Sebastian Rodriguez

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Universidad Nacional Autó

Stephen Covey

Facultad: Administración
30-10-2024 Asignatura: Administración
Sección: 19:00
Docente: Ing. Mario Gerardo Bueso
Guillen

Samuel Isac Valdes Escobar


2023200129 2
Introducción

Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, más conocido como Francisco de


Miranda, fue una figura clave en los procesos de independencia de América
Latina. Nacido en Caracas el 28 de marzo de 1750, y fallecido en San
Fernando el 14 de julio de 1816, es recordado como un político, militar,
diplomático, humanista y pensador venezolano, cuya vida y obra trascendieron
fronteras, ganándose el apodo de "el primer venezolano universal".
Miranda desempeñó un papel fundamental en eventos históricos de gran
magnitud, tales como la Revolución Americana y la Revolución Francesa, por lo
que fue reconocido como héroe en ambas luchas. Sin embargo, su legado más
perdurable es haber sido uno de los precursores de la independencia de las
colonias hispanoamericanas, siendo un firme defensor de la soberanía de las
naciones. Su visión geopolítica de unificar a los países de América del Sur bajo
una sola federación fue posteriormente retomada por Simón Bolívar con la
creación de la Gran Colombia.
A lo largo de su vida, Francisco de Miranda luchó en cuatro grandes conflictos:
el sitio de Melilla, la invasión española de Argel, la guerra de independencia de
Estados Unidos y las guerras revolucionarias francesas. Fue combatiente en
tres continentes, alcanzando altos rangos en los ejércitos de España, Francia y
Rusia, y convirtiéndose en el primer comandante en jefe de los ejércitos
patriotas venezolanos con el título de Generalísimo.
Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez
En esta investigación hablaremos de Sebastián Francisco de Miranda
Rodríguez, nació en Caracas el 28 de marzo de 1750 y murió en San
Fernando el 14 de julio de 1816, él fue y es conocido como Francisco de
Miranda, fue un político, militar, diplomático, escritor, humanista e ideólogo
venezolano, considerado como el precursor de la emancipación americana
contra el Imperio español. Conocido como el primer venezolano universal y el
americano más universal, participó en la Revolución estadounidense y en la
Revolución francesa, acontecimientos donde fue protagonista destacado
por lo que le fue otorgado el título de héroe de la revolución.
Posteriormente fue líder del bando patriota en la Guerra de Independencia de
Venezuela.

Destacó en la política como un firme defensor de la independencia y


la soberanía de las naciones en el ámbito internacional. Militó con
los girondinos en Francia, fue firmante del Acta de la Declaración de
Independencia de Venezuela e impulsor y líder de la Sociedad
Patriótica. También fue el creador del proyecto geopolítico conocido como
Colombeia o Colombia, lo cual Simón Bolívar trataría de llevar a cabo en 1826,
tras la liberación de los territorios que hoy conforman Colombia, Panamá,
Ecuador y Venezuela, para unificarlos en la nación de la República de
Colombia.

Al militar en las filas de los ejércitos español y francés alcanzó los rangos
de coronel y mariscal, respectivamente. Además, obtuvo el grado de
coronel en el ejército ruso, concedido por Catalina II la Grande, y fue el primer
comandante en jefe de los ejércitos venezolanos, ostentando el título de
generalísimo. Su carrera militar contempla su participación en cuatro
contiendas: el sitio de Melilla (1774-1775) y la invasión española de Argel de
1775 en el norte de África, la guerra de independencia estadounidense,
las guerras revolucionarias francesas y la guerra de independencia de
Venezuela. Entre sus gestas militares destacan su actuación en el sitio de
Melilla, la batalla de Pensacola en Estados Unidos y la batalla de Valmy en
Francia.

Miranda fue combatiente destacado en tres continentes: África, América


y Europa. A pesar de haber formado parte de tantos procesos
revolucionarios y gubernamentales en el ámbito internacional, fracasó a la
hora de poner en práctica sus proyectos en su propio país, Venezuela. No
obstante, su ideal político perduró en el tiempo y sirvió de base para la
fundación de la Gran Colombia, mientras que sus ideas independentistas
influyeron en destacados líderes de la emancipación americana como
Simón Bolívar en Venezuela y Bernardo O'Higgins en Chile. Su nombre está
grabado en el Arco del Triunfo de París, su retrato forma parte de la Galería de
los Personajes en el Palacio de Versalles y su estatua se encuentra frente a la
del general Kellerman en el Campo de Valmy, Francia. Francisco de Miranda
fue el primero en descifrar y comprender el momento histórico de su tiempo.

El primero en darse cuenta de que había llegado la hora exacta para la


emancipación iberoamericana. Esta, su originalidad, y ésta su jerarquía entre
los hombres. No se detuvo en su descubrimiento; del hallazgo pasó
valerosamente a la acción, volviéndose el eje y centro del magno empeño;
sábese su ejecutor y echa todo su torrente vital en esa forja ingente, larga,
difícil.

Persistirá en ella, irreductible, durante ¡treinta años! En el “¡Levántate y anda!”


con que sacude a los americanos hay urgencia, fervor, llamarada,
invencibilidad. La grandeza de aquella irrupción gigante y tenaz excitó
virulentas oposiciones; y la España monárquica de entonces le odió y persiguió
infatigablemente por espacio de tres décadas, hasta atraparlo mediante
un traidor; cayó el héroe, cuando ya el incendio de la revolución libertaria por
él provocado habíase extendido a todo punto.

Emerge Francisco de Miranda con la marca de lo oceánico. En su ir entero


nada es en él pequeño, ni quieto, ni sin dignidad. Lo colosal y lo
titánico irán mostrándose en su existencia poco a poco, hasta que llegue el
heroico final que Walt Whitman definió como un “morir avanzado”.

Por oceánico, hácese Capitán de su propio navío; sale de los puertos y arriba a
playas y radas; y, celoso de lo suyo, fija hechos y pormenores en sus sesenta y
tres grandes cuadernos de bitácora que él llamará Colombeia, un Diario de
muchos años y un Archivo ingente adicional. A los veinte, muy joven, vibrante y
ambicioso, se embarca en La Guaira y, esbelto junto al mascarón de proa, abre
rumbo hacia el mundo, viajero por la mar Atlántica. A los treinta y siete días de
navegación, el puerto de partida en su patria Venezuela parece unirse al otro
puerto, a Cádiz, en España.

Unirse, dice el destino: ¡Miranda morirá en Cádiz cuarenta y cinco años


después; ¡la salida y la llegada final se han juntado! De un puerto al otro puerto
y, entre los dos, una vida tensa, agónica, creadora. Después del primer arribo a
Cádiz, vendrán otros puertos de tránsito, en larga lista de nombres
sucesivos: Melilla, en el norte africano, donde combatirá contra los
moros; Pensacola, en la Florida, lugar de enfrentamiento con los ingleses,
en pro de la independencia de los Estados Unidos; Gibraltar, sitio de
excepcional médula creativa: allí ingresará a la francmasonería. Luego, La
Habana, en Cuba, que será el lugar en el cual, valerosamente, decididamente,
romperá con España para siempre. La Habana señala el portentoso
viraje, necesario para el cumplimiento de su destino. De Cuba navega,
arrebatado ya en prefiguraciones, hacia el puerto de Nueva York, donde
emergerá, por vez primera, el proyecto que ha estado formándosele en la
conciencia, de emancipar el Nuevo Mundo ibérico. Allí, a orillas del océano, se
plasma un Francisco de Miranda revolucionario, agitador de libertades
para todo un continente. Ahí comienza un futuro grande.

No intuye el rebelde lo que cuesta actuar apoyándose en aquello que se cree


que podrá ser realizado, o sea la ingente hazaña que significa mover algo
desde un plano solamente entrevisto.

Tiene la plenitud de los treinta y tres años. Más tarde, cuando el plan
emancipador haya adquirido vitalización voceadora potente, instalará en otro
puerto, en Londres, el centro de su magna red conspirativa, y la manejará con
la pericia de quien halla en el tinglado un instrumento familiar, un arma
conocida. Y, cuando no encuentre el apoyo solicitado ni en Inglaterra ni en
Francia, se dirigirá por cuenta propia, para tomarlos, a los puertos venezolanos
de Ocumare y de La Vela de Coro. ¡Siempre el océano, siempre los puertos!
En este navegador perpetuo rige un único rumbo, un Norte de brújula precisa,
pero su ir jamás aparece rectilíneo.

Hombre hábil, de adaptación y sagacidad, zigzaguea y da vueltas; hace que


su oleaje suba o baje, estalle en tormenta o vaya en lenta serenidad. No
se detiene nunca; detenerse es retroceder o perecer; obra aun al final, en La
Carraca de Cádiz, donde organiza una evasión que no puede cumplirse por la
fatal interferencia de una enfermedad grave que lo echa al sepulcro.
Esa oceánica actividad se ensancha y graba a lo largo de una
vida extraordinariamente pródiga en sucesos, pasiones, aventuras, entrevistas,
viajes, peligros, éxitos y cárceles. Le aman u odian; no produce indiferencia; le
persiguen, temen, admiran, quisieran endiosarle o destruirle.

Navegante del Nuevo Mundo, orienta su nave en busca del vellocino de oro
que le obsesiona. Le acompañarán casi todos los esforzados varones que
plasmaron luego la liberación americana: Bolívar, San Martín, O’Higgins,
Alvear, Artigas, Monteagudo, Gual, Rivadavia, Montúfar, Rocafuerte, Servando
Teresa de Mier, Nariño. Las cartas de navegación fijarán cada hecho y cada
nombre- actor; en distribución continental de actividades, las pequeñas y
secretas embarcaciones denominadas Logias masónicas irán haciendo
la múltiple apertura. Miranda es oceánico en la misma medida en que Simón
Bolívar, el continuador y vencedor final, es hombre de tierra. Los
ideales de este caminante –que no navegante– se concretan en las
creaciones de la Gran Colombia, de la Federación de Repúblicas, de los
proyectos unionistas del Congreso Anfictiónico de Panamá.

Habla luminosamente en Angostura, corazón del trópico; dicta el proyecto


de Constitución de Colombia en el interior de una piragua que cabriolea entre
bosques y pantanos; prepara la Carta Fundamental para Bolivia en la incitante
quinta de La Magdalena, cerca de Lima.

Alcanza su apoteosis al pie del Chimborazo o en la cima del Potosí. ¡Todo,


todo en tierra firme! Si Miranda otea horizontes con su catalejo, Bolívar en
contraste va paso sobre paso en su caballo: así seguirá por espacio de catorce
años de incansable esfuerzo físico, aun a pesar de la tuberculosis de su último
lapso vital.

Cuando él un caraqueño, el más joven, intenta operar desde el mar, sus dos
expediciones de Los Cayos, sólo parece un utilizador de recursos meramente
auxiliares. Cuando el otro caraqueño, el más viejo –hay más de treinta años de
distancia en la edad de los dos–, actúa en tierra, triunfa en Valmy y en
Amberes, al servicio de la Revolución Francesa; pero, ofuscado por esta
brillantísima experiencia, se obnubila en Venezuela, en tierra, donde los hechos
fatales le compelen a la capitulación de San Mateo, en 1812.

Vencido, piensa en el mar: por él iría a la Nueva Granada, para proseguir la


guerra desde allá; pero le atajará el destino, y los españoles le mandarán
prisionero, por el océano tan suyo, tan mirandino, a la cárcel gaditana y a la
muerte. La Caracas de mediados del dieciocho era ciudad pequeña,
de unos veinticinco mil habitantes, modesta y silenciosa; de casas
bajas, con imágenes de santos en el zaguán, y de ventanas también
bajas para la conversación con los transeúntes. Los habitantes de
todo el país se clasificaban así: blancos peninsulares, blancos canarios y
blancos criollos; pardos, negros libres o manumisos, negros esclavos (juntos
pardos y negros, hacían mayoría), negros cimarrones; indios tributarios, indios
no tributarios y población indígena marginal.3 De hecho, negros e indígenas,
todos, eran esclavos.
Los blancos, tanto peninsulares como criollos (mantuanos), consideraban
deshonroso el trabajo. Los hijos de blancos buscaban una de estas cuatro
profesiones: la militar, la religiosa, la jurídica y la burocrática; en las cuatro
imperaba el poder despótico de la metrópoli. Todos estaban unidos
–uncidos– en dependencia política, económica y cultural; la dimensión
integradora era de servidumbre. A la falta de libertad, de autodeterminación del
hombre americano, había que añadir la subestimación, la humillación
permanente; todo esto junto volcóse reiteradamente en sublevaciones que
fueron aplastadas con crueldad.

En la de 1749-51, liderizada por Juan Francisco de León, tomó parte Sebastián


de Miranda, padre del futuro héroe. Fue una rebeldía por motivos económicos:
protestaban contra el monopolio de la Compañía española
Guipuzcoana, cuya exclusividad para importaciones y exportaciones duró casi
sesenta años, en Venezuela; había creado un verdadero capitalismo
comercial, muy favorecido por la supresión de la encomienda de los
indígenas. Correlativamente, habíase acentuado la acción de los
contrabandistas anclados en las islas holandesas y británicas de las Antillas.
Los barcos negreros continuaban llegando; se vendían negros esclavos como
mercancía y luego se los vigilaba como a reos. No se concibe el régimen
colonial ibérica en el trópico sin la presencia del trabajador negro, tratado casi
siempre brutalmente.

El año del nacimiento del niño Francisco de Miranda, se introdujeron a


Venezuela 5.500. A lo largo del dieciocho, 70.500.5 Otra importación fue la
de los títulos nobiliarios que España vendía a diez mil pesos cada uno. Las
tensiones mayores de aquella sociedad de vivir lento, aunque apasionado,
complejo en competencias y vanidades, sumisiones y rebeldías; de temple
recio y dispuesto a la reacción potente, eran la llegada de nuevos
gobernadores, obispos nuevos, autoridades importantes de renovación
obligada; y el teatro, las corridas de toros, la audición musical. Hubo
desbordados festejos cuando la proclamación del rey Carlos III, en 1759.

El niño Francisco había nacido en tiempos de graves complicaciones en el


mundo. De 1750 en adelante, y por espacio de más de una centuria, se
desenvolvieron tres revoluciones simultáneas, la económica, con la aparición
de la máquina (Revolución Industrial) y el correlativo desarrollo de la ciencia en
forma acelerada; la política, con el fin del absolutismo en varios países, la
fortificación del nacionalismo y la acentuación de las corrientes
democráticas. Y la revolución intelectual, con la presencia de la Ilustración.
La Enciclopedia, corrosiva y determinante del cambio de rumbos, comenzó a
publicarse en 1751, con sus características de materialismo, ateísmo y
defensa de la técnica. Kant, en presencia de la dominación del hombre sobre la
naturaleza, mediante la razón, pudo decir que la humanidad había entrado en
la edad adulta. Las logias masónicas comenzaron a actuar; ¡de su
multiplicación se aprovechará Miranda grandemente! En este año acentúa
Miranda sus relaciones sociales.

Le escribe a Pitt: solicita una pensión o un préstamo, por los documentos que
ha presentado que son de inmensa valía para Inglaterra. Se entrevista con el
ministro. Continúa ayudándole económicamente Turnbull. Pitt le envía
500 libras. Solicita nuevamente una pensión; Pitt le ofrece otras 500 libras
para dentro de dos meses. Miranda, con gran dignidad, responde que no
es el dinero lo importante, sino la independencia de América, y le pide la
devolución de todos los documentos. Conoce al embajador de Francia
Talleyrand, por quien sabe detalladamente la situación de Francia. Miranda
asume el mando del ejército en Bélgica. Se le ordena apoderarse de Maestricht
y fracasa. Dumouriez retoma el mando directo.

En la batalla de Neerwinden es derrotado el ejército francés; se intriga contra


Miranda, a quien se le quita el mando y se le exige que se presente ante la
Convención Nacional para ser juzgado. Miranda le acusa a Dumouriez de
ineptitud y de preparar la traición a la República. Dumouriez se pasa a los
austríacos el 3 de abril. La acusación contra Miranda en la Convención toma
nueve sesiones. Se defiende con elocuencia. Absuelto, es sacado en hombros
por el pueblo. Pide que se le paguen sus sueldos; se instala con lujo en una
mansión. Pero los jacobinos toman el poder, con Robespierre; comienza la
persecución a los girondinos, se desata el Terror en París y en provincias de
Francia; varios amigos de Miranda son guillotinados; a él le encierran en la
prisión de La Force, donde permanece año y medio, con peligro de ser
guillotinado un día u otro (9 de julio). Allí conoce a Delfina de Custine. Sale en
libertad el 15 de enero. Imprime un folleto que hace circular en París, en
justificación de su causa.

En el salón de la marquesa de Custine conoce a Fouché y otros personajes. Le


pagan parte de lo adeudado y vive con lujo. Publica otro folleto, titulado Opinión
del General Miranda sobre la situación actual de Francia y los remedios
convenientes a sus males. A mediados de año, se encuentra en los salones de
París con Napoleón, 19 años menor que Miranda. Cree Napoleón que el
caraqueño es un espía de España y de Inglaterra, y dice: “Es un Quijote
que no está loco; tiene fuego sagrado en el alma”. El folleto último le acarrea
enemistades.
La Convención ordena su arresto; Miranda se esconde y envía comunicaciones
de protesta. Les apresan a fines de noviembre; luego le ponen en libertad. El
ministro de Policía pide su expulsión de Francia. Se oculta y vive en la
clandestinidad A mediados de enero, publica su defensa en Le Journal de
Paris. No cede; combate. Protesta por el allanamiento de su hogar, que ha
quedado a cargo de su fiel ama de llaves Françoise Potier. El Gobierno, a fines
de abril, decide no seguir persiguiéndole. Recibe la noticia de la muerte de
Catalina de Rusia. Se publica algo sobre la sublevación en Venezuela de José
Leonardo Chirinos, a quien condenan a muerte los españoles.

Con la firma de “Un suscriptor” sostiene en Le Journal de Paris una polémica


con Sebastián Mercier, que había atacado a los filósofos. Hace la defensa,
sobre todo, de Voltaire. En 1812 fue el año trágico para Miranda. El 23 de
febrero el Congreso se traslada a Valencia, nueva capital federal, contra la
opinión de Miranda. El Congreso elige nuevo Triunvirato; ¡el nombre de
Miranda aparece en décimo lugar! El 26 de marzo –Miranda está en
Caracas– se produce un gran terremoto en el país; hay más de
veinte mil muertos.

El clero y los promonárquicos pregonan el “castigo de Dios” por haberse


sublevado los patriotas contra las “legítimas” autoridades españolas. El papel
moneda ha aumentado el descontento; hay pánico en las gentes y en
los ejércitos indisciplina. Las tropas de Miranda se pasan al bando contrario
en pleno combate. Hay descontento general y varias sublevaciones. El Poder
Ejecutivo le entrega a Miranda las facultades extraordinarias, el Congreso
clausura sus sesiones.
A fines de abril Miranda le nombra al coronel Bolívar comandante de la plaza
de Puerto Cabello, donde está almacenado el parque. Bolívar es traicionado y
pierde la plaza.
El español Domingo Monteverde desembarca en Coro, procedente de Puerto
Rico, e inicia la ofensiva española hacia el centro, apoderándose de
Siquisique y Carora. Miranda, con su cuartel general en Maracay, trata
de retomar a Valencia evacuada por los patriotas. Quiere disciplinar sus tropas;
aumentan las deserciones.

Hay choques con las fuerzas de Monteverde. Miranda se retira a La Victoria.


Monteverde trata de tomar La Victoria por asalto, Miranda toma su
espada y combate personalmente con su cuerpo de lanceros y
rechaza a los realistas en combate de ocho horas. Ha reaparecido el
héroe de Valmy. Se sublevan los esclavos de Barlovento. No hay salvación.
Celebra en La Victoria una junta que le autoriza a capitular. La capitulación es
firmada en San Mateo, el 25 de julio. Y en 1816 se fija la fecha de la fuga: 11
de marzo; se aplaza; el 25, sufre un ataque de apoplejía.
Le atiende su fiel sirviente Pedro José Morán. Se efectúan cuatro
juntas de médicos, con el dinero destinado a la evasión. No hay esperanza. El
14 de julio, aniversario de la toma de la Bastilla, fallece Miranda a la una de la
madrugada. La partida de defunción dice: “Falleció el particular de causa
pendiente y reo de Estado Francisco Miranda, hijo de Sebastián, natural de
Venezuela en Caracas de estado soltero”. Su cadáver, sepultado en el
cementerio, fue arrojado a la fosa común en 1870, al ser clausurado el
cementerio primitivo e inaugurado uno nuevo en otro punto.
Conclusión
Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, conocido como Francisco de
Miranda, fue un personaje clave en la historia de América Latina, cuyo legado
trasciende su tiempo y lugar de origen. Su vida estuvo marcada por una
búsqueda incansable de la libertad, participando en importantes revoluciones
como la estadounidense y la francesa, y liderando el movimiento de
independencia en Venezuela. Aunque no logró ver realizada la independencia
de su patria, sus ideales y proyectos geopolíticos, como la creación de la Gran
Colombia, influyeron profundamente en las generaciones de líderes que lo
sucedieron, incluyendo a Simón Bolívar. Miranda fue un visionario, un hombre
de acción y pensamiento, cuyas contribuciones a la emancipación de América
lo convirtieron en un héroe no solo en Venezuela, sino también en el mundo.
Su vida, llena de éxitos, fracasos, aventuras y sacrificios, sigue siendo un
ejemplo de determinación y compromiso con la libertad y la justicia.
Bibliografía

ALDAO, C. A. (s.f.). Miranda y los orígenes de la Independencia americana.


Buenos Aires: Talleres Gráficos de J. L. Rosso.
Archivo del General Miranda. (1950). La Habana: Editorial Lex.
BECERRA, R. ( 1918). Vida de don Francisco de Miranda. . Madrid: Editorial
América.
GONZÁLEZ, A. R. (2006). PROTOLÍDER DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA.
Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República. Obtenido de
https://ceofanb.mil.ve/wp-content/uploads/2017/07/Francisco_de_Mi
randa.pdf

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