PRIMERA LECTURA (Antropología Filosófica)

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ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA.

PRIMERA LECTURA
La antropología filosófica es tan antigua como la filosofía misma, si
bien los llamados presocráticos o filósofos de la physis no la tuvieron entre
sus preocupaciones sino que se interesaron fundamentalmente por el principio
de todas las cosas naturales, partiendo de algún elemento de la propia
naturaleza, como la Tierra, el Fuego, el Aire o el Agua. Sin embargo, los
sofistas y Sócrates dieron un giro humanista, es decir, antropológico al centrar
su atención en la ética y la política dando así origen, aunque desde luego sin
emplear esa denominación, a lo que modernamente conocemos como
antropología filosófica. Autores como Platón y Aristóteles en sus obras fueron
conformando, por ejemplo, el tema del Alma humana y la Virtud,
posteriormente durante el período helenístico, especialmente con los estoicos,
cínicos, escépticos y epicúreos el interés de la filosofía tendrá en la reflexión
sobre la naturaleza o condición humana un lugar privilegiado para alcanzar la
Felicidad.

La conformación de la antropología como disciplina filosófica es


contemporánea o producto del proceso de disciplinarización o creación de
campos filosóficos especializados, sobre todo a partir de los siglos XIX-XX
cuando se comienzan a gestar y desarrollar la filosofía social, la filosofía de la
historia, la filosofía de la religión, la filosofía de la ciencia, la filosofía del
lenguaje, la filosofía de la cultura, entre otros campos o dominios de
especializaciones de la filosofía general. Este proceso de desarrollo de las
disciplinas filosóficas formó parte de los grandes cambios y transformaciones
que generó la revolución científica iniciada con la teoría de la mecánica
celeste de Newton, es decir, que es contemporánea de la revolución científica
y fue aupada por el pensamiento ilustrado y contrailustrado (o segunda
ilustración como la denominan otros) del siglo XVIII.

Desde la filosofía y otros incipientes o viejos campos del saber surgió la


antropología científica, y a su vez, ésta ha aportado con sus hallazgos y
descubrimientos un fecundo cuestionamiento a concepciones y problemas
clásicos de la reflexión filosófica acerca del hombre, es en este sentido que

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nos parece oportuno dar un vistazo, de entrada, a la antropología científica
para comprender el surgimiento de una antropología filosófica en sus
relaciones con la ciencia moderna. Por otra parte, no podemos olvidar que
tanto la filosofía como la ciencia han recibido la influencia y aportes de la
gran diversidad de culturas, religiones, sistemas de creencias y tradiciones
milenarias de los diversos pueblos del planeta.

La antropología científica contemporánea es el resultado, de un largo


proceso de formación histórica impulsado por los grandes descubrimientos
geográficos, entre los que destaca el de América, proceso que desde fines del
siglo XV y a lo largo de los siglos siguientes se consolidó a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, cuando se formaron las diversas ciencias
humanas y sociales que hoy conocemos, de manera pues, que no podemos
considerar su desarrollo al margen de esas otras disciplinas y de la ciencia en
general o de otras ciencias naturales como la física, la biología, la geología,
entre otras que también se formaron y consolidaron por entonces.

El carácter novedoso de la antropología científica, no es de extrañar,


pues la ciencia moderna se había iniciado apenas en la segunda mitad del siglo
XVII con la revolución newtoniana impulsada con la obra de Isaac Newton
“Principios Matemáticos de la Filosofía de la naturaleza” (1687), como ya se
mencionó, en dicha obra expone su teoría sobre la gravitación universal; esta
revolución científica fue en buena medida la culminación de las
investigaciones sobre el orden del mundo que había iniciado con la
publicación de la obra “Sobre las revoluciones del Orbe Celeste” (1553) de
Nicolás Copérnico en la que este clérigo polaco presentó su teoría
heliocéntrica (el Sol como centro del universo), la cual vino a desplazar la
tradicional teoría geocéntrica de inspiración aristotélica (la Tierra como centro
del universo, que había propuesto Ptolomeo el siglo II d.C.) para explicar el
orden cósmico y el lugar de la tierra en él y en esa misma medida del hombre.

La revolución copernicana tuvo continuidad y se profundizó con los


trabajos de Galileo Galilei, Johan Kepler, Tycho Brahe, entre otros, y resultó
concluida por Isaac Newton en 1687. En la literatura, con frecuencia se llama
al siglo XVII, el siglo de la revolución científica, la cual, por otra parte, sólo
fue posible por el surgimiento de dos corrientes filosóficas y científicas

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conocidas, la una como empirismo y la otra como racionalismo, impulsadas, la
primera, por los escritos de Francis Bacon (el “Novum Organum”) y la
segunda, por René Descartes (“Discurso del Método”) respectivamente. Tanto
el empirismo como el racionalismo van a plantearse como problema, la
naturaleza del conocimiento humano en general y del científico en particular,
y la búsqueda del método correcto para llegar a descubrir las leyes de la
naturaleza que permitan explicar el funcionamiento del mundo sin tener que
apelar a la Revelación pero tampoco negándola.

La difusión y aceptación de la obra de Newton fue uno de los impulsos


más decisivos para que surgiera el movimiento de la ilustración el cual
dominó el pensamiento filosófico y doctrinario a lo largo del siglo XVIII,
siglo en que se iniciarán los grandes temas que darán origen el siguiente siglo
(el XIX) a las diversas ciencias humanas y sociales, entre ellas la antropología.
El pensamiento de la ilustración considera que la humanidad ha llegado a la
mayoría de edad, ha alcanzado la luz de la razón, lo cual le permitirá superar
todas las limitaciones (ignorancia, supersticiones, miedos, etc.) que hasta
entonces han impedido que el hombre asuma su destino y deje de estar
sometido y subordinado a las imposiciones de autoridades civiles, religiosas o
de cualquier otra índole.

La ignorancia, las supersticiones, las falsas creencias y el miedo a


valerse por sí mismo (como lo señaló Kant en su famosa expresión: “Atrévete
a pensar”), son las que han impedido que el hombre conquiste su propio
destino sin estar sometido a los dictados de otros. El período de la ilustración
también es conocido como siglo de las luces o iluminismo, y entre los autores
más representativos se podría mencionar a los escritores de la Enciclopedia
francesa Denis Diderot, Jean D’alembert, el barón de Montesquieu, Jean
Marie Alouet (Voltaire), J.J. Rousseau, el marqués de Condorcet, etc. Pero no
fueron menos importantes las ideas y obras de los filósofos escoceses entre los
que podemos destacar David Hume, Adam Smith, Adam Ferguson, entre
otros.

Una de las ideas centrales de ese movimiento lo representó la idea de


“progreso” al que se lo concibió como una ley natural, que impone la
necesidad de pasar de formas menos simples a otras cada vez más complejas y

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elaboradas, tanto por sus estructuras como por su nivel de organización, esta
idea es la que en el transcurso del siglo siguiente dará origen a las teorías de la
evolución natural y evolución sociocultural, las que van a ser determinantes,
junto con el pensamiento positivista para el surgimiento tanto de la
antropología como de otras ciencias naturales, humanas y sociales.

Pero, así como la obra de Newton llegó a convertirse en modelo o


paradigma de cientificidad para todos aquellos que buscaban explicar y
comprender algún aspecto de la realidad natural o histórica, surgió en
contraposición, un cierto rechazo o cuestionamiento a esa pretensión de
considerar todo como determinado por leyes naturales, pues algunos
estimaban, que si bien estas son válidas para explicar el mundo físico, químico
y biológico, no sucede lo mismo en el caso de los seres humanos y sus
instituciones, porque el hombre al estar dotado de voluntad y libertad podía
convenir o acordar las leyes, normas e instituciones mediante las cuales se
organiza para la convivencia. A quienes asumieron esta actitud frente a la
ilustración se los conoció como los contrailustrados; entre los autores más
representativos de esta postura podemos mencionar a Giambattista Vico y
Johan Herder, también en buena media J.J. Rousseau.

Algunos historiadores, consideran que hay una sola ilustración y


distinguen entre ilustrados propiamente dichos o primera generación y la
segunda generación que serían los contrailustrados. Desde luego que la
pertenencia a uno u otro bando no era rígida y precisa, pues algunos autores en
ciertos aspectos eran ilustrados y en otros contrailustrados y viceversa. Ambas
corrientes de pensamiento dieron lugar a que se desarrollaran durante el siglo
XIX nuevos movimientos filosóficos, científicos y culturales. Así, tenemos
que la ilustración en cierto sentido tuvo continuidad en el positivismo
filosófico y político que fue determinante para el desarrollo de las teorías
evolucionistas que dominaron aquel siglo. En el caso de la contrailustración, a
partir de sus planteamientos se generó el movimiento conocido como
romanticismo y el historicismo, también de gran influencia para el
surgimiento de las ciencias humanas y sociales, especialmente la
antropología, y desde luego, de gran presencia en la vida cultural e intelectual
del mundo occidental en general.

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Sin embargo, para comprender el proceso histórico de formación de la
antropología científica y sus relaciones con las otras disciplinas, y de esta
manera poderla definir, debemos considerar una serie de procesos
civilizatorios que hicieron posible el surgimiento del mundo moderno desde
fines del siglo XV, nos referimos particularmente, a los viajes de
descubrimientos geográficos, especialmente el que quizá fue el más decisivo
en la gestación del mundo actual, el descubrimiento de América, que no sólo
representó para los europeos el conocimiento de nuevas tierras y territorios
hasta entonces desconocidos por ellos, sino, y de manera más determinante, la
constatación de la existencia de otros pueblos, otras culturas, otras
civilizaciones en las que se encontraron, con gran perplejidad ante nuevas
formas de organización social, política, lenguas, cosmovisiones y religiones,
otros dioses y otros modos de vida. Incluso se llegó a dudar de su condición de
seres humanos pues no aparecían en los relatos bíblicos a los que se estimaba
como fuente verdadera de conocimiento, tampoco en las obras de los grandes
pensadores de la antigüedad o en las tradiciones históricas conocidas.

La situación geopolítica y económica de la Europa que llegó a América


era realmente comprometida, pues estaba bajo la presión de la expansión del
islam, por occidente con la península ibérica dominada parcialmente por los
musulmanes desde hacía ocho siglos, aunque pocos meses antes de la llegada
de los españoles a América los moros (como los llamaban los españoles)
habían sido expulsados de la península, pero, en la parte oriental, poco tiempo
antes, en 1453 había caído Constantinopla capital del Imperio Bizantino o
Imperio Romano de Oriente en manos de los turcos Otomanos, también de
confesión musulmana y que, de paso, amenazaban continuar sus conquistas y
expansión hacia Europa central y occidental, de hecho, la ciudad de Viena en
Austria se vio asediada por entonces durante largo tiempo y estuvo a punto de
caer ante los otomanos.

Desde el punto de vista económico, la crisis del régimen feudal había


llevado casi a la extinción de los feudos como forma viable de organización
social, económica, política e ideológica. Los siervos de la gleba e incluso los
mismos señores feudales se vieron obligados a emigrar a los burgos y
dedicarse con mayor intensidad a la actividad artesanal para sobrevivir a la
crisis económica. El comercio en la zona mediterránea era el que mantenía
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cierto dinamismo económico y social, pero, con las conquistas de los
musulmanes estaban cada vez más restringido, bloqueado y amenazado en las
grandes rutas comerciales terrestres hacia y desde el cercano y lejano Oriente;
de allí la necesidad de encontrar nuevas rutas, marítimas hacia Oriente para el
mercado de los productos europeos y la obtención de materia prima. Esta
realidad impulsó los viajes de descubrimientos, entre ellos, los de Cristóbal
Colón buscando llegar a las Indias Orientales de manera más directa,
económica y segura.

El descubrimiento de América (desde la óptica de los europeos) les


permitió romper el cerco, obtener ingentes riquezas en oro, plata, perlas y
otros productos que hicieron posible una acumulación de capital que fue
decisiva para el surgimiento del modo de producción capitalista, por eso
muchos autores ven en el descubrimiento de América uno de los elementos
decisivos para explicar los inicios de la era del capitalismo. Pero la conquista
y colonización del continente americano desde fines del siglo XV no se quedó
allí, sino que a lo largo de los próximos cuatro siglos continuó su expansión,
imponiendo no sólo el incipiente modo de producción capitalista hasta ir
conformando lo que Immanuel Wallerstein denominó “moderno sistema
económico mundial”, sino, también, los modos de vida, sistemas de
dominación política e ideológica en las poblaciones que lograban sobrevivir a
la conquista que por lo general era violenta, genocida y destructora de los
ecosistemas que sustentaban los modos de producción y de vida de los pueblos
conquistados y ahora dominados.

Los europeos desde los inicios de la conquista pudieron constatar la


diversidad de pueblos y culturas, en América y otros continentes, pero esto
representó una fuente de polémicas acerca de la condición de humanidad de
los seres recién descubiertos. Algunos la pusieron en duda, o la negaron,
mientras que otros, por el contrario, señalaron la superioridad de muchas de
las instituciones, sistemas y modos de vida de estos pueblos; fueron famosas
las polémicas y disputas entre teólogos, juristas, filósofos y otros, en relación
a la condición de los pueblos recién descubiertos, conquistados y sometidos;
ya que, el punto de vista que se adoptara determinaba la manera como debería
ser el trato que se debía dar a estas poblaciones, justificando o condenando
según el caso el tipo de relación establecido, incluso, llegando a considerar la
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índole del trato debido como un mandato o imperativo evangélico que impulsó
la evangelización de estas poblaciones.

Se puede afirmar que, a lo largo de estos siglos se fueron creando las


condiciones, no sólo las que hicieron posible el surgimiento de la antropología
científica y el giro en la reflexión filosófica, sino que ellas mismas
demandaron o exigieron la necesidad de la formación de dicha ciencia así
como de otras ciencias sociales o humanas. A medida que avanzó la expansión
de Europa hacia las diversas regiones del planeta imponiendo sus
instituciones, modos de vida y de producción, sistemas económicos, políticos,
sociales e ideológicos y todo lo que garantizara la dominación, se fue
constatando la magnitud de la diversidad de las sociedades y culturas
humanas; pero, mientras tanto, se fueron creando teorías y métodos para
explicar y comprender diversos aspectos de la realidad histórico-social de la
propia Europa, tales como: lo histórico, lo político, lo económico, lo social, lo
demográfico, lo jurídico, lo psicológico, etc.; el resto de pueblos como que no
encajaba en dichas explicaciones, dadas las grandes diferencias con el mundo
europeo. Así se fueron gestando las diversas ciencias humanas o sociales para
dar cuenta de cada uno de estos aspectos de la realidad histórica, pero las otras
realidades humanas encontradas en la lejanía no encajaban en ellas y
quedaban fuera, aparecen (“los otros”, “diferentes” o “distintos”) o aquellos
que eran asumidos con una mirada sesgada por la realidad europea.

Así pues, había una carencia, porque en la mayoría de los pueblos,


culturas y civilizaciones cada vez más ampliamente conocidos, no existían los
sistemas sociales o instituciones conocidas por los occidentales a lo largo de la
historia registrada de la propia Europa y su pasado, ya fuera en los relatos
bíblicos o en su actualidad o cercanía temporal y geográfica. Así por ejemplo,
los europeos consideraban que entre estos pueblos no había economía, pues no
encontraban algo con las mismas características de la apenas naciente
economía capitalista, que por lo demás estaba en pleno proceso de gestación y
desarrollo, pero, algo parecido a la economía existía por todas partes, pues
producían, distribuían, consumían e intercambiaban lo necesario para la vida y
la reproducción social, por tanto, concluyeron erróneamente que: “esos
pueblos carecen o no tienen economía”.

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Como los europeos, no encontraban en otros pueblos o civilizaciones,
un estado estructurado para el ejercicio del control social, político y
administrativo como en las sociedades europeas o antiguas, por ellos
conocidas, pero no obstante, algún sistema de control social sí existía, y como
en este momento se estaba desarrollando justamente el estado moderno que les
servía de modelo para la definición de lo político y sus instituciones,
concluyeron que los otros pueblos: “carecen de estado, de organización
política”, si bien hay algunos que mandan o gobiernan y otros que obedecen,
como garantía de un cierto orden social. Tampoco encontraban leyes escritas
(la mayoría de esos pueblos desconocían la escritura) organizadas en códigos,
constituciones u otras formas por ellos conocidas, pero de alguna manera
existía su equivalente mediante costumbres no escritas y que se trasmitían por
medio de la oralidad, por tanto, se concluía que: estos pueblos “no tienen
leyes”, sólo costumbres y tradiciones.

De igual manera, y esta era una de las cosas más llamativas,


encontraban que todas estas sociedades o civilizaciones parecían tener
creencias mágico-religiosas o supersticiones referidas a deidades o espíritus de
la naturaleza y expresaban mediante complejos procedimientos rituales y
ceremoniales sus vínculos con esos espíritus de la naturaleza. Esto desde
luego, chocaba frontalmente con el mundo religioso de los europeos
organizado en torno al monoteísmo judeo-cristiano o musulmán predominante
entre ellos. De allí que a dichos pueblos se los consideró “carentes de
religión” y sólo sumergidos en un mundo mágico supersticioso casi infantil o
demencial.

De esta manera se fue configurando el pensamiento que llevó a la


formación de las diversas ciencias humanas y sociales durante el siglo XIX,
una economía política para la economía, una ciencia política para lo político,
una ciencia jurídica para lo jurídico, una historia y ciencia de las religiones
para lo religioso, y así sucesivamente. Pero, en cada caso, lo que se entendía
como campo para cada una de estas ciencias era referido a la realidad europea,
moderna occidental y su pasado, mientras que los “otros” quedaban fuera o
considerados como pueblos “primitivos”, “salvajes”, “bárbaros” e
“irracionales”. Como corolario, al ser pueblos que desconocían la escritura y

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por tanto no guardaban o registraban los acontecimientos de su vivir pasado,
se concluía que eran pueblos sin historia.

De esta manera, quedaba pendiente, el estudio de todos los demás


pueblos, culturas y civilizaciones que no entraban dentro de las realidades de
Europa y las categorías que permiten su representación, explicación y
comprensión; es precisamente allí donde se genera la necesidad de desarrollar
un nuevo campo de saber o conocimiento para la comprensión de esos
“otros”, “extraños” y “lejanos”, conocimiento que se va conformando de
manera relativamente espontánea, una nueva ciencia: la antropología o
etnología, como una exigencia no sólo para satisfacer la curiosidad de conocer
esas realidades exóticas, incluso consideradas “salvajes” y “primitivas”, sino
también para contribuir al proceso de expansión de la civilización europea
mediante la conquista y colonización de los pueblos que lograron sobrevivir a
la violencia genocida y ecocida contra esas otras humanidades. Por otra parte,
se consideraba que estos pueblos estaban condenados a desaparecer, por
efecto de la evolución sociocultural que necesariamente los llevaría a la
“civilización” si no desaparecían antes a consecuencia de los procesos de
conquista, exterminio, genocidio y otras formas de eliminación de pueblos y
sus hábitats naturales por la imposición del sistema de producción capitalista y
sus modos de vida asociados.

Más allá de las intenciones o propósitos económicos, políticos o de


dominación, los europeos constataron la diversidad de la humanidad, pero, les
quedó claro que la especie humana, es una especie que se realiza y expresa en
su unidad y diversidad tanto biológica como en los órdenes sociales,
culturales, lingüísticos y sobre todo simbólicos. Con el auge de las teorías
evolucionistas se comenzó a explicar las desigualdades y diferencias entre
pueblos mediante el esquema asumido como una ley natural según el cual,
todo pueblo pasa por tres estadios evolutivos sucesivos, a saber: salvajismo,
barbarie y civilización. Desde luego, los europeos serían los civilizados y los
demás estarían en el salvajismo o la barbarie, de allí las diferencias o
desigualdades observadas. Los europeos asumieron de alguna manera, como
imperativo moral “ayudar” a que los pueblos en estado de salvajismo o en la
barbarie, a que alcancen lo más rápido posible la “civilización”, entendida ésta
como la que representa Europa.
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Todo este largo proceso, señalado a grandes trazos, es el que nos
permite definir la antropología científica como: el estudio comparativo de la
especie humana (del homo sapiens sapiens) y su proceso de constitución a
partir del proceso biológico de hominización específico, hasta la
humanización elaborada por el propio hombre gracias a la función simbólica
que adquirió y desarrolló mediante el trabajo transformador de la naturaleza y
de la propia sociedad. La consideración de la especie humana en su unidad y
su diversidad en el pasado, presente y eventualmente en el futuro. Esta ciencia
considera al hombre como unidad físico-química, biológica, socio, cultural,
lingüística y simbólica, que se expresa a través del tiempo y por todo el
planeta por medio de la diversidad de sociedades, culturas, lenguas, etnias y
naciones, entre otras tantas formas colectivas de realización y expresión.

La antropología se interesa por la especie en el pasado, presente y


futuro, y no solo en una región o ambiente ecológico particular, sino a lo largo
de todo el planeta (eventualmente en el futuro de manera interplanetaria). Por
otra parte, también considera las relaciones que en el pasado tuvo con otras
especies del género homo, como por ejemplo los neandertales con quienes las
evidencias más reciente señalan que estableció amplios procesos de mestizaje
como se ha comprobado con las investigaciones comparativas sobre el
genoma humano, y el de esa y otras especies del género homo.

Toda esta realidad representa un extraordinario reto para las diversas


disciplinas filosóficas y de manera más intensa para la antropología filosófica
como tendremos ocasión de considerar más adelante. El futuro nos espera para
sorprendernos más, cultivemos nuestra capacidad de asombro, no la
reprimamos.

PROFESOR

PASTOR PONCE

31/05/2022

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