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Javier Murcia Ortuño

Maestros y discípulos
en la antigua Grecia
Diseño de colección: Estrada Design
Diseño de cubierta: Manuel Estrada
Ilustración de cubierta: La Escuela de Atenas
as (detalle), de Rafael. Museos Vaticano
© Album / Eric Vandeville / akg-images
Selección de imagen: Carlos Caranci Sáez

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CERTIFICADA

© Javier Murcia Ortuño, 2024


© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2024
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28037 Madrid
www.alianzaeditorial.es

ISBN: 978-84-1148-595-1
Depósito legal: M. 642-2024
Printed in Spain

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Índice

11 Prefacio

17 1. Quirón, el primer maestro


39 2. Poetas y maestros
89 3. Aprende de los buenos
125 4. Discípulos demasiado obedientes
161 5. La ciudad enseña al hombre
198 6. El cimiento de oro
265 7. La violencia del maestro
290 8. Cuando educa un extraño
335 9. Maestro de nadie
363 10. Un maestro de éxito
381 11. Platón y sus rivales
410 12. Atenas, la escuela de Grecia

479 Epílogo. De Grecia a Roma

515 Notas

545 Bibliografía

549 Índice de mapas e imágenes

551 Índice onomástico

7
A mi hija Gisela,
que me ha enseñado tantas cosas
Prefacio

Cuando los de Mitilene dominaban los mares, impusieron


a los aliados que hacían defección que sus hijos no apren-
diesen las letras y no se les enseñara música, pensando que
ese era el más duro de todos los castigos: vivir faltos de mú-
sica y de conocimientos. Esta noticia de Eliano (Varia His-
toria, 7.15) no debe ser histórica, pero nos permite hacernos
una idea del alto concepto que tenían los griegos sobre la
educación. De hecho, al leer las fuentes antiguas nos pare-
ce que los griegos antiguos prácticamente vivían obsesiona-
dos por ella. Eso se debe, dirá alguno, a que son textos lite-
rarios que pueden darnos una imagen muy parcial de la vida
griega, pero nada más lejos de la realidad: el mismo entu-
siasmo educativo hallamos en los epitafios de los difuntos y
en las pinturas de los vasos.
La fascinación de los griegos por el conocimiento fue una
constante. En un principio los poetas enseñaron al pueblo,
luego, los sabios. Esos sabios muchas veces eran raros y ex-

11
Maestros y discípulos en la antigua Grecia

travagantes; estaban tan envanecidos de su sabiduría que se


proclamaron inspirados por la divinidad y autodidactas (esta
palabra ya aparece en la epopeya homérica). El filósofo He-
ráclito aseguró sencillamente que lo sabía todo y que no fue
discípulo de nadie. Pero las ciudades, pequeñas o grandes,
los animaban y los protegían a su modo. Supieron valorar
esos intelectos, aunque pareciesen a veces improductivos para
la sociedad. Finalmente, aparecieron los primeros educado-
res profesionales, los sofistas. Fue un largo proceso que es-
tuvo caracterizado más por la continuidad y el respeto a la
tradición que por la ruptura. Los propios sofistas se sentían
parte de una larga tradición, aunque afirmaban, sin falsa mo-
destia, que habían llegado para superarla.
Los griegos pensaban que no hay nada más refinado que
educarse y poseer una elevada cultura. Los ricos, como es
lógico, invirtieron más tiempo y dinero en su educación, pero
también los ciudadanos pobres, dentro de sus posibilidades,
intentaron dar a sus hijos la mejor educación posible. Las
ciudades griegas nunca tuvieron una educación obligatoria
para todos los ciudadanos, con la notable excepción de Es-
parta. Esta ciudad tan singular entendió la educación como
un mecanismo perfecto para crear una sociedad igualitaria,
de modo que ser espartano significaba simplemente haber
recibido la educación del Estado. Que ese proceso fuese,
sobre todo, de carácter militar, no le resta mérito a su gran
innovación (que hoy día se ha asumido en todas partes sin
discusión). Platón, que era un gran amante de las cosas es-
partanas, aceptó la idea para su república ideal. Desde en-
tonces, todos los griegos comprendieron que haber pasado
por una experiencia educativa similar era un fortísimo ele-
mento de cohesión social.

12
Prefacio

Pero el control estatal de la educación que se ejercía en


Esparta no dio frutos; la libertad que existía en las demás
ciudades, sobre todo en la democrática Atenas, permitió la
llegada de nuevas ideas y métodos. Aristóteles, que coincidió
con su maestro Platón en la necesidad de hacer obligatoria
la educación, tuvo que reconocer que no había consenso en
qué se debía enseñar y de qué manera. La democracia ate-
niense nunca controló la educación y se movió, a veces de
forma confusa, en una difícil dicotomía: formar buenos ciu-
dadanos que respetasen las normas y desarrollar el pensa-
miento crítico. Pero, mientras se debatía eso, Atenas se llenó
de escuelas como nunca se había visto y terminó por con-
vertirse en la primera ciudad universitaria del mundo. Hacia
el siglo IV
V se creó un sistema educativo que ha llegado casi
sin cambios hasta la actualidad. Ese sistema, en el que se-
guimos educándonos, es el que nos permite considerarnos
hombres de la civilización occidental, independientemente
del lugar donde nos encontremos o la etnia a la que perte-
nezcamos. Como escribió el orador y maestro Isócrates:

Nuestra ciudad ha conseguido que se aplique el nombre de


griegos no a la raza sino a la inteligencia, y que se llame grie-
gos a los que participan de nuestra educación más que a los
de nuestra misma sangre (Contra los sofistas, 50).

Los maestros tienen el más noble objetivo, hacer que exis-


tan después de ellos hombres insignes. Pero educar es una ta-
rea larga y pesada que debía comenzar en la infancia. Ya de-
cía Menandro: «Adiestra a los niños, pues no los adiestrarás
de hombres». Las cosas materiales se adquieren con dinero,
pero la educación solo se consigue con tiempo y dedicación.

13
Maestros y discípulos en la antigua Grecia

Hoy se juzga el éxito del sistema educativo en términos


económicos, algo que era irrelevante en la Antigüedad. Más
que trasmitir conocimientos para crear técnicos y profesio-
nales, los griegos querían formar la personalidad. En ese sen-
tido la relación entre maestro y alumno tenía un carácter
especial. Era clave buscar un maestro de probada morali-
dad y buenas costumbres. Además, se establecía un vínculo
de confianza y afecto que era lo que hacía posible la trasmi-
sión de las ideas. Por eso Jenofonte escribió con gran acier-
to: «No es posible recibir educación de un maestro que no
agrade» (Memorables. 1.2.39). Siglos después, un romano re-
finado como Plinio el Joven lo expresó de forma más her-
mosa en una de sus cartas: «El mejor maestro es el amor».
Y, sin embargo, era legendaria la severa disciplina que im-
ponían los maestros de las primeras etapas. No dudaban en
aplicar castigos corporales ante cualquier error o comporta-
miento inapropiado. El látigo y la vara (la famosa férula de los
romanos) eran sus instrumentos educativos. Sirva de discul-
pa que la vida cotidiana en aquellos tiempos era así de dura
en todos los órdenes.
Entre maestro y discípulo se establecía una relación diná-
mica de admiración (que implicaba imitación) y de rivali-
dad o competencia. El alumno deseaba superar al maestro;
por ejemplo, el filósofo Crisipo disentía de sus maestros y
decía que solo necesitaba los principios fundamentales y
que él mismo hallaría las demostraciones; el médico Gale-
no escribió que ya de adolescente miraba por encima del
hombro a sus maestros. Pero esto no solo pasaba con los
alumnos especialmente brillantes.
Puede ser verdad que muchos alumnos son mejores que
sus profesores, según el dicho que circulaba en la Antigüe-

14
Prefacio

dad, pero eso nunca ha atormentado a los buenos maestros.


Solo en los mitos encontramos una historia donde el maes-
tro está celoso de su alumno: Dédalo, conocido por su gran
inventiva y astucia, había tomado como discípulo a su so-
brino Talo (también llamado Pérdix). En cierta ocasión, pa-
seando por el campo, Talo encontró la mandíbula de una
serpiente y con ella serró un delgado tronco, inventando de
ese modo la sierra. Dédalo quedó impresionado del talento
de su discípulo y temeroso de que Talo le sobrepasase en
ingenio, concibió la idea de eliminarlo. Subió con él a la Acró-
polis de Atenas y una vez arriba lo despeñó.
En las páginas que siguen solo se encontrará la devoción
(a veces excesiva) de los alumnos hacia los profesores que
les habían enseñado, que les habían ofrecido con generosi-
dad lo más valioso que existe, la educación (el único bien
que poseemos realmente y que nadie nos puede arrebatar).
No es extraño que el cínico Diógenes solo se tomase eso en
serio; le gustaba repetir que la educación era sensatez para
los jóvenes, consuelo para los viejos, riqueza para los pobres
y adorno para los ricos.
El presente libro se dirige a todo tipo de lectores (pues
todos hemos sido por lo menos discípulos y algo podemos
entender de los procesos educativos que hemos experimen-
tado o padecido). Los lectores más curiosos hallarán en la
bibliografía manuales y monografías que de forma más sis-
temática y profunda han tratado esta cuestión. Solo se pre-
tendía hacer un repaso de la educación en la Antigua Grecia
para constatar la continuidad cultural que se ha producido
desde tiempos de Homero hasta nuestros días. El mundo
clásico no es una civilización pasada que estudian los filólo-
gos, los historiadores y los arqueólogos. Sigue viva dentro

15
Maestros y discípulos en la antigua Grecia

de nosotros. Y los profesores tenemos la obligación de tras-


mitirla adecuadamente a las generaciones siguientes. Espe-
ro que este libro contribuya, de alguna manera, a tan fun-
damental misión.

Nota: Si no se indica lo contrario, todas las fechas mencionadas en el


libro corresponden a antes de nuestra era.

16
1. Quirón, el primer maestro

¿Educó a Aquiles Tetis o su padre?


Fue Quirón, para que no aprendiera los hábitos
de los hombres perversos.

Eurípides, Ifigenia en Áulide, 709.

El término «centauro» no ha sido explicado nunca de for-


ma convincente; su sentido original etimológico permane-
ce oculto. Con este nombre se designaba a un tipo de seres
de doble naturaleza, mitad hombre mitad caballo. Estos
seres híbridos eran habituales en la mitología griega y casi
todos estos monstruos acechaban y causaban la perdición
de los hombres. Los centauros son seres salvajes y bruta-
les que viven sin aceptar las normas de la civilización y ha-
bitan en cuevas en las zonas montañosas. En ese sentido
son similares a los cíclopes, que «no tienen asambleas para
el consejo, ni leyes, sino que habitan en las cimas de las
altas montañas en profundas cuevas; cada uno se ocupa
de sus esposas y de sus hijos y no se preocupan unos de
otros»1. Los centauros tenían otra característica más extra-
ña que los acercaba a seres monstruosos únicos como Har-
pías y Sirenas: era una raza donde solo existía un género:
el masculino2.

17
Maestros y discípulos en la antigua Grecia

Homero menciona a los centauros en su obra, pero nada


nos dice sobre su nacimiento. Gracias a mitógrafos poste-
riores conocemos bien la forma peculiar en que la raza de
los centauros nació. Ixión, hombre cruel y sanguinario, rei-
naba sobre los lapitas, en una región del norte de Tesalia,
al pie de los montes Olimpo y Osa. Se había casado con
Día y tenía un hijo que se llamaba Pirítoo. Para no tener
que entregar los obsequios nupciales que le había prometi-
do a su suegro, lo mató arrojándolo a un foso en llamas. No
obstante, Zeus lo purificó de su crimen y lo aceptó en su
presencia junto a los demás dioses. Llegó a tal grado de fa-
miliaridad que Zeus permitió a Ixión probar el néctar y la
ambrosía de los dioses, alimentos que conferían la inmorta-
lidad. Pero Ixión seguía lleno de maldad y no mostró mu-
cha gratitud a su benefactor, puesto que realizó proposicio-
nes deshonestas a Hera. La diosa se lo contó a su esposo
Zeus, que tuvo la idea de crear una nube (Néfele) con la apa-
riencia de Hera para ver si Ixión era capaz realmente de tal
grado de ingratitud y maldad. Ixión se unió a esa nube, pen-
sando que era la auténtica Hera, y por tal acción fue dura-
mente castigado por Zeus: se le colocó en el Tártaro y fue
encadenado a una rueda que giraba sin cesar. Como Ixión
se había convertido en inmortal, tuvo que soportar para la
eternidad ese castigo junto a otros condenados famosos como
Tántalo, Sísifo, Titio y las Danaides.
Pero hubo otra consecuencia: la nube quedó preñada y
se desplazó por el cielo. Llegó a Tesalia y chocó con el monte
Pelión, macizo montañoso que se extiende desde el sur del
monte Osa hasta la península de Magnesia. Allí dio a luz a
un solo hijo, llamado Centauro. Este se unió con las yeguas
de aquellos parajes agrestes y engendró la raza monstruosa

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1. Quirón, el primer maestro

de los centauros, mitad hombres mitad caballos. En todo


caso, esta nueva raza heredó la maldad y la bestialidad de
Ixión, y por eso el poeta Ovidio los llamó «feroces hijos
de la nube». Esta es la versión más antigua de su nacimiento,
tal como la ha trasmitido Píndaro en uno de sus poemas.
Pero, como suele ser habitual en los relatos mitológicos,
había otras variantes: en una de ellas la nube choca con el
monte Pelión y alumbra a un buen número de seres que ya
tenían esa forma mixta (pues se decía que la nube adoptó
forma equina); en otra versión (que nos ha trasmitido Dio-
doro) la nube al chocar con el monte da a luz seres con na-
turaleza humana (centauros) que fueron criados generosa-
mente por las ninfas del Pelión, pero, al llegar a la madurez, su
instinto animal les empujó a unirse a las yeguas de la zona
y crearon así unas criaturas de doble naturaleza que se lla-
maron hipocentauros.
En la Antigüedad se intentó dar una explicación racional
al mito: estos hombres llamados hipocentauros fueron los pri-
meros en practicar la equitación, y su novedosa figura de
jinete y montura forjó la leyenda de seres de doble naturale-
za. No debe extrañarnos que este mito se localice en Tesalia,
pues la región era una gran llanura con excelentes prados
muy apropiados para la crianza de los caballos. Esta explica-
ción del mito la mantiene Isidoro de Sevilla en su magna
obra Etimologías:

Hay quien dice que se trataba de los caballeros tesalios


que, como corrían por todas partes en la guerra, daban la
impresión de un solo cuerpo formado por caballos y seres
humanos3.

19
Maestros y discípulos en la antigua Grecia

Quirón compartía con los centauros su doble naturaleza,


con la parte superior de hombre y la inferior de caballo. Pero,
salvo la apariencia exterior, no había más puntos comunes.
Quirón era un ser inmortal, pues era hijo de Crono y de la
oceánide Fílira (las oceánides son hijas del Océano y su herma-
na Tetis). Crono se metamorfoseó en caballo para unirse a ella,
porque quería escapar al control de su celosa esposa, Rea.
Esto es lo que explicaba su doble naturaleza. Además, Quirón
era bueno, sabio y justo. En la Ilíada se le llama «el más justo
de los centauros» y Píndaro escribe en uno de sus poemas que
«tenía una mente amistosa hacia los hombres». El nombre de
Quirón está relacionado con el término griego cheirr que signi-
fica ‘mano’, y tendría que ver con las habilidades manuales
que llegó a poseer y que luego enseñó a sus discípulos.
Apolo y Ártemis instruyeron a Quirón en la caza, la músi-
ca, la medicina y las artes proféticas. Luego Quirón se instaló
con su madre Fílira en una cueva del monte Pelión, junto a
un pequeño santuario dedicado a Zeus Akraios. Quirón se
casó con Cariclo, una hija de Apolo con forma únicamente
humana, pues así está siempre representada en los dibujos
de la cerámica griega. El matrimonio tuvo descendencia; las
fuentes, aunque de forma confusa, nos hablan de varias hi-
jas: Endeis o Endeide, Melanipe y Ocírroe (que aprendió las
artes de su padre y poseía, además, dotes proféticas); tam-
bién conocemos la existencia de un hijo llamado Caristo.

Escuela de héroes

En esta cueva del monte Pelión, Quirón puso su escuela (la


primera, aunque estemos en el mundo de la mitología). Le

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1. Quirón, el primer maestro

ayudaban en su tarea su esposa y sus hijas, pues recibía a


sus alumnos muy pequeños (a veces desde el mismo naci-
miento) y para la crianza y desarrollo global eran fundamen-
tales la presencia femenina y la vida familiar. Quirón se con-
virtió en un profesional de la educación (no un simple tutor
o consejero). Su escuela estaba abierta a todos los hombres
de Grecia sin distinción y enseñaba los más variados cono-
cimientos (en esos tiempos un héroe necesitaba de esa am-
plia preparación), pero fundamentalmente se centraba en
la caza, la guerra (tiro con arco y equitación), la música y la
medicina. También, por supuesto, les inculcaba profundos
preceptos morales. Podemos entender que esta escuela de
Quirón es un reflejo de los antiquísimos sistemas de educa-
ción de la Edad de Bronce, que estaban relacionados con
los ritos de paso que permitían pasar adecuadamente de la
infancia a la edad adulta. Estos ritos siempre tenían elemen-
tos recurrentes como el alejamiento de la sociedad en un
lugar salvaje (como sería la cueva del centauro en el monte)
para regresar al grupo tras el aprendizaje.
Jenofonte, en su obra Cinegético, nos da una lista de 20
héroes míticos que fueron discípulos de Quirón; entre ellos
destacan Céfalo, Asclepio, Melanión, Néstor, Anfiarao,
Peleo, Telamón, Meleagro, Teseo, Hipólito, Palamedes,
Menesteo, Ulises, Diomedes, Cástor, Pólux, Macaón, Po-
dalirio, Antíloco, Eneas y Aquiles. Curiosamente deja de men-
cionar dos nombres destacados: Jasón y Acteón. Incluso
algunos autores quisieron incluir en la lista de discípulos
del centauro a Heracles, aunque es discutible, pues este
héroe siempre destacó por su carácter rebelde para la edu-
cación y su ausencia de modales (como veremos más ade-
lante).

21
Maestros y discípulos en la antigua Grecia

La caza es un «invento de los dioses Apolo y Ártemis»,


escribe Jenofonte en su tratado titulado Cinegético. La pala-
bra cinegético está formada por dos términos: kynós, ‘perro’,
y hegeomai, ‘guiar’, pues los griegos siempre relacionaban la
caza con el uso de perros adiestrados. Era una de las ense-
ñanzas fundamentales de Quirón por lo que tenía como
preparación para la guerra. También se pensaba que la caza
despertaba las mejores cualidades en los hombres. Según
Jenofonte, «los que estuvieron con Quirón siendo jóvenes
comenzaron con la caza a aprender muchas nobles leccio-
nes»4. Este autor consideró la caza como la pieza inicial del
sistema educativo: «El que deja atrás la infancia es preciso
que se dedique primero a la caza y luego a las demás ense-
ñanzas»5. La caza permaneció como elemento fundamental
de la enseñanza en la educación tradicional aristocrática,
pero fue en Esparta donde se le dedicó especial atención y
se convirtió en parte principal de la vida diaria.
Hubo un discípulo de Quirón que destacó sobre todo en
este aspecto: Acteón, un héroe beocio que en la época clá-
sica llegó a recibir veneración en las ciudades de Platea y
Orcómeno. Acteón pasaba los días en los montes del Cite-
rón cazando con su jauría de perros, hasta que se encontró
en aquellos parajes con Ártemis, otra incansable cazadora.
La diosa había terminado su jornada y junto a las ninfas que
solían acompañarla se bañaba desnuda en un manantial de
la montaña. La suerte hizo que Acteón llegara allí en ese
momento con sus perros y viera a la diosa desnuda. Árte-
mis, muy irritada, convirtió a Acteón en un ciervo y enlo-
queció a los 50 perros que le seguían de modo que lo devo-
raron sin conocerlo. Dicen que a continuación los perros
vagaron por los bosques buscando a su amo y llenaron el

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1. Quirón, el primer maestro

monte con sus lastimeros aullidos. Finalmente llegaron a la


cueva de Quirón, que se compadeció de ellos, y para calmar
su dolor modeló una estatua que representaba a Acteón6.
En el arte de la medicina destacó otro de sus discípulos:
Asclepio. Era el fruto de los amores de Apolo con Corónide,
la hija de Flegias, rey de los lapitas. Apolo se enamoró de ella
y consumaron su amor. Sin embargo, Corónide, temiendo
que el dios se cansaría de ella más adelante cuando fuese vie-
ja y fea, buscó el amor de un simple mortal llamado Isquis.
Pero un cuervo que Apolo había dispuesto como vigilante
descubrió esta infidelidad y se la contó al propio dios. Lleva-
do por los celos tomó su arco y mató con sus flechas a su
amada Corónide (en otras versiones, como la de Píndaro,
Apolo le encarga a su hermana Ártemis la venganza: la diosa
desata una epidemia en la ciudad en la que muere la mucha-
cha; seguramente Píndaro quiere dejar en buen lugar a la di-
vinidad y evita que Apolo se manche las manos de sangre).
Al verla muerta, Apolo se arrepintió de su cólera; castigó pri-
mero al cuervo que le había dado tal noticia convirtiendo su
plumaje blanco en negro; luego, colocó a Corónide sobre la
pira funeraria y antes de prenderla le arrebató de su seno a
la criatura que había concebido. Le puso de nombre Ascle-
pio y se la confió a Quirón, que gracias a su esposa e hijas
podía hacerse cargo del niño a esa edad tan temprana. El
centauro, que fue admirado especialmente por sus conoci-
mientos de medicina, le enseñó el arte de curar heridas y en-
fermedades. Y Asclepio se convirtió en su mejor discípulo.
Píndaro escribe sobre la habilidad médica de Asclepio:

A todos los que vienen a él portadores de úlceras nacidas en


su carne, heridos por el bronce reluciente en alguna parte o

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Maestros y discípulos en la antigua Grecia

por la piedra de la honda, maltratado su cuerpo por el ardor


del estío o por el frío del invierno, los libra del mal, ya curán-
dolos con suaves ensalmos, ya administrándoles pociones be-
néficas, ya aplicando a sus miembros toda clase de remedios7.

Como se puede ver, la habilidad médica que trasmite a su


alumno tiene una mezcla de magia (los dulces ensalmos) y
de conocimientos efectivos de las propiedades curativas de
ciertas plantas (pociones benéficas). Pero Asclepio profun-
dizó en sus estudios y fue un pionero en el campo de la ci-
rugía. Se dice incluso que podía resucitar a los muertos.
Esto se debía a que había obtenido de Atenea la sangre ma-
nada de las venas de la Medusa Gorgona (la sangre de las
venas de la parte izquierda causaba daño, pero las de la
parte derecha tenía el poder de sanar y resucitar a los muer-
tos). Pero Zeus, temeroso de las consecuencias futuras de
ese conocimiento, fulminó a Asclepio con su rayo. En otras
versiones, Hades, alarmado por la alteración del orden na-
tural de las cosas y la disminución de su poder (pues cada
vez era menor el número de los muertos), solicitó de Zeus
que lo fulminase. Los escritores griegos racionalistas como
Diodoro, se muestran prudentes sobre la capacidad de re-
sucitar a los muertos y la explican en el sentido de que As-
clepio curó a muchos enfermos desahuciados, de modo que
parecía que devolvía a la vida a hombres ya muertos. De
todas formas, antes de su muerte, Asclepio pudo trasmitir
sus conocimientos a sus hijos Macaón y Podalirio, que tam-
bién fueron expertos médicos. En la guerra de Troya actua-
ron como médicos oficiales de la expedición griega.
En el mundo griego Asclepio se convirtió en una divini-
dad que recibió culto, sobre todo en el santuario de Epi-

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1. Quirón, el primer maestro

dauro, donde funcionaba una institución médica, aunque


sus prácticas eran fundamentalmente mágicas.
Si algún discípulo pasó más tiempo en la casa-escuela de
Quirón fue Jasón. Su madre lo había confiado al centauro
nada más nacer, por miedo a Pelias, rey de la ciudad de Yol-
co (al parecer temía que en un futuro este niño le arrebata-
se el poder). Lo único seguro es que desde su nacimiento
Jasón fue encomendado a Quirón. Pasó su infancia en su
cueva siendo educado por el centauro y criado por la espo-
sa, la madre y las hijas de Quirón. No parece que destacase
en nada especial dentro de las amplias materias que impar-
tía el centauro. A los veinte años abandonó la cueva y se di-
rigió a Yolco a reclamar el trono de su padre. Jasón portaba
dos lanzas y sobre la túnica llevaba una piel de pantera. Se
había convertido en un hombre rudo de las montañas. El
poeta Píndaro hace que se presente así ante Pelias:

Afirmo que traigo conmigo la enseñanza de Quirón,


pues vengo de su cueva, de junto a Cariclo y Fílira,
donde las castas hijas del centauro me criaron.
Vuelvo a casa al cumplir los veinte años
sin decir o hacer nada vergonzoso
para reclamar el antiguo poder de mi padre8.

Pelias le pide entonces que le traiga el vellocino de oro


que el rey de la Cólquide poseía y que estaba consagrado a
Ares en un bosque vigilado por un dragón. Quirón no aban-
dona a su discípulo en ese trance. Compone el calendario
de la expedición y hace la convocatoria de la misma indi-
cándole los héroes que pueden acompañarle en tan peligro-
sa empresa (siete de ellos eran antiguos alumnos suyos). Ja-

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