Ensayos Literatura

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Tras el humo está el mikvéh

Pórticos es un cuento que mezcla lo fantástico y lo cotidiano con el uso de varios recursos
lingüísticos y estéticos. A finales del siglo sexto, un monje proclamaba que existían
pórticos similares a una especie de túneles invisibles que atravesaban el mundo. Luis Báez
fue contratado para una investigación de vestigios de asentamiento judíos en Manú-
Ecuador, sin saber que le esperaría otra andanza. La misteriosa silueta de un fumador
inclinado a un barandal inquietaba al etnólogo, atrayéndolo a descubrir de quien se trataba.
Varios acontecimientos del pasado llevarían al etnólogo hasta el sur del país para descubrir
un hecho misterioso que no esperaba.

A finales del siglo sexto, un monje proclamaba que existían pórticos similares a una
especie de túneles invisibles que atravesaban el mundo. Las misteriosas desapariciones del
profeta Elías no deberían considerarse milagro, tampoco poseía el don de volverse invisible
cuando era buscado. Las desapariciones del profeta simplemente se debían a que él conocía
unos pórticos por donde lograba escapar de sus enemigos. Estos pórticos supuestamente
eran unos túneles invisibles, latentes, ocultos, recónditos, secretos y etéreos que
atravesaban el mundo. La afirmación de este monje rayó en la blasfemia al asegurar que el
torbellino que arrebató a Elías al cielo, era un pórtico.

Luis Báez, un etnólogo, recibió un curioso encargo que consistía en indagar si en Manú
persistían vestigios de un asentamiento judío. La paga era excelente y el etnólogo lo aceptó
sin presentir nada de lo que sucedería en este lugar. Báez era un escritor frustrado, toda su
vida había transcurrido entre la aridez de la literatura y la fructífera vida común. Este
personaje empacó su valija y se trasladó sin más a Manú, pensado dedicarse a escribir en el
tiempo libre. Al llegar al lugar el etnólogo que dormía en Báez despertó, al escuchar parlar
al pueblo palabras en dialecto ladino.

Después de la cena Báez salía al balcón para fumar un cigarro con calma y divisó a una
cuadra más allá la silueta de un fumador reclinado en un balcón, la cual lo empezó a
inquietar. Luego de unos días supo que aquel fumador era el último de un clan de nómadas
que aparecieron un día en aquel pueblo y que se esfumaron sin dejar rastro alguno. Luis
Báez puedo conocerlo en la única tienda del pueblo mientras ambos buscaban cigarros, se
presentaron y descubrió su nombre, Lázaro Salazar. Una noche el etnólogo se quedó sin
cigarros y recurrió a Lázaro, él lo invitó a pasar a su casa a su fúnebre casa y luego de un
momento le dio los cigarros que él fumaba mientras que el fumaba tabaco en hoja. Luis
quedó asombrado y se encontró con algo que desconocía y pondría en decisión su vida.

Luego de una interrogante de preguntas que parecían no tener fin, Lázaro notó el
desconocimiento de este etnólogo sobre lo que es un mikvéh. Lázaro sabía que para ciertas
sociedades un mikvéh anticipaba la existencia de un pórtico, ya que no se podía ingresar a
este sin estar purificado. Lo que pondría en decisión la vida de Luis, para proteger el
secreto. Pero no podía hacerlo ya que enviaría una señal de la existencia de este. Luego de
varios trucos impresionantes Lázaro decidió dejar vivir al etnólogo, desapareciendo
misteriosamente. Luis Báez quedó anonadado y sin saber que su propia vida estaría en
juego por conseguir un par de cigarros, finalmente el etnólogo entregó el informe que no
daba fe de asentamientos judíos en la población de Manú.
Águilas y cuervos

El canto del Águila es un cuento que mezcla lo fantástico y cotidiano con el uso de varios
recursos lingüísticos y estéticos. Una mañana de abril un caminante emprendió un viaje
rumbo una montaña con un único objetivo que era escuchar cantar las águilas. Dentro de
este viaje encontró dos personajes que lo ayudarían a llegar hacia su destino. A la tarde del
décimo día un melodía sutil lo engulló como una bóveda, quedando maravillado. A pesar
del tiempo que tuvo que esperar el caminante curiosamente cumplió su objetivo, pero tuvo
consecuencias.

En primera instancia el caminante antes de subir la montaña se encontró sin querer con un
ciego que cabeceaba adormilado en un recodo del camino. El caminante se cuestionó en si
debería o no hacerle algunas preguntas al ciego, hasta que decidió hacerlo y preguntarle si
ese era el monte de las águilas. El ciego se quedó pensativo hasta que finalmente respondió
y afirmo que si era el monte de las águilas y algunas otras interrogantes planteadas. Al ver
la insistencia del caminante queriendo subir la montaña el ciego trató de advertirle lo que
podría pasar. Debido al entusiasmo y apuro el caminante subió sin escuchar y el ciego dijo
entre diente “Ahí va el siguiente”.

En la Cumbre de la montaña había un pequeño lago, el caminante plantó su tienda en la


orilla dispuesto a esperar lo que fuera con tal de oír a las águilas. Durante los primeros días
no vio más que una bandada de cuervos que lo aturdían con sus graznidos y con y tenían la
intención de robarle comida, pero él nos espantaba con las manos. ¿Porque nos negará
comida? Preguntó el jefe de los cuervo si fuera más listo procuraría nuestra amistad ya que
podemos llamar a las águilas para que las escuche cantar. El caminante sorprendido empezó
a entablar una conversación con los cuervos llegando a un acuerdo para que los cuervos el
día siguiente no aparecieran, y las águilas pudieran cantar. Siendo esto una realidad al día
siguiente un águila descendió al lago y se elevó con una trucha en las garras, pero, no cantó.

El caminante y los cuervos llegaron a un trato el cual consistía en que el debía cuidar a sus
crías para que ellos puedan marcharse y escuche cantar a las águilas. Los cuervos le dijeron
que si llegara a sentirse cansado aburrido o fatigado pruebe aquellas hierbas que crecen
alrededor y que ya no sentirá hambre ni dolor ni cansancio. Los cuervos se alejaron y en su
volar opacaron el azul del firmamento. El caminante pescado y todo lo que pescado se lo
lanzaba a las crías para que no importunar a las águilas con sus horribles graznidos. Así
llegaban décimo día tendido a la orilla del lago, el caminante masticaba las hierbas
portentosas, nada perturbaba el silencio que lo rodeaba hasta que un bello canto se escuchó
del cielo.
El sonido como un toldo cubrió el firmamento y el caminante poco a poco fue quedándose
dormido. ¿Qué tiempo estuvo inconsciente? nunca lo llego a saber. Entonces recuperó el
sentido y se dio cuenta que estaba en tinieblas “ya es de noche” pensó oyendo cantar a las
águilas ya no había sentido el tiempo correr. Entró a su refugio y sintió un dolor punzante
en los ojos el corazón le dio un vuelco y el espanto no pudo ser peor. Un humo denso y
caliente le bajaba de los ojos.
La piedra en el camino

Si en algún momento uno se pierde en la bulla de los expectantes silenciosos de la ciudad,


puede recordar que perdió algo atrás en el inicio de su propio camino y que quizás deba ir a
encontrarlo, la casa de Irene es un cuento corto con suaves referencias a Hesse y a su modo
de tentar con aquel. Has cosas que si las cruzas su fina línea se pueden volver un tanto
sosas y vulgares.

En primera escena tenemos un ambiente de escritor con un secreto que sabemos que es
difícil de sacar a pasear como un Mercedes Benz rojo y nuevo, asume que es difícil porque
no se encuentra solo dándonos a entender que hay más de un mirón o lector dentro de esto,
7 para ser exactos que llevan las piedras de su camino. Al entender estos personajes que son
curiosamente mencionados pocas veces dentro del texto, nos ayuda a empatizar más con él
protagonista que se siente como un Luis Salvador post-adulto ya que se encuentra en una
situación donde rascar la espalda del pasado lo hace sentir esa casi abrazable nostalgia de
haber vivido feliz, pero con preguntas que aun un no se responden o misterios que no dejan
de ser intérpretes de nuestro día a día.

Nos subimos a un bus y casi o completamente que nos romantiza este baile de incomodidad
de un transporte público semi-limpio, derrochando life style latino con la música y las
chucherías que huelen a niñez desenfrenada, pero con los vidrios muy empañados de esa
tristeza e inseguridad que sólo los viajes sin retorno dan. Tenemos a IRENE un personaje
que transita por el tiempo actual sin ser, ni verse como uno de estos, le explica sobre esa
telaraña de amarrarse al pasado, pero aun así nuestro personaje decide continuar y se aferra
al fotograma de sus amigos desaparecidos, en el cual entra y se escucha este cantó entonado
en mi menor de añoranza; guardado y secretamente temido como un gusano de seda, lo
que sucede luego nos mata y nos calma.

En esta parte la bulla cambia, el pueblo fantasma ya no es tan invisible, nos muestran casas
que se inclinan y personas que no miran, nuestro amigo porque si eso se volvió al decirnos
la verdad se encuentra preguntando el último paradero de IRENE y por poco la odia, la
odiamos, sin razón acepta las monedas que le tiran. Con razón, nos encontramos atados a
querer decirle lo que debe hacer.
La FABULA no FABULA de la casa de Irene, es mostrar lo frío y dulce que suele ser,
desaparecer, entender esto como una comedia trágica que nos mantiene al borde del
asiento. Comer y respirar sin esperar que esto nos pertenezca que si alguien decide irse sin
explicación podamos decir adiós sin un mal sabor; y aunque estas pocas pautas me
convencen hasta a mi quizás lo más certero es preguntarles a esas 7 personas que visten de
traje y hablan sin acento.

¿Por qué pusiste o quitaste esa piedra de mi camino?

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