Salto en El Tiempo

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Capítulo 1: BUENOS DIAS

Es extraño la sanción que tienes en todo tu cuerpo por la mañana. En el mío mi boca tiene ese
sabor extraño que solo se puede producir al estar dormido durante 8 horas, suelo llamarlo “sabor
de mañana”. En algunas ocasiones puedo recordar los sueños que mi subconsciente me preparo
como entretenimiento para la noche, a veces es bueno conmigo en historias de fantasía que me
hacen olvidar el recuerdo de los incidentes, otras noches se repite en mi mente las persecuciones,
el sudor frio que sale por cada poro, manos inquietas que buscan tronar cada dedo una y otra vez
a tal punto de querer romperlos. Llevo la cuenta de cada uno, son 6 incidentes que llevo superados,
para mi suerte no tengo idea si se detendrán o simplemente me quedare atrapado en uno, ¿La
séptima es la vencida? Quiero creer yo que si, por algo me anime a escribir en esta ocasión. Es
difícil explicar lo que me está pasando, los incidentes, las personas y mi tiempo. Puedo intentarlo,
pero mi mente ni siquiera está segura de lo que sucede. Ya llevamos una hora borrando este
párrafo, es la primera vez que tengo que morder la orilla del lápiz donde se encuentra el borrador
para sacar los últimos pedazos de goma y seguir borrando mis intenciones de una conversación
hacia una hoja de papel, queriendo convertirla en una persona. Si no lo intento el silencio va a ser
el único ruido que no podré aguantar.

Los días de escuela no eran un sufrimiento para mí como otros niños que lloraban por irse a clases.
Me gustaba la escuela, mis compañeros, el recreo, todo lo que involucrara socializar era de mi
agrado. El único problema que yo tenía a mis 10 años de edad era levantarme temprano, era un
niño que desfrutaba muchísimo dormir, me imagino que todas las personas lo disfrutan tanto
como yo, sin importar la edad. El primer incidente que tuve fue un miércoles, me despertó mi
madre para la escuela, apresurada me llamo - levanta que ya faltan 5 para las 8 -, obviamente eso
me lo dijo gritando con el sonido de la licuadora. Preparaba un jugo para el desayuno. Necesitaba
yo ese jugo para quitarme el sabor a mañana, mi madre siempre supo hacer buenos jugos y
licuados, la pereza que emanaba de mí por levantarme era inimaginable. En cualquier otro día mi
padre me hubiera levantado mojándose la mano y pasándomela por la cara, era una forma de
cariño que algunas veces hacía para molestar a su hijo pequeño, lo peor es que era muy efectiva su
técnica para quitarme el sueño. Ese día mi papa tuvo que irse al trabajo un poco antes. Ya estaba
listo para la escuela, solo faltaba tomarme el jugo. Dando el primer trago sentí el montón de
pedazos de fruta mal licuada. No quedo de otra más que tomárselo y esperar al recreo de la
escuela para poder comprar un hot-dog de desayuna para quitar el mal inicio de mañana.

Salimos de la casa mi madre y yo, llegando a la escuela 15 minutos después del timbre. La
directora no me quería dejar pasar, pero el toque sutil que una madre tiene para convencer a
alguien de hacer lo que dice es impresionante. Otro mañana normal en la escuela, porque todo lo
que acabo de mencionar se repetía a menudo. Toque la puerta del salón, la abrió una señora de
estatura alta, nariz alargada, pelo negro combinado con una que otra cana y mal genio, era mi
maestra, también conocida como Miss Paty. Ese día en particular solo me dejo entrar, sin echarme
en cara lo tarde que había llegado como otras ocasiones.

La hora del pase de lista llego, rápidamente Miss Paty toma del cajón izquierdo de su escritorio
una hoja color canela con los nombres de mis compañeros de grupo, menciona cada nombre al
ritmo de su estado de ánimo.
– Abelan Marco – La rápida mención del primer nombre deja muy claro que el día no ha sido
afable para la maestra

– Presente –

– Dolis Natalia –

– Presente –

– Días Ul… –

Mi atención se encontraba en un borrador con olor a fruta que mi madre un día antes me había
regalado. Los ojos de un niño de 10 años se encontraban en un simple borrador, sin tomar en
cuenta por qué la maestra detuvo el pase de lista o el salón, la escuela y la ciudad completa
quedaron en completo silencio. Tarde un poco en darme en cuenta de la situación, y muchísimo
más en asimilarlo.

Es algo cómico como no quiero tener pesadillas con mis recuerdos pero ahora estoy escribiendo
sobre ellos. Esto puede esperar a mañana.

Llego un momento en el que ese borrador dejo de importar. Una pausa en el tiempo de todo el
mundo estaba sucediendo. Paul, un niño con peinado de los Beatles en los años 60, y complexión
delgada, se quedó solo en ese salón, observando a su alrededor las miradas congeladas de todos
sus compañeros hacia la maestra con boca abierta, todos exactamente en la misma posición. Los
nervios del niño se vuelven en acciones de persuasión hacia sus amigos para abandonar una
broma que el realmente creyó que era lo que sucedía al inicio. Llego el punto donde la
desesperación tomo su lugar, causada por no saber que pasaba, causo gritos y llanto buscando la
mínima respuesta de alguien.

Pasos acelerados era el ruido que llenaba todo un mundo. En medio de la escuela se podía ver que
la situación se repetía en todos los salones, Paul no buscaba intentar persuadir a más personas de
abandonar su comportamiento, solo quería salir de la escuela. El portón estaba cerrada, y no sabía
dónde se encontraban las llaves, lo que le llevo hacer lo que todo niño de la primaria Matel
recurría para irse de pinta, poner unos cuantos ladrillos en la parte más baja de la barda para
poder saltarla. Un raspón y libertad fue el resultado.

Una pequeña panadería muy familiar, visitada por solo los conocedores de donde se encontraban
los mejores churros, donas, orejas, conchas, donas, y pan francés de la ciudad se encontraba a dos
cuadras de la escuela, aun a esa distancia todos los días a las 9:00 a.m. todo el vecindario podían
oler el pan recién trabajado. Ese aroma logro que las piernas de Paul corrieran como nunca antes,
en las carreritas con sus amigos nunca le favorecían, pero en ese momento no había duda lo
rápido que él era. Doblando la esquina se ve el letrero de un local color pistache, amarillo, unos
toques de rosa muy claro “El pan de Tempus”.

Entrar a la panadería lo hace ver a la única persona con la que sabe siempre puede recurrir cuando
tiene miedo y puede ayudarlo. La madre se encontraba igual que todos los demás, llevaba un
mandil blanco con una red en la cabeza para esconder un hermoso tono de cabello castaño,
acompañado de un gafete que resaltaba el nombre de Annie, colgando de sus cuello unos lentes
muy coloridos para resaltar la apariencia, llena de harina en sus manos, junto con una cazuela
repleta de pan francés en las manos recién salido del horno. Toda la imaginación de Paul se
encontraba en hacer reaccionar a su madre, recibir el más mínimo gesto, fue una tarde de
intentos, al inicio lo hacía llorando, pataleando el suelo, las lágrimas se fueron poco a poco al
ponerse a trabar en ideas que pudieran devolver la continuidad al tiempo de su madre.

Las primeras pruebas fueron muy creativas, las alergias fueron los primeros candidatos. Solo de
ella conocía por unas cuantas citas al doctor, al no tener con quien quedarse tenía que
acompañarla. Su padre, Alfred Camsi sabe bien que no tiene ninguna, nunca se le ha visto
enfermo, un adulto bastante peculiar que siempre tenía una barba a medio rasurar negra con
bastantes canas logrando escapar a la vista, con su cabellera era igual, siempre suele usar
camisetas con bandas o canciones de todos los tipos de música. Algunas frutas, pescados y hasta
pelo de gato fue lo que Paul utilizo en sus experimentos, solo en pequeñas cantidades, recuerda lo
cuidadosa que tenía que ser su madre con este tipo de cosas. Lo siguiente en la lista fue el
estímulo físico, pequeños piquetes de aguja en las yemas de los dedos, algo de cosquillas en el
cuello, axilas y pies. Todo eso llevo como único resultado el pasar del tiempo, la noche llego muy
rápido en la mente de Paul, junto con la pregunta;

- ¿Por qué se hizo de noche? Todos siguen igual. -

La mirada fija en el problema cree que le va a dar una solución. Por naturaleza, a pesar de eso,
seguirá esperando un cambio. Antes de dormir una dona de azúcar, un churro de cajeta y un jugo
de manzana fue la cena, aprovecho la oportunidad donde su padre no le podía decir nada por
comer más de uno solo, él se encontraba en la oficina de la panadería, pudo darse cuanta Paul
hasta que metió a su madre ahí, parecía que ordenaba papelería en su escritorio. Le llevo algo de
tiempo acomodar a sus padres, bastante pesados para un niño de 10 años seguro que si eran, no
quería quedar solo.

- Buenas noches mama, descansa papa – En la mente de Paul había mucho por decir, repetir las
mismas preguntas mil veces, algo lo hizo quedarse callado.

Funciono como cama un sillón vino pegado a la pared junto a la puerta de entrada a la oficina. Al
recostarse no dio tiempo de pensar si todo seguiría igual al abrir los ojos, o lo que estaba
sucediendo, ese momento antes de quedar dormido, no había problemas en su cabeza.

Girar mucho en un sillón para buscar la posición más cómoda para dormir en algún momento va a
resultar una caída. Las 10 a.m. y los ojos de Paul se encontraban en los zapatos de sus padres, por
debajo del escritorio, le recordó lo solitario que se volvió su vida con solo un cambio de día. Buscar
ayuda no parecía una opción la cual podría recurrir, pensar en otras cosas no ayudaba. Levantarse
del suelo fue la primera decisión con seguridad que podía hacer esa mañana, sacudirse un poco los
pantalones azules, quitarse el cinturón y desfajarse la camiseta de la escuela fue lo siguiente. No
estaba muy seguro de salir de la panadería para investigar la ciudad, lo que tomo la decisión de
salir fue la curiosidad. Se aseguro que las puertas de la panadería se quedaran cerradas antes de
irse, luces y hornos apagados, es una costumbre dejada por sus padres para enseñarle
responsabilidad desde pequeño. Mirar atrás solo hizo desear no haberlo hecho.
Un refrigerador vacío, trastes sucios en todo el lavabo, algunas envolturas de diferentes papitas
son cosas que rodeaban la cocina, el contraste de la sala eran juguetes en cada mueble,
rompecabezas en el suelo acompañados de edificios enormes de lego, entre ellos había muchos
hilos que se entrelazaban para para colgar naves futuristas, pedazos de algodón que simulaban
nubes, una corriente de aire podría destruir todo. Al fondo de la casa, después de pasar los
rascacielos una puerta con una P color morado, escrita con marcador, era una habitación
convertida en un fuerte de sabanas y almohadas. Las ganas de ir al baño obligaron a Paul a dejar
su cama, el sueño se había terminado, decidiendo darle una visita a la cocina para desayunar, toda
la despensa ya se había terminado, o mejor dicho las cosas que le gustaban. Antes de salir marco
el calendario con una equis, iniciaba su día número 30 en este incidente, cambio su ropa, lleno su
mochila con una lámpara, sus reservas de frituras, la radio de su padre, libreta, y un bate para
niños de su edad amarrado por la parte de afuera.

Antes de tomar su bicicleta para explorar debía revisar su libreta, dentro de las hojas había un
mapa dibujado que poco a poco se hacía más grande por los lugares visitados cada día, intentaba
no ir a los mismos sitios 2 veces. Hoy le llevaría el día en investigar el centro comercial Bedo, un
enorme edificio con estilo ochentero lleno de tiendas departamentales y varios pisos para cubrir.
Dibujo un círculo en el mapa, tomo sus cosas para iniciar a pedalear en la carretera con un cielo
nublado, ayudaba a no requemarse los brazos

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