Leonardo - Robyn Hill
Leonardo - Robyn Hill
Leonardo - Robyn Hill
LOS BARONE
LIBRO CUATRO
ROBYN HILL
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Epílogo
Prólogo
NATALIA
NATALIA
Un mes antes…
NATALIA
LEO
LEO
Vaya putada, la noche prometía ser placentera con sexo fácil, y ahora acabo
conduciendo mi Jaguar descapotable huyendo de unos matones. He tenido
que salirme de la autovía bruscamente. Esos tipos son peligrosos, han
disparado desde su coche sin importarles el peligro de darles a otros
conductores. Pues sí que está cabreado el mafioso colombiano por follarme
a su esposa. Ni que fuera mi culpa.
En fin, si él le hubiera dado a su mujer lo que necesitaba no estaríamos
en esta lamentable confusión. Gabriela no hubiera tenido la necesidad de
buscar amor por ahí, y no se habría visto obligada a ocultar que su marido
es narco.
La verdad, no sé muy bien por dónde estoy. El GPS me indica un punto
en el mapa pero desconozco la zona, solo sé que estamos en la montaña.
Vuelvo a mirar por el retrovisor para comprobar si me siguen. Hay dos
luces que veo serpentear por la carretera. ¿Serán ellos? Creo que sí.
Debería avisar a mis hermanos y primos de lo que sucede, pero de
momento voy a esperar. Tampoco quiero que se enteren de que me he liado
con la esposa de un mafioso rival, porque voy a quedar como un idiota.
No me preocupa si han visto la matrícula de mi coche, el propietario
está registrado como una compañía extranjera que a simple vista no está
relacionado con nosotros. Gabriela les podría decir mi nombre, pero nunca
le dije mi apellido, y eso que vio la B marcada a fuego en mi pecho. Por
suerte, no me preguntó a qué se debía.
Vuelvo a mirar por el retrovisor. Esas luces van quedando atrás, pero no
me fío. Suspiro mientras fijo la mirada en la línea continua de la carretera.
Seguro que llegaré a algún pueblo de estos de montaña.
En algún momento tendré que parar, no me queda batería del coche.
Mierda, debí de haberla recargado en el hotel, pero cuando llegué para
verme con Gabriela solo podía concentrarme en lo que sentía en la
entrepierna.
Esto de los coches eléctricos es una maravilla, sobre todo por el
pequeño sonido que producen al no tener motor, pero la duración de las
baterías es una puta mierda. Así de claro.
¿Eh? El GPS indica un puesto de recarga a unos 10 kilómetros. Un hotel
rural llamado El Cortijo. De puta madre. Parece mi única opción. No puedo
permitir quedarme aquí tirado en medio de la nada. Una grúa tardaría en
venir a por mí una eternidad.
Espero que a Gabriela no le haya pasado nada malo, por cierto.
Tomo el desvío y, tras unos segundos, el hotel aparece en la falda de la
montaña. No veo el típico letrero anunciando el lugar. ¿Estará cerrado?
Sería una putada muy gorda.
Veo una luz en la planta baja, y eso me da un poco de esperanza. Aparco
el coche en el estacionamiento vacío. Como se suele decir, no hay mal que
bien no venga. Los tipos no darán con este hotelito a no ser que lo busquen
a propósito.
Al bajar, una brisa revolotea mi pelo, lo que no me hace gracia, así que
me peino con la mano. Echo una rápida ojeada hacia atrás por si vienen.
Leo, no te relajes, mantente en tensión. Palpo la empuñadura de mi pistola.
Sí, está conmigo. No dudaré en usarla.
Camino hacia la luz, supongo que será la recepción. El hotel hace honor
a su nombre, tiene la forma de esos cortijos andaluces. El porche
tradicional, esos arcos tan característicos y el portón a dónde me dirijo
ahora. Huele a romero y tierra húmeda.
¿De cuántas estrellas será este hotel? Da igual, no pienso quedarme más
de lo necesario. Recargo el coche y me piro. La luz proviene de una ventana
cercana al portón. Decido tocar suavemente con los nudillos.
—¿Hola? —pregunto en voz alta.
Escucho movimiento dentro, el arrastre de una silla, y espero con
paciencia. Al cabo de unos segundos, la puerta se entreabre y una mujer
aparece.
—¿Qué quiere? —pregunta con brusquedad.
Cuando la puerta se abre del todo, me quedo sin palabras. La mujer que
tengo delante parece sacada de una revista de modelos. Su piel es de un
tono marfil, delicado. El cabello castaño cae en cascada sobre sus hombros
y enmarca unos ojos azules, grandes y bonitos, pero con un punto de
tristeza. Esa combinación me intriga. ¿Qué historia tendrá esta mujer tan
espectacular?
—¿Qué quiere? —repite ella con un tono más impaciente.
—Necesito recargar mi coche.
Sus ojos me escanean de arriba abajo.
—Llévelo a la parte de atrás. Allí está el cargador —dice antes de cerrar
la puerta de golpe.
Me quedo así, atónito. La frialdad con la que me ha tratado contrasta
tanto con su belleza triste. ¿Qué le habrá pasado para estar así? Noto una
punzada de dolor en mi interior. Reconozco esa sensación. Me pasa cuando
una mujer me deja impresionado.
Vuelvo al coche. No puedo sacarme de la cabeza a esa mujer. Siento una
punzada de curiosidad, mientras arranco el motor y conduzco hacia la parte
trasera del hotel.
Aparco junto al cargador. La noche es fresca y silenciosa. Conecto el
cable y me dispongo a darle el botón de inicio pero no funciona. Joder,
¿ahora el cargador está jodido?
Me cago en la puta, pero ¿se puede saber qué está pasando? Hace una
hora estaba en el delicioso cuerpo de una mulata, y ahora estoy tirado en
mitad de la montaña.
Capítulo 5
NATALIA
Bien, ¿por dónde iba antes de que me interrumpiera ese chico? Ah, sí,
estaba aquí en el portátil, consultando préstamos en internet. Me estaba
horrorizando de los intereses. ¿Veinte, treinta por cien? Un robo a mano
armada, vamos. Más que prestamistas, son usureros.
Pero la cara del chico aparece en mi mente. Qué atractivo. Y qué
bonitos ojos color miel... Uf, noto un calor subiendo por el pecho. Sacudo la
cabeza. Tengo demasiados problemas como para pensar en hombres sexys.
Los intereses de los préstamos, las cuentas del hotel que no cuadran, y
ahora esto. Un hombre cañón. Necesito calmarme.
Maldita sea, ¿por qué le habré hablado así, tan borde? Ni siquiera ha
hecho nada malo. Para un cliente que tengo y lo trato fatal. Bueno, ahora, se
irá como tantos otros. Al menos este no me ha montado una escenita.
Suspiro. ¿Debería salir a hablar con él? Quizá tenga algún problema con
el cargador. No puedo permitir que un cliente se vaya con una mala
impresión. Camino hacia el espejo colgado en la pared. Me observo,
alisándome el pelo con las manos. Uf, no me veo tan mal, aunque el
cansancio en mis ojos es evidente. Me doy una última mirada, intentando
sonreír. Dios mío, pero ¿eso es una sonrisa o una mueca?
Voy hacia el portón y tomo aire antes de abrirla de nuevo. Camino hacia
la parte trasera del hotel. A medida que me acerco, lo veo junto al coche.
Está de espaldas, lidiando con el cargador, maldiciendo entre dientes.
—¿Hay algún problema? —digo tratando de que mi voz suene más
amable que antes.
Al escuchar mis pasos, se gira. Al mirarme siento un estremecimiento
en mi sexo. Imposible ser más atractivo.
—No consigo que seamos amigos —dice señalando la máquina.
—A veces estos cacharros se ponen tontos.
Al examinar el panel, percibo sus ojos miel fijos en mí. Me siento un
poco nerviosa, pero intento concentrarme. Desconecto y vuelvo a conectar
el cargador.
—¿Funcionará solo con eso? —pregunta.
El panel se ilumina por un instante y después se vuelve a apagar.
—Parece que no —respondo.
—Joder, está claro que hoy no es mi día.
—Aún me queda un as bajo la manga.
—¿Ah, sí?
Aporreo con fuerza la parte superior, a la manera con la que los viejos
cacharros suelen funcionar, a lo bruto. Por desgracia, el cargador no
responde. Se ha quedado muerto. Y me he quedado sin recursos.
—Genial —dice el chico y resopla—. ¿Y ahora qué hago?
No puedo evitar sentir un poco de lástima. Parece una buena persona.
No parece uno de esos que vayan matando a gente por ahí.
—Tienes dos opciones —le digo mostrando dos dedos de la mano—.
Llamar a una grúa y esperar unas horas a que venga. O pasas la noche y
esperas a que venga el técnico a primera hora de la mañana y arregle el
cargador.
El chico, con las manos en las caderas, se lo piensa.
—Avisaré a la grúa —responde con un suspiro, sacando el móvil y
abriendo la aplicación del seguro—. Mientras espero, ¿hay posibilidad de
cenar algo? Tengo el estómago con un agujero.
Intento no sonreír demasiado ante la idea de estar un poco más de
tiempo con él y hacer un poco de caja, la verdad.
—Claro, la cocina está abierta.
—¿Qué tal un filete mignon con patatas horneadas? —pregunta como si
estuviera en un restaurante de Puerto Banús.
—¿Qué tal un pincho de tortilla? Me salen de miedo.
Me mira, seguramente sorprendido por la enorme variedad de la carta.
—Vale, eso servirá —dice sonriendo y siento que muero un poco.
Caminamos hacia el hotel.
—¿Suele pasar a menudo? —pregunta.
—¿Qué el cargador no funcione? Es muy raro —digo sabiendo que es
una mentira como una casa.
Entro en la cocina y abro el frigorífico. Ahí está, el pincho de tortilla,
envuelto en film transparente. Lo saco y lo coloco en un plato antes de
meterlo en el microondas. Él se sienta en una mesa del comedor.
—¿Tienes vino? —pregunta alzando la voz.
—Sí, pero no un Ribera del Duero, sino un tinto de la casa. ¿Te apetece?
—Venga, vamos a probarlo.
Saco la botella de vino y una copa del armario, mientras el microondas
zumba suavemente calentando la tortilla. Coloco todo sobre una bandeja y
lo llevo a la mesa.
Coloco el plato y me quedo de pie. Toma un sorbo de vino y luego corta
un trozo de tortilla con su tenedor. Me fijo en sus manos, limpias y bonitas.
—Gracias —dice antes de probar el primer bocado—. No está mal para
una cena improvisada.
Sonrío ligeramente, sintiéndome algo más relajada.
—Me alegra de que te guste —respondo mientras él sigue comiendo—.
Si no es mucha indiscreción, ¿a dónde ibas?
Corta otro trozo de tortilla, lo mastica despacio. Me mira con un brillo
misterioso mientras se limpia elegantemente con la servilleta.
—Me perseguían unos tipos colombianos que quieren matarme.
Suelto una carcajada.
—No, en serio —insisto—. ¿Qué haces por aquí? En mi hotel viene la
gente con reserva y pasan el fin de semana.
—Estoy pensando en comprar una villa apartada del mundo —dice
sonriendo—. Me recomendaron esta zona, y decidí dar una vuelta solo para
ver qué sentía al verme rodeado de montañas, bosques y esos pueblecitos.
Pero me entretuve demasiado.
—¿Viste algo que te gustó?
Sonríe de una manera que me derrito. Sus labios son tan carnosos y
sensuales que casi puedo sentir su suave textura en los míos.
—Sí, me encanta este lugar —dice clavándome sus ojazos miel.
Agacho la cabeza, intuyo que no está hablando de propiedades
inmobilarias.
—¿Cuándo dices mundo a qué te refieres?
Hace un gesto con la mano para que me siente con él. Acepto, resulta
agradable estar entretenida con algo que no sean los problemas del hotel.
—Vivo en Marbella.
—No está lejos de aquí.
Ahora que me puedo detener a observar sus facciones perfectas, me doy
cuenta de que no solo es guapo, sino que es el hombre más hermoso que he
visto en mi vida.
—El clima, el mar, la gente, la comida... Es un buen lugar para trabajar
—dice con convicción—, pero últimamente se está volviendo peligroso.
—¿Y eso?
—Mucha mafia —dice con un mohín de disgusto—. Cada dos por tres
salen en las noticias que ha habido un tiroteo.
Como mis padres, siempre he disfrutado escuchando las pequeñas
historias de los clientes. Hay algo fascinante en asomarse a las vidas ajenas,
aunque sea por un momento, como si se ofreciera la oportunidad de
observar solo una parte de un misterio mucho más grande.
Sonríe y toma otro sorbo de vino. La conversación fluye de manera
natural y sigo olvidándome de las fugas de agua, las sábanas roídas y
cargadores que no funcionan.
—Aún no me has dicho tu nombre —dice sonriendo.
Capítulo 6
LEO
—Natalia —responde ella, con una mano por debajo de esa barbilla tan
bonita—. ¿Y tú?
Bebo un sorbo de vino peleón, a la vez que guardo su nombre en un
rincón privilegiado de mi memoria, junto a un adjetivo que lo dice todo.
Bella. La bella Natalia.
—Yo me llamo Leonardo, aunque todos me llaman Leo.
—Leo… —repite en un murmullo, pero es tan sedoso que siento que
atraviesa el espacio y el tiempo y llega a mi pene—. Italiano.
Asiento con una sonrisa.
—De Catanzaro, provincia de Calabria. ¿Conoces Italia?
—No, pero en el futuro me gustaría conocerlo a fondo.
—Lo tienes muy cerca, a un par de horas.
—Sí, ahora cojo mi avión privado y me planto ahí —dice con ironía.
Esa tristeza con la que me recibió, se ha ido disipando y ahora saltan
vivas chispas de sus ojos azules. No recuerdo que lo haya visto antes en otra
mujer, de repente hay un cambio, una pequeña transformación como el
capullo de una flor que se abre.
—Joder, ¿este hotel rural tiene aeropuerto? —pregunto bromeando.
—Justo detrás del cargador eléctrico —dice señalando—. Va con
monedas.
Se me escapa una risa que invade la cocina. A ella le hace gracia
también su propio chiste. Al sonreír muestra una fila de dientes blancos.
Guapa y con sentido del humor. ¿Cómo será en la cama?
—Esto es muy silencioso, ¿hay más huéspedes? —pregunto.
—Sí, una pareja joven, por suerte —dice suspirando.
—¿No viene mucha gente?
—No mucha, pero es lo que hay. Ser dueña de un negocio no es fácil —
dice tocándose el cabello y mirando hacia un punto indeterminado del
comedor.
—Eres muy joven para ser empresaria —digo.
—Heredé el negocio de mis padres, así que no fue una iniciativa mía.
Joder, tan joven y sus padres muertos. Una punzada de compasión me
atraviesa el estómago.
—Pero decidiste quedártelo y luchar por él —digo con admiración,
encantado de encontrarme con una mujer emprendedora.
Inclina la cabeza hacia un lado, como dando a entender que hay mar de
fondo. De repente, se levanta y coge mi plato, que ya tengo vacío. Como no
me esperaba su movimiento, sin querer me roza la mano. O tal vez soy yo
quien se la roza. El caso es que siento el cosquilleo cálido del contacto.
Otro detalle que guardo en el rincón de mi memoria.
—¿Vas a querer postre? —me pregunta.
—Un tiramisú casero.
—No tengo.
—¿Tarta de queso?
—Tampoco.
—¿Natillas?
—¿Estás loco?
—Creo que es mejor que me digas qué es lo que hay, ¿no?
—Helado de vainilla.
—Vale, ponme dos bolas.
—Solo queda cantidad para una.
—Genial.
Natalia entra en la cocina, deja las cosas y regresa. A unos metros de
mí, abre el congelador y saca una tarrina de helado de vainilla. Sirve una
bola en un cuenco, y lo adorna con unas virutas de chocolate. Sonriendo,
me lo coloca delante y se sienta. Otra vez su apetecible barbilla apoyada
sobre la mano.
—Espero que te guste.
—Gracias, Natalia. Tiene muy buena pinta.
Antes de probar el helado, mi móvil vibra en el bolsillo. Lo saco y leo
una notificación del seguro del coche. El mensaje: «La grúa está de
camino». Lo que me faltaba, justo ahora que estoy conectando con ella.
Piensa rápido, Leo. Esta mujer puede ser tuya esta noche.
—Mierda —digo.
—¿Qué pasa? —pregunta Natalia, frunciendo el ceño.
—La grúa no puede venir esta noche por un problema técnico —digo,
simulando el disgusto—. Al final tendré que quedarme a pasar la noche
aquí.
Natalia se queda en silencio por un momento, pero luego asiente con
una leve sonrisa. Aprovecho para probar el helado y dejar que el azúcar
estimule mi paladar.
—Bueno, al menos podrás descansar bien —dice resuelta—. Te
prepararé una habitación, pero antes tengo que hacerte el check-in.
Unos minutos después, llegamos a la recepción. Natalia se coloca detrás
del mostrador y enciende el portátil. Sus dedos se deslizan sobre el teclado.
—Necesito que me muestres tu DNI —dice.
Saco mi cartera y le paso el documento. Lo examina unos segundos
antes de seguir escribiendo. Me gusta cómo se ve concentrada, arrugando
ligeramente la frente al escribir.
—Y también la tarjeta de crédito para el pago —dice entregándome el
DNI.
Le doy la tarjeta. La coge con delicadeza y la desliza por el datáfono.
Me fijo en la suave curva de su cuello. La fantasía se me dispara y me
imagino dejando un rastro de saliva por su piel.
—El check out es a las doce —anuncia, devolviéndome la tarjeta.
—Estupendo —digo con una sonrisa irónica—, así podré dormir catorce
horas seguidas.
—Acompáñame a tu habitación —dice levantándose, ignorando mi
genial chiste.
Coge una llave del cajón, pero se le resbala de las manos y cae al suelo.
Me agacho rápidamente y la recojo antes de que ella pueda hacerlo. Al
entregársela, dejo que mis dedos rocen los suyos descaradamente. La
electricidad carga la atmósfera de repente. Sus ojos se abren un poco más,
sorprendidos por mi atrevimiento, pero no retira la mano.
Nos quedamos así, unos segundos que parecen eternos. Me inclino
lentamente hacia ella sin romper el contacto visual. Voy a besarla, pero
entonces aparta la cabeza.
Aun así, Leo nunca se da por vencido. Conozco el lenguaje no verbal, y
sé que es una prueba más. Si ella no lo quisiera, se marcharía pero se queda
quieta.
En silencio, cojo con delicadeza su barbilla y la giro hacia mí. Sus
pupilas se dilatan, sus labios se entreabren, húmedos.
—Lo deseas tanto como yo —susurro.
El beso es suave al principio, pero pronto se vuelve más intenso y
salvaje.
Capítulo 7
NATALIA
LEO
NATALIA
LEO
NATALIA
LEO
LEO
NATALIA
La maleta está abierta de par en par sobre mi cama. El corazón me late tan
fuerte que se me va a salir del pecho. Todavía estoy alucinando por lo que
acaba de pasar. Un hombre ha intentado matar a Leo, que además resulta
que es un mafioso y que dice que ha sido por un ajuste de cuentas. Y
encima, voy y le pago un sartenazo al otro.
¿Cómo? ¿Estoy soñando o simplemente drogada?
No, Natalia. Esto es real. Está pasando. Las mafias existen en la Costa
del Sol, lo dicen los periódicos, la televisión, las redes sociales... Hay
disparos y cada vez más los mafiosos salen con pistolas a la calle. Existe
preocupación, o debería decir, miedo.
¿Qué me lleve lo esencial ha dicho? ¿Qué es lo esencial para una mujer?
No creo que nadie tenga una respuesta clara. Para un hombre, sí, condones
y ya está. Venga, reacciona, déjate de tonterías. No hay tiempo que perder,
que te has quedado alelada.
Primero, meto unos vaqueros. Después, cojo un par de blusas, una
rebeca de lana y unos botines. Después, el cepillo de dientes, neceser y
compresas.
¿Qué más? Documentación, sí.
Cajón de la mesita de noche. Cojo el DNI y lo guardo en el bolso. Ah,
no puedo irme sin el anillo de estrellas. Casi se me olvida, increíble. Entre
la ropa interior, medio escondido, ahí está la cajita de terciopelo.
Esto sí es esencial. Lo único que conservo de mis padres biológicos.
Mis padres adoptivos dijeron que me lo entregó la directora del
orfanato, el día en que me marchaba a casa con ellos. No me acuerdo
físicamente cómo era ella, pero de lo que sí me acuerdo es de su agradable
perfume de rosas.
Gracias a lo que me contaron, puedo imaginar cómo fue el momento.
—Ven conmigo, Natalia —me diría la directora con voz agradable—.
Tengo algo importante que darte.
Mis nuevos padres me dan la mano, y caminamos por el pasillo hasta su
despacho. Siento un cosquilleo de nerviosismo en el estómago. ¿Qué será lo
que va a darme? ¿Un regalo?
—Cariño —comienza diciendo, sacando una cajita de terciopelo de su
escritorio—, esto lo tengo conmigo desde que llegaste. Como ahora te
marchas, quiero que lo guardes, te pertenece.
Se arrodilla frente a mí y la abre. El anillo de estrellas. Soy tan pequeña
que no entiendo lo que es, por eso miro a mis padres y ellos asienten.
—Era de tus padres Víctor y Lidia —dice—. ¿A qué es bonito?
Lo pone sobre las dos diminutas palmas de mi mano, y yo miro la joya
llena de curiosidad.
—Guárdalo, es lo único que queda de ellos, ¿vale?
—Vale —respondo.
Vuelvo al presente, con el anillo plateado aún en la mano. En el centro
tiene una estrella de ocho puntas en relieve. Alrededor hay pequeñas líneas
que parecen rayos de sol. A los lados, otras dos estrellas más acompañan a
la principal. Por eso lo llamo el anillo de estrellas.
Lo guardo en el bolso.
Recuerdo cuando mis padres adoptivos, José Luis y Vanesa, me
contaron lo que les había pasado a mis padres. Tenía unos seis años.
Me había pasado el día entero preguntándoles sobre mi pasado. ¿Por
qué había terminado en el orfanato? Siempre había intuido de que había
algo más, algo que no me habían contado.
Estábamos en la sala de estar de casa, sentados en el sofá. Mamá tenía
una expresión triste y papá estaba más serio de lo normal. Me miraron con
una mezcla de amor y preocupación antes de que mamá comenzara a hablar.
—Nati, cariño, hay algo que queremos contarte —dijo, tomando mi
mano entre las suyas—. Es sobre tus padres biológicos.
—Creemos que ya tienes edad suficiente para saberlo —dijo papá.
Estaba rígida, sin mover un músculo. Por fin iba a saberlo.
—No tenemos mucha información, pero algo sabemos, lo que nos contó
la directora —dijo mamá—. Sabemos que eran buenas personas, pero que
tuvieron un día de mala suerte, ¿verdad, José Luis?
—Muy mala suerte —repitió él—. Por lo visto, estaban en el centro de
Málaga, en el coche, en un semáforo esperando a que se pusiera en verde.
Mamá apretó mi mano, como si quisiera protegerme del dolor que se
avecinaba.
—Un camión llegó por detrás y los embistió —continuó papá—. Fue
todo muy rápido. No sufrieron. Por suerte, no estabas en el coche.
—Sabemos que te querían mucho —dijo mi madre con ternura.
Recuerdo quedarme sin saber qué decir, impactada. Con solo seis años,
no alcanzaba a comprender el significado de la tragedia. Con el tiempo, he
llegado a la conclusión de que fue una cuestión de azar. Ese conductor sería
un drogadicto, un loco o borracho. Mala suerte, sí.
Por suerte, el destino me trajo unos padres adoptivos maravillosos.
Aunque suene cruel, no los hubiese cambiado por los biológicos ni en un
millón de años. Esa es la verdad.
Respiro hondo como cada vez que me acuerdo de mis padres, de los
cuatro. Me han dejado sola pero los llevo dentro de mí.
—¡Natalia! —grita apremiante Leo desde lejos.
—¡Ya voy!
Nerviosa, cojo la maleta y el bolso, y salgo lista para enfrentarme a este
nuevo giro en mi vida.
Capítulo 15
NATALIA
LEO
LEO
¿Quién sino mi padre, puede arrojar un poco de luz al misterio del anillo de
Natalia? Subo al despacho, y me lo encuentro de pie dando de cenar a las
pirañas. Sus nombres son Julio César, Nerón y Napoleón. Yo soy incapaz de
distinguirlos, pero mi padre sí. Además, creo que habla con ellos cuando
está a solas.
Al mirarme, percibo que su cabreo no se ha esfumado. Su frente sigue
arrugada. Conozco bien cada una de esas arrugas, son las mismas que veía
cuando me echaba la bronca cuando era un niño. Y las mismas que veía
cuando eran mis hermanos o primos los que recibían sus regañinas. Solo
hay una excepción. Riccardo. Siempre fue su favorito.
—¿Qué ocurre ahora? —gruñe al darse cuenta de mi presencia—. ¿Es
que no puedo estar tranquilo?
—Papá, quiero que veas esta foto.
Me acerco y le muestro la pantalla del móvil. Deja el bote de comida
sobre un estante. Las pirañas me miran con resentimiento, o eso me lo
parece a mí. Les he privado de la cena.
—Tráeme las gafas —dice girándose hacia el escritorio— si no, no veo
un pimiento.
Una vez puestas, examina con interés la imagen del anillo.
—¿Te suena? —le pregunto.
—Por la inscripción parece que es ruso, pero todas esas estrellas…
habrán de tener algún significado —dice quitándose las gafas—. ¿Por qué
me lo preguntas?
—Este anillo lo tiene Natalia. Se lo acabo de ver.
—¿Ella tiene este anillo?
—No sabe que se lo he visto. He registrado sus cosas y estaba en su
bolso.
—Interesante…
Mi padre se aproxima al escritorio, y coge su móvil.
—¿A quién llamas?
—A Fiodor Ivanov. Creo que nos puede ayudar.
Un movimiento lógico. Mi padre y el ruso son aliados. En realidad, los
únicos buenos aliados que tenemos en la Costa del Sol, incluso nos
invitaron a la boda de Anton, su hijo. Allí conocí a Andrei y Leon. Los
cabrones bebían vodka como si fuera agua.
La voz ronca de Ivanov suena por el altavoz del manos libres.
—Giovanni, viejo zorro. ¿Cómo estás?
—Bien, Fiodor, bien. ¿Y tú? ¿Cómo va todo?
—No me puedo quejar. Los negocios van viento en popa.
—Enhorabuena. A ver si algún día nos vemos y celebramos como se
debe.
—Seguro que sí. Y tú, ¿qué me cuentas?
—Fiodor, te llamo porque necesito tu ayuda con algo.
—Dime, Giovanni. ¿Qué necesitas?
—Me han ofrecido una joya para comprar y quiero tu opinión —
Miente, claro, aunque sean buenos socios, siempre hay que guardar secretos
—. Pienso que puede ser falsa, pero no estoy seguro. Te voy a mandar una
foto por el móvil. ¿Te importa echarle un vistazo?
—Claro, mándamela ahora mismo.
—Mándasela, Leo —ordena mi padre—. Tú lo harás más rápido.
Cojo su móvil, y en un par de clics se la envío a Fiodor.
—Vale, la tengo —dice el ruso.
Después de unos momentos, su voz se vuelve a oír por el altavoz.
—Giovanni, este anillo no es cualquier cosa. Es un anillo de la Bratva.
—¿De la Bratva? —dice mi padre.
—Sí, y por la cantidad de estrellas y el diseño tan elaborado, pertenece a
alguien muy poderoso. La inscripción dice en cirílico «Viktor Zirkov.
Ladrón de ley», un juramento de lealtad a la Bratva.
Mi corazón se acelera. Joder, Natalia tiene un anillo que la conecta con
la mafia rusa. ¿Qué coño está pasando aquí?
—Conozco la leyenda de Zirkov —continúa Ivanov con un tono que
mezcla reverencia y temor—. Fue un gran jerarca en Rusia de la Bratva.
Viktor Zirkov no era un mafioso común y corriente; era un estratega
brillante y despiadado. Durante los años noventa, consolidó su poder en
Moscú y extendió su influencia por toda Europa del Este. Se dice que tenía
una red de contrabando que abarcaba desde armas hasta tráfico de personas,
y todo lo manejaba con una precisión casi militar. Un hombre poderoso, sí.
Ivanov hace una pausa, como si estuviera midiendo el impacto de sus
palabras antes de continuar.
—Zirkov no solo se limitaba a las operaciones típicas de la mafia. Tenía
contactos en los niveles más altos del gobierno y de las fuerzas de
seguridad. Su capacidad para manipular a políticos y oficiales de policía le
permitió crear un imperio casi impenetrable. Incluso, se rumorea que fue
uno de los principales artífices detrás del colapso de varios bancos en
Europa del Este, usando la crisis financiera para fortalecer su posición y
eliminar a sus rivales.
Me quedo en silencio, asimilando la magnitud de lo que Ivanov está
revelando. Si Natalia está conectada con esa clase de poder, las
implicaciones son enormes.
—La inscripción en el anillo —prosigue Ivanov—, «Viktor Zirkov.
Ladrón de ley», no es solo un título honorífico. Significa que Viktor Zirkov
no solo era respetado, sino también temido y venerado por los suyos. Este
anillo no solo es un símbolo de poder, sino también una llave que podría
abrir puertas que muchos considerarían mejor dejar cerradas. Él y su mujer
murieron asesinados hace años. No recuerdo cómo. Se decía que no tenían
descendencia, por eso su anillo fue buscado durante mucho tiempo, pero se
dio por perdido. Giovanni, ese anillo tiene mucha simbología.
Miro a mi padre, quien permanece en silencio, procesando la
información. Ivanov sigue hablando.
—Cualquiera de los jefes actuales de la Bratva en Rusia pagaría
millones por tenerlo. Es un símbolo de poder y lealtad. Tenerlo significa
tener una conexión directa con la historia y el honor de la Bratva. ¿Quién
dices qué te ha ofrecido el anillo?
—Un asiático, pero está claro que es un timo —Mi padre miente sin
inmutarse—. Gracias, Fiodor. Nos has sido de gran ayuda.
Cuelga y se vuelve hacia mí.
—Tenemos una bomba entre las manos, Leo.
Suspiro mientras sacudo la cabeza, incrédulo. Entonces una luz se
enciende dentro de mí.
—Claro, ahora lo entiendo todo —digo chasqueando los dedos.
—¿El qué?
—El sicario no venía a por mí, iba a por Natalia.
Capítulo 18
NATALIA
Aquí estoy enrollando una toalla sobre el pelo húmedo, recién duchada en
una casa de mafiosos. No consigo quitarme de encima la tensión de lo que
ha pasado. Gracias a la ducha, mi cuerpo está un poco más relajado pero no
mi cabeza, que sigue dándole vueltas a todo. Por lo menos Lorena sabe que
estoy aquí. Mañana la volveré a llamar.
La empanada tiene una pinta muy buena, pero no me acabo de fiar. ¿Y
si tiene algo? ¿Y si le han puesto droga? Anda, no seas tonta, Nati. ¿Vas a
estar sin comer? Además, tienes hambre, sí. El aroma del atún me está
llamando de una manera muy seductora… Fíjate en el color dorado de la
masa, parece muy jugoso.
¿Solo un bocado?
Vale.
Estupendo, ahora hablas contigo misma.
Con el tenedor, parto un trozo. Antes de metérmelo en la boca, examino
el contenido. Atún, tomate, pimiento verde y esto que parece un trozo de
aceituna. Venga, para adentro. Al momento, el agradable sabor conquista mi
boca.
Muy buena. Y sigo viva, dato importante. Otro segundo trozo viaja
directo al paladar. Voy recobrando fuerzas, mi cuerpo lo necesita. Creo que
pediré la receta. Muy rica, sí. Imagino que en esta casa tendrán un cocinero
de un montón de estrellas Michelín.
Algo me llama la atención. Mi bolso sobre la mesita. No está en el
mismo sitio exacto donde lo dejé. Está un par de centímetros más hacia la
esquina. Leo ha estado aquí para dejarme la cena. ¿Habrá sido él?
Aun con la boca llena de empanada, examino el bolso. Abro la cartera,
sí, está todo. ¿El estuche? Vale, está el anillo. Puede que sean
imaginaciones mías.
¿Qué pasará entre nosotros? De repente, hay vínculos que unen. Hemos
follado y sobrevivido a un sicario y ahora estoy viviendo en su casa.
Supongo que habrá que ir viéndolo sobre la marcha.
La puerta se abre y suelto un respingo. ¿Quién es?
Una niña de unos doce o trece años entra con paso decidido.
—Hola, soy Mónica —dice con una sonrisa—. ¿Quién eres tú?
—Soy Natalia —respondo agitando la mano, tratando de ser amigable.
—¿Eres la novia de Leo? —pregunta con una naturalidad que me
descoloca.
—No, no lo soy —respondo con una sonrisa nerviosa, ¿o si lo soy?
—Tengo dos hermanos y mi madre se llama Beatrice —dice mientras se
sienta en la cama—. Mi hermana Anna y yo vivíamos en esta habitación
cuando llegamos.
—Ah, ya veo —digo, intentando encontrar algo más que decir.
—¿Te gustan los videojuegos?
—No mucho, la verdad —respondo, pensando en la última vez que
toqué una consola. Probablemente cuando era adolescente.
Mónica se levanta de la cama y empieza a curiosear por mis cosas. No
me molesta su presencia. Al contrario, me hace compañía.
—¿A qué curso vas?
—Primero de la ESO.
—Vaya, qué mayor, ¿eh?
Se fija en una goma para el pelo de colores vivos que está sobre la
mesita de noche.
—¿Te gusta? —pregunto.
—Sí, es muy bonita —dice sin apartar la vista.
—Puedes quedártela si quieres —le ofrezco.
—¡Gracias! —exclama, cogiendo la goma con entusiasmo—. Anna y yo
siempre compartimos cosas así.
La veo sonreír mientras se pone la goma.
—Mónica, ¿qué haces aquí? —pregunta Leo desde el umbral.
—Solo estaba hablando con Natalia.
Leo se acerca a ella con una mirada cómplice.
—Ah, ¿sí? Pues creo que te mereces un castigo —dice.
—¡No, el abrazo del oso, no! —dice Monica sonriendo divertida.
—¡Claro que sí!
Se pone detrás de ella y la rodea con sus brazos. Presiona ligeramente
su barbilla sobre la columna vertebral de la niña, que cae al suelo
quejándose entre risas.
—¡Leo, no vale! —dice, riendo mientras se levanta.
Le da un beso en la cabeza.
—Venga, tienes que dejarme hablar con Natalia. ¿Vale?
—Hasta luego, gracias por la goma —dice agitando la mano.
—Adiós, Mónica.
Leo cierra la puerta detrás de ella y se vuelve hacia mí, su expresión
cambia. Ahora, serio.
—Tenemos que hablar —dice sentándose a mi lado.
Me enderezo en la cama, preparándome para lo que sea. La luz de la
lámpara hace que sus alucinantes ojos miel brillen todavía más. Sus
facciones son perfectas, nariz alargada y recta, y una boca de ensueño. Creo
que si ahora se tirase sobre mí, no lo detendría. Estoy loca, sí.
—La situación es complicada —dice con tono grave y sexy, o eso me lo
parece a mí—. Necesitaré unos días para arreglarlo todo. Mientras tanto,
tendrás que quedarte aquí más tiempo del que pensamos en un principio,
pero serás mi invitada. Serás tratada como una más de la familia.
Lanzo un suspiro de resignación. Sería tonto de mi parte decir que no,
pero no las tengo todas conmigo. Hay responsabilidades pendientes en el
hotel.
—De acuerdo, Leo, pero no puedo dejar el Cortijo abandonado a su
suerte —respondo.
—Lo estarán vigilando. Es una locura volver, Natalia.
—Dejar mi hotel abandonado es como dejar una parte de mí misma
abandonada también. Me quedo muy nerviosa.
—Me encargaré de las pérdidas económicas y de las reparaciones que
sean necesarias —dice como si hubiera leído mi mente. Vaya, este chico
guapo lo tiene todo.
—No tienes por qué hacerlo. Es mi problema.
—Quiero hacerlo, y no voy a admitir un no como respuesta —dice con
firmeza—. Es lo menos que puedo hacer.
Respiro hondo, sintiendo que al menos no tengo que preocuparme por el
dinero en este momento. Pero aun así, el hotel es todo lo que me queda de
mis padres. No puedo evitar sentir una punzada de dolor al pensar en
dejarlo solo.
—Dame tu móvil —ordena de manera tajante—. Por seguridad,
necesito borrar el contenido y poner una nueva tarjeta SIM. Tendrás un
nuevo número de teléfono.
—¿Por qué?
—A estas alturas, los malos ya sabrán quién eres. Y lo primero será
rastrearte a través del móvil.
Suena razonable.
—¿Y mis contactos? Sobre todo el de Lorena no quiero perderlo.
—Respetaré tus contactos —promete.
Se lo entrego no muy segura del todo.
—¿Quién es Lorena? —pregunta con un tono casual.
—Lorena es mi mejor amiga desde el colegio. Es profesora de español
en Londres. Siempre ha estado ahí para mí, especialmente después de la
muerte de mis padres.
—Otra cosa —dice con un tono más sereno—. Si quieres guardar algo
en la caja fuerte de la casa, dímelo.
Me quedo un poco sorprendida.
—¿A qué te refieres?
—Dinero, documentación, joyas…
—Ah, vale —digo asintiendo—. No, está bien así.
—Insisto, puede ser más seguro si lo guardamos nosotros.
—No, de verdad. No tengo nada importante que guardar.
Leo me observa en silencio unos segundos antes de asentir, aunque no
parece del todo convencido. ¿Por qué insistirá tanto?
—Como quieras —dice un poco molesto.
Capítulo 19
LEO
NATALIA
Leo interrumpe el tour, porque Salvatore tenía que hablar con él en privado.
Así que me han dejado sola en el salón. Salvatore, otro nombre que tengo
que memorizar. Por Dios, ¿cuántas personas viven en esta casa?
La casa es impresionante. Como un gran hotel de lujo. Jamás había
estado en un lugar parecido. Piscina privada, servicio doméstico, garaje con
coches de lujo… Cuesta no sentirse abrumada. No quiero acostumbrarme a
esto porque sé que va a durar poco. Arreglarán el lío que tienen entre manos
y yo volveré a mi querido hotelito.
¿Y eso de que Leo quería darme dinero en negro? Quiero que haya
facturas, documentación, que todo sea legal.
Con todo este ajetreo se me ha olvidado llamar a Lorena. Me voy a un
rincón donde creo que nadie me oirá.
—Lore, soy yo —le digo porque estará viendo que la llamo desde otro
número.
—Natalia, tía, ¿cómo estás? Me alegra tanto escuchar tu voz…
—Quería llamar antes, pero ha sido imposible.
—¿Todo bien? ¿Cómo has pasado la noche?
—Fatal, pero es normal, los nervios. Ahora estoy mejor,
—¿Qué tal con el guapo mafioso?
—No lo sé, Lorena —respondo bajando la voz—. Por un lado, sé que
debería mantener las distancias, pero por otro... no puedo evitarlo. Es como
si hubiera algo entre nosotros que no puedo explicar.
—Natalia, tú sabes que siempre te apoyo, pero ten cuidado. Este mundo
es peligroso, y no quiero que te hagan daño.
—Ha sido muy atento en todo momento, incluso se ha ofrecido a ayudar
con las pérdidas del hotel, aunque lo he rechazado. Supongo que es una
manera de agradecer que le salvé la vida.
—¡Pues no seas tonta y coge el dinero!
—¿Tú crees?
—¡Les sobra!
—Sí, pero es ilegal.
—Pero lo necesitas. Mira, voy a tener que ir a Marbella para que
espabiles, hija.
—¿Harías eso?
—Claro que sí. ¿Acaso lo dudas? Eres mi amiga, y estaré allí para ti y
para conocer la mansión, claro —dice sonriendo.
—Sería genial.
—Solo quiero saber que estás bien.
Estoy a punto de decir algo, pero Leo regresa de repente. Prefiero no
hablar delante de él, por si acaso.
—¿Lista para continuar el tour? —pregunta con una sonrisa
encantadora.
Me despido de Lorena quedando para hablar más adelante. Guardo el
móvil y sigo a Leo, que me guía por un largo pasillo decorado con bonitos
cuadros abstractos.
—¿Con quién hablabas?
—Con Lorena.
—¿Qué le has contado?
—Poca cosa, que estoy en la casa de un amigo —digo intentando que
no se note mi mentira.
—Cuanto menos sepa, mejor —dice mirándome de refilón.
—Sí, vale.
Nos detenemos frente a una puerta de madera.
—Este es el despacho de mi padre —dice invitándome a entrar.
Me encuentro con un elegante escritorio presidiendo la estancia. Una
gran estantería repleta de libros donde destaca una fotografía enmarcada de
cuatro jóvenes sonriendo a la cámara. En sus rasgos de juventud creo
distinguir a Francesca y Giovanni.
Pero lo que capta mi atención de verdad es el acuario de pirañas.
—Impresionante, ¿verdad? —dice Leo.
—Nunca las había visto tan de cerca. Son fascinantes y aterradoras.
—Mi padre las adora, creo que más que a sus hijos.
Suelto una carcajada. Otro ejemplo de su sentido del humor. Este
hombre lo tiene todo, es irresistible.
—Vamos, hay más cosas que ver.
Con su mano en la cintura, me guía por las escaleras hacia el último
piso. Hay una mesa de billar con un tapete verde resplandeciente, una tele
espectacular y una consola de videojuegos. No se aburren en esta casa, no.
—¿Te gusta jugar? —pregunta Leo cogiendo un taco.
—Nunca he jugado.
—¿Nunca? —pregunta asombrado.
—Pues no.
—Te enseñaré —dice con una sonrisa cautivadora, y entregándome el
taco.
Me acerco al borde de la mesa y me inclino sobre el tapete. Leo se
coloca detrás de mí, sus manos sobre las mías, guiándome con paciencia. La
cercanía me hace sentir nerviosismo y excitación.
—Así, despacio —susurra.
El golpe resuena y las bolas se dispersan por la mesa. Leo se ríe y me
suelta, observando mi reacción.
—No está mal pero se puede mejorar —dice guiñándome un ojo.
La tensión entre nosotros crece como la espuma. Leo se inclina y me
besa. Mis labios responden al instante. Sus labios rozan los míos, suaves
pero decididos. La calidez de su aliento se mezcla con el mío, creando una
conexión inmediata. Siento su mano en mi nuca, acercándome más a él,
mientras sus dedos acarician mi cabello. Mi corazón late con fuerza, y mi
mente se nubla.
Mis labios se entreabren y su lengua se encuentra con la mía,
explorando con ternura y pasión. Cada movimiento es un baile
sincronizado, una coreografía natural que nos lleva a perder la noción del
tiempo y el espacio. El sabor a menta de su boca me embriaga, y me dejo
llevar por la intensidad del beso.
La mano de Leo desciende por mi espalda, trazando un camino de
sensaciones eléctricas que me hacen estremecer. Siento su cuerpo pegado al
mío, su calor traspasando nuestras ropas, y me dejo envolver por la fuerza
de su abrazo.
El beso se vuelve más profundo, más urgente, y una oleada de deseo me
invade. Sus labios se mueven con destreza, marcando el ritmo, y yo sigo sus
pasos, entregándome por completo. Dios, qué cachonda estoy.
Nos separamos brevemente para tomar aire, y nuestras miradas se
encuentran. Sus ojos miel me dicen más de lo que las palabras podrían
expresar. Sin dudarlo, volvemos a fundirnos en un beso aún más
apasionado, como si quisiéramos recuperar el tiempo perdido. Mis manos
recorren su espalda sintiendo la firmeza bajo la tela, mientras sus dedos se
enredan en mi cabello.
El beso se vuelve más suave, más lento, pero no menos intenso. Es un
juego de caricias y suspiros, una conexión que va más allá de lo físico.
Siento que, en este instante, seguimos rompiendo todas las barreras.
Capítulo 21
LEO
—Te deseo aquí y ahora, Natalia —le susurro al oído mientras la abrazo,
sintiendo su erótico calor.
El riesgo de que alguien subiera de repente y nos pillara lo hacía todo
un poco más estimulante y divertido. Intercambiamos una mirada de
audacia, y en el fondo de su iris azulado me doy cuenta de que ella también
me desea. Aquí y ahora, porque un segundo más de espera no es posible
cuando nuestros cuerpos están ardiendo.
La acorralo contra el rincón donde hay una pequeña estantería con
libros, plantas y objetos de decoración. Nos volvemos a besar intensamente,
y el sabor húmedo de la sal inunda mi boca. Sabe a lujuria y deseo. Uf,
cómo me pone eso.
Soy un cabrón que quiere apoderarse de sus secretos y pasado, pero no
puedo controlar lo que me hace sentir por dentro. La fascinación de soñar
despierto todo el rato que estoy dentro de ella, lo más hondo posible.
Mi erección es tan evidente que sé que ella ya la ha notado, y se abre de
piernas. Me ajusto entre sus muslos frotándole mi miembro. Mientras
seguimos besándonos como dos posesos le cojo de las muñecas y las
presiono contra el estante. La desafío con la mirada como diciendo voy a
follarte cuando me dé la gana. Ella tiene la boca entreabierta, húmeda. Su
lengua ansiosa por seguir bebiendo de mí.
Qué sensación tan poderosa.
Ella se lanza y me muerde cerca de la barbilla. Siento como un
aguijonazo pero dulce y arrebatador. Las palabras ya no existen, solo
hablamos con la mirada provocadora y los gruñidos salvajes. El juego más
excitante del mundo. Quiero devorar a esta mujer, hacerla mía y lo voy a
hacer cuando me apetezca.
De un golpe, libera sus muñecas, me tira del pelo y me devora la boca.
Ahora es ella quien tiene la iniciativa y su lengua explora la mía con una
desesperación que me pone aun más cachondo. Esta mujer es alucinante,
puro fuego.
Le desabotono la blusa a toda prisa. La visión del sujetador es una de
mis partes favoritas. Es como la última puerta antes del paraíso. Por suerte,
el cierre lo tiene delante, así que lo desabrocho y enseguida al ver sus
pechos me quedo sin respiración.
Al acariciarlos con las manos siento que una gota se me escapa en los
calzoncillos. Otra vez tengo que pelear conmigo mismo contra las ganas de
penetrarla ya, pero sé que merece la pena esperar un poco más. Mordisqueo
sus pezones erectos y ella deja escapar un jadeo discreto. A los dos nos está
faltando el aire, pero nuestros cuerpos no nos dejan parar. Necesitamos más
y más.
Natalia me quita la chaqueta, me desabotona la camisa de Armani, me
muerde deliciosamente en el cuello. Las sensaciones son de alta intensidad,
y queremos más carne y gemidos.
Sí, hay gente en la casa, pero no nos llegan los ruidos habituales. Aquí
solo existe el ahora y esta intensa sensación que nos está consumiendo, y
destruyendo a mordiscos y besos.
Ansioso por explorar su cuerpo, agarro su culo fuerte con las dos manos
y la froto contra mi entrepierna, que ya es un bulto enorme al que los
calzoncillos ya se le quedan pequeño.
—Cómo me pones, Natalia —digo reuniendo aire de donde puedo—.
Necesito correrme dentro de ti ya.
Su mirada sonríe de lujuria. Le gusta que la excite de esa forma, que la
penetre con palabras duras. Se baja las bragas y yo aprovecho para bajarme
los pantalones y los calzoncillos.
—Mírame —le ordeno.
Sin dejar de mirarla, me la cojo y, por debajo de la falda, la dirijo hacia
su coño. Se la meto lentamente. Qué espectáculo ver cómo al mismo tiempo
sus pupilas se dilatan al sentirme dentro. Hay asombro, gozo y miedo. Se
estará preguntando, ¿me cabrá entera?
Solo hay una forma de averiguarlo.
Sigo hasta el límite y me detengo. Natalia jadea, cierra los ojos, se
pellizca el labio inferior. Lo está gozando, sentirse atravesada por la mitad.
Me froto con ella para acariciarle el clítoris y se pone de perfil, totalmente
dominada.
Empiezo a embestirla, moviéndome despacio al principio para
follármela bien. Sus jadeos me indican que lo está disfrutando tanto como
yo. Tiene la mirada perdida, los labios mojados, entregada.
Acelero el ritmo, sintiendo cómo su coño se aprieta alrededor de mi
polla. Cada empuje es más fuerte, más profundo. La estantería cruje con el
peso de nuestros cuerpos en movimiento.
Ella se cuelga de mi cuello, dejando escapar pequeños gemidos al oído
que me vuelven loco.
—Sigue, no pares…
No hay marcha atrás, solo este frenesí que nos consume. Mi respiración
se vuelve irregular, el calor sube por mi cuerpo. Sé que estamos cerca, los
dos al borde del clímax. Natalia arquea la espalda, sus uñas se clavan en mi
piel. Me sigue pidiendo más y más fuerza.
La intensidad crece con cada embestida. Somos prisioneros del placer
más profundo. No puedo contenerme más. Nuestros cuerpos se sincronizan,
un compás perfecto de deseo y necesidad. El clímax llega, está aquí y me
está matando.
Con el corazón palpitando con fuerza, me derramo en ella hasta que ya
no puedo más. .
Capítulo 22
NATALIA
LEO
NATALIA
Un sonido me despierta por la mañana. Con una gran pereza, voy abriendo
los párpados como si dos grúas tirasen de ellas. La luz de la mañana entra
muy tenue a través de las cortinas. Despatarrada sobre la cama, veo una
sombra que se desliza frente al armario empotrado. Leo se está vistiendo,
¿se va tan pronto? ¿qué hora es?
Le observo en silencio como una espía. Se ajusta la corbata, un nudo
elegante y perfecto, como todo en él. Se mueve con la confianza de
siempre. Chaqueta de primera marca, camisa blanca impecable. Cada
detalle parece pensado para impresionar y, de hecho, lo logra.
Su aroma es inconfundible: notas de madera con un toque de bergamota.
Es intenso, seductor. Me envuelve por completo y me transporta a la
intimidad de la noche anterior. Recuerdo cómo sus bonitas manos de
pianista recorrían cada oscuro rincón de mi cuerpo.
A base de sexo, estamos teniendo mucha intimidad. Siento los vínculos
y la confianza creciendo a cada rato. Inevitablemente, se da cuenta de que
lo miro arrobada y se gira hacia mí.
—Buenos días, bellísima —susurra sonriendo.
—Buenos días —digo con una voz resacosa de camionero.
Leo se sienta en el borde de la cama. Me besa en el hombro desnudo
dejando un rastro cálido en mi piel.
—Tengo que marcharme por motivos de trabajo —me dice—. Volveré
por la noche.
Asiento, aún medio adormilada. Coge un sobre que está sobre la mesita
de noche y me lo muestra.
—Dentro hay dinero en efectivo y una cuenta en un paraíso fiscal —
explica mientras lo vuelve a dejar en su sitio—. Todo es tuyo, Natalia. Un
regalo por todo lo que hiciste por mí, por todo lo que has pasado en el hotel.
Si no lo quieres, puedes tirarlo a la basura o donarlo a una ONG.
Me observa esperando una reacción.
—Vale —digo aún sin saber lo que quiero hacer.
—Ya sé que dijiste que te lo querías pensar, así que sigue pensándolo,
pero ese dinero te lo mereces. La integridad está muy bien, pero no paga las
facturas.
Se inclina hacia mí y me besa en la mejilla. Un beso tierno, de esos de
novio. ¿De novio? Sí, eso es lo que has dicho. Espabila, hija.
—Ciao, Natalia —me dice el bello italiano.
—Ciao, Leo —digo medio suspirando.
Cuando la puerta se cierra detrás de él, me quedo mirando el sobre. La
curiosidad me puede. Lo abro y mis ojos se llenan del color del dinero. Un
montón de billetes. ¿Cuánto hay? Me pongo a contar.
¡Seis mil euros! Qué fuerte.
Nunca había visto tanto dinero junto.
¿Y la cuenta?
A ver qué dice el documento. Ante la falta de luz, me levanto y corro las
cortinas dejando que el sol de la mañana inunde el dormitorio. Me siento
con las piernas cruzadas sobre la cama y empiezo a leer.
Aquí dice que soy la propietaria de una cuenta bancaria en Delaware,
Estados Unidos. La cantidad es desorbitada: cincuenta mil euros.
¿Qué? ¿Cincuenta mil pavos?
Siento una mezcla de incredulidad y asombro.
«Nos complace informarle de que la cuenta número... ha sido abierta
con éxito a su nombre. El monto inicial depositado es de cincuenta mil
euros. Esta cuenta le brinda ventajas significativas, incluyendo tasas de
interés preferenciales y confidencialidad bancaria...»
«El titular de la cuenta, Natalia Valverde, tiene acceso ilimitado a
fondos mediante transferencias electrónicas internacionales. Los extractos
mensuales se enviarán a la dirección indicada en su solicitud...».
Me dejo caer de espaldas sobre la cama. Podría hacer muchas cosas con
ese dinero. Mejorar el hotel, liquidar deudas, viajar. Pero todo parece tan...
irreal.
La tentación y la incertidumbre se mezclan en mi mente. ¿Es esto una
oportunidad? ¿Una trampa? ¿Una simple muestra de afecto de alguien que
vive en un mundo tan diferente al mío?
Una hora después, me acabo de duchar en mi dormitorio y me he
vestido con una blusa y una falda corta vaquera.
Lista para hacer vida social, subo al comedor para desayunar. Ah, tengo
que llamar a Lorena y decirle que soy rica. Va a flipar.
Francesca, las gemelas, Ronan y el bebé Mattia están desayunando
formando un pequeño alboroto. Esperanza da el biberón al bebé. Con toda
la confianza del mundo, me sirvo un café y un tazón de muesli.
—¿Qué tal dormiste? —pregunta Francesca, mientras está pendiente del
zumo que se está bebiendo el pequeño Ronan.
Las gemelas sonríen, susurran algo entre ellas y hacen muecas. Debe de
ser sábado, por eso no están en el colegio. No sé ni en qué día vivo.
—Bastante bien, gracias.
—Como ves, todos se han ido y nos han dejado a cargo de la tropa —
dice sonriendo—. ¿Tienes hermanos?
—No, soy hija única. Siempre deseé tener hermanos, pero mis padres
eran mayores y no pudieron tener más hijos.
—Debe haber sido un poco solitario a veces.
—Sí, un poco —admito.
Ronan empieza a jugar con su cucharita, y derrama un poco de zumo.
—Ya no quiero más, abuela —dice.
—Ronan, cariño, ten cuidado, venga, bebe un poco, que tiene mucha
vitamina C —dice Francesca, y luego vuelve su atención hacia mí.
Las gemelas terminan su desayuno y se levantan de la mesa, dejando
claro que la conversación adulta no les interesa.
—Abuela, vamos al jardín a jugar un rato con los monopatines —dicen
mientras se alejan.
Francesca las observa irse con ternura y luego se dirige hacia mí.
—Siempre he creído que los niños necesitan un ambiente seguro para
crecer bien. Parece que tus padres te dieron eso, ¿verdad?
—Sí, lo hicieron lo mejor que pudieron.
El silencio se instala, incómodo. Francesca sigue observándome,
curiosa.
—¿Te puedo hacer una pregunta personal?
—Sí, claro —respondo.
—Leo me ha contado que pasaste por un orfanato.
—Sí, estuve un año.
—¿Cómo fue tu experiencia ahí? Debió de ser duro.
—Fue agridulce —digo—. Ha pasado tanto tiempo que ya no estoy
segura de qué es real y qué soñado.
Francesca me mira con atención, esperando que continúe.
—Lo que sí recuerdo es un montón de literas. Yo dormía en la de abajo,
y también recuerdo que los trabajadores sociales nos contaban cuentos antes
de dormir. Eso me gustaba.
—¿Qué tipo de cuentos? —pregunta.
—De todo tipo. Cuentos clásicos, fábulas... A veces inventaban
historias sobre niños valientes que superaban dificultades.
—¿Hiciste amigos allí?
—Sí, pero... —dudo un instante— es curioso, no recuerdo sus caras ni
sus nombres. Solo la sensación de no estar sola.
El pequeño Ronan se acerca y se sienta en mi regazo como si nada. Me
quedo sorprendida por su espontaneidad. Qué guapo es. Aunque ahora no
recuerdo quiénes son sus padres. Los Barone son tantos…
—Debió ser una experiencia difícil —comenta.
—Lo fue, sí, aunque no tanto como la gente se espera. Los orfanatos no
son como las películas de terror —digo, y continúo hablando mientras
pienso en que me parece raro que Francesca esté tan interesada en mi
pasado.
Capítulo 25
LEO
LEO
Al día siguiente, voy a almorzar con mis padres en nuestro restaurante del
Puerto Banús. En casa, me adelantaron de que hablaríamos sobre el anillo
de estrellas, y que tenía que ser discreto. Por lo visto, ya han recibido la
información relevante que esperaban. Han tenido que tirar de contactos a
muy alto nivel en Rusia, y eso ha requerido unos días de espera.
Aparco el coche justo enfrente y entro al restaurante. Las mesas, llenas.
El ambiente, acogedor. Qué bueno para el negocio. La caja de hoy será de
puta madre. Dinero fresco que Pietro organizará para que no sea detectado
por los inspectores de Hacienda.
Busco la mesa reservada. Mis padres ya están sentados, y en cuanto me
ven, sonríen. Me acerco a ellos, les doy un beso en la mejilla y me siento.
Una de nuestras camareras, Ángela, se aproxima con su dispositivo para
tomar nota y una sonrisa profesional.
—Lo de siempre, Ángela. Gracias.
—Perfecto, Sr. Barone —dice y se marcha.
El bullicio de la sala aquí se oye como un leve rumor. Estamos a salvo
de oídos indiscretos. Me sirvo un poco de vino en mi copa, y tomo un sorbo
paladeando el sabor afrutado y dulce.
—Leo —comienza mi padre—, hemos investigado sobre el anillo de
estrellas. No ha sido fácil.
—Y hemos descubierto más de lo que esperábamos —añade mi madre,
estrechando mi mano con calidez.
Me remuevo en el asiento, interesado. Quiero saberlo todo sobre
Natalia.
—La familia Zirkov era conocida en Rusia por su poder y su brutalidad
—dice mi padre con gravedad en la voz—. Hace más de veinte años, Viktor
Zirkov era el líder de la Bratva. Su esposa Lyidia era su mano derecha.
Dominaban el mundo del crimen en Rusia con mano de hierro.
—Hasta que los mataron —dice mi madre.
—Fueron traicionados y asesinados por sus enemigos, la banda del
Lobo Kirill —continúa mi padre—. Pero antes, seguramente porque lo
sospechaban, consiguieron esconder a su hija en un orfanato aquí en
España. Crearon una nueva identidad para protegerla, para que nadie
pudiera encontrarla, quedarse con el anillo y matarla.
—¿Qué pasó exactamente? —pregunto lleno de curiosidad.
—La traición vino de dentro. Lobo Kirill era su mano derecha. Viktor y
Tatiana pensaron que podían confiar en su círculo cercano. Los emboscaron
y fueron ejecutados sin piedad.
—Los Zirkov borraron cualquier rastro de su conexión de su hija con la
mafia —dice mi madre—. Por lo que pasó en el hotel rural, Lobo Kirill no
ha dejado de buscarla en todo este tiempo. Necesita el anillo de estrellas
para consolidar y legitimar su jerarquía como jefe absoluto.
Ángela regresa con nuestras bebidas y platos. Deja el Negroni frente a
mí, lo levanto y doy un sorbo, disfrutando del sabor amargo que tanto me
gusta.
Mi mente da vueltas con toda esta información. Natalia tiene un pasado
tan oscuro como el mío. Su vida está ligada a la mafia de una forma que ni
ella misma imaginaba.
—Y hay más —añade Giovanni—. La familia Zirkov tenía una regla no
escrita: solo un heredero de sangre directa puede reclamar el control total de
sus recursos y redes. Natalia es esa heredera.
—¿Una mujer?
—Sí, una mujer. Imagina que se casa con uno de los enemigos de Lobo
Kirill y tiene un hijo varón. Tendrá derecho al trono de la Bratva.
Mi padre mete la mano dentro de su chaqueta y extrae un documento.
Lo despliega y lo desliza sobre la mesa hacia mí.
—¿Qué es esto? —pregunto, mirando el sobre con extrañeza.
—Léelo —ordena mi padre.
Mis ojos recorren el documento deteniéndose en palabras clave:
«contrato», «matrimonio», «heredero».
—No entiendo —digo levantando la vista—. ¿Un contrato de
matrimonio?
Mi madre asiente con la cabeza.
—Natalia debe casarse contigo y tener un hijo.
Las palabras caen sobre mí como un jarro de agua fría. Mi cuerpo se
tensa, la mandíbula apretada.
—¿Casarme? ¿Yo, con solo treinta y tres años? ¿Tener un hijo? —
sacudo la cabeza—. No, de ninguna manera. Esto es una locura.
Mi padre se inclina hacia adelante.
—No te hemos preguntado, Leo —dice juntando sus espesas cejas.
—Es por el bien de la familia —añade mi madre.
—¿El bien de la familia? —replico subiendo de tono—. ¿Y qué hay de
lo que yo quiero?
Giovanni golpea la mesa con la palma de la mano.
—Escúchame bien, hijo —dice levantando el índice—. No podemos
permitir que nuestros enemigos adquieran tanto poder. Si Natalia se casa
con otro, si tiene un hijo con alguien más, perderemos una oportunidad
única.
—¿Oportunidad? —repito, incrédulo—. ¿De qué?
—De expandirnos —explica mi padre—. Con Natalia de nuestro lado,
con un heredero Barone, tendríamos acceso a recursos inimaginables.
Vuelvo a leer el contrato. La idea de un matrimonio concertado me
revuelve el estómago. Me gusta mi libertad para follarme a quien me dé la
gana.
—Debe haber otra forma —insisto, buscando una salida.
—No la hay —sentencia mi padre—. Es una medida de precaución, una
necesidad. La firmarás, te casarás con ella y tendrás un hijo. Es tu deber con
la familia.
Miro a mi madre buscando apoyo, pero su expresión es igual de
inflexible que la de mi padre.
—¿Y si me niego? —pregunto, sabiendo ya la respuesta.
—No es una opción —responde mi padre, su voz cortante como el acero
—. Harás lo que se te ordena, Leonardo. Por el bien de la familia.
—¿Y si no quiere?
—Usa de todos los recursos a tu alcance para que firme
voluntariamente, incluido el engaño —dice mi madre.
Capítulo 27
NATALIA
LEO
NATALIA
NATALIA
Alucino una vez más con mi anillo de casada, mientras estoy rodeada de la
familia e invitados que han venido a la íntima fiesta de celebración.
Francesca, es decir, mi suegra, lo llama así íntima, aunque para mí es
multitudinaria.
No falta de nada. Decoración esmerada con arreglos florales, catering
de lujo con camareros uniformados, un grupo de música en directo. ¿Qué
entenderán ellos por una fiesta por todo lo alto? ¿Con elefantes y fuegos
artificiales?
Leo me ha dicho que ha venido toda la familia, menos como siempre
Riccardo, que sigue en Italia.
—El anillo es precioso, Natalia, realmente hermoso —dice Eli
sacudiendo la cabeza.
Beatrice asiente, con su bebé en brazos, dejando escapar una sonrisa.
—Sí, absolutamente —dice mirándome—. Hay que reconocer que los
Barone tienen buen gusto.
Mis ojos se cruzan con los de Leo a lo lejos. Él está conversando con
Vincenzo y Chiara. Siento un cosquilleo en el estómago. Leonardo Barone
es mi marido. Qué fuerte. Cuando se lo dije a Lorena casi se desmaya. Me
da mucha pena que mi amiga del alma no esté aquí, pero pronto nos
veremos.
Con el móvil, hago una foto panorámica de toda la fiesta. Antes de
enviársela a Lorena le echo un vistazo. Algo me llama la atención. Una de
las camareras mira a Leo comiéndoselo con los ojos. Una punzada de celos
me agujerea el estómago. Si la vuelvo a pillar, le diré cuatro cosas a esa
lagarta. ¿Es que no ve que ese hombre está pillado?
—¡Cuidado, niñas! —exclama Salvatore.
Las gemelas, Mónica y Anna, recorren el jardín en sus patinetes
eléctricos, y han estado a punto de atropellar a una camarera. Son un
auténtico terremoto. Los niños ríen, corren y saltan. Leo en el yate me habló
de un futuro prometedor, pero la manera en que me ha tratado esta familia
también es muy importante. Tengo la sensación de que no me sentiré tan
sola como antes.
Leo se acerca, su presencia me llena de energía. Hoy lleva un traje
diferente, de un azul marino maravilloso. La camisa blanca hace que su
bonita cara resplandezca más. Esos ojos de color miel… Creo que no me
cansaré de verlos. Ni de besar esa boca tan sexy.
Al llegar a nuestro lado, coloca una tierna mano en mi cintura. Cada vez
que me toca, noto el fuego vibrando en mi interior. No ha pasado un día que
no follemos a lo bestia. Me voy a quedar embarazada en breve.
—¿Lo estáis pasando bien? —pregunta mi marido con una sonrisa.
—Muy bien —responde Eli—. La fiesta es perfecta, Leo.
—Tu madre, como siempre, atenta a todo —apunta Beatrice.
Miramos hacia la mesa con la comida. Los canapés van desapareciendo
poco a poco. El de salmón ha tenido un éxito arrollador. El atardecer va
cayendo sobre el tupido seto que recorre el jardín. Mi corazón late con
calma, lleno de una esperanza que no había sentido en mucho tiempo.
—Esto es solo el comienzo —murmura Leo cerca de mi oído, y me besa
con ternura en la mejilla.
Un rato después, las gemelas me piden que les enseñe el anillo de
casada.
—¡Vaya! —exclama Anna—. ¡Es enorme!
—¡Parece un anillo de la realeza! —dice Mónica.
Su inocencia es contagiosa. Me gusta eso de que soy algo así como una
tía y ellas mis sobrinas.
—Cuando me case, yo tendré uno igualito —dice Mónica.
—¡Y yo también! —replica su hermana.
—¡El mío será mucho mejor!
—¡No, el mío!
De repente, mi móvil vibra. Mensaje de Lorena.
Qué bonita foto, amiga. Tenemos que hablar pronto, me muero
por saber cómo ha ido todo.
NATALIA
Tengo que hablar con Lorena. Tengo que hablar con Lorena. Tengo que
hablar con Lorena y contarle lo que acabo de descubrir. Ahora.
Sí, voy al cuarto a llamarla. Estoy que me voy a desmayar. ¿Qué está
pasando aquí? Veo a los Barone conversando entre ellos y siento que todo
es un gran teatro. Leo me ha traicionado.
¿Y eso del anillo? ¿Bratva? ¿Qué es eso?
Me encamino hacia el interior, pero alguien me coge del codo.
—¿Estás bien, hija? Te veo pálida.
Al girarme, veo a Francesca.
—Sí, claro —Sonrío—. Voy al baño.
—Los nervios, ¿verdad?
Será mejor que le siga la corriente.
—Un poco sí, la verdad.
—Ya verás que unos días estás completamente adaptada. ¿Qué te parece
Eli? ¿A qué es maravillosa?
—Un encanto, sí.
—Seguro que seréis grandes amigas.
—Seguro, Francesca —digo escuetamente.
Se instala un silencio incómodo. ¿Va a seguir parloteando esta mujer?
—Bueno, te dejo que vayas al baño —dice liberando mi codo.
—Gracias —digo y voy rápido al interior.
Subo las escaleras de dos en dos. Mi mente es como una gran nube
oscura. Los pensamientos se acumulan, se pisan unos a otros, se pierden y
vuelven. Las emociones se desbordan.
Entro al dormitorio de Leo, donde están mis cosas desde que me
trasladé oficialmente como esposa. Cierro con pestillo y me apoyo sobre la
puerta. Saco el móvil y veo que las manos me tiemblan.
Calma, Nati, calma.
Pulso el contacto de Lorena. Mientras suena el tono de las llamadas,
cambio de idea y decido hablar con ella desde el baño. Por si acaso, alguien
viene.
—¡Nati! Me alegro…
—Lorena, he oído algo —La interrumpo mientras no paro de moverme
—Algo muy grave. Estaba en el jardín y oí una conversación.
—¿Una conversación? —Su voz cambia al instante, se vuelve
preocupada.
—Entre Leo y su padre. Fue sin querer, estaba con las gemelas y…
—¿¿Pero qué oíste?? —pregunta con ansiedad.
—Hablaban sobre algo del anillo... algo de la Bratva. Y que me
utilizaron para casarse conmigo. ¡Que no sé mi verdadera identidad!
—¡Dios mío, Natalia! Voy a llamar a la policía ahora mismo.
—¡No, Lorena! Ni se te ocurra. La policía puede estar comprada por los
Barone. Además, ¿qué van a hacer? Firmé el contrato de boda por voluntad
propia. En teoría, no estoy secuestrada ni nada.
—¿Qué vas a hacer entonces? ¿Vas a pedirle explicaciones a Leo? —
pregunta.
—No lo sé, Lorena. Tengo que pensar.
—Voy a reservar un vuelo para mañana mismo. No puedes estar sola en
esta situación.
—Lorena, por favor, no vengas. Puede ser peligroso.
—¿Tú crees?
—Espera un poco, ¿vale?
—Como quieras, pero mantenme al corriente.
—Sí, tranquila, no te preocupes.
Cuelgo y busco en internet todo lo relacionado con la Bratva. Enseguida
me sale un resultado. «Bratva es una variante informal en Rusia de la
palabra fraternidad. Es un apodo para describir gánsteres en general».
Un estremecimiento recorre mi espina dorsal. ¿Rusia? ¿Gánsteres? Pero
¿qué coño es todo esto? Yo no tengo nada ver con esto. Mis padres
biológicos eran españoles, o eso fue lo que me dijeron.
El anillo, claro.
Voy al armario y saco la maleta. Mis manos tiemblan mientras busco en
uno de los bolsillos. Ahí está, el estuche de terciopelo. Lo abro de un golpe.
Ya no lo veo solo como una joya familiar. Este anillo es algo más, pero ¿el
qué?
Me acerco a la ventana para aprovechar mejor la luz. Examino las
estrellas en relieve, dos pequeñas flanqueando a una mayor en el centro.
Las líneas que parecen rayos de sol me hacen pensar. ¿Es esto lo que
quieren?
—Ese anillo es fundamental, por eso te casaste con ella, dijeron en el
despacho
¿Qué tiene de especial?
Los Barone, sus promesas, sus sonrisas encantadoras. Todo ha sido una
estrategia desde el principio. Me duele el pecho con una mezcla de rabia y
miedo.
Todo en lo que he creído se desmorona. No es solo el anillo, es el
legado de mis padres, su conexión con la mafia rusa. La verdad que ahora
sé que Leo conoce. Su traición es despiadada, pero tengo que mantener la
calma y ser más astuta que ellos.
El corazón late a cañonazos, mientras valoro mis opciones. Enfrentarme
a Leo y exigirle la verdad podría ser desastroso. Si descubren que sé algo,
¿hasta dónde serán capaces de llegar?
Imagino escenarios cada vez más oscuros. Quizás me encierren en algún
lugar remoto, lejos de todo y todos. O peor aún, podrían... No, no quiero ni
pensarlo. El miedo me paraliza por un instante.
Debo ser más lista. Si actúo con normalidad, ganaré tiempo para planear
mi próximo movimiento.
Observo mi reflejo en el espejo. La mujer que me devuelve la mirada
parece asustada, pero determinada a hacer algo. Me obligo a sonreír,
practicando la máscara que tendré que llevar.
Me pongo el anillo en el dedo anular de la mano izquierda. Siento su
poder extendiéndose en mí, como una fuente de energía extra que me viene
muy bien en esta crisis.
—Puedes hacerlo —susurro para darme ánimos.
Alguien intenta abrir la puerta del dormitorio. Me llevo un sobresalto.
Esa persona intenta abrir pero está cerrada. Golpea.
—¿Natalia? ¿Estás bien?
Es Leo. Tengo que salir.
Me pongo a pensar dónde guardarlo ahora. Lo mejor será que lo lleve
encima. Lo meto dentro de una de las copas del sujetador. Sí, me parece que
ahí nadie buscará.
Salgo del baño y me dirijo a la puerta del dormitorio. Al abrirla, me
encuentro frente a Leo. Su intensa mirada me da escalofríos.
—¿Estás bien?
—Sí, solo me dolía el estómago —respondo rápidamente, tratando de
sonar despreocupada.
—Ven, volvamos a la fiesta —Me coge firme de la mano—. Todos nos
están esperando.
Asiento, aunque mi mente sigue revuelta. Caminamos juntos de vuelta
al jardín. Intento no parecer nerviosa, pero siento su mirada penetrándome.
¿Sospechará de algo?
Al llegar al jardín, veo que la fiesta sigue en pleno auge. La música en
directo y el murmullo de las conversaciones. Francesca está ahora rodeada
de familiares, riendo y charlando animadamente. Las gemelas, Mónica y
Anna, corren alrededor del jardín.
Leo me toma por la cintura, su contacto me hace contener la
respiración. Nos adentramos en el grupo y yo sigo sonriendo como si nada
hubiera pasado. Un par de personas nos felicitan nuevamente por el
matrimonio, y yo respondo con una amabilidad fría.
—¿Estás segura de que estás bien? —insiste Leo.
—Sí, estoy bien. Quizás fue algo que comí —digo, forzando una
sonrisa.
Leo me observa un segundo más antes de aceptar mi respuesta. Se gira
y comienza a conversar con Vincenzo, quien nos esperaba con una copa de
vino en la mano. Mi mente sigue corriendo a mil por hora. Debo
mantenerme fuerte, la actuación tiene que ser perfecta.
Capítulo 32
LEO
NATALIA
NATALIA
LEO
¿Se puede saber qué coño está pasando aquí? Me quedo mirando el móvil
como si funcionara mal, o estuviera llamando a otra persona que no fuera
Natalia. Pero no, funciona bien y es su contacto.
No sé dónde está Natalia y tampoco contesta mis llamadas. Empiezo a
pensar que algo le ha pasado.
—¿Ya la has encontrado? —pregunta mi madre.
—No.
—¿Cómo que no? Tiene que estar en alguna parte de la casa.
—La vi con Ronan hace un rato —dice Beatrice.
—¿Un rato cuánto tiempo es?
—Veinte minutos, media hora.
—¿El móvil da señal?
—Sí, lo tiene encendido.
—Voy a preguntar a los de seguridad —digo encaminando ya hacia allá.
—¡Todos a buscar a Natalia por la casa y el jardín! —grita mi madre a
toda la familia—. Hace media hora que no sabemos nada de ella.
Compruebo una vez más mi móvil por si me ha enviado un mensaje.
Nada. En el Whatsapp no hay información sobre su última conexión. La
tierra se la ha tragado. ¿Se habrá escondido? Qué absurdo, ¿para qué? Tiene
que haberle pasado algo. A lo mejor está desmayada en algún rincón. Joder,
¿cómo puede estar pasando esto? Desaparecida en nuestra propia casa.
—Gianluca, ¿has visto a Natalia por las cámaras? —le pregunto con
ansiedad en el cuarto de seguridad, en el garaje.
Se gira hacia mí y frunce el ceño.
—No, jefe.
—¿Cómo es posible que no la hayáis visto? Hay cámaras por la casa.
—La mayor parte en el exterior. Hace un año se quitaron algunas
cámaras del interior.
Maldigo para mis adentros. Fui yo quien pidió a Pietro que quitara las
cámaras. No puedo creer que mi propia sugerencia ahora se vuelva en
contra.
Salgo del cuarto de seguridad con el estómago revuelto. Joder, tengo
que encontrarla. Voy hacia la entrada principal y me dirijo a los guardias.
—Necesito la lista de personas y vehículos que han salido en la última
hora.
—Por supuesto —dice uno de ellos.
Enseguida me entregan una carpeta con un cuadrante. A mano, están
escritos la hora de entrada, de salida y la matrícula. Con el dedo voy de
arriba hacia abajo. Reconozco a la matrícula de Esperanza. Después, hay
otras matrículas.
—¿Estos quienes son?
El vigilante se acerca para echar una ojeada.
—Sí, algunos de los camareros contratados que han venido solo para el
evento.
—¿Y estos?
—Los músicos. Iban en una furgoneta. Creo recordar que tenían un
rótulo que ponía Los Destroyer.
De repente, algo resuena en mi interior, como una voz de alerta. Los
músicos… Además, han venido con una furgoneta. Hay que hablar con
ellos. Por si acaso, fotografío el número de la matrícula con mi móvil.
—Llama a Seguridad de la urbanización y diles si este vehículo pasó
por su control. Quiero asegurarme de que no están por aquí.
—De acuerdo, jefe.
Pietro y Salvatore se acercan, expectantes.
—No la encontramos por ninguna parte —dice mi primo.
—¿Qué has averiguado tú? —me pregunta mi hermano.
—Creo que la han secuestrado los músicos. Se la han llevado en la
furgoneta.
—¿Qué información tenemos de ellos?
En el móvil busco la web de «Los Destroyer». Encuentro una página,
pero algo no me cuadra. Parece demasiado básica, casi como si alguien la
hubiera montado en cinco minutos, pero hay un apartado de conciertos.
Examino rápidamente el listado, y descubro que tienen uno programado en
una sala de conciertos de Fuengirola dentro de una hora.
¿Será un grupo verdadero de música, o son los rusos que quieren el
anillo?
—Necesitamos comprobarlo —digo alzando la voz, tenso—. Salvatore,
tú vienes conmigo. Pietro, tú y Vincenzo investigad todo sobre la matrícula.
Localizad esa furgoneta cuanto antes.
Pietro asiente y se marcha para informar a Vincenzo. Con apremio,
Salvatore y yo vamos al garaje. Subimos al Jaguar y al segundo, ya estamos
camino a Fuengirola.
—Si es cierto que los músicos son los rusos, hay que quitarse el
sombrero porque han planeado el secuestro que te cagas —dice Salvatore.
—No es momento para reconocer el mérito de esos cabrones.
—¿Y si ella se ha escapado? ¿Lo has pensado, eh?
—Anda ya, no me jodas. ¿Por qué se iba a escapar? Estaba de puta
madre conmigo. Yo le iba a dar todo lo que necesita.
Mi mente corre a mil por hora, repasando cada momento desde antes de
que Natalia desapareciera. ¿Tendrá que ver su desaparición con lo que
ocurrió en el baño? Entonces se me ocurre una idea.
—Llama a Pietro o Vincenzo —le digo a Salvatore.
—¿Para qué?
—¿Les quieres llamar, joder?
—Vale, vale.
Salvatore acerca el móvil y pone el manos libre.
—¿Qué ocurre? —pregunta Vincenzo.
—Vin, ve a mi cuarto y registra todas las pertenencias de Natalia.
—¿Qué busco?
—Un estuche de terciopelo, dinero en metálico y un sobre con la
información de una cuenta en Delaware.
—Vale —dice y cuelga.
—Si todo eso está en su sitio, significa que la han secuestrado. Ella no
se iría a ninguna parte sin eso, y menos sin el anillo —le digo a Salvatore
—. Si no están, es que ella se ha ido por su propio pie.
—Que se ha escapado, vamos.
Mis manos aprietan el volante con tanta fuerza que los nudillos se
ponen blancos.
—Sí —digo a regañadientes—, que se ha escapado con los músicos.
—Qué lista —dice Salva con admiración.
—¿Y si se ha enterado de lo que sabemos de su pasado? —pregunto.
—¿Cómo?
—A lo mejor nos ha escuchado, mierda —digo haciendo un chasquido
con la boca—. Tanto esfuerzo y por un error tonto… Si la pillan los rusos,
estamos jodidos.
Capítulo 36
NATALIA
¿Qué hora es? Me cuesta dormir. No entra la luz del día, aún es de noche.
Tienen que ser las tantas de la madrugada. Enciendo la luz de la mesita de
noche y consulto la hora en mi reloj de muñeca. Las 5:03. El móvil sigue
apagado, ahora llamaré a Lorena para que me dé los detalles del vuelo.
Qué alegría que viene a verme.
Leo estará cabreadísimo pero que se joda, sí. Me mintió. Todos me
mintieron. Caí en la trampa como una tonta. Un marido guapo, que folla
bien y que es rico. Además, estaba sola. Me pillaron con la guardia baja. La
sortija del matrimonio me la he quitado y guardado.
Me levanto de la cama. Los nervios, la incertidumbre, la revelación…
todo lo siento aquí, en el pecho. Caigo en la cuenta de que llevo puesto el
anillo, pero el de estrellas. No sé ni cuando me lo he vuelto a poner. Tengo
que esconderlo, no puedo llevarlo a la vista de todos.
Es solo un objeto caro aunque tiene algo especial. Como si sintiera una
conexión íntima con mis padres. Un momento. Se llamaban Víctor y Lidia,
eso fue lo que me dijeron, por eso siempre pensé que eran españoles. Ahora
pienso que a lo mejor no son sus verdaderos nombres, que han de ser rusos,
¿no? Viktor y… Tengo que buscar en internet el equivalente de Lidia en
ruso. Mierda, no puedo. Móvil apagado.
¿Lo sabrían mis padres biológicos? ¿Sabrían la verdad del anillo? ¿Por
qué no me dijeron nada cuando fui mayor o cumplí los dieciocho? Saberlo
era mi derecho. ¿O querían protegerme? Dios mío, cuántas preguntas sin
respuesta. Me voy a volver loca.
Vuelvo a la cama. Doy tumbos, acomodo la almohada, voy al baño,
regreso. Qué angustia no poder dormir. Me vuelvo a levantar y extiendo la
mirada por la Avenida Ricardo Soriano, la principal de Marbella, que ahora
está desierta. Solo pasan algún coche que otro, esporádico.
La última vez que estuve por aquí fue con mis padres. Era domingo y
fuimos a almorzar. Sí, fue poco antes de la pandemia.
Como si pudiera verles ahora mismo. Mi padre, robusto y de risa
estruendosa, siempre bromeaba con los camareros cuando ordenaba los
platos. Mi madre sonreía, paciente, si es que ya se sabía todo el repertorio
de chistes. La pobre tenía mucho aguante.
Mis padres formaban un matrimonio muy equilibrado. Los vi muchas
veces acariciarse en público y demostrarse su gran amor. En San Valentín,
se iban a cenar a un restaurante de lujo, de esos de no sé cuantas estrellas.
Era de los pocos momentos que se alejaban del hotel. Se lo tenían ganado
porque trabajaban muy duro para salir adelante.
Nunca les pregunté por qué no adoptaron a más niños. Siempre tuve esa
curiosidad. Lo que me acuerdo fue lo que le dijo mi madre a mi padre
cuando me conocieron. Como la llamé mamá en la primera salida que
hicimos a la calle, cuando volvieron solos a casa, le dijo a mi padre que yo
era para ellos por ese detalle. Que ya no podía a volver a irse sin mí.
Un rato después, me despierto. El reloj marca las 7:15. Al menos he
logrado dormir un par de horas. Me incorporo, con la mente aún nublada
por los sueños y tomo el teléfono de la habitación para llamar a Lorena.
—Nati, estoy a punto de embarcar. Llegaré en dos horas —me dice—.
¿Cómo estás?
—Fatal, apenas he podido dormir.
—Normal.
—Te esperaré en el aeropuerto.
—Vale.
Cuelgo y me quedo unos segundos en silencio mirando la habitación,
como buscando fuerzas para arrancar el día. Llamo al room service y pido
un desayuno continental.
Después, decido darme una ducha para despejarme. Me levanto, voy al
baño y abro el grifo de la ducha. El agua tibia cae sobre mi pecho desnudo.
Este pecho que Leo devoró y chupó, y que acarició con esas manos tan
bonitas. No sé qué pasa, es como si mi cuerpo lo echara de menos. Qué
extraño que sienta algo así ahora. Todo era idílico, un sueño, cuando estaba
con él. Me trataba tan bien… y resultó que me salió rana.
Pero sigo casada con él. Supongo que podré divorciarme. ¿O no?
Al salir del baño, me acuerdo de que solo tengo el vestido. No puedo ir
por ahí con un vestido de noche. Hay que comprar algo de ropa. Por suerte,
estoy en el centro de Marbella, así que habrá alguna tienda que abra pronto.
A los diez minutos, tocan a la puerta. Servicio de habitaciones, el
desayuno.
—Muchas gracias —digo.
Una camarera coloca la bandeja sobre la mesa y se marcha. Me siento a
comer. El café y el zumo de naranja fresco me reaniman. Termino
rápidamente, no quiero retrasarme más de lo necesario. Hago un rápido
repaso de la habitación para no dejarme nada, y después el check-out en la
recepción.
—Necesito un taxi al aeropuerto de Málaga para dentro de una media
hora.
—Sí, no se preocupe —dice el recepcionista—. Les avisaré con
antelación.
Voy a la tienda de ropa de la esquina. No es la típica cadena que todos
conocemos, sino una modesta, de barrio. La dependienta, una mujer de
mediana edad, que parece la dueña, me mira un poco extrañada por mi
vestido. Seguro que pensará que vengo de fiesta.
—Necesito una blusa, vaqueros, calzado cómodo y un bolso grande —
digo como si recitara la lista de la compra—. Ah, y un sombrero y gafas de
sol. ¿Lo tienes todo?
—Las gafas de sol, no, pero tiene una tienda aquí mismo, doblando la
esquina —dice señalando con la mano.
Una media hora después, ya estoy en el taxi rumbo al aeropuerto. El sol
empieza a ascender por un cielo cargado de nubes. Por instinto, a veces
miro por la ventanilla de atrás. Leo no estará de brazos cruzados, estará
removiendo cielo y tierra para encontrarme.
—¿Cuánto tiempo tardaremos? —pregunto.
—Una horita más o menos —responde el taxista, amable.
Me ajusto el sombrero. Creo que me queda un poco grande. La mujer
me dijo que es muy conocido el modelo, Fedora. Y con las gafas de sol,
parezco una espía. A ver si ahora voy a llamar la atención en vez de pasar
desapercibida.
—¿Es usted famosa? —pregunta el taxista—. Lo digo como va tapada.
—Más o menos.
Capítulo 37
LEO
NATALIA
LEO
NATALIA
LEO
Después de hablar un rato con mi padre por el anillo del ruso, cuelgo el
móvil y me lo guardo. Estamos delante de una biblioteca donde han entrado
Lorena y Natalia.
—¿Qué te ha dicho el padrino? —pregunta Salvatore.
—Lo que ha averiguado es que las cuatro estrellas indican que es un
miembro respetado de la Bratva, pero que aún está lejos del rango máximo,
las ocho.
Salvatore tamborilea con los dedos en la mesa, pensativo.
—Hay que proteger a Natalia mientras ella está investigando su pasado
—le digo—, después volverá con nosotros.
—Te veo demasiado seguro, primo. Cuando se entere del valor del
anillo, igual se lo vende al Lobo Kirill y se hace millonaria.
—¿A los que mataron a sus padres? Eso es una locura.
—Lo que digo es que deberíamos ir ya a por ella, Leo, y llevarla a casa
para que el anillo esté a salvo.
—Es mi esposa, cabrón. Sé lo que me hago. Su pasado es muy
importante para ella. Es alguien especial con unos valores familiares como
los nuestros.
Salvatore rompe a reír.
—¿Ahora qué coño te pasa?
—Te has pasado años despotricando del matrimonio, y ahora en
cuestión de días te has encoñado como un adolescente.
—¿A qué viene esa estupidez?
—Joder, cómo te picas.
Cómo odio estar en el coche con mi primo. No puedo enviarle a tomar
por culo.
¿Qué sabrá él de lo que siento por ella? Natalia. Esta mujer ha sacudido
mi mundo y con muy poco. No solo es audaz, sino que es una mujer muy
sexy.
Me quedo callado mientras me sumerjo en el erótico recuerdo de su
cuerpo. Ah, aquella noche en el Calabria. Sus gloriosos pechos, su coño
húmedo, y esos gemidos pronunciando mi nombre hacen que sienta una
erección que va creciendo. Me llevo una mano al paquete y lo acomodo
para que no me moleste. Joder, está dura como una piedra. Y solo he
pensado en ella unos pocos segundos.
—¿Qué te pasa, Leo? Tienes una cara rara.
—¿Me puedes dejar tranquilo?
—Estás tenso, ¿eh? Claro, todo esto te viene grande —dice el muy
cabrón para joderme.
—Estoy empalmado, ¿vale?
Salvatore rompe a reír.
—Pues yo ayer follé con Beatrice. Buf, con eso te lo digo todo.
—Me la suda lo que hagas con tu mujer. La pobre ya tiene bastante con
aguantarte.
El móvil vibra en mi bolsillo.
—¿Qué pasa, Vin? —digo al contestar.
—Ya hemos accedido al móvil de Lorena. El hacker ha activado el
micrófono de manera remota. Tengo una conversación reciente grabada
hace unos minutos.
—Cojonudo, ¿de qué hablan?
—Te lo envío ahora al móvil.
El archivo llega al momento. Lo abro y se oyen las voces de Natalia y
Lorena.
—Hemos avanzado bastante. Varias Isabel Jurado nos han respondido
en Facebook, pero ninguna fue directora del orfanato —responde Natalia
con un tono de frustración.
El sonido no es perfecto, pero se las entiende. Salvatore se inclina hacia
adelante, mostrando algo de interés.
—Entonces, ¿seguimos buscando, no? —insiste Lorena.
—Claro, no podemos detenernos ahora. Esa mujer puede tener las
respuestas que necesitamos.
—Vale, pero esto no será fácil. Podríamos tardar días o incluso semanas
en encontrarla.
Natalia deja escapar un suspiro. Puedo imaginar su expresión frustrada.
Cuando lo hace resopla con mucho encanto, como una chiquilla.
—No me importa cuánto tiempo nos lleve. Isabel Jurado es vital. Sin
ella, nunca sabré la verdad sobre mis padres.
El camarero interrumpe la charla, trayendo las cervezas y la tortilla.
Natalia hace una pausa antes de reanudar la conversación.
—Podemos buscar en archivos de prensa. Tal vez haya referencias a su
época en el orfanato.
—Es una buena idea, pero eso también lleva tiempo —responde Lorena.
Apago el audio y miro a Salvatore, que arquea una ceja.
—Parece que están bastante decididas.
—¿Qué piensas hacer?
—Ayudar a mi esposa. Voy a averiguar dónde vive esa Isabel Jurado.
Salvatore hace un gesto de impaciencia, pero me la suda. Llamo a
Atienza, nuestro contacto en la policía. Espero que conteste rápido.
—Sr. Barone… —responde al primer tono.
—Necesito un favor, Atienza. Tengo una pista que hay que seguir de
inmediato. Hay una mujer, Isabel Jurado. Fue directora de un orfanato en
Málaga y ahora está jubilada. Necesito su dirección ya.
—Deme una hora.
—¿Puedes acelerarlo? Es urgente.
—Hago lo que puedo, pero estos asuntos llevan tiempo. Media hora
mínimo.
—Está bien, pero no más de eso.
Salvatore bosteza exageradamente. Me pone de los nervios cuando hace
eso.
—Ponte cómodo —digo sin mucha convicción—. Tendremos que
esperar.
Asiente y se recuesta en el asiento, como si su vida fuera la de un
jubilado. Yo, en cambio, no puedo quedarme quieto. Aprieto y suelto el
volante repetidamente, intentando que los minutos pasen más rápido.
Cierro los ojos y respiro hondo. Natalia necesita respuestas. Lo poco
que he oído de esa grabación me confirma que no se detendrá hasta conocer
la verdad. Y, sinceramente, no esperaba menos de ella.
Reviso mi reloj por quinta vez en los últimos minutos. Atienza debe
estar cerca de darnos la información. Sí, quiero ayudar a mi esposa.
Capítulo 42
NATALIA
NATALIA
LEO
NATASHA
LEO
NATASHA
NATASHA
Por regla general, odio los hospitales o clínicas, pero esta vez es diferente.
Estoy en la cama con Leo, tumbada a su lado, rodeados de la quietud de la
medianoche. Me rodea con su brazo sano y yo tengo la cabeza sobre su
hombro, cerca de su corazón.
Hace rato que se fueron los Barone a casa y nos hemos quedado los dos
solos poniéndonos al día. No ha pasado una eternidad desde que nos vimos
por última vez, pero han pasado tantas cosas que no hemos parado de hablar
durante horas.
Me reveló el motivo por el que fue a ver a esa tal Gabriela y me dejó
impresionada, la verdad. Leo es un buen tío, algo que llegué a dudar. Como
todos los Barone, viven en un mundo oscuro y rígido, por lo que no resulta
fácil salirse de las normas.
Le conté mi encuentro con Isabel Jurado y fue increíble pensar que él
estaba a pocos metros, velando de que estuviera segura, de que nadie
pudiera arrebatarme el derecho de conocer mi pasado. Levanto la vista y
acaricio su cara magullada, con moratones. Resulta increíble pero me
parece incluso más atractivo. Sí, oficialmente me he vuelto loca.
Solo pasará esta noche en la clínica por precaución, pero me gusta que
estemos los dos solos.
Una enfermera joven y rubia entra en la habitación. Saluda a Leo con
naturalidad, pero cuando me ve se queda sorprendida. No se esperaba
encontrar visita. En su bata leo su nombre: Eva.
—Buenas noches, Leo —dice ella con una sonrisa, y a mí se dirige con
seriedad—. Buenas noches.
¿Leo? ¿A qué viene esa familiaridad? ¿Por qué no lo llama Sr. Barone?
Mejor me callo.
—Solo vengo a comprobar qué todo esté bien —dice con ojos risueños.
Me levanto de la cama, decidida a marcar territorio.
—Soy Natasha, su esposa —digo extendiendo una mano.
—Muy bien, encantada.
Eva se acerca a Leo y le revisa el brazo con cuidado, haciendo que una
punzada de celos me pinche el vientre. Ella le toca con familiaridad,
demasiado para mi gusto. Leo se deja hacer, claro.
—¿Cómo te sientes? —le pregunta sin dejar de tocarle.
—De puta madre, Eva. Solo necesito descansar.
Ella le sonríe y nota que estoy vigilándola. Aparta la mano de su brazo,
casi como si mi mirada quemara.
—Pronto te daremos el alta —dice, y se gira hacia mí—. Natasha,
cualquier cosa que necesites, no dudéis en avisarme.
—Gracias, Eva —digo con frialdad.
Eva sale de la habitación, pero no sin una última miradita a Leo.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto sin poder evitarlo.
—¿El qué?
—Como te miraba esa…
—Solo hacía su trabajo, cariño —dice y me hace un gesto con la mano
—. Ven a la cama, anda. Solo tengo ojos para ti, tonta.
Nos besamos otra vez. Una mezcla de besos cortos y largos, pero todos
sensuales, apasionados, únicos. A veces Leo suelta un pequeño quejido,
pero no podemos parar de besarnos y tocarnos. Una ola de calor va
creciendo dentro de mí. Esa lagarta de enfermera me ha puesto tan celosa
que ahora quiero follarme a mi marido.
—Le has dicho «Soy Natasha, su esposa» —dice Leo mirándome—.
Eso me ha puesto muy cachondo.
—A ti te pone cachondo hasta el vuelo de un pájaro.
Leo se ríe, aunque se duele.
—Es verdad, pero tú con diferencia eres lo que más me pone de este
mundo —dice con un brillo en sus alucinantes ojos de miel.
Sabe bien lo que me gusta escuchar. Deslizo su mano sobre su pecho,
sintiendo su cicatriz hecha a fuego vivo y la dureza de sus músculos.
Mirándole me pellizco el labio inferior, juguetona.
—Me gusta a dónde se dirige esa mano —dice socarrón.
—No me extraña.
Su piel se eriza bajo mi tacto. Leo gime suavemente. Paso mi lengua por
su abdomen, saboreando cada centímetro.
—Natasha... —murmura con voz ronca.
Mis manos juguetean con el elástico de su pantalón. Leo respira con
dificultad, pero no es eso lo que me llama la atención, sino el bulto entre las
piernas que va haciéndose más grande. Mi pulso se acelera, fantaseando con
lo que me voy a llevar a la boca.
—Cuidado con el brazo —le advierto.
—No te preocupes.
Bajo lentamente su ropa interior, liberando su potente erección. Acaricio
su miembro con delicadeza, observando cómo se pone más y más grande
todavía. Antes de lanzarme a por él, le lanzo una mirada traviesa y me
encanta verle ansioso y un punto desesperado porque empiece ya.
Mi lengua recorre toda su longitud provocando que Leo arquee la
espalda.
—Joder... —gruñe entre dientes.
Lo introduzco en mi boca y le oigo soltar un suspiro. Noto una arcada
pero se me pasa. Enreda sus dedos en mi pelo, guiando el ritmo de la
felación. Su respiración se acelera. Alterno entre succiones y caricias con la
lengua, llevándolo al límite de la cordura.
Es todo tan erótico y excitante. La penumbra, el silencio, el lugar. Él.
Esta especie de dios italiano, perfecto en todo, que ahora tengo dominado
con mi boca. Quiero de él su esencia al completo, la esencia de la
masculinidad en la flor de la vida.
Intensifico el ritmo de mi boca. Sus gemidos se vuelven más urgentes,
más desgarradores. Siento como si tuviera un volcán entre las manos.
—Natasha... —jadea—. Voy a...
No termina la frase. Noto el primer chorro cálido en mi boca. Lo recibo
con avidez, sin dejar de mover mi lengua. Leo suelta un gruñido gutural,
primitivo, agonizante.
Trago su esencia, saboreando cada gota. Es salado, intenso, pura
virilidad. Leo tiembla, completamente entregado al placer que yo le estoy
dando.
Cuando termino, alzo la vista. Su cara está perlada de sudor, los ojos
cerrados en éxtasis.
—Joder... —murmura otra vez en medio de un suspiro.
Me bajo de la cama y voy al baño a limpiarme. Cuando termino me seco
con la toalla.
—¿Te ha gustado? —pregunto con una sonrisa pícara.
—Ha sido increíble —responde, aún jadeando.
Capítulo 49
LEO
LEO
NATASHA
En el salón de juegos con Ronan, Vittoria y las gemelas. Las niñas están
jugando a la consola mientras Ronan espera su turno, ansioso. La risa y el
bullicio llenan la habitación. Francesca me ha pedido que les eche un ojo
mientras ella se encarga de asuntos de la casa.
Para matar el rato, estoy con una aplicación de idiomas instalada en el
móvil. Creo que estaría bien aprender unas palabras en ruso. Debí de
haberlo aprendido de pequeña, pero no me acuerdo de nada. La primera ha
sido «amor» que se dice «liubof». La segunda «padres» que se dice
«roditeli».
Suena mi móvil. Lorena. Contesto con una sonrisa.
—¡Natasha! —exclama—. ¡Qué alegría oírte!
—¡Lorena! ¿Cómo estás? —le digo con entusiasmo, apartándome
ligeramente para tener una conversación privada. Los niños son pequeños
pero se enteran de todo.
—Acabo de volver de Granada. Fue un viaje maravilloso con mis
padres —comienza—. Fuimos otra vez a la Alhambra y el Albaicín. Mis
padres estaban encantados, y yo más. Papá, como siempre, encantado de ir
de bar en bar pidiéndose tapas.
—¡Qué envidia! Granada es preciosa —digo.
—Espero que vengas con nosotros la próxima vez.
—Sí, me gustaría ver a tus padres.
Lorena carraspea.
—Cuéntame, ¿cómo van las cosas en la casa de los Barone? ¿Todo
bien? —pregunta, y noto la preocupación en el tono de su voz.
—Bien, sí. Algo complicado, pero estoy bien.
—¿Con Leo qué tal? ¿Os habéis reconciliado?
—Sí, y de qué manera. Fue muy excitante —respondo pensando en el
polvo de la clínica.
—Me alegra de que estés bien.
Lanzo un largo suspiro.
—Sé que parece complicado, pero él me hace sentir de una manera que
no había sentido en mucho tiempo. Lo necesito.
Mientras hablo observo a los niños. Me doy cuenta de que todo esto es
parte de la realidad que estoy viviendo. Esta es mi vida ahora.
—¿Y qué va a pasar con el Cortijo?
—Hay grandes planes. Estoy muy ilusionada, créeme.
—Sabes que puedes contar conmigo.
—Lo sé, y me ayuda mucho hablar contigo. Te echo de menos.
—Yo también. Cuídate mucho, por favor.
—Lo haré. Te llamo pronto.
Termino la llamada con Lorena y me quedo pensativa. Cuando todo este
termine, Leo y yo le haremos una visita sorpresa a Londres.
Siento una arcada repentina y salgo corriendo al piso de abajo. Con
apenas tiempo para reaccionar, alcanzo el baño y vomito en el retrete. Me
quedo quieta, tratando de recuperar el aliento. Cierro los ojos. ¿Será
posible? Hace días que no me baja la regla. Pensé que era por el estrés, pero
esto es diferente. Ahora es una certeza.
Estoy embarazada.
Una vida dentro de mí.
Tengo que decírselo a Leo.
Me miro al espejo. La cara pálida, el cabello desordenado. Me doy
cuenta de que no solo estoy asustada, también estoy emocionada. ¿Qué dirá
Leo? ¿Cómo reaccionará?
Respiro hondo. Sé que Leo ha cambiado, al igual que yo, pero no sé qué
pasará. De repente veo Francesca entrando con preocupación.
—Las gemelas me han dicho que has salido corriendo. ¿Estás bien,
Natasha?
Antes de que pueda responder, Francesca mira el retrete, el vómito y
después a mí.
—Estás embarazada —afirma con sorpresa.
—Eso parece —le digo sonriendo.
—Ven aquí, anda.
Me envuelve en un cálido abrazo de suegra a nuera.
—Tranquila, querida. Vas a ser una gran madre. Lo sé —susurra,
acariciando mi espalda—. Yo he tenido a tres y ha sido la mejor experiencia
de mi vida.
—Qué nervios, Francesca.
—Normal —dice con un gesto de despreocupación—. Llamaré al
médico de la familia para que te examine. Necesitamos estar seguras de que
todo marcha bien. Enhorabuena, Natasha.
Nos soltamos y ella me estudia con una mirada maternal.
—¿Cuándo se lo dirás a Leo? —pregunta.
—Es lo que estaba pensando. Quizá cuando las cosas se calmen un poco
—le explico, sintiendo un nudo en la garganta.
Francesca coge mis manos y las aprieta suavemente.
—Hasta entonces, será nuestro secreto —asiente con un guiño
cómplice.
Respiro hondo, sintiéndome un poco más aliviada. La mujer que tengo
delante me da una seguridad que no sabía que necesitaba.
—Gracias, Francesca.
—No tienes que agradecerme nada. Somos familia, Natasha. Y las
familias se cuidan —responde con una sonrisa amable.
Después de asearme, Francesca se marcha y me quedo sola en el
dormitorio. La noticia del embarazo aún me parece increíble, y tengo la
urgente necesidad de contárselo a mi amiga del alma.
—Lorena, voy a ser madre —le confieso por teléfono.
Al principio, su reacción es de sobresalto absoluto. Sus ojos se agrandan
y su boca se abre ligeramente, como si quisiera decir algo pero no supiera
por dónde empezar. Finalmente, encuentra las palabras.
—¿Qué? ¿En serio? ¿De verdad? —exclama, su voz temblando entre la
incredulidad y la emoción.
—Sí, sí, en serio —respondo.
—¿Ya lo sabe tu marido?
—No, será una sorpresa.
En ese instante, sus ojos se llenan de lágrimas y no puede contenerse
más. Llora emocionada, y yo también, claro.
—¡Ay, Natasha! ¡Esto es increíble! —Lorena casi grita entre sollozos—.
Vas a ser una madre genial, lo sé.
Su confianza en mí me conmueve, y no puedo evitar pensar en mis
padres, los biológicos y adoptivos. Los que me trajeron a este mundo y los
que me cuidaron. De alguna manera, serán abuelos donde quiera que estén.
Sonrío, sintiéndome un poco más fuerte y preparada para lo que venga.
Con amigas como Lorena, sé que no estoy sola en este nuevo capítulo de mi
vida.
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NATASHA
LEO
NATASHA
—¿Qué ocurre? —me pregunta Leo con cara extrañada—. ¿Por qué me
miras así?
Al mando del volante de su descapotable, vamos serpenteando por la
montaña. La luz es clara y radiante, y mi melena se agita con el viento. Nos
rodea un paisaje conmovedor, un valle que se extiende como un tapete. Allí,
hay un rebaño de ovejas que pacen tranquilamente, y más allá hay un
caserón plantado en mitad del campo. No sé, todo me parece tan distinto
ahora que llevo una vida dentro de mí.
—Nada —le digo—. ¿Es que no puedo mirarte con amor?
Estoy deseando contarle que espero un hijo o una hija suyo, pero me
hace una enorme ilusión confesarlo en el hotel de mis padres. Seguro que
sentiré su energía y amor envolviéndome.
—Claro que puedes mirarme, pero como pones esa sonrisa de atontada
—dice socarrón.
—¿Como qué atontada? —le digo atizándole en el brazo.
Leo se ríe. Solo quería picarme.
—Sí, desde que te has levantado hay algo en tu mirada que no me
cuadra… Como si estuvieras en otro mundo.
—Estoy perfectamente normal.
—Si tú lo dices… —dice levantando los brazos.
Qué guapo está con esas gafas de sol y el viento lamiendo su cabello. Es
la elegancia personificada. Me encanta su perfil, la nariz larga y esa barbilla
redondeada. Y esa boca tan sensual que ya conoce todos los rincones
eróticos de mi cuerpo. No es normal el vuelco que ha dado mi vida pero ha
sido para mejor, así que solo puedo estar agradecida.
Al poco, llegamos al desvío. El Cortijo se recorta contra el cielo
despejado, infinito y azul. Siento una inquietud, como un remordimiento
por haberlo abandonado durante estas semanas.
—Tranquila —dice Leo cogiéndome de la mano—. Seguro que no le ha
pasado nada.
—Eso espero.
Intento imaginar cómo fue la primera vez que llegué aquí. No lo
recuerdo porque era muy pequeña, pero quiero creer que fue un momento
especial.
Mis padres me llevan de la mano. Ellos también ilusionados,
hablándome con dulzura. Acabo de salir del internado.
Imagino la sonrisa en la cara de mi padre, esa sonrisa que me hacía
sentir protegida y querida. La risa de mi madre, que siempre era música
para mis oídos. En mi mente, ellos se miran y comparten un momento de
complicidad y alegría al verme tan feliz. Si me he convertido en lo que soy,
es gracias a ellos.
Entramos al hotel por la recepción y noto con alivio que no hay ningún
desperfecto. Todo está en orden.
—No parece haber daños —digo, sintiendo que me quito un enorme
peso de encima.
—Vamos al comedor —dice Leo.
Comprobamos que aún sigue el desastre de la batalla que ocurrió
cuando atacaron a Leo. Cubiertos tirados por el suelo, sillas volcadas y
cristales rotos. Esto va a llevar un rato limpiarlo todo.
—Después nos encargamos de esto —digo.
Pasamos por la cocina y las salas comunes. Por suerte, todo está en
orden.
—Acuérdate de cambiar las tuberías —dice Leo—. No pienso hacer de
fontanero otra vez. Solo lo hice para impresionarte.
Suelto una carcajada.
—¿De verdad? ¿Solo para impresionarme?
—Sí, y funcionó.
Subimos las escaleras y revisamos las habitaciones. Todas parecen
intactas.
—Por cierto —dice Leo, deteniéndose en seco—, estaría bien que
instalasen un sistema de seguridad nuevo, más moderno, pero eso lo pagas
tú de los tres millones que te vamos a dar.
—Gracias, ¿instalar un sistema de seguridad? Jamás se me hubiera
ocurrido a mí —digo con ironía.
—Tienes tanto que aprender de mí… —dice sonriendo.
—Chego yeshchyo ty khotel by, umnik —le digo en ruso.
—¿Qué me has llamado?
—He dicho qué más quisieras tú, tío listo.
—Joder, sí que estás haciendo progresos con el ruso —dice alucinando
—. ¿Cómo se dice «quiero echarte un polvo aquí mismo»?
—Aún no he llegado a esa lección.
—Pues ya estás tardando, camarada.
Cuando dijo Leo que me darían los tres millones no pude evitar sonreír
de oreja a oreja. Tres millones limpios de impuestos es mucho dinero, y fue
una cifra que dije sin pensar porque de momento no tengo idea de esos
negocios, pero por lo visto no estuve muy desacertada. Lo que tengo claro
es que no me voy a quedar de brazos cruzados disfrutando del dinero. Me
voy a dedicar a convertir el hotel en lo que soñaron mis padres.
Me doy cuenta de que tengo la mano en el vientre, de forma instintiva
sale mi lado protector. Se va acercando el momento para desvelar el gran
secreto. ¿Cómo reaccionará? Ay, qué nervios.
Salimos al exterior del hotel y nos encontramos con la bonita pradera.
El pasto verde se despliega ante nosotros con un resplandor casi mágico
bajo la luz del sol. Respiro hondo, el aire está cargado de la fragancia de
flores silvestres y pinos.
—Corrí tantas veces por aquí —digo con aire nostálgico— cuando era
una niña. Me sentía tan libre y feliz con mis nuevos padres…
Leo asiente mirando el paisaje con una sonrisa. Sus ojos de miel
parecen verme de pequeña corriendo como una loca.
—Nuestro hijo o hija hará lo mismo —digo sin apartar la vista del
paisaje.
—Ya llegará el momen…—Se interrumpe.
Se queda de piedra, inmóvil. Pasa un segundo interminable antes de que
gire la cabeza y me mire.
—¿Qué has dicho?
—Te he dicho que vamos a ser padres, Leo.
Su incredulidad se convierte en alegría al instante. Me rodea con sus
brazos, abrazándome fuerte.
—No puedo creerlo. ¿Desde cuándo lo sabes?
—Hace unas semanas. Quería esperar el momento adecuado para
decírtelo.
La alegría en su cara es un poema inolvidable. Otra fotografía mental
para el recuerdo.
—Yo, casado y esperando un hijo. Si me llegan a decir esto hace unas
semanas, diría que es una broma pesada. Ahora me siento afortunado.
—Amor mío, seremos los mejores padres del mundo.
—Sí, los mejores.
Nos quedamos un momento en silencio, disfrutando de la calma y la
felicidad.
Epílogo
LEO
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