Tema 6. Crisis Del Antiguo Rã Gimen
Tema 6. Crisis Del Antiguo Rã Gimen
Tema 6. Crisis Del Antiguo Rã Gimen
La España de comienzos del siglo XIX era un país que vivía dentro de lo que podríamos
denominar como “Antiguo Régimen”: un país eminentemente agrario, dominado por la gran propiedad
rústica y los señoríos, en que la nobleza y la Iglesia detentaban la mayoría de las fuentes de riqueza.
Los vestigios feudales eran tan acusados que, en multitud de casos, la propiedad de las tierras
llevaba aparejada la potestad sobre los habitantes de pueblos y tierras. De 55 millones de tierras
cultivadas, casi 18 millones eran tierras de realengo (esto es, sus habitantes estaban considerados como
súbditos del rey, que era su señor), mientras que 28 millones eran de señorío secular (los habitantes
eran súbditos del señor y propietario a la vez). En los campos existían verdaderas relaciones de
vasallaje. De hecho, había lugares, como Baza, en que los señores aún eran denominados de “horca y
cuchillo”. Estos gozaban del monopolio de hornos, molinos, caza, pesca, aprovechamiento de montes y
aguas, percibían tributos y servicios como el laudemio (10% de la venta de un inmueble), etc.
La aparente solidez del antiguo régimen en España, no obstante, se vio quebrantada con la
conmoción que supuso el periodo 1808-1813. Esta conmoción permitió cierta difusión de las ideas
nuevas, un agrupamiento de los sectores sociales más progresistas. La constitución de 1812, las
libertades fundamentales, las disposiciones contra el régimen medieval de mayorazgos y contra la
rigidez gremial, el hecho de haber existido un parlamento moderno (no estamental) quedaron como
bandera de acción para extensos sectores de la población. El gran sobresalto nacional de la guerra de la
Independencia no solo supondría el inicio de una revolución, sino como afirma Manuel Tuñón de Lara,
la verdadera apertura del siglo XIX español y con él, de su historia contemporánea.
A. Carlos IV
En esa España que comentábamos, reinaba Carlos IV, gobernaba su valido Manuel Godoy, y
conspiraba su hijo Fernando, apoyado por su preceptor Escoiquiz y algunos nobles como el duque del
infantado.
El rey Carlos IV subió al trono español en 1788 e inmediatamente se vio desbordado por los
acontecimientos de la Revolución Francesa (1789). El miedo a la revolución congeló todas las reformas
iniciadas con el despotismo ilustrado de Carlos III. Durante este periodo, España se debatió entre dos
tendencias opuestas, los intentos de implantar la revolución liberal y el mantenimiento del absolutismo.
Es, por tanto, una etapa de transición, marcada por el enorme impacto de la Revolución Francesa, cuyas
ideas y principios fueron expandidos por Europa por los ejércitos franceses.
Godoy, después de haber hecho una guerra impopular y salpicada de fracasos al gobierno de la
Revolución Francesa, se alió con Napoleón por el Tratado de San Idelfonso (1796) y subordinó la
política de España a Francia, lo que le supuso, entre otras cuestiones, derrotas flagrantes como la de
Trafalgar y la presencia de tropas francesas en la península (Tratado de Fontainebleau, 1807: para
la ocupación de Portugal por parte de Napoleón). Estas cuestiones, más la agitación del bando
fernandino, provocaron el motín de Aranjuez (19 marzo 1808), que derrocó a Godoy y supuso la
abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII. Ambos son obligados a acudir a Bayona para
reunirse con Napoleón, donde se producirán las abdicaciones de Bayona, que tendrá como final la
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imposición de la corona española en manos del hermano del emperador, José Bonaparte. Murat
ocupaba Madrid haciendo caso omiso a la Junta de Regencia. Estos hechos no fueron reconocidos por
el pueblo, que decidió recoger la soberanía perdida y se sublevó el 2 de mayo de 1808.
B. Guerra de Independencia
El 2 de mayo de 1808 el resto de la familia real se prepara para partir a Bayona, donde se creía
que Napoleón tenía secuestrado a Fernando VII. La población, desconocedora de los hechos reales, se
concentra a las puertas del Palacio de Oriente para impedir su partida y las tropas del general Murat
reprimen la revuelta. En varias zonas de España la población se alzó contra los franceses.
Ante el vacío de poder, se crean las Juntas, primero locales y formadas por personalidades
partidarias de Fernando VII (tanto absolutistas como liberales) y posteriormente provinciales, las cuales
asumen la soberanía del país y declaran la guerra a Napoleón. En septiembre de 1808 se crea en
Aranjuez la Junta Suprema Central para dirigir el país y la guerra (Floridablanca y Jovellanos fueron
sus miembros más ilustres). La Junta reconoce a Fernando VII como rey legítimo. En 1810 la Junta
Suprema traspasó sus poderes a un Consejo de Regencia, que actuaba en nombre de Fernando VII y
se estableció en Cádiz, única ciudad que gracias al apoyo naval británico se resiste a la toma francesa.
La resistencia de ciudades como Girona, Zaragoza o Tarragona, que aguantan el sitio al que
las somete el ejército francés, inmovilizó a parte de éste e impidió su avance hacia el Levante. La
derrota en Bailén (Jaén) impide la conquista de Andalucía y creó tal alarma que José I abandona
Madrid y se establece en Vitoria. Esto obligó a Napoleón a intervenir directamente con un ejército de
250.000 hombres, los cuales logran de nuevo el control de España.
En 1808 el ejército español era incapaz de oponerse al francés, así surge la guerrilla, nueva y
eficaz táctica de lucha contra ejércitos más numerosos y mejor equipados (pequeños grupos, de 30 a
50 miembros, formados por todo tipo de gente, que solían estar dirigidas por militares y clérigos).
La táctica era atacar por sorpresa al ejército. En 1812 Napoleón se ve obligado a desplazar sus
tropas al frente ruso y este hecho, junto con la llegada del ejército británico dirigido por el general
Wellington, marcó un punto de inflexión en la guerra. José I abandonó definitivamente Madrid, tomada
por Wellington, y Napoleón decide permitir la llegada de Fernando VII (Tratado de Valençay) y en 1813
sus tropas abandonan la península (salvo algunas tropas en zonas de Cataluña, que marchan en
1814).
La invasión francesa obligó a los intelectuales españoles a tomar partido frente a la llegada de
los franceses. Una minoría formó los llamados afrancesados, entre los que se encontraban altos
funcionarios y parte de la nobleza. Eran partidarios de José I y apostaban por las reformas y los
cambios que traía Napoleón de Francia. Al acabar la guerra muchos tuvieron que exiliarse tras el
retorno de Fernando VII.
El resto de la población, el frente patriótico, se opuso a los invasores. La mayor parte del clero
y la nobleza apoyaban la vuelta al absolutismo. Por su parte, los liberales (burgueses, profesionales)
apostaban por un cambio político para instaurar un sistema regido por una constitución, con separación
de poderes, instituciones representativas y abolición de los privilegios de los estamentos. En ambos
casos, con Fernando VII como rey.
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Al margen de estos grupos ideológicos, hay que señalar que la población afrontó la guerra
como un movimiento de defensa del país y de su rey, y al adoptar esta actitud de rebeldía defendía el
derecho a decidir su propio destino.
La Junta Central se mostró incapaz de dirigir la guerra y decidió convocar unas Cortes en la que
los representantes de la nación decidieran sobre su organización y su destino. En enero de 1810 se
disolvió, tras la convocatoria de las Cortes. El proceso de elección de diputados a Cortes y su reunión en
Cádiz fueron necesariamente difíciles. En un país dominado por los franceses era imposible una elección
de representantes y en muchos casos se optó por elegir sustitutos o diputados entre las personas de
cada una de las provincias que se hallaban en Cádiz.
La obra de las Cortes puede dividirse en dos partes: la Constitución y otras disposiciones
legales.
Además, la Constitución establecía la separación de poderes, si bien “la potestad de hacer las
leyes reside en las Cortes con el rey”. Las Cortes constituirán una sola cámara, nombrada por elección
indirecta en cuarto grado. Su potestad se extendía al presupuesto y todas las leyes financieras,
nombramiento de regente, política exterior, militar y de enseñanza, así como “proteger la libertad política
de imprenta” y “hacer efectiva la responsabilidad de los secretarios de despacho y demás empleados
públicos”.
En suma, sin necesidad de una declaración especial de derechos, la Constitución era lo más
liberal posible, barría todos los privilegios de las épocas medievales y sus supervivencias. En ella
traslucía el espíritu de muchas ideas de la Revolución Francesa (y de su Constitución de 1791), sin
abandonar la tradición nacional y el reconocimiento de realidades de la época como la catolicidad de
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todos los españoles. En palabras de Tierno Galván: “Las Cortes tuvieron necesidad de inventar una
tradición española que vinculase la revolución de España con la historia de España”1.
La obra legislativa ordinaria de las Cortes de Cádiz atacaba aún más directamente los privilegios
del antiguo régimen. El 26 de enero de 1811, el ministro de Hacienda Carga Argüelles sometía, por vez
primera en la historia de España, al poder legislativo el presupuesto del Estado en su forma moderna.
Las Cortes abolieron todas las jurisdicciones señoriales, el Tribunal de la Inquisición, los
gremios; secularizaron los bienes de las órdenes religiosas (partiendo de la base de haber sido disueltas
por los invasores); decidieron el reparto de tierras baldías y comunales a los pobres y a los licenciados
del ejército; se instauró una Milicia Nacional; la idea de la enseñanza primaria al alcance de todos,
comprendiendo la educación cívica, etc.
Su importancia, por tanto, en la construcción del estado liberal es fundamental, o como ha dicho
Tierno Galván, “las cortes de Cádiz dejaron un programa que se ha realizado durante un siglo”.
El final de la lucha militar coincide con el hundimiento del poderío de Napoleón, obligado a liberar
a Fernando VII y a firmar la paz de Valençay. Fernando VII regresa por la frontera catalana en marzo de
1814, siguiendo un itinerario distinto al señalado por la Regencia y dirigiéndose a Valencia, donde logra
que 69 diputados (1/3) firmen un escrito dirigido al rey reconociendo la soberanía absoluta y el derecho
divino del monarca (Manifiesto de los Persas). Junto con el general Elío, Fernando marchó de Valencia
a Madrid y durante las primeras semanas de mayo detuvieron a los dos regentes y a los diputados
liberales más significativos y mediante un manifiesto, rectificando las declaraciones de Valençay,
declaraba que no juraría la Constitución y desaprobaba los actos de las Cortes.
Toda la legislación de Cádiz fue derogada, con las consecuencias inevitables en la estructura
económica y social del país: desamortización de baldíos y bienes comunales, secularización de bienes
de conventos, etc. Los señoríos territoriales fueron restaurados y la obligatoriedad de os gremios fue
restablecida. El panorama espiritual no era menos desolador. Las universidades abandonaron el plan de
reforma, Goya emigró…
situación, el rey no supo qué hacer y finalmente el 7 de marzo aceptó la vuelta al régimen constitucional
bajo la celebre oración: “Marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional”.
Las prisiones se abrieron y los liberales desterrados regresaron a España. Las Cortes
emprendieron una obra encaminada a reanudar y proseguir la obra de las Cortes de Cádiz. Sin embargo,
una de las primeras disposiciones habría de influir poderosamente en la correlación de fuerzas políticas.
Era la llamada Ley de monacales, por la que se suprimían todos los monacales, colegios regulares y
conventos de las ordenes militares, declarando que sus bienes pasasen a ser propiedad de la nación
para amortizar la deuda pública. Otra disposición prohibía a iglesias, monasterios y demás comunidades
religiosas la adquisición de bienes raíces por testamento, donación, compra, permuta o cualquier otro
título jurídico. Estos decretos fueron aprovechados por nobleza y absolutistas para movilizar al clero en
oposición al régimen liberal.
Continuando con su labor revolucionaria, las Cortes abolieron de nuevo los señoríos territoriales
y el 2 de octubre de 1820 votaron una ley aún más decisiva: la supresión de todos los mayorazgos,
fideicomisos, patronatos… Aunque en 1824 se abolió esa disposición, fue restablecida definitivamente
en 1841 y puede decirse que ha sido una de las pocas leyes que, en el siglo XIX, han contribuido,
aunque en medida limitada, a que la estructura agraria de España se acerque del sistema feudal al
sistema capitalista.
Las Cortes del periodo liberal emprendieron la tarea codificadora para acabar con la selva legal
de las Recopilaciones; a ellas se debe el primer Código Penal de España. Dictaron el Reglamento
general de Instrucción pública, que sentó las bases de la educación española para todo un siglo: en él
constaba el carácter público y gratuito de la enseñanza, se establecía la uniformidad de estudio y el
examen ante tribunales formados por profesores para recibir grados académicos. Se estableció la
división de enseñanza primaria, secundaria y universitaria y el examen de oposición para acceder a las
cátedras universitarias.
Las Cortes también abolieron las aduanas interiores, los monopolios de la sal y del tabaco y de
nuevo se concedió libertad a la industria y se suprimió la obligatoriedad gremial. Iniciaron la división
administrativa del país (entonces en 52 provincias), se suprimió la mitad del diezmo eclesiástico…
- Moderados, que daban una participación legislativa al rey, eran partidarios de reformas con
cierta prudencia para no agravar las condiciones críticas de la economía, tuvieron el gobierno los dos
primeros años del Trienio;
- Exaltados, consideraban que el rey sólo debía tener el poder ejecutivo, defendían acelerar las
reformas, se organizaban en sociedades patrióticas (muchas de ellas eran logias masónicas),
gobernaron en el último año.
Pese a los indudables legados señalados, la transformación del régimen desde arriba no
satisfizo ni a unos ni a otros y estaba condenada a morir. La caída del Trienio fue propiciada por la
intervención de la Santa Alianza, presionada por Francia, que deseaba acabar con el régimen liberal
español para que no hubiese influencias sobre su país. Según la literatura periodística española, en
noviembre de 1822 el Congreso de Verona mediante la firma de Austria, Francia, Prusia y Rusia
consintieron la entrada en 1823 de Los Cien Mil Hijos de San Luis al mando del duque de Angulema.
Tras el desembarco de Fernando VII en 1823 en el Puerto de Santa María, declaró que a lo largo
de esos tres años había sido prisionero y anuló la obra reformadora de Cádiz, gobernando desde
entonces como rey absoluto. Se entregó a una represión desenfrenada, los mayorazgos fueron
reimplantados, los gremios también, la reforma universitaria anulada, se cerraron universidades, etc.
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Durante su reinado, la población siguió creciente, así como la población industrial, aunque con
un nivel de vida excesivamente bajo y precario. Además, el comercio arrastraba una vida lánguida, falto
de mercado interior. Las comunicaciones eran pocas y arriesgadas (bandolerismo) y el contrabando era
la cosa más natural del mundo. Pero, sobre todo, su reinado se caracterizó por la grave crisis
económica.
La segunda invasión francesa había complicado el problema monetario, pues de nuevo comenzó
a circular dinero francés y el gobierno estableció una equivalencia (5 francos por 19 reales) favorable a la
moneda francesa. Por consiguiente, como la moneda española era de más valor, se produjo el fenómeno
de atesoramiento o de exportación de moneda española. Como las tarifas de acuñación tampoco eran
capaces de atraer el metal precioso, la situación financiera del Estado se agravó considerablemente.
Hubo pues que recurrir a una lluvia de empréstitos extranjeros, con una deuda exterior que no dejaba de
crecer y un Banco de San Carlos exhausto.
Además, hubo de enfrentarse a una oposición en boga por las conspiraciones liberales
(Levantamiento de Torrijos en Málaga o Mariana Pineda en Granada).
El nacimiento de Isabel en 1830 hija de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, planteó el
problema sucesorio, la Ley Sálica dictada por Felipe V en 1713 que excluía a las mujeres al trono, fue
derogada por Fernando mediante una Pragmática Sanción, con lo que dejaba a su hermano, Carlos
María de Isidro, sin posibilidades de acceder al trono. Tras la muerte del rey en septiembre de 1833,
Carlos marchó al exilio y preparó la guerra. En el Manifiesto de Abrantes llamó a los españoles a la
insurrección iniciando la guerra civil.
A principios del XIX existía una rica burguesía criolla (blancos nacidos en el continente),
próspera e ilustrada, que se sentía apartada de la administración política colonial y perjudicada por
fuertes impuestos que solo beneficiaban a la metrópoli, y por el control que ejercía España sobre la
economía, en especial el comercio.
Pero ni las reformas que impulsaron las Cortes desde 1810 ni la Constitución de 1812
alcanzaron a las colonias. Entonces, las juntas se enfrentaron con las autoridades coloniales y
emergieron como nuevos poderes. El restablecimiento del absolutismo en 1814 implicó una política de
intransigencia hacia las colonias, lo que aumentó la rebelión. La guerra se extendió por todo el territorio
en 1816
- Perú y Bolivia se independizan tras la victoria de José de Sucre en Ayacucho (1824), con
lo que España perdía todas sus colonias salvo Cuba, Puerto Rico y Filipinas