Serpiente y Sapo
Serpiente y Sapo
Serpiente y Sapo
Vivía en una
cueva al borde de un arroyo, donde las aguas cristalinas fluían con suavidad y el sol se reflejaba en
la superficie. Serafina era conocida en todo el bosque por su agilidad y su escamosa belleza, pero
también por su naturaleza solitaria. La mayoría de los animales del bosque le temían, pues sabían
que las serpientes, aunque hermosas, podían ser peligrosas.
Un día, mientras Serafina descansaba al sol, escuchó un pequeño ruido a sus espaldas. Al volverse,
vio a un sapo de piel verde y brillante saltando torpemente cerca de la orilla del arroyo. Era un
sapo joven, algo torpe, pero con una mirada curiosa y amable.
—¡Hola! —dijo el sapo con una sonrisa en su rostro—. Me llamo Sapo Lino. ¿Te molesta si me
siento aquí contigo?
—¿No tienes miedo de una serpiente? —preguntó Serafina con voz grave.
—No —respondió Lino sin dudar—. He escuchado que las serpientes son sabias, aunque algunos
te tengan miedo. Yo no creo en los miedos sin razón. A veces, los animales temen lo que no
entienden.
Serafina no estaba acostumbrada a ese tipo de respuestas. La mayoría de las criaturas del bosque
huían al verla, pero Lino se quedó allí, observándola con ojos llenos de curiosidad.
—Solo quería saber qué haces todo el día. Yo paso el tiempo saltando de un lado a otro, pero me
aburro mucho. Veo que tú estás tranquila aquí... ¿No te aburres?
Serafina pensó por un momento. No solía hablar con nadie, ni siquiera con otros animales, pero
Lino tenía algo especial en su manera de ser. Era sencillo y directo, sin maldad ni temor.
—No me aburro —respondió al fin—. Me gusta observar el mundo a mi alrededor. El arroyo, los
árboles, las aves... todo tiene su propio ritmo. Y yo sigo ese ritmo.
Lino saltó hacia un tronco caído cerca de ellos y se acomodó. Durante un rato, ambos
permanecieron en silencio, disfrutando del suave sonido del agua y el canto lejano de los pájaros.
Lino, con su natural alegría, rompió el silencio.
—¿Sabías que el sol cambia de color al atardecer? Siempre me ha fascinado cómo el cielo se
vuelve anaranjado y luego morado. ¿Tú también lo ves de esa forma?
Serafina, algo sorprendida por su interés por algo tan efímero, asintió lentamente.
—Sí. A veces, me quedo observando el cielo mientras el sol se va. Es un espectáculo que solo
ocurre una vez al día.
Y así, día tras día, Lino y Serafina comenzaron a compartir sus tiempos. Él le contaba historias
sobre sus saltos y aventuras por el bosque, mientras que Serafina le hablaba de las antiguas
leyendas que había escuchado en su largo tiempo de vida. Aunque diferentes en muchas formas,
se dieron cuenta de que compartían un aprecio por las cosas simples y hermosas de la naturaleza.
Un día, después de muchas conversaciones y risas, Lino miró a Serafina con una expresión seria.
—Serafina, ¿sabes? Antes de conocerte, creía que las serpientes solo eran peligrosas. Pero ahora
veo que, en realidad, todos los seres del bosque tenemos algo valioso que ofrecer, aunque no
siempre lo veamos de inmediato.
Serafina se quedó pensativa. Había vivido toda su vida bajo la sombra de los prejuicios de los
demás, pero Lino le había mostrado que no todo en la vida era lo que parecía a simple vista.
—Tienes razón, Lino —respondió con una sonrisa sincera—. Todos somos parte del mismo bosque,
cada uno con su propio propósito.
Y desde entonces, la serpiente y el sapo siguieron siendo amigos. Aunque sus mundos eran muy
diferentes, encontraron en la amistad un refugio donde los miedos se disipaban, y la belleza de la
vida se volvía aún más grande cuando se compartía.
El bosque, que siempre había sido hogar de la serpiente solitaria, se llenó de nuevos sonidos y
risas, gracias a una amistad improbable. Y así, bajo los cielos cambiantes del bosque, Serafina y
Lino demostraron que a veces los mejores amigos vienen de los lugares más inesperados.