63 - Simón Bolívar
63 - Simón Bolívar
63 - Simón Bolívar
AA. VV.
Simón Bolívar
Cuadernos Historia 16 - 063
ePub r1.0
Titivillus 24.12.2021
Título original: Simón Bolívar
AA. VV., 1985
Simón Bolívar.
Índice
SIMON BOLÍVAR
El hombre y el mito
Por Vicente González-Loscertales
Historiador. Profesor de Historia de América.
Universidad Complutense de Madrid.
La acción inútil
Por Antonio Caballero
Periodista.
Bibliografía
El hombre y el mito
Napoleón
Pronto regresó a Europa. Tras una corta estancia en España, pasa un tiempo en
el París imperial, donde conoce a muchos militares del ejército de Napoleón, al que
Bolívar admiraba y detestaba a la vez, y se impregna de las ideas ilustradas, de las
nociones de independencia, soberanía popular, progreso y civilización, que le llevan
a incorporarse a la masonería americana de París, donde alcanza el grado de maestro.
En estos momentos parece ya convencido de la necesidad de independencia del
continente americano. Así manifiesta a Alexander von Humboldt: En realidad, qué
brillante destino el del Nuevo Mundo sólo con que su pueblo se libere de su yugo.
La idea de ser él el artífice de la hazaña no parece que la tuviera formada todavía.
Estaba ocupado en admirar a Napoleón, aunque su coronación hirió profundamente
sus ideas republicanas.
En París reencontró Bolívar a su maestro Simón Carreño, que le impulsa de nuevo
a la lectura y refuerza las convicciones políticas que se había ido forjando, cuya
consecuencia lógica es durante el viaje que ambos emprenden por Italia, el conocido
episodio del monte Lacio, en el que el joven Bolívar, impregnado de las glorias de
Napoleón, jura solemnemente libertar a su patria de la tiranía española. Este
propósito, culminación de un proceso de maduración política, se convierte en
obsesión permanente, en el motivo central, en el motor de su actividad durante los
veinte años siguientes.
A su regreso en 1807 a Venezuela, aún resonaban los ecos del fracaso de Miranda,
incapaz de atraer a sus compatriotas a su causa, y no era momento propicio para
llevar a cabo ninguna acción. Bolívar dedica estos años al cultivo de su hacienda,
a la literatura y a conspirar con un grupo de hombres de decisiva influencia en la
evolución del movimiento emancipador.
La invasión napoleónica de la península Ibérica ofreció la ocasión propicia. El
rechazo a los franceses fue categórico, pero ante la disolución de la Junta Central en
1810, en Cádiz, los criollos, que desde 1809 intentaban formar una junta soberana,
depusieron al capitán general Emparán, reunieron al Cabildo y crearon el 19 de abril
de 1810 una junta compuesta por criollos de distintas tendencias, desde el
conservadurismo al autonomismo y al independentismo, a la que convirtieron en el
núcleo de un nuevo Gobierno de Venezuela.
En un primer momento de predominio conservador, Bolívar, conocido como
radical y nacionalista, se vio excluido de puestos. Pero al irse radicalizando la
revolución, y ante la necesidad de ayuda exterior, fue enviado a Londres para
conseguir el respaldo del Gobierno inglés.
Francisco de Miranda, preso en La Carraca, Cádiz.
Simón Bolívar (grabado de la Biblioteca Nacional, París).
El joven Bolívar con su maestro Simón Rodríguez.
Surge el Libertador
En Cartagena, en 1812, nace Bolívar como Libertador de un continente. Sus
análisis sobre el fracaso de la experiencia venezolana le llevan a radicalizar su postura
frente a los españoles. Insiste en la necesidad de disciplina en el Ejército, en
centralizar poderes, fundamentalmente en tiempo de guerra, y sobre todo en la unión
de todos los criollos frente al español.
Así lo expresó en el famoso Manifiesto de Cartagena: No los españoles, sino
nuestra propia desunión, nos ha llevado nuevamente a la esclavitud. Un Gobierno
fuerte podría haber cambiado todo. Podría hasta haber dominado la confusión moral
que siguió al terremoto. Con él Venezuela hubiera sido libre hoy.
El objetivo prioritario era recuperar Caracas rápidamente para evitar que desde
el territorio venezolano, como cabeza de puente, los españoles pudieran emprender
la reconquista de sus colonias.
En el Manifiesto de Cartagena, afirma Gerhard Mansur, comienza su carrera
como líder espiritual, trágicamente determinada a dar unidad y resistencia a la
independencia de Sudamérica. Inicia la lucha por la libertad del continente
combatiendo en Nueva Granada, Barrancas y Mompós, para que Cartagena no
estuviese aislada del interior. Después se lanza a la liberación de Cúcuta, para seguir
luego a Venezuela.
El triunfo alejó todo peligro de invasión española desde Colombia y consolidó
el poder militar de Bolívar, dispuesto a desafiar los obstáculos que la naturaléza, la
debilidad de sus tropas y el enemigo le planteaban. La declaración de guerra a muerte
marcaba el principio de una confrontación en la que la destrucción fue única ley.
Entre mayo y agosto de 1813, con un ejército que no contaba al principio más de
700 hombres, Bolívar liberó Mérida, Trujillo, Barquisimeto y Valencia en una serie
de acciones relámpago.
El 6 de agosto entra vencedor en Caracas y, decidido a evitar los errores de la
Primera República, refuerza el poder ejecutivo y actúa casi dictatorialmente gracias
a los plenos poderes que le otorga la asamblea representativa, frente a la
disconformidad oculta o manifiesta de la aristocracia venezolana.
Desde esta posición de fuerza estableció una linea de gobierno enérgica y una
política inflexible hacia los españoles. La guerra era terrible y los españoles
respondían con la misma crueldad a las acciones de los patriotas, que hacían suya
la exhortación de su jefe: Españoles y canarios, contad con la muerte aun siendo
indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América.
Americanos, contad con la vida aun cuando seáis culpables.
La Segunda República parecía segura tras la expulsión del jefe de las fuerzas
realistas, Domingo Monteverde, de Puerto Cabello, pero carecía de apoyo popular,
de base social.
El Ejército realista, como el independentista, estaba formado por venezolanos.
Pero los estratos inferiores de la sociedad, esclavos y llaneros, veían a los
independentistas como enemigos de clase, como opresores y no como compatriotas.
Los llaneros, acaudillados por el asturiano Tomás Boves, partidario de los
realistas desde que en 1812 fue ofendido por los insurgentes, se convirtieron en una
extraordinaria fuerza de caballería que acabaría con la Segunda República.
En la batalla de La Puerta, el 15 de junio de 1814, Boves derrotó a las tropas de
Bolívar y con su ejército de salvajes jinetes tomó Valencia y Caracas y puso fin a
la Segunda República, mientras Bolívar huía de Caracas, se refugiaba en Barcelona
y, finalmente, embarcaba para Cartagena, dejando sólo unos grupos guerrilleros en
su patria.
Exilio y triunfo
Cambios de rumbo
El Congreso de Angostura
Venezuela debía establecer una república: sus bases deben ser la soberanía del
pueblo: la división de poderes, la libertad civil. Y como el Montesquieu del Espíritu
de las Leyes —a quien alude en pasajes de este discurso— inicia una descripción de
las formas de gobierno conocidas a través de la historia de la humanidad.
Otras lecturas pueden seguirse en el discurso de Angostura. Están allí presentes
Rousseau. Locke, las influencias jacobinas en la abolición de los privilegios: pero el
elemento moderador, que le lleva a escoger el modelo de la Constitución británica,
lo recibe de la teoría política elaborada por Montesquieu.
En la medida que la Constitución proyectada en Angostura es una construcción
teórica donde se advierten los esfuerzos para impedir situaciones como las creadas
en 1811, paga tributo a esos propósitos en la hipertrofia de los resultados.
Su inquietud por escapar a los extremos que tanto temía en política le obligaron
a proponer cuatro poderes: poder ejecutivo, poder legislativo integrado por dos
Cámaras (Representantes, electiva y Senado hereditario), poder judicial
independiente y el poder moral que configuraba una suerte de cuerpo de censores. El
Senado hereditario constituía el poder moderador entre las tentaciones de la tiranía
y las acechanzas de la anarquía.
Sin duda, su objetivo era la estabilidad política y la solidez institucional: un
ensayo que se ubicaba entre la monarquía —que no deseaba— y la república
democrática, cuyas posibilidades de supervivencia consideraba todavía lejanas. El
ejecutivo poseía atribuciones importantes, pero el poder legislativo era el más
fortalecido en esta Constitución.
La Gran Colombia
Desde Angostura, Simón Bolívar inicia una fase de su campaña que le permite, en
seis años, liberar extensos territorios, conduciendo su ejército a través de los Andes
hasta las llanuras de Nueva Granada.
El periodo siguiente fue de gran importancia para los partidarios de la
independencia americana, puesto que el continente se hallaba tan sólo parcialmente
emancipado y la revolución afrontaba aún graves problemas internos.
Fernando VII, como es sabido, se aprestaba a enviar una fuerte expedición militar
para restablecer su autoridad sobre las colonias, pero el primer día de enero de 1820 el
regimiento acantonado en Cádiz se sublevó y el coronel Riego proclamó la vigencia
de la Constitución de 1812. Por consiguiente, Morillo se encontró en la alternativa de
verse obligado a firmar un armisticio con Bolívar y emprender el regreso a Europa.
El retorno español al liberalismo era, sin embargo, tardío para detener el
movimiento independentista y pronto fue roto el armisticio, con significativos
progresos para las fuerzas patriotas.
La acción inútil
S ALVO Karl Marx, que sin ambages —y prácticamente sin elementos de juicio—
lo simplificó llamándolo vil y miserable canalla abanderado de los intereses de
clase de la oligarquía caraqueña, los historiadores se han visto siempre embarazados
por una dificultad dialéctica al analizar la figura de Simón Bolívar: cómo hacer
encajar su etapa autocrática de 1828-29 y su tentación reaccionaria de establecer en
América una casta de nobleza hereditaria y un modo de gobierno cuasi-monárquico,
tentación cuajada en su Constitución para Bolivia de 1825, dentro de una vida de
luchador por la libertad y de revolucionario popular.
¿Cómo pudo el libertador de cinco naciones convertirse en un mero sable
venezolano y coquetear con la idea de coronarse emperador de los Andes? Los
historiadores lo explican como pueden: negando una de las dos partes de la
contradicción al azar de sus propias inclinaciones politico-sentimentales (Bolívar
nunca fue reaccionario, o Bolívar nunca fue revolucionario): o bien echando mano
de los argumentos de la lírica psicosomática: el genio es una enfermedad.
Pero la verdad es que toda la carrera deslumbrante, y toda la colosal obra fracasada
de Simón Bolívar, se explican por esa contradicción, se alimentan de ella. Cómo
mandar y ser libre a la vez; cómo ser libre sin mandar; cómo mandar sobre hombres
libres; cómo hacer libres a hombres que no están preparados para la libertad, y
probablemente ni siquiera la desean.
Todos los grandes documentos políticos bdolivarianos (el Manifiesto de
Cartagena, de 1812; la Carta de Jamaica, de 1815; el Discurso de Angostura, de
1919; el discurso ante el Congreso de Cúcuta, de 1821; el mensaje del Congreso
Constituyente de Bolivia de 1825; la proclama asumiendo la dictadura en 1828, la
última proclama, a una Gran Colombia ya en proceso de disolución, en 1830) están
impregnados de esa contradictoria ambivalencia, a la cual él mismo no ve manera
de escapar. Salvo en la retórica (una de las más emotivas y convincentes de toda
la literatura política); o en la nostalgia de la muerte (si mi muerte contribuye a que
cesen los partidos y se consolide la unión, bajaré tranquilo al sepulcro…); o en la
fuga (Vámonos, de aquí nos echan, deliraba en su agonía ante el doctor Reverend,
en Santa Marta); o en el escepticismo radical. Escepticismo también contradictorio
en un hombre cuya facultad dominante fue la voluntad: Si se opone la naturaleza a
nuestros designios, lucharemos contra la naturaleza y haremos que nos obedezca,
gritaba en 1812, en medio de las ruinas del terremoto de Caracas.
Libertador y liberticida
Esa contradicción ha perseguido a Bolívar después de muerto. Es posible mirarlo
como hacen Madariaga o Sañudo, contra el telón sombrío de los tres siglos de
rencores creados por el imperio español en América. Y también al revés, en el escorzo
de las luchas sociales y antiimperialistas del siglo XX.
Del pensamiento y del ejemplo políticos de Bolívar brotaron con igual
naturalidad, durante el siglo XIX, los partidos conservadores y liberales, sin que
hubiera en ello usurpación indebida de unos ni otros: en Bolívar están la nostalgia
estratégica del trono y el recurso táctico del altar usados por los conservadores; y
también la invocación al poder del pueblo, el anticlericalismo y la diatriba contra las
oligarquías militares y terratenientes, arsenal del radicalismo liberal.
L AS
Boves y Morales