Antología Parte Ii
Antología Parte Ii
Antología Parte Ii
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PARA TRABAJAR EN CUENTOS CON CASTILLOS ENCANTADOS. ¡ HANSEL Y
GRETEL, NIÑITOS MALEDUCADOS!
FIN
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HORACIO ERA UN GATO. UN GATO MUY MUY NEGRO. VIVÍA
EN LA CALLE Y NO TENÍA MUCHOS AMIGOS, ASÍ QUE ERA
BASTANTE SOLITARIO.
EN LOS DÍAS FRÍOS, HORACIO IBA A LA BIBLIOTECA PÚBLICA.
LA BIBLIOTECA ERA TIBIA Y CONFORTABLE, Y TENÍA MUCHOS
LIBROS BUENOS PARA LEER.
UN DÍA HORACIO ENCONTRÓ UN LIBRO LLAMADO LA
ENCICLOPEDIA DE LAS BRUJAS. ¡ERA REALMENTE
INTERESANTE!
ENTRE OTRAS TANTAS COSAS, DECÍA:
"¡SI LOGRO ENCONTRAR UNA BRUJA PARA MÍ, TAL VEZ YA NO TENGA MÁS FRÍO, NI
ME SIENTA SOLO NUNCA MÁS!", PENSÓ HORACIO.
MIENTRAS CAMINABA POR LA CALLE, HORACIO VIO A UNA NIÑA QUE LLEVABA
MEDIAS DE RAYAS.
EXACTAMENTE COMO AQUELLAS QUE DESCRIBÍA EL LIBRO DE BRUJAS.
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"¿ACASO SOY TAN ATERRADOR?", SE PREGUNTÓ HORACIO. SUSPIRÓ Y SIGUIÓ SU
CAMINO,
HORACIO ESCUCHÓ ALGO ASÍ COMO UNOS SILBIDOS. Y VIO QUE ALGUIEN BARRÍA
LOS ADOQUINES CON UNA ESCOBA QUE ERA EXACTAMENTE IGUAL A LA QUE
APARECÍA EN EL LIBRO. "ESTA TIENE QUE SER UNA BRUJA", PENSÓ.
-DISCULPE, ¿ES USTED UNA BRUJA? -PREGUNTÓ HORACIO.
LA PERSONA SE DIO LA VUELTA. ¡ERA UN BARRENDERO!
-¿ACASO ME VEO COMO UNA BRUJA? -LE PREGUNTÓ A HORACIO, MIENTRAS SE REÍA
A TRAVÉS DE SUS GRUESOS BIGOTES.
DESPUÉS, HORACIO VIO UNA MUJER A TRAVÉS DE UNA VENTANA. ELLA ESTABA
COCINANDO EN UNA ENORME CALDERA, EXACTAMENTE COMO LA QUE APARECÍA
EN EL LIBRO.
"NO HE TENIDO MUCHA SUERTE PARA ENCONTRAR UNA BRUJA", PENSÓ HORACIO,
MIENTRAS REGRESABA A LA BIBLIOTECA.
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¡HORACIO ESTABA MUY ABOCHORNADO!
FIN
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Paca es una bruja muy
glotona y tiene algunos
kilitos de más. Por eso se
le hace difícil subir a la
escoba y prefiere que
las compras del castillo
las haga Poca, su
hermana. Poca es verdaderamente flaca.
Esto también tiene sus inconvenientes: no
han sido pocas las veces en que Poca se ha
volado de su escoba en días de mucho viento.
El castillo está muy bien organizado: mientras Poca hace los mandados, Paca se
dedica a comer todo lo que queda, para que cuando llegue su hermana haya
mucho lugar en la heladera.
Una medianoche, que es la hora en que Paca y Poca se levantan de dormir,
Espantoso, el gato, las despertó como siempre, saltando desde la araña del techo
hasta la cama donde duermen, con tan mala suerte que rebotó en la panza de
Paca y salió volando por la ventana, que estaba abierta para que los mosquitos
entraran.
-¡Poca! -dijo Paca.
-¡Algo espantoso me usó de trampolín para saltar por la ventana! -gritó Paca.
-¡Qué camión tan monstruoso, llevarse así a nuestro Espantoso! -dijo Paca mientras
se ponía el sombrero de pico y sacaba la varita mágica de abajo de la almohada.
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-¡Gatoliso, Gatiloso, que aparezca ya mismo el gato Espantoso! -Y movió varias
veces la varita sobre su cabeza.
-¡Eso nunca resulta! -rezongó Poca, enojada. Lo que tenemos que hacer es...
¡perseguir al camión! -dijo con entusiasmo, ya que jamás le gustaron las películas
donde nunca pasa nada.
Entonces, las dos brujas se subieron a sus escobas y saltaron por la ventana. Poca
tomó altura enseguida, se deslizaba en el aire como una mariposa, o mejor dicho,
como un murciélago. En cambio. Paca... volaba al ras del suelo... Y tenía que
levantar las piernas para no chocar con el piso. Menos mal que a esa hora ya no
quedaba nadie en la calle, porque hubiera sido un papelón.
Cuando Poca alcanzó al camión, hizo un buen pase mágico y quedó frente al
parabrisas, cara a cara con el chofer, que aunque no era simpático, le dio un
ataque de risa.
Fin
Una medianoche de verano, mientras Poca desayunaba algo liviano, apenas una
lombriz sin condimentar, Paca se esmeraba en la cocina para poner sobre la mesa
los más exquisitos manjares: ojitos de sapo a la culebrá, mondongo de ratón en
escabeche, tostadas de escarabajo, en fin, Poca no entendía cómo podían entrar
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tantas cosas en el estómago de su hermana. Le dijo que si seguía comiendo así, iba
a terminar rodando como una pelota.
-Una pelota grande y narigona -pensó el gato Espantoso, que no dejaba de mirar
cómo Paca iba y venía de la cocina a la mesa relamiéndose con la mayonesa.
-¿Y ahora quién nos va a ayudar? -hipó mientras rebotaba hacia abajo por las
escaleras del castillo-. ¡Yo muy gorda y mi hermana muy flaca! ¡Esto es lo que se
llama tener mala pata!
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Espantoso la empujó con todas sus fuerzas para que pasara por la puerta, pero
estaba tan gorda que hubiera sido más fácil empujar a una vaca. En el tremendo
esfuerzo, Espantoso le hundió una pezuña en la panza y sssssssssssshhhh desinfló a la
bruja.
-¡Qué hechizo tan novedoso aprendió el gato Espantoso! -murmuró al ver que su
panza había desaparecido.
Fin
Así es como el fruto violeta almacenaba los poderes de Violeta; el fruto negro, los
de Negra; el blanco, los de Blanca; etcétera. (Sólo el fruto de Bobeta era medio
grisáceo y, como su dueña, sin brillo ni lustre.)
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Las siete arpías cuidaban al árbol más que a nada en el mundo porque sabían que
en sus frutos estaba el poder. Y lo protegían entre todas -siempre juntas- para que
nada ni nadie pudiera vencerlas.
¿Y en qué mortificaban estas malvadas a los demás? Pues en todo lo que las
divertía: Preparaban brebajes irresistibles para las hadas que, al beberlos,
engordaban como vacas.
Las brujas de esta historia eran insoportables. Con sus poderes mancomunados se
creían dueñas y señoras del aire, la tierra y el cielo. Celeste, por ejemplo, era
especialista en brebajes. Rosa en engaños y Blanca en transformaciones (podía
convertir un chancho en una escoba como si tal cosa). Violeta, más fea que su
lechuza, era ideal para dar sustos; Lila para elegir las víctimas y Negra para actuar a
distancia. La única que no se destacaba era Bobeta pero igual resultaba
necesaria. A Bobeta le encantaba investigar y siempre descubría palabras insólitas
para agregar a los conjuros.
Con semejantes poderes y unidas como en un racimo, las siete brujas lo dominaban
todo.
Y en el palacio ya no sabían qué hacer. Hasta que un día la reina tuvo una idea.
La mejor de su vida. Quizás, la única.
Hizo difundir entre los vecinos la noticia de que el príncipe tomaría por esposa a una
bruja. Pero no a cualquiera sino a la que demostrara ser la más poderosa de todas.
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La novedad llegó al bosque donde vivían las siete arpías y ése sí fue el principio del
fin.
Menos Bobeta, las otras brujas-por más brujas que fueran querían casarse con el
príncipe. Quién no. Todas se creian malisimas y por demás capacitadas para
triunfar. Competirían entre ellas.
-Pero hagamos un trato -propuso Lila. La que gane se compromete a proteger a las
otras y las que no ganen, serán buenas perdedoras. ¿De acuerdo?
-¡Fécula vieja!
-¡Amargada!
-¡Bigotuda!
Y así empezaron los desacuerdos. La conversación fue subiendo de tono hasta que
se transformó en una extraña batalla: las negras palabras de Negra se clavaron
como dardos sobre sus hermanas, las de Lila como piedras. Blanca se animó con un
hechizo contra Violeta. Violeta contra Celeste y en cuestión de minutos, las brujas
-embrujadisimas entre si- fueron un inmenso remolino de humo. Un viento
huracanado de maldiciones que hizo volar los techos, caer los siete frutos del árbol
y con ellos los poderes de sus dueñas.
Bobeta que no había participado de la pelea fue la única que quedó en pie. Sin
choza, sin árbol ni hermanas. Deambuló por el bosque algún tiempo hasta que
encontró refugio a la orilla de un lago.
Ocupada en cultivar flores silvestres para olvidar sus desdichas, no se dio cuenta del
cambio. No supo en qué momento se volvió tan joven, alegre y hermosa que
podían confundirla con un hada.
Y así vivía cuando una mañana pasó el príncipe a su lado y la vio. Bajó del caballo
con la excusa de beber agua fresca y ahí nomás, hechizado por la belleza de
Bobeta reflejada en el lago, le propuso matrimonio.
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Bobeta aceptó encantada y en menos de un mes celebraron la boda.
Lo que se mantuvo en secreto hasta hoy fue que Bobeta había guardado el carozo
de todos los frutos caídos y que un día los sembró en el palacio. Hasta donde se
sabe, para que el árbol de las siete brujas vuelva a crecer y a dar frutos deben
pasar por lo menos dos mil quinientos diez años, así que entre tanto no hay de qué
preocuparse.
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MAMÁ Y PAPÁ SE FUERON UNOS DÍAS
DE VACACIONES. Y ME DEJARON CON LA
ABUELA.
TODOS DICEN QUE ES UNA BRUJA. EN
ESPECIAL MI PAPÁ.
LA VERDAD ES QUE UN POCO DE MIEDO
ME DA…
¡ESTÁ TODA ARRUGADA Y YO SÉ QUE HACE
COSAS SECRETAS!
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Había una vez un reino en el que
los chicos vivían muy tristes y
asustados porque siempre
aparecían... las brujas enanas.
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Fue inútil que los chicos trataran de explicar que ellos no lo habían escrito, que
habían sido las brujas, que ellos las habían visto. NADIE LES CREYÓ. Les hicieron
limpiar todas las paredes de la escuela y tardaron tantos pero tantos días, que no
pudieron aprender nada y todos repitieron el grado.
Mucho peor fue cuando las brujas enanas los embrujaron y los dejaron sin poder
hablar. Los chicos no podían decir ni una sola palabra y cada vez que querían
hablar, lo único que conseguían era sacar la lengua así:
Esa mañana, los chicos llegaron a la escuela como todas las mañanas y la Señorita
Pepa los saludó, también como todas las mañanas:
Nadie le contestaba.
Nadie le contestaba.
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-¡Que me da un patatus! ¡Que me da un patatús! ¡QUE ME DA UN PATATUS! -gritaba
la señorita Pepa. Y le dio un patatús.
La Señorita Pepa los retó, los retó la mamá, el papá, la tía y la abuelita. Todos
decían lo mismo: "Estos chicos son unos maleducados. ¡Qué barbaridad! ¡¿Dónde lo
aprendieron?! Que no se vuelva a repetir" y bla, bla, bla, bla.
Pero cuando ellos querían explicar que todo esto era cosa de las brujas, las
personas grandes les contestaban como siempre:
Los chicos, cansados de tanto reto y tanta penitencia injusta, decidieron ir a pedirle
ayuda al Rey.
-Su excelentísima Majestad -le dijeron-, estas brujas siempre se la agarran con
nosotros. Es decir... con los chicos.
-Y ya estamos cansados. Los grandes son unos vivos porque a ellos no les pasa
nada. Es decir... nunca, nada, con las brujas.
-Y queremos pedirle que ordene que las atrapen de una buena vez. Es decir... que
atrapen a las brujas.
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Y los chicos se dieron cuenta de que encontrar a un solo grande que les creyera
era más difícil que atrapar a una bruja... ¡que atrapar a una bruja!...
QUE-ATRAPAR-A-UNA-BRUJA...
Al principio, algunos tuvieron miedo: "no, que tengo que hacer los deberes"; "que mi
mamá no me deja atrapar brujas"; "que nos van a retar"; "que tengo que ir a visitar
a mi abuelita justo ese día"; y que sí y que no, y que al final,el miedo se les había
pasado y nadie quería dejar de ir.
Esa noche, cuando los grandes estuvieron bien dormidos, salieron de sus casas en
puntitas de pie y se fueron a la plaza. Cada uno llevaba una cacerola enorme y
también, un globo de gas atado con un piolín. Y todos, todos, hasta los bebés de un
año se habían disfrazado de brujas enanas, con una nariz de zanahoria y un gorro
con pompón hasta las orejas.
Se escondieron entre los árboles para esperar a las brujas. Temblaban de miedo.
Temblaban tanto, que la nariz de zanahoria se les sacudía así: pingui, pingui, pingui.
De repente las vieron llegar. Las brujas venían arrastrando su nariz de zanahoria y
riéndose con sus bocotas de un solo diente. Mónica, una nena de tercero, fue la
primera en animarse a salir. Se paró justito detrás de una bruja y tratando de que no
se notara el pingui-pingui de su nariz, muerta de miedo, le dijo:
-Vení...
-Que no quiero-quiero -contestó la bruja.
-Vení... que por allá están los chicos -insistió Mónica.
-Que me importa-porta.
-VENÍ... ¡O TE PINCHO LA NARIZ!
-Voy corriendo-riendo-dijo la bruja que era bastante miedosa.
Mónica la llevó hasta el tobogán y cuando llegaron, le dijo:
-Ahora subí...
-No me gusta-gusta-protestó la bruja.
-Subí... o te pincho la cola. Y la bruja subió al tobogán.
Mónica se subió detrás de la bruja.
-Ahora, tirate... -le dijo Mónica.
-No, que me da miedo-miedo.
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Mónica no esperó más: le dio un buen empujón a la bruja que se fue resbalando
por el tobogán, mientras gritaba:
FIN
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Que la bruja Edwina era capaz de hacer hechizos y encantamientos de amplio
espectro nadie lo dudaba. Porque había realizado infinidad de cursos de
capacitación por internet. Y tenía colgados sobre la chimenea diplomas
internacionales que la acreditaban para transformar sapos en príncipes y príncipes
en sapos, curar juanetes y uñas encarnadas, enseñar a bailar vals, cumbia y
reguetón con zapatos de cristal o chancletas...
Pero Edwina era la única con licencia para cumplir sueños, personalizados y con
garantía de felicidad por diez años. Aunque los clientes le pidieran algo rarísimo,
ella siempre les daba el gusto.
Ya le había cambiado el peinado a una chica que estaba harta de su trenza larga.
Y para que no lo siguieran los ratones, le había dado clases de batería a un flautista
que ahora tocaba en una banda de rock.
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A todos consentía. En especial mimaba a Cordelia, su lechuza, que solo dormía de
noche si le leían varios cuentos, y a su gato Archivald, a quien le cocinaba verduras
de todas clases porque era vegetariano.
Por supuesto, algunos colegas la criticaban. A Edwina no le importaba. Tal vez
porque ella misma tenía un sueño que deseaba hacer realidad: dar la vuelta al
mundo, vivir aventuras, conocer culturas, sitios, costumbres diferentes...
Un sueño muy complicado, claro, casi imposible. Primero porque Edwina era bruja,
pero no le alcanzaba el dinero ni las millas de escoba voladora para semejante
viaje. Y segundo porque Archivald y Cordelia no querían ir ni a la esquina.
La única vez que Edwina los había convencido de hacerse una escapada de fin de
semana las cosas no habían salido bien. Los problemas comenzaron cuando
sobrevoló la playa con su escoba.
Y empeoraron cuando aterrizó.
A su gato el agua no le gustaba ni medio y se había resistido a meterse en el mar a
pesar de la insistencia de Edwina.
Eso sin mencionar el mal humor de Cordelia, que no toleraba la luz ni el sol ni el
calor, y el hecho de que Edwina quería resolver todo con magia y embrujos, lo que
llamaba demasiado la atención, algo poco recomendable para una bruja.
Por supuesto, hubo discusiones, momentos tensos, crisis de nervios...
Finalmente los tres volvieron peleados, de mal humor y sin dirigirse la palabra ni el
maullido ni el chistido por semanas.
Desde entonces, la bruja Edwina había intentado convencerlos con mil y una
propuestas diferentes.
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No recordaba las palabras mágicas ni cómo usar correctamente la varita, y en más
de una ocasión transformó en sapo a quien no debía, durmió cien años a un
príncipe en lugar de a una princesa, almibaró las manzanas en vez de
envenenarlas y encerró en una torre a un dragón (que se ofendió y no aceptó
disculpas).
Archivald y Cordelia empezaron a preocuparse. Los clientes se quejaban por mala
praxis y buscaban los servicios de otras brujas, hartos de quedar chamuscados,
atrapados en lámparas de aceite, convertidos en animales extraños... Aunque lo
peor, sin duda, no era que se la notara cansada o que cometiera errores... Edwina
lloraba a cada rato.
Decía que había perdido sus poderes, que ya no le salía nada bien, que mejor se
dedicaba a otra profesión... Ni Archivald ni Cordelia podían verla así. Para ellos no
era solo su mejor amiga, sino su familia. Y Edwina hacía siempre lo que fuera para
verlos felices.
Aunque ambos odiaban salir de la casa, el gato y la lechuza acordaron que lo
mejor para que Edwina descansara y recuperara los poderes y la confianza era
llevarla de vacaciones. Investigaron por internet e hicieron una lista de lugares que
seguramente le encantarían a la bruja.
Como no tenían demasiado presupuesto y no podían ir en escoba (Edwina no
estaba en condiciones de conducir), empezarían el viaje en barco y después
continuarían el recorrido en diferentes medios de transporte.
Archivald y Cordelia se ocuparon de preparar los elementos de camping y el
equipaje, algo que la bruja en otro momento hubiera hecho con un simple
chasquido de dedos, pero que a ellos les costó bastante, en especial al momento
de decidir qué llevar. Y de cerrar las valijas.
Para no asustar a nadie, abordaron la nave disfrazados y le pidieron a Edwina que,
hasta que se repusiera, no usara sus poderes y mantuviera un perfil bajo.
La bruja accedió, aunque se sentía ridícula sin su vestido negro y su sombrero
tradicional. Y se tentó de risa al ver el look del gato y la lechuza.
Al comienzo no hubo mayores inconvenientes, salvo que Archivald no se quitaba el
chaleco salvavidas y que no toleraba el olor a pescado. Y que Cordelia se
mareaba con el vaivén de las olas. La bruja, en cambio, dormía siestas, devoraba
platos deliciosos y bailaba bajo la luz de la luna.
Los problemas comenzaron al arribar al primer destino. Edwina había tenido tiempo
de reponerse y no quería perder ni un minuto. Cada día despertaba muuuuy
temprano a Archivald y a Cordelia, y con un mapa en la mano los llevaba (o mejor
dicho los arrastraba) a museos, monumentos, sitios históricos, parques, edificios
pintorescos, fuentes, calles, mercados...
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Lo mismo ocurrió en la segunda ciudad que visitaron. Y en la tercera, en la cuarta...
El gato y la lechuza a duras penas podían seguirle el ritmo y cargar con los suvenires
que la bruja quería conservar de aquí y allá.
Trataban incluso de poner la mejor cara en las doscientas cuarenta y cinco mil selfis
que Edwina sacaba, aunque a la noche, después de armar la carpa y masajearse
las patas o meterlas en una palangana con agua y sal para que se les
deshincharan, caían rendidos.
Edwina, en cambio, estaba radiante y entusiasmada y había recuperado la
energía. Y con la energía, los poderes, que a pesar de las recomendaciones de su
gato y su lechuza la bruja comenzó a usar más seguido.
Por ejemplo, para evitar las largas filas, para llegar más rápido a algún lado o
simplemente para divertirse, como cuando enderezó una torre inclinada o le
cambió la cara a un cuadro famoso.
Archivald y Cordelia se enojaron cuando los disparates de la bruja Edwina
aparecieron en periódicos y noticieros. Dispuestos a regresar de inmediato, fueron a
hablar con Edwina, que estaba mirando las selfis.
En ese momento, el gato y la lechuza se dieron cuenta de que en todas, todas,
todas Edwina aparecía con una sonrisa de oreja a oreja. Una sonrisa igualita a la
que ellos ponían cuando Edwina les preparaba platos vegetarianos, les leía cuentos
o los mimaba. Una sonrisa casi idéntica a la de aquellos a los que Edwina les había
cumplido los sueños. Los dos se secaron una lagrimita de pura emoción que se les
cayó al verla tan feliz.
Al fin y al cabo, no eran solo sus mejores amigos, sino su familia. Por eso la dejaron
seguir disfrutando y haciendo sus últimos disparates antes de regresar a casa,
donde al fin podrían descansar hasta el próximo viaje que, con suerte, sería dentro
de quichicientos años. O más.
FIN
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pasarles algo malo: que se les cayera la
verruga o que se volvieran buenas y dieran
los buenos días a un desconocido. Incluso
podrían dejar de ser verdes y malvadas.
Matilde era la hija del panadero. La hija del panadero tenía dos coletas y era bajita
y sonriente. Matilde se pasaba las tardes leyendo cuentos de brujas, de princesas
encantadas y de dragones. Le encantaba leer cuentos, sobre todo de fantasía.
Matilde no creía en las brujas. Verruga, Grosera y Viruela lo sabían y cuando
pensaban en ello se enfadaban muchísimo. Les parecía una falta de respeto.
¿Qué se habrá creído esa estúpida niña? -solía decir Verruga.
-Es asqueroso, tiene sueños azules y divertidos -añadía Grosera.
Una noche de brujas, decidieron que había llegado la hora de arreglar el
problema. Entonces se sentaron a pensar. Pensaron tanto que se pusieron más
verdes de lo que ya eran. Las brujas son todas un poco tontas y les cuesta mucho
pensar.
-Tengo una idea -dijo Verruga.
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-¿Cuál? -dijo Grosera, enfadada porque a ella no se le había ocurrido nada.
-Preparar la peor y más horrible de las pesadillas infantiles.
Grosera y Viruela tuvieron que reconocer que era una idea excelente. Enseguida se
pusieron manos a la obra. Se reunieron alrededor de un enorme caldero y
encendieron el hornillo.
-¿Qué os parece si echamos un par de sombras tenebrosas? -dijo Verruga, que era
una mandona.
-¡Qué buena idea has tenido! ¿Qué te parece si añadimos un puñadito de termitas
escandalosas? añadió Viruela.
-Excelente idea, queridas amigas, pero que no se os olvide una pizca de fantasmas
llorones. ¡Hay que darle un toque musical a nuestro guiso! -dijo Grosera.
Las tres tenían ideas horribles. Se pasaron toda la noche cocinando la pesadilla.
Cuando empezó a oler mal, Verruga metió un dedo en el caldero y se lo chupó.
Riquísima, está en su punto.
Al anochecer las tres brujas se montaron en sus escobas y salieron volando por la
chimenea dando terribles alaridos.
Un búho que las oyó se escondió dentro del cubo de la basura y se quedó allí toda
la noche.
Sobrevolaron todos los tejados del pueblo y cuando llegaron a la casa de Matilde,
se asomaron por la ventana. Matilde estaba sentada en su habitación recortando
papeles.
-Mira, ahí está Matilde, qué cara de empollona tiene, me dan ganas de vomitar.
-Con esa pinta seguro que es la mejor de su clase.
-Ha llegado la hora de que pruebe nuestra pesadilla -dijo Grosera.
Todas estuvieron de acuerdo.
Las tres brujas aterrizaron en la azotea de la casa de Matilde y bajaron hasta la
ventana por la tubería del desagüe. Matilde oyó un ruido, se acercó a la ventana y
se puso a escuchar lo que decían las brujas.
-Venga, Verruga, saca de una vez el tarro de pesadillas de la mochila y vamos a
escondernos dijo Grosera.
-Ya voy doña Prisas -se quejó Verruga.
Las brujas dejaron el tarro en la ventana, atado con una cuerda, y volvieron a subir
a la azotea.
Matilde se asustó muchísimo y, de un salto, se metió debajo de las sábanas.
-Mamá, mamá, ven corriendo, unas brujas han dejado en mi ventana un tarro lleno
de pesadillas -gritó.
-No digas tonterías y duérmete.
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-Que sí, que es verdad.
Sube, por favor.
La madre de Matilde se enfadó porque en ese momento estaba leyendo un libro
entretenidísimo.
Se levantó del sillón y subió hasta el cuarto de su hija. -A ver, ¿dónde está ese tarro
lleno de pesadillas? preguntó.
Matilde sacó una mano de entre las sábanas y señaló la ventana.
Entonces, las brujas tiraron de la cuerda y subieron el tarro hasta la azotea.
La madre de Matilde abrió la ventana y sacó la cabeza.
¿Ves? Aquí no hay nada. así que duérmete de una vez.
Cuando la madre de Matilde apagó la luz, las tres brujas comenzaron de nuevo a
bajar el tarro de las pesadillas. Verruga dio un silbido y llamó a la pesadilla.
-Horrible pesadilla, sal de tu tarro y asusta a la tonta de Matilde por un buen rato.
Un humo verdoso comenzó a salir lentamente del frasco y a colarse por la ventana.
La luz estaba apagada y Matilde no podía ver nada, pero enseguida empezó a oír
a los fantasmas llorones. Matilde tenía mucho miedo. Encendió la lámpara, pero no
vio nada. Revisó el armario. miró debajo de la cama, pero no encontró ni rastro de
los fantasmas.
A los fantasmas llorones no les gusta la luz y habían regresado al tarro. Ya está bien,
métete en la cama de una vez -dijo su madre desde el salón.
Matilde tenía mucho miedo. pero obedeció.
Las brujas volvieron a llamar a la pesadilla.
Se lo estaban pasando pipa asustando a la pobre Matilde y a su gato.
Horrible pesadilla, sal de tu tarro y asusta a Matilde por otro buen rato.
De nuevo el humo verdoso comenzó a colarse por las rendijas de la ventana.
De pronto, la madera del suelo empezó a chirriar, ¡las termitas escandalosas!
Matilde estaba aterrorizada y se pasó toda la noche sin poder dormir.
De acuerdo, las brujas existían, pero Matilde no era una niña cursi ni cobarde y no
estaba dispuesta a convertirse en otra de sus victimas. Alguien debía darles un
escarmiento.
Matilde se sentó a pensar la manera de arreglar el problema y como había leído un
montón de historias de brujas, enseguida tuvo una idea excelente. Sabía que las
brujas, además de malvadas, eran muy envidiosas. Al día siguiente, Matilde acercó
un taburete a la mesa de la cocina. se subió en él y preparó un enorme pastel de
chocolate.
Luego escribió con nata batida: Esta tarta es para la más malvada de todas las
brujas.
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Y lo puso en la ventana.
Al anochecer llegaron las brujas riéndose escandalosamente.
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Conjuro contra el aburrimiento
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Cuentos del árbol: La bruja Baba Yaga
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