La Filosofía de La Ultraderecha, Pt. 4

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En la primavera de 1941, mientras Hitler convulsionaba Europa, alumnos del

New School for Social Research en Nueva York se reunieron para escuchar una
conferencia con el título “El nihilismo alemán”. El conferencista fue Leo Strauss,
lósofo judío nacido en Prusia en 1899. Alejándose de condiciones políticas cada vez
más preocupantes, dejó Alemania por Francia, luego Inglaterra, llegando
eventualmente a los EEUU en 1937 donde encontró trabajo en el New School.
Para cualquiera de precisamente ese momento histórico, la frase ‘nihilismo
alemán’ no podía sino referirse a la furia nihilista y destructiva de los Nazis, pero
Strauss tenía en mente un fenómeno mucho más profundo. Empieza su conferencia
señalando que “el Nacional Socialismo es sólo la forma más famosa del nihilismo
alemán – su forma más baja, más provincial, más inculta, y más deshonrosa”. A
diferencia de Carl Schmitt, Strauss no defendía de ninguna manera el régimen Nazi.
Pero tampoco lo criticaba en el tono estridente de muchos intelectuales que
consideraba Hitler un gangster loco, y sus seguidores, provincianos estúpidos. Si te
acuerdas, eso es lo que hizo Hillary Clinton en 2016 cuando llamó los seguidores de
Trump una ‘canasta de deplorables’. Pues Strauss es mucho más so sticado y
profundo que eso. Dice: “La derrota del Nacional Socialismo no signi cará
necesariamente el n del nihilismo alemán, ya que ese nihilismo tienes raíces más
profundas que los discursos de Hitler y de la derrota de Alemania en la Primera
Guerra Mundial y todo eso”. Los EEUU en ese momento aún no había entrado a la
guerra. Los norteamericanos se sentían lejos del con icto, no sólo geográ camente
sino también culturalmente – sería muy extraño que Strauss presentara un discurso
titulado el ‘nihilismo americano’. Sin embargo, eso es justo lo que quiere que
entienda su público, que el peligro del nihilismo acecha en el seno mismo de la
sociedad norteamericana.
Ahorita veremos en qué sentido, pero primero hablemos más del peligro – el
nihilismo – ¿qué entiende Strauss por nihilismo? En primera instancia, se trata de una
postura teórica sobre el mundo que dice que conocimiento sobre el mundo es
imposible, que la vida no tiene sentido, o que valores humanos carecen de una base.
Estas tesis, una vez aceptadas, pueden expresarse prácticamente en la forma pasiva
de la depresión o la ansiedad o en una forma más activa – la violenta destrucción.
Cuando Strauss habla del nihilismo alemán habla de ese impulso destructivo, y dice
que el objeto de este impulso, aquello que se quiere destruir, es la civilización
moderna, y esto en un sentido especí co. Dice Strauss: “El nihilismo alemán desea la
destrucción de la civilización moderna en tanto que la civilización moderna tiene un
sentido moral”.
Tendemos a pensar que lo que nos distingue de, no sé, los antiguos egipcios
es la tecnología, que a diferencia de ellos nosotros tenemos aviones y plantas
nucleares para hacer la vida menos penosa, pero no somos por tanto simplemente
egipcios antiguos volando en aviones. Ha cambiado la tecnología pero también ha
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cambiado el ser humano, su cultura, su moral. Simpli cando las cosas, se podría
decir que la tecnología responde la pregunta ¿qué? ¿Qué hay en esta civilización
moderna? Aviones y plantas nucleares, etc. Pero aparte está la cuestión del por qué
de esta civilización. Éste es el sentido moral al que se re ere Strauss. El sentido
moral de la civilización moderna al que el nihilista alemán se objeta se expresa, como
dice Strauss, en formulaciones como: “mejorar las condiciones de vida del hombre,
salvaguardar los derechos del hombre, o la mayor felicidad para el mayor número”.
Lo que los nihilistas alemanes protestan es una civilización que entiende su
“para qué” en este sentido. Para mucha gente, valores como los derechos humanos
y la felicidad humana son buenos. ¿Qué problema tienen los nihilistas con ellos?
Strauss lo explica al hacer una distinción entre la sociedad abierta y la sociedad
cerrada. La protesta moral de los nihilistas, dice, “procede de la convicción de que el
internacionalismo inherente en la civilización moderna o, con mayor precisión, que el
establecimiento de una sociedad perfectamente abierta – la cual es la meta de la
civilización moderna – que esa meta y toda aspiración dirigida hacia esa meta son
irreconciliables con las demandas básicas de una vida moral. Esa protesta procede
de la convicción de que la raíz de toda vida moral es esencial y eternamente la
sociedad cerrada; procede de la convicción de que la sociedad abierta muy
probablemente será, si no inmoral, al menos amoral: el punto de encuentro de los
que buscan placer, ganancia, el poder irresponsable, en efecto cualquier clase de
irresponsabilidad o falta de seriedad”.
Hay muchas cosas aquí que hay que desempacar. Primero, en vez de ver estos
conceptos de sociedad abierta y sociedad cerrada como sustantivos, es decir, como
cosas que podríamos señalar con el dedo y decir “Ah, ésa es una sociedad abierta, y
ésa es cerrada”, sería mejor verlos como tendencias. Para explicar lo que quiero
decir, consideremos la siguiente progresión: individuo, pareja, familia, clan, tribu,
ciudad, estado, nación, federación . . . ¿Hasta donde puede llegar esta creciente
aglomeración de personas? En el pasaje que citamos, Strauss dice que la meta de la
civilización moderna es la sociedad perfectamente abierta. Semejante sociedad sería
una sociedad internacional o mundial que abarcara todos los seres humanos en el
planeta. Y aunque no lo mencione, podríamos caracterizar el otro extremo de esta
progresión como una sociedad perfectamente cerrada, digamos la pareja. Si la
pareja puede llamarse una sociedad, es una sociedad sumamente cerrada porque
sólo dos personas pueden ser miembros. A lo que voy con todo esto es que
cualquier sociedad actual existente se encuentra entre estos dos extremos y tienden
o bien hacia mayor abertura o hacia menor abertura.
Volviendo a la noción de una sociedad perfectamente abierta, los antiguos
griegos tenían una palabra para esto – cosmopolis. Un miembro de un cosmopolis
sería precisamente un cosmopolita, un ciudadano del mundo. Aunque hubiera cierta
conciencia panhelenista entre todos los que vivían en la península griega, los griegos
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no eran muy cosmopolita; uno pertenecía principalmente a cierta ciudad y se
identi caba con ella, como Atenas. Para los atenienses, eras o bien ateniense o eras
bárbaro, es decir, un extranjero inculto y extraño. Esta mentalidad se ve de hecho en
el primer libro de La república, donde Sócrates conversa con un tal Polemarco quien
de ne la justicia como “hacer bien a los amigos y mal a los enemigos”. Si te das
cuenta, ahí vemos la famosa distinción que hace Carl Schmitt, la de amigo/enemigo.
Es una mentalidad bastante común en la historia humana, una mentalidad que en la
actualidad muchos llamarían cerrada precisamente. Pero nosotros no nos
consideramos cerrados sino más bien ‘open mind’, ‘mente abierta’. Bueno, estoy
divagando. En pocas palabras, una sociedad abierta tiende hacia una articulación de
una mayor cantidad de personas y una sociedad cerrada hacia una cantidad menor.
Lo que a rma Strauss en la cita es que, para los nihilistas alemanes, sociedades
que tienden hacia mayor abertura van en contra de las demandas de la vida moral.
Para entender por qué, sería bueno detenernos un momento en los nihilistas
alemanes. ¿Quienes son precisamente? Son los jóvenes alemanes que vivieron el
colapso del Imperio Alemán en 1918 y la instauración de la República Weimar,
jóvenes como el mismo Strauss quien en ese momento tenía 19 años de edad. Es
que la Primera Guerra Mundial había destrozado el mundo que conocían. Las
costumbres y las autoridades que habían estructurado su mundo se habían
colapsado, dejándolos perdidos y desorientados, y en su lugar la erección de un
estado liberal que cambió casi por completo las reglas del juego. En el ámbito
sociopolítico, Alemania estaba entrando de golpe en la civilización moderna. Para
muchos jóvenes que experimentaron todo eso, el cambio no fue por el bien ya que
algo muy importante estaba perdiéndose, a saber, la misma posibilidad de la moral,
de vivir una vida digna y virtuosa. En su texto Strauss dice que lo que motiva la
protesta de estos jóvenes es “un amor por la moralidad, un sentido de
responsabilidad por una moralidad amenazada”. ¿Qué signi ca para estos jóvenes
nihilistas ser moral? Para ellos, Strauss dice, “La vida moral . . . Signi ca una vida seria.
La seriedad, y lo ceremonial de la seriedad – la bandera y el juramento a la bandera –
son los rasgos distintivos de la sociedad cerrada . . . Sólo la vida en tal atmósfera
tensa, sólo una vida que se basa sobre la conciencia constante de los sacri cios a los
que debe su existencia, y de la necesidad, la obligación, del sacri cio de la vida y de
todos los bienes mundanos, sólo semejante vida es verdaderamente humano: lo
sublime es desconocido para la sociedad abierta”.
Creo que este concepto de lo sublime sirve muy bien para distinguir lo abierto
de lo cerrado. Experimentar algo como sublime es sentir la grandeza o la belleza de
esa cosa. Para algunos puede ser la bandera y lo que representa, para otros puede
ser Dios. Sea cual sea el objeto, el chiste es que es algo más grande e importante
que tú ante el cual sientes asombro y por el que estarías dispuesto a sacri car la vida.
Según Strauss, la sociedad abierta no proporciona condiciones para suscitar esa
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experiencia, sino más bien su contrario, a saber, lo ordinario, lo prosaico, lo cotidiano
o monótono. ¿Por qué? ¿Qué tiene la sociedad abierta que impide lo sublime?
Recuerda que la sociedad abierta aglomera cada vez mayores cantidades de
personas en una unidad social. Para que no sea un mero conjunto de personas sino
una unidad, tiene que haber algo que los une, algo que tengan en común. En la
civilización moderna, eso tiende a ser la propia humanidad de uno, ser simplemente
un ser humano. Es por eso que vemos un énfasis en cosas como los derechos
humanos. El punto es que para forjar esa unidad hay que tomar sociedades cerradas
más pequeñas y suprimir las identidades y las costumbres provinciales que
distinguen y separan a la gente. Con la creciente disolución de esas barreras, lo
único que queda para articular la vida en común de tanta gente es lo económico.
La política en efecto se ha subordinado a la economía, lo cual no es de
extrañar ya que era en buena medida la meta del proyecto de la Ilustración. La idea
era que el ejercicio de la razón conduciría a la felicidad humana: el conocimiento
eliminaría el prejuicio y la superstición, la ciencia conquistaría la naturaleza, las artes
re narían nuestras costumbres, y las pasiones egoístas de los ciudadanos conduciría
a una sociedad estable. Ésa fue la idea de Adam Smith en La riqueza de las naciones,
que cada quien persiguiendo sus intereses económicos individuales produciría el
mayor bien para la totalidad. Por el bien de la argumentación, supongamos que ese
bien, esa estabilidad, sí se tiene. Para los nihilistas alemanes, si eso es lo mejor que
se puede esperar de la vida humana, pues es muy pobre y mediocre. El problema es
que en el entorno económico, no hay nada sublime, nada de grandeza y belleza por
el que uno se sacri caría, nada exterior a uno al que puede pertenecer y
comprometerse. La cosa que nos une, la humanidad, es demasiado abstracto para
servir como base para una comunidad, así que todo se reduce al individuo y sus
deseos, a un egoísmo calculador que impide posibilidades más nobles de vida. La
sociedad cerrada tiene sin duda una economía pero no es su fuerza motriz. Más bien
son principios políticos o religiosos o de algún otro tipo de valor lo que estructuran
las posibilidades la vida humana; ponen límites y metas que guían el deseo humano,
dando a la vida de uno cierta textura y forma. En la sociedad abierta la economía es
lo que manda y lo que no hace de ninguna manera es poner límites al deseo, sino al
revés, la ciencia de la economía se basa precisamente sobre la emancipación del
deseo, el crecimiento del deseo sin límites, muy parecido a como la sociedad abierta
aglomera cada vez mayores cantidades de personas sin límite.
Ahora con todo eso dicho podemos entender por qué para los nihilistas
alemanes la tendencia hacia una sociedad perfectamente abierta va en contra de la
posibilidad de una vida moral. Es que la esencia de la experiencia moral es la auto-
superación. Sientes el impulso del apetito, la inclinación hacia algo, digamos comer
un chocolate, comprar un iPhone, checar tus redes sociales, y dices “No, no me lo
como, no lo compro”. Por un lado, pierdes el placer que te esperaba, el muy grato
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jalón de dopamina que nuestra sociedad entrega con tanta facilidad. Pero, por el
otro, recibes un placer de otro tipo, no un placer físico sino uno moral o espiritual, el
de haber superado a ti mismo. En la experiencia moral, uno deja de ser esclavo a sus
apetitos y se convierte en dueño de sí mismo, en un ser libre. Es una experiencia de
ennoblecimiento que difícilmente la sociedad abierta proporciona porque donde
principios económicos rigen no se trata de limitar o moldear el deseo sino de
emanciparlo y satisfacerlo, sea como sea. Si uno trata de resistir sus inclinaciones y
superarse a sí mismo, la motivación no habrá venido de ninguna característica de la
sociedad abierta sino de un valor asociado con las sociedades cerradas.
Este mundo moderno, liberal y permisivo, es lo que los jóvenes nihilistas
rechazan. Lo que anhelan son los exigentes códigos y normas de sociedades más
antiguas que suscitan cualidades como el deber y el sacri cio, el peligro y el honor.
Estos son valores de guerrero. La civilización moderna ha sustituido esos valores de
guerrero por valores comerciales, por las confortables normas de la sociedad
comercial y la vida burguesa. Ideales heroicos que sólo algunos cuantos podían
alcanzar no iban con el espíritu igualitario de las democracias modernas así que
fueron rebajados para que las masas comunes y corrientes pudieran alcanzarlo.
Ideales que promovían la excelencia espiritual o intelectual fueron eclipsados por los
que promovían la salud y la prosperidad, ideales que exigían la abnegación y la
renuncia fueron reemplazados por ideales que promovían la autorrealización.
La diferencia entre la sociedad cerrada y la abierta se reduce a n de cuentas a
una diferencia sobre la respuesta a la pregunta ¿Cual es la mejor forma de vivir? Para
los jóvenes en cuestión se trata de comprometerse a una causa grande y noble, lo
cual implica sacri car la comodidad material con sus pequeños placeres y estar
dispuesto en su caso a dar la vida. Lo que menos les interesa es el confort y la
seguridad; para ellos, esos no son ideales sino precisamente tentaciones. Despistan
a uno del camino de volverse plenamente humano, lo cual consiste no en el consumo
ciego de bienes (ya que los animales hacen eso) sino en nuestra capacidad de
contradecir esos bienes, de tomar una postura radical ante la vida y desdeñar la mera
supervivencia.
A lo mejor te parezca algo extremo o exagerado esto, sin embargo, es muy
interesante hacer notar que es justo la vida de la sociedad cerrada lo que nos gusta
ver en el cine. Toma por ejemplo El señor de los anillos. Se trata de reyes y lealtad,
de amigos y enemigos, de arriesgar la vida por un bien mayor. La historia se
extiende a lo largo de tres películas, pero lo interesante para nuestro análisis no es
tanto lo que sucede en 99% de la historia sino el inicio y el nal. En el inicio, Frodo y
sus compañeros tienen una vida tranquila y placentera, pero luego llega Gandalf, se
descubre el anillo, se dan cuenta del gran peligro que amenaza La Tierra Media, y así
de repente Frodo y sus compañeros se encuentran arrojados en una gran aventura en
el que se convierten en héroes. En los últimos dos o tres minutos de la última
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película con el mal vencido y el mundo a salvo, el compadre de Frodo, Sam, regresa a
su casa en la comarca. Sale corriendo su pequeña hija para abrazarlo, llega a la
puerta de la casa donde le espera su esposa, la besa y entran a la casa y cierran la
puerta. Imagínate que hubieran hecho tres películas enteras sobre la vida de Sam y
su familia en la comarca, trabajando la tierra, cosechando, jugando y disfrutando de
la vida. ¡Qué aburrido! No conozco ninguna película, ninguna novela, que ensalza la
vida en la sociedad abierta. Claro, hay muchísimas películas que tienen lugar en la
sociedad abierta pero lo que llama la atención estéticamente no es el consumo de
bienes para conseguir el confort y la seguridad, sino un con icto que irrumpe en la
vida del protagonista, alguna situación que tiene que superar y que requiere de
virtudes muchas veces heroicas y nada comunes. Muchas veces el con icto brota
precisamente de la sociedad abierta liberal, de su banalidad, y aquellas de sus
cualidades que conducen al protagonista, como en la película Belleza americana, a
echarlo todo por la borda. Lo interesante es que vemos Belleza americana o las tres
películas del Señor de los Anillos y nos encantan (bueno, al menos a mí me
encantan), pero luego saliendo del cine lo que manifestamos con todo lo que
hacemos es que no nos gustaría pasar por todo lo que Gandalf y compañía pasaron
en esas películas. Lo que buscamos es precisamente el confort y la seguridad que
imaginamos que disfrutan Sam y su familia al nal de la película. Me resulta muy
curiosa y extraña esta escisión entre lo que nos mueve en el mundo real y lo que nos
conmueve en el cine y la literatura.
En estos tiempos de mucha polarización social yo creo que convendría mucho
jarnos en lo que acabo de comentar ya que señala algo que tenemos en común, al
menos una gran mayoría, a saber, cierto disgusto o insatisfacción con el estatus quo,
con la sociedad abierta que parece diseñada para producir el consumo y la
autocomplacencia, en pocas palabras, para producir alguien como Homero Simpson.
Cuando leí este ensayo de Strauss sobre los nihilistas alemanes pasaron dos cosas.
Simpaticé en cierto grado con la preocupación y motivación de esos jóvenes
alemanes, con su crítica a lo que Strauss llama la sociedad abierta, y al mismo tiempo
me di cuenta que algo de la misma motivación puede estar a la base de los que
participan en este movimiento que he llamado de la ultraderecha. Cuando escucho a
un trumpista hablar de la bandera, de Dios, de la nación y de “Make America Great
Again”, mucho de lo que dice me genera un fuerte rechazo, me repugna, sin
embargo, gracias a Strauss, entiendo una de sus posibles motivaciones y me
identi co en alguna medida con ella. El problema, en el caso de EEUU, es que el
pararrayos que canaliza toda esa energía es un payaso narcisista que está muy lejos
de ser el soberano que Carl Schmitt de ende. En su escrito Strauss dice: “Los
jóvenes de los que hablo tenían necesidad de maestros quienes podían explicarles
de forma articulada el signi cado positivo, y no meramente destructivo, du sus
aspiraciones. Creían haber encontrado semejantes maestros en ese grupo de
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profesores y escritores quienes, intencionalmente o no, abrieron el camino para Hitler
(Spengler, Moeller van der Bruck, Carl Schmitt, Ernst Jünger, Heidegger). Si
queremos entender el éxito singular, no de Hitler, sino de esos escritores, tenemos
que echar un vistazo a sus oponentes quienes al mismo tiempo eran los oponentes
de los jóvenes nihilistas”.
Con la disolución en 1918 del Imperio Alemán y el establecimiento de la
República Weimar, una nueva generación de maestros tuvieron la oportunidad de
formar a los jóvenes. Ellos se habían formado en nuevos métodos pedagógicos
basados en el discurso del progreso de los ideales de la Ilustración. Querían que
Alemania se avanzara para unirse con el resto de Europa en el mundo moderno.
Cuando los jóvenes alemanes, incluyendo el mismo Strauss, empezaron a cuestionar
esos ideales y el tipo de sociedad que promovían, los maestros simplemente no lo
podían aceptar, no podían ver ni mucho menos aceptar la legitimidad de sus
preocupaciones; las tachaba de primitivas y hasta patológicas. En n, en vez de
dialogar con los jóvenes, los callaban. No extraña entonces que buscaron maestros
que si legitimaban sus inquietudes, maestros como Heidegger y Carl Schmitt. En su
escrito, Strauss critica tanto a los pedagogos liberales por su falta de imaginación
moral pero también a Heidegger y Schmitt y compañía por cultivar el lado más
destructivo de la pasión de los jóvenes. Lo que les hacía falta, dice Strauss, eran
maestros “old-fashioned”, maestros de la vieja escuela digamos que tomaran en serio
las preocupaciones de sus alumnos sin darles rienda suelta.
A lo mejor Leo Strauss sea uno de esos maestros. El valora mucho la sabiduría
de la tradición pero no por eso sea un enemigo del liberalismo, de hecho lo
de ende. Para entender cómo y por qué, veamos la crítica que hace a Schmitt, la
cual se encuentra en su ensayo “Notas sobre el concepto de los político”. Habíamos
comentado que los nihilistas alemanes quieren rescatar la posibilidad de una vida
moral, la cual signi ca, dice Strauss, un vida seria. En su ensayo sobre Schmitt hace
eco de esta idea. Para Schmitt, un mundo totalmente paci cado y sin con icto se
devolvería rápidamente en mero entretenimiento y frivolidad. Dice Strauss:
“[Schmitt] a rma lo político porque ve en el estatus amenazado de lo político una
amenaza a la seriedad de la vida humana. A n de cuentas, la a rmación de lo
político no es más que la a rmación de lo moral”. Entonces Schmitt busca la seriedad
moral, pero una moral, dice Strauss, carente de la esencia de la moralidad, a saber, la
obligación. ¿Qué quiere decir? Pues, vimos que la distinción política esencial para
Schmitt es aquella entre amigo/enemigo, una enemistad constitutiva que implica la
posibilidad de batalla y de sacri cio la vida. En la cultura de la derecha y de la
ultraderecha se ve una fuerte valorización de lo militar, del soldado que cae en el
campo de batalla y el honor que hay que rendirle. Para Schmitt, lo que constituye la
seriedad de la vida es la lucha misma. Lo que Strauss comenta es que para que ese
sacri cio sea un ejemplo de la moralidad de la seriedad, tiene que haber muerto
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cumpliendo una obligación. Para Schmitt, dice Strauss, “la a rmación de lo político
como tal es la a rmación de la lucha como tal, sin importar aquello por el que se
lucha”. Como comenta Robert Howse: Vaciado de contenido, el ideal de la lucha es
sólo una preferencia más cuyo estatus moral no es ni mayor ni menor que la
preferencia liberal opuesta por la paz y el derecho, que es igualmente sincera y
honesta. Las dos son convicciones genuinas: los liberales simplemente tienen ideas
distintas sobre lo que merece tomarse en serio.
Strauss era un defensor crítico de la democracia liberal. Valoraba el espacio
que dejaba para la libertad de pensamiento y el ejercicio de la razón, pero también
veía su lado más oscuro lo cual hemos tratado en este vídeo. Lo que trató de
comunicar al auditorio de alumnos en el New School ese día en 1941 era que la
amenaza que enfrenta la democracia liberal, al menos la más importante, no venía de
fuera, de dictadores autoritarios, sino de adentro, de los propios ideales de igualdad
y libertad que tienen el efecto, o pueden tenerlo, de domesticar los anhelos más
elevados del alma humana.
Había comentado que no hay ninguna sociedad completamente cerrada ni
completamente abierta, sino una combinación de las dos. En vez de minimizar una y
maximizar la otra, quizá el punto sea encontrar la esfera apropiada de las dos. Para
explicar lo que quiero decir cito a un crítico literario y sinólogo que se llama Simon
Leys. En un ensayo suyo habla del lugar de las universidades en la democracia y dice
lo siguiente: “El carácter elitista de la torre de mar l es denunciado en nombre de la
igualdad y la democracia. La demanda por la igualdad es noble y debe ser apoyada
completamente, pero sólo dentro de su propia esfera, que es la de la justicia social.
No tiene lugar en ninguna otra parte. La democracia es el único sistema político
aceptable; sin embargo, concierne exclusivamente a la política y no tiene aplicación
en ningún otro dominio. Si se aplica en cualquier otra parte, es la muerte – ya que la
verdad no es democrática, la inteligencia y el talento no son democráticos, ni
tampoco la belleza, ni el amor, ni la gracia de Dios. Una educación verdaderamente
democrática es una educación que habilita intelectualmente a uno a defender y a
promover la democracia dentro del mundo político; pero en su propio campo, la
educación debe ser implacablemente aristócrata y elitista, orientada descaradamente
hacia la excelencia”.
Uno no tiene que ir a un campo de batalla y arriesgar su vida para probar su
humanidad, para vivir una vida humana virtuosa. Dentro de la sociedad abierta,
donde la democracia tiene su lugar, hay muchos espacios cerrados: un monasterio,
por ejemplo, un cuartel militar, y también la universidad. Incluso las universidades
públicas deberían ser cerradas en el sentido de la cita que acabo de leer. Sin
embargo, cada vez más los valores y criterios propios del espacio público
democrático están aplicándose en el espacio académico. La verdad y la excelencia,
que son valores intelectuales, tienen que competir cada vez más con valores políticos
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como la diversidad, la inclusión, la equidad, los derechos, y el creciente aparato
burocrático, todo lo cual hace que la formación de un alumno se parezca más a un
proceso político de negociación que una prueba de fuego. Si alguien me dice que
fulano de tal tiene X o Y grado académico, lamentablemente eso no me dice
absolutamente nada ya que he conocido y conversado con tanta gente con el grado
de doctor digamos que digo a mí mismo ¿cómo es posible que se haya doctorado? –
ni siquiera sabe hilar un argumento. Eso habla mal no tanto del individuo sino del
sistema educativo que tanto ha bajado sus estándares. La situación de la educación
superior hoy en día me genera tristeza, pero si fuera un alumno de 18 años listo para
iniciar esos estudios, creo que me generaría más bien cinismo o incluso hasta
nihilismo.
Menciono todo esto de la universidad porque está a la base de su defensa de
la democracia liberal. Fíjate que un elemento muy reconocido sobre le pensamiento
de Strauss es lo que plantea en su libro La persecución y el arte de escribir . Dice que
lósofos e intelectuales en general a lo largo de los siglos y milenios escribían de
forma esotérica. Por un lado, sus textos tenían un contenido exotérico, un mensaje
super cial armado de opiniones convencionales para un público general, y por el
otro un mensaje esotérico escondido y disfrazado para los pocos capaces de
captarlo. Escribían de esta forma porque vivían precisamente en sociedades
cerradas por lo que tenían que protegerse de la retribución de las autoridades
políticas. Es por eso que Strauss valora la democracia liberal, por la libertad de
pensamiento que proporciona a los intelectuales.
Al mismo tiempo, como hemos visto a lo largo de este vídeo, valoraba la forma
en que sociedades cerradas proporcionan un marco para la experiencia moral y la
cultivación de valores espirituales. El peligro para Strauss es cuando esa experiencia
y esos valores se entiendan únicamente en términos bélicos, marciales. Recordemos
su problema con Schmitt. Su distinción de amigo/enemigo es lo que fundamenta las
virtudes marciales del guerrero. Luchar contra un enemigo en común es lo que da
sentido a la vida, pero el guerrero que lucha tiene que darse cuenta de que su
enemigo está en la misma situación. Es que los dos están luchando en nombre de
una causa mayor – la nación, la bandera, un rey, o lo que sea – y cada uno cree que su
causa es la buena, es mejor, es la verdadera. El punto es que esas diferentes causas
no hacen que el heroísmo de uno con respecto al otro sea menor o mayor. Los dos
luchan de forma noble, pero el guerrero que se pone a pensar en eso se da cuenta
de que su causa es entonces casi algo super uo; se relativiza. ¿Por qué luchar por
este ideal si mi enemigo, luchando por otro ideal, por otro Dios o bandera, también
lucha y por tanto vive de forma virtuosa y noble? Para Strauss, esta situación hace
que la lucha del guerrero no sea propiamente moral ya que el objeto de la acción
moral se ha relativizado; no puede constituir una verdadera obligación.
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En vez de la vida del guerrero, Strauss promueve la vida del lósofo, lo cual no
implica suprimir las virtudes marciales sino sólo trasponerlas a la esfera de la mente;
seguir luchando pero no contra el enemigo de esta o aquella bandera sino contra el
enemigo de la mente, a saber, la falsedad. De esta manera, dice Strauss, el guerrero
puede realmente alcanzar lo que busca en el campo de batalla, ya que en la batalla
intelectual la verdad es única y universal. Si uno se equivoca, está obligado a dar la
razón al otro. No puede decir “Pues yo tengo mi verdad y tú la tuya”. Lo bueno es
que el otro, en vez de ser vencido, es ennoblecido porque aprende. La visión de
Schmitt es un destructivo juego de suma cero mientras que la de Strauss, aun cuando
de enda el liberalismo político, proporciona un espacio en el que la sublimidad sí
puede experimentarse. Ese espacio es el mundo de las ideas y la búsqueda por la
verdad. Sin duda, la vida losó ca no es para todos. Como en La república de
Platón, la mayoría se dedicarán a la vida productiva y comercial, lo cual está muy bien
– ninguna sociedad puede sobrevivir sin esa actividad. Pero como trató de comunicar
al público que escuchaba su discurso ese día en el New School en 1941, semejante
sociedad abierta debería tener cuidado en proporcionar espacios cerrados, como el
de la universidad, en los que el espíritu humano puede enfrentar los obstáculos y
retos necesarios para la experiencia, precisamente, de lo sublime.
Este escrito de Strauss es lo que me inspiró a hacer esta serie de vídeos
porque me hizo ver con nuevos ojos una posición que antes rechazaba sin más. Sigo
rechazando esa posición, pero en la medida en que sus simpatizantes sean
motivados por algo parecido al de los nihilistas alemanes, al menos los puedo
comprender aun cuando no apruebo la solución.
En n, hay otros pensadores de la ultraderecha que podríamos analizar:
Donoso Cortés, Julius Evora, Alexander Dugin, pero creo que voy a dejar la serie
aquí. Bueno, el pensamiento de Alasdair McIntyre sí me interesa revisar, pero de
momento estoy cansado de este tema. A lo mejor más adelante lo retome.
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