ellos condicionados. Conscientemente aparecen
como imágenes, recuerdos, sueños de una variedad infinita. Esto ha sido también
subrayado por Sandler y Sandler (1998) que conceptuaron los objetos internos
haciéndose visibles tan solo en la forma de sus derivados (sueños, fantasías, actos,
etc). Pueden expresarse en formas variadas: por ejemplo, un objeto persecutorio
puede presentarse como parte de temores nocturnos, en sueños y, asimismo, en
fobias. Bion introduce una perspectiva nueva importante para la teoría de los objetos
internos al afirmar que la relación parcial de objeto en la posición esquizo-paranoide
no lo es tan solo con una parte anatómica (como el pecho) sino con una función, «no
con la anatomía sino con la fisiología, no con el pecho sino con alimentar, envenenar,
amar, odiar» (Bion, 1959). Podemos ver pues que en la fantasía el objeto
internalizado se experimenta dotado de intencionalidad.
Esto nos muestra que para Klein los objetos internos no pueden considerarse
separadamente de los mecanismos que los generan ni de las fantasías inconscientes
subyacentes (véase capítulo 2). La fantasía inconsciente y los objetos internos se
pueden definir por estar en una relación dialéctica recíproca (Baranger, 1980). Se
reúnen formando parte de la misma experiencia psíquica. Me parece que teóricamente
es útil conservar una diferenciación entre la fantasía inconsciente y los objetos
internos. De todos modos, dada la base experiencial de la teoría kleiniana, los objetos
internalizados a menudo se equiparan a las fantasías inconscientes.
Al pensar en términos de fantasía inconsciente es más difícil utilizar un modelo
estructural pues las fantasías inconscientes impregnan la totalidad del aparato
psíquico. Podría resultar más claro pensar en términos de fantasías inconscientes más
o menos primitivas, teniendo presente que todas derivan de las pulsiones de vida y de
muerte. El grado de inconsciencia varía también. Klein piensa que el bebé
experimenta las fantasías inconscientes de una manera muy concreta y por esto las
describe en términos corporales porque cree que es así como el bebé las siente:
El bebé que ha incorporado a sus padres, los siente como personas vivas dentro de su cuerpo, de una
manera concreta, que es como se experimentan las fantasías profundamente inconscientes; son en su
mente objetos «internos» o «interiores» (Klein, 1940: 345).

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Los objetos internalizados pueden adoptar cualquier forma en la fantasía así como
relacionarse entre sí. En un manuscrito sin fecha entre los documentos de Melanie
Klein, donde trata de describir lo que entiende por objetos internos y su contraste con
el concepto clásico de Superyó, dice lo siguiente:
La razón para preferir este término a la definición clásica, la de «un objeto instalado en el Yo», es
que el término de «objeto interno» es más específico para expresar exactamente lo que el inconsciente
del niño experimenta, y también el inconsciente del adulto en sus estratos profundos. En estos estratos
los contenidos no se experimentan como si formasen parte de la mente, tal como hemos comprendido el
Superyó, que correspondería a la voz de los padres dentro de la mente. Este es el concepto que
encontramos en los estratos más altos de la consciencia. En los estratos más profundos, en cambio, el
objeto interno se siente como un ser físico o más bien una multitud de seres que con todas sus
actividades amables y hostiles se alojan dentro del propio cuerpo, en particular dentro del abdomen,
una concepción a la que han contribuido, en el pasado y el presente, procesos fisiológicos y todo tipo de
sensaciones (D. 16 trabajos del Melanie Klein Trust, Wellcome Library) (citado en Hinshelwood,
1997).

A partir de esto podemos comprender que el mismo término de «objeto interno» se


haya utilizado para expresar diferentes experiencias del bebé, que van desde las
experiencias corporales más tempranas, concretas, preverbales a las experiencias más
sofisticadas. Se usa para describir una fantasía inconsciente de contener un ser
afectuoso u hostil, así como su estatus, como una parte integral del desarrollo y del
Superyó.
El proceso de escisión del pecho y del Yo nos encara con una de las paradojas en
relación con esta formulación, pues siempre discurrimos en dos planos separados
pero interrelacionados. Por un lado, Klein ve al Yo como un centro de funciones
(capaz de percibir la ansiedad, de escindir el objeto) y, por otro lado, estructurándose
en torno al objeto en identificación con él. Los objetos internalizados pueden adquirir,
en opinión de Klein, un estatus de no pertenencia a ninguna parte precisa del aparato
psíquico. Ahí es donde su estatus fenomenológico se hace más claro. Afirma, por
ejemplo, que en el proceso del duelo, una vez elaborados los sentimientos de odio,
culpa y triunfo causados por la muerte de una persona querida, el individuo puede
lograr un estado de mayor libertad en su mundo interno, lo cual le permite afligirse
por la pérdida del objeto amado y le lleva a una situación en la que «los objetos
internalizados, al ser menos controlados por el Yo, pueden tener una mayor libertad»
(Klein, 1940: 359). Es como si entonces el Yo diese mayor libertad a los objetos
internalizados haciendo posible su discurrir a través de una variedad de sentimientos,
permitiéndoles mantenerse separados o incluso enfrentarse unos con otros.
La ansiedad del niño por su Yo y sus objetos internos es uno de los incentivos para
examinar y comprender el mundo exterior como una manera de calibrar su mundo
interno. De este modo la madre visible aporta pruebas continuadas de aquello a que
se asemeja la madre interna, tanto si es afectuosa o huraña, protectora o vengativa
(Klein, 1940: 346). Esto nos muestra que para Klein las percepciones de la realidad
externa se utilizan para confirmar o desmentir las ansiedades relativas a la realidad
interna. Podemos ver las características de los objetos internos, distintos de los
externos, en la cualidad a veces rígida y prohibidora del Superyó infantil. Este
concepto ya había sido introducido por Freud y difundido por Klein. Ciertamente,
Klein reconoce la importancia del objeto externo en el desarrollo emocional del bebé,
así como la manipulación que la madre hace del niño, su capacidad para

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comprenderle y el impacto que producen en el bebé tanto las experiencias
gratificantes como las frustrantes. Aunque no neglige el impacto que el mundo
externo y la relación con los padres tiene para el bebé, su objetivo principal es
centrarse en la realidad psíquica del sujeto. Bion añadió una importante contribución
gracias a su estudio del papel que juega la efectiva capacidad de la madre para
contener la ansiedad en el desarrollo psíquico del niño (véase capítulo 12).
Los «objetos internos» no solo están presentes en el encuentro externo del bebé
con la madre. Según Klein, el bebé tiene una noción inconsciente de la existencia de
la madre (Klein, 1959b: 248). El objeto interno aparece para Klein en un punto de
interconexión con una multiplicidad de fantasías inconscientes que forman parte de lo
que ella considera lo heredado del niño. Esta idea fue más tarde desarrollada por Bion
al postular que el bebé nace con una preconcepción o estado de expectación del pecho
(Bion, 1963). Cuando la preconcepción del pecho se encuentra con una realización de
un pecho externo real, el resultado, según Bion, es la concepción del pecho. Pero no
es todavía un «pensamiento». Para que el pensamiento se desarrolle el bebé ha de
experimentar la copulación de la preconcepción del pecho con la experiencia de
frustración y la ausencia del pecho, descrita por Bion como un no-pecho (Bion, 1959,
1962b: 111; véase también capítulo 12). Lo que ocurre luego, dice Bion, depende de
la capacidad del bebé para tolerar la frustración.

Objetos internos y Superyó


El concepto de Superyó y su relación con el de «objetos internos», es complejo.
Klein no era una teórica pura y sus ideas sobre el Superyó lo reflejan. En sus escritos,
el Superyó aparece a veces como una función más que como una instancia, como en
el modelo «estructural»; en otros momentos, ve el Superyó como un «objeto interno»
(véase capítulo 11).
Durante el análisis de Rita, cuando la niña tenía dos años y nueve meses, Klein se
encontró con los intensos sentimientos de culpa de la niña. Rita presentaba una
marcada inhibición en su capacidad de jugar, con temores nocturnos (pavor
nocturnus), un terror hacia los animales, incapacidad de tolerar privaciones y una
fijación excesiva a la madre, cosa que contrastaba con su gran ambivalencia hacia
ella. La eclosión de la neurosis coincidió con el nacimiento de su hermana. Klein
advirtió que había una estrecha conexión entre el desarrollo de la neurosis de Rita y el
complejo de Edipo, cuya existencia verificó que se daba incluso a esta edad tan
temprana. La hostilidad de Rita hacia su madre se expresaba en el deseo inconsciente
de arrebatarle su bebé, incluso durante el embarazo, y esto era el motivo de que la
niña sufriera una intensa ansiedad y culpa (Klein, 1926). La culpa iba después ligada
al desarrollo del complejo de Edipo, que vio entonces iniciarse a una edad muy
anterior a la que Freud, en principio, había pensado (véase capítulo 6). Su opinión
sobre el tiempo de inicio del Superyó, así como su origen, divergía de la opinión de
Freud y fue uno de los puntos de polémicos enfrentamientos entre Melanie Klein y
Anna Freud.
Klein ve que la inhibición de Rita en el juego se origina en su sentimiento de culpa:
El análisis mostró que la niña no se atrevía a jugar a ser una mamá porque la muñeca-bebé
representaba, entre otras cosas, a su hermanito que ella había querido separar de su madre, incluso

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durante el embarazo. Pero ahí la prohibición del deseo infantil ya no procedía de la madre real, sino de
una madre introyectada, cuyo papel ella enactaba conmigo de muchas maneras, y que ejercía en ella
una influencia más penosa y más cruel que la que su madre real hubiera tenido nunca (Klein, 1926:
132).

Klein añade en este punto que lo que describe corresponde a lo que se conoce
como el Superyó del adulto. Piensa que el efecto de este Superyó infantil es una carga
más pesada que el del adulto porque actúa sobre un Yo infantil más débil. Otra razón
de la severidad de este Superyó temprano es su conexión con las fases pregenitales
del desarrollo (las fases oral y sádica), tal como las describió Abraham (1924).
Inicialmente, Klein postulaba que el Superyó se origina cuando aquellas fases
estaban en su apogeo y esto explica su actividad sádica (Klein, 1928). En aquella
época estaba planteando su idea de que la estructura del Superyó estaba
construida a partir de identificaciones procedentes de diferentes períodos y estratos de la vida mental.
Estas identificaciones nos sorprenden por ser contradictorias en su naturaleza, en extremo buenas o en
extremo severas, coexistiendo unas junto a otras (Klein, 1928: 187).

Junto con Hinshelwood (1989: 100), esta referencia nos enseña que para Klein hay
múltiples constituyentes del Superyó, variados y provistos de unas funciones
específicas en la fantasía, tales como un objeto vengativo y devorador, un objeto
primitivo controlador, etc. En aquel momento llamó «imagos» a aquellas figuras
paternas internalizadas y propuso que el psicoanálisis jugaba un papel vital en la
disminución de la ansiedad suscitada por la severidad del Superyó, abriendo el
camino para «imagos más amables» (Klein, 1929: 209). Podemos ver que la
modificación de la crueldad del Superyó fue una consideración clínica importante
para Klein. Esta idea se vio reforzada más adelante al desarrollar su teoría de la
posición depresiva (véase capítulo 4).
En El temprano desarrollo de la consciencia en el niño (1933) Klein afirma que la
consciencia de la persona es un precipitado o representante de las relaciones tempranas con sus padres.
En cierto sentido, ha internalizado a sus padres —los ha incorporado— y se transforman en una parte
diferenciada de su Yo —su Superyó—, y en una instancia que proclama frente al resto de su Yo ciertos
requerimientos, reproches y admoniciones y que se yergue en oposición a sus impulsos pulsionales
(pág. 248).

En el niño pequeño el Superyó tiene un carácter muy extravagante y fantástico.


Este representante interno de los padres se ha creado a partir de figuras imaginarias
formadas no solo a partir de su propia naturaleza, sino también de la proyección en
ellos, de los propios impulsos del niño. El niño, después, incorpora esta percepción
distorsionada de los padres que no puede coincidir con la imagen que ofrecen los
padres reales. Por ejemplo, la ansiedad de un niño fóbico puede basarse en el temor
de su propio Superyó y/o de su miedo de los objetos externos reales, que ahora se ven
a una fantástica luz bajo la influencia de su Superyó.
En el trabajo citado (Klein, 1933), ella vincula el Superyó con la agresión propia de
la pulsión de muerte. Se pregunta por qué algunos niños construyen unas imágenes
tan monstruosas y fantásticas de sus padres. En aquellos casos en que el sadismo del
niño es muy intenso, el bebé experimenta el peligro de ser destruido por la pulsión
agresiva y por las experiencias de ansiedad abrumadora. Klein considera el Superyó
sádico temprano como el brote de impulsos destructivos muy intensos al proyectarse

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en los objetos externos; estos se vuelven peligrosos al crear más miedo y ansiedad,
instaurando un círculo vicioso que impele al niño a atacar al objeto, creándose así
más ansiedad todavía. Klein dice:
El análisis nunca puede abolir el núcleo sádico del Superyó que se ha formado bajo la primacía de
los niveles pregenitales; pero puede mitigarlo al aumentar la fuerza del nivel genital, de modo que el
Yo, ahora más vigoroso, puede enfrentarse al Superyó (Klein, 1933: 256).

Podemos ver aquí que Klein propone la idea de un Superyó de un tipo más suave,
que está regido por el nivel genital, y así el Yo, ahora más vigoroso, puede tratar con
el Superyó (Klein, 1933: 256).
Klein sostenía que la formación del Superyó «empieza al mismo tiempo que el
niño hace la introyección oral más temprana de sus objetos» (Klein, 1933: 251). Al
principio, Klein, siguiendo a Freud, vinculaba la formación del Superyó con el
complejo de Edipo. Sin embargo, en la medida en que se refería a un complejo de
Edipo temprano, también se vio que el Superyó se originaba muy pronto (véase
capítulo 6). Cuando más tarde describió el complejo de Edipo en relación con la
posición depresiva, mantuvo la independencia relativa del Superyó respecto al
complejo de Edipo y afirmó que se originaba muy precozmente.
El Superyó precede algunos meses al comienzo del complejo de Edipo, un comienzo que yo sitúo
junto al inicio de la posición depresiva, en el segundo trimestre del primer año. De este modo, la
introyección temprana del pecho bueno y del pecho malo es el cimiento del Superyó, e influye en el
desarrollo del complejo de Edipo (Klein, 1958: 240).

Me parece que la desconexión del origen del Superyó y el complejo de Edipo da


lugar a una formulación menos precisa en Klein que en Freud. En el pensamiento de
Klein, el concepto de Superyó se comprende a veces como estructura y a veces como
función. Con la formulación de la posición depresiva en 1935 y el incremento de la
influencia de los objetos internos, el Superyó llega a ser un concepto que describe
sobre todo a los objetos internos que tienen un carácter severo y crítico
(Hinshelwood, 1989: 104).
El Yo, sostenido por el objeto bueno internalizado gracias a la identificación con él, proyecta una
porción de la pulsión de muerte en aquella parte de sí mismo que ha sido escindida y segregada, una
parte que de este modo llega a estar en oposición al resto del Yo y forma la base del Superyó (Klein,
1958: 240).

De todos modos, Klein también añade que el Superyó no es meramente un


receptáculo para la pulsión de muerte deflexionada. También contiene las partes
deflexionadas de la pulsión de vida fusionadas con ella.
Al mismo tiempo que aquellas deflexiones, partes de los objetos buenos y malos se separan del Yo y
van a parar al Superyó. El Superyó adquiere entonces tanto las cualidades protectoras como las
amenazadoras... Cuando el proceso de integración presente desde el comienzo, tanto en el Yo como en
el Superyó, va progresando, la pulsión de muerte está ligada hasta cierto punto por el Superyó (Klein,
1958: 240).

Klein subraya pues que la formación del Superyó implica la fusión de las
pulsiones. Esto es importante clínicamente pues en los estados melancólicos la
defusión de la pulsión de muerte puede considerarse que provoca que el Superyó
conduzca al Yo a su propia destrucción. El papel que juegan los impulsos
destructivos en el desarrollo de un Superyó cruel, severo en extremo, cuya

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omnipotencia puede idealizarse, y sus vínculos con la psicopatología, ha sido tema de
interés por parte de un número de analistas post-kleinianos, como Bion (1952),
Brenman (1985), Riesenberg-Malcolm (1999) y O’Shaughnessy (1999).
Un breve ejemplo de la lucha entre los sentimientos agresivos hacia los objetos
internos es el del señor D., un hombre joven en la treintena que pasó los primeros
años de análisis acusando a sus padres, sobre todo a la madre, como causante de sus
propias dificultades. Estos continuos reproches a los padres se convertían fácilmente
en autorreproches, a los que reaccionaba maltratándose a sí mismo, desembocando en
un círculo vicioso de acusaciones y castigo. Durante mucho tiempo, en su análisis no
parecía darse cuenta de lo penoso que resultaba para mí presenciar estos repetidos
ataques a sí mismo y mis esfuerzos en ayudarle. Cuando pudo ser más capaz de
preocuparse y tolerar sentimientos penosos, tuvo el siguiente sueño: «Había una niña
pequeña sobre una valla. Quería que yo la cogiese. La cogí, pero era como una mujer
inanimada, como una muñeca muy frágil. La cogí con mucho cuidado, procurando no
hacerle daño».
Hizo asociaciones en relación a una niña de cinco años, con la cual practicaba
algunos juegos sexuales cuando él tenía cerca de diez años. Por aquel entonces se
había sentido abandonado por su madre, que era alcohólica y requirió ser ingresada
en el hospital. Expresaba preocupación por si hubiera podido dañar a la niña
irremediablemente. Esto lo asoció con una experiencia con su madre, que había
muerto unos años antes, cuando en cierta ocasión había intentado darle de comer y a
ella no le fue posible tomar alimento alguno. El señor D. mostró pesar, preocupación
y culpa mientras contaba aquel sueño. Este era muy diferente de sueños anteriores,
que los sentía como persecutorios. Podría decirse que la niña, en el sueño, quizás
representaba a su madre, una madre vulnerable y frágil, que despertaba intensos
sentimientos de excitación sexual, así como de odio por su negligencia y de culpa por
los deseos de muerte que había sentido hacia ella. Esto era experimentado ahora en la
transferencia, en que la mujer del sueño podría verse representándome a mí,
equiparada a su madre. Pero también podríamos ver el sueño como una
representación del modo que su Yo tiene de funcionar en un particular momento del
análisis. La niña/madre pudiera entonces representar un aspecto maltratado y, por
tanto, frágil de sí mismo, una parte de él que ahora es más capaz de reconocer su
necesidad de ayuda y también su capacidad de cuidar de sus objetos. Así trataría de
reparar el daño que siente haberles causado, en particular a su madre. Se podría ver el
sueño como una comunicación en que me advierte que yo debería ser muy delicada
en la manera de tratar sus sentimientos amorosos, ahora mucho más asequibles,
porque podrían ser fácilmente destruidos por él. Me di cuenta de que él estaba todavía
sentado en lo alto de la valla (confiando aún en sus barreras defensivas).
Klein subraya la importancia de la integración, que considera como integración de
los impulsos destructivos con los más benignos, y como una síntesis que el Yo realiza
de los diferentes aspectos de sus objetos. La integración se logra en la posición
depresiva y se basa en la preponderancia de la pulsión de vida, implicando también la
aceptación por parte del Yo del trabajo de la pulsión de muerte. Esto puede
observarse clínicamente en el tránsito desde un Superyó muy persecutorio y cruel en
la posición esquizo-paranoide, al desarrollo, en la posición depresiva, de una

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capacidad de reparar el daño causado a sus objetos en la realidad y en la fantasía, de
forma que el sujeto se ve capaz de sentir más amor y gratitud hacia ellos. Esto lleva a
un «mundo de personas que están en gran parte en paz con los demás y con su Yo,
con armonía, seguridad e integración interior» (Klein, 1940: 345), con más confianza
en su propia bondad, una mayor capacidad de contener la ansiedad y de relacionarse
con la realidad exterior y una mayor libertad en su mundo interno.

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