63 - Simón Bolívar

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Entrega n.º 63 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a Simón Bolívar.

AA. VV.

Simón Bolívar
Cuadernos Historia 16 - 063

ePub r1.0
Titivillus 24.12.2021
Título original: Simón Bolívar
AA. VV., 1985
Simón Bolívar.

Índice

SIMON BOLÍVAR
El hombre y el mito
Por Vicente González-Loscertales
Historiador. Profesor de Historia de América.
Universidad Complutense de Madrid.

Ideas para una revolución


Por Nelson Martínez Díaz
Historiador. Universidad de Montevideo.

La acción inútil
Por Antonio Caballero
Periodista.

La nueva sociedad venezolana


Por Alcides Beretta Curi
Historiador. Universidad de Montevideo.

Bibliografía
El hombre y el mito

Por Vicente González Loscertales


Historiador. Profesor de Historia de América.
Universidad Complutense de Madrid

C UARTO hijo de una acomodada familia de la oligarquía caraqueña, Simón Bolívar


nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Sus padres, don Juan Vicente Bolívar
y doña María de la Concepción de Palacios y Blanco, procedían de viejas familias
criollas propietarias de plantaciones, casas y esclavos.
Tenía Bolívar tres años cuando falleció su padre. Quedaron sus cuatro hermanos
bajo la tutela de la madre y del abuelo materno. A la muerte de éstos, Simón quedó a
cargo de su tío Carlos Palacios, quien le procuró una educación adecuada a su rango.
Entre sus maestros, de los que el propio Bolívar cita a Andrés Bello, el que ejerció
mayor influencia sobre su personalidad e ideología fue el roussoniano Simón Carreño
o Simón Rodríguez. Este complejo personaje inculcó al joven Bolívar un encendido
culto por la libertad y una buena dosis de megalomanía y ansia de belleza.
En 1799 abandonó, con el grado de teniente, el Ejército y tras una breve estancia
en México, en la que según algunos biógrafos elogió la Revolución Francesa y el
derecho de América a su independencia, llegó a España.
En Madrid vivió con su tío Esteban Palacios en casa del sudamericano Manuel
Mallo, que gozaba del favor de la Corte, y buscó la protección del marqués de Ustariz,
quien le dio a conocer a los poetas, filósofos e historiadores clásicos modernos.
En casa de Ustariz conoce a la que había de ser su esposa, María Teresa, hija
de Bernardo Rodríguez de Toro, noble nacido en Caracas. Antes de casarse, a los
diecisiete años, visita la Francia del Napoleón triunfante. Ya casado, parte en 1802 a
Caracas. Poco durará, sin embargo, el matrimonio. Unos meses después de la llegada
a Venezuela muere María Teresa.
Nunca volvería a casarse Bolívar. Un cuarto de siglo más tarde, el Libertador se
refería de este modo a los efectos de su viudedad: De no haber sido viudo, quizá mi
vida habría sido distinta. No me habría convertido ni en el general Bolívar ni en el
Libertador de Sudamérica. La muerte de mi esposa me puso pronto en el camino de
la política.

Napoleón

Pronto regresó a Europa. Tras una corta estancia en España, pasa un tiempo en
el París imperial, donde conoce a muchos militares del ejército de Napoleón, al que
Bolívar admiraba y detestaba a la vez, y se impregna de las ideas ilustradas, de las
nociones de independencia, soberanía popular, progreso y civilización, que le llevan
a incorporarse a la masonería americana de París, donde alcanza el grado de maestro.
En estos momentos parece ya convencido de la necesidad de independencia del
continente americano. Así manifiesta a Alexander von Humboldt: En realidad, qué
brillante destino el del Nuevo Mundo sólo con que su pueblo se libere de su yugo.
La idea de ser él el artífice de la hazaña no parece que la tuviera formada todavía.
Estaba ocupado en admirar a Napoleón, aunque su coronación hirió profundamente
sus ideas republicanas.
En París reencontró Bolívar a su maestro Simón Carreño, que le impulsa de nuevo
a la lectura y refuerza las convicciones políticas que se había ido forjando, cuya
consecuencia lógica es durante el viaje que ambos emprenden por Italia, el conocido
episodio del monte Lacio, en el que el joven Bolívar, impregnado de las glorias de
Napoleón, jura solemnemente libertar a su patria de la tiranía española. Este
propósito, culminación de un proceso de maduración política, se convierte en
obsesión permanente, en el motivo central, en el motor de su actividad durante los
veinte años siguientes.
A su regreso en 1807 a Venezuela, aún resonaban los ecos del fracaso de Miranda,
incapaz de atraer a sus compatriotas a su causa, y no era momento propicio para
llevar a cabo ninguna acción. Bolívar dedica estos años al cultivo de su hacienda,
a la literatura y a conspirar con un grupo de hombres de decisiva influencia en la
evolución del movimiento emancipador.
La invasión napoleónica de la península Ibérica ofreció la ocasión propicia. El
rechazo a los franceses fue categórico, pero ante la disolución de la Junta Central en
1810, en Cádiz, los criollos, que desde 1809 intentaban formar una junta soberana,
depusieron al capitán general Emparán, reunieron al Cabildo y crearon el 19 de abril
de 1810 una junta compuesta por criollos de distintas tendencias, desde el
conservadurismo al autonomismo y al independentismo, a la que convirtieron en el
núcleo de un nuevo Gobierno de Venezuela.
En un primer momento de predominio conservador, Bolívar, conocido como
radical y nacionalista, se vio excluido de puestos. Pero al irse radicalizando la
revolución, y ante la necesidad de ayuda exterior, fue enviado a Londres para
conseguir el respaldo del Gobierno inglés.
Francisco de Miranda, preso en La Carraca, Cádiz.
Simón Bolívar (grabado de la Biblioteca Nacional, París).
El joven Bolívar con su maestro Simón Rodríguez.

La misión de Bolívar en Londres era esencial. La independencia de Iberoamérica


interesaba a Gran Bretaña desde el punto de vista económico, pero la situación
internacional no permitía a los británicos un apoyo abierto a las peticiones de Bolívar.
La misión se cerró sin daño ni provecho, aunque supuso el encuentro con
Francisco de Miranda, al que Bolívar convenció para que regresara a Venezuela.
Allí, en el seno de la Sociedad Patriótica, constituyeron un grupo de presión que
exigía la independencia absoluta. El 5 de julio de 1811 la declaraban solemnemente.
Aparecía la llamada Primera República, que habría de durar alrededor de un año y
enfrentarse a las provincias realistas de Coro, Maracaibo y Guayana.
Bolívar desempeñó un gran papel en el giro de los acontecimientos que
condujeron a la independencia, tras una gran polémica en el Congreso. En esta ruptura
con España, la primera en el continente americano, hay que ver el resultado de la
obsesión por la libertad de Simón Bolívar, quien pronto había de tener roces y
enfrentamientos con Francisco de Miranda en cuanto a la conducción de la guerra
contra Coro y Maracaibo, el trato a los españoles y otras importantes diferencias,
fruto de sus distintos orígenes de clase y divergente mentalidad.

Bolívar (por Pedro José Figueroa, Museo Nacional, Bogotá).

La guerra de 1811-12, unida al terremoto del 26 de marzo, concluyó con la derrota


de las tropas independentistas, la captura de Miranda y la huida de Bolívar.
Este, tras esconderse en Caracas, marchó a Curaçao, de donde llegó, a mediados
de noviembre de 1812, a Cartagena, puerto principal de Nueva Granada. El desastre
de la Primera República no le desalentó: había aprendido muchas cosas que le
servirían para proseguir la lucha.

Surge el Libertador
En Cartagena, en 1812, nace Bolívar como Libertador de un continente. Sus
análisis sobre el fracaso de la experiencia venezolana le llevan a radicalizar su postura
frente a los españoles. Insiste en la necesidad de disciplina en el Ejército, en
centralizar poderes, fundamentalmente en tiempo de guerra, y sobre todo en la unión
de todos los criollos frente al español.
Así lo expresó en el famoso Manifiesto de Cartagena: No los españoles, sino
nuestra propia desunión, nos ha llevado nuevamente a la esclavitud. Un Gobierno
fuerte podría haber cambiado todo. Podría hasta haber dominado la confusión moral
que siguió al terremoto. Con él Venezuela hubiera sido libre hoy.
El objetivo prioritario era recuperar Caracas rápidamente para evitar que desde
el territorio venezolano, como cabeza de puente, los españoles pudieran emprender
la reconquista de sus colonias.
En el Manifiesto de Cartagena, afirma Gerhard Mansur, comienza su carrera
como líder espiritual, trágicamente determinada a dar unidad y resistencia a la
independencia de Sudamérica. Inicia la lucha por la libertad del continente
combatiendo en Nueva Granada, Barrancas y Mompós, para que Cartagena no
estuviese aislada del interior. Después se lanza a la liberación de Cúcuta, para seguir
luego a Venezuela.
El triunfo alejó todo peligro de invasión española desde Colombia y consolidó
el poder militar de Bolívar, dispuesto a desafiar los obstáculos que la naturaléza, la
debilidad de sus tropas y el enemigo le planteaban. La declaración de guerra a muerte
marcaba el principio de una confrontación en la que la destrucción fue única ley.
Entre mayo y agosto de 1813, con un ejército que no contaba al principio más de
700 hombres, Bolívar liberó Mérida, Trujillo, Barquisimeto y Valencia en una serie
de acciones relámpago.
El 6 de agosto entra vencedor en Caracas y, decidido a evitar los errores de la
Primera República, refuerza el poder ejecutivo y actúa casi dictatorialmente gracias
a los plenos poderes que le otorga la asamblea representativa, frente a la
disconformidad oculta o manifiesta de la aristocracia venezolana.
Desde esta posición de fuerza estableció una linea de gobierno enérgica y una
política inflexible hacia los españoles. La guerra era terrible y los españoles
respondían con la misma crueldad a las acciones de los patriotas, que hacían suya
la exhortación de su jefe: Españoles y canarios, contad con la muerte aun siendo
indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América.
Americanos, contad con la vida aun cuando seáis culpables.
La Segunda República parecía segura tras la expulsión del jefe de las fuerzas
realistas, Domingo Monteverde, de Puerto Cabello, pero carecía de apoyo popular,
de base social.
El Ejército realista, como el independentista, estaba formado por venezolanos.
Pero los estratos inferiores de la sociedad, esclavos y llaneros, veían a los
independentistas como enemigos de clase, como opresores y no como compatriotas.
Los llaneros, acaudillados por el asturiano Tomás Boves, partidario de los
realistas desde que en 1812 fue ofendido por los insurgentes, se convirtieron en una
extraordinaria fuerza de caballería que acabaría con la Segunda República.
En la batalla de La Puerta, el 15 de junio de 1814, Boves derrotó a las tropas de
Bolívar y con su ejército de salvajes jinetes tomó Valencia y Caracas y puso fin a
la Segunda República, mientras Bolívar huía de Caracas, se refugiaba en Barcelona
y, finalmente, embarcaba para Cartagena, dejando sólo unos grupos guerrilleros en
su patria.

Exilio y triunfo

El Libertador seguía firme en sus propósitos de liberar América, restaurando


como primera medida la independencia de Venezuela. Pero este ideal sólo era posible
si las distintas naciones del continente lo consideraban prioritario.
Nueva Granada ofrecía un ejemplo de desunión, de falta de integración que había
que remediar antes de pensar en nuevas empresas. En esta tarea Bolívar dominó la
provincia de Cundinamarca, que se hallaba en rebeldía, penetró en Tunja y entró en
Bogotá.
Desde la capital del virreinato exhortó a los colombianos a rebelarse contra la
monarquía española y encomendó a sus tropas expulsar a los españoles del único
reducto de que disponían en la costa norte del país: la ciudad de Santa Marta.
La campaña del Libertador se caracterizó por una serie de éxitos y la derrota de los
españoles. Pero pronto las calumnias contra el Libertador y las divisiones entre grupos
de independentistas crearon tal estado de opinión que culminó con la destitución de
Bolívar tras la unión de Cartagena.
Los enemigos políticos acusaron a Bolívar del colapso de Venezuela y exigieron
su destitución Ante lo desesperado de la situación, escribió al comisionado de
Cartagena: Si Nueva Granada quiere o no ser libre, ¿no es posible al menos que
lleguemos a un acuerdo para que quienes prefieren la libertad por encima de todo
lo demás puedan ir a otro país o morir como hombres libres?
Ideas para una revolución

Por Nelson Martínez Díaz


Historiador. Universidad de Montevideo

P OR fortuna y educación, Simón Bolívar parecía llamado al cómodo papel de


ocupar un sitial en la aristocracia conformada por los mantuanos, como
propietario de numerosas haciendas. Pero muy pronto la muerte de sus progenitores
dejó al joven bajo la custodia de su tío, Carlos Palacios, quien debía ocuparse de su
educación.
Una formación intelectual confiada, en primer término, a una serie de maestros en
la ciudad de Caracas, le hizo conocer preceptores como el capuchino padre Andújar,
un excepcional personaje de la sociedad venezolana de finales del siglo XVIII llamado
Simón Rodríguez y, más tarde, al joven Andrés Bello.
Seguramente fue la personalidad de Simón Rodríguez la que atrajo a Bolívar con
mayor fuerza. Espíritu romántico, admirador de la Ilustración francesa, le introdujo
en la lectura de Rousseau y los enciclopedistas, abriéndole el horizonte de las nuevas
ideas que llegaban al mundo hispanoamericano.
Asimismo, la Universidad de Caracas, cuyo magisterio intelectual ejerció
considerable autoridad en el ámbito venezolano, contribuyó a la difusión de las
corrientes ilustradas que procedían del Viejo Continente, Debe recordarse, por otra
parte, la existencia de una tradición española que desde Francisco Suárez, en el siglo
XVI —exponente del pensamiento escolástico—, hasta Benito Jerónimo Feijoo, en
el XVIII, configuran un núcleo de ideas de fuerte incidencia teórica y rigor critico
cuyas aportaciones son visibles, junto a las que provenían de la Revolución Francesa,
en la primera etapa del movimiento político hispanoamericano que conduce a la
emancipación.
Sin duda, los viajes por el continente europeo —complemento obligado de la
educación de un joven mantuano—, la visita a los Estados Unidos de América del
Norte, la estancia en París durante un periodo histórico que consagraba la trayectoria
de Napoleón con su coronación en Notre Dame, y el reencuentro con su educador,
Simón Rodríguez, constituyeron estímulos importantes en la definición ideológica
de Bolívar.
El juramento pronunciado en el Monte Aventino parece indicarlo así. Se
compromete entonces a no dar descanso a su brazo hasta que no haya roto las cadenas
que nos oprimen por voluntad del poder español.
Simón Bolívar hace entrega a Páez de una espada.

Cuando el 5 de julio de 1811 el Congreso Constituyente declara en Caracas la


independencia de Venezuela adoptando el sistema de gobierno federal y republicano,
culmina una etapa en la que el joven Bolívar se había distinguido por su decisión
separatista desde la Sociedad Patriótica.
Este documento radical ilustra, precisamente, las influencias apuntadas más
arriba. Junto a conceptos que remiten a la Constitución norteamericana y a la
Declaración de los Derechos del Hombre de 1789, la presencia de las ideas que
provenían del pensamiento escolástico español, desarrollado por Francisco Suárez,
se encuentran en la restitución al pueblo de su soberanía, como desenlace de una
transferencia de la monarquía operada en Bayona sin consentimiento de los
gobernados.
En representación de la república venezolana Simón Bolívar viajó a Londres en
misión diplomática, acompañado por Andrés Bello y Luis López Méndez. Esta visita
a Gran Bretaña contribuyo al conocimiento de un sistema político —cuyas referencias
poseía a través de Montesquieu— que adquirirá gran importancia en su posterior
construcción teórica del gobierno revolucionario

La revolución: teoría y práctica

La Primera República venezolana fue muy pronto desbaratada por el empuje de


las fuerzas realistas y sus dirigentes sometidos o dispersados. En su Memoria dirigida
a los ciudadanos de Nueva Granada por un caraqueño, de 15 de diciembre de 1812,
más conocida como Manifiesto de Cartagena, Simón Bolívar realiza la primera
reflexión critica sobre la marcha de los acontecimientos.
Entrada de Bolívar en Quito (Ecuador).

Los ataques dirigidos al sistema federal instaurado por la Constitución de 1811


son allí muy duros, y obedecen a una experiencia recogida durante el proceso
revolucionario. Atribuye una parte sustancial del fracaso experimentado por la causa
criolla a un régimen que se había demostrado débil e ineficaz; el desastre había
llegado porque: tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por
táctica y sofistas por soldados. Referencia directa a la crisis política interna y a la
desunión consiguiente entre las fuerzas patriotas.
Bolívar recoge lecciones de la experiencia: admirador de los enciclopedistas,
comienza, no obstante, a distinguir entre teoría y práctica revolucionaria y, en
consecuencia, desarrolla sus ideas sobre el sistema de gobierno aplicable a la
coyuntura histórica que vivía Venezuela.
No creía posible la adaptación de normas políticas de tal amplitud a grupos
humanos tan heterogéneos en plena guerra con las tropas realistas: ¿Qué país del
mundo —escribía—, por morigerado y republicano que sea, podrá, en medio de
facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado
y tan débil como el federal? No es posible conservarlo en el tumulto de los combates
y de los partidos.
Bolívar (por Tito Salas, Casa del Libertador, Caracas).

El ejemplo de lo ocurrido en Venezuela debía servir, apuntaba Bolívar, para


inducir a los gobiernos del resto del continente a conservar la unidad. En la
concepción ideológica del Libertador, América será contemplada siempre como un
proceso dialéctico: fragmentada cada región por la expansividad revolucionaria,
debía articularse de nuevo centralizando sus gobiernos para consolidar el orden
interno.
Muy pronto esta idea será trasladada al conjunto del proceso continental,
convirtiéndose en una preocupación medular y constante en sus escritos, y confiere
al pensamiento de Bolívar un nivel ideológico que trasciende su propia época.
La polémica entre centralistas y federalistas era localizable, por otra parte, a los
largo de todo el continente hispanoamericano. En el caso venezolano se materializa
en la oscilación política desde la Primera a la Segunda República, entre las cuales
media un escaso margen de tiempo: la primera fue federal y la segunda centralistas,
bajo la presión de Simón Bolívar.
Pero no fue suficiente este cambio de sistema en el gobierno para mantenerla en
pie: se estaba desarrollando una guerra social en el interior de la lucha revolucionaria
y poco más tarde las fuerzas realistas, aliadas con los llaneros conducidos por Boves,
destruían también este edificio político.
Con el retorno de Fernando VII, en 1814, quedaba, a su vez, restaurado el
absolutismo real y este hecho alejaba de las filas patriotas a aquellos que luchaban
invocando la restitución del monarca español.

Cambios de rumbo

Desde Jamaica, Simón Bolívar dio prueba de su fortaleza de espíritu y también de


su capacidad intelectual. No sólo pudo eludir los atentados contra su vida de que fue
objeto en Kingston, sino también superar la secuela dejada por los reveses sufridos
en la campaña militar e infundir nuevas fuerzas a los combatientes, delineando una
estrategia para el futuro.
Los escritos publicados en la isla son numerosos, pero el que ha merecido mayor
notoriedad es la Contestación de un americano meridional a un caballero de esta
isla, y que ha pasado a la posteridad como Carta de Jamaica.
Es indudable que se trata de un documento dirigido a estimular el interés de Gran
Bretaña por la causa independentista, y las referencias a la Constitución de aquel
país, como telón de fondo, no de jan de ser sugestivas: pero también es un manifiesto
destinado a las potencias europeas, dando a conocer la opinión del propio Bolívar
sobre la revolución hispanoamericana.
Censura aquí, nuevamente, las divisiones en filas patriotas y traza un admirable
cuadro de la situación existente en todos los focos de conflicto demostrando un
amplio conocimiento de la realidad contemporánea en el continente americano. Pero
se percibe también su extensa información de los problemas internacionales
No deja de señalar las consecuencias que para una Europa en equilibrio sobre
la base de la Santa Alianza puede implicar el conflicto en la América española y
reprocha a las naciones del viejo Continente su desinterés por el proceso
emancipador: La Europa misma —afirma—, por miras de sana política debería haber
preparado y ejecutado el proyecto de la independencia americana: no sólo porque el
equilibrio del mundo así lo exige, sino también porque éste es el medio legitimo y
seguro de adquirirse establecimientos ultramarinos y de comercio.
Bolívar se ratifica en las ideas centralistas y la necesidad de un gobierno fuerte
cuyo modelo seria la Constitución británica, aunque rechaza de ésta la monarquía.
Finalmente, reitera su tema de la unidad continental. El mundo americano cobraría,
con su unificación, importancia en el concierto universal:
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación
con un solo vínculo que ligue a sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un
origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener
un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse.
Mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos,
caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello seria que el Istmo de
Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!
A partir de 1815, el pensamiento político de Simón Bolívar desarrolla, a la vez,
otras lineas teóricas. En primer lugar, persiste en subrayar la diferencia entre
españoles y criollos, ya establecida en el decreto de la guerra a muerte.
En el discurso pronunciado en el Acto de Instalación de las Provincias Unidas,
el mes de enero, en Bogotá, expresaba: esta mitad del globo pertenece a quien Dios
hizo nacer en su suelo. Afirmación de una nacionalidad americana que anunciaba
implícitamente el propósito de ampliar la base de la revolución.
En artículo escrito posteriormente durante su estancia en Jamaica, apunta, a través
de un análisis de la situación social de Hispanoamérica, a diluir el problema planteado
entre blancos y pardos en territorio venezolano.
En Haití recibe la ayuda del presidente Petion a la causa revolucionaria de
Venezuela, lo que compromete a Bolívar en la liberación de los esclavos negros.
A partir de entonces, la incorporación de los llaneros que seguían a José Antonio
Páez y la formación de batallones con los esclavos emancipados provocan cambios
fundamentales en la marcha de la guerra.
Bolívar había aumentado las filas del ejército patriota a partir de 1816, aunque
su decreto de liberación de los esclavos despertaría resistencias en los hacendados
criollos. En 1817, una legislación radical le permite confiscar las propiedades de los
enemigos, y por decreto de octubre del mismo año dispone el reparto de los bienes
nacionales entre militares del ejército republicano, medida que pretendía compensar
a las masas populares que le seguían.

El Congreso de Angostura

Al comenzar el año 1819, Bolívar extendía su influencia sobre amplios sectores


sociales, al tiempo que ejercía el mando unificado del ejército revolucionario desde
su cuartel general instalado en Angostura, a orillas del río Orinoco.
Convocará, entonces, un Congreso constituyente que se abre con el discurso en
el que deja expresada su fe en las ideas democráticas y republicanas. Pero al mismo
tiempo afloran en sus palabras las dudas de un hombre que protagoniza un periodo
revolucionario cuyas contradicciones no desconoce: es la incertidumbre que media
entre el enunciado teórico doctrinario y las exigencias de una realidad inestable.
Su concepción de la historia fuerza una comparación —ya deslizada en la Carta
de Jamaica— entre la fragmentación del Imperio romano y el desprendimiento de
América del dominio español. No se trataba, como advierte, de situaciones
homologables, sino tan sólo comparables.
Nosotros —apunta Simón Bolívar— ni aún conservamos los vestigios de lo que
fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre
los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derecho,
nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de
mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores: así,
nuestro caso es el más extraordinario y complicado.
Como los hombres de la Revolución Francesa, el Libertador admiraba la Roma
republicana y poseía la pasión de la historia. No dejaba, por tanto, de apoyarse en
referencias a instituciones fundamentales de la antigüedad y a la virtud republicana.

Soldado de infantería del ejército de Sucre.

Venezuela debía establecer una república: sus bases deben ser la soberanía del
pueblo: la división de poderes, la libertad civil. Y como el Montesquieu del Espíritu
de las Leyes —a quien alude en pasajes de este discurso— inicia una descripción de
las formas de gobierno conocidas a través de la historia de la humanidad.
Otras lecturas pueden seguirse en el discurso de Angostura. Están allí presentes
Rousseau. Locke, las influencias jacobinas en la abolición de los privilegios: pero el
elemento moderador, que le lleva a escoger el modelo de la Constitución británica,
lo recibe de la teoría política elaborada por Montesquieu.
En la medida que la Constitución proyectada en Angostura es una construcción
teórica donde se advierten los esfuerzos para impedir situaciones como las creadas
en 1811, paga tributo a esos propósitos en la hipertrofia de los resultados.
Su inquietud por escapar a los extremos que tanto temía en política le obligaron
a proponer cuatro poderes: poder ejecutivo, poder legislativo integrado por dos
Cámaras (Representantes, electiva y Senado hereditario), poder judicial
independiente y el poder moral que configuraba una suerte de cuerpo de censores. El
Senado hereditario constituía el poder moderador entre las tentaciones de la tiranía
y las acechanzas de la anarquía.
Sin duda, su objetivo era la estabilidad política y la solidez institucional: un
ensayo que se ubicaba entre la monarquía —que no deseaba— y la república
democrática, cuyas posibilidades de supervivencia consideraba todavía lejanas. El
ejecutivo poseía atribuciones importantes, pero el poder legislativo era el más
fortalecido en esta Constitución.

Sucre, en la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824).

El Congreso constituyente transformó, al fin, el poder ejecutivo en electivo cada


cuatro años, el Senado hereditario en vitalicio, y no aprobó el cuarto poder moral.
Con ello, la Carta proyectada en Angostura se aproximó bastante a otros códigos del
periodo promulgados por las oligarquías liberales.
La idea estaba destinada a ser aplicada e una República de Colombia todavía en
gestación, que reuniría a Venezuela, Nueva Granada y Quito.

La Gran Colombia
Desde Angostura, Simón Bolívar inicia una fase de su campaña que le permite, en
seis años, liberar extensos territorios, conduciendo su ejército a través de los Andes
hasta las llanuras de Nueva Granada.
El periodo siguiente fue de gran importancia para los partidarios de la
independencia americana, puesto que el continente se hallaba tan sólo parcialmente
emancipado y la revolución afrontaba aún graves problemas internos.

Simón Bolívar (por Jasé Gil de Castro, Palacio Federal, Caracas).

Fernando VII, como es sabido, se aprestaba a enviar una fuerte expedición militar
para restablecer su autoridad sobre las colonias, pero el primer día de enero de 1820 el
regimiento acantonado en Cádiz se sublevó y el coronel Riego proclamó la vigencia
de la Constitución de 1812. Por consiguiente, Morillo se encontró en la alternativa de
verse obligado a firmar un armisticio con Bolívar y emprender el regreso a Europa.
El retorno español al liberalismo era, sin embargo, tardío para detener el
movimiento independentista y pronto fue roto el armisticio, con significativos
progresos para las fuerzas patriotas.
La acción inútil

Por Antonio Caballero


Periodista

S ALVO Karl Marx, que sin ambages —y prácticamente sin elementos de juicio—
lo simplificó llamándolo vil y miserable canalla abanderado de los intereses de
clase de la oligarquía caraqueña, los historiadores se han visto siempre embarazados
por una dificultad dialéctica al analizar la figura de Simón Bolívar: cómo hacer
encajar su etapa autocrática de 1828-29 y su tentación reaccionaria de establecer en
América una casta de nobleza hereditaria y un modo de gobierno cuasi-monárquico,
tentación cuajada en su Constitución para Bolivia de 1825, dentro de una vida de
luchador por la libertad y de revolucionario popular.
¿Cómo pudo el libertador de cinco naciones convertirse en un mero sable
venezolano y coquetear con la idea de coronarse emperador de los Andes? Los
historiadores lo explican como pueden: negando una de las dos partes de la
contradicción al azar de sus propias inclinaciones politico-sentimentales (Bolívar
nunca fue reaccionario, o Bolívar nunca fue revolucionario): o bien echando mano
de los argumentos de la lírica psicosomática: el genio es una enfermedad.
Pero la verdad es que toda la carrera deslumbrante, y toda la colosal obra fracasada
de Simón Bolívar, se explican por esa contradicción, se alimentan de ella. Cómo
mandar y ser libre a la vez; cómo ser libre sin mandar; cómo mandar sobre hombres
libres; cómo hacer libres a hombres que no están preparados para la libertad, y
probablemente ni siquiera la desean.
Todos los grandes documentos políticos bdolivarianos (el Manifiesto de
Cartagena, de 1812; la Carta de Jamaica, de 1815; el Discurso de Angostura, de
1919; el discurso ante el Congreso de Cúcuta, de 1821; el mensaje del Congreso
Constituyente de Bolivia de 1825; la proclama asumiendo la dictadura en 1828, la
última proclama, a una Gran Colombia ya en proceso de disolución, en 1830) están
impregnados de esa contradictoria ambivalencia, a la cual él mismo no ve manera
de escapar. Salvo en la retórica (una de las más emotivas y convincentes de toda
la literatura política); o en la nostalgia de la muerte (si mi muerte contribuye a que
cesen los partidos y se consolide la unión, bajaré tranquilo al sepulcro…); o en la
fuga (Vámonos, de aquí nos echan, deliraba en su agonía ante el doctor Reverend,
en Santa Marta); o en el escepticismo radical. Escepticismo también contradictorio
en un hombre cuya facultad dominante fue la voluntad: Si se opone la naturaleza a
nuestros designios, lucharemos contra la naturaleza y haremos que nos obedezca,
gritaba en 1812, en medio de las ruinas del terremoto de Caracas.

Un revolucionario sin ilusiones

Un mes antes de su muerte, camino del exilio, le escribía a su antiguo teniente


el general Juan José Flores, que en esos mismos momentos se estaba alzando con la
provincia de Quito para consumar el desmantelamiento de la Gran Colombia forjada
por la voluntad de Bolívar. La carta es el resumen terrible de la vida de un hombre
de acción que al final reconoce la inutilidad absoluta de la acción:
Mi querido general: Usted sabe que yo he mandado veinte años, y de ellos no he
sacado más que pocos resultados ciertos: primero, la América es ingobernable para
nosotros; segundo, el que sirve una revolución ara en el mar; tercero, la única cosa
que se puede hacer en América es emigrar; cuarta, este país caerá infaliblemente
en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi
imperceptibles de todos los colores y razas; quinto, devorados por todos los crímenes
y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; sexto, si
fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último
periodo de la América.

Soldados españoles de ultramar, siglo XIX.


Plano de Cartagena de Indias a mediados del siglo XVIII.
Retrato de Bolívar en sus últimos días (por Arturo Michelena, Casa del Libertador, Caracas).

El que sirve una revolución ara en el mar. Esta conclusión desencantada no lo es


tanto si se mira que Bolívar lo había sabido así desde el principio, con certidumbre
visionaria, y eso no le había impedido poner toda su vida y su energía al servicio de
la revolución americana. Siempre fue un revolucionario sin ilusiones.
En su Carta de Jamaica de 1815, que es una reflexión desde la derrota y una
resolución para la victoria (pues siempre que era derrotado, y lo fue docenas de veces,
Bolívar sólo respondía con una decisión: triunfar), pinta el futuro de la América
independiente con el más grande pesimismo: ¿Se puede concebir que un pueblo
recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad sin que, como a
Ícaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible,
nunca visto. Por consiguiente no hay raciocinio verosímil que nos halague con esta
esperanza.
Bolívar tuvo desde el primer momento a un tiempo la certeza de que iba a triunfar
y la certeza de que su triunfo no serviría absolutamente para nada.
Esa fue la ambivalencia que durante toda su vida rigió sus actos y su pensamiento.
Podía creer, con su maestro Rousseau, en la perfectibilidad de los hombres, y actuar
en consecuencia: y a la vez ironizar sobre los buenos visionarios que presuponen
la perfectibilidad del linaje humano (Manifiesto de Cartagena, 1812) y burlarse de
los legisladores que pretenden edificar sobre una base gótica un edificio griego al
borde de un cráter (carta al general Santander sobre las discusiones del Congreso
de Cúcuta, en 1821), es decir, que pretenden construir la democracia en América: y
actuar también en consecuencia.
De ahí que fuera simultáneamente un revolucionario social, que mediante su
política de la Guerra a Muerte, de 1813, logró transformar en insurrección popular lo
que era apenas fronda aristocrática, que dio la libertad a los esclavos negros, repartió
los latifundios entre los soldados llaneros, abolió el discriminatorio sistema fiscal de
la colonia española y eliminó en el Ejército los privilegios del dinero y de la sangre,
y un legislador reaccionario, que estableció el voto censitario, promovió la creación
de un senado hereditario, restableció los impuestos coloniales y jugó con la idea de
coronarse emperador.
Osciló siempre entre sus deseos idealistas —ver formar en América la más grande
nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria
(Carta de Jamaica)— y sus convicciones conservadoras —los que se han criado en
la esclavitud, como hemos sido todos los americanos, no sabemos vivir con simples
leyes y bajo la autoridad de los principios liberales (carta al general Páez, 1827).

Bolívar agasajado en Lima.

Libertador y liberticida
Esa contradicción ha perseguido a Bolívar después de muerto. Es posible mirarlo
como hacen Madariaga o Sañudo, contra el telón sombrío de los tres siglos de
rencores creados por el imperio español en América. Y también al revés, en el escorzo
de las luchas sociales y antiimperialistas del siglo XX.
Del pensamiento y del ejemplo políticos de Bolívar brotaron con igual
naturalidad, durante el siglo XIX, los partidos conservadores y liberales, sin que
hubiera en ello usurpación indebida de unos ni otros: en Bolívar están la nostalgia
estratégica del trono y el recurso táctico del altar usados por los conservadores; y
también la invocación al poder del pueblo, el anticlericalismo y la diatriba contra las
oligarquías militares y terratenientes, arsenal del radicalismo liberal.

Balcón desde el que San Martín proclamó la independencia del Perú.


Bolívar poco antes de su muerte (por Pedro José Figueroa).

Están el autoritarismo cesarista y la afirmación de las libertades civiles, la tiranía


y el sometimiento a la voluntad popular. Y no son contradicciones entre las palabras
y los actos del Libertador, sino que esas contradicciones se encuentran tanto en las
palabras como en los actos —del mismo modo que en el Libertador de 1819 se
encuentra también el liberticida de 1828, y este liberticida actúa movido por los
mismos impulsos de salud pública que le dictaron los decretos de la Guerra a Muerte
contra los españoles en 1813.
Es el mismo hombre que, al año y medio apenas de haber asumido la dictadura,
entrega sus poderes al Congreso Admirable de 1830 (el calificativo es de Bolívar:
el Congreso era abrumadoramente antibolivariano) declarando: Si un hombre fuere
preciso para sostener un Estado, tal Estado no debería existir, y al fin no existiría.
Toda esa inextricable contradicción interna la resume dramáticamente el propio
Bolívar en una frase de la proclama con que, en 1828, desconoce la Constitución de
Cúcuta, de 1821, y asume la dictadura: Compadezcámonos mutuamente del pueblo
que obedece y del hombre que manda solo.
Las contradicciones, sin embargo, no paran ahí. Porque la dictadura de Bolívar,
apoyada con entusiasmo por la privilegiada casta militar (mayoritariamente
venezolana) surgida de la Guerra de Independencia, iba, de hecho, dirigida contra ella
y contra sus excesos. Pero provocó la reacción de los militares y civiles granadinos
adversarios de esa casta, que se manifestó primero, en la conspiración del 25 de
septiembre de 1828 contra la vida de Bolívar —a raíz de la cual fue desterrado el
general Santander—, y a continuación en la sublevación de los generales José Hilario
López y José María Obando en el sur de Colombia contra la dictadura.
La nueva sociedad venezolana

Por Alcides Beretta Curi


Historiador. Universidad de Montevideo

L AS
Boves y Morales

La conmoción que sufrió la sociedad colonial desde los acontecimientos


metropolitanos de 1808 sacó del anonimato a muchos hombres, promoviéndolos al
primer plano del acontecer histórico.
En el movimiento popular y realista que sacudió los llanos del Orinoco, y que
mantuvo en jaque a la revolución patricia y oligárquica, destacan los nombres de
Francisco Tomás Morales y, en especial, el de José Tomás Boves. Al mencionarlos
se producía la deserción en las filas revolucionarias.
José Tomás Boves, asturiano de origen humilde, buscó como tantos otros mejor
destino en América. En Venezuela desempeñó las funciones de sargento de Marina
y de guardacostas. Mas no satisfecho, quizá, con estos trabajos, se hizo buhonero y
contrabandista.
Los sucesos de abril de 1810 en Caracas no permiten la neutralidad y Boves se
pone al servicio del monarca. Su arrojo le permite ascender a capitán de Milicias.
Poco después convierte los Llanos en escenario de su acción, organizando a la
población semisalvaje de pardos y mestizos en legión infernal. Cual Atila americano,
su nombre provoca pavor.
Desde su cuartel general en Calabozo, monta rápidas correrías asociadas a la
muerte y al saqueo. Sus operaciones militares siempre son triunfales.
Obliga a Bolívar a levantar el sitio de Puerto Cabello y le derrota en Barquisimeto.
La victoria de La Puerta sobre las fuerzas del Libertador le abren las puertas de
Caracas. Toma Valencia y obliga a los patriotas a encerrarse en Maturin…
Su cadena de victorias se interrumpe al hallar la muerte en el combate de Arica,
el 5 de diciembre de 1814
Francisco Tomás Morales, de origen canario y perteneciente a los estratos sociales
más modestos, abandonó su trabajo de salitrero para servir como soldado en
Venezuela.
Pasó de cabo primero (1820) a mariscal de campo (1821), primero a las órdenes
de Boves y luego independizándose de éste. Ganó fama de valeroso, cruel y avaro.
Encargado en 1822 del mando supremo en la Capitanía, inició su reconquista,
pero, falto de ayuda metropolitana, debió capitular. Derrotadas las fuerzas realistas,
pasó a Cuba. Murió en 1844 en Canarias.
Crueldad, crimen, avaricia, bajas pasiones, sadismo… son términos asociados a
Boves y Morales. No es difícil adivinar tras ellos el odio de la lucha de clases, el
desprecio de la poderosa oligarquía criolla-caraqueña a los hombres de color, sin
apellido ni pureza de sangre. El odio del propietario, del rico hacendado, ante el
absoluto desconocimiento de la propiedad y sus derechos.
Por lo demás, las filas revolucionarias no estuvieron exentas de dureza frente al
enemigo y el decreto de Guerra a Muerte de Bolívar no hacía más que legalizar una
práctica incontenible y tan vieja como la misma revolución.
BIBLIOGRAFÍA

Izard, Miguel, El miedo a la revolución. La lucha por la libertad en Venezuela


(1777-1830), Madrid, Tecnos, 1979. Carrera Damas, Germán, El culto a Bolívar,
Universidad Central de Venezuela, 1973. Id., Boves. Aspectos socioeconómicos de
la guerra de la independencia, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1972.
Lynch, John, Las revoluciones hispanoamericanas (1808-1826), Barcelona, Ariel,
1976. Acosta Saignes, Miguel, Acción y utopía del hombre de las dificultades, La
Habana, Casa de las Américas, 1977. Parra Pérez, Caracciolo, Historia de la primera
república de Venezuela, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1959, 12 vols.).
Uslar Pietri, Juan, Historia de la rebelión popular de 1814, Madrid, Edime, 1972.
Mijares, Augusto, El Libertador, Caracas, 1964. Id., Simón Bolívar. Doctrina del
Libertador (Selec. Manuel Pérez Vila), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1976. Bolívar,
Simón, Escritos políticos (Selec. Graciela Soriano), Madrid, Alianza Editorial, 1981.
Id., Discursos, proclamas y epistolario político (Selec. Mario Hernández Sánchez-
Barba), Madrid, Editora Nacional, 1978. Masur, Gerhard, Simón Bolívar, México,
Grijalbo, 1980. Rumaso González, Alfonso, Bolívar, Madrid, Edime, 1981. Martínez
Diaz, Nelson, Simón Bolívar, col. «Protagonistas de América», Ed. HISTORIA
16/Quorum, Madrid. 1986.
Notas
[1] G. Carrera Damas, Materiales para el estudio de la cuestión agraria en Venezuela

(1808-1830), pág. 153. <<


[2] G. Carrera Damas, ob. cit., págs 203-204. <<
[3] G. Carrera Damas, ob. cit., págs 205-206. <<
[4] G. Carrera Damas, ob. cit., pags 206-207. <<
[5] G. Carreras Damas, ob. cit., págs. 263-265. <<
[6] Simón Bolívar, Escritos políticos, pág. 159. <<
[7] El Colombiano, núm. 119, 17 agosto 1825. <<
[8] Juan Bosch, Bolívar y la guerra social, pág. 142. <<
[9] El Indicador del Orinoco, núm. 11. 3 diciembre 1825. <<
[10] J. Bosch, ob. cit., pág. 139. <<

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