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Lingüística Chibcha (ISSN 1409-245X) XXIII: 9-59, 2004

EL ESTUDIO DE LAS LENGUAS DE LA BAJA


CENTROAMÉRICA DESDE EL SIGLO XVI
HASTA EL PRESENTE

Adolfo Constenla Umaña*

Resumen

Este artículo presenta un recorrido histórico por los diferentes períodos de estudio de las lenguas de la
Baja Centroamérica, organizado en torno a las familias lingüísticas, desde el último
cuarto del siglo XVI hasta el presente.

Palabras clave: Historia de la lingüística, Baja Centroamérica, períodos, familias lin-


güísticas, lenca, jicaque, misumalpa, chibchense, chocó.

Abstract

This article provides a historical overview, organized around language families, of the dif- ferent
periods of study of the languages of Lower Central America, from the last quarter of the 16th
century to the present.

Key words: History of linguistics, Lower Central America, periods, lingüistical


families, Lencan, Jicacan, Misumalpan, Chibchan, Chocoan.

1. Introducción

1.1. La Baja Centroamérica

Emplearé el término Baja Centroamérica para referirme a una área lingüística que abarca a
Honduras, con la excepción del la porción más occidental colindante con Guatemala, la
mitad oriental de El Salvador, Nicaragua central y atlántica, Costa Rica quitando la
península de Nicoya, Panamá y el territorio de Colombia situado al oeste y al norte de una
línea que va de la Sierra Nevada de Santa Marta a la del Cocuy, de ésta a la parte de la
Cordillera Oriental en que se encuentran Tunja y Bogotá, y de allí hasta la desembocadura del
Río San Juan en el Océano Pacífico. En el estudio en que demostré la condición de área
lingüística de este territorio (Constenla Umaña 1991), planteé la denominación Área
Colombiano-centroamericana, pero aquí he optado por

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emplear el término Baja Centroamérica, acuñado con bastante anterioridad para desig-nar
una área arqueológica que, en su concepción más amplia (reflejada en el mapa
incluido en Lange y Stone, 1984: 4) coincide notablemente en los territorios abarcados.

1.2. Las lenguas de la Baja Centroamérica

Las agrupaciones lingüísticas en las que se reparten las lenguas presentes en el te- rritorio de
la Baja Centroamérica son la familia lenca, la familia jicaque, la familia misumalpa,
la estirpe chibchense (la que tiene mayor número de miembros y la que está
distribuida de manera más amplia por el área) y la familia chocó. En la actuali- dad,
las lenguas que se conservan son las siguientes tol (familia jicaque), misquito, sumo,
ulua (familia misumalpa), pech o paya, rama, guatuso, bribri, cabécar, naso
(térraba-teribe), boruca, guaimí, bocotá, cuna, chimila, ica, cogui, damana, tunebo, barí
(estirpe chibchense), huaunana y una serie de variedades emberaes (en Hoyos Benítez 2000:
73, se cita una cuenta de nueve: baudó, tadó, citará, sambú, catío, chamí, saija, de San
Jorge y de Río Verde). Se conocen, por otra parte, datos directamente recogi- dos (si bien de
naturaleza muy variada), de las siguientes diez lenguas extintas: lenca del El Salvador,
lenca de Honduras (familia lenca), Jicaque del Palmar (familia jica- que),
cacaopera, matagalpa (familia misumalpa), dorasque, chánguena, atanques, muisca,
duit (estirpe chibchense). Otras lenguas extintas, como el huetar y el quepo de Costa
Rica, el cueva de Panamá, el nutabe y el malibú de Colombia, se conocen tan solo por medio de
vocablos conservados en crónicas de la época de la conquista y la colonia o en variedades del
castellano actual, como elementos de sustrato.
Entre las lenguas vivas, las que tienen mayor número de hablantes son el misquito (125 000 o
más), el guaymí (alrededor de 112 000) y el cuna (50 000 o más). Con poblaciones que van
de 5.000 a 15.000 hablantes se sitúan el sumo, el bribri, el cabé- car, el cogui, el ica, el
huaunana, el catío, el chamí y el sambú . Las demás tienen menos de 3 000. Muy
próximas a la extinción están el rama y el boruca, con algo más de 20 hablantes fluidos
el primero (según Craig 1987b: 12) y 3 el segundo (Quesada Pacheco y Rojas
Chaves -1999: 9- consideraban que para entonces había 5, pero desde entonces
han muerto 2).

1.3. Períodos en la historia del estudio de las lenguas de la Baja Centroamérica


Las sociedades indígenas practicaban y algunas de ellas lo siguen haciendo (Sherzer
1983: 224-7, Constenla Umaña 1990: 17) la enseñanza formal de hablas ri- tuales, por
ciertos cargos, sobre
medio de la memorización de textos y listas de vocabulario, a aspirantes a
todo de especialistas religiosos, y se da en ellas terminología para tipos de hechos del
habla, pero al parecer, no se produjeron descripciones de lenguas ni se desarrolló un
metalenguaje para referirse a entidades gramaticales como clases de morfemas, palabras o
sintagmas.

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En consecuencia, de acuerdo con la información disponible hasta el momento, la descripción


de lenguas de la Baja Centroamérica se inicia en el siglo XVI, con poste- rioridad a
la conquista española. El trabajo realizado a partir de entonces se puede dividir en los
siguientes períodos:
A. Último cuarto del siglo XVI y siglo XVII.
B. Siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX.
C. Segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
D. De 1960 hasta el presente.
A continuación se caracteriza la obra realizada en cada uno de dichos períodos. En el tercer
período y en el cuarto cada agrupación lingüística se tratará por aparte.

2. Período del último cuarto del siglo XVI y del siglo XVII:
énfasis en la descripción de las lenguas generales

Lo reciente del establecimiento de los españoles determina, por motivos de índo- le


práctica, que este sea el único período en que existe interés de parte de los no indí-
genas en el conocimiento y aprendizaje de las lenguas de los indígenas. Había que tratar
de asegurar la sumisión y lealtad de estos últimos, que eran todavía la pobla- ción
ma-yoritaria y mantenían, al menos en parte, una serie de rasgos de la organi-
zación vigente antes de la conquista, entre ellos uno de gran importancia lingüísti-
ca: la existencia en algunos territorios de las llamadas lenguas generales, esto es, de
idiomas empleados en la comunicación entre individuos con distintas lenguas mater-
nas. Las razones de índole práctica se vieron también reforzadas por la circunstan- cia de
que el rey Felipe II tuvo una actitud particularmente benévola hacia los indí- genas
americanos en lo relativo a las lenguas. Este monarca ordenó, por ejemplo, en
1568, que los encargados de las doctrinas de indios supieran los idiomas de sus feli-
greses; en 1573, que las expediciones llevaran intérpretes obligatoriamente; en
1575, que el conocimiento de las lenguas indígenas constituyera mérito para quie-
nes aspiraban a una serie de cargos eclesiásticos; y, en 1580, que se fundaran cáte- dras
universitarias de las lenguas generales (Triana y Antorveza 1987: 247, 207, 257, 260 y
261). Su actitud tolerante queda reflejada en las siguiente disposición (ídem: 227):
"No parece conveniente apremiallos a que dexen su lengua natural, se podrán poner
Maestros para los que vo-luntariamente quisieren aprender la Castellana, y dese orden
como se haga guardar lo que está mandado en no proveer los curatos sino a quien sepa
la de los Indios."
En lugar de la política monolingüe castellana de los Reyes Católicos y de Carlos V, hubo, a
partir de Felipe II, como lo ha señalado Herranz (1998: 163), una ambivalen- te en la que
"El castellano es la lengua de la hispanización y las lenguas indígenas, de cristianización.”
Aunque la influencia de la política lingüística tolerante de Felipe II se siguió sin- tiendo
después de su muerte, al igual que sus antepasados, sus descendientes favore- cieron el
desplazamiento de las lenguas indígenas por el castellano. Por ejemplo, en

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1612, Felipe III prohibió a las mestizas el empleo de la lengua de sus antepasados indí-
genas; Felipe IV ordenó en 1634 que se enseñara el castellano a todos los indígenas y
que
la enseñanza de la religión se hiciera en esta lengua, y Carlos II hizo obligatorio en 1690 el
conocimiento del castellano como requisito para todos los oficios a los que tenían
acceso los indios (Triana y Antorveza 1987: 222, 230 y 232).
En la Baja Centroamérica, fue en Colombia donde mayor efecto tuvieron las polí-
ticas de Felipe II. Allí, en 1582, se inauguró la cátedra de la lengua general de la alti-
planicie cundiboyacense, el muisca, cuyo funcionamiento se mantuvo hasta después de
1666 (ídem: 271), y se escribieron varias gramáticas (González de Pérez 1980: 60- 113,
enumera más de diez producidas en este período) y diccionarios de ella, y cate- cismos,
confesionarios, sermones y otros documentos en ella (González de Pérez 1980: 75-115).
Según Ortega Ricaurte (1978: 27), el primer autor de obras en muisca y sobre él fue el
franciscano criollo Antonio Medrano, quien realizó sus actividades durante la segunda
mitad del siglo XVI. De la abundante obra iniciada por él, al pare- cer sólo se han
conservado cuatro muestras (todas de la primera mitad del siglo XVII, González de Pérez
1987: 3-57, y con base en las cuales se han escrito en épocas pos- teriores otras obras): la
gramática y confesionario de fray Bernardo de Lugo de 1619; el manuscrito anónimo con
vado en la Biblioteca Nacional de
gramática, vocabulario, catecismo y confesionario conser-
Colombia y publicado por Uricoechea (1871) y González de Pérez (1987), el
manuscrito con gramática y confesionario de la Biblioteca de Palacio de Madrid
publicado parcialmente por Quijano Otero (1883) y Lucena Salmoral (1964/5,1966/9)
y el manuscrito con vocabulario fechado 1612 de la Biblioteca de Palacio de Madrid
publicado por Miguel A. Quesada Pacheco (1991).
El hecho de que varios de los estudiosos no solo hablaran fluidamente el muisca sino que lo
enseñaran formalmente a nivel universitario tuvo consecuencias impor- tantes en la calidad
de su producción, según permiten apreciar las pocos ejemplos de ella que llegaron
hasta nosotros: las tres gramáticas son muy completas y los vocabu- larios son, en realidad,
los únicos verdaderos diccionarios de una lengua de la Baja Centroamérica anteriores al siglo
XX. Igualmente, antes del siglo XX, los textos en muisca como catecismos y confesionarios,
constituyeron las muestras más abundantes de discurso en una lengua del área. Eso sí, se trata
de discurso de origen foráneo (cris- tiano) exclusivamente; en la Baja Centroamérica en
esta época se recogieron algunas narraciones mitológicas, pero, a diferencia de lo ocurrido
en Measoamérica, única- mente en castellano.
Aparte del muisca, otras dos lenguas chibchenses de Colombia fueron objeto de estudio
en el período que nos ocupa. La primera de ellas fue el duit, la más cercana al muisca. El
único estudioso de ella que se menciona (Ortega Ricaurte 1978: 48) fue el jesuita Pedro
Pinto, al que quizás se debiera el catecismo del que Uricoechea (1871: XLI-XLII) publicó un
pequeño trozo, y que pareciera haber desaparecido para siem- pre. La segunda fue el
tunebo, sobre el cual se informa (Ortega Ricaurte 56-58) que trabajaron los jesuitas
Domingo de Molina, autor de Catecismo y confesionario en len- gua tuneba, Martín
Niño, autor de "varios escritos" en la lengua, y Juan Fernández

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Pedroche, autor de Gramática y vocabulario de la lengua tuneba, con doctrina y con-


fesionario de la misma. Ninguno de estos últimos trabajos parece haberse
conservado.
La lengua huetar, considerada como la general de Costa Rica por los españoles, fue
aprendido ya por fray Pedro de Betanzos hacia 1570 y en 1608 se atribuía a fray Agustín de
Ceballos haber hecho en ella catecismo y confesionario (Lehmann 1920, I: 234-6). Hasta el
momento no se ha localizado ningún escrito colonial sobre esta len- gua o en ella, que, de
acuerdo con los escasos indicios disponibles, parece haber sido también chibchense
(Constenla Umaña 1984: 12-15).
Hasta donde llega mi conocimiento, fuera de los idiomas mencionados, el único otro en el que
se informa que se produjo una obra habría sido una lengua chocó. De acuerdo con Ortega Ricaurte
(1978: 42), el hermano Miranda (no se menciona su nom- bre ni la orden a que pertenecía)
elaboró en los primeros años del siglo XVII un Catecismo en lengua chocoana del que
solo se conoce esta referencia.
En Honduras, de acuerdo con Herranz (1987: 438-9), el lenca fue reconocido junto con el
nahua como lengua general y durante los siglos XVI y XVII los frailes francis- canos y
mercedarios se examinaban en una de ellas o en ambas para poder administrar curatos en el
centro y el sudoeste del país. No he encontrado referencias a descripcio- nes coloniales del
lenca ni a obras escritas en él, pero la existencia de exámenes para comprobar su dominio
hace pensar que tienen que haberse dado.
Para el resto de la Baja Centroamérica no hay siquiera referencias semejantes a las
que se dan en el caso de Honduras, Esto puede deberse al hecho de que en El Salvador y en
Nicaragua las zonas en las que se centró la actividad española pertenecieran a otra área, la
Mesoamericana, y a que en Panamá, debido a lo temprano de su conquista, la principal
lengua indígena y la que parece también haber servido para comunicación entre distintas
etnias, el cueva, se extinguió rápidamente (en la primera mitad del siglo XVI), por
el efecto de las enfermedades traídas por los conquistadores y el impacto de las practicas
colonizadoras anteriores a la promulgación de las Leyes de Indias.
La gramática del muisca del padre de Lugo fue la única obra de este período que llegó a
publicarse.

3. Período del Siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX: aumento del número
de lenguas sobre las que se obtienen datos y primeros intentos de clasificación

A comienzos del siglo XVIII la situación era muy diferente de la que se daba cien años
atrás. En los territorios de Colombia, Costa Rica y Honduras pertenecientes a la Baja
Centroamérica, las lenguas más importantes, las generales, se hallaban en pleno
retroceso frente al castellano, debido a la mayor presencia de españoles en las zonas de las
que eran nativas, al mestizaje, a las disposiciones asimilacionistas tomadas durante el siglo
XVII y al bilingüismo generalizado resultante de todos esos factores (Triana y
Antorveza 1987: 233; Herranz 1998: 165). En Colombia esto tuvo como con- secuencia la
extinción del muisca en el transcurso del siglo: Duquesne afirmó en 1795 que el muisca ya
no se hablaba. En Costa Rica, aunque no hay ninguna declaración

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explícita al respecto, parece haber ocurrido lo mismo, pues el huetar no figura entre las
lenguas de las que se recogieron vocabularios a fines del siglo XVIII.
La pérdida creciente de importancia de las lenguas indígenas en los territorios en los
que había mayor presencia de no indígenas tuvo como consecuencia que desapa-
recieran las razones prácticas que en el pasado las habían favorecido y que se pudiera adoptar
actitudes mucho más decididas en su contra. Este proceso culminó con la famosa Real
Cédula de 1770 en la que Carlos III manifestó su voluntad de que en sus dominios solo se
hablara el castellano y se extinguieran las otras lenguas (Triana y Antorveza 1987: 507-511).
Por otra parte, en lo relativo al conocimiento de las len- guas indígenas, otra disposición del
mismo rey, tomada tres años antes en 1767, la expulsión de los jesuitas, tuvo efectos muy
adversos.
Como veremos luego, la decadencia de las lenguas generales tuvo un efecto inte-
resante desde el punto de vista de las otras lenguas indígenas: al no poder emplear
las primeras para comunicarse, los misioneros tuvieron necesariamente que aprender las
locales, cuyo estudio, en consecuencia, se incrementó.
En materia de descripciones gramaticales de lenguas de la Baja Centroamérica, se informa de
dos obras escritas en Colombia por criollos en la segunda mitad del siglo: el "Arte y
vocabulario de la lengua tuneba, con doctrina y confesionario" del jesuita Manuel del
Castillo y la Gramática y Vocabulario de la Lengua Mosca Chibcha del cura Juan Domingo
Duquesne de Madrid, el primero de los estudios que, con base en el trabajo realizado en
el siglo XVII se han realizado posteriormente, pues, como antes se señaló, el según su
autor el muisca ya había desaparecido (Ortega Ricaurte 1978: 75 y 111). En Panamá, con
posterioridad a 1740, un misionero jesuita, Ignacio Franciscis "escribió gramática,
vocabulario y catecismo christiano en lengua dariela” (Hervás y Panduro 1800: 280);
probablemente una forma de chocó. En Costa Rica, por otra parte, en 1753 se informa, en
una relación de visitas a localidades térrabas y cabécares, que "hay en todos los pueblos
intérpretes, artes y bocabularios de las len- guas” (León Fernández 1907: 496-7). Ninguna de
estas obras se ha encontrado.
En cuanto a vocabularios, aparte de los antes mencionados, en 1738 el franciscano español
fray Francisco de Catarroja produjo el primero de una lengua chibchense, el barí, de la que,
aparentemente, hasta entonces no se había producido ningún estudio: el "Vocabulario de
algunas vozes de la lengua de los indios motilones que avitan en los montes de las
provincias de Sta. Marta y Maybo, con la explicación en nuestro idioma castellano"
(incluido en Villamañán en 1978).
Podría haber ocurrido perfectamente que del siglo XVIII no se conservara más que el
manuscrito del padre Catarroja en la Academia de Historia de Caracas, si no hubie-
ra sido por la intervención de un personaje ajeno al mundo hispánico y a sus políticas
lingüísticas: Catalina II de Rusia. Esta emperatriz apoyó la elaboración de la obra
Linguarum totius orbis vocabularia comparativa, del alemán P.S. Pallas (1786-7), una de
las colecciones de los mismos rubros de vocabulario en lenguas de todo el mundo que
estuvieron de moda desde el siglo XVII hasta comienzos del XIX, y, para conse- guir
materiales de América para la continuación, solicitó la ayuda de Carlos III en

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1787, quien el mismo año ordenó que se recogiera la lista de palabras en todas las
lenguas indígenas americanas que se pudiera y, además, pidió que se recogieran los
trabajos que ya existieran sobre ellas. En el caso de la Baja Centroamérica, esto sig-
nificó la recolección y el salvamento para la posteridad de los siguientes materiales: la
gramática muisca del siglo XVII que publicaron Quijano Otero (1883) y Lucena
Salmoral (1964/5,1966/9), el vocabulario muisca de 1612 publicado por Miguel A.
Quesada Pacheco (1991), un léxico barí de 1788, Traducción de voces castellanas en
lengua motilona, del capuchino fray Francisco Alfaro (publicado por Villamañán en
1978), y los vocabularios de cabécar, viceíta (al parecer, bribri, si bien hay muchos elementos
cabécares mezclados), térraba y jicaque contenidos en el manuscrito del Archivo de Indias
que fue publicado en 1892 por Fernández Guardia y Fernández Ferraz. Las trabajos
sobre lenguas de Colombia, de acuerdo con Ortega Ricaurte (1978: 102-3) no llegaron
al parecer a ser enviados de España a Rusia, pues no fue- ron incluidos en la obra de Th.
Jankiewitsch de Mirievo Sravitel' nyj solvar' vsěxă jazykové i narěčij que, como
continuación de la de Pallas, se publicó cuatro años des- pués (en 1791). Según
Lehmann (1920: 238, nota al pie de página), los de Centroamérica, que incluían trece
lenguas mesoamericanas (la mayoría de ellas mayas) además de las cuatro antes
mencionadas, sí fueron publicados allí, aunque solo en pequeña parte. De haber sido
así, sería lo único que se habría publicado de toda la producción de este período.
La última contribución del período al conocimiento de las lenguas de la Baja
Centroamérica es la colección de vocabularios de dos dialectos guaimíes, del bocotá y del
dorasque, recogidos en el manuscrito del padre Juan Franco Breve noticia ò apuntes de
los usos y costumbres de los habitantes del Ystmo de Panamá y de sus Producciones Para
la expedicion de las Corvetas al reedor del Mundo, que se con- serva en la Biblioteca
Bancroft de la Universidad de California en Berkeley y que, según Alphonse (1956: V) data
de comienzos del siglo XIX.
De él son también, por otra parte, los primeros intentos de clasificación de lenguas de
la Baja Centroamérica. La referencia más temprana que conozco es la del jesuita
Joseph Cassani quien, de acuerdo con Lehmann (1920: 41) en 1741 consideró como
dialectos del chibcha (muisca) a las lenguas de los tunebos y de los extintos chitas,
morcotes y guacicas. El parentesco muisca-tunebo ha sido confirmado luego y, en
con- secuencia, Cassani fue el primero en determinar una relación entre lenguas chibchen-
ses. Lorenzo Hervás y Panduro, considerado uno de los principales precursores de las
clasificaciones genealógicas y tipológicas que se desarrollarían con posterioridad, en el
primer volumen de su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (1800,
publicado originalmente en italiano en 1784) menciona tres lenguas chibchenses: el
muisca (p. 229), el tunebo (p. 222) y el guaimí (p. 280), pero no las relaciona. Sin embargo,
clasifica a los guaimíes junto con los darieles como caribes (p. 281). El tér- mino
geográfico Darién (o Dariel) se usó para referirse tanto a los cunas (cf. Tovar 1961:174)
como a un grupo chocó (Tovar 1961: 144). En caso de que lo usara con el primer
significado, habría estado en lo cierto al relacionar a los darieles con los

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guaimíes, si bien sus argumentos no fueron lingüísticos. Es probable que así fuera, porque
Adelung y Vater, en Mithridates oder allgemeine Sprachkunde (1812: 708), al cuestionar su
propuesta de afinidades caribes, incluyeron en la discusión una lista de 10 palabras de las que
por lo menos 7 son cunas.
Como es de esperarse en cualquier división de períodos que se haga, el que se trata en
este aparte continúa en ciertos aspectos al precedente y anuncia al siguiente. Los misioneros
continuaron produciendo los paquetes de gramáticas, vocabularios, cate- cismos y
confesionarios que necesitaban para el éxito de su labor entre quienes trata- ban de convertir
al catolicismo, pero, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII y en las primeras dos
décadas del XIX, surgió un interés en la clasificación de los pue- blos
por medio de sus lenguas que llevó a la recolección de listas de unas centenas de palabras
(la que el rey Carlos III solicitó era de 444, pero en general las recogidas en la Baja
Centroamérica fueron menores). Al no haberse encontrado todavía ninguna de las
gramáticas producidos en el siglo XVIII, no sabemos si tenían la calidad de las
que sí sobrevivieron del siglo XVII. El vocabulario de barí de Catarroja es una lista
de alrededor de 500 equivalencias de palabras castellanas, no un verdadero diccionario, y
no manifiesta mayor conocimiento ni de la estructura gramatical ni de la fonológica de la
lengua, como sí se aprecia en los de muisca del siglo XVII. Lo mismo sucede con las
listas recogidas posteriormente: están llenas de errores y parecen obra de per- sonas que no
hablaran las lenguas. En buena parte, lo mismo ocurrirá durante la segun- da mitad del
siglo XIX y la primera del XX.

4. Período de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX (incluida la
década de 1950): producción de datos de todas las lenguas conservadas y
énfasis en las clasificaciones hechas por "inspección"

Como señala Herranz (1998: 167), después de la independencia la política lingüís-


tica fue esencialmente la misma de Carlos III: la lengua de las repúblicas que surgie- ron
era el castellano y las lenguas indígenas eran consideradas un síntoma de atraso y
resabio de un pasado que había que superar. Por otra parte, la actividad de las órdenes
religiosas, las principales productoras de estudios en otros tiempos, había decaído
desde la época de dicho monarca. Estos hechos determinaron que durante los prime- ros
treinta años de vida independiente no se produjeran ni estudios ni publicaciones. En la
segunda mitad del siglo, comienzan a producirse algunos trabajos y, durante sus
últimos veinticinco años, se produce una gran actividad y se sientan pautas que
domi- narán el campo hasta mediados del siglo XX.
Un primer factor que provoca este cambio es la afluencia de viajeros norteameri- canos y
europeos cultos -entre ellos se cuentan naturalistas, arqueólogos, antropólogos y
misioneros- interesados en las culturas indígenas y sus lenguas. El primero de ellos, en
nuestro caso, pareciera haber sido el diplomático estadounidense Squier, quien en 1858
publicó los primeros datos de lenca que han llegado hasta nosotros. Estos extran- jeros
constituyen mayoría de los estudiosos de las lenguas de la Baja Centroamérica

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en el período y a ellos se deben las mayores contribuciones. Un segundo factor es el


desarrollo de los sistemas educativos y, en general, de la cultura en los distintos paí-
ses. El tercero es que en esa época, se renueva la actividad misionera, incluyendo no solo la
católica, sino la de otras confesiones cristianas, como la morava. En relación con los dos últimos
factores, cabe señalar que la mayor parte de los hispanoamerica- nos que aportan al campo
de estudios durante este período son maestros y sacerdotes. Tres rasgos de progreso muy
importantes son que, por primera vez, se obtienen datos de todas las lenguas todavía
habladas, se recogen muestras de la tradición oral de los pueblos de la Baja
Centroamérica en sus propias lenguas y se da un equipo científico que realiza una labor
organizada: el de los investigadores suecos del Museo Etnográfico de Gotemburgo
(Nordenskjöld 1928/30, 1932; Holmer 1946,1947, 1951, 1952a 1952b; Wassén 1934, 1937,
1938, 1963; Holmer y Wassén 1947, 1953, 1958), cuyos trabajos sobre el cuna, tanto en
materia gramatical y léxica, como en el campo del arte verbal, son de excelente
calidad. Otro hecho digno de destacar es que, a diferencia de lo ocu- rrido en épocas
anteriores, la mayor parte de lo que se produce se publica.
Por lo que respecta al trabajo descriptivo, hay dos factores que inciden en que la
mayor parte del que se realizó, consistente más que nada en recolección de vocabula- rios,
fuera de baja calidad. Uno de ellos es que, aunque el siglo XIX había visto sur- gir la
lingüística como disciplina científica reconocida, la mayor parte de los estudio- sos
de las lenguas de la Baja Centroamérica del período no fueron lingüistas y muy pocos
de sus trabajos reflejan los adelantos que se fueron dando; incluso en las déca- das de 1940
y 1950, por ejemplo, es difícil encontrar estudios hechos en el marco de las tendencias
estructuralistas. El otro es que la mayor parte fue producto de contac- tos muy breves con
las lenguas y en muy pocos casos los autores llegaron a conocer- las con alguna
profundidad, lo cual redunda en que abunden los errores.
Por haberse iniciado en el siglo XIX, en el que predominó el interés en lo diacró- nico, esta
época dio especial importancia a la propuesta de clasificaciones genealógi- cas. Con un par
de excepciones, sin embargo, las que se hicieron o no fueron justifi- cadas o cuando
pretenden aportar indicios a su favor permiten comprobar, como lo he demostrado
(Constenla Umaña 1983, 1993), que se hicieron sin conocimiento de las metodologías
adecuadas o a contrapelo de ellas. De esta naturaleza son las clasifica- ciones, muchas de
ellas de las lenguas americanas en general, de Paul Rivet 1912,1924a,1952; Rudolf Schuller
1919/20; Walter Lehmann 1920; Jacinto Jijón y Caamaño 1943; Čestmir Loukotka 1945,
1968; Joseph Greenberg 1960 (presentada en todo detalle con una defensa del método
seguido y aporte de indicios en 1987); Morris Swadesh 1967, que han sido difundidas tanto
en aquel período como en el siguiente por autores como Schmidt (1926), Mason (1950),
McQuown (1954), Tovar (1961, 1984), Tax (1960), Voegelin y Voegelin (1965), Key (1979)
y Ruhlen (1987). El renombre de la mayor parte de los autores de dichas clasificaciones,
justificado por otros aportes, ha llevado a que muchos persistan en concederles validez a
estos traba- jos, cuya "metodología” se ha denominado "de inspección" y consiste
simplemente en decidir de manera intuitiva el parentesco entre palabras de distintas
lenguas.

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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA

A continuación me ocupo de caracterizar por agrupaciones lingüísticas el trabajo


realizado.

4.1. Familia lenca

Se recogen los primeros datos, la mayor parte de ellos listas de vocabulario, sobre las lenguas
lencas que han llegado a nuestro conocimiento. El trabajo se inicia con las dis- tintas
variantes del lenca de Honduras, del cual recogieron materiales Squier (1858), Pinart y
Hernández (1897), Vásquez y otros en Membreño (1897), Moreno en Bonilla (1949) y Lara y
Girard (1951). Los aportes al conocimiento del lenca de El Salvador, que comienzan mucho
más tarde, se deben a Peccorini (1910), Lehmann (1920) y Lardé y Larín (1951-2). La
información gramatical que aportan todas estas fuentes es muy esca- sa y la contribución
más importante es definitivamente la de Lehmann, centrada en la morfología flexiva del
lenca de El Salvador. Squier fue el primero en emplear el térmi- no lenca para las
distintas variedades dialectales del lenca hondureño. En Thomas (1902: 209) se
propone una familia lenca integrada por una sola lengua con el dialecto de Chilanga en El
Salvador y varios en Honduras. La concepción de que el habla de Chilanga es una lengua
aparte de la constituida por los dialectos hondureños había sido planteada por Sapper
(Lehmann 1920: 44) y fue confirmada gracias a los materiales apor- tados por Lehmann.
Lehmann agrupó al lenca con el xinca, con el jicaque y el paya, grupo que a su vez
vinculó con las lenguas misu-malpas y situó dentro de lo que podríamos lla- mar el
filo macrochibcha. De todas estas relaciones, sólo aportó indicios, 12 presuntos conjuntos de
cognados, a favor de la que propuso entre el lenca y el xinca. Campbell tras examinarlos
(1979: 962-3) llegó a la conclusión de que no la apoyaban. Por su parte, en 1929, Sapir
(1949: 177), sin ofrecer ningún indicio, consideró que el xinca, el lenca y, quizás, el jicaque y
el paya podrían pertenecer a su filo penutiense.

4.2. Familia jicaque

En esta época se recogen los únicos datos del jicaque del Palmar que han llegado
hasta nosotros (Maradiaga en Membreño 1897). En el caso de la otra lengua jicaque, el tol
(jicaque de la Montaña de la Flor, jicaque de Yoro), de la cual ya se habían reco-
gido datos en el siglo XVIII, se producen las siguientes contribuciones Torres en
Membreño (1897), Sapper en Lehmann (1920) y Conzemius (1922). En ambos casos, se
trata de listas de léxico únicamente.
Durante toda la época prevalece el punto de vista ya expresado en Thomas (1902: 214) de que
se trata de una sola lengua con dos dialectos. Por otra parte, en cuanto a relaciones con
otras lenguas y familias de lenguas, ya se vieron al tratar la familia lenca las
infundamentadas hipótesis macrochibcha de Lehmann (1920:141) y macro-
penutiense de Sapir. Por su parte, Greenberg y Swadesh (1953) propusieron la perte-
nencia del jicaque al filo hokan con base en indicios que, de acuerdo con Campbell
(1979: 965), se quedaron muy cortos en la tarea de demostrar la relación.

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CONSTENLA: El estudio de las lenguas de la Baja Centroamérica...

4.3. Familia misumalpa


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Se recogen los únicos datos de la lengua matagalpa (Noguera y Valle en Lehmann


1920) de que disponemos. Los aportes al conocimiento del cacaopera de Mendoza,
Sapper y Lehmann fueron compilados por este último (Lehmann 1920). En el caso
del sumo, el primer vocabulario publicado parece ser el del obispo Vélez (incluido en
Membreño 1897). En Lehmann 1920 se incluyen, aparte de sus propios datos, siete
vocabularios de varios autores (el más antiguo de 1871). Otras fuentes son Conzemius
(1929, 1932); Martínez Landero (elaborado hacia 1935, publicado en 1980) y
Argüello 1938. Datos de ulua se recogen en trabajos de Lehmann (1920) quien los publicó
junto con cinco vocabularios cortos de diversos autores (el más viejo de ellos de 1857),
Conzemius (1922) y Argüello (1938). En el caso del misquito las obras principales son las
de Adam (1891), Ziock (1894), Berckenhagen (1894, 1906), Heath (1913, 1927, 1950),
Lehmann 1920, Conzemius 1929 y Argüello 1938.
Frente a lo que ocurre en el caso de las lenguas lencas y las jicaques, para la fami-lia
misumalpa en general (con la excepción del matagalpa) se produce buena información
gramatical, sobre todo en el campo de la morfología flexiva. El mis- quito es la lengua
mejor documentada y el conocimiento de su morfosintaxis se vio favorecido
obviamente por el dominio de ella por parte de misioneros, comenzan- do por el
autor de la primera gramática: Berckenhagen. Esto también permitió la existencia
de verdaderos diccionarios y publicaciones en la lengua, como la titula- da Blasi
Wina (Desde el Principio), colección de adaptaciones de pasajes del Antiguo
Testamento y de traducciones de salmos publicada en 1948 por la Misión Evangélica
Morava.
En materia de clasificación, la relación entre los dialectos sumos y uluas fue pro-
puesta por Brinton (1891), al igual que la del matagalpa y el cacaopera (1895a). La
propuesta de la relación de estos dos grupos entre sí y con el misquito se debe a Lehmann
(1910). El nombre misumalpa fue acuñado por Mason (1940: 75). Al tratar las dos
familias anteriores, ya se ha mencionado la propuesta macrochibcha, en la que se
engloba a la familia misumalpa.

4.4. Estirpe chibchense

Se recogen datos de todas las lenguas habladas hasta el momento: el cogui (Celedón
1886, Preuss 1919, 1920, 1921, 1922, 1923, 1924, 1925, 1926, 1927), el damana (Celedón
1886, Nils Holmer 1952a, 1953), el ica (Celedón 1886, 1892b; Vinalesa 1952), el atanques
(Celedón 1892a), el chimila (Isaacs 1884, Celedón 1886, Reichel Dolmatoff 1947), el
tunebo (Rivet 1924b, 1943; Rochereau 1926, 1927, 1959, 1961); el barí (Reichel
Dolmatoff 1945, Rivet y Armellada 1950, Wilbert 1961, Kipper 1965), el cuna (se
pueden citar, sin ser exhaustivo, a Cullen 1851b; Gassó 1908; Prince 1912, 1913; Harrington
1925; Monasterio 1930, Puig 1944, 1946, Alba 1950, Holmer 1946, 1947, 1951, 1952b,
1952c, Holmer y Wassén 1947, 1953, 1958),

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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA

el guaimí o movere (Pinart 1892; Wassén y Holmer 1952, Alphonse 1956), el bocotá o
guaimí sabanero (Pinart 1897, Alba 1950), el chánguena (Pinart 1890), el dorasque (Pinart
1890), el bribri (Gabb 1875, Thiel 1882, Pittier 1898, Lehmann 1920, Arroyo Soto 1951,
Stone 1961), el cabécar (Gabb 1875, Thiel 1882, Lehmann 1920, Arroyo Soto 1951, Stone
1961), el teribe-térraba (Gabb 1875, Pittier y Gagini 1892, Arroyo Soto 1951), el boruca
(Gabb 1875, Thiel 1882, Pittier 1941, Stone 1949, Arroyo Soto 1951), el guatuso (Thiel
1882, Lehmann 1920, Porras Ledesma 1959), el rama (Lehmann 1920, Conzemius 1929) y el
paya (Sapper 1889, Duarte en Membreño 1897, Conzemius 1928). La mayor parte de ellos
son listas de léxico. En los casos del cogui, el ica, el cuna, el guaimí, el bribri, el
térraba, el guatuso y el rama, algu- nos de los estudios incluyen observaciones
gramaticales, sobre todo morfológicas, pero solo los estudios de Preuss sobre el cogui y de
Holmer sobre el cuna constitu- yen verdaderas gramáticas. De igual modo, fueron
estos autores los que produjeron verdaderos diccionarios y colecciones importantes, bien
transcritas y traducidas de textos de la tradición oral. El trabajo de Holmer solo o en
colaboración con su cole- ga Wassén es el de mejor calidad de la época en materia de árte
verbal y lexicogra- fía. En lo gramatical, únicamente el de Loewen (1958) sobre el
sambú (chocó) puede considerarse que lo iguale.
También en el campo descriptivo, se dan una serie de gramáticas del muisca redactadas con
base en las que sobrevivieron del siglo XVII: se trata de los trabajos de Uricoechea
(1871), Adam (1878), Acosta Ortegón (1938) y Ghisletti (1954). Los dos últimos son muy
deficientes en general, pero especialmente en su interpretación de la fonología de la
lengua; el primero sigue muy de cerca al manuscrito de la Biblioteca Nacional de
Bogotá (véase González de Pérez 1987: 20), en cambio, el de Adam es un verdadero
análisis que aprovecha al máximo los adelantos de la lin- güística de su época.
En el campo de la diacronía, fue el arqueólogo alemán Max Uhle quien en 1888
planteó la existencia de la agrupación, que denominó familia chibcha. Uhle, aunque
no era lingüista entendía bien el método comparativo, lo cual le permitió realizar
un trabajo científicamente adecuado. A pesar de lo defectuoso de los materiales de
que disponía, estableció algunas correspondencias fonológicas entre la mayor parte
de las lenguas tomadas en cuenta. Reconoció el parentesco del muisca, el cogui, el
ica, el damana, el bribri, el cabécar, el teribe-térraba, el boruca, el movere, el bocotá, el
cuna y el chimila. Este principio parecía muy prometedor, pero el trabajo que se
realizó con posterioridad a él durante el perí- odo, llevado a cabo por Rivet, Schuller,
Lehmann, Jijón y Caamaño, Loukotka, Greenberg y Swadesh, realizado, como se
señaló ante-riormente, al margen del método comparativo de la lingüística
diacrónica transformó la agrupación bien fundamentada descubierta por él en una
especie de cajón de retazos de la clasifi- cación de las lenguas indígenas americanas
en que se ha pretendido incluir idio- mas que van de la Florida en los Estados
Unidos hasta el norte de Chile y Argentina.

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4.5. Familia chocó
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Aunque en cada uno de los dos períodos anteriores se ha encontrado referencia a sendos
trabajos sobre lenguas chocoes, los primeros materiales que llegan hasta noso- tros se
recogen en éste y abarcan tanto el huaunana (Wassén 1935, Hurtado 1924, White 1884,
Loewen 1954) como distintas variedades emberaes: catío (Pablo del Santísmo Sacramento
1936, Pinto 1950), chamí (Greiffenstein 1878, Velázquez 1916, Robledo Clavijo 1922,
Caudmont 1955, 1956, Wassén 1955), chocó de Darién (Cullen 1851a, Uribe 1881,
Alba 1950), saija (Wassén 1935), sambú (Loewen 1958) y tadó (White 1884). Además
Lehmann (1920: 81-95) incluye una serie de vocabularios cor- tos extraídos de obras de
once autores distintos, que combina en un léxico de 417 entradas. De los trabajos
mencionados, además de léxico incluyen observaciones gramaticales los de Uribe, de Pablo
del Santísimo Sacramento y de Pinto. Estos dos últimos, presentan también textos en las
respectivas lenguas: el primero incluye un catecismo y, el segundo, diálogos a modo de
ejemplos de conversación y oraciones y cánticos religiosos católicos. Las
gramáticas de Loewen son trabajos muy completos, hechos con conocimiento de la
teoría lingüística de la época y, en el caso de la de sambú se incluye un léxico muy extenso
y muestras de narraciones mitológicas y de cuentos en la lengua; son definitivamente,
junto con los trabajos de Holmer sobre el cuna, lo mejor que se produjo en la época.
Loewen, además, publicó en 1960 una Dialectología Chocó y en 1963 una bibliografía
exhaustiva de las publicaciones hechas hasta el momento sobre las lenguas chocoes. En
1960, Wirsche y Loewen publicaron siete silabarios.
La propuesta de la familia chocó se debe a Brinton (1891). Posteriormente, las cla-
sificaciones hechas con base en el método de inspección plantearon tres afiliaciones
completamente distintas de la familia chocó. Lehmann relacionó las lenguas chocoes con el
páez, el colorado (lengua barbacoa), el misquito y con varias lenguas chib- chenses de
Costa Rica (bribri, térraba, boruca y guatuso). A partir de esto, Schmidt (1926) la
integró en la agrupación que él denominó simplemente "lenguas chibchas" que
corresponde a lo que otros han denominado filo macrochibcha. Rivet ( 1943/4), en
cambio, consideró que las lenguas chocoes pertenecían a la familia caribe. Swadesh
(1959) las asignó a su filo macroleco.

5. Período de 1960 hasta el presente: consolidación de grupos con formación


lingüística y producción de conocimiento acorde con el desarrollo de la
disciplina en la época

La principal característica del período es que el estudio de las lenguas de la Baja


Centroamérica pasa de ser una labor esporádica, en manos principalmente de
investiga- dores aislados la mayor parte de ellos no especializados en lingüística, como
había sido la norma anteriormente, a constituir un esfuerzo metódico, desarrollado por
grupos de lingüistas de acuerdo con puntos de vista teóricos y metodológicos
contemporáneos.

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2223
ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA

Al inicio del período, las investigaciones son llevadas a cabo principalmente por
investigadores extranjeros, pero poco a poco, el papel protagónico lo han ido toman- do
investigadores oriundos de los países del Área.
El primer grupo organizado de investigadores es foráneo: se trata del Instituto
Lingüístico de Verano, que se establece en Honduras en 1960, en Colombia en 1962
y en Panamá en 1969. Las publicaciones de esta institución sobre lenguas de la Baja
Centroamérica empiezan, al parecer, en 1967 en Honduras, en 1972 en Colombia y en
1974 en Panamá. El trabajo sobre las lenguas de Panamá se interrumpió casi del todo con la
expulsión del Instituto a comienzos de la década de 1980. Desde 1981 ha habido presencia
del I.L.V. en Costa Rica, entre los bribris, pero los únicos productos han sido
materiales de carácter didáctico de muy escasa circulación.
Al comenzar el período, no existía del todo actividad organizada en equipo ni de enseñanza
ni de investigación de la lingüística propia de los países del Área. En las décadas de
1970 y 1980 surge la lingüística como carrera en algunas universidades y aparecen también,
como consecuencia de la formación de personal capacitado, equi- pos (programas,
centros, institutos) dedicados a la investigación lingüística. La pri- mera carrera universitaria
de lingüística del área se fundó en 1972 en la Universidad de Costa Rica. En 1977, en la Universidad
Autónoma de Honduras se crearon un bachillerato y una licenciatura. Por último, en 1984, en la
Universidad de los Andes de Colombia se abrió la maestría en etnolingüística. En la
Universidad de Costa Rica en 1979 surge el Programa de Investigaciones sobre
Lenguas de Costa Rica y Áreas Vecinas que da origen al actual Instituto de
Investigaciones Lingüísticas. En la Universidad de los Andes en 1987 aparece el Centro
Colombiano de Estudios de las Lenguas Aborígenes.
En el caso de Nicaragua, el fomento de las investigaciones de las lenguas indíge- nas
lo ha llevado a cabo el Centro de Información y Documentación de la Costa Atlántica
(CIDCA), entidad del gobierno nicaragüense fundada en 1982, con la cual ha colaborado
estrechamente durante muchos años el grupo estadounidense Linguists for Nicaragua,
integrada principalmente por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Como se verá a continuación, al tratarse el desarrollo del estudio de cada agrupa- ción lingüística
de la Baja Centroamérica, los papeles protagónicos han sido desem- peñados en todos
los casos por las instituciones mencionadas.
5.1. Familia lenca

El último hablante de lenca salvadoreño murió en 1976 (Campbell 1979: 940) y del lenca
hondureño, en 1987, sólo quedaban, al parecer, un semihablante (Herranz 1987: 443-4) y
algunas personas con conocimiento de unas pocas palabras. No obstante esta situación, el
período sobre el que tratamos presenció la aparición de varios trabajos que llenaron lagunas
en cuanto al conocimiento de estas lenguas y sus relaciones gene- alógicas.

Lingüística Chibcha (ISSN 1409-245X) XXIII: 9-59, 2004

CONSTENLA: El estudio de las lenguas de la Baja


Centroamérica...
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Al comienzo del período, la principal actividad la desarrolló el lingüista estadouni- dense L.


Campbell, a quien se deben dos publicaciones con aporte de nuevos datos: una sobre el lenca
hondureño (1978, escrita en colaboración con A. Chapman) y otra sobre el lenca salvadoreño
(1976).
Luego, el principal aporte en materia de obtención de nuevos datos lo realiza en la
Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) un equipo formado por Atanasio
Herranz y alumnos del Programa de Licenciatura en Lingüística fundado en 1977 que se
dedica a trabajar con los miembros de la etnia lenca de su país que con- servan el
recuerdo de algunas palabras y frases de la lengua de sus antepasados. Herranz publicó una
síntesis de los logros de estas investigaciones en 1987.
Por otra, en la Universidad de Costa Rica, se produjeron análisis de los materiales existentes
de las dos lenguas con el fin de determinar sus sistemas fonológicos y dis- poner así de
datos que permitieran la aplicación del método comparativo. En 1985, Del Río Urrutia, con
base en materiales recogidos de fines del siglo XIX a 1976, des- cribió el sistema
fonológico y sistematizó el léxico disponible del lenca salvadoreño. En 1987, Arguedas
Cortés, con base en materiales recogidos de mediados del siglo XIX a 1965, determinó el
inventario fonemático del lenca hondureño. Esta última autora aplicó el método comparativo a
ambas lenguas y efectuó la reconstrucción del sistema fonológico del protolenca.
Finalmente, en 1998, Constenla Umaña aplicó los métodos comparativo y
glotocronológico a las lenguas lencas y misumalpas, aportan- do, a favor de la relación
entre las dos familias, un total de 93 cognados.
Las tareas pendientes más importantes que los materiales que han quedado de las lenguas
lencas permitirían realizar son: (a) la sistematización de los elementos léxicos del lenca
hondureño, (b) la descripción de los aspectos de la morfosintaxis de ambas que permitan
determinar los datos y (c) la reconstrucción, que con base en esto últi- mo, pueda hacerse
de parte de la morfosintaxis del protolenca.
En cuanto a conocimiento de hábitos en materia de habla y de arte verbal de la etnia lenca, en el
período se dieron dos aportes muy importantes: el de Chapman (1985) y el de Carías y otros
(1988).

5.2. Familia jicaque

El estudio del tol ha sido realizado hasta el momento más que nada por
investiga- dores del Instituto Lingüístico de Verano. Estos han publicado sobre la
fonología (Fleming y Dennis 1977), la gramática (Dennis y Fleming 1975, Dennis 1992), la
etnosemántica (Oltrogge 1975), un diccionario (Dennis y Dennis 1983), muestras del arte
verbal (Oltrogge y Oltrogge 1971) y terminología de parentesco. Además, uno de ellos llevó
a cabo, en colaboración con Campbell, la reconstrucción del sistema fone- mático del
protojicaque (Campbell y Oltrogge 1980). Un lingüista estadounidense que no pertenece al
Instituto produjo un esbozo gramatical general (Holt 1999). Sobre otros aspectos, como
historia externa, estado de conservación y problemas del bilin- güismo, ha habido
contribuciones del personal del Programa de Licenciatura en

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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA
CHIBCHA

Lingüística (p.e. Herranz 1993, Villars 1993) de la Universidad Nacional Autónoma de


Honduras.

En materia de relaciones distantes de la familia jicaque, Oltrogge (1977) planteó una


relación con la lengua subtiaba (otomanguense) y la tequistlateca (considerada por
muchos como hokán). A juicio de Campbell (1979: 965), los indicios de Oltrogge
para la primera de las dos relaciones son muy débiles, en tanto que los que da para
la segun- da son bastante buenos.

5.3. Familia misumalpa

Un núcleo de actividad en torno a estas lenguas ha sido el Centro de Información y


Documentación de la Costa Atlántica (CIDCA). Las publicaciones del CIDCA sobre
las lenguas misumalpas vivas son muy numerosas. En la revista Wani (que comenzó a
publicarse en 1984) han aparecido artículos breves sobre temas gramatica- les, sobre la
toponimia y sobre la situación actual del misquito, el sumo y el ulua, y se han publicado
muestras del arte verbal tradicional narrativo elaborado en estas len- guas y artículos de variadas
temáticas en ellas. Además, el CIDCA ha publicado una serie de folletos y libros en esos
mismos campos. Entre los de mayor importancia desde el punto de vista lingüístico se
cuentan las gramáticas del misquito (1985) y del sumo (Norwood 1992), y los diccionarios
del misquito (1986), el sumo (McLean Cornelio 1988) y el ulua (Hale y Lacayo Blanco
1996). La tesis doctoral de Salamanca (1988), entonces funcionario del CIDCA, es el
estudio más completo en un marco contemporáneo de la gramática del misquito. También se
enmarca en la cooperación entre el CIDCA y el Instituto Tecnológico de Massachusetts el
proyecto dentro del cual se llevó a cabo la investigación de Green para su tesis doctoral
(1999) que ade- más de un buen diccionario incluye la descripción más completa hecha hasta
el momento de la fonología y la morfosintaxis del ulua.
En Nicaragua, otras entidades del estado y organizaciones no gubernamentales han publicado
obras sobre las lenguas misumalpas, como el diccionario sumo de von Houwald (1980), el
método para aprender esta lengua de Martínez Webster (1995) y la muestra de poesía y
prosa misquitas no tradicionales de Silva Mercado y Uwe Korten (1997).
En Honduras, los aportes en materia descriptiva que se han dado son principal- mente
producto del trabajo de los profesores del Programa de Licenciatura en Lingüística de la
Universidad Nacional Autónoma. Los dos ejemplos más importantes son una
descripción del sistema verbal del sumo (Hernández Torres 2000) y un aná- lisis fonemático
de la misma lengua (García Ocampo y otras 1998).
En el mismo país, diversas instituciones gubernamentales o no han contribuido con
publicaciones como los cuatro folletos de Alfalit que contienen la muestra mayor de
literatura tradicional narrativa de los sumos (36 textos) que haya aparecido hasta el
momento (von Houwald 1987), la propuesta de un alfabeto para el sumo hondureño
(tawahka) que se imprimió con el respaldo del Instituto Hondureño de Antropología
e

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CONSTENLA: El estudio de las lenguas de la Baja


Centroamérica...
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Historia y dos organizaciones indígenas (García Ocampo y otros 1998), y una


gramá- tica y un diccionario misquitos elaborados para el Ministerio de Educación
(Salamanca 2000a y 2000b).
En El Salvador, el Ministerio de Educación publicó en 1985 un libro (Amaya Amaya 1985) en
el que se incluyeron 130 rubros de lengua cacaopera, entre palabras y frases. En 1994, la
Facultad de Ciencias y Humanidades de la Universidad de El Salvador publicó una cartilla
(Amaya Amaya y otros 1994), destinada a un programa de revita- lización de la lengua. En
ambos casos, hay aporte de datos nuevos recogidos a las últi- mas personas de la etnia
con algún conocimiento de la lengua, pero se da la desventa- ja de que ninguno de los
autores tiene preparación propiamente en lingüística.
Finalmente, investigaciones realizadas en la universidad de Costa Rica llevaron a la
aparición de un estudio detallado de la morfología del misquito (Arguedas Cortés 1986), un
análisis lexicoestadístico de las relaciones entre las cinco lenguas misumal- pas (Moreira
González 1986), una reconstrucción del sistema fonológico del protomi- sumalpa
(Constenla Umaña 1987), una fonología y un vocabulario cacaoperas (Bertoglia
Richards 1988), un estudio sobre los préstamos ingleses en el misquito (Portilla Chaves
1996) y una caracterización general de la literatura narrativa de los sumos (Arguedas Cortés
1992).

5.4. Estirpe chibchense

El impulso inicial en materia de investigaciones sobre lenguas chibchenses en este período


corresponde a los miembros del Instituto Lingüístico de Verano en Colombia y Panamá.
Sus trabajos incluyen numerosos estudios sincrónicos fonológicos, morfo- sintácticos,
de análisis del discurso y léxicos; muestras de textos en las lenguas (muchos de ellos
pertenecientes a la literatura tradicional), y tres estudios diacrónicos (Wheeler 1972,
Levinsohn 1975 y Frank 1993). Abarcan todas las lenguas chibchen- ses que se conservan
en Colombia y en Panamá, como se puede comprobar por medio de los ejemplos de su
labor a los que se remite: el cogui (Stendal y Stendal 1973; Stendal 1976, 1978;
Gawthorne y Hensarling 1984; Gawthorne 1985; Hensarling 1991), ica (Tracy y Tracy
1973a, 1973b; Tracy y Levinsohn 1976, 1977, 1978; Frank 1990), damana (D. Hoppe 1973,
Hoppe y Hoppe 1974); tunebo (E. Headland 1976a, 1976b, 1980, 1994; P. Headland 1973a,
1973b, 1986; Headland y Levinsohn 1976; Headland y Headland 1976), chimila (Osorio
1979, Malone 1982, 1997-1998), barí (representado únicamente en el estudio diacrónico de
Wheeler de 1972 y en las listas de Huber y Reed de 1992), cuna (Baptista y Wallin 1974;
Forster 1977, 1978; E. Pike, K. Forster y W. J. Forster 1986), bocotá (R.D. y M. R. Gunn
1974, R.D. Gunn 1975), movere (M. F. y B. M. Kopesec 1974, M. F. Kopesec 1975; M.
Arosemena y F. C. de Arosemena 1980; Payne 1982) y teribe (Koontz y Anderson 1974,
1975; Heinze 1980, Schatz 1985). También, para propósitos comparativos, fueron aportes
valiosos las lis- tas de 200 palabras de cuatro lenguas chibchenses panameñas incluidas en
Gunn (1980) y las de 375 palabras de seis colombianas incluidas en Huber y Reed (1992).

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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA

El núcleo principal de actividad ha sido en este caso el Programa de Investigaciones del


Departamento de Lingüística de la Universidad de Costa Rica, que ha continuado las labores
Lingüística Chibcha se han publicado, en el
iniciadas en 1972. En su revista Estudios de
período que nos ocupa, unos setenta y cinco artículos que han tratado de manera
individual a catorce de las dieciséis len- guas chibchenses vivas (cabécar, barí,
bocotá, boruca, bribri, chimila, cogui, cuna, guaimí, guatuso, ica, naso, paya,
rama) y dos de las extintas (huetar, muisca) y han versado sobre temas tan variados
como diacronía, fonología, morfosintaxis, léxico, etnosemántica, etnografía del habla, arte
verbal, análisis del discurso, muerte de lenguas, habla infantilizada y lenguaje de
señas, de los cuales por lo menos el setenta y cinco por ciento han sido
colaboraciones de los miembros del Programa, que tienen un número muy elevado de
artículos sobre las lenguas chibchenses y sus literaturas orales en otras publicaciones,
tanto periódicas como ocasionales. En el espacio disponible no cabe hacer un
recuento de esta copiosa producción, de la cual mencionaré, en consecuencia sólo
algunas de las principales, como las descripcio- nes generales del cabécar
(Margery Peña 1989) y el guatuso (Constenla Umaña 1998b), métodos para la
enseñanza del boruca (Quesada Pacheco 1995) y el bribri (Constenla Umaña 1998c) que al
mismo tiempo son trabajos descriptivos detalla- dos, diccionarios del cabécar
(Margery Peña 1989), el bocotá (Margery 1993), el boruca (Quesada Pacheco y
Rojas Chaves 1999), un análisis minucioso del proce- so de muerte de la variedad
térraba del naso (Portilla Chaves 1987), un estudio areal que abarca tanto a la Baja
Centroamérica como a las regiones vecinas (Constenla Umaña 1991), caracterizaciones
de la situación de las lenguas indíge- nas costarricenses y de las actividades de
educación bilingüe realizadas en las loca- lidades en que se hablan (Constenla
Umaña 1988, Margery Peña 1990, Quesada Pacheco 1998, Rojas Chaves 1997-8),
muestras extensas de arte verbal de varios pueblos (Margery Peña y Rodríguez
Atencio 1992, Constenla Umaña 1993, 1996; Jara Murillo 1993 y 1995, Margery Peña
1994, Quesada Pacheco 1996) y una caracterización gene-ral, tanto en lo formal como en
lo temático, de las literaturas tradicionales de los pue-blos chibchenses (Constenla Umaña
1996). Los estudios diacrónicos de las lenguas chibchenses (y, de hecho, también
de las otras agrupa- ciones lingüísticas del área) han sido desarrollados
principalmente por los lingüis- tas de la Universidad de Costa Rica (en Constenla
Umaña 1995 y 1999 se presen- tan síntesis de su estado actual).
De gran importancia resultó la fundación en 1984 del Programa de Maestría en
Etnolingüística de la Universidad de los Andes y, a partir de él, del Centro
Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes, entidades que se han puesto a la cabeza
de los estudios sobre las lenguas indígenas de la porción colombiana de la Baja
Centroamérica. En el caso de las lenguas chibchenses, el personal del CCELA ha pu-
blicado estudios sobre el cuna (Llerena 1987, 2000), el damana (Trillos Amaya 1989, 1998,
2000), el cogui (Ortiz Ricaurte 1989, 1992, 1994, 1998, 2000), el ica (Landaburu 1985,
2000), el chimila (Trillos Amaya 1994, 1997; Trillos Amaya y Perry

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Carrasco 1999), el tunebo (Casilimas Rojas 1999) y el barí (Mogollón Pérez 2000). Estos trabajos
tratan sobre diversos aspectos de las estructuras y de la situación actual de dichas seis
lenguas, las pertenecientes a la estirpe que se conservan en Colombia. En el caso del
chimila y del barí, los aportes han resultado especialmente valiosos, por haber sido
las primeras descripciones propiamente lingüísticas de los aspectos trata- dos de estas
dos lenguas.
Al Instituto Caro y Cuervo se le deben por una parte la publicación en 1987 del
"Diccionario y gramática chibcha", excelente descripción colonial del muisca acom- pañada
por un valioso estudio de González de Pérez, y la publicación de dos impor- tantísimas obras
de carácter general sobre las lenguas indígenas de Colombia: Estado actual de la
clasificación de las lenguas indígenas de Colombia (compilado por Rodríguez de
Montes) y la monumental Lenguas indígenas de Colombia. Visión des- criptiva
(compilado por González de Pérez y Rodríguez de Montes).
Sin pretender la exhaustividad, es necesario mencionar a varios lingüistas no per- tenecientes
a las instituciones antes mencionadas que, en el período en conside-ración, han
hecho aportes al estudio de las lenguas chibchenses: Dennis Holt (1986, 1999) autor de las
únicas descripciones del pech (paya); Colette Grinevald Craig (1986, 1987a, 1987b, 1987c),
única tratadista del rama y a quien se deben un breve diccio- nario y de artículos sobre la
situación de esta lengua y algún aspecto de su gramática; María Eugenia Villalobos
Gamboa (1989), cuyo trabajo ha tratado principalmente aspectos de la sintaxis bribri
en relación con el discurso; J. Diego Quesada (p.e. 1996, 1999, 2000a, 2000b), quien ha
publicado sobre temas de la gramática del boruca, una descripción extensa del teribe
y sobre tipología de la estirpe en general; Ángel López García (1995), autor de una
gramática muisca; Nicholas Ostler (p.e. 1993, 1994, 1997- 8), quien ha escrito varios
artículos sobre la morfosintaxis de esta última lengua; Robert T. Jackson, autor de una
fonología comparada de las lenguas arhuacas (1995) y Joel Sherzer (p.e. 1983, 1987,
1989,1990, 1999, 2000), a quien se debe el conoci- miento más detallado que se tenga de la
etnografía del habla de una de las etnias de la Baja Centroamérica y, probablemente, de
toda América: la cuna.

5.5. La familia chocó

El mayor impulso a los estudios descriptivos sobre las lenguas chocoes provino del Centro
Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes de la Universidad de los Andes,
cuyo personal ha publicado un buen número de estudios de temática descrip- tiva,
educativa y dialectológica (p.e. Aguirre Licht 1992, 1995, 1998a, 1998b, 1998c, 1999;
Hoyos Benítez 1995, 2000; Llerena Villalobos 1994, 1995, 1998, y Mejía Fonnegra 2000).
La otra contribución mayor fue la del Instituto Lingüístico de Verano (p,e. Binder 1995; J.
Harms 1993; P. Harms 1985, 1994; Mortensen 1999). Como en el caso de las lenguas
chibchenses, la lista publicada en Huber y Reed (1992) constituye un conjun- to de
materiales útil para la comparación.
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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA

A Pardo R. (de la Secretaría de Educación de Antioquia) y Aguirre Licht (del Centro


Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes) se debe un estudio dialecto- lógico
(1993).
Finalmente Constenla Umaña y Margery Peña (1991) de la Universidad de Costa Rica
publicaron la que al parecer es la única reconstrucción fonológica del protocho- có
efectuada hasta el momento.

5.6. Resumen de los logros del período

La actividad académica sobre las lenguas de la Baja Centroamérica en el período que


nos ocupa ha sido, como se puede apreciar, muy intensa y en campos muy varia- dos. Sus
principales resultados se pueden tratar de resumir del siguiente modo:

(a) Los avances en la descripción fonológica y gramatical han sido notables, y


sumados a lo realizado en años previos, determinan que sean pocas las lenguas vivas de las
cuales no se han publicado descripciones, aunque sean breves y parciales (no tengo noticia
de estudios morfosintácticos publicados sobre el ulua, el rama y el barí, ni tampoco de la
fonología de las dos primeras lenguas). Este progreso se dio también en el caso de
varias lenguas extintas (las lencas, el matagalpa, el cacaopera, el muis- ca), cuyos
materiales se analizaron para extraer conclusiones sobre todo en cuanto a los sistemas
fonológicos y, en algunos casos, sobre aspectos de la gramática.

(b) En lexicografía, durante el período apareció el mayor diccionario que se haya publicado
hasta el momento de una de las lenguas de la región, el cabécar (Margery Peña 1987,
con algo más de 8000 entradas). Entre las 2000 y las 3000 entradas se sitú- an los
diccionarios boruca, tunebo y saija. Las demás obras obras se sitúan entre, aproximadamente,
las 700 y las 1100 entradas, tal es el caso de los pequeños diccio- narios de ulua, sumo,
misquito, rama y bocotá que se publicaron. Otra obra importan- te es la de Huber y Reed
(1992), en que se incluyen vocabularios situados entre las 300 y las 375 palabras de cinco
lenguas chibchenses de Colombia, del huaunana y de 6 variedades emberaes.

(c) En lo tipológico-areal, se ha demostrado la condición de área lingüística de la


región y caracterizado básicamente su división en subáreas y la definición de sus fron- teras
con las áreas colindantes.
(d) En materia de lingüística comparativa y reconstructiva se ha completado la tarea de
realizar reconstrucciones de los sistemas fonemáticos de todas las agrupacio- nes
lingüísticas de la región: protochibcha, protojicaque, protolenca, protomisumalpa y
protochocó. Además, se ha iniciado, si bien de manera todavía muy limitada, la reconstrucción
de elementos morfosintácticos. Por lo que respecta a las posibles rela- ciones entre las cinco
agrupaciones, por el momento solo se ha demostrado la de las familias lenca y misumalpa
(Constenla Umaña 1998).

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(e) La recolección de muestras de literatura oral tuvo un incremento muy impor- tante
en Centroamérica y, en el caso de la agrupación chibchense, la más importante de la
región, se dispone de una caracterización general del arte verbal con conside- ración de
temática, generos y recursos formales.

(f) Se ha trabajado, si bien con menor intensidad, en otros campos, como la ono-
mástica, la caracterización de la situación actual de las lenguas, los procesos de muer- te
de lenguas, los proyectos de enseñanza bilingüe y el análisis del discurso.

(g) En la mayor parte de los países entre los que se reparte el territorio de la Baja
Centroamérica se han formado grupos e instituciones que trabajan y publican de ma-
nera constante.

En suma, la lingüística de la Baja Centroamérica ha alcanzado un grado de desa-rro- llo y de


consolidación tal que parece garantizar un progreso continuado en el futuro.

6. Prioridades para los años venideros

La prioridad fundamental y urgente es la recolección de datos. Lamentablemente, la Baja


Centroamérica no es, en absoluto, excepción al fenómeno mundial de la desa- parición de
las lenguas minoritarias. Los esfuerzos para el mantenimiento de las len- guas y las culturas
indígenas no son, hasta donde llega mi conocimiento, una priori- dad fundamental en
ninguno de los países de la región; la mayor parte de las lenguas son habladas por
poblaciones muy pequeñas y, según la información de la que dis- pongo, la cantidad de
hablantes disminuye constantemente en todos los casos. Todo esto hace prever que no
queda mucho tiempo para documentar la mayoría de estas len- guas y menos aún
el arte verbal y otros aspectos del uso del habla en las respectivas etnias. Al mismo
tiempo que se cumple esta finalidad básica, las tareas más urgentes para, por fijar algún
plazo, los próximos 20 años, a mi parecer son:
(a) Completar el objetivo de que exista por lo menos una descripción general (que
abarque la fonología y la morfosintaxis) y razonablemente completa de cada lengua,
superando así los casos en que no hay del todo descripciones publicadas o las dispo- nibles
son excesivamente esquemáticas.

(b) Llegar a disponer de diccionarios de todas las lenguas y que estos, por lo menos,
alcancen las dimensiones de los del boruca y el tunebo arriba citados.

(c) Elaborar etnografías del habla de todas las etnias, algo especialmente necesario, en vista
de que la adopción de hábitos lingüísticos y formas de pensar no indígenas va a un ritmo aún
más acelerado que la pérdida de los idiomas. Esto incluye el describir, con base en muestras
amplias, las literaturas orales tradicionales, caracterizando sus temáticas, sus géneros y sus
recursos formales.

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ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA CHIBCHA

(d) Extender a todas las lenguas estudios etnosemánticos sobre sectores del léxico que
resultan especialmente significativos y que están amenazados por modificaciones culturales
o ambientales, como las terminologías botánica, zoológica y de parentesco.

(e) Completar la formación de organizaciones locales que puedan llevar a cabo las tareas
anteriormente mencionadas y robustecer las existentes. Esto es especialmente urgente en El
Salvador y en Panamá, donde no existen hasta el momento. La existen- cia de organizaciones
locales es indispensable y fundamental; pero, desde mi punto de vista, la presencia de
investigadores de instituciones extranjeras en colaboración o en competencia con los de las
nacionales, en principio, no debería considerarse un pro- blema. La tarea por realizar es
tan grande y el tiempo que queda para hacerla proba- blemente tan limitado que todos
los aportes debieran ser bienvenidos. En Panamá, por ejemplo, el Instituto Lingüístico de
Verano, realizó una labor muy intensa y valiosa durante los años setentas. A partir de su
expulsión, el grado en que se han documen- tado sus lenguas indígenas y los textos
producidos en ellas ha sido notablemente menor y la tarea ha sido llevada a cabo, en todo
caso, más que nada por extranjeros.

Por supuesto, se debe fomentar la realización de toda clase de estudios sobre las lenguas y
los hábitos lingüísticos de quienes las hablan, y opino que, si se cumplen las tareas más
urgentes, esto permitirá el avance en otros tipos de investigaciones como pueden ser las de
carácter diacrónico.

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