La Esposa Muerta de Ana María Shua
La Esposa Muerta de Ana María Shua
La Esposa Muerta de Ana María Shua
El emperador cito cierto día, a su ministro para hacerle una pregunta privada y personal.
Quería saber porqué no tenía esposa, como él mismo se había casado más de una vez..su
insistencia en permanecer soltero, le parecía incomprensible y hasta sospechosa.
Me has servido con inteligencia y fidelidad le dijo, pero muchas voces se alzan en secreto
contra tí. A la gente común, le resulta extraño que un hombre de tu edad no haya encontrado
una esposa adecuada para formar una familia. El primer ministro, inclinó la cabeza y durante
largo rato, permaneció en silencio ante el emperador.
Por fin alzó los ojos y en ellos brillaron lágrimas. Amado emperador -dijo el ministro- he sido
un hombre casado. Te contaré la historia de mi vida, sin en algo, aprecias la lealtad absoluta
con la que te he servido. Dame ahora, tú respeto y tu silencio. Y comenzó a relatar su terrible
historia. Era muy joven cuando me casé. Tan joven que jamás había estado con una mujer.
Después de la ceremonia de bodas, estaba en la casa de los padres de mi novia, que vivían
en otro pueblo. Me quedé en nuestro cuarto nupcial, esperando que trajeran a mí joven
esposa. Estaba aterrado, confuso. Tenía miedo del momento que se acercaba porque no
sabía qué hacer, que se esperaba de mí. Me senté en un rincón, con los brazos sobre la
mesa de espalda a la puerta.Su madre la condujo hasta mí y nos dejó solos. Yo era tan
tímido, que no me atreví a darme vuelta y mirarla. Así nos quedamos los dos sentados en
silencio, durante un buen rato. Hasta que de pronto, sentí que me tiraban de la manga. Se
me heló la sangre en las venas. Mi novia se atrevía a tocarme las vestiduras. Esa joven
supuestamente tan ingenua... Apabullado por ese avancé, completamente impropio de una
muchachita inocente.
Me levanté de un salto, y escapé de esa casa y de ese pueblo corriendo hacia lo de mis
padres. Después de eso, me entregué a mis estudios. Fui a vivir a un templo, en la cima de
una montaña y permanecí allí, durante muchos años hasta aprobar todos mis exámenes.
Por fin me había convertido en funcionario del imperio. Me nombraron magistrado en Nan
Yang en la provincia de Gyeonggii . Emprendí el viaje hacia Nan Yang. Por el camino, iba
distraído, pensando en mis nuevos deberes, cuando pasamos por un pueblo importante. Mi
carruaje se detuvo en la calle principal. Un grupo de aldeanos se acercó, para pedirme que
dijera una plegaria en una casa vieja, abandonada, que era visitada por espíritus.
Me contaron que muchos años atrás, la hija del matrimonio que allí vivía, se había casado
con un joven que había huido en la misma noche de bodas. No tuve inconvenientes en aceptar
el pedido, riéndome para mis adentros, de las creencias de esos pobres campesinos
ignorantes. Me indicaron la dirección y allí fui; dispuestos a complacerlos y convencido de
que mi intervención no serviría de nada.
Después de mi partida, ellos seguirían creyendo que la casa estaba embrujada y comentarían
orgullosos que ni siquiera un alto funcionario había podido con el hechizo. Estaban
acercándome a la casa, cuando de pronto, empecé a reconocer las calles por donde pasaba
y recordé con un estremecimiento, que ese era el mismo pueblo y la misma vivienda donde
yo mismo me había casado hacía ya bastantes años.
La casa estaba vacía, una atmósfera extraña la envolvía. Era un mediodía caluroso. Al
acercarme a la puerta, comprendí de pronto, en qué consistía la sensación de extrañeza:
era el silencio. El campo y el pueblo vibraban con el sonido de los grillos, la briza, los múltiples
insectos del verano. Pero a pocos metros de la entrada, todos los ruidos cesaban, cómo si la
vida misma retrocediera, como sino se atreviera acercarse a este lugar maldito.
Entré casi en transe y caminé por los pasillos de la casa roja. Todo estaba limpio y prolijo,
una forma imposible de imaginar en un lugar abandonado, enseguida llegué a nuestro cuarto
nupcial. Allí, encontré a mi novia, tal como lo había dejado. Acostada y completamente
muerta; sin embargo su cuerpo parecía tan fresco y sano, tan jóven como si nuestra boda
hubiera sido el día anterior. Sus ojos abiertos me miraban resentidos acusándome. Me sentí
perseguido por esa mirada, y comencé a preguntarme que había sucedido en realidad, en
esa noche fatal. Entonces, me senté en el mismo rincón, en el que había estado en mi noche
de bodas, con los brazos apoyados en la mesa, de espaldas a la puerta.
De pronto, sentí que alguien me tiraba de la manga. Miré alrededor, pero mi novia seguía
yaciendo muerta, inmóvil. Miré hacia abajo y otra vez, se me heló el corazón. Tenía la manga
enganchada en un clavo, que sobresalía de la mesa de madera, y cada vez que se movía,
sentía un tirón. Desesperado comprendí, entonces mi error. ¿Cómo podía haberla
culpado? Mi novia había sido completamente inocente de la acción, por la que yo la había
condenado.
Había sido una rara belleza, inocente y tímida y yo la había perdido por mí estupidez y mi
falta de confianza; sintiéndome un miserable, me incliné sobre la hermosa jovencita dormida
en un sueño eterno y la besé, por primera vez en la frente. No sé que esperaba. Quizás soñé
por un instante, que mi besó me traería el perdón, que la haría despertar sonreír, cambiar el
odio fijo de sus ojos, por una mirada de amor .
Pero en el instante en que posé, mis labios sobre su piel, su cuerpo comenzó a cambiar ante
mis ojos, de golpe perdió el aspecto fresco y rosado; se convirtió en un cadáver del color de
la cera, con ojeras como grandes pozos grisáceos. Sus uñas crecieron rápidamente,
marrones repugnantes. Las encías se retrajeron, mostrando en una mueca horrible, las
raíces de los dientes. Un olor dulzón, a carne muerta impregnó el aire. Traté de huir, pero
una fuerza demoníaca me mantenía inmóvil, mientras mi bella novia, avanzaba hacia la
descomposición. Grandes manchas violetas de putrefacción comenzaron a marcar el
cadáver, que se hinchaba, deformando breves estallidos dejaban al descubierto, lagunas
colmada de un líquido sucio, Ahora el olor, era absoluto, sólido intolerable. Los gusanos
blancos y hambrientos hacían su trabajo. La carne iba desapareciendo, mientras se
hinchaban esas larvas repugnantes. Pero el pelo seguía pegado al cráneo. Desde la calabera
pegada, los ojos vivos de mi amada seguían mirándome. Me atravesaban con la fijeza del
odio.
Poco a poco se la fueron comiendo hasta que los huesos quedaron pelados y amarillentos.
Después se rompieron y se desintegraron. El cabello mismo desapareció convirtiéndose en
polvo y en nada. Solo entonces, pude luchar con la fuerza que me mantenía parado al borde
de la cama y conseguí darme vuelta. Salir de ese lugar de terror y desdicha.
¿Cuánto tiempo había pasado? Tenía la sensación de haber pasado años enteros
sumergido en el horror. Sin embargo cuando salí, todo estaba igual. Mi carruaje me esperaba
en el centro de la plaza. Los aldeanos agradecieron mi interés por la casa abandonada. Ahora
quizás, volvería a ser habitable. Jamás me he perdonado, pero la lección que aprendí, me
llevó a controlar mis emociones. Y así, conseguí alcanzar el alto puesto que tengo hoy. Por
eso, le debo tanto a mi novia muerta. Por eso, jamás podría volver a casarme magestad y
traicionar a esa mujer ingenua y pura.
Y el emperador suspiró de pena.