Constenla
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Resumen
Este artículo presenta un recorrido histórico por los diferentes períodos de estudio de las lenguas de la
Baja Centroamérica, organizado en torno a las familias lingüísticas, desde el último
cuarto del siglo XVI hasta el presente.
Abstract
This article provides a historical overview, organized around language families, of the dif- ferent
periods of study of the languages of Lower Central America, from the last quarter of the 16th
century to the present.
1. Introducción
Emplearé el término Baja Centroamérica para referirme a una área lingüística que abarca a
Honduras, con la excepción del la porción más occidental colindante con Guatemala, la
mitad oriental de El Salvador, Nicaragua central y atlántica, Costa Rica quitando la
península de Nicoya, Panamá y el territorio de Colombia situado al oeste y al norte de una
línea que va de la Sierra Nevada de Santa Marta a la del Cocuy, de ésta a la parte de la
Cordillera Oriental en que se encuentran Tunja y Bogotá, y de allí hasta la desembocadura del
Río San Juan en el Océano Pacífico. En el estudio en que demostré la condición de área
lingüística de este territorio (Constenla Umaña 1991), planteé la denominación Área
Colombiano-centroamericana, pero aquí he optado por
emplear el término Baja Centroamérica, acuñado con bastante anterioridad para desig-nar
una área arqueológica que, en su concepción más amplia (reflejada en el mapa
incluido en Lange y Stone, 1984: 4) coincide notablemente en los territorios abarcados.
Las agrupaciones lingüísticas en las que se reparten las lenguas presentes en el te- rritorio de
la Baja Centroamérica son la familia lenca, la familia jicaque, la familia misumalpa,
la estirpe chibchense (la que tiene mayor número de miembros y la que está
distribuida de manera más amplia por el área) y la familia chocó. En la actuali- dad,
las lenguas que se conservan son las siguientes tol (familia jicaque), misquito, sumo,
ulua (familia misumalpa), pech o paya, rama, guatuso, bribri, cabécar, naso
(térraba-teribe), boruca, guaimí, bocotá, cuna, chimila, ica, cogui, damana, tunebo, barí
(estirpe chibchense), huaunana y una serie de variedades emberaes (en Hoyos Benítez 2000:
73, se cita una cuenta de nueve: baudó, tadó, citará, sambú, catío, chamí, saija, de San
Jorge y de Río Verde). Se conocen, por otra parte, datos directamente recogi- dos (si bien de
naturaleza muy variada), de las siguientes diez lenguas extintas: lenca del El Salvador,
lenca de Honduras (familia lenca), Jicaque del Palmar (familia jica- que),
cacaopera, matagalpa (familia misumalpa), dorasque, chánguena, atanques, muisca,
duit (estirpe chibchense). Otras lenguas extintas, como el huetar y el quepo de Costa
Rica, el cueva de Panamá, el nutabe y el malibú de Colombia, se conocen tan solo por medio de
vocablos conservados en crónicas de la época de la conquista y la colonia o en variedades del
castellano actual, como elementos de sustrato.
Entre las lenguas vivas, las que tienen mayor número de hablantes son el misquito (125 000 o
más), el guaymí (alrededor de 112 000) y el cuna (50 000 o más). Con poblaciones que van
de 5.000 a 15.000 hablantes se sitúan el sumo, el bribri, el cabé- car, el cogui, el ica, el
huaunana, el catío, el chamí y el sambú . Las demás tienen menos de 3 000. Muy
próximas a la extinción están el rama y el boruca, con algo más de 20 hablantes fluidos
el primero (según Craig 1987b: 12) y 3 el segundo (Quesada Pacheco y Rojas
Chaves -1999: 9- consideraban que para entonces había 5, pero desde entonces
han muerto 2).
2. Período del último cuarto del siglo XVI y del siglo XVII:
énfasis en la descripción de las lenguas generales
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
1612, Felipe III prohibió a las mestizas el empleo de la lengua de sus antepasados indí-
genas; Felipe IV ordenó en 1634 que se enseñara el castellano a todos los indígenas y
que
la enseñanza de la religión se hiciera en esta lengua, y Carlos II hizo obligatorio en 1690 el
conocimiento del castellano como requisito para todos los oficios a los que tenían
acceso los indios (Triana y Antorveza 1987: 222, 230 y 232).
En la Baja Centroamérica, fue en Colombia donde mayor efecto tuvieron las polí-
ticas de Felipe II. Allí, en 1582, se inauguró la cátedra de la lengua general de la alti-
planicie cundiboyacense, el muisca, cuyo funcionamiento se mantuvo hasta después de
1666 (ídem: 271), y se escribieron varias gramáticas (González de Pérez 1980: 60- 113,
enumera más de diez producidas en este período) y diccionarios de ella, y cate- cismos,
confesionarios, sermones y otros documentos en ella (González de Pérez 1980: 75-115).
Según Ortega Ricaurte (1978: 27), el primer autor de obras en muisca y sobre él fue el
franciscano criollo Antonio Medrano, quien realizó sus actividades durante la segunda
mitad del siglo XVI. De la abundante obra iniciada por él, al pare- cer sólo se han
conservado cuatro muestras (todas de la primera mitad del siglo XVII, González de Pérez
1987: 3-57, y con base en las cuales se han escrito en épocas pos- teriores otras obras): la
gramática y confesionario de fray Bernardo de Lugo de 1619; el manuscrito anónimo con
vado en la Biblioteca Nacional de
gramática, vocabulario, catecismo y confesionario conser-
Colombia y publicado por Uricoechea (1871) y González de Pérez (1987), el
manuscrito con gramática y confesionario de la Biblioteca de Palacio de Madrid
publicado parcialmente por Quijano Otero (1883) y Lucena Salmoral (1964/5,1966/9)
y el manuscrito con vocabulario fechado 1612 de la Biblioteca de Palacio de Madrid
publicado por Miguel A. Quesada Pacheco (1991).
El hecho de que varios de los estudiosos no solo hablaran fluidamente el muisca sino que lo
enseñaran formalmente a nivel universitario tuvo consecuencias impor- tantes en la calidad
de su producción, según permiten apreciar las pocos ejemplos de ella que llegaron
hasta nosotros: las tres gramáticas son muy completas y los vocabu- larios son, en realidad,
los únicos verdaderos diccionarios de una lengua de la Baja Centroamérica anteriores al siglo
XX. Igualmente, antes del siglo XX, los textos en muisca como catecismos y confesionarios,
constituyeron las muestras más abundantes de discurso en una lengua del área. Eso sí, se trata
de discurso de origen foráneo (cris- tiano) exclusivamente; en la Baja Centroamérica en
esta época se recogieron algunas narraciones mitológicas, pero, a diferencia de lo ocurrido
en Measoamérica, única- mente en castellano.
Aparte del muisca, otras dos lenguas chibchenses de Colombia fueron objeto de estudio
en el período que nos ocupa. La primera de ellas fue el duit, la más cercana al muisca. El
único estudioso de ella que se menciona (Ortega Ricaurte 1978: 48) fue el jesuita Pedro
Pinto, al que quizás se debiera el catecismo del que Uricoechea (1871: XLI-XLII) publicó un
pequeño trozo, y que pareciera haber desaparecido para siem- pre. La segunda fue el
tunebo, sobre el cual se informa (Ortega Ricaurte 56-58) que trabajaron los jesuitas
Domingo de Molina, autor de Catecismo y confesionario en len- gua tuneba, Martín
Niño, autor de "varios escritos" en la lengua, y Juan Fernández
3. Período del Siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX: aumento del número
de lenguas sobre las que se obtienen datos y primeros intentos de clasificación
A comienzos del siglo XVIII la situación era muy diferente de la que se daba cien años
atrás. En los territorios de Colombia, Costa Rica y Honduras pertenecientes a la Baja
Centroamérica, las lenguas más importantes, las generales, se hallaban en pleno
retroceso frente al castellano, debido a la mayor presencia de españoles en las zonas de las
que eran nativas, al mestizaje, a las disposiciones asimilacionistas tomadas durante el siglo
XVII y al bilingüismo generalizado resultante de todos esos factores (Triana y
Antorveza 1987: 233; Herranz 1998: 165). En Colombia esto tuvo como con- secuencia la
extinción del muisca en el transcurso del siglo: Duquesne afirmó en 1795 que el muisca ya
no se hablaba. En Costa Rica, aunque no hay ninguna declaración
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
explícita al respecto, parece haber ocurrido lo mismo, pues el huetar no figura entre las
lenguas de las que se recogieron vocabularios a fines del siglo XVIII.
La pérdida creciente de importancia de las lenguas indígenas en los territorios en los
que había mayor presencia de no indígenas tuvo como consecuencia que desapa-
recieran las razones prácticas que en el pasado las habían favorecido y que se pudiera adoptar
actitudes mucho más decididas en su contra. Este proceso culminó con la famosa Real
Cédula de 1770 en la que Carlos III manifestó su voluntad de que en sus dominios solo se
hablara el castellano y se extinguieran las otras lenguas (Triana y Antorveza 1987: 507-511).
Por otra parte, en lo relativo al conocimiento de las len- guas indígenas, otra disposición del
mismo rey, tomada tres años antes en 1767, la expulsión de los jesuitas, tuvo efectos muy
adversos.
Como veremos luego, la decadencia de las lenguas generales tuvo un efecto inte-
resante desde el punto de vista de las otras lenguas indígenas: al no poder emplear
las primeras para comunicarse, los misioneros tuvieron necesariamente que aprender las
locales, cuyo estudio, en consecuencia, se incrementó.
En materia de descripciones gramaticales de lenguas de la Baja Centroamérica, se informa de
dos obras escritas en Colombia por criollos en la segunda mitad del siglo: el "Arte y
vocabulario de la lengua tuneba, con doctrina y confesionario" del jesuita Manuel del
Castillo y la Gramática y Vocabulario de la Lengua Mosca Chibcha del cura Juan Domingo
Duquesne de Madrid, el primero de los estudios que, con base en el trabajo realizado en
el siglo XVII se han realizado posteriormente, pues, como antes se señaló, el según su
autor el muisca ya había desaparecido (Ortega Ricaurte 1978: 75 y 111). En Panamá, con
posterioridad a 1740, un misionero jesuita, Ignacio Franciscis "escribió gramática,
vocabulario y catecismo christiano en lengua dariela” (Hervás y Panduro 1800: 280);
probablemente una forma de chocó. En Costa Rica, por otra parte, en 1753 se informa, en
una relación de visitas a localidades térrabas y cabécares, que "hay en todos los pueblos
intérpretes, artes y bocabularios de las len- guas” (León Fernández 1907: 496-7). Ninguna de
estas obras se ha encontrado.
En cuanto a vocabularios, aparte de los antes mencionados, en 1738 el franciscano español
fray Francisco de Catarroja produjo el primero de una lengua chibchense, el barí, de la que,
aparentemente, hasta entonces no se había producido ningún estudio: el "Vocabulario de
algunas vozes de la lengua de los indios motilones que avitan en los montes de las
provincias de Sta. Marta y Maybo, con la explicación en nuestro idioma castellano"
(incluido en Villamañán en 1978).
Podría haber ocurrido perfectamente que del siglo XVIII no se conservara más que el
manuscrito del padre Catarroja en la Academia de Historia de Caracas, si no hubie-
ra sido por la intervención de un personaje ajeno al mundo hispánico y a sus políticas
lingüísticas: Catalina II de Rusia. Esta emperatriz apoyó la elaboración de la obra
Linguarum totius orbis vocabularia comparativa, del alemán P.S. Pallas (1786-7), una de
las colecciones de los mismos rubros de vocabulario en lenguas de todo el mundo que
estuvieron de moda desde el siglo XVII hasta comienzos del XIX, y, para conse- guir
materiales de América para la continuación, solicitó la ayuda de Carlos III en
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
guaimíes, si bien sus argumentos no fueron lingüísticos. Es probable que así fuera, porque
Adelung y Vater, en Mithridates oder allgemeine Sprachkunde (1812: 708), al cuestionar su
propuesta de afinidades caribes, incluyeron en la discusión una lista de 10 palabras de las que
por lo menos 7 son cunas.
Como es de esperarse en cualquier división de períodos que se haga, el que se trata en
este aparte continúa en ciertos aspectos al precedente y anuncia al siguiente. Los misioneros
continuaron produciendo los paquetes de gramáticas, vocabularios, cate- cismos y
confesionarios que necesitaban para el éxito de su labor entre quienes trata- ban de convertir
al catolicismo, pero, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII y en las primeras dos
décadas del XIX, surgió un interés en la clasificación de los pue- blos
por medio de sus lenguas que llevó a la recolección de listas de unas centenas de palabras
(la que el rey Carlos III solicitó era de 444, pero en general las recogidas en la Baja
Centroamérica fueron menores). Al no haberse encontrado todavía ninguna de las
gramáticas producidos en el siglo XVIII, no sabemos si tenían la calidad de las
que sí sobrevivieron del siglo XVII. El vocabulario de barí de Catarroja es una lista
de alrededor de 500 equivalencias de palabras castellanas, no un verdadero diccionario, y
no manifiesta mayor conocimiento ni de la estructura gramatical ni de la fonológica de la
lengua, como sí se aprecia en los de muisca del siglo XVII. Lo mismo sucede con las
listas recogidas posteriormente: están llenas de errores y parecen obra de per- sonas que no
hablaran las lenguas. En buena parte, lo mismo ocurrirá durante la segun- da mitad del
siglo XIX y la primera del XX.
4. Período de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX (incluida la
década de 1950): producción de datos de todas las lenguas conservadas y
énfasis en las clasificaciones hechas por "inspección"
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
Se recogen los primeros datos, la mayor parte de ellos listas de vocabulario, sobre las lenguas
lencas que han llegado a nuestro conocimiento. El trabajo se inicia con las dis- tintas
variantes del lenca de Honduras, del cual recogieron materiales Squier (1858), Pinart y
Hernández (1897), Vásquez y otros en Membreño (1897), Moreno en Bonilla (1949) y Lara y
Girard (1951). Los aportes al conocimiento del lenca de El Salvador, que comienzan mucho
más tarde, se deben a Peccorini (1910), Lehmann (1920) y Lardé y Larín (1951-2). La
información gramatical que aportan todas estas fuentes es muy esca- sa y la contribución
más importante es definitivamente la de Lehmann, centrada en la morfología flexiva del
lenca de El Salvador. Squier fue el primero en emplear el térmi- no lenca para las
distintas variedades dialectales del lenca hondureño. En Thomas (1902: 209) se
propone una familia lenca integrada por una sola lengua con el dialecto de Chilanga en El
Salvador y varios en Honduras. La concepción de que el habla de Chilanga es una lengua
aparte de la constituida por los dialectos hondureños había sido planteada por Sapper
(Lehmann 1920: 44) y fue confirmada gracias a los materiales apor- tados por Lehmann.
Lehmann agrupó al lenca con el xinca, con el jicaque y el paya, grupo que a su vez
vinculó con las lenguas misu-malpas y situó dentro de lo que podríamos lla- mar el
filo macrochibcha. De todas estas relaciones, sólo aportó indicios, 12 presuntos conjuntos de
cognados, a favor de la que propuso entre el lenca y el xinca. Campbell tras examinarlos
(1979: 962-3) llegó a la conclusión de que no la apoyaban. Por su parte, en 1929, Sapir
(1949: 177), sin ofrecer ningún indicio, consideró que el xinca, el lenca y, quizás, el jicaque y
el paya podrían pertenecer a su filo penutiense.
En esta época se recogen los únicos datos del jicaque del Palmar que han llegado
hasta nosotros (Maradiaga en Membreño 1897). En el caso de la otra lengua jicaque, el tol
(jicaque de la Montaña de la Flor, jicaque de Yoro), de la cual ya se habían reco-
gido datos en el siglo XVIII, se producen las siguientes contribuciones Torres en
Membreño (1897), Sapper en Lehmann (1920) y Conzemius (1922). En ambos casos, se
trata de listas de léxico únicamente.
Durante toda la época prevalece el punto de vista ya expresado en Thomas (1902: 214) de que
se trata de una sola lengua con dos dialectos. Por otra parte, en cuanto a relaciones con
otras lenguas y familias de lenguas, ya se vieron al tratar la familia lenca las
infundamentadas hipótesis macrochibcha de Lehmann (1920:141) y macro-
penutiense de Sapir. Por su parte, Greenberg y Swadesh (1953) propusieron la perte-
nencia del jicaque al filo hokan con base en indicios que, de acuerdo con Campbell
(1979: 965), se quedaron muy cortos en la tarea de demostrar la relación.
Se recogen datos de todas las lenguas habladas hasta el momento: el cogui (Celedón
1886, Preuss 1919, 1920, 1921, 1922, 1923, 1924, 1925, 1926, 1927), el damana (Celedón
1886, Nils Holmer 1952a, 1953), el ica (Celedón 1886, 1892b; Vinalesa 1952), el atanques
(Celedón 1892a), el chimila (Isaacs 1884, Celedón 1886, Reichel Dolmatoff 1947), el
tunebo (Rivet 1924b, 1943; Rochereau 1926, 1927, 1959, 1961); el barí (Reichel
Dolmatoff 1945, Rivet y Armellada 1950, Wilbert 1961, Kipper 1965), el cuna (se
pueden citar, sin ser exhaustivo, a Cullen 1851b; Gassó 1908; Prince 1912, 1913; Harrington
1925; Monasterio 1930, Puig 1944, 1946, Alba 1950, Holmer 1946, 1947, 1951, 1952b,
1952c, Holmer y Wassén 1947, 1953, 1958),
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
el guaimí o movere (Pinart 1892; Wassén y Holmer 1952, Alphonse 1956), el bocotá o
guaimí sabanero (Pinart 1897, Alba 1950), el chánguena (Pinart 1890), el dorasque (Pinart
1890), el bribri (Gabb 1875, Thiel 1882, Pittier 1898, Lehmann 1920, Arroyo Soto 1951,
Stone 1961), el cabécar (Gabb 1875, Thiel 1882, Lehmann 1920, Arroyo Soto 1951, Stone
1961), el teribe-térraba (Gabb 1875, Pittier y Gagini 1892, Arroyo Soto 1951), el boruca
(Gabb 1875, Thiel 1882, Pittier 1941, Stone 1949, Arroyo Soto 1951), el guatuso (Thiel
1882, Lehmann 1920, Porras Ledesma 1959), el rama (Lehmann 1920, Conzemius 1929) y el
paya (Sapper 1889, Duarte en Membreño 1897, Conzemius 1928). La mayor parte de ellos
son listas de léxico. En los casos del cogui, el ica, el cuna, el guaimí, el bribri, el
térraba, el guatuso y el rama, algu- nos de los estudios incluyen observaciones
gramaticales, sobre todo morfológicas, pero solo los estudios de Preuss sobre el cogui y de
Holmer sobre el cuna constitu- yen verdaderas gramáticas. De igual modo, fueron
estos autores los que produjeron verdaderos diccionarios y colecciones importantes, bien
transcritas y traducidas de textos de la tradición oral. El trabajo de Holmer solo o en
colaboración con su cole- ga Wassén es el de mejor calidad de la época en materia de árte
verbal y lexicogra- fía. En lo gramatical, únicamente el de Loewen (1958) sobre el
sambú (chocó) puede considerarse que lo iguale.
También en el campo descriptivo, se dan una serie de gramáticas del muisca redactadas con
base en las que sobrevivieron del siglo XVII: se trata de los trabajos de Uricoechea
(1871), Adam (1878), Acosta Ortegón (1938) y Ghisletti (1954). Los dos últimos son muy
deficientes en general, pero especialmente en su interpretación de la fonología de la
lengua; el primero sigue muy de cerca al manuscrito de la Biblioteca Nacional de
Bogotá (véase González de Pérez 1987: 20), en cambio, el de Adam es un verdadero
análisis que aprovecha al máximo los adelantos de la lin- güística de su época.
En el campo de la diacronía, fue el arqueólogo alemán Max Uhle quien en 1888
planteó la existencia de la agrupación, que denominó familia chibcha. Uhle, aunque
no era lingüista entendía bien el método comparativo, lo cual le permitió realizar
un trabajo científicamente adecuado. A pesar de lo defectuoso de los materiales de
que disponía, estableció algunas correspondencias fonológicas entre la mayor parte
de las lenguas tomadas en cuenta. Reconoció el parentesco del muisca, el cogui, el
ica, el damana, el bribri, el cabécar, el teribe-térraba, el boruca, el movere, el bocotá, el
cuna y el chimila. Este principio parecía muy prometedor, pero el trabajo que se
realizó con posterioridad a él durante el perí- odo, llevado a cabo por Rivet, Schuller,
Lehmann, Jijón y Caamaño, Loukotka, Greenberg y Swadesh, realizado, como se
señaló ante-riormente, al margen del método comparativo de la lingüística
diacrónica transformó la agrupación bien fundamentada descubierta por él en una
especie de cajón de retazos de la clasifi- cación de las lenguas indígenas americanas
en que se ha pretendido incluir idio- mas que van de la Florida en los Estados
Unidos hasta el norte de Chile y Argentina.
Aunque en cada uno de los dos períodos anteriores se ha encontrado referencia a sendos
trabajos sobre lenguas chocoes, los primeros materiales que llegan hasta noso- tros se
recogen en éste y abarcan tanto el huaunana (Wassén 1935, Hurtado 1924, White 1884,
Loewen 1954) como distintas variedades emberaes: catío (Pablo del Santísmo Sacramento
1936, Pinto 1950), chamí (Greiffenstein 1878, Velázquez 1916, Robledo Clavijo 1922,
Caudmont 1955, 1956, Wassén 1955), chocó de Darién (Cullen 1851a, Uribe 1881,
Alba 1950), saija (Wassén 1935), sambú (Loewen 1958) y tadó (White 1884). Además
Lehmann (1920: 81-95) incluye una serie de vocabularios cor- tos extraídos de obras de
once autores distintos, que combina en un léxico de 417 entradas. De los trabajos
mencionados, además de léxico incluyen observaciones gramaticales los de Uribe, de Pablo
del Santísimo Sacramento y de Pinto. Estos dos últimos, presentan también textos en las
respectivas lenguas: el primero incluye un catecismo y, el segundo, diálogos a modo de
ejemplos de conversación y oraciones y cánticos religiosos católicos. Las
gramáticas de Loewen son trabajos muy completos, hechos con conocimiento de la
teoría lingüística de la época y, en el caso de la de sambú se incluye un léxico muy extenso
y muestras de narraciones mitológicas y de cuentos en la lengua; son definitivamente,
junto con los trabajos de Holmer sobre el cuna, lo mejor que se produjo en la época.
Loewen, además, publicó en 1960 una Dialectología Chocó y en 1963 una bibliografía
exhaustiva de las publicaciones hechas hasta el momento sobre las lenguas chocoes. En
1960, Wirsche y Loewen publicaron siete silabarios.
La propuesta de la familia chocó se debe a Brinton (1891). Posteriormente, las cla-
sificaciones hechas con base en el método de inspección plantearon tres afiliaciones
completamente distintas de la familia chocó. Lehmann relacionó las lenguas chocoes con el
páez, el colorado (lengua barbacoa), el misquito y con varias lenguas chib- chenses de
Costa Rica (bribri, térraba, boruca y guatuso). A partir de esto, Schmidt (1926) la
integró en la agrupación que él denominó simplemente "lenguas chibchas" que
corresponde a lo que otros han denominado filo macrochibcha. Rivet ( 1943/4), en
cambio, consideró que las lenguas chocoes pertenecían a la familia caribe. Swadesh
(1959) las asignó a su filo macroleco.
Al inicio del período, las investigaciones son llevadas a cabo principalmente por
investigadores extranjeros, pero poco a poco, el papel protagónico lo han ido toman- do
investigadores oriundos de los países del Área.
El primer grupo organizado de investigadores es foráneo: se trata del Instituto
Lingüístico de Verano, que se establece en Honduras en 1960, en Colombia en 1962
y en Panamá en 1969. Las publicaciones de esta institución sobre lenguas de la Baja
Centroamérica empiezan, al parecer, en 1967 en Honduras, en 1972 en Colombia y en
1974 en Panamá. El trabajo sobre las lenguas de Panamá se interrumpió casi del todo con la
expulsión del Instituto a comienzos de la década de 1980. Desde 1981 ha habido presencia
del I.L.V. en Costa Rica, entre los bribris, pero los únicos productos han sido
materiales de carácter didáctico de muy escasa circulación.
Al comenzar el período, no existía del todo actividad organizada en equipo ni de enseñanza
ni de investigación de la lingüística propia de los países del Área. En las décadas de
1970 y 1980 surge la lingüística como carrera en algunas universidades y aparecen también,
como consecuencia de la formación de personal capacitado, equi- pos (programas,
centros, institutos) dedicados a la investigación lingüística. La pri- mera carrera universitaria
de lingüística del área se fundó en 1972 en la Universidad de Costa Rica. En 1977, en la Universidad
Autónoma de Honduras se crearon un bachillerato y una licenciatura. Por último, en 1984, en la
Universidad de los Andes de Colombia se abrió la maestría en etnolingüística. En la
Universidad de Costa Rica en 1979 surge el Programa de Investigaciones sobre
Lenguas de Costa Rica y Áreas Vecinas que da origen al actual Instituto de
Investigaciones Lingüísticas. En la Universidad de los Andes en 1987 aparece el Centro
Colombiano de Estudios de las Lenguas Aborígenes.
En el caso de Nicaragua, el fomento de las investigaciones de las lenguas indíge- nas
lo ha llevado a cabo el Centro de Información y Documentación de la Costa Atlántica
(CIDCA), entidad del gobierno nicaragüense fundada en 1982, con la cual ha colaborado
estrechamente durante muchos años el grupo estadounidense Linguists for Nicaragua,
integrada principalmente por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Como se verá a continuación, al tratarse el desarrollo del estudio de cada agrupa- ción lingüística
de la Baja Centroamérica, los papeles protagónicos han sido desem- peñados en todos
los casos por las instituciones mencionadas.
5.1. Familia lenca
El último hablante de lenca salvadoreño murió en 1976 (Campbell 1979: 940) y del lenca
hondureño, en 1987, sólo quedaban, al parecer, un semihablante (Herranz 1987: 443-4) y
algunas personas con conocimiento de unas pocas palabras. No obstante esta situación, el
período sobre el que tratamos presenció la aparición de varios trabajos que llenaron lagunas
en cuanto al conocimiento de estas lenguas y sus relaciones gene- alógicas.
El estudio del tol ha sido realizado hasta el momento más que nada por
investiga- dores del Instituto Lingüístico de Verano. Estos han publicado sobre la
fonología (Fleming y Dennis 1977), la gramática (Dennis y Fleming 1975, Dennis 1992), la
etnosemántica (Oltrogge 1975), un diccionario (Dennis y Dennis 1983), muestras del arte
verbal (Oltrogge y Oltrogge 1971) y terminología de parentesco. Además, uno de ellos llevó
a cabo, en colaboración con Campbell, la reconstrucción del sistema fone- mático del
protojicaque (Campbell y Oltrogge 1980). Un lingüista estadounidense que no pertenece al
Instituto produjo un esbozo gramatical general (Holt 1999). Sobre otros aspectos, como
historia externa, estado de conservación y problemas del bilin- güismo, ha habido
contribuciones del personal del Programa de Licenciatura en
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA
CHIBCHA
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
Carrasco 1999), el tunebo (Casilimas Rojas 1999) y el barí (Mogollón Pérez 2000). Estos trabajos
tratan sobre diversos aspectos de las estructuras y de la situación actual de dichas seis
lenguas, las pertenecientes a la estirpe que se conservan en Colombia. En el caso del
chimila y del barí, los aportes han resultado especialmente valiosos, por haber sido
las primeras descripciones propiamente lingüísticas de los aspectos trata- dos de estas
dos lenguas.
Al Instituto Caro y Cuervo se le deben por una parte la publicación en 1987 del
"Diccionario y gramática chibcha", excelente descripción colonial del muisca acom- pañada
por un valioso estudio de González de Pérez, y la publicación de dos impor- tantísimas obras
de carácter general sobre las lenguas indígenas de Colombia: Estado actual de la
clasificación de las lenguas indígenas de Colombia (compilado por Rodríguez de
Montes) y la monumental Lenguas indígenas de Colombia. Visión des- criptiva
(compilado por González de Pérez y Rodríguez de Montes).
Sin pretender la exhaustividad, es necesario mencionar a varios lingüistas no per- tenecientes
a las instituciones antes mencionadas que, en el período en conside-ración, han
hecho aportes al estudio de las lenguas chibchenses: Dennis Holt (1986, 1999) autor de las
únicas descripciones del pech (paya); Colette Grinevald Craig (1986, 1987a, 1987b, 1987c),
única tratadista del rama y a quien se deben un breve diccio- nario y de artículos sobre la
situación de esta lengua y algún aspecto de su gramática; María Eugenia Villalobos
Gamboa (1989), cuyo trabajo ha tratado principalmente aspectos de la sintaxis bribri
en relación con el discurso; J. Diego Quesada (p.e. 1996, 1999, 2000a, 2000b), quien ha
publicado sobre temas de la gramática del boruca, una descripción extensa del teribe
y sobre tipología de la estirpe en general; Ángel López García (1995), autor de una
gramática muisca; Nicholas Ostler (p.e. 1993, 1994, 1997- 8), quien ha escrito varios
artículos sobre la morfosintaxis de esta última lengua; Robert T. Jackson, autor de una
fonología comparada de las lenguas arhuacas (1995) y Joel Sherzer (p.e. 1983, 1987,
1989,1990, 1999, 2000), a quien se debe el conoci- miento más detallado que se tenga de la
etnografía del habla de una de las etnias de la Baja Centroamérica y, probablemente, de
toda América: la cuna.
El mayor impulso a los estudios descriptivos sobre las lenguas chocoes provino del Centro
Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes de la Universidad de los Andes,
cuyo personal ha publicado un buen número de estudios de temática descrip- tiva,
educativa y dialectológica (p.e. Aguirre Licht 1992, 1995, 1998a, 1998b, 1998c, 1999;
Hoyos Benítez 1995, 2000; Llerena Villalobos 1994, 1995, 1998, y Mejía Fonnegra 2000).
La otra contribución mayor fue la del Instituto Lingüístico de Verano (p,e. Binder 1995; J.
Harms 1993; P. Harms 1985, 1994; Mortensen 1999). Como en el caso de las lenguas
chibchenses, la lista publicada en Huber y Reed (1992) constituye un conjun- to de
materiales útil para la comparación.
Lingüística Chibcha (ISSN 1409-245X) XXIII: 9-59, 2004
28
ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
(b) En lexicografía, durante el período apareció el mayor diccionario que se haya publicado
hasta el momento de una de las lenguas de la región, el cabécar (Margery Peña 1987,
con algo más de 8000 entradas). Entre las 2000 y las 3000 entradas se sitú- an los
diccionarios boruca, tunebo y saija. Las demás obras obras se sitúan entre, aproximadamente,
las 700 y las 1100 entradas, tal es el caso de los pequeños diccio- narios de ulua, sumo,
misquito, rama y bocotá que se publicaron. Otra obra importan- te es la de Huber y Reed
(1992), en que se incluyen vocabularios situados entre las 300 y las 375 palabras de cinco
lenguas chibchenses de Colombia, del huaunana y de 6 variedades emberaes.
(e) La recolección de muestras de literatura oral tuvo un incremento muy impor- tante
en Centroamérica y, en el caso de la agrupación chibchense, la más importante de la
región, se dispone de una caracterización general del arte verbal con conside- ración de
temática, generos y recursos formales.
(f) Se ha trabajado, si bien con menor intensidad, en otros campos, como la ono-
mástica, la caracterización de la situación actual de las lenguas, los procesos de muer- te
de lenguas, los proyectos de enseñanza bilingüe y el análisis del discurso.
(g) En la mayor parte de los países entre los que se reparte el territorio de la Baja
Centroamérica se han formado grupos e instituciones que trabajan y publican de ma-
nera constante.
(b) Llegar a disponer de diccionarios de todas las lenguas y que estos, por lo menos,
alcancen las dimensiones de los del boruca y el tunebo arriba citados.
(c) Elaborar etnografías del habla de todas las etnias, algo especialmente necesario, en vista
de que la adopción de hábitos lingüísticos y formas de pensar no indígenas va a un ritmo aún
más acelerado que la pérdida de los idiomas. Esto incluye el describir, con base en muestras
amplias, las literaturas orales tradicionales, caracterizando sus temáticas, sus géneros y sus
recursos formales.
30
ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA
(d) Extender a todas las lenguas estudios etnosemánticos sobre sectores del léxico que
resultan especialmente significativos y que están amenazados por modificaciones culturales
o ambientales, como las terminologías botánica, zoológica y de parentesco.
(e) Completar la formación de organizaciones locales que puedan llevar a cabo las tareas
anteriormente mencionadas y robustecer las existentes. Esto es especialmente urgente en El
Salvador y en Panamá, donde no existen hasta el momento. La existen- cia de organizaciones
locales es indispensable y fundamental; pero, desde mi punto de vista, la presencia de
investigadores de instituciones extranjeras en colaboración o en competencia con los de las
nacionales, en principio, no debería considerarse un pro- blema. La tarea por realizar es
tan grande y el tiempo que queda para hacerla proba- blemente tan limitado que todos
los aportes debieran ser bienvenidos. En Panamá, por ejemplo, el Instituto Lingüístico de
Verano, realizó una labor muy intensa y valiosa durante los años setentas. A partir de su
expulsión, el grado en que se han documen- tado sus lenguas indígenas y los textos
producidos en ellas ha sido notablemente menor y la tarea ha sido llevada a cabo, en todo
caso, más que nada por extranjeros.
Por supuesto, se debe fomentar la realización de toda clase de estudios sobre las lenguas y
los hábitos lingüísticos de quienes las hablan, y opino que, si se cumplen las tareas más
urgentes, esto permitirá el avance en otros tipos de investigaciones como pueden ser las de
carácter diacrónico.
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