Falló Página 12
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VOTO DEL SEÑOR VICEPRESIDENTE DOCTOR DON CARLOS
FERNANDO ROSENKRANTZ Y DEL SEÑOR MINISTRO DOCTOR DON
RICARDO LUIS LORENZETTI
Considerando que:
1°) Que O. B. y M. B. (ex subsecretaria de la Secretaría de
Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable de la Presidencia de la Nación), por
derecho propio y en representación de sus hijas —entonces menores de edad—
L. B. B. y C. B., promovieron demanda contra Editorial La Página Sociedad
Anónima y Fernando Socolowicz con el objeto de que se les indemnizaran los
daños y perjuicios que dicen haber sufrido como consecuencia de la publicación
en el diario “Página 12” de diez artículos periodísticos entre los días 17 de abril
de 2000 y 9 de noviembre de 2001, que luego fueron mantenidos en su página
de internet.
Todas las publicaciones periodísticas estaban relacionadas con la
investigación sobre la presunta existencia de una banda dedicada a la sustracción
de bebés con la intervención de funcionarios públicos, suscitada a raíz de la
presunta apropiación en 1997 de la niña R. C., hija de C. E. O. y H. C.
2°) Que la Sala M de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil, al modificar parcialmente la sentencia del juez de grado, rechazó la
demanda con relación a O. B. y la admitió por haberse lesionado el derecho al
honor de M. B., así como el derecho a la intimidad de las niñas L. B. B. y C. B.
(fs. 2444/2474).
Para así decidir, tras destacar el interés público que rodeaba a las
noticias referidas a una investigación sobre el presunto tráfico de bebés en las
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veracidad de esta afirmación sostenida sobre la base de declaraciones de testigos
que indicaron que algunas de las fuentes eran un juez y dos fiscales que
intervinieron en el caso. Finalmente, entendió que el medio periodístico no
podía desconocer que integrantes de la cámara de apelaciones habían advertido
al juez que tenía a su cargo la investigación que debía cumplir con “la
legislación que protege a los menores de la difusión mediática de sus conflictos”
(cfr. fs. 1143 vta.).
En consecuencia, el a quo concluyó en que “la demandada no
observó el deber de cuidado que se impone al dar una información tan delicada y
con las características que exhibía el caso. De modo que, la imprecisa mención
de la fuente, seguida del modo asertivo en que se dio a conocer la noticia, tuvo
entidad para poner en tela de juicio frente a la opinión pública el principio de
inocencia de la coactora, y ofender su honra y reputación” (fs. 2471).
Por otro lado, respecto de la pretensa violación al derecho a la
intimidad de las menores, el a quo consideró que para comprobar si existía o no
una injerencia ilegítima en este derecho debía valorarse si lo informado tenía un
interés público que justificara la intromisión en el ámbito reservado de las
personas. A su vez, interpretó que “cuando se trata de menores de edad la
protección es más intensa, pues se requiere que el medio garantice el anonimato”
(fs. 2472).
Destacó que, si bien no se había nombrado concretamente a las
niñas, al describir la filiación adoptiva de L. B. B. y al vincular a C. B. con las
noticias sobre el tráfico de bebés, se había revelado información que pertenecía a
la esfera de su intimidad y se habían brindado datos que permitieron su
identificación, lesionando este derecho. Finalmente, elaboró consideraciones
sobre la incidencia de la permanencia de las publicaciones en el sitio web del
diario y su impacto en la determinación del daño ocasionado.
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Frente a la ambigüedad del auto de concesión que no hizo
referencia a los agravios relativos a la arbitrariedad de sentencia, pero citó
dentro de las cláusulas cuestionadas al art. 18 de la Constitución Nacional, la
amplitud que exige la garantía de la defensa en juicio justifica considerar
aquellos, pues las deficiencias de la resolución mencionada no pueden tener por
efecto restringir el derecho de la parte recurrente (Fallos: 327:4227; 328:1390;
329:4044; 330:289).
Así entonces, los agravios deducidos con apoyo en la doctrina de
la arbitrariedad de sentencia, al estar referidos a la cuestión federal indicada,
quedan comprendidos en ella y, por ende, serán tratados en forma conjunta
(Fallos: 323:1625).
6°) Que no se encuentra controvertido que las notas periodísticas
objeto de controversia se refieren a la investigación judicial en torno a la
presunta sustracción de la niña R. C., hija de C. E. O. y H. C., que fue declarada
muerta en el hospital a los tres días de su nacimiento en 1997.
Tres meses después de dicha muerte, C. E. O. habría recibido un
llamado anónimo de una persona que sostuvo que su hija había sido apropiada.
A su vez, a raíz de otro mensaje anónimo recibido por un fiscal nacional, se
iniciaron una serie de investigaciones relacionadas con una presunta banda
dedicada a la sustracción y tráfico de bebés, entre ellas, una en la Justicia
Nacional de Instrucción de la Capital Federal y otra en el Fuero Criminal
Ordinario de Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires. Entre las personas
investigadas se señaló al entorno de una diputada nacional y a la coactora M. B.,
ex subsecretaria de la Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable
de la Presidencia de la Nación (conf. decreto 151/1998).
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321:667: 321:3170; 332:2559; 335:2090, entre otros). Ello así, pues esa posición
preferencial que ocupa la libertad de expresión no la convierte en un derecho
absoluto. Sus límites deben atender a la existencia de otros derechos
constitucionales que pueden resultar afectados por su ejercicio, así como a la
necesidad de satisfacer objetivos comunes constitucionalmente consagrados
(Fallos: 343:2211).
Asimismo, ante las tensiones entre el derecho al honor y la
protección de la libertad de expresión, esta Corte ha sostenido que esta última
goza de una protección más estricta siempre que se trate de publicaciones
referidas a funcionarios públicos, personas públicas o temas de interés público
por el prioritario valor constitucional que busca resguardar el más amplio debate
respecto de las cuestiones que involucran personalidades públicas o materias de
interés público como garantía esencial del sistema republicano (conf. doctrina de
Fallos: 316:1623; 327:183; 345:482).
8°) Que, en ese marco, el Tribunal desarrolló doctrinas
fuertemente tutelares del ejercicio de la libertad de expresión, particularmente en
materias de interés público. Tanto la doctrina “Campillay” (adoptada por esta
Corte en Fallos: 308:789 y desarrollada en numerosos precedentes posteriores)
como la doctrina de la “real malicia” (adoptada por esta Corte a partir de Fallos:
310:508 y reafirmada en diversos precedentes) constituyen estándares que
brindan una protección intensa a la libertad de expresión y que resguardan un
espacio amplio para el desarrollo de un debate público robusto (Fallos: 340
:1364; 345:482). De acuerdo con estas doctrinas la información falsa no genera
daño cuando se cumplan los recaudos allí desarrollados.
El estándar del precedente “Campillay” desliga de responsabilidad
a quien atribuye —de modo sincero y sustancialmente fiel— la información a
una fuente identificable (Fallos: 316:2416; 317:1448; 324:2419; 326:4285; entre
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que había sido llevada a realizar la extracción de sangre; sobre la vinculación
entre la Diputada [G.] y su hermana con [M. B.] y la posibilidad de que la hija
de esta última fuera [R. C.]” (fs. 2469) y afirmar asertivamente que fuentes
judiciales o los fiscales de la causa tenían esas dudas, y que la afirmación de la
existencia de tales dudas es falsa a pesar de no poderse “descartar ni afirmar”
que esos datos hubieran provenido efectivamente de tales fuentes (fs. 2470) —lo
que demostraría el incumplimiento del estándar sentado en el precedente
“Campillay” (Fallos: 308:789)—, ello no alcanzaba para concluir que la
demandada debía responder por los daños causados al honor de la actora. Al
contrario, como se desarrolló en los considerandos precedentes, en casos como
el de autos la cámara debió, además, analizar la responsabilidad de la recurrente
con base en el estándar de la real malicia.
Así pues, el a quo mencionó la existencia de esta doctrina, pero no
descartó su aplicación al caso ni efectuó razonamiento alguno para demostrar
que la demandada propaló la información falsa con conocimiento de la falsedad
o con una notoria despreocupación acerca de su verdad o falsedad.
En efecto, el fundamento brindado por la cámara para condenar a
la demandada fue que continuó expresando de modo asertivo la existencia de
dudas respecto de la intervención de M. B. en los delitos investigados, a pesar de
contarse con un examen de ADN —recibido por el juez marplatense el 30 de
mayo de 2000— que descartaba que C. B. fuese la niña supuestamente sustraída,
R. C. La fuente de estas sospechas eran las dudas que, según refirieron las
publicaciones, habrían tenido el juez y el fiscal, sobre la regularidad de tal
examen de ADN.
11) Que en las notas periodísticas respecto de las cuales el a quo
consideró no cumplido el estándar de “Campillay”, se destacó información que
habría llamado la atención de los investigadores y medios periodísticos, tales
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hija” C. B (fs. 4661/4667 del expte. 53.038). Esta resolución fue objetada por M.
B. en el marco de una acción de hábeas corpus, a la que hizo lugar la Cámara de
Apelación y Garantías en lo Penal de Mar del Plata el 26 de abril de 2001 (fs.
1140/1144). Finalmente, cabe agregar que esta investigación recién fue
clausurada por el juez de primera instancia en la resolución de fecha 6 de junio
de 2005 (fs. 6035/6060 del expte. 53.038), sentencia confirmada por la Sala
Tercera de la Cámara de Apelación y Garantías de Mar del Plata (fs. 6127/6146
del expte. 53.038), siendo desestimado el recurso extraordinario local por la
Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires el 19 de diciembre de 2007 (fs.
6237/6238 del expte. 53.038).
Por su parte, si bien consta en la resolución de fecha 10 de octubre
de 2001 dictada en la causa n° 60.305/98, que tramitaba por ante el Juzgado
Nacional en lo Criminal de Instrucción n° 34 de la Capital Federal, que el juez
nacional había declinado la competencia para entender en la “sustracción de la
menor que luego fuera inscripta como [C. B.] y su retención por parte de [M. B.]
y [O. B.]” (conf. fs. 1239), se siguieron disponiendo medidas probatorias
respecto de M. B. y O. B. en el marco de la investigación del hecho consistente
en la sustracción y comercialización de otros menores de edad. En ese contexto
se requirieron datos bancarios de M. B. y O. B., antecedentes sobre el
expediente sobre la filiación de L. B. B., informes migratorios de M. B., y
copias del expediente derivado de la denuncia de C. E. O. en Mar del Plata (fs.
1239/1247). Es más: el juez nacional explicó que el fiscal seguía investigando
los posibles delitos cometidos por M. B. (fs. 1244 vta.).
De estas circunstancias se colige que la realización del examen de
ADN, cuyo resultado que descartaba el vínculo genético entre C. B. y C. E. O.
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fue recibido por el juez Hooft el 30 de mayo de 2001, no fue suficiente para
disipar definitivamente el estado de sospecha que pesaba sobre M. B. en cuanto
a su intervención en la sustracción de R. C.
La existencia de datos objetivos que respaldaban este
mantenimiento de la duda sobre la inocencia de M. B., sumado al hecho de que
la demandada no ocultó la información que posteriormente terminaría
exculpando a M. B. —es decir, el resultado negativo de este examen de ADN
entre C. B. y C. E. O.—, constatan la inexistencia de real malicia por parte de la
demandada en las publicaciones cuestionadas. Ello, puesto que su conducta no
se muestra ni con animosidad hacia M. B. ni con una manifiesta
despreocupación respecto de la veracidad o falsedad de la información
propalada, sino que, más bien, guardan coherencia con la información disponible
al momento de cada publicación.
12) Que, por otro lado, en relación con el agravio relativo al
derecho a la intimidad de las niñas C. B. y L. B. B., esta Corte ha destacado que
el derecho a la privacidad —que incluye a la intimidad— encuentra su
fundamento constitucional en el art. 19 de la Constitución Nacional. Este
comprende no solo a la esfera doméstica, el círculo familiar y de amistad, sino
otros aspectos de la personalidad espiritual o física de las personas tales como la
integridad corporal o la imagen. Nadie puede inmiscuirse en la vida privada de
una persona ni violar áreas de su actividad no destinadas a ser difundidas, sin su
consentimiento o el de sus familiares autorizados para ello, y solo por ley podrá
justificarse la intromisión, siempre que medie un interés superior en resguardo
de la libertad de los otros, la defensa de la sociedad, las buenas costumbres o la
persecución del crimen (Fallos: 306:1892; 336:1324; 343:2211, entre otros).
Asimismo, de conformidad con los arts. 11 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, V de la Declaración Americana de los
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Derechos y Deberes del Hombre, 12 de la Declaración Universal de Derechos
Humanos y 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, nadie
puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada y en la
de su familia, gozando todas las personas del derecho a la protección de la ley
contra esas injerencias o esos ataques.
Además, de acuerdo al art. 16 de la Convención sobre los
Derechos del Niño el derecho a la intimidad posee una especial protección
respecto de los niños. En esta disposición se establece que: “1. Ningún niño será
objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia, su
domicilio o su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra y a su
reputación. 2. El niño tiene derecho a la protección de la ley contra esas
injerencias o ataques.”
A su vez, al momento de las publicaciones cuestionadas en autos
se encontraba vigente el art. 1071 bis del Código Civil —ley 340—, que
establecía la responsabilidad civil para el que “arbitrariamente se entrometiere
en la vida ajena, publicando retratos, difundiendo correspondencia, mortificando
a otros en sus costumbres o sentimientos, o perturbando de cualquier modo su
intimidad”.
De aquí se sigue que, según la ley vigente al momento de los
hechos analizados en autos, para analizar la licitud de las injerencias en la
intimidad de las personas debe determinarse si esta injerencia fue arbitraria. En
este sentido, se ha destacado que esta protección, en tanto entra en colisión con
el derecho a la libertad de expresión, debe limitarse a lo que resulta
estrictamente indispensable, para evitar así una injustificada restricción de la
libertad de prensa (doctrina de Fallos: 324:975; 345:482).
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Firmado Digitalmente por ROSATTI Horacio Daniel Firmado Digitalmente por ROSENKRANTZ Carlos Fernando
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