Resumen de "Donun Veritatis"
Resumen de "Donun Veritatis"
Resumen de "Donun Veritatis"
El mencionado documento consta de cinco puntos, en primera instancia, de los cuales trataré
de resumir en esta reseña.
INTRODUCCIÓN
Se comienza expresando que la verdad que hace libres a los hombres es un don de Jesucristo.
La misma naturaleza del hombre le exige buscar la verdad. La ignorancia, por el contrario,
lo mantiene en condición de esclavitud. El hombre no puede ser verdaderamente libre si no
recibe la luz sobre las cuestiones centrales de su existencia y en particular sobre aquella de
saber de dónde viene y a dónde va. La liberación de la alienación del pecado y de la muerte
se realiza en el hombre cuando Cristo, que es la Verdad, se hace el «camino» para él (cf. Jn
14, 6).
En la fe cristiana están intrínsecamente ligados el conocimiento y la vida, la verdad y la
existencia. La verdad ofrecida en la revelación de Dios sobrepasa ciertamente las capacidades
de conocimiento del hombre, pero no se opone a la razón humana. La teología, por lo tanto,
constituye una exigencia a la cual la Iglesia no puede renunciar.
La teología es importante para que la Iglesia pueda responder al designio de Dios que
quiere que: «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4).
Está también expuesta a riesgos, porque debe esforzarse en «permanecer» en la verdad (cf.
Jn 8, 31) y tener en cuenta, al mismo tiempo, los nuevos problemas que se presentan al
espíritu humano. Durante el Concilio Vaticano II la teología ha contribuido mucho a una más
profunda «comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas».
La verdad posee en sí misma una fuerza unificante: libera a los hombres del aislamiento
y de las oposiciones en las que se encuentran encerrados por la ignorancia de la verdad y,
mientras abre el camino hacia Dios, une los unos con los otros. La Iglesia debe dar testimonio
de la verdad de Cristo que hace libres.
Lo más importante aquí es que: El pueblo de Dios responde a esta llamada «sobre todo
por medio de una vida de fe y de caridad y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza» […]
El Concilio Vaticano II precisa que «la totalidad de los fieles, que han recibido la unción del
Espíritu Santo, no puede equivocarse cuando cree y es peculiar que prerrogativa suya la
manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando, ‘desde los
obispos hasta los últimos laicos’ presta su consentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres». Esto significa que la totalidad de los fieles asistidos por la luz del Espíritu Santo
proclama que Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre, es porque el Espíritu Santo les
da la inefabilidad divina.
Este apartado hace alusión a la suma importancia que tiene la vocación del teólogo.
Presenta el ser teólogo como un don de Dios, es decir, un llamado que proviene de Él. Dicha
vocación se da en función al dinamismo presente en la fe misma, de comunicar la Verdad a
los hombres, porque el hombre ha sido creado para recibirla y conocerla. De tal modo que
así, pueda encontrarse en ella y descubrir allí su salvación.
El objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación revelado en
Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre la investigación
científica y la oración. El teólogo debe discernir en sí mismo el origen y las motivaciones de
su actitud crítica y dejar que su mirada se purifique por la fe. El quehacer teológico exige un
esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación. Por tanto, pues, la teología debe ser un
servicio muy desinteresado a la comunidad de los creyentes.
III. EL MAGISTERIO DE LOS PASTORES
Dios le dio a su Iglesia, por el don del Espíritu Santo, una participación de su propia
infalibilidad. Bajo la guía del magisterio vivo de la Iglesia, que, por la autoridad ejercida en
el nombre de Cristo, es el solo intérprete auténtico de la Palabra de Dios escrita o transmitida.
La misión del Magisterio es la de afirmar el carácter definitivo de la Alianza instaurada por
Dios en Cristo con su Pueblo, protegiendo este último de las desviaciones y extravíos y
garantizándole la posibilidad objetiva de profesar sin errores la fe auténtica, en todo momento
y en las diversas situaciones.
La función del Magisterio no es algo extrínseco a la verdad cristiana ni algo sobrepuesto
a la fe; más bien, es algo que nace de la economía de la fe misma. Por cuanto al Magisterio,
en su servicio a la palabra de Dios, es una institución querida positivamente por Cristo como
elemento constitutivo de la iglesia.
El Magisterio vivo de la Iglesia y la teología, aún con funciones diversas, tienen en definitiva
el mismo fin: conservar al pueblo de Dios en la verdad que hace libres y hacer de él la «luz
de las naciones». La teología, en cambio, adquiere, de modo reflejo, una comprensión
siempre más profunda de la Palabra de Dios, contenida en la Escritura y transmitida fielmente
por la tradición viva de la Iglesia bajo la guía del Magisterio, se esfuerza por aclarar esta
enseñanza de la Revelación frente a las instancias de la razón y, en fin, le da una forma
orgánica y sistemática.
La colaboración entre el teólogo y el Magisterio se realiza especialmente cuando aquel
recibe la misión canónica o el mandato de enseñar. A partir de ese momento tiene
oficialmente la responsabilidad de presentar y explicar con toda exactitud e integralmente la
doctrina de la fe. En fin, con el objeto de servir del mejor modo posible al pueblo de Dios,
particularmente al prevenirlo en relación con opiniones peligrosas que pueden llevar al error,
el Magisterio puede intervenir sobre asuntos discutibles en los que se encuentran implicados,
junto con principios seguros, elementos conjeturales y contingentes.
Ahora bien, en cuanto al disenso, cabe mencionar lo siguiente: La Iglesia es «como un
sacramento o señal de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo género humano». Por
consiguiente, buscar la concordia y la comunión significa aumentar la fuerza de su testimonio
y credibilidad; ceder, en cambio, a la tentación del disenso es dejar que se desarrollen
«fermentos de infidelidad al Espíritu Santo».
En cuanto a los teólogos, les corresponde participar en la edificación del Cuerpo de Cristo
en la unidad y en la verdad y su colaboración es más necesaria que nunca para una
evangelización a escala mundial, que requiere los esfuerzos de todo el pueblo de Dios.
CONCLUSIÓN