Althusser, L. (1990) - Prefacio. Hoy

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- "

pór LOUIS AL1'HUSSER


~

tradttcció11 e it1troducción de
MARTI1A l'fARNECI<ER

siglo
vezntzuno
editores
sa
-- .,_
MEXICO
,'\RGENTINA
ESPAÑA
Prin1era edici6n en español, 1967
@ SIGLO XXI EDITORES, S. A.

Gabriel Ma11cera 65 - México 12, D. l<'.

I>rimcra edición en francés, 1965


© Librairie Fran9ois Maspero, S. A., París
T'ítulo oríginal: Pour Marx

DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

Impreso y hecho en México


Printed a11d made in Mexico
PREFACIO: HOY

I

Me tomo la libertad de publicar el conjunto de estos trabajos1 apa-


recidos, en el curso de los cuatro últimos años, en diferentes revistas.
Algunos de estos artículos están agotados: he aquí mi primera razón,
completamente práctica. Si en su estado inacabado y de búsqueda
tienen algún sentido, éste debería resa1far más al reunirlos: he aquí
mi segunda razón. Por último, los considero en lo que son: los do-
cumentos de determinada historia. ·
Casi todos estos textos nacieron de una coyuntura: reflexión so-
bre una obra, respuesta a una crítica o a objeciones, análisis de un
espectáculo, etc. Llevan en sí la fecha y la marca de su nacimiento,
hasta en sus diferencias, que no he querido corregir. Suprimí algunos
pasajes de polémica demasiado personal; reestablecí aquellas pala-
bras, anotaciones o páginas que entonces debí reservar, sea para evi-
tar la reticencia de las personas sensibilizadas al tema, sea para reducir
mis desarrollos a la medida convenida; precisé algunas referencias.
Nacidos cada uno el1 una ocasión particular, estos textos son sin
en1bargo el producto de una misma época y de una misma historia.
Son, a su manera, los testigos de una experiencia singular, que todos
los fil·ósofos de mí edad, que pretendieron pensar en Marx, debieron
vivir: la investigación del pensamiento filosófico de Marx, indispen-
sable para salir del callejón sin salida teórico en el que la historia
nos había confinado.
La historia se había apoderado de nuestra adolescencia desde la
época del Frente Popular y la guerra de España, para marcarnos en
la guerra misma con la terrible educación de los hechos. Nos sor-
prendió allí donde habíamos venido al mundo, y de estudiantes de
origen burgués o pequeñoburgués que éramos, nos hizo hombres
instruidos en la existencia de las clases, de su lucha y de su signifi-
cación. Frente a las evidencias impuestas por ella sacamos la con-
clusión de unirnos a la organizació11 política de la clase obrera, el
Partido Comunista.
Era la época de la posguerra inmediata. Fuimos lanzados brutal-
mente a las grandes batallas políticas e ideológicas que el partido
llevaba a cabo: nos vimos obligados a ver las implicaciones de nues~
tra elección y a a~umir sus consecuencias. ·
[ 15]
16 PREFACIO: 1-IOY
.
En nuestra memoria política, ese tiempo pern1anece como el tiem-
po de las grandes huelgas y de las manifestaciones de masa, el tiempo
del llamado de Estocolmo y del Movimiento por la Paz, aquel en
que fracasaron las inme11sas esperanzas nacidas de la Resistencia, y
empezó la amarga y larga lucha que debía hacer retroceder al hori-
zonte de la guerra fría, rec11azada por innumerables brazos huma-
nos, l~ sombra de la catástrofe. En nuestra memoria filosófica, ese
tiempo permanece con10 el tiempo de los intelectuales a1111ados,
combatie11do el error en toclas st1s guaridas, aquel de los filósofos sin
obras, nosotros mismos, pero que hacían política de toda obra, y
dividían el mundo (artes, literaturas, filosofías y ciencias), utilizan-
do un solo corte: el despiadado corte de las clases. Tiempo cuya ca-
ricatura puede resun1irse e11 una frase: ba11dera izacla qt1e fla1nea en
el vacío: ''ciencia burguesa'', ''cie11cia proletaria''.
Algunos dirigentes, para defender, co11tra el fur·or de los ataques
burgueses, un n1arxisrno ento11ces aventurado en la ''biología'' de
Lissenko, 11abían vuelto a la11zar la vieja fórrnt1la izquierdista que
había sido anteriormente la consigna de Bogdanov y del Proletkult.
Una vez proclan1ada, lo don1inó todo. Bajo su línea imperativa nues-
tros filósofos no 1Judiero11 elegir sino: e11tre el con1cntario y el
sile11cio, entre una convicción mística o impt1esta y el mutismo del
que se siente molesto. Paradójicamente, ft1e necesaria la prese11cia
de Stalin, cuyo contagioso e implacable sistema de gobierno y de
pensan1iento provocaba estes delirios, para son1eter esta locura a un
poco de razón. Entre las líneas de algunas páginas simples donde
condenaba el celo de aquellos que pretendían a toda fuerza hacer
de la lengua una superestructura, entrevin1os que el uso c1e1 crite-
rio de clase no era un criterio sin lín1ites y que se nos hacía tratar
la ciencia, cuya rúbrica cubría las obras n1ismas de Marx, como una
ideología cualquiera. Era necesario retroceder y, en una semiconfu-
sión, \rolver a los rudimentos.
Escribo estas líneas en n1i nombre, y como comunista que no
busca en el pasado sino aquello que permite aclarar nuestro presen-
te... y, luego, aclarar nuestro futuro.
No hago alusión a este episodio ni por placer ni por an1argura,
sino para confirmarlo con una observación que lo sobrepasa. Tenía-
mos Ja edad del entusiasn10 y de la confianza; vivíamos un tiempo
en que el adversario no nos daba cuartel, utilizando el lenguaje de la
injuria para apoyar su agresión. Esto no impide que hayamos pe11na-
necido largo tiempo confundidos por esta aventura, en Ia cual ciertos
dirigentes, lejos de impedir que cayéramos en el abismo del ''izquier-
dismo teórico'', nos habían empujado con vigor, sin que los otros
hicieran nada para moderarnos, para advertirnos o prevenirnos. Pasá-

PREF1\CIO: I-IOY 17

barnos entonces la n1ayor parte de nuestro tiempo militando, cuan-


do 11ubiéramos debido defender tan1bién nt1estro derecho y fl,ucstto
deber a conocer y a estudiar simplemente para producir. No nos
clábamos ni siquiera ese tiempo. Ignorábamos a Bogdanov y al
Proletkult, y la lucl1a 11istórica de Lenin co11tra el izquierdismo, po-
lítico y teórico; ignorábamos el contenido misn10 de los textos ele
111adurez de Marx, demasiado felices e impacientes al haber encon-
trado en la llama ideológica de sus obras de juventud nuestra propia
pasión ardiente. Pero, ¿y nuestros mayores? Aquellos que tenían la
responsabilidad de rnostrar11os el camino, ¿no vivían ellos también
en la misma ignorancia? Toda esa larga tradición teórica, elaborada
a través de tantos combates y pruebas, jalonada de tantos grandes ,o, .

textos testigos, ¿cómo explicar que haya sido para ellos letra muerta?
De esta manera, fuimos llevados a reconocer que, bajo la protec-
ción del dogmatismo reinante, otra tradición negativa, esta vez
francesa, había pre11alecido sobre la primera, otra tradición, o más
bie11, lo que podríamos llan1ar corno eco a la ''deutsche A1iseria'' de
1-Ieine, nuestra ''miseria francesa'': la ausencia tenaz, profunda,
<le una real cultura teórica en la historia del rnovimiento obrero fran-
cés. Si el Partido francés pudo adelantarse, dando a la teoría general
<le las dos ciencias ,; la forma de una proclan1ación radical, y si con
ello pt1do poner a prueba y demostrar su indiscutible aliento polí-
tico, se debe también a que vivía con reservas teóricas muy escasas:
las que le 11abía dejado corno herencia todo el pasado del inovimie11to
obrero francés. De hecl10, a excepción de los utopistas Saint-Simon
y Fourier, que Marx evoca con tanto agrado, a excepción de Prou-
dhon que no era marxista, y de Jaures que lo era poco, ¿dó11de está11
11uestros teóricos? Ale1nania t11vo a Marx y Engels, y al joven
Kat1tsl<y; Polonia, a Rosa Luxemburgo; Rusia, a Plejanov y Le11in;
Italia, a Labriola que (¡en la época en que nosotros teníamos ~
Sorel!) se escribía de igual a igual con Engels, luego Gramsci. ¿Dón-
de están nuestros teóricos? ¿Gt1esde, * * Lafargue?
Sería 11ecesario todo un análisis histórico para dar cuenta de una
pobreza que contrasta con la riqueza de otras tradiciones. Sin pre-
tenc1er empezar este a11álisis1 fijemos por lo menos algunos puntos
de referencia. Una tradici6n teórica (teoría de la historia, teoría de
la filosofía) en el movimiento obrero del siglo XIX o de co111ienzos
clel siglo xx, no puede prescindir de las obras ele los trabajadores inte-
lectuales. Son intelectuales (Marx y Engels) los que han fundado

" Se refiere a la ''ciencia proletaria'' )' a la ''ciencia burgt1esa''. [T.]


* * Gt1esde es el gran introductor del marxis1no e11 Fra11cia. Fundador del Partido
Olirero Francés, el pri111er partido m¡¡rxista en Francia (junto con Lafargue, yerno de
~1arx). [T.] ·
'
18 PREFI\CIO: HOY

el materialismo histórico y el materialismo dialéctico, son 'intelec-


tuales (Kautsky, Plejanov, Labriola, Rosa Luxemburgo, Lenin, Grams-
ci) los que l1a11 desarrollado la teoría. No podía ser de otro 111odo al
comienzo ni mucho tiempo después, no puede ser de otro modo
ahora ni en el futuro: lo que ha podido cambiar y cambiará, es el
origen de clase de los trabajadores intelectuales, pero no su calidad
de intelectuales.1 Esto es así, por razones de principio a las que
Lenin, después de Kat1tsky, nos ha sensibilizado: por una parte la
ideología ''espo11tá11ea'' del movimiento obrero no podía producir
por sí misma sino el socialismo utópico, el trade-unionismo, el ·
anarquismo y el anarcosindicalismo; por otra parte el socialisn10
marxista, que supone el gigantesco trabajo teórico de la instauración
y desarrollo de una ciencia y de una filosofía sin precedentes, no
podía ser realizado sino por hombres que poseyeran una profunda
fo1·mación histórica, científica y filosófica, intelectuales de u11 valor
muy grande. Si tales intelectuales aparecieron en Alemania, Rusia,
Polonia e Italia, para fundar la .teoría marxista, o para llegar a domi-
narla, no se debe al l1ecño de azares aislados. Se debe a que las
condicio11es sociales, políticas, religiosas, ideológicas y morales que
reinaban en estos países hacían simplemente imposible la actividad
de los intelectuales, a quienes las clases dominantes (feudalismo y
burguesía comprometidas y unidas por sus intereses de clase y apo-
yadas por las iglesias no ofrecían 1nuy frect1enten1ente sino los en1-
pleos de la servidum re y de la irrisión. En esta situación, los inte-
lectuales no podían encontrar libertad y futuro sino al lado de la
clase obrera, la única clase revolucionaria. En Francia, por el con-
trario, 1a burguesía fue revolucionaria, supo y pudo asociar, desde
l1ace mucho tiempo, los intelectuales a la revolt1ción por ella realiza-
da, y mantener la mayor parte de ellos a su lado después de la toma
y co11solidación del poder. La burguesía francesa supo y pudo llevar a
ca1Jo su revolución, u11a revolución clara y definida, eliminar la clase
feudal del escenario político (1789, 1830, 1848), sellar bajo su reino,,
dt1rante la revolución misma, la unidad de la nación, combatir la
Iglesia, luego adoptarla, pero llegado el n101nento, separarse de ella
y cubrirse de las consignas de libertad e igualdad. Supo utilizar, a la

. 1 Evidentemente este tér111ino de intelectuales designa un tipo muy específico, y en


n1uchos aspectos inédito, de intelectuales 111ilitantes. Son verdaderos eruditos, a11r1ados
de la cultura científica· y te6rica más auténtica, instruidos por la realidad aplastante y
Jos 1necanismos de todas las formas de ideología dominante, en constante lucha contra
ellas, y capaces de emplear en su práctica teórica contra todas las ''verdades oficia-
les'' las vías fecundas abiertas por Marx, pero que son prohibidas y obstruidas por
todos los prejuicios reinantes. Una e1npresa de esta naturaleza y de este rigor es impen·
sable sin una confianza invencible y lúcida en la clase obrera y sin ttna participación
directa en su combate.
Pl\El"ACIO: HOY 19

vez, su posición de fuerza y todo el prestigio adquiridos e11 su pasado,


· ara ofrecer a los intelectuales futuro y espacio suficiente, funciones
111ta11te honorables, márgenes de libertad e ilusiones suficientes,
co1110 para retenerlos bajo su ley y mantenerlos bajo el control de
IU ideología. Salvo algunas grandes excepcio11es, que fueron justa-
me11te excepciones, los intelectuales. franceses aceptaron su condición
y 110 experimentaron la necesídad vital de buscar su salvación al lado
. de la clase obrera; y cuando se unieron a ella, no supieron despoJ'arse
rudicalmente de la ideología burguesa qt1e los 11abía marcado, y que
sob1·evivió en su idealismo y su reformismo (Jaures) o en su positi-
vis1no. Taml?oco se debe al azar que el partido francés haya debido
co11sagrar esfuerzos valientes y pacientes para reducir y destruir el
reflejo de desconfianza ''obrerista'' contra los intelectuales, que ex-
J'rcsaba a su manera la experiencia y la decepción, sin cesar repe-
ticl;1, de una larga historia. Es asf como las formas mismas de la
do111inaci6n burguesa privaron durante mucho tiempo al movimiento
<>brero francés de los intelectuales indispensables para la formación
ele una tradición teórica auténtica. ·
¿Es necesario aún agregar una razón nacional? Se trata de la pe-
11os<1 l1istoria de la filosofía francesa en los 130 años que siguieron
1 l<t revolución de 1789; de su obstinación espiritualista no so1amente
cci11servadora sino reaccionaria, de Maine de Biran y Cousin a Berg-
S<>11, de su desprecio de la historia y del pueblo; de sus lazos profun-
(los y estrechos con la relígió11, de su dureza co11tra el único espíritu
(lig110 de interés que ella produjo: A. Comte, y de st1 i11creíble incul-
t·11ra e ignorancia. Desde hace treinta años las cosas han evolucio-
11ado de una m.anera muy diferente, Pero el peso de un largo siglo
de embrutecimiento filosófico oficial ha pesado muy fuerte en la
clcsfrucción de la teoría en el movimiento obrero n1ismo.
El Partido francés nació en estas condiciones de vacío teórico, y
(:rcció a pesar de este vacío, llenando como mejor pudo las lagunas
existentes, alimentándose de nuestra única tradición nacional autén-
t·ica por la que l\1arx sentía un profundo respeto: la tradición polí-
t.ica. Permanece marcado, a pesar de sí, por este primado de lo
político, y por un cierto desprecio por el papel de la teoría, menor
c11 lo q11e se refiere a la teoría política y eco11ómica que a la teoría
filos6fica. Si ha sabido reunir en torno a sí intelectuales célebres,
éstos l1an sido ante todo gra11des escritores, novelistas, poetas y artis-
1:1s, grandes especialistas de las ciencias de la naturaleza, y también
algt1nos historiadores y psicólogos de gran calidad, y sobre todo por
razones políticas. Pero sólo excepcionalmente ha reuniclo hombres
suficientemente formados desde el punto de vista filosófico para que
pt1dieran considerar que el marxismo debería ser2. no sólo una doc-
PREFACIO: l-IOY

trina política, un ''método'' de análisis y de acción, sino también y


principalmente el can1po teórico de una investigación fundamental,
indispensable al desarrollo, no solamenl:e de la ciencia de las forma-
ciones sociales y de las diversas ''ciencias humanas'', sino también de
las ciencias de la natt1raleza y de la filosofía. El Partido francés se
vio obligado a nacer y crecer en estas condiciones, sin la herencia
y el socorro de una tradición teórica nacional y, lo que deriva como
consecuencia inevitable, si11 una escuela de formación teórica de la
que pudieran salir ''maestros''.
:Ésta es la realidad que tuvimos que aprender a deletrear y a dele-
trear solos. Solos, ya que no contábamos entre· noso!:ros, en filosofía
marxista, con verdaderos y grandes ''maestros'' que pudieran guiar
nuestros pasos. Politzer, que podría haber sido uno de ellos, si no
hubiera sacrificado la gran obra filosófica que llevaba en sí a tareas
económicas ur entes, no nos 11a dejado sino los errores geniales de st1
Critique des · ondements de la psychologie. Murió, asesinado por
los nazis. No tuvimos ''maestros''. No n1e refiero a hombres de bue-
na voluntad ni espíritus muy cultos, sabios, letrados y otros. Me
refiero a máestros en filosofía marxista, prod11ctos de nuestra histo-
ria, accesibles y cerca11os a nosotros. Esta última condición no es
un detalle superfluo. Ya que, al mismo tiempo que ese vacío teórico,
hemos heredado de nuestro pasado nacional ese monstruoso provin-
cialismo filosófico y cultural (nuestro chovinismo) que nos lleva a
ignorar las lenguas extranjeras, y no considerar lo que se puede pen-
sar y producir n1ás allá de la cima de las montañas, el curso de un
río o el espacio de 11n mar. ¿Se debe al azar que el estudio y comen-
tario de las obras de Marx hayan pe1·1nanecido en manos de algunos
germanistas valientes y tenaces? ¿Qt1e el único nombre que podan1os
exponer más allá de nuestras fronteras sea el de un pacífico héroe
sqlitario que, desconocido por la Universidad, siguió durante n1uchos
años estudios minuciosos sobre el movimiento de la izquierda neo-
hegeliana y el joven Marx: Auguste Cornu?
Estas _reflexiones podían explicar nuestra des11udez pero no po-
dían abolirla. Es a Stalin a quien hemos debido, en e1 se110 del ma1
del que tiene la nlás alta responsabilidad1 el primer choque. Es a su
muerte a la que hemos debido el segundo. A su muerte y al XX Co11-
greso. Pero, mientras tanto, la vida había realizado su obra entre
nosotros.
No se crea de un día a otro o por un simple decreto, ni una orga-
nización política, ni una verdadera cultura teórica. ¡Cuántos? entre
los jóvenes filósofos llegados a la edad de hon1bres con la guerra o
la posguerra, se gastaro11 en tareas políticas agotadoras, sin dejarse el
. tiempo para un trabajo científico! Es también un rasgo de nuestra
l'REFACIO: HOY' 21
historia social el que los intelectuales de orige11 pequeño burgués
C.JtlC llegaron entonces .al Partido se sintieran llevados a .agar en acti-
vidad pura, o más aún en activismo político, la Deu a imaginaria
lJUC pc11saban haber conltaído al no haber nacido proletarios. Sartre,
l1 su ma11era, puede servir de testimonio sincero de este bautizo de la
l1istoria; en cierta manera nosotros también hemos pertenecido a su
t;1z;1; y es sin duda una ventaja de los tiempos actuales el que nues-
. Iros ca1naradas más jóvenes se sientan libres de esta Deuda, que
lJUizá pagan de otra n1anera. Filosóficamente hablando, nuestra ge-
11cración se sacrificó, fue sacrificada únicame11te en los combates
J>olíticos e ideológicos, me refiero a sacrificada en sus ooras intelec-
tt1;1lcs y científicas. Numerosos científicos, algunos historiadores y
1111 número escaso de literatos pudieron salir de la situación sin pér-
lli(las o limitando los gastos. Para el filósofo no había salida. Si
_l1t1l)laba o escribía filosofía para el Partido, estaba limitado a los co-
111c11tarios o a pequeñas variaciones de uso interno sobre las Citas
Célebres. No teníamos audiencia entre nuestros iguales. El adver-
s;1rio nos sacaba en cara que no éramos sino políticos; nuestros
colegas más lúcidos, que debíamos comenzar por estudiar nuestros au-
tores, antes de iuzgarlos, por justificar objetivamente nuestros ¡)rin-
c:i¡)ios antes de proclamarlos y aplicarlos. Para comprometer a los
111ejores de sus i11terlocufores a prestarles atención, ciertos filósofos
· 111<1rxistas fueron reducidos, y reducidos por un movimiento natural
llo11de no entraba ninguna táctica reflexiva, a disfrazarse a disfra-
z;1r a Marx en Husserl;. a Marx en Hegel; a Marx en el joven Marx
ético o humanista , con el peligro de llegar a· confundir un día u
<>f1·0 la máscara con la cara. No exagero, enuncio los hechos; Vivi-
111os a(1n hoy sus consecuencias. Estábamos filosófica y políticamente
1:011vencidos de l1aber desembarcado en la única tierra firn1e en el
111undo, pero no sabiendo demostrar filosóficamente su existencia ni
s11 firmeza; de hecho, para la gente, no tenía1nos tierra firme bajo
11t1cstros pies sino sólo convicciones. No me refiero a la irradiación
clcl marxismo, que felizmente puede nacer de otras esferas que la del
:tst1·0 filosófico: me refiero a la existencia paradójica1nente precaria
tlc la filosofía marxista como tal. Nosotros, que pcns<íba1nos poseer
los principios de toda filosofía posible, y de la imposibilidad de toda
itlcología filosófica, no lográbamos probar objetiva y públicamente
J;1 apodicticidad de nuestras convicciones. ·
Una vez experimentada la vanidad teórica del discurso dogmá-
tico, no quedaba a nuestra disposici6n sino un medio para asumir la
i111posibilidad, a· la que estábamos reducidos, de pensar verdadera-
n1cnte nuestra filosofía: pensar que la filosofía misma era imposible.
Co11ocimos entonces la te11tación grande y sutil. del ''fin de la filo-
22 PREFACIO: IIOY

sofía'' a la que nos conducían algunos textos enigmáticamente claros


de la juventud (1840-1845) y de la ruptura (1845) de Marx. Los
más militantes, y los más ge11erosos, consideraban el ''fin de la filo-
sofía'' como su ''realización'', y celebraban la muerte de la filosofía.
en la acción, en su realización política y en su verificación proletaria,
poniendo a su servicio, sin reservas, la famosa Tesis sobre F euerbach,
en la que un lenguaje teórico equívoco opone la transformación del
mundo a su explicación. Desde allí al pragmatismo teórico no ha-
bía, no hay, sino un paso. Otros, de espíritu más científico, procla-
maban el ''fin de la filosofía'' en el estilo de ciertas fórmulas positi-
vistas de La ideología alemana, donde ya no es e1 proletariado y la
acción revolucionaria quienes se encargan de la realización, en con-
secuencia, de la muerte de la filosofía, sino la ciencia ¡Jura y sin1ple:
¿no nos compromefe Marx a dejar de filosofar, es decir, de desarro-
llar sueños ideológicos, para pasar al estudio de la realidad misn1a?
Políticamente hablando, la primera lectura era la de la nlayor parte
de nuestros filósofos militantes que, dándose por co1npleto a la po-
lítica, hacían de la filosofía la religión de su acción; la segt1nda lec-
tura, por el contrario, era la de los críticos· que esperaban que el
discurso científico pleno cubriría las proclamaciones vacías de la filo-
sofía dogmática. Pero tanto los unos como 1os otros, si se ponían en
paz o seguridad con respecto a la política, pagaban esto forzosamente
con una mala conciencia en relación a la filosofía: una muerte prag-
mático-religiosa, una muerte positivista de la filosofía no son verda-
deramente muertes filosóficas de la filosofía.
· Nos ingeniamos ento11ces en dar a la filosofía una muerte digna
de ella: una muerte filosófica. Aún aquí, nos apoyába1nos en otros
textos de Marx y en una tercera lectura de los primeros. Dejábamos
entender que el fin de la filosofía no podía ser como 1o proclama el
subtítulo de El capital, en relación a la economía política, sino crí-
tico: que es necesario ir a las cosas mismas, terminar con la ideología
filosófica, y ponerse a estucliar lo real. Ahora bien, aquello que pare-
cía protegernos del positivismo, volviéndonos contra la ideología, era
lo que veíamos amenazar constantemente la ''inteligencia de las cosas
positivas'', asaltar las ciencias, hacer más nebulosos los rasgos reales.
Confiamos entonces a la filosofía la perpetua reducción crítica de
las amenazas de la ilusió11 ideológica y, para confiarle esta tarea, hici-
mos de la filosofía la pura y si1nple conciencia de la ciencia, redu-
ciéndola a la letra y al cuerpo de la ciencia, pero vuelta simplemente,
como su conciencia vigilante, su conciencia de lo exterior, hacia este
exterior negativo, para reducirla a nada. La filosofía terminaba, sin
duda, ya que su ct1erpo y su objeto se confundían con los de la cien-
cia y, sin embargo, sobrevivía como su conciencia crítica desvanecicn-
llREFACIO: HOY 23
te el tie1npo justo para proyectar la esencia positiva de la ciencia
sobre la ideología amenazadora, el tiempo justo para destruir los fa11-.
tasmas ideológicos del agresor, antes ele volver a st1 lugar y encontrar
los suyos. Esta muerte crítica de la filosofía, idéntica a su existe11cia
filosófica aesvaneciente, nos daba al fin la garantía y la alegría de
una verdadera 1nuerte filosófica, realizada en el acto a1nbiguo de 1<1
crítica. La filosofía no te11ía entonces por destino sino la realizací6n
ele su 1nt1erte crítica en el reconocimiento ele lo real, y en la vuelta
a lo real n1isrno, lo real de la historia, madre de los hombres, de sus
:1ctos y de sus pensamie11tos. Filosofar es volver a co1nenzar por
nuestra cuenta la oclisea crítica del jove11 l'vfarx, atravesar la capa de
ilusiones que nos oculta lo real y tocar la única tierra natal: la de ]a
11istoria, para encontrar en ella, al fin, el reposo de la realidad y de
la ciencia reconciliadas gracias a la perpet11a vigila11cia de la crítica.
En esta lectura, deja de existir el problema de la historia de la filo-
sofía: ¿cómo podría existir una historia de fantasmas disipados, t1na
l1istoria de tinieblas atravesadas? Sólo existe una historia de lo real,
que puede producir sordamente en quien duerme incol1erencias so·
fiadas, sin que jamás estos sueños, a11clados en la sola contint1ídad
lle esta profundidad, puedan componer de de1·ecl10 el co11tinent:e de
una 11istoria: Marx mismo nos lo 11abía dicho en La ideología ale-
111ana: ''La filosofía no tiene historia." Cua11do leáis el texto ''Sobre
el joven Marx'', juzgaréis si éste no se encuentra todavía encerrado en
esa esperanza mítica de una filosofía que alcanza su fin filosófico
en la muerte contint1a de la conciencia crítica.

Si rect1erdo estas investigacio11es y estas elecciones se debe a que, a


su nianera, llevan consigo las 11uellas de nuestra 11istoria, Y se debe
t·ambié11 a que el fin del dogmatismo stalinista no las ha disipado
como simples reflejos de circunstancia, sino que conti1zúan siendo
11uestros problemas. Los ql1e acusan a Satlin, aclemás de sus crín1e-
11es y sus faltas, de todas nuestras decepciones, de nuestros errores
y de nuestra confusión, en cualquíe1· dominio que sea, están en i)eligro
de encontrarse fuertemente desconcertados al comprobar que el
fin del dogmatismo filosófico no 11os ha devt1elto la filosofía marxis-
ta en su integridad. Después de todo, no podemos liberar ]an1ás, aun
clel dogmatismo, más que lo que existe. El fin del dog111atismo l1a
¡Jroducido una libertad de investigación real, y al misrno tien1po t1na
fiebre, que precipita a algunos a declarar filosofía el comentario
icleológico de su ·sentimiento de liberación y de st1 gusto por la li~
l)c1·tad. Las fiebres caen tan seguramente como las piedras. Lo que
11os ha traído el fin del dogmatismo es el derecl10 de poder sacar las
cuentas exactas de lo que poseemos, de llamar por su non1bre tanto
24 PREFACIO: HOY
-
nuestra riqueza como nuestra desnudez, de pensar y plantear en voz
alta nuestros problemas, y de comprometernos e11 el rigor de una
verdadera investigación. Su fin nos ha permitido salir en parte de
nuestro provincialismo teórico, reconocer y conocer a los que 11an
existido y existen fuera de nosotros, y viendo este ''fuera'', comenzar
a vernos nosotros n1ismos desde fuera, conocer el lugar que ocupa-
mos en el conocimiento y la ignorancia del n1arxismo, y con1enzar
de esta manera a conocernos. El fin del dogrnatismo nos 11a puesto
frente a esta realiclad: que la filosofía marxista, fu11dada por Marx
en el acto mismo de la fundación de su teoría de la 11istoria, está en
gran parte todavía por constituirse, pues, con10 lo decía Lenin, sólo
han sido colocadas las piedras angulares; que las dificultades teóricas
en las que nos habíamos sumergido, bajo la noche del dogmatisn10, r10
eran dificultades totalmente artificiales, sino que se debían también,
en gran parte, al estado de no elaboración de la filosofía marxista;
aún más, que en las formas congeladas y caricaturescas que habíamos
soportado o mantenido, y hasta en la monstruosidad teórica de las
dos ciencias, estaba realmente presente, con una presencia ciega y
grotesca, un problema aún no solucionado (rne bastan por testigos
las obras del izquierdisn10 teórico: el joven Lukács y Korscl1); y fi-
nalmente que nuestra suerte y nuestra tarea es simplemente pla11tear
y afrontar estos problemas abiertamente, si queremos dar un poco
de existencia y de consistencia teórica a la filosofía marxista.

II
Sin duda se i11e permitirá i11dicar en qué línea se encuentran los tra-
bajos que se van a leer.
El texto ''Sobr·e el jove11 Marx'', prisionero aún del mito de la fi-
1losofía crítica desvaneciente, contenía sin embargo el problema esen-
cial, que nuestras experiencias, nuestros fracasos y nuestras misn1as
incapacidades habían hecl10 surgir en nosotros; ¿qué pasa con la filo-
sofía marxista? ¿Tiene teórican1ente derecho a la existencia? Y si
existe de derecho, ¿cómo definir su especificidad? Esta cuestión
esencial se encontraba planteada práctican1ente como una cuestión
pe apariencia histórica, pero era en realidad teórica: la cuestión de la
lectura y de 1a interpretación de las obras de juventud de Marx. No
se debe a un azar que haya sido considerado indispensable someter
a un exame11 crítico serio estos textos famosos con los que se 11abía
defenclido todas las ba11deras y todos los usos, estos textos abierta-
mente filosóficos en los que 11abíamos creíclo, .más o menos espon-
• •

táneamente, leer la filosofía de l\!Iarx en persona. Plantear el pro-


blema de la filosofía marxista y de su especificiclad a propósito de las
l'REFACIO: HOY 25
ol)ras de juventud de Marx, implica necesariamente plantear el pro-
blema de las relaciones de Marx con las filosofías que él hizo suyas
o estudió, las de Hegel y de Feuerbach, por lo tanto, plantear el
lJroblema de su diferencia.
Es el estudio de las obras de juventud de Marx lo que me con-
dujo en primer lugar a la lectura de Feuerbach, y a la publicación de
sus textos teóricos n1ás importantes del período 34-45 (artículo sobre
''Los manifiestos de Feuerbach''). Es la misma razón la que debía
conducir1ne, natural111e11tc, a estudiar e11 el detalle de st1s conceptos
1·espectivos, la naturaleza de las relaciones de la filosofía de Hegel
co11 la filosofía de Marx. El problema de la diferencia específica de
lo filosofía marxista tomó de esta manera la forma de la pregunta
de saber si, en el desarrollo intelectual de Marx, existe o no una
ruptu1·a epistemológica que marca la aparici6n de una nueva concep-
ció11 de la filosofía, y el problema correlativo del lugar preciso de esta
ruptura. En el terre110 de este proble111a, el estudio de las obras de
juventud de Marx adquirió una importancia teórica (existencia de la
ruptura) e histórica (lugar de la ruptura) decisiva.
Para afirmar la existencia de la ruptura y definir su lugar no se
podía, evidenteme11te, utilizar la frase a través de la cual Marx afirma
y sitúa esa ruptura (''la liquidación de nuestra conciencia de ayer'')
en 1845 a nivel de La ideología alema11a. Sólo se la podía considerar
co1nc> una c1ec1aración que debía ser puesta a prueba, susceptible de
ser invalidada o confirmada. Para poder realizar esta tarea se nece-
sitaba una teoría y un n1étodo, era necesario aplicar a Marx mismo
los conceptos teóricos ma1·xistas a través. de los cuales puede ser pen-
sada la realidad de las formaciones te6ricas en general (ideología,
filosofía, ciencia). Sin u11a teoría de una 11istoria de las formaciones
teóricas, no se podría captar y designar la difere11cia específica que
distingue dos for1naciones teóricas diferentes. Con esta finalidad,
creí poder utilizar el concepto de problenuítíca de Jacques Martin
para designar la unidad específica de una forrnación teórica y en
consecuencia el lugar de la asignación de esta diferencia específica, y
el concepto de ''ru¡)tura epistemológica'' * de Bachelard para pensar la
mutación de la problemática teórica contemporánea a la fundación
de una disciplina científica. Que 11aya sido necesario construir un
co11cepto y pedir prestado otro, no implica en absoluto que .estos
conceptos fueran arbitrarios o exteriores a Marx; muy por el contra-
rio podemos mostrar que están presentes y en acción en el pensa-
miento científico de Marx, aun si su presencia permanece la mayor
* En francés coupure epistemologique. Hemos preferido utilizar el ténnino de ''rup-
tura'' en vez del de ''corte'', que correspondería a la traducción literal, porque nos !1a
parecido que da mejor cuenta del hecho que pretende significar. [T.] .
26 PREI,"i\CIO: IIOY
2
parte del tiempo en estado práctico. Con estos dos conceptos i11e
proporcioné el mínimo teórico indispensable para autorizar un aná-
lisis pertinente del proceso de la transformación teórica del joven
Marx, y para poder llegar a establecer ciertas conclusiones prác-
ticas. .
Permítasen1e resumir aquí, en forma muy somera, a1gunos rest1l-
tados de un estudio que duró largos años, y del que los textos que
publico i10 so11 sino testigos parciales. ·
. '

1) Una ''ruptura epistemológica'' sin equívocos interviene sin eluda


en la oñra de Marx, en el punto en que Marx la sitúa, en la obra no
publicada durante su vida, que constituye la crítica de su a11tigua
conciencia filosófica (ideológica) : La ideología alemana. Las Tesis
sobre Feuerbaclz, qt1e no son sino algunas frases, marcan el borcle
anterior extren10 de esta ruptura, el punto donde, en la co11ciencia
antigua y en el lenguaje anterior, por lo tanto, en fór1nulas y con-
ceptos necesarianiente desequilibrados .Y equívocos, se abre ya paso
la nueva conciencia teórica. ·

2) Esta ''ruptura epistemológica'' concierne al mismo tiempo a c1os


disciplinas teóricas diferentes. Fundando la teoría de la historia ( ma-
terialisn10 histórico), J\1arx, en un solo y n1ismo movimiento, rom-
pió con su conciencia filosófica ideológica anterior y fundó una
nueva filosofía (materialismo dialéctico). Utilizo aquí voluntaria-
mente la tern1inología consagrada por el uso (materialismo históri-
co, materialis1no dialéctico), para señalar esta doble fundación en
una sola ruptura. E indico dos problemas i111portantes inscritos
en esta condición excepcional: El hecho de que una nueva filosofía
l1aya nacido de la fundación misma de u11a ciencia, y que esta cie11-
cia sea la teoría de la historia, plantea naturalmente un problema
teórico capital: ¿a partir de qué necesidad de principio la fundació11
de 1a teoría científica de la historia debía implicar y comprender ipso
facto una revolución en la filosofía? La misma circunstancia llevaba
consigo u11a consecuencia práctica que no se podía descuidar: la nue-
va filosofía estaba tan bien imp1icada por y en la nueva ciencia, que
podía sufrir la tentación de confundirse ·con ella. La ideología ale-
mana consagra muy bien esta confusión, reduciendo la ·filosofía a
la sombra de la ciencia o aun a la generalidad vacía del positivismo.
' '
,.
'

2 Sobre el doble tema de la problen1ática y de la ruptura epistemológica (ruptura


que marca la n1utación de una problemática precientífica a una problemática científica),
po<lc111os remitir a las páginas, de una extraordinaria profundidad teórica, de Engels en
el prcfaci? al Segundo Libro de El capital (E. S., tomo IV, pp. 20-24). Haré un breve
comentario en Lire le Capital, tomo II. · · . · _
'
PREFACIO: l-IOY 27
Esta co11secuencia práctica es u11a de las llaves de la 11istoria singt1la.r
de la filosofía marxista, desde sus orígenes a nuestros días. ·
Exan1inaré próximamente éstos dos problemas.

3) Esta ''ruptura epistemológica'' divide el pensamiento de Ma1·x


en dos g1·ancTes períodos esenciales: el período todavía ''ideológico'',
a11terior a la ruptura de 1845, y el período ''científico'' posterior a la
ruptt1ra de 1845. Este segundo período puede diviclirse en dos mo-
mentos, el n1omento de la mad11ración teórica y el momento de la
madurez teórica de Marx. Para facilitar el trabajo filosófico e histó-
rico que i1os espera, me gustaría proponer una tern1inología pro,,¡.
soria para registrar esta periodización.
a) Propongo designar las obras del primer período, por lo tan-
to, todos los texl:os de Marx desde su disertación de doctorado hasta
los manuscritos de 1844 y La Sagrada Família inclusive, por la expre-
sión, ya consagrada: Obras de la juventud de l\.1arx. .
b) Propongo designar los textos de la ruptura de 1845, es decir,
las Tesis sobre Feue1·bach, y La ideología alema11a, donde aparece
por primera vez Ja nueva problemática de Marx, aunqt1e a ment1clo
bajo una forma parcialmente negativa y fuertemente polémica y
crítica, por la expresió11 nueva: Obras de la ruptura.
c) Propongo designar las obras del período de 1845-1857 por Ia
expresión nueva: Obras de la 1naduración. Si podemos asignar a
la ruptura que separa lo ideológico (anterior al 45) de lo cie11tífico
(posterior al 45), la fecha crucial rle las obras del 45 (Tesis sobre
Feuerbach, La ideología alema11aJ, debe1nos tener prese11te que su
mutación no pudo prodt1cir de bt1enas a primeras, en u11a forma ter-
minada y positiva, la problemática teórica nueva que ella i.nau.gura,
ta11to en la teoría de la historia con10 en la teoría de Ia filosofía. La
ideología alemana es en efecto el comentario frecuenten1ente nega-
tivo y crítico de las diferentes formas de Ta problemática ideológica
rechazada por Marx. Un largo trabajo de reflexión y de elaboración
positivas fue necesario, un largo período qt1e Marx err1ple6 en pro-
ducir, dar figura y fijar una terminología y u11a sistemática concep-
tuales adecuadas a su proyecto teórico revolucionario. Poco a poco la
nueva problemática llegó a ton1ar su forn1a definitiva. A ello se debe
el qt1e yo proponga designar las obras posteriores a 1845 y anteriores
a los primeros ensayos de redacción de El capital (hacia 1855-1857),
por lo tanfo el Manifiesto, Miseria de la filosofía, Salario, precio y
ganancia, etc.; como las •Obras de la 111aduración teórica de Marx . .
. d) Propongo designar todas las obras posteriores a 1857 corrió
Obras de la madurez. . .
Tendrían1os así la sigt1ie11te clasificación: • •
28 PREFACIO: HOY

.. 1840-1844: Obras de la juventud ..


1845: Obras de la ruptura.
1845-1857: Obras de la inaduración.
1857-1883: Obras de la madurez.

4) El período de las obras de juventud ( 1840-1845), es decir, sus


obras ideológicas, puede dividirse a su vez en dos 1nomentos:
· a) el momento racionalista-liberal de los artículos de la Rheini-
. sche Zeitung (hasta 1842),
b) el momento racionalista-comunitario de los años 4Z-45.
Como indico rápidamente en el texto sobre ''Marx:ismo y huma-
nismo'', las obras del primer momento suponen una problemática
de tipo kantiano-fichteano. Los textos del segundo mon1ento des-
cansan por el contrario en la problemática antropológica de Feuer-
bacl1. La proble1nática l1egeliana inspira un texto absolutamente
único, que pretende de. manera rigurosa operar, en sentido estricto,
la ''inversión'' del idealismo hegeliano en el seudo-materialismo de .
Feuerbacl1: son los Manuscritos del 44. De ahí el resultado paradó-
jico de que si se habla en forma adecuada (exceptuando el ejercicio,
at1n escolar, de la Disertación), salvo en su casi último texto del
período ideológico-filosófico, el joven Marx no fue ;amás hegeliano,
sino primeramente kantiano-fichteano, luego feuerbachiano. La tesis
del hegelianismo del joven J\1arx sostenida corrientemente, es un
mito. En revancha+ en la víspera de ruptura con su ''conciencia filo-
sófica pasada'', todo ocurre como sí Marx hubiera producido, recu-
rriendo a I-Iegel la sola y única vez de su juventud, una prodigiosa
''abreacción'' teórica indispensable a la liquidación de su conciencia
''delirante''. Hasta entonces, no había dejado de distanciarse de
Hegel, y si se quisiera pensar el movimiento que lo había hecho
pasar de sus estudios hegelianos universitarios a una problemática
kantiana-ficl1teana, luego a una problemática feuerbachiana, sería
necesario decir que lejos de aproximarse, Marx no había dejado de
alejarse de Hegel. Con Fichte y Kant penetraba retrocediendo e11
los últimos años del siglo XVIII, y con Feuerbach, regresaba al cora-
zón del pasado teórico de dicho siglo, si es verdad que, a su manera,
Feuerbacl1 representa al filósofo ''ideal'' del siglo XVIII: la síntesis
del materialismo sensualista y del idealismo ético-histórico, la unión
real de Diderot y de Rousseau. Frente al último retorno brusco y
total a Hegel de los Manuscritos del 44, a esta síntesis genial de
Feuerbach y Hegel, no podemos evitar el preguntarnos si Marx
no puso en presencia, como en una experiencia explosiva, los dos
extremos del campo fe6rico que hasta entonces había frecuentado,
PREFACIO: HOY 29

y si no es en esa experiencia de un extraordinario rigor y conciencia,


en la prueba más radical de ''inversión'' de Hegel que haya jamás
sido tentada, en ese texto que jamás publicó, en la que Marx vivió
y realizó su transformación. Si se quiere tener una cierta idea de la
lógica de esfa prodigiosa mutación, será en la extraordinaria tensión
teórica de los Ma11uscritos del 44 donde hay que buscarla, sabiendo
de antemano, que el texto de la casi última noche, es el texto para·
dójicamente más alejado, teóricamente hablando, del día que iba
a nacer.

5) Las Obras de la rupt11ra pl<tntean problen1as de interpretación


delicados en función misma de su situación en la formación teórica
del pensamiento de Marx. Los breves rayos de luz que se encuen-
tran en las Tesis sobre Fe11erbach encandilan a todos los filósofos
c1ue se le acercan, pero todos sabemos que un rayo enceguece en lu-
gar de iluminar, y que n<1da es más difícil de situar en el espacio
de la noche que un estallido de lúz que la rompe. Será sin duda
necesario hacer visible, algún día, lo enigmático de esas once tesis
falsamente transparentes. En lo que se refiere a La ideología ale·
niana, nos ofrece, sin duda, un pensamie11to en esrado de rt1ptura
con su pasado, que somete a un despiadado juego de matanza crítica
todos los antiguos supuestos teóricos, en primera línea a I-Iegel
y Feuerbach, todas las formas de una filosofía de la conciencia y ele
una filosofía antropológica. Sin embargo, este nuevo pensan1iento
tan firme y preciso en el e11juiciamiento del error ideológico, no se
define a sí mismo sin dificultades, ni sin equívocos. No se ro1npe
de un golpe con un pasado teórico: en todo caso se necesitan pala-
bras y conceptos para romper con palabras y conceptos y a me11u-
do, son las antiguas palabras las encargadas del protocolo de la r11p-
tura, durante todo el tiempo que dure la búsqueda de los nuevos. La
ideología alemana nos sit(1a frente al espectáculo de semi-saldos co11-
ceptuales remendados, que ocupan el lugar de los conceptos nuevos
a(1n en construcción ... y como es normal juzgar estos antiguos con·
ceptos por su aspecto, tomarlos a la letra, t1no puede perderse fácil-
111ente en una concepción, sea positivista (fin de toda filosofía), sea
i11dividt1alista humanista del marxismo (los sujetos de la historia
son ''los l1ombres concretos, reales''). O bien uno puede engañarse
lJOr el papel a1nbigt10 de la división del trabajo, que desem¡Jeña en
este texto el papel principal, aquel que la enajenación o alienación
tenía en los textos de juventud, y que do1nina toda la teoría de la
ideología y de la ciencia. Por todas estas razones, que se deben a
1~1 proximidad inmediata con la ruptura, La ideología alemana, ella
sola, exige todo un trabaio de crítica, para distinguir la fu11ción teó-
30 PREFACIO; 1-IOY

1·ica suplementaria de ciertos conceptos, de esos conceptos mismos.


Volveré sobre ello.
.
6) Situar la ruptt1ra en 1845 no deja de tener consecuencias teóricas
importa11tes en lo que se refiere, no solamente a la relación de Marx
co11 Feuerbach, sino también de la relación de Marx con Hegel. En
efecto, no solamente después del 45 Marx desarrolla una crítica sis-
temática de Hegel, sino desde el segundo momento de su período de
juventud, como puede verse en la Crítica a Za filosofía del Estado
de I-Iegel (Manuscrito del 43), en el prefacio a la Crítica de la filo-
sofía del derecho de Hegel (43), en los Mant1scritos del 44 y en La
Sagi·ada Familia. Ahora bien, esta crítica a Hegel, en sus principios
teóricos, no es sino la reanudación, el comentario, o el desarrollo y
la. extensión, de la admirable crítica a Hegel for1nulada, en tantas
circunstancias, por Feuerbach. Es una crítica ele la filosofía hege-
liana como especulación, como abstracción, una crítica condt1cida
e11 i101nbre de los principios de la problemática antropológica de la
ena.fenación: una crítica que 11ace un llamado a pasar de lo abstracto-
especulativo a lo concreto-materialista, es decir, una crítica que per-
manece sometida a la misma problemática idealista de la que quiere
liberarse, t1na crítica que pertenece, poi· lo t;:into1 de derecl10 a la
problemática teórica con la que Marx va a romper en el 45.
Es comprensible que sea imporfanfe para la investigación y de-
finición de la filosofía marxista, no confundir la crítica marxista
de Hegel con la crítica feuerbacl1iana de Hegel, aun si Marx la hace
suya. Ya que, según si se declara o no verdaderamente marxísta la
crítica (de hecho feuerbachiana en su totalidad) de Hegel expuesta
¡Jor Marx en los textos del 43, tino se l1ará una idea muy diferente
de la naturaleza última de la filosofía marxista. Señalo este punto
como uno decisivo en 1as interpretaciones actuales de la filosofía
n1arxista, hablo de interpretaciones serías, sistemáticas, que descan-
sa11 en conocimientos filosóficos, epistemológicos e históricos reales,
y sobre métodos de lectura rigurosos, )' no de simples opiniones, de
las que también pueden escribirse libros. Por ejemplo, la obra tan
importante, según mi opinión, de Della Volpe y Coletti en Italia,
ta11 importante ya que es la única que, actualmente, sitúa en el cen-
tro de sus investigaciones la distinción teórica irreconciliable que
separa a Marx de Hegel, y la definición de la especificidad propia
de la filosofía marxista. Esta obra supone, sin duda, la existencia de
una r11ptura entre Hegel y Marx, entre Feuerbach y Marx, pero sitúa
esta ruptura en el 43, a nivel del prefacio a la Crítica de la filosofía
del derecho de I-Iegel. Este simple desplaza1niento de la ruptura in-
fluye profundamente sobre las consecuencias teóricas que se sacan, y
PREFACIO: HOY 3.1
110 sólo sobre la co11cepción de la filosofía marxista, sino también,
co1110 se verá en una próxima obra, sobre la lectura y la. interpreta-
ción de El capital.
'

Me permití estas observaciones para aclarar el sentido de las pági-


nas consagradas a Feuerbach y al joven Marx, y hacer perceptible la
unidad del problema que don1:ina estos trabajos, ya que es siempre
la definición de la especificidad irreductible de la teoría marxista, la
que se pone en juego también en los ensayos sobre la contradicción
y sobre la dialéctica.
Oue esta definición no pueda leerse directan1ente en los textos
de Marx, que toda una crítica previa sea indispensable para identi-
ficar el lugar de residencia de los conceptos propios a Marx en su
111adurez; que la identificación de estos conceptos esté unida a la
identificación de su situación; que todo este trabajo crítico, preám-
bulo absoluto de toda interpretación, supone la utilización de un
mí11imo de conceptos marxistas provisorios, referentes a la natura-
leza de las formaciones teóricas y de su historia; que la lectura ten-
ga, por lo tanto, por condición previa una teoría marxista de la
naturaleza diferencial de las formaciones teóricas y de su historia,
es decir, una teoría de la historia epistemológica, que es la filosofía
marxista misma; que esta operación constituya en sí un círculo in-
dis1)cnsable, donde la aplicación de la filosofía marxista a Marx
aparezca como la condición previa absoluta de la inteligencia de
Marx, y al mismo tiempo como la condición misma de la constitu-
ción y del desarrollo de la filosofía marxista, todo esto está claro.
Pero el círculo de esta operación no es, como todo círculo de este
género, sino el círculo díaléctico de la cuestión planteada a un objeto
sobre su i1aturaleza, a partir de ttna problemática teórica que, po-
niendo su objeto a prueba, se somete a la prueba de su objeto. Oue
el marxismo pueda y deba ser el objeto de la cuestión epistemológi-
ca; que esta cuestión epistemológica no pueda ser planteada sino en
función de la problemática teórica marxista, proviene de la necesidad
misn1a de una teoría que se define dialécticamente, no solamente
corno ciencia de la historia (materialismo histórico) sino también
y ar mísmó tiempo como filosofía, capaz de dar cuenta de la natura-
leza de las formaciones teóricas1 y de su historia, por lo tanto capaz
de dar cuenta de sí, tomándose a sí misma como objeto. El marxis-
1110 es la única filosofía que afronta teóricamente esta prueba.
Todo este trabajo teórico es por lo tanto indispensable, no sola-
mente para poder leer a Marx de otra manera que a través de una
lectura inmediata, prisionera, sea de las falsas evidencias de los con-
ceptos ideológicos de la juventud, sea de las falsas evidencias, aún
F:ftEFACIO: I-fOY

más peligrosas, de los conceptos apare11teme11te familiares de las


obras de la rt1ptura. Este trabajo necesario para leer a Marx es, al .
mismo tiempo, en sentido estricto, el trabajo de elaboración teórica
de la filosofía marxista. La teoría que per111ite ver claro en Marx:,
distinguir 'la ciencia de la ideología, pensar 'Ja diferencia en su rela-
ción histórica, l;:i discontinuidad de la ruptt1ra epistemológica en el
continuo de un proceso l1istórico, la teoría que permite distinguir
una palabra de un concepl:o, disti11guir la existencia o no existencia
de un co11cepto bajo una palabra, discernir la existencia de un con-
cepto por la función que desempeña una palabra en el discurso teó-
rico, definir la naturaleza de un concepto por su función en la pro-
blemática, y por lo tanto por el 111gar que oct1pa en el sistema de la
''teoría'', esta teoría que es la única e11 pern1itir una auténtica lectura
de los textos de Marx, una lectura a la vez episte1nológica e histó-
rica, no es sino la filosofía marxista misma.
I-Ien1os partido en su búsqueda. V 11e aquí que comienza a na-
cer con su primera exigencia elemental: la simple definición de las
condiciones de su investigación .

.Marzo de 1965

• •

' 1'

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