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Diplomado en Tanatología

Instituto Nacional de Neuroeducación


Formación Especializada y Científica a Docentes
Tipificación de la persona ante el duelo 4
LAS PERDIDAS Y SU DUELO

Factores predictores de duelo de riesgo

Son circunstancias que harán más difícil la elaboración del duelo: • Circunstancias
alrededor de la muerte. Muerte repentina o inesperada. Pérdida ambigua. Muertes
traumáticas de la muerte (suicidio, asesinato, etc.). Pérdidas múltiples. Muerte de
un niño, de un joven. • Relación con la persona fallecida. Relación de ambivalencia.
Relación simbiótica. Relación de gran dependencia. • Personalidad, antecedentes
y características del deudo. Pérdidas previas no resueltas, deudo niño o
adolescente, antecedentes de depresión y otros trastornos psicológicos, falta de
habilidades sociales, baja autoestima. • Contexto sociofamiliar. Ausencia de red
social de apoyo, problemas económicos, hijos pequeños que cuidar. Si bien es
cierto que no todo proceso de duelo requiere de una intervención profesional y que
la gran mayoría de las personas pueden adaptarse a la vida de nuevo a pesar de la
pérdida, numerosos estudios han relacionado las muertes cercanas con
alteraciones de la salud de quienes la sufren. En un estudio reciente sobre la
incidencia de duelos de riesgo en familiares de primer grado (cónyuge o conviviente,
padres-madres, hijos-hijas) en una unidad de cuidados paliativos se constató que le
24% de los familiares estudiados era susceptible de un duelo de riesgo. Creo muy
interesante de cara al trabajo clínico con personas en duelo, tener en cuenta
algunas de las conclusiones a las que llegan autores que han investigado sobre el
duelo y que ponen en cuestionamiento la concepción clásica desde el ámbito clínico
e investigador. En estos estudios nos recuerdan que: • Un gran número de personas
presenta reacciones de tristeza de muy diversa intensidad, y que las reacciones
más profundas no deberían recibir el diagnóstico de “ depresión” . • Un número no
desestimable de personas necesita más tiempo para recuperarse del que nuestra
cultura define como normal. Por consiguiente el afrontamiento de la pérdida de un
ser querido parece requerir un lapso temporal más variado y, en consecuencia, más
flexible del que ha venido estipulándose. • Algunas personas necesitan hablar y
expresar sus sentimientos sobre la pérdida en mayor medida y durante más tiempo
que otras. La regla social de que es inapropiado manifestar sentimientos negativos
fuera del periodo acotado por la cultura, priva a estas personas de satisfacer su
necesidad; si además, tratan de ocultar su malestar para no verse rechazadas o
para no sentirse incomprendidas por las demás personas y no lo logran, pueden
llegar a pensar que no son normales o incluso que están desarrollando una
enfermedad mental. • Un cierto número de personas nunca asume la pérdida con
serenidad, aunque haya transcurrido mucho tiempo desde la muerte de su ser
querido, y compatibiliza sus sentimientos sobre la pérdida con una vida normal. Esto
se observa con más frecuencia en los casos de muerte repentina, accidental o
violenta, en los cuales se suscitan con mayor facilidad sentimientos de injusticia, y
es una reacción que no hay que asociar necesariamente a una patología. • El
afrontamiento de la pérdida de un ser querido presenta un carácter complejo que,
en absoluto puede verse reducido a la consecución de un desligamiento afectivo y
mental con respecto a la persona desaparecida. Es un hecho constatado que
muchas personas, aunque no nieguen la muerte de la persona fallecida, continúan
hablando con ella durante mucho tiempo, incluso en ocasiones a lo largo de toda la
vida, sin que ello indique necesariamente la existencia de una patología psíquica ni
la detención de la recuperación. Por el contrario, en la mayoría de estos casos, tales
manifestaciones de su vínculo con esa persona parecen reconfortarlas y alentarlas
a seguir viviendo. (Cabodevilla, 2007)

EL DUELO Y LAS ETAPAS DE LA VIDA

El duelo en la vejez

Esta es una etapa caracterizada por la acumulación de pérdidas tanto internas como
externas. El duelo por viudedad, añade ahora características especiales, puede
aumentar la soledad, al mismo tiempo que la necesidad de figuras de apoyo o la
dependencia de éstas, la sensación de desamparo. Es posible reiniciar una nueva
etapa aunque ello está muy condicionado por las circunstancias externas y el estado
de salud. Lo, habitualmente prolongado de la relación perdida configura la
posibilidad de resituación y como en todas las edades, el tipo de vínculo tiene una
repercusión, aquí matizada por la larga trayectoria de éste. En un anterior trabajo
sobre la depresión en ancianos, se identificó las pérdidas familiares, como
desencadenante, en un 20% de los casos. La evolución de la patología depresiva
estaba relacionada con el estado de salud y el apoyo familiar. En los casos de
persistencia de un medio hostil, sin capacidad de sostén, la evolución era muy
desfavorable. J. Rallo señala que la reacción ante las pérdidas, en todos los
órdenes, está condicionada por la personalidad y la biografía, pudiendo ser
encajadas o adoptar una actitud depresiva ante la vida; cuando los déficits e
incapacidades se hacen más prolongados e irreversibles, la dependencia,
segregación y rechazo del medio, complican la evolución. El enfoque terapeútico
debe tener muy en cuenta el ambiente familiar o sustitutivo, así como los ideales,
habilidades e intereses previos que condicionan esta reacción. Por ello se debe
intentar mantenerlas, actualizarlos, acomodarlos o hacerlos surgir. Simone de
Beauvoir ha descrito la fenomenología de estos sentimientos de duelo en "La vejez".
Afirma que un anciano es alguien que tiene muchos muertos ante si; más que
nunca, en esta etapa, se evidencia la idea sartriana manifestada en "El ser y la
nada" de que "el futuro no se deja alcanzar, se desliza al pasado como antiguo
futuro". En la ancianidad, los duelos por los parientes o amigos de la misma
generación hacen perder una parte del pasado compartido. La muerte de los más
jóvenes, lógicamente, se viven más en estas edades, como la de los hijos, e incluso
los nietos... a los que se había criado o cuidado, actúa cerrando las esperanzas de
futuro depositadas en ellos. El horizonte de la muerte se presentifica más cercano
en las pérdidas de esta etapa, aunque se adivine en todas. Clínicamente puede
observarse que, a pesar de todo la mayoría de las veces, el duelo no se convierte
en patológico. Los mecanismos adaptativos ante la multiplicidad de las pérdidas,
favorecen, con alguna frecuencia, cierta insensibilización o acomodación natural,
tras un período de impacto inicial. Una conciencia madura o resignada de la
inevitable condición de la vida es un factor positivo para la estabilidad psíquica en
esta etapa. (Gamo & Pazos, 2009)

Citando a Castro (2015), se mencionan algunos aspectos sobre la tipificación de las


personas ante el duelo:
¿Qué diferencia existe entre las emociones, los sentimientos y las pasiones?

La emoción es un movimiento hacia fuera, un impulso que nace en el interior


de la persona y brota al exterior.

Las emociones frecuentemente son inconscientes, se producen a través de


nuestras sensaciones y se presentan antes de que la persona se percate de
ellas, aunque pueden ser conscientes o inconscientes.

Las inconscientes ejercen una poderosa influencia en nuestro actuar, sin que
nos percatemos de ello. En las emociones conscientes percibimos nuestras
sensaciones y somos capaces de describir qué es lo que sentimos.

En ocasiones estamos malhumorados sin saber por qué, hasta que


percibimos que quizá en algún momento del día ocurrió algo que nos hizo
sentir molestos e irritables, y generalmente nos percatamos de ello hasta que
otros nos lo hacen notar.

Una vez una persona que llegó a terapia manifestó sentirse de mal humor,
irritable; expresó que era insoportable y que ella no se había percatado de
esto hasta que uno de sus hijos se lo hizo notar.

En ese momento se dio cuenta de cuál era la causa de esas emociones


desagradables y aceptó que esa era la manera en la que ella se desenvolvía
sin saber qué le sucedía y dejándose llevar por los impulsos de sus
emociones. A partir de esta situación empezamos a trabajar en esa área y en
la actualidad está aprendiendo para hacer un uso inteligente de sus
emociones.

Al hacernos conscientes de nuestras sensaciones podemos saber lo que


sentimos; de otra manera, no nos daremos cuenta de nuestros sentimientos.

Las emociones nos permiten establecer contacto con el mundo,


relacionarnos con nosotros mismos y con otros. Las emociones son
mecanismos que ayudan:

• A reaccionar con rapidez ante acontecimientos inesperados.


• A tomar decisiones con prontitud y seguridad.

• A comunicarnos de forma no verbal con otras personas.

• A comunicarnos de forma verbal con otras personas.

Las emociones son biológicas, provienen de nuestras pulsaciones, y por


tanto, deben pasar por un proceso cognitivo. Existen cinco emociones
innatas: miedo, alegría, enojo, tristeza y afecto.

Pensemos en un bebé y veremos reflejados estos sentimientos; en esta


etapa no somos conscientes de que lo que sentimos es alegría o miedo, pero
ya los experimentamos, nacimos con ellos.

Desafortunadamente, a través de la educación y la socialización se nos dice


qué podemos sentir, dónde, cuándo, en qué grado, etc., y con este proceso
vamos bloqueando nuestras emociones y sentimientos o tapando un
sentimiento con otro, hasta que llega un momento en el que ya no sabemos
ni qué sentimos, y si es desagradable, tratamos de evadirlo a toda costa.

Según Isabelle Filliozat (1998), "los sentimientos son elaboraciones llamadas


secundarias porque se les somete a un proceso de mentalización".

Por tanto, puede decirse que la emoción es la base fisiológica de los


sentimientos: en el momento en que nos percatamos de nuestras
sensaciones (mariposas en el estómago, vacío, etc.) comienza un proceso
mediante el cual percibimos los sentimientos.

En la literatura con frecuencia encontramos que los autores utilizan


indistintamente los términos emoción y sentimiento. Sin embargo, es
necesario hacer la diferencia de los elementos que conforman nuestra
afectividad.

Las emociones, sentimientos y pasiones se diferencian por su duración y su


intensidad. Las emociones son intensas y breves, a diferencia de los
sentimientos, que son menos intensos y más durables, y las pasiones,
intensas y perdurables.
Paul Ekman (1994), especialista en el estudio de las emociones, afirma que
éstas duran segundos o minutos como máximo. Si la emoción rebasa este
tiempo, puede afirmarse que es un estado anímico patológico que quizá
requiera atención especializada.

Al referirnos al control o manejo de las emociones y sentimientos, cabe


aclarar que no se ejerce control sobre ellos ignorándólos o negándolos;
cuando esto ocurre, perdemos el control y paradójicamente son éstos los que
controlan nuestras vidas.

El objetivo en el control de las emociones radica en la búsqueda del equilibrio


y no en la supresión o negación emocional. La virtud siempre ha estado en
el justo medio; como lo dice Goleman, "mantener bajo control nuestras
emociones perturbadoras es la clave para el bienestar emocional; los
extremos (emociones que crecen con demasiada intensidad o duran mucho)
socavan nuestra estabilidad".

Desde la Antigüedad, en su Ética a Nicómaco, Aristóteles dice: "cualquiera


puede ponerse furioso [ ... ] eso es fácil. Pero estar furioso con la persona
correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo
correcto y de la forma correcta [ ... ] eso no es fácil". Por tanto, lo que se
requiere, como expresa Aristóteles, es la emoción adecuada, el que nuestro
sentir sea proporcional a la situación, sin exagerar ni disminuir las emociones.

Con todo esto podríamos cuestionar qué sería de la vida si no se viviera con
pasión; desde luego, considerándola como la fuerza que nos permite la
existencia, y no como algunos la malentienden, dándole el significado que
lleva a la perdición. No olvidemos que la virtud está en el justo medio, en
equilibrio. Los extremos nunca son buenos. (pp. 47-49)
Referencias
Cabodevilla, I.. (2007). Las pérdidas y sus duelos. Anales del Sistema Sanitario de
Navarra, 30(Supl. 3), 163-176. Recuperado en 17 de febrero de 2024, de
http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1137-
66272007000600012&lng=es&tlng=es.

Castro, M. (2015). Tanatología, La inteligencia emocional y el proceso de duelo.


(2nd ed.). Editorial Trillas.

Gamo Medina, Emilio, & Pazos Pezzi, Pilar. (2009). El duelo y las etapas de la vida.
Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 29(2), 455-469.
Recuperado en 17 de febrero de 2024, de
http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-
57352009000200011&lng=es&tlng=es.

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