Tema 01
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Tema 01
6. Sentido de la filosofía
6.1.Conocimiento de todo cuanto hay
6.2.Conocimiento crítico
6.3.Conocimiento radical
6.4.Conocimiento fundado
6.5.Amor al saber
El ser humano, desde que existe, vive en un mundo ya dado, en un mundo que es anterior a él, y en el que
las realidades que lo componen, así como la mayor parte de las cosas que pasan, se producen sin que él
las haya previsto; son acontecimientos que no dependen de su voluntad. Por eso, desde siempre, para
poder sobrevivir, ha necesitado y necesita conocer el mundo en el que vive, pues solo de esa manera puede
saber a qué atenerse respecto de él.
Ahora bien, no todos los seres humanos se encuentran con el mismo mundo. Dependiendo del lugar y de la
época histórica en la que nazcan, el mundo de los humanos es muy diferente. El mundo en el que vivían los
humanos primitivos era la naturaleza misma, y con ella se relacionaban directamente. Para ellos, la
naturaleza era algo extraño, cambiante, hosco y duro en la mayoría de las ocasiones. Tanto las cosas que
estaban junto a ellos, como los acontecimientos que sucedían a su alrededor, se les presentaban como algo
misterioso, lleno de sorpresas, cuando no de peligros. Había temporadas en las que la caza era abundante,
el tiempo bonancible, y otras en las que no había caza, o en las que los ciclones o los tornados acababan
con todo lo que encontraban a su paso. En ocasiones las lluvias y el buen tiempo se sucedían de tal manera
que la cosecha era abundante y próspera, pero en otras, la falta de lluvia o las lluvias torrenciales la
destruían por completo.
Por eso, necesitaban desentrañar el enigma que para ellos era la naturaleza, ya que era en ella donde se
encontraban extraviados, era en ella donde se producían constantes alteraciones que no podían manejar a
su antojo y que les suponían facilidades o dificultades para sobrevivir. Lo único que podían hacer era
intentar conocerla para relacionarse con ella de forma adecuada y poder superar las dificultades que les
planteaba.
A los humanos actuales, sobre todo a los que viven en grandes ciudades, les resulta difícil entender esta
necesidad de orientarse en la naturaleza que para el primitivo era imprescindible. Las producciones
técnicas: las lavadoras, los coches, los aviones han interpuesto entre ellos y la naturaleza un medio artificial
y se relacionan con ese medio y no con la naturaleza misma. La relación que mantienen con la naturaleza
no es directa; está mediatizada por una creación suya, la técnica, que ha propiciado que desaparezcan
muchas de las dificultades y peligros que suponía la naturaleza para el humano primitivo.
Por eso, les resulta menos extraña, menos peligrosa, y también más fácil de entender, puesto que después
de varios siglos de desarrollo científico, poseen desde la infancia una serie de conceptos que les permiten
explicar lo que ocurre a su alrededor, aunque sea superficialmente. Solo cuando se producen catástrofes o
acontecimientos que se salen de lo cotidiano y provocan graves desastres -un terremoto de gran escala, un
ciclón, un tsunami...-, suelen aparecer actitudes que se acercan a la que los humanos primitivos poseían
habitualmente, y se vive la naturaleza como algo misterioso, peligroso, como un enigma que requiere ser
desvelado e interpretado.
También el ser humano se siente a sí mismo como un enigma -y en esto el primitivo y el actual son iguales-
ya que, a diferencia de los demás animales, que tienen la vida prácticamente programada por sus instintos,
se ve continuamente obligado a elegir, a tomar decisiones. El ser humano es consciente -en unas ocasiones
más que en otras- de que tiene que tomar las riendas de su propia vida y dirigirla hacia las metas que él
mismo se marque. Pero ¿hacia qué metas? La naturaleza, su naturaleza, su modo de ser, no se las impone.
Todo lo contrario; lo que le impone es la necesidad de tener que fijarse unas metas, la necesidad de tener
que elegir cómo va a vivir su propia vida.
El ser humano se encuentra siempre en un mundo en el que las cosas que están junto a él y los
acontecimientos que suceden a su alrededor, se le presentan como algo extraño, enigmático, lleno de
sorpresas cuando no de peligros.
En este sentido el ser humano ha sido y es un enigma para sí mismo. Porque ¿qué metas elige?
Indiscutiblemente no todas son iguales, no todas conducen a vivir de la misma manera, y por eso, para
elegir de forma adecuada, necesita tener una idea acerca de qué tipo de vida le puede hacer feliz, acerca de
qué es lo que le puede permitir llevar una «buena vida».
Ahora bien, si es verdad que el ser humano, desde siempre ha necesitado tener una idea sobre sí mismo y
sobre el mundo que le rodea, así como sobre lo que ocurre en él, también lo es que no siempre ha utilizado
los mismos instrumentos para interpretar el mundo y para interpretarse a sí mismo.
Hasta hace aproximadamente unos 2.500 años, para orientarse en el mundo, confiaba en la fe, en la
imaginación, en el valor de la tradición. Como consecuencia de confiar en estos «instrumentos» poseía
visiones de la realidad religiosas, mágicas, míticas..., que se caracterizaban porque lo que decían podía ser
verdad o no, pero no había forma de demostrar ni una cosa ni la otra.
Estas interpretaciones constituyen lo que se denomina pensamiento arcaico, teniendo en cuenta que el
término arcaico no conlleva matiz alguno peyorativo. O, por lo menos, no tiene porqué llevarlo. Significa
simplemente antiguo, sin más. De hecho, durante varios miles de años, le sirvieron al ser humano primitivo
para clarificar el mundo de su experiencia e introducir en él un orden y saber cómo comportarse. Además, a
su sombra, se realizaron grandes progresos en la agricultura, los transportes, la organización social, etc.
El pensamiento arcaico:
a) Era, en primer lugar, un pensamiento infundado; se limitaba a hacer afirmaciones pero sin
fundamentarlas, sin demostrarlas de manera alguna; lo que afirmaba podía ser verdad o no, pero no había
forma de probar ni su verdad ni su falsedad. En los mitos griegos, por ejemplo, se afirmaba que los rayos
que caían sobre la tierra tenían su origen en la cólera de Zeus, pero no se daba razón alguna de por qué era
así; simplemente se afirmaba.
b) Era, también, un pensamiento acrítico; no daba razones de sí mismo; no explicitaba ni analizaba su
propia metodología; no se planteaba si el camino que seguía para llegar a realizar sus afirmaciones era un
camino adecuado o no. Los griegos nunca se plantearon investigar si los instrumentos que utilizaban para
llegar a afirmar que Zeus era el origen de los rayos, o cualquiera de las otras afirmaciones que se hacían en
los mitos, eran adecuados para realizar ese tipo de afirmaciones.
c) Era, además, un pensamiento de carácter antropomórfico; para explicar el mundo, los humanos
primitivos proyectaban sobre él sus propias motivaciones y vivencias y, como consecuencia de ello, todo los
acontecimientos que ocurrían a su alrededor, la lluvia, el buen tiempo, la caza abundante, la cosecha
desastrosa..., se convertían en acciones producidas por unos seres, los dioses, que eran «como los
hombres» pero con mucho más poder. Zeus, el padre de todos los dioses, poseía un poder casi ilimitado,
pero su forma de comportarse era como la de los humanos. Como ellos, tenía afectos, y si estos eran
positivos trataba bien a los que se los provocaban, mientras que si eran negativos los perseguía y
castigaba.
d) Y, por último, era un pensamiento emocionalmente comprometido; todos los hechos, al ser producidos
por los dioses, mantenían una relación directa con los seres humanos, que eran incapaces de objetivarlos,
de distanciarse de ellos para explicarlos, puesto que les afectaban, les comprometían. La lluvia, por
ejemplo, no era un fenómeno atmosférico que se pudiera investigar para averiguar si estaba sometida a
leyes, sino el producto gratuito de los dioses que la enviaban cuando querían y porque querían.
Como consecuencia de estas características, el pensamiento arcaico no analizaba los hechos como
conceptos susceptibles de ser definidos y relacionados unos con otros en teorías, sino que los
personalizaba, los veía como producidos por espíritus o dioses, que eran como los seres humanos, y que
como ellos estaban provistos de personalidad y voluntad propia, aunque poseían mucho más poder. El ser
humano que vivía inmerso en este pensamiento, cuando pretendía vivir bien, trataba de obtener el favor de
los dioses mediante cultos y ofrendas y, cuando se sentía angustiado por el futuro, trataba de conocer las
intenciones de esos seres de los que dependía mediante diversas técnicas de carácter adivinatorio.
En el siglo VI a. C. la distinción entre filosofía y ciencia no era tan precisa como lo es en la actualidad. Los
primeros filósofos fueron también los primeros científicos -Tales de Mileto, además de ser el primer filósofo
conocido, predijo un eclipse de sol, y cultivó las matemáticas como se puede ver por el teorema que lleva su
nombre- y no tenían conciencia de hacer cosas distintas al hacer ciencia y al hacer filosofía.
En el mundo griego, la diferencia fundamental entre la filosofía y la ciencia radicaba en el objeto que
estudiaban; la filosofía se ocupaba de la totalidad, de la realidad como un todo, y las ciencias de áreas, de
parcelas de esa realidad: los números, las figuras geométricas, los astros, etc. Ahora bien, el instrumento
utilizado para estudiar esos objetos diferentes era, sin embargo, el mismo: la razón. Una razón, además,
que a la hora de sacar conclusiones se apoyaba en lo que ella misma decía sobre las cosas, sin tener en
cuenta la observación, lo que captaban los sentidos. El pensamiento griego, en general, valoró
negativamente el conocimiento sensible. Se pensaba que los sentidos no eran de fiar, que la verdad solo se
descubría siguiendo a la razón.
Dejando de lado algunos momentos y algunos filósofos que pensaron de diferente manera, las relaciones
entre la ciencia y la filosofía se mantuvieron dentro de esas mismas líneas hasta la llamada «revolución
científica» que va de los siglos XVI al XVIII, es decir, de Copérnico a Newton.
A partir de esta época, para estudiar la naturaleza, para estudiar la realidad y sus diversas partes, se
comenzó a utilizar el llamado «método experimental». Este método se basa también en la razón, pero no en
una razón que se apoya en las ideas que ella misma posee sobre las cosas, sino en una razón que parte de
la observación y trata de explicar racionalmente los hechos observados. La racionalidad científica toma,
pues, un rumbo diferente al que había adoptado al nacer en Grecia, y este nuevo rumbo le proporciona
además un desarrollo insospechado, como se ha comprobado en los siglos XIX y XX.
De hecho, en la actualidad, cuando se habla de ciencia se hace referencia normalmente solo a las ciencias
que se elaboran siguiendo esa forma de razonar, a las experimentales: física, química, medicina,
astronomía..., y es así como vamos a utilizar el término al hablar de las características del conocimiento
científico.
El hecho de que la cultura occidental lleve varios siglos viviendo inmersa en un pensamiento racional, no
debe llevar a despreciar o a infravalorar el pensamiento arcaico considerándolo como algo erróneo que, por
suerte para el ser humano actual, ya ha desaparecido. Es cierto que debe ser superado puesto que su
característica fundamental es que carece de cualquier posibilidad de crítica, al no fundamentar sus
afirmaciones, pero el que algo deba ser superado no quiere decir que deba ser despreciado. Por varias
razones.
En primer lugar, porque el pensamiento arcaico desempeñó un papel crucial para los humanos primitivos y
los que lo usaron fueron tan humanos como los humanos actuales y tuvieron las mismas necesidades, las
mismas tendencias y el mismo deseo de vivir bien y de ser felices. Gracias a él, y durante miles de años, los
humanos antiguos se explicaron lo que ocurría a su alrededor, decidieron cómo tenían que vivir y, al hacerlo,
se sintieron tranquilos y satisfechos. Es cierto que no poseyeron las «comodidades» que la ciencia, o con
más precisión, el desarrollo tecnológico ha proporcionado al hombre actual. Pero ¿fueron, por eso, menos
felices? ¿No es de eso de lo que se trata? ¿Se es más feliz por vivir rodeado de más comodidades?
Además, y aunque pueda parecer lo contrario, el pensamiento arcaico no ha desaparecido del todo ni
siquiera en el siglo XXI. Una nueva forma de pensar nunca desplaza del todo a la anterior y, por eso, el
pensamiento arcaico sigue influyendo hoy en día. En una comparación muy acertada dice el filósofo español
Jesús Mosterín al hablar del tema: «Nuestra manera de pensar en un momento dado consta de muchos
estratos, como una cebolla (...algunas) capas representan estratos arcaicos de pensamiento, seguidas de
capas más externas de pensamiento filosófico y científico». La persistencia de este tipo de pensamiento se
puede apreciar claramente, como señala el mismo autor, en la importancia que en el mundo actual poseen
determinados movimientos religiosos y nacionalistas que poseen básicamente un pensamiento de carácter
arcaico. Otro lugar donde pervive el pensamiento arcaico es en nuestros sueños, así como en las visiones
de místicos y poetas.
Los primeros filósofos griegos, entre los que hay que destacar a Tales de Mileto -el primero de todos ellos-,
a Parménides y a Heráclito, identificaban la realidad con la naturaleza, puesto que la naturaleza era su
mundo y su mayor enigma, y sobre ella centraron sus investigaciones. La filosofía de esta época se puede
calificar de cosmológica.
En el siglo IV a. C., y con Sócrates, Platón y Aristóteles, la filosofía dio un giro radical y se centró en el ser
humano. De cosmológica, pasó a ser antropológica, lo cual no quiere decir, sin embargo, que se olvidara
de la naturaleza, pero su estudio pasó a un segundo plano. Como estos filósofos estaban vinculados
estrechamente a la aristocracia griega, una aristocracia que no necesitaba trabajar para vivir -para eso
estaban los esclavos-, su visión del ser humano fue una visión «elitista», en la que la virtud se identificaba
con el conocimiento, con la sabiduría.
En el siglo III a. C., y coincidiendo con la desaparición de las polis griegas que perdieron su independencia
al ser conquistadas por el Imperio macedónico de Filipo y de Alejandro Magno, la filosofía siguió centrada en
el ser humano. Ahora bien, como los griegos habían perdido la independencia y la libertad que había estado
en la base del pensamiento anterior, lo que trató de hacer la filosofía fue proporcionarle «consuelo» para
que viviera feliz a pesar de su situación. Epicuro y Zenón fueron los pensadores más representativos de las
filosofías de esta época, que pervivieron hasta el final de la Edad Antigua.
La Edad Media es una época en la que la religión cristiana se encuentra en el centro de una cultura
eminentemente geocéntrica que considera a Dios como el origen del universo y que sostiene que toda la
realidad, incluido el ser humano, está orientada y encuentra su sentido en el cumplimiento de la voluntad
divina. Ya no se considera que la filosofía sea el instrumento adecuado para señalarle al ser humano cómo
debe vivir -para eso está la fe-, sino que se la ve como un instrumento para profundizar en el contenido de la
fe, para conocer con mayor profundidad lo que dice la fe, que es la verdad. La filosofía se convierte en esta
época en la esclava de la teología.
El problema del que más se ocupan los filósofos de esta época, entre los que destacan Agustín de Hipona,
en el siglo V, y Tomás de Aquino en el XIII, es el de conciliar la fe con la razón.
Dentro de esta época histórica y para poder entender la evolución de la filosofía en la misma tenemos que
hablar en primer lugar del humanismo renacentista. El siglo XV se caracteriza porque en él el ser humano
vuelve a ocupar el puesto central de la cultura. Si en el mundo medieval el ser humano había estado
subordinado a Dios, en este siglo vuelve a convertirse en el «rey» de la creación. Un ser humano, además,
en el que se confía plenamente. Se piensa que sus capacidades, especialmente la razón, son inmensas.
También hay que tener en cuenta que, en esta época, se comienza a utilizar el método experimental y nace
la ciencia moderna. La nueva física, que es la primera ciencia en desarrollarse con este método, posee una
visión heliocéntrica del universo y sostiene que el geocentrismo que se había mantenido hasta ese
momento era erróneo. Las consecuencias de este hecho son muy importantes y marcan el rumbo a la
filosofía moderna.
Los pensadores de la época se dan cuenta de que la humanidad había estado equivocada en su forma de
ver el universo, se dan cuenta de que las posiciones que se habían sostenido hasta ese momento eran
erróneas. Esto provoca en ellos el miedo al error, el miedo a equivocarse también. Este es el motivo por el
que la filosofía moderna se plantea como primer y más importante problema el del conocimiento. Antes de
ponerse a pensar sobre la realidad, trata de determinar cómo hay que pensar para no equivocarse. La
experiencia histórica del error y el miedo al mismo, condicionan el punto de partida de la filosofía moderna.
Ahora bien, al señalar cómo hay que pensar para no caer en el error, la filosofía moderna se divide en dos
grandes corrientes.
La filosofía racionalista, que se inicia con Descartes en el siglo XVII, y que toma como dato incuestionable y
punto de partida la existencia del pensamiento, la existencia de la conciencia, «pienso luego existo», y la
filosofía empirista, cuyos representantes más importantes son Locke y Hume, en los siglos XVII y XVIII, que
tratan de elaborar su pensamiento basándose exclusivamente en los datos que proceden de los sentidos,
apoyándose en la experiencia sensible que se convierte en el criterio de verdad.
En los últimos años del siglo XVIII, el filósofo alemán Immanuel Kant va a tratar de sintetizar estas dos
corrientes filosóficas tan diferentes haciendo participar al sujeto humano que conoce en la elaboración de lo
que conoce. Lo que los humanos conocen no es la realidad «en sí», que es incognoscible, el noúmeno, sino
la realidad «para mí», el fenómeno.
La filosofía en los dos últimos siglos se caracteriza, sobre todo, por su fragmentación. Las corrientes
filosóficas, desde el idealismo de Hegel, que marca el comienzo del siglo XIX, y que reduce la realidad a la
conciencia, hasta las llamadas filosofías posmodernas de signos muy diferentes que coexisten en la ac-
tualidad sin pretensiones de verdad absoluta y sin aceptar explicaciones únicas y cerradas de la historia.
Por citar algunas de las más importantes, hay que hablar en el siglo XIX del positivismo de Auguste Comte
(1798-1857), que propone atenerse a los hechos y estudiar las leyes que los relacionan, del materialismo
histórico de Carlos Marx (1818-1883), que defiende que la historia de la humanidad es la historia de la
lucha de clases, lucha que terminará con el triunfo del proletariado y la instauración de la sociedad
comunista, del vitalismo de Nietzsche (1844-1900), que recibe el nombre porque hace de la «vida» la
realidad más valiosa y el centro de la reflexión filosófica, y de la fenomenología de Husserl (1859-1938),
que trata de volver a las cosas y romper el aislamiento de la conciencia al que había conducido el idealismo.
El siglo XX comienza con el neopositivismo y la filosofía analítica de Wittgenstein (1889-1951), que va a
ser una de las corrientes filosóficas más importantes del siglo, y que despreciando toda suerte de metafísica
utiliza el análisis lógico como instrumento para conocer la realidad. También es importante la Escuela de
Fráncfort, que se inicia con Adorno (1903-1969), que pensaba que, frente al modo de operar tradicional de
las sociedades de épocas anteriores, se había impuesto en Occidente en el último siglo el uso mayoritario
de la «razón instrumental», y en esta imposición se encontraba el origen de todos males que le aquejaban.
Y, por último, dejando de lado muchas filosofías actuales en el tintero vamos a mencionar el
existencialismo, cuyo representante más importante es Jean Paul Sartre (1905-1980), que sostiene que el
ser humano primero nace y luego se hace, por lo que no posee una esencia previa. En España hay que
destacar a José Ortega y Gasset (1883-1955), que propone centrar la reflexión filosófica y la propia vida, por
lo que su filosofía se puede calificar de raciovitalista.
En su origen, se entendía la filosofía como el esfuerzo metódico del pensamiento que trata de construir
una teoría universal y racional sobre la realidad. Hoy sabemos que esta definición tiene algunos
inconvenientes, y no existe una definición única de filosofía sobre la que la mayor parte de los filósofos
estén de acuerdo.
En cualquier caso, la filosofía ha tenido siempre como una de sus metas esenciales satisfacer el deseo
intelectual de obtener un conocimiento coherente, racional y unificado de nuestra existencia y del mundo.
Nuestros conocimientos o nuestras creencias los hemos aprendido en su mayor parte de nuestros mayores,
por la tradición o por la propaganda, de acuerdo con lo que piensa todo el mundo, etc. Pero muchas
personas no se conforman con esto, sino que necesitan ordenar con coherencia y fundamentar
racionalmente sus convicciones e ideas, su concepción del mundo, su sistema de valores y sus propias
nociones acerca de qué se puede saber. Este empeño de la filosofía se conoce tradicionalmente como
filosofía teórica o uso teórico de la razón.
Desde su nacimiento, este carácter teórico de la filosofía se ha puesto de manifiesto en una aproximación
completamente desinteresada a la realidad. En principio, la filosofía no busca la verdad para poder hacer
con ella tal o cual cosa, sino, sencillamente, porque es la verdad.
Para ejemplificar este carácter teórico de la filosofía, Pitágoras comparaba las distintas actitudes que se
pueden adoptar ante la vida con las que asumían quienes asistían a las Olimpiadas que se celebraban en la
antigua Grecia. Unos -decía Pitágoras- asisten a los Juegos para participar en las competiciones; otros van
para vender cosas y hacer negocio, pero otros van solo para mirar lo que sucede. Pues bien, esta actitud de
querer saber lo que sucede, simplemente por la curiosidad de saberlo, era lo propio del filósofo.
Por consiguiente, se impone la necesidad de subdividir la filosofía en una serie de disciplinas, de modo que
cada una de ellas se ocupe de encontrar respuestas a las cuestiones relacionadas con la realidad, el
conocimiento, nuestra esencia humana o con nuestra conducta individual y social.
5.1.Metafísica y gnoseología
La teología, como parte de la filosofía, se diferencia claramente de la teología que presenta un fundamento
religioso. La primera emplea únicamente argumentos racionales. Incluso puede llegar a la conclusión de la
inexistencia de Dios, hecho que no ocurriría nunca en una teología revelada. La teología de fundamento
religioso se apoya en la revelación divina para justificar una explicación de Dios y de la realidad como su
Creación.
La gnoseología se ocupa de nuestro conocimiento de la realidad. Analiza las posibilidades y los límites del
saber humano, los distintos métodos que empleamos para conocer, y cómo la razón y los sentidos
contribuyen a la construcción de nuestro conocimiento.
Como la metafísica, la gnoseología también se subdivide en áreas de investigación:
Con frecuencia, gnoseología y epistemología se utilizan como sinónimos. Nosotros hemos preferido
reservar el término epistemología para el estudio del conocimiento científico (episteme, en griego significa
«ciencia»), mientras que la gnoseología se ocuparía del conocimiento en general, incluyendo el científico y
el no científico. Así, al resaltar el carácter globalizador del término gnoseología, podemos incluir en él a la
lógica.
5.2.Antropología
La antropología es la disciplina encargada del estudio del ser humano (en griego, anthropos, significa
«hombre»).
Es posible estudiar al ser humano desde distintas perspectivas: como ser social, como animal, desde el
punto de vista de su salud, etc. La antropología intenta comprender qué posee el ser humano de específico,
qué nos permite diferenciarlo de otros animales; es decir, intenta averiguar qué nos hace verdaderamente
humanos.
La antropología física se ocupa de analizar los rasgos anatómicos y fisiológicos del ser humano
que ejercen una mayor influencia en la diferenciación respecto de otros animales. Por ejemplo,
presta especial atención al tamaño de la cavidad craneal y a la bipedestación, puesto que ambas
características parecen haber sido determinantes en el desarrollo de la inteligencia humana.
También estudia la evo#lución de la especie humana a partir de los restos fósiles.
La antropología social o cultural centra su atención en la tendencia natural del ser humano a vivir
en sociedad. Analiza las peculiaridades de las distintas formas de organización social, las relaciones
de parentesco, etc., a lo largo de la historia de la humanidad. También estudia la cultura concebida
como el producto de la acción humana, cómo llega a convertirse en su segunda naturaleza y acaba
resultando, incluso, más relevante que la primera.
La antropología filosófica es la única de la tres que es verdaderamente una disciplina filosófica,
como apunta su propio nombre. A diferencia de las otras, intenta ofrecer una visión global del ser
humano y, para ello, se nutre de los resultados que le proporcionan la antropología física y la social,
y los utiliza como datos a partir de los cuales construir una reflexión filosófica que dé respuesta a la
pregunta sobre qué es el ser humano. Esa reflexión habrá de tomar en consideración asuntos tales
como la conciencia que el ser humano tiene de la propia muerte, la experiencia de la libertad y la
consecuente responsabilidad sobre sus actos que se deriva de la posibilidad de elegir qué hacer y
qué no hacer.
Recordemos que la filosofía se divide en una parte teórica y otra práctica. La primera intenta comprender
cómo es la realidad. La segunda se encarga de orientar nuestra conducta y se subdivide en ética, estética y
filosofía política.
La ética busca un fundamento racional a nuestra conducta moral, es decir, intenta averiguar en qué consiste
el bien y qué principios racionales inspiran las normas morales en las que debemos basarnos para guiar
nuestra conducta.
La ética no intenta proponer unas normas de conducta; esta es una labor de la moral. La ética se ocupa,
precisamente, de estudiar la moral. Esta última es un saber de primer orden que intenta responder a la
pregunta ¿qué debo hacer aquí y ahora? La ética, por su parte, es un saber de segundo orden que se
ocupa de preguntas del tipo ¿cómo puedo llegar a saber de forma general qué debo hacer en cada
ocasión?
La estética se centra en buscar un fundamento filosófico, un significado, a la existencia misma del arte. Con
este fin, intenta, en primer lugar, aclarar qué es la belleza para, posteriormente, explicar en qué consiste la
experiencia singular que los seres humanos tenemos cuando nos encontramos ante ella.
A veces, cuando oímos una melodía, contemplamos un cuadro o vemos una película, experimentamos una
sensación única que podemos denominar «experiencia estética». ¿Qué es esa sensación? y ¿qué es la
belleza que la provoca? son las preguntas que trata de responder la estética concebida como disciplina
filosófica.
La filosofía política, por último, se dedica al estudio racional de las relaciones de poder a través de la
reflexión sobre las leyes y la justicia, la autoridad y las distintas formas de gobierno, tratando de establecer
cuáles de ellas son más justas y, por tanto, preferibles.
Uno de los temas centrales de esta disciplina filosófica es la investigación sobre el origen y la legitimidad del
poder político que ejercen quienes gobiernan: de dónde emana ese poder y qué les da derecho a los
gobernantes a ejercerlo.
Desde el origen de la Modernidad hasta nuestros días, han surgido y se han desarrollado nuevas áreas de
conocimiento que, con el tiempo, han ganado en profundidad y complejidad. La labor de la filosofía con
respecto a esos nuevos saberes ha consistido en proporcionar un sentido unitario a la investigación que
llevaban a cabo: hacer posible que podamos contemplarlas en su globalidad.
Dado que resulta imposible ocuparse en este espacio de todas las disciplinas filosóficas, nos referiremos
aquí solo a algunas a modo de ejemplo:
Filosofía del lenguaje. La lingüística estudia el lenguaje y sus elementos integrantes: las palabras
y las oraciones. La filosofía del lenguaje se ocupa de la relación que existe entre esos elementos y
la realidad.
Filosofía de la historia. La historia se dedica a conocer o exponer los hechos acaecidos. La
filosofía de la historia se pregunta si existe un sentido, un objetivo hacia donde apuntan esos
hechos. También se interesa por cómo el historiador influye en el testimonio que ofrece de los
hechos acaecidos.
Filosofía del derecho. Se interesa por el fundamento último del hecho jurídico, ya sea la firma de
un contrato o una sentencia dictada por un juez. También in#vestiga los valores sobre los que
descansa un determinado ordenamiento jurídico; valores como pueden ser el respeto a la vida o a la
propiedad privada.
6.Sentido de la filosofía
Para tratar de entender adecuadamente el sentido de la filosofía vamos a analizar sus características
fundamentales relacionándolas con las del conocimiento científico.
6.2.Conocimiento crítico
El conocimiento científico es crítico ya que realiza un proceso de análisis, al reducir el sector de la realidad
que ha acotado a sus elementos más pequeños, para, después, sintetizar o reconstruir la realidad que le ha
servido de punto de partida, obteniendo de esta manera un conocimiento profundo de la misma. El físico,
por ejemplo, para estudiar la materia trata de descubrir cuáles son sus componentes más pequeños:
átomos, neutrones, protones..., y el químico reduce toda la realidad a poco más de cien elementos. Sin
embargo, el nivel crítico de la ciencia es un nivel «limitado», puesto que necesita apoyarse en unas
hipótesis que no somete a crítica. El científico, por ejemplo, no se cuestiona si existe o no la realidad, ni si el
método que utiliza para estudiarla permite conocerla tal como es o si la ciencia tiene límites. Para poder
hacer ciencia se necesita dar por supuestas estas y otras muchas hipótesis.
Por su parte, la filosofía es también crítica, pero su nivel crítico es más «profundo» puesto que renuncia a
apoyarse en ningún supuesto, en ninguna verdad, que no haya probado previamente.
6.3.Conocimiento radical
La ciencia se ciñe a los hechos, a los fenómenos, y los estudia tratando de descubrir sus relaciones, para
así poder prever lo que va a ocurrir y si es posible, modificarlo. Por eso, precisamente, los conocimientos
científicos son aprovechables y sirven para satisfacer muchas de las necesidades de los humanos ya que,
basándose en ellos, es posible intervenir en la naturaleza y manejarla en beneficio propio.
A la ciencia no le preocupa saber cuál es la naturaleza auténtica de lo real, ni cuál su valor, ni si tiene
sentido o si carece de él. Las preguntas sobre qué es auténticamente la realidad quedan al margen de la
ciencia, que no es, ni pretende ser, un saber que proporcione un conocimiento que recoja de manera fiel lo
que es la realidad. La ciencia proporciona simplemente un conocimiento «simbólico» de la misma y prueba
de ello es que en muchos momentos históricos existen teorías diferentes acerca de partes de la naturaleza
-como por ejemplo las teorías sobre la luz- todas ellas igualmente adecuadas, igualmente científicas, y se
sigue, normalmente, aquella que, por motivos prácticos, resulta más eficaz.
Las teorías científicas son como los mapas de un territorio, y, como ellos, describen la realidad simplemente
para que esta pueda ser manipulada, utilizada. Solo contactan con la realidad en los experimentos y estos
no son sino manipulaciones del hombre mediante las cuales interviene en la naturaleza, obligándola a
responder de una determinada manera. Los conocimientos científicos no son, pues, un correlato de la
realidad, sino interpretaciones de la misma, y la perspectiva en la que se sitúa al estudiar la realidad se
puede decir que es superficial, por lo menos si se la compara con la de la filosofía.
Porque, efectivamente la perspectiva de la filosofía al enfrentarse con la realidad es más radical. La
reflexión filosófica se coloca siempre en una perspectiva de «problemas últimos», de problemas de «valor»,
de «sentido». No le preocupa cómo funcionan las cosas, sino cuál es su valor, si poseen o no un sentido y
cuál es este, ya que de la contestación a estas preguntas depende lo que vaya a hacer el ser humano con
su libertad.
6.4.Conocimiento fundado
El conocimiento científico posee el rigor del razonamiento deductivo, puesto que sus conclusiones se
obtienen mediante inferencias precisas y, además, esas mismas conclusiones, o al menos algunas de ellas,
se confirman por medio de experimentos. Las afirmaciones científicas se relacionan unas con otras
sistemáticamente constituyendo teorías, y algunas de sus afirmaciones coinciden con lo que ocurre en la
realidad como se puede comprobar mediante experimentos. Por muy coherente y atractiva que resulte una
teoría científica, si la realidad no responde confirmando algunas de sus afirmaciones, si estas no pueden ser
contrastadas empíricamente, la teoría tiene que ser abandonada.
Las afirmaciones filosóficas, sin embargo, no se pueden contrastar con la realidad en el experimento. La
perspectiva en la que se sitúa la filosofía a la hora de dar cuenta de la realidad no lo permite. Sin embargo,
eso no quiere decir que no sean racionales. Las afirmaciones filosóficas son racionales en la medida en que
se apoyan en argumentos, en la medida que el que las mantiene es capaz de dar cuenta de ellas, de
fundamentarlas, de dar las razones de por qué piensa de esa determinada manera.
6.5.Amor al saber
Y, por último, el conocimiento científico es intersubjetivo. Como las afirmaciones científicas están avaladas
por la experiencia, cualquier sujeto que posea los medios necesarios puede realizar los experimentos que
confirman las teorías científicas y, por eso, la ciencia, en la actualidad, es global y transmisible. La ciencia
que se enseña y se practica en todos los centros docentes y en todos los centros de investigación del
mundo es la misma, cosa que nunca había ocurrido en la historia anteriormente con ninguna otra creación
cultural.
La filosofía, por su parte, más que un saber es, como indica la etimología de su nombre, un «amor al
saber», una tensión, un eros -en sentido platónico- hacia el conocimiento. La respuesta que dio Sócrates a
la pregunta de unos discípulos suyos nos puede ayudar a entender esta característica de la filosofía.
Sócrates acostumbraba a decir que no sabía nada. Unos discípulos suyos, en un viaje a Delfos, habían
preguntado al oráculo quién era la persona más sabia de Grecia. El oráculo les había contestado que la
persona más sabia era Sócrates. Cuando le contaron esto a su maestro y le preguntaron si el oráculo se
equivocaba, este les contestó que era posible que el oráculo tuviera razón y él fuera el hombre más sabio
de Grecia porque, siendo consciente de que no sabía nada, intentaba aprender, mientras que los demás, no
sabiendo nada, creían saber y, por lo mismo, no se preocupaban de aprender. En este sentido la filosofía
nunca sabe, siempre quiere saber más, nunca se da por satisfecha, siempre se cuestiona, siempre se hace
preguntas.
De hecho, la historia de la ciencia está plagada de teorías científicas, algunas además con mucho prestigio,
que han tenido que ser abandonadas y sustituidas por otras, al aparecer nuevos hechos que quedaban sin
explicar en esas teorías, o al descubrir hechos que las contradecían. Un estudioso de la ciencia del siglo
XX, Karl Popper, afirma, a este respecto que «las teorías científicas son provisionales para siempre».